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Margarita María López de Maturana, Beata |
Fundadora del Instituto de Mercedarias Misioneras
Nació en Bilbao (España) el 25
de julio de 1884. Fue bautizada con el nombre de
Pilar. Mantuvo toda la vida una relación afectiva y espiritual
muy intensa con su hermana gemela Leonor.
Siendo adolescente, su
madre, intentando alejarla de una amistad prematura con un joven
marino, decidió llevarla al colegio internado de las religiosas Mercedarias
en Bérriz. Allí sintió la llamada de Dios a una
consagración total como religiosa misionera.
A los 19 años, el
10 de agosto de 1903 ingresó en la Congregación, tomando
el nombre de Margarita María. Pocos días antes su hermana
Leonor había ingresado en el noviciado de las Carmelitas de
la Caridad, de Vitoria (murió misionera en Argentina, y su
causa de beatificación está incoada).
Desde el primer momento se
entregó a Dios con una fidelidad total en su vida
de monja de clausura.
En 1906 comenzó a trabajar en
el colegio, donde estuvo más de veinte años. Son dos
las principales características que la distinguen: su afición a
la oración y su caridad exquisita. En ellas su vocación
mercedaria, de redención de cautivos, se fue ampliando y actualizando.
Es en esa vida de oración constante, fiel, en su
intimidad con el Señor, donde su caridad, su vocación mercedaria
de redención de cautivos se fue ampliando y alcanzando nuevos
y más amplios horizontes. Fue ahondando en el deseo de
hacer llegar al mundo entero la dicha que ella gozaba
en la comunicación con Dios y el amor a Jesucristo
que sentía crecer más y más en su interior. El
5 de mayo de 1912 escribía: "Yo no deseo
más que darle a conocer a los que me ha
encomendado, que es el mundo entero".
Desde entonces sus ansias
de llegar a abarcar el mundo entero se fueron dilatando,
primero en la oración y luego en su trabajo con
las alumnas del colegio anexo al monasterio. Compartió sus inquietudes
con la comendadora del monasterio, María Nieves Urízar y entusiasmó
con ellas a la comunidad entera.
En el año 1913
comenta que le gusta pedir por los misioneros. Poco a
poco, por diversas circunstancias, fue conociendo a algunos y mantuvo
con ellos una comunicación frecuente. Estas cartas, cargadas con abundantes
experiencias misioneras, fueron sembrando en su tierra, bien abonada, una
semilla que fructificó en realidades insospechadas en aquel entonces convento
de clausura.
Eran los años del despertar misionero en España.
En el colegio inició, en el año 1920, una asociación
"Juventud Mercedaria Misionera de Bérriz" y a través de ella
formó en el espíritu misionero a varias generaciones de jóvenes
que, como religiosas o como esposas, supieron vivir el ideal
misionero allí donde Dios las iba llamando.
Todo este movimiento
misional no podía quedar encerrado en el interior de un
monasterio de clausura. La respuesta a los signos de los
tiempos pedía algo más. El Espíritu inspiraba con fuerza y
las monjas, impulsadas por él, abrieron las rejas del convento
y se dispersaron en el lejano Oriente. China, las islas
de Oceanía (Saipán y Ponapé) y Japón, supieron de su
audacia misionera. Eran fundaciones vinculadas a la casa madre y
en las que el fuego misionero iba creciendo más y
más, con el contacto, preocupación y ayuda a aquellas primeras
misioneras.
Margarita María, elegida comendadora del convento, acompañó personalmente, en
1928, a la tercera expedición, para ver de cerca las
misiones y hacerse cargo de las exigencias apostólicas de la
nueva vida misionera, con la mirada puesta en transformar el
convento en instituto misionero. Tal transformación tuvo lugar en 1930,
por petición de las 94 monjas, petición sellada con un
sí unánime en votación secreta, como lo pedía Roma.
Este
fue el gran anhelo de Margarita María: la formación
del instituto de Mercedarias Misioneras de Bérriz, que pudiera llevar
la buena nueva de la Redención y liberación hasta el
fin del mundo, viviendo el cuarto voto redentor de permanecer
en la misión cuando hubiere peligro de perder la vida.
Y a este instituto dejó en herencia una rica espiritualidad,
que alcanzó su cumbre en los últimos años de su
vida, en una experiencia contemplativa y gozosa de Cristo redentor.
"El conocimiento de Jesucristo me absorbe y llena de gozo.
Todo parece que contribuye, de un tiempo a esta parte,
a esclarecer el misterio de la redención con todas sus
derivaciones para mi alma y la Iglesia. Y es un
gozo nuevo, cumplido, profundo, que me hace sentirme como radicada
en una verdad profunda que da estabilidad a todo mi
ser... Todo tiende alegremente a afirmarse en Dios Padre amorosísimo,
que por su voluntad libérrima nos envía a su Hijo
a redimirnos y a hacernos, por él, hijos suyos adoptivos..."
(diciembre de 1933).
Murió el 23 de julio de 1934,
dos días antes de cumplir 50 años. El 16 de
marzo de 1987, Su Santidad el Papa Juan Pablo II
firmó la declaración de sus virtudes heroicas y la proclamó
venerable.
Fue beatificada el 22 de octubre de 2006.
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