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Felipe Evans, Santo |
Sacerdote y Mártir
Martirologio Romano: En Cardiff, ciudad de Gales, santos
Felipe Evans, de la Compañía de Jesús, y Juan Lloyd,
presbíteros y mártires, que, siendo rey Carlos II, fueron ahorcados
al descubrirse que ejercían el sacerdocio en su patria (1679).
Etimológicamente:
Felipe = Aquel que es amigo de los caballos, es
de origen griego. Felipe nace
el año 1645, en Monmouthshire, Gales. Cerca de la parroquia
de Abergavenny, se encuentra la casa paterna. Sus padres,
que han permanecido como buenos católicos, lo envían al continente,
cuando tiene quince años, para recibir su educación en el
Colegio Inglés de la Compañía de Jesús ubicado en la
ciudad de Saint Omer, en Flandes.
En la Compañía de Jesús
Terminados
los estudios de filosofía, hace discernimiento vocacional e ingresa en
la Compañía a la edad de 20 años. Es ordenado
de sacerdote en 1675.
Se conserva un informe de su
vida, escrito por su Provincial: "Tiene una disposición maravillosamente franca
y un comportamiento simpático, sin nubarrones. Su frente est
siempre libre de arrugas".
De regreso a Gales
Tan pronto como completa
la formación, los superiores lo destinan a la patria. Queda
asignado al pequeño Colegio de Cwm.
Muy pronto empieza a
ser conocido por su extraordinario celo apostólico. Dice regularmente la
misa y predica, a los numerosos grupos católicos, en la
mansión de Thomas Gunter, ubicada en la calle de la
Santa Cruz, una de las principales de Abergavenny. Más de
un centenar de personas se agrupa, cada domingo y día
festivo, en la capilla adornada en el frontis con el
IHS de los jesuitas. La iglesia está en el amplio
jardín y, en la casa, hay un lugar secreto que
puede ocultar al sacerdote.
Felipe también frecuenta, dos millas al norte
de Abergavenny, la casa de campo de Charles Proger, quien
hábilmente combina su cargo de juez de paz con su
calidad de católico. Allí acuden también algunos cientos de personas.
Igualmente, recorre el valle de Glamorgan en la zona oeste
de Gales, y dice misa en Sker House, propiedad de
Christopher Turberville, quien con gran valentía lo protege.
Cuando estalla, en
1678, la tormenta provocada por Titus Oates, el juez de
paz de Llanvihangel Court, John Arnold, ofrece una recompensa de
200 libras esterlinas por la captura de Felipe.
Los amigos avisan
a Felipe y lo tratan de convencer para que salga
de Gales, por lo menos hasta que pase la tormenta.
Pero él no acepta dejar el lugar donde lo ha
colocado la obediencia. Christopher Turberville tiene el valor de ocultarlo
en Sker House, su casa.
El 2 de diciembre de 1678,
Felipe es detenido por William Bassett y un grupo de
hombres armados. La traición, por parte de un pariente protestante
del dueño de casa, parece ser cierta.
Felipe y su anfitrión
son llevados a la cárcel de Dunraven Castle. Allí Richard
Lougher, el juez de paz, ofrece una fianza por Felipe,
la que es rechazada por William Bassett. Con escolta armada,
es conducido a Cardiff.
Durante la noche, se detiene la comitiva
en Cowbridge. Esta vez, es Sir Edward Stradling quien ofrece
una fianza a Felipe con la condición de que preste
el juramento prescrito en las Actas de Supremacía y de
Fidelidad. Él agradece al magistrado su atención, pero manifiesta que
rechaza el ofrecimiento porque no puede ir contra la propia
conciencia.
En la prisión de Cardiff, Felipe es confinado en un
calabozo sin luz y sin ventilación, ubicado en los subterráneos
de la Torre negra. Pasa veinte días en estricto
aislamiento, hasta que el gobernador accede a que Felipe pueda
compartir una celda con otro sacerdote. Este es John Lloyd,
diocesano y buen amigo de Felipe, quien sufre prisión por
la misma causa. John ha sido formado en el Colegio
jesuita inglés de Valladolid y, por lo tanto, tienen muchas
cosas en común. Juntos ocupan, ahora, una celda amplia en
el primer piso de la Torre con una pequeña ventana
ubicada en lo alto.
Felipe y John son mantenidos prisioneros durante
cinco meses, mientras las autoridades buscan testigos adecuados, que los
acusen de haberlos visto actuar como sacerdotes.
Los testigos y el
juicio
El primero de los testigos católicos que encuentran rechaza vehementemente
prestarse a sus propósitos. Por ello es golpeado con tal
violencia, que una de sus costillas se rompe y muere
en la tortura. Varios otros, que rechazan, son azotados. Al
fin, convencen, con una recompensa de doscientas libras a cada
una, a la anciana Margaret John Lewis y a su
hija Mary Lewis, ambas antiguas católicas. Otros cinco testigos, por
cien libras, son encontrados para atestiguar contra John Lloyd.
El proceso
queda fijado para el día 9 de mayo. Ambos prisioneros
son acusados de ser sacerdotes y jesuitas, lo cual los
hace jurídicamente traidores y no merecedores de un veredicto de
inocencia. Nada dicen acerca de complicidad en el complot fraguado
por Oates.
Las dos mujeres declaran contra Felipe. Afirman que ellas
han asistido a las misas celebradas por el P. Evans
y que han recibido la comunión de sus manos. A
estos cargos, Felipe no responde, porque sabe que dicen la
verdad. Mayne Trott, contratado también por Bassett, pretende envolverlo
en el complot de Titus Oates, pues jura que a
los pocos días de manifestado ese complot, Felipe habría dicho:
"Si ustedes temen a las leyes penales actúan tontamente, porque
les aseguro que dentro de poco no habrá en Inglaterra
otra religión que la católica".
Con ello, Felipe estaría anunciando que
el duque de York, católico, hermano y heredero del rey,
iba a restablecer en su reinado al catolicismo como a
única religión de Inglaterra. Felipe, solemnemente, niega estos cargos, a
lo cual el Juez accede retirarlos. El Juez, que
es un hombre amable, invita a Felipe para que rechace
los primeros testimonios. Pero Felipe no puede hacerlo y nuevamente
guarda silencio.
Entonces el Juez se dirige al jurado: "Señores, si
Uds. creen que estas mujeres han dicho la verdad, es
un deber pronunciar el veredicto de que es culpable".
Richard Bassett, que es miembro del jurado, hace castañetear sus
dedos y en voz alta dice: "Deje Ud. este asunto
a nosotros. Le aseguro, por Dios, que lo declararemos culpable".
El
veredicto del jurado es unánime: culpable. Al escuchar Felipe
esa condena a muerte, inclina la cabeza. Agradece al Juez,
después al jurado, y muy especialmente a Richard Bassett.
Los testigos
contra John Lloyd no se presentan. Las evidencias de su
sacerdocio las presentan: Samuel Hancorne, Benjamin Browne, la misma Margaret
Lewis y John Nicholls. El jurado también declara culpable al
sacerdote John Lloyd.
En la antesala de la muerte
De regreso a
la Torre del Castillo, ambos son encadenados. Felipe pide al
alcaide permiso para hacer traer su arpa. Con las cadenas
en los pies, toca, canta y hace cantar a muchos
en la prisión. La ejecución es diferida casi tres
meses. Hay rumores de una posible liberación. Debido a ello,
Felipe y John empiezan a ser tratados con mayor atención.
Les quitan las cadenas, les permiten salir de la celda
y aun jugar tenis en el patio.
El 21 de
julio, repentinamente, mientras Felipe juega un partido de tenis, es
informado por el alcaide que su muerte ha sido fijada
para el día siguiente en la mañana. Continuó jugando
hasta terminar el partido. Después se mostró feliz.
Más tarde Felipe
y John son nuevamente encadenados. Con mucha paz, dedica las
horas a tocar el arpa, a cantar y a conversar
alegremente con las numerosas personas que vienen a despedirse. Después
a solas, con su amigo John, rezan un largo rato.
Hacia
el patíbulo
El 22 de julio de 1679, alrededor de las
nueve de la mañana, Felipe y John son subidos a
una carreta en dirección a Gallows Field, el lugar del
suplicio. Ambos van con los brazos atados a la espalda.
Muy temprano, ambos han recitado al breviario.
Cardiff era una ciudad
pequeña en ese entonces. La comitiva tomó la calle principal,
hasta Gallows Field. No sabemos, con exactitud, qué actitud tomaron
las personas que siguieron el cortejo. Sin duda, unos eran
amigos, otros son hostiles.
Cuando llegan al lugar donde están las
horcas, los dos las saludan con las palabras de San
Andrés apóstol: "Salve, cruz santa, tanto tiempo deseada". Se ponen
de rodillas y besan el cadalso. Se levantan y
preguntan al capitán Thomas Gibbon cuál de los dos deber
morir primero. Este dice: "Felipe Evans". Felipe abraza a
su amigo y sube al patíbulo.
De pie, junto al cadalso,
Felipe dice sus últimas palabras:
"Sin duda éste es el mejor
púlpito que un hombre puede tener para decir un sermón.
En verdad, solamente puedo decir de nuevo que muero por
Dios y por la religión. Me siento muy feliz. Si
tuviera muchas vidas, las daría todas, libremente, por esta buena
causa.
Si yo pudiera vivir, eso sería por poco tiempo,
aunque soy joven. Soy dichoso porque puedo adquirir con un
sufrimiento breve una vida eterna. Yo agradezco a los que
han sido amables conmigo, en especial a usted, capitán.
Adiós,
querido amigo John. Será por muy poco tiempo, porque, en
breve, estaremos nuevamente juntos. Rueguen por mí, todos. Yo les
devolveré estas oraciones, con el favor de Dios, desde el
cielo. Si ustedes que me ven así morir libremente por
mi religión, tienen un buen pensamiento sobre mi muerte, yo
me sentiré feliz".
Después, reza por el rey y termina pidiendo
a los católicos presentes que se unan a su oración.
Los amigos que están cerca se ponen de rodillas.
Al llegar
a la horca, Felipe se dirige a John: "Padre Lloyd,
cumpla lo que Ud. ha prometido". No podemos saber
el significado estricto de esta frase. Tal vez es una
exhortación a tener valor, tal vez es un recuerdo, porque
ha pedido recibir la absolución.
Después, hace una pausa. Felipe se
concentra un momento, y dice con voz clara y cariñosa:
"Señor, en tus manos encomiendo mi alma". Unos segundos
después, su cuerpo queda suspendido en la horca.
John, con lágrimas
en los ojos, contempla la ejecución de Felipe. Le da
la absolución y mira, con veneración, cuando es descuartizado. Felipe
tiene apenas 34 años.
San Felipe Evans es canonizado por el
papa Pablo VI, el día 25 de octubre de 1970,
conjuntamente con San Edmundo Campion y otros ocho mártires jesuitas
ingleses. También el mismo día el Papa canoniza al amigo
de San Felipe Evans: John Lloyd.
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