viernes, 7 de octubre de 2011

BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS...


"La paz es un don de Dios. El Señor siempre que se presenta lo hace deseando la paz. La paz sea con vosotros, mi paz os dejo, mi paz os doy, ... El es el príncipe de la paz. Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. La paz es el mayor bien que imploramos a Dios al comienzo del año civil y constantemente en la liturgia se pide y se da la paz. Esta tiene su origen en Dios y en Cristo hemos sido reconciliados con el Padre. El nos ha puesto en paz con Dios porque nos ha redimido de nuestros pecados, la causa de la enemistad y de la guerra contra Dios. El hombre no puede estar en paz interior y exterior, si no esta en paz con Dios. Dejáos reconciliar con Dios, dice el Apóstol. Cuando llevamos la paz en el corazón, cuando Dios habita en él, entonces podremos estar en paz con nosotros mismos y podremos estar en paz con los demás. Nuestros semejantes ya no serán enemigos nuestros, sino hermanos, ya no nacerá en nosotros el deseo de infringirles daño o dolor, de eliminarlos porque los vemos como rivales nuestros, no dejaremos que la simiente del odio crezca y ahogue con sus espinas el sentido del bien y del mal en nuestras conciencias, que ofusque y enturbie nuestro corazón, que haga germinar en nuestro interior instintos asesinos y diabólicos, haciendo realidad el dicho antiguo de que el hombre es un lobo para el hombre. El pecado es el origen de nuestras divisiones y enfrentamientos. El pecado es el que engendra en nosotros el odio, la venganza, la violencia, la ira,... El nombre griego del demonio significa el que divide. El es el que instiga también la división entre los hermanos, el que promueve la enemistad, el que provoca las disensiones, ... Divide y vencerás, decimos, y es así. Puede un reino dividido subsistir, dice el Señor en el evangelio de hoy, o una familia, o un grupo o comunidad humana, cualquier institución necesita vivir la unidad para vivir la paz. Estamos pidiendo estos días del octavario por la unidad de los cristianos, precisamente este don. Los seguidores de Cristo vivimos hoy en día divididos, y en muchos casos enfrentados. ¿Está dividido Cristo?, se pregunta Pablo. La división es fruto del pecado y por eso necesitamos la conversión del corazón, volvernos a Dios, levantarnos y volver a la casa del Padre como el hijo pródigo. Que todos sean uno, ora Cristo por nosotros, para que el mundo crea. La división es un antisigno, destruye el cuerpo de Cristo, engendra la guerra y el enfrentamiento entre los cristianos. Tenemos que ponernos en paz con Dios y con los hermanos, reconocer nuestros pecados y alcanzar el perdón de Dios. Donde hay caridad y amor, allí está Dios, allí se realiza la verdadera unidad. La caridad es el ceñidor de la unidad consumada, de la paz. Por la cruz de Cristo los que antes estabais lejos ahora estáis cerca, por su sangre Dios ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Por eso, lejos de mirar lo que nos diferencia, debemos mirar hacia lo que nos une. Lejos de echarnos en cara los errores pasados, debemos reconciliarnos con Dios y entre nosotros, para que así nuestra misión sea eficaz. De lo contrario nuestra sal se vuelve sosa, nuestra luz se convierte en tinieblas, y nos convertimos en guías ciegos que guían a otros ciegos. Bienaventurados los pacíficos porque ellos heredaran la tierra, serán instrumentos de paz en medio de tanta guerra, interior y exterior, en los corazones de todos los hombres. Pidamos al Señor este gran don de la paz para la Iglesia y para el mundo, para todos los hombres y mujeres de la tierra, y pidamos también junto a él, el don de la unidad entre los cristianos para que todos tengamos un solo corazón y un mismo sentir. Recordemos siempre las palabras de San Agustín tan necesarias entonces como ahora: En lo necesario unidad, en lo opinable libertad, pero en todo caridad.

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