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Valentín de Berri Otxoa, Santo |
Obispo y Mártir Dominico
Martirologio Romano: En la ciudad de Hai
Duong, en Tonquín, santos mártires Jerónimo Hermosilla y Valentían Barrio
Ochoa, obispos, y Pedro Almató Ribeira, presbíteros de la Orden
de Predicadores, que fueron decapitados por orden del emperador Tu
Duc (1861).
Etimológicamente: Valentín = Aquel que tiene buena salud
y es vigoroso, es de origen latino.
El 14 de febrero de 1827 nace Valentín en
la villa vizcaína de Elorrio, hijo de Juan Isidro de
Berrio-Otoxa y de Mónica de Arizti y Belar.
Nada extraordinario queda
registrado con respecto a su nacimiento o a sus primeros
años de vida. Es un niño más en un pueblo
vizcaíno de comienzos del siglo XIX: primeros pasos en la
escuela (parece que es un muchacho despierto, inteligente, ávido de
saber), ayuda a su padre en la carpintería, participa de
los juegos de pelota en el frontón, presta servicio de
monaguillo en el convento de las dominicas de Santa Ana,
en Elorrio, y aprende a tocar el txistu y a
bailar el aurresku, como todos los jóvenes de su época.
Su
tarea de monaguillo le pone en contacto con la Orden,
y a través del capellán de aquel monasterio conoce las
historias de los misioneros en tierras lejanas. Con tal motivo
muestra por primera vez su interés por ser fraile dominico.
Valentín pasa su adolescencia en su casa ayudando a su
padre a sacar adelante a la familia contribuyendo con su
trabajo en la carpintería.
A los 15 años le dice a
su padre que quiere ser sacerdote. La economía familiar no
está para alegrías y debe quedarse: se le necesita en
la carpintería. Así pasan tres años. En otoño de 1845
ingresa por fin en el seminario de Logroño donde recibe
su primera formación en filosofía y teología. A los cinco
años, su padre le reclama: no puede seguir costeando sus
estudios en el seminario.
En 1850 el curso en el seminario
comienza con Valentín en su casa. Sus formadores y profesores
no están conformes. No pueden dejar perder un buen alumno
y un buen sacerdote sólo por motivos económicos.
Así que Valentín
regresa, y en poco tiempo recibe los ministerios y la
posibilidad de costearse sus estudios con su trabajo. En 1851
es ordenado sacerdote.
Durante dos años desempeña tareas apostólicas tanto en
el seminario, como director espiritual, como en varias parroquias de
la ciudad.
Su carácter jovial y su entrega a los demás
comienza a ser apreciada y valorada entre sus feligreses.
Sigue dándole
vueltas a la idea de ser fraile dominico. Tras unos
ejercicios espirituales y después de mucho pensar, Valentín marcha en
1853 al noviciado de Ocaña, único convento dominicano que podía
recibir novicios en aquellos años. No le cuenta nada a
sus padres hasta haber entrado en la Orden.
Tras un año
de noviciado pasará dos años mas en Ocaña estudiando, predicando,
orando, haciendo suyo el estilo de vida de los dominicos
y preparándose para la labor misional.
En 1856 parte para Sevilla
con otros 8 dominicos. Desde allí se dirigirán a Cádiz
para embarcar hacia Manila, donde llegarán en junio de 1857.
Allí permanece seis meses estudiando el idioma anamita para ir
a predicar a Tonkin, el actual Vietnam.
El viaje que le
llevaría a su destino se alargó durante tres meses. Eran
tiempos de persecución en los que el pillaje, la destrucción
de Iglesias y el apresamiento, tortura y asesinato de frailes
y catequistas se intensificaba. Valentín se encuentra con Melchor García
Sampedro y con Jerónimo Hermosilla, ambos dominicos y obispos. La
vida de los misioneros es dura: miedo, clandestinidad, huída constante,
austeridad.
Escribe cartas a su madre para contarles lo que
pasa, siempre suavizándolo para que no se preocupen demasiado. Se
está, se están jugando la vida. El obispo Sampedro le
elige como su sucesor. Valentín acepta a regañadientes. No podía
negarse, la disponibilidad era una de las características más propias
de su carácter. Pero...ser obispo significaba en esas circunstancias convertirse
en continuador de los apóstoles, predicador y testigo del Evangelio
en tiempos inclementes, despiadados, animador de comunidades perseguidas, de cristianos
que con la fe se jugaban la vida.
Tres años
duró su ministerio. Años de huídas, hambre, disfraces, noticias de
muertes y apresamientos, redacción de cartas e informes dando cuenta
de tanto dolor, de tanta miseria, también de tanta esperanza
recia y probada. Valentín es un relator fiel de lo
que sucede.
Sus cartas son un testimonio de primera mano y
rico en detalles sobre la violencia padecida por las comunidades
y los frailes que las atienden. Él también es denunciado
y apresado con Hermosilla, un catequista y otro dominico de
origen catalán.
El ritual es conocido: interrogatorio, tortura, invitación a la
delación, renuncia a la fe. También el resultado: condena a
muerte por decapitación. La sentencia se cumple el 1 de
noviembre de 1861. Valentín tenía 34 años.
El resto fue
fácil. La noticia del martirio corrió con rapidez. Se solicitó
el traslado de los restos del mártir a Elorrio, a
donde llegaron en 1886, para ser enterrados en la parroquia
de esa localidad.
Nada extraordinario hay en toda esta historia. Ningún
hecho espectacular jalona esta vida, de por sí toda ella,
en su conjunto extraordinaria. Extraordinaria por su sencillez, por la
hondura de sus convicciones, por el arraigo de su fe,
por la nobleza y rectitud de su carácter. Pero sobre
todo, y este es quizá uno de sus rasgos más
notables de su semblanza, por lo profundo e irrenunciable de
su compasión: “se me saltan las lágrimas cuando veo a
un hombre sufrir”.
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