viernes, 7 de octubre de 2011

RECIBE POR ESTA SEÑAL


"Hoy hemos celebrado el sacramento de la Confirmación en nuestra parroquia. El párroco, que es a la vez el Vicario Episcopal de zona, ha sido el encargado de presidir la Eucaristía y administrar el sacramento a un grupo numeroso de jóvenes. El templo estaba a rebosar y la celebración ha resultado magnífica. Todo el rito del sacramento desde la presentación de los confirmandos, pasando por la imposición de manos, hasta la crismación, tiene un simbolismo profundamente bíblico y conlleva una carga teológica importante. Para mí hay un momento muy significativo en este rito, es el de la crismación. El joven llega junto a su padrino y arrodillándose frente al ministros del sacramento, el padrino le dice a éste el nombre de su ahijado, mientras coloca su mano derecha sobre el hombro del que recibe el sacramento. En este momento, el padrino es alguien importante y fundamental, pues es el que se compromete a seguir educando en la fe a su ahijado, a darle ejemplo y testimonio de vida cristiana, a animarle en el seguimiento de Cristo y a orar por él y con él. Ambos, padrino y ahijado, quedan unidos por un vínculo espiritual ante Dios y la Iglesia. No es un vínculo menos importante que el de la carne y la sangre. Es un compromiso y una responsabilidad que se han aceptado libremente y de los cuales Dios y la Iglesia nos puede pedir cuentas si no somos fieles a ellos. Por eso es tan importante la elección de los padrinos. No nos deben mover compromisos humanos, intereses personales o de familia, el cumplir o quedar bien con unos amigos o parientes, el buscar personas influyentes social o económicamente, tradiciones particulares o cualquier otro motivo que no sea el que la Iglesia nos dice. Un padrino debe ser ante todo un cristiano adulto en la fe, es decir que tenga completada la iniciación cristiana, habiendo recibido los sacramentos del bautismo, la eucaristía y la confirmación. Nadie da lo que no tiene, es un viejo dicho, y un padrino que no tuviera esos tres sacramentos ¿cómo va a dar lo que no tiene? El padrino va por delante del ahijado en la fe, creída y vivida, pero la fe que se exige no es la fe humana o la fe personal entendida a mi manera, gusto o conveniencia. Debe ser la fe de la Iglesia, en toda su integridad. Y además esta fe se tiene que manifestar en obras de fe. El padrino debe vivir con arreglo a la fe de la Iglesia que profesa. Debe ser un cristiano de costumbres íntegras y virtuosas. Asiduo a los sacramentos de la Iglesia, en especial de la Eucaristía y de la Reconciliación. Un cristiano que su oración esté alimentada de la Palabra de Dios. Que se esfuerce con la gracia de Dios, por vivir una vida coherente con su fe. Alguno le podrá parecer algo difícil de cumplir, que no se encuentran personas así, pues están equivocados, la inmensa mayoría de los cristianos viven de esta manera. Es como debe vivir todo bautizado, son los mínimos de una vida cristiana sana y verdadera. Si un cristiano no vive así es que no vive como un cristiano. Tendrá el nombre pero no el espíritu. Será como el que tiene un título que no ejerce, allí colgado en un cuadro de la pared, pero ajeno a su vida de cada día. La Iglesia no pide nada más que lo ordinario, sencillo y corriente, lo que es un cristiano cualquiera. Un hombre o una mujer que vive su fe, que acude a los sacramentos asiduamente, que ora a Dios, que intenta vivir cada día de cara al Señor, con un deseo constante de conversión. Lo que pasa es que vivimos una profunda tibieza espiritual y lo que es obvio, normal, lo corriente de todo cristiano, lo vemos imposible, para superhombres, para gente "beata", para los "curas o las monjas", pero no para el común de los mortales. Pues estamos muy equivocados y si pensamos así, quizás tendríamos que pedirle luz a Dios para vernos como realmente somos. Si pensamos que un cristiano es el que se ha bautizado, que con asistir a misa en raras ocasiones (bautizos, bodas, funerales...) si acaso, el decir que se tiene fe, y acordarnos de "Santa Bárbara cuando truena" es ser cristiano, estamos muy lejos de la verdad. Y a todo ésto se añade el pensar que somos muy buenos, que como no robamos ni matamos, somos unas excelentes personas, que no tenemos ningún pecado, que somos mejores que muchos de los que vienen a misa, que para ser buenos y creer en Dios no hacen falta todas esas monsergas de los "curas", que ya se yo lo que tengo que hacer y lo que está bien y lo que está mal, y todas esas cosas que tenemos a veces que oír los sacerdotes y tener más paciencia que el santo Job para no pecar contra la caridad. Si piensas así no vives como cristiano. Serás un hombre o una mujer "religioso/a", un buen hombre a lo sumo, como lo son la inmensa mayoría, tendrá tu vida un barniz cristiano, y lo serás porque has nacido aquí, pero no por otra cosa. Guardarás algunas tradiciones religiosas porque se han convertido en tradiciones o fiestas sociales. Te dirigirás en ocasiones a un Dios difuso, sin rostro, a un algo que debe existir, pero indefinido y abstracto. Y seguro que todavía te creerás mejor que muchos de los que te rodean porque verás muchísimos defectos en el prójimo, faltas, debilidades, pecados, pero muy pocos o ninguno en tu propia vida. Y si acudes a la Iglesia en estas condiciones, quizás con esta religiosidad difusa y pobre, viviendo alejado de la práctica de los sacramentos, pues a lo mejor desde la Primera Comunión ni has recibido a Cristo en la Eucaristía ni te has confesado, y estando incluso conviviendo con una mujer o un hombre sin estar casados, y faltándote incluso el sacramento de la Confirmación, te dice el párroco que no puedes ser padrino de este sacramento, de seguro te sublevas, le dices mil cosas, te enfadas, no lo entiendes, despotricas de la Iglesia, de los "curas", los pones a parir, juras que no vas a venir más a la Iglesia, amenazas con irte a otra parroquia, y mil cosas más, te digo con toda caridad de la que soy capaz, tú eres el que estás muy equivocado y pides algo que la Iglesia no te puede dar porque no vives como un cristiano. No puedes ser un ejemplo, ni un testigo de la fe, de tu ahijado. Exiges un derecho pero no estás dispuesto a cumplir con la obligación que conlleva lo que pides. Es como si exigieras poder ejercer de cirujano en una operación a vida o muerte, y ni siquiera tuvieras el título de médico. Te quedastes en estudiante de los primeros cursos de medicina y ahora pides que se te ponga en las manos el bisturí para realizar la incisión en el abdomen del paciente. Una consecuencia del pecado, fruto de la soberbia, es la ceguera y la cerrazón del corazón. Un síntoma de que algo en nuestra alma no funciona bien es que nos alteremos cuando no se nos da lo que queremos, cuando no nos salimos con la nuestra, cuando se nos dice algo que nos pone delante lo que realmente somos. Ser padrino no es un derecho sin más. Todo derecho exige una obligación. Toda función u oficio, exige una preparación y una titulación. Vive como cristiano y podrás ejercer como cristiano en la Iglesia. Pero no pidas aquello para lo que en otros momentos has pasado de ello. Pides lo que no vives. La Iglesia no es un teatro, no podemos simular ante Dios. No puedes decir que al "cura" que más le da. El tiene una responsabilidad de la que dar cuentas a Dios. El hace las veces de padre en la comunidad cristiana, y no puede ejercer ese ministerio nada más que desde la verdad. No le pidas que falsee, tuerza, simule, mire para otro lado, represente una comedia, invente normas, etc... El te expone lo que la Iglesia ha recibido del Señor, la tradición de más de dos mil años de fe cristiana, la doctrina que los Apóstoles nos confiaron y que ellos habían recibido de Cristo, el tesoro de la gracia, la grandeza de los sacramentos que son la verdadera riqueza de la Iglesia, en fin, nos da a Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida. El obispo o el Vicario, hará la señal de la cruz en la frente de tu ahijado y dirá: recibe por esta señal, el don del Espíritu Santo. Es un don, un regalo que Dios concede. No le podemos exigir a Dios nada. ¿Quieres de verás ser padrino? Vive tu fe, reaviva tu esperanza, déjate encontrar por Cristo, conviértete de corazón al Señor, y entonces ven y pon tu mano en el hombro de tu ahijado para junto con él, seguir las huellas profundas y firmes de Jesucristo.

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