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Alejo, Santo |
Mendigo
Martirologio Romano: En Roma, en la basílica situada en el
monte Aventino, se celebra con el nombre de Alejo a
un hombre de Dios que, como cuenta la tradición, dejó
su opulenta casa para vivir como un pobre mendigo pidiendo
limosna (s. IV).
Etimologicamente: Alejo = Aquel que es el defensor,
es de origen griego.
"El hombre de Dios" de Edesa, Siria.
A
finales del siglo IV, vivía en Edesa, Siria, un mendigo
a quien el pueblo veneraba como un santo. Después de
su muerte, un anónimo escribió su biografía. Como ignoraba el
nombre del mendigo, le llamó simplemente "el hombre de Dios".
Según ese documento, el hombre de Dios vivió en la
época del obispo Rábula, quien murió el año 436. El
mendigo compartía con otros pobres la limosna que recogía a
las puertas de las iglesias.
La leyenda
San Alejo es
hijo de un senador romano. A la edad de veinte
años comprendió que su vida rodeada de riquezas era un
peligro para su alma. Para servir a Dios en la
mayor humildad, se fue de Roma a Edesa disfrazado de
mendigo. En Siria vivió por 17 años dedicado a la
oración y a la penitencia. Mendigaba para vivir y para
ayudar a otros. Cuando se descubrió que era hijo de
una familia rica de Roma, Alejo temió que le rindieran
honores y regresó a Roma, a casa de su padre
donde vivió por años de incógnito, como un criado, durmiendo
debajo de una escalera. Todo lo aceptaba con humildad y
lo ofrecía por los pecadores. Ya moribundo, reveló a
sus padres que era su hijo y que había escogido
vivir aquella vida por penitencia. Los dos ancianos lo abrazaron
llorando y lo ayudaron a bien morir. Cuando el obispo
se enteró del caso, mandó exhumar el cadáver, pero no
se encontraron más que los andrajos del hombre de Dios
y ningún cadáver. La fama del suceso se extendió rápidamente.
Antes del siglo IX, se había dado en Grecia al
hombre de Dios, el nombre de Alejo y San José
el Hinmógrafo (833) dejó escrita en un "kanon" la leyenda,
adornada naturalmente con numerosos detalles. Aunque se tributaba ya cierto
culto al santo en España, la devoción a San Alejo
se popularizó en occidente gracias a la actividad de un
obispo de Damasco, Sergio, desterrado a Roma a fines del
siglo X. Dicho obispo estableció en la iglesia de San
Bonifacio del Aventino un monasterio de monjes griegos, y nombró
a San Alejo co-patrono de la iglesia.
Se cuenta que
en el siglo XII la leyenda de San Alejo ejerció
profunda influencia sobre el hereje Pedro Waldo.
En el siglo XV,
los Hermanos de San Alejo le eligieron por patrono y,
en 1817, la congregación de los Sagrados Corazones de Jesús
y de María le nombró patrono secundario. También en el
oriente le profesa el pueblo gran devoción y aun le
llama "el hombre de Dios."
En 1217 se encontraron unas
reliquias en la iglesia de San Bonifacio, Roma, pero ningún
martirologio antiguo y ningún libro litúrgico romano menciona el nombre
de San Alejo, el cual, según parece, era desconocido en
la Ciudad Eterna hasta el año 972.
ORACIÓN ¡Oh gloria de la
nobleza romana y verdadero amador de la pobreza e ignominia de Cristo!
¡Oh Alejo bendito! que en la flor de tu juventud,
por obedecer a la inspiración del Señor, dejaste a tu
esposa y saliste como otro Abraham de la casa de tus
padres, y habiendo repartido lo que llevabas con los pobres,
viviste como pobre y mendigo tantos años desconocido y menospreciado
entre los hombres. Tú fuiste muy regalado y favorecido de
la Virgen María nuestra Reina y señora, y huyendo de
las alabanzas de los hombres, volviste por instinto de Dios
a la casa de tus padres que por su voluntad
habías dejado, para darnos ejemplo de humildad, de paciencia, de
sufrimiento y constancia, y para triunfar de tí y del
mundo con un género de victoria tan nuevo y tan
glorioso.
Pues, ¡oh santo bienaventurado! rico y pobre, noble y humilde,
casado y puro, llorado de tus padres, denostado de tus
criados, desestimado de los hombres y honrado de los ángeles,
abatido en el suelo y sublimado en el cielo, yo
te suplico, Alejo dulcísimo, que por tus merecimientos y oraciones
yo alcance del Señor la virtud de la perfecta castidad,
de obediencia, de menosprecio de todas las cosas transitorias, y
gracia para vivir como hombre peregrino de su patria, y
desconocido y muerto al mundo. Amén.
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