miércoles, 7 de noviembre de 2012

Rezar


La oración nos hace felices, porque nos une a Dios, que es el Ser infinitamente feliz en sí mismo, que nos transmite su felicidad cuando nos comunicamos con Él a través de la oración.
Por eso si queremos ser felices en este mundo, tenemos que rezar. Si queremos ser más felices todavía, tenemos que rezar mucho más, porque por medio de la oración recibimos innumerables gracias y, sobre todo, la alegría espiritual y el consuelo.
Habrá momentos difíciles y tristes que, por ser viadores en este mundo, tendremos que pasar necesariamente. ¡Pero cuánto nos consolará el rezar a Dios y a la Virgen, el rogar a los Ángeles y Santos, el implorar a las Benditas Almas del Purgatorio! Porque todos los hombres formamos un solo cuerpo, y la Iglesia es la Comunión de los Santos, y la gracia y los tesoros de Dios circulan por todo ese cuerpo, y para merecer esos dones, sólo tenemos que abrir la boca para rezar y recibir regalos inimaginables, porque Dios es infinitamente rico, y quien reza mucho se hace también rico, a veces también en lo material, si no es obstáculo a la propia salvación.
La oración nos da paz y nos obtiene de Dios los auxilios oportunos no sólo para nosotros mismos, sino también para aquellos que amamos tanto, y que hacen nuestra felicidad. Pero cuando los vemos enfermos o sufrientes, no hay mejor remedio para ellos que nuestra oración.
No dejemos nunca de rezar, porque siempre será cierto aquello que dijo San Alfonso María de Ligorio: "El que reza se salva, y el que no reza se condena". Y si rezamos, tenemos esperanza de Cielo, y el pensar en el Cielo que nos espera después de la prueba de la vida, ya nos da alegría en este mundo para sobrellevar las penas y trabajos que hay en toda existencia humana.
Recemos y seremos felices. Cuanto más recemos, tanto más felices seremos.

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