viernes, 7 de octubre de 2011

¡VEN Y SÍGUEME!


"En el evangelio de este domingo vemos al Señor comenzando su misión llamando a la conversión y convocando a los primeros discípulos a ella. ¿Qué es convertirse? Conversión es hacer un alto en el camino y preguntarse hacia dónde vamos, hacia dónde oriento mi vida, qué estoy haciendo con ella. Es hoy un buen momento para preguntarnos a la luz de la Palabra de Dios que camino estoy siguiendo. ¿Voy trás el Señor, pisando por dónde El pisó, siguiendo sus huellas? ¿O quizás sigo otros caminos, otros derroteros que se me presentan? ¿Escucho la voz de Cristo o por el contrario hago oídos sordos a su Palabra y sigo otras voces, otras propuestas? ¿Me dejo iluminar por el Señor o voy caminando a oscuras, sin rumbo, sin sentido, etc...? Hoy es momento de pararnos y escuchar la voz del Señor que nos dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida. ¿Sigo el camino del Señor orientando mi vida a El? ¿Camino por El, con El y a través de El? El nos dice que es la verdad, ¿busco conocerla? ¿O quizás sigo otras propuestas, otros planteamientos, otras razones diferentes a las que me propone el Señor? El Señor nos dice que El es la vida. ¿Dónde busco yo la vida? ¿Qué hago con mi vida? ¿Quizás la voy malgastando, perdiéndola, matando el tiempo? ¿Busco en definitiva la luz que es Cristo?. El ha dicho: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas. País de Zabulón y país de Neftalí, al otro lado del Jordán, Galilea de los Gentiles. El pueblo que caminaba en tinieblas vió una luz grande. Esa luz es Cristo. El comienza a iluminar llamando a la conversión, poniéndonos ante Dios y sus interrogantes. No cabe la ambigüedad, no podemos eludir el posicionarnos. El Reino de Dios está cerca, ¿que le responderemos? Tenemos ante nosotros luz o tiniebla, el camino, la verdad y la vida, o el andar como ovejas que no tienen pastor, la mentira y el engaño del mundo, del demonio y la carne, y la muerte frente a la vida. Una vez que el Señor, sol que nace de lo alto, comienza su iluminación, su predicación (lámpara es tu Palabra para mi vida, luz en mi camino), llama a los primeros discípulos. ¡Ven y sígueme! Ellos dejándolo todo le siguieron. Es sorprendente pensar que hoy somos más de mil millones de cristianos en el mundo, y que si hoy estoy escribiendo sobre Cristo y hemos celebrado la eucaristía, se debe a aquella respuesta de esos hombres a los que llamó el Señor. Todo empezó a la orilla de un lago, con una invitación, con unos pescadores sencillos y humildes que estaban repasando las redes junto a sus barcas. Gracias a su respuesta, a su prontitud, a su arrojo, hoy los cristianos estamos extendidos por todo el mundo. ¿Qué puede depender en el futuro de nuestro sí actual a la llamada del Señor? No podemos saberlo, como tampoco lo supieron aquellos hombres que se encontraron con Cristo. ¿Quién sabe la cantidad de hombres y mujeres que pueden depender de nuestra respuesta al Señor? ¿Quién sabe lo que puede depender de cada uno de nosotros? Todo empezó con la sencillez de una llamada y de una respuesta. Hoy también el Señor nos llama a tí y a mí. El quiere contar contigo para cosas grandes, para llevar la luz a los que caminan en tinieblas, para transformar el mundo, para sanar los corazones desgarrados, para anunciar el año de gracia del Señor, para liberar a los oprimidos por el mal, para sanar y curar a los enfermos, para devolver la alegría a los tristes, para llevar la salvación a todos. ¿Tendremos la valentía de dejarlo todo y seguirlo sin ponernos a echar cálculos, sin pedirle explicaciones, seguridades, sin ponerle peros y reparos, condiciones, plazos, ...? Ellos, inmediatamente, dejándolo todo, y a su padre en la barca, le siguieron.

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