miércoles, 4 de abril de 2012

Viernes Santo. Consideraciones sobre la cruz.

Padre nuestro.


No despreciemos la cruz que el Señor nos ha regalado.

Indudablemente, la Semana Santa ha perdido protagonismo entre los católicos. Muchos de nuestros hermanos de fe aprovechan los días de la semana más intensa a nivel cultual de todo el año eclesiástico para vivir las vacaciones previas al verano, de manera que incluso dejan de celebrar la Eucaristía, argumentando que quieren cambiar totalmente su rutina ordinaria cuando viven periodos de descanso, con el fin de iniciar sus actividades rutinarias posteriormente con fuerzas renovadas. Naturalmente, no me olvido de que todos podemos hacer en cada momento de nuestra vida lo que creamos más conveniente, pues por eso vivimos en países de tradición cristiana aconfesionales, en los que nadie nos va a reprochar que nos alejemos de nuestro Padre común.

Una de las razones por las que nuestra fe se debilita en el mundo es el empeño que tenemos en abrazarnos a la cruz, considerando que la misma es útil en conformidad con nuestro crecimiento espiritual. Sabéis que muchos cristianos no católicos nos critican incesantemente por causa de nuestro apego a la cruz, haciéndole entender al mundo que somos masoquistas, que nos gusta sufrir por sufrir.

Aunque desde que éramos niños aprendimos a desear ser felices, sucede en nuestro medio que hay gente que sufre por diversos motivos. Frente a la búsqueda del placer que vivimos, nos encontramos con gente a la que no le falta riquezas que se siente desgraciada. Comprendemos perfectamente que los enfermos sufran porque no quieren vivir en su estado actual, que se lamenten aquellos que han visto fallecer a sus seres queridos, que se desesperen y entristezcan los que han perdido el empleo y ven cómo sus hijos pasan hambre... A muchos de nuestros hermanos les es sumamente difícil comprender la soledad de muchos millonarios de los que piensan que, por el hecho de tener dinero, no deberían sufrir, -a no ser que se dé el caso de que contraigan alguna enfermedad-, por ninguna causa, de los que no piensan que su infelicidad se debe a que, al haber procurado únicamente obtener riquezas a lo largo de su vida, sufren la comprensible soledad de quienes no se sienten amados, por consiguiente, el amor verdadero no se puede comprar con todo el oro del mundo.

Nuestro apego a la cruz choca frontalmente con la creencia de que, dado que no somos capaces de solventar la mayoría de nuestros problemas, ni de resucitar a nuestros familiares y amigos queridos que han muerto, lo mejor que podemos hacer, es evitar pensar en las causas por las que sufrimos, e intentar divertirnos todo lo que podamos, pues, cuando perdamos la vida, lo que hayamos disfrutado, será el mayor tesoro con que nos encontraremos antes de expirar. Es correcto el hecho de que pensemos en disfrutar al máximo porque alguien dijo que "un santo triste es un triste santo", pero no sirve de nada el hecho de evitar pensar en las causas que nos entristecen, pues nuestro Padre común quiere que solucionemos los problemas que tenemos, en conformidad con las posibilidades que tenemos para alcanzar tal fin.

Por parte de muchos cristianos no católicos, se nos critica incesantemente porque utilizamos la cruz de nuestro Señor Jesucristo como mero adorno, así pues, los tales nos preguntan: "Si asesinaran a vuestros hijos con una espada, ¿os haríais una réplica de ese instrumento mortal y os la colgaríais al cuello?". Aunque las imágenes de la cruz de Cristo deberían recordarnos que la misma significa que de la misma manera que Jesús padeció y posteriormente resucitó, nosotros seremos plenamente felices cuando Dios concluya plenamente la instauración de su Reino entre nosotros y nos libre de las miserias por las que sufrimos, lo cierto es que la cruz de nuestro Señor ya no nos impresiona, sino que nos recuerda que se acerca la Semana Santa, hecho que significa que al fin vamos a tener la oportunidad de divertirnos un poco.

¿Cómo podemos explicarles a nuestros prójimos los hombres que el olvido de la cruz que nos caracteriza es la causa que nos hace vivir un gran vacío interior, independientemente de que pensemos en el mismo o lo ignoremos con tal de evitar buscar las respuestas que creemos que jamás encontraremos?

¿Cómo es posible que se nos esté olvidando que para conseguir crecer en cualquier aspecto vital tenemos que esforzarnos para no caer aplastados por el peso de nuestra cruz?

La negación a reconocer lo positivo que es el hecho de llevar una cruz nos hace caminar como auténticos ciegos espirituales por el mundo.

-Muchos de nuestros jóvenes no tienen paciencia para culminar sus estudios, porque no tienen la esperanza de encontrar un trabajo que según ellos les demuestre que el hecho de estudiar les ha sido útil. ¿Por qué no saben quienes tienen este problema que la formación siempre abre puertas en la vida, y que para adquirir la misma hay que llevar la cruz vital con dignidad, valentía y optimismo?

-Cada día son más los ancianos que se quejan porque están solos. Ellos comprenden que sus familiares tienen que trabajar y estudiar, los unos para obtener el dinero que necesitan, y los otros para labrarse el futuro, de manera que, al rechazar su cruz, -por negarse a soportar el peso de la misma-, se han olvidado de que Dios nunca abandona a sus hijos, lo cual no significa que no deje que los mismos sufran un poco, con el fin de que se sientan motivados a crecer espiritualmente.

-Muchos trabajadores no soportan a sus compañeros, pues los tales, con el fin de que pierdan su trabajo, -bien para escalar un puesto mejor remunerado, o simplemente por hacerles sufrir-, les someten a pruebas muy difíciles. Muchas veces olvidamos que debemos llevar nuestras cruces unidos a quienes nos rodean, pues la evitación del aislamiento que nos caracteriza suavizaría el peso de los instrumentos purificadores a través de los que esperamos que Dios concluya nuestra santificación.

El mismo Jesús nos dio a entender que en la vida no se consigue nada sin esfuerzo, cuando dijo:

"Os aseguro que si un grano de trigo no cae en tierra y muere, seguirá siendo un único grano. Pero, si muere, producirá fruto abundante" (JN. 12, 24).

-Como somos "hijos de nuestra mentalidad moderna", tenemos miedo a servir a gente de la que no tenemos garantía de que algún día corresponderá generosamente a nuestra entrega, así pues, por no aceptar el peso de nuestra cruz, nos hemos dejado arrastrar por el precio que más o menos conscientemente le hemos atribuido a nuestra capacidad de hacer el bien, un precio basado en un orgullo rico en posibilidades de aislarnos definitivamente de nuestros hermanos los hombres.

-Como no tenemos la garantía de que el trabajo que desempeñamos actualmente nos va a durar algún tiempo, podemos tener la tentación de no hacer rendir al cien por ciento las posibilidades que tenemos de realizar el mismo adecuadamente, así pues, nuestro deseo de sentirnos asegurados, puede lograr que nos cesen de nuestra actividad laboral aún más pronto de lo que esperamos que ello nos suceda. Recordemos que, el beneficio de la duda, -consistente en el desarrollo de la paciencia y en la búsqueda de respuestas coherentes-, es más recomendable que la toma y ejecución de decisiones erróneas.

¿Qué significa el hecho de llevar nuestra cruz con dignidad?

-Tenemos que renunciar a nuestro proyecto y acoger el que Dios tiene para nosotros. Recordemos el caso de San José. Nuestro Santo deseaba contraer matrimonio con María cuando le sucedió algo por cuya visión, de no ser por el ángel de su sueño, habría rechazado a su prometida.

"2. El ejemplo de San José.

De la misma forma que Zacarías no creyó el anuncio de su paternidad, pero cuando su hijo fue circuncidado recuperó la voz y su fe, San José no podía concebir la idea de que su prometida le había sido infiel, no obstante, recordemos con el mayor número de detalles posible esta historia.

"Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María" (LC. 1, 26-27).

"La generación (Nacimiento) de Jesucristo fue de esta manera: Su Madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (MT. 1, 18).

Según la Ley de los judíos, la primera parte de la celebración del matrimonio de José y María -la cuál era la celebración del contrato legal de su compromiso-, se había llevado a cabo, así pues, ambos estaban esperando que concluyera el año que según la Ley debía transcurrir para que se comprometieran a amarse y respetarse ante Dios en la celebración religiosa que concluía los requerimientos legales para que ambos pudieran convivir juntos al fin. Dado que todos los judíos -con la excepción de los esenios- no valoraban la virginidad, en la práctica, la gran mayoría de las parejas que se comprometían ante los hombres a amarse y respetarse mantenían relaciones sexuales, pues ello era visto como un hecho que en absoluto contradecía la Ley de Dios y de Israel.

En el caso que nos ocupa, sabemos que Jesús no es descendiente de José, sino que nuestro Señor es Dios, pues, San Pablo, un gran conocedor del Antiguo Testamento, debió enseñarle a su discípulo, el Evangelista San Lucas, el siguiente pasaje de Isaías:

"Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel (Dios con nosotros)" (IS. 7, 14).

San José sufrió mucho cuando supo que su prometida estaba en estado de gestación, y que, el Hijo que ella esperaba, no era el fruto de la relación que ambos mantenían. Como todos sus hermanos de raza que contraían matrimonio, José esperaba de su prometida que le fuera fiel y obediente, y que también fuera una excelente ama de casa. Sin embargo, el estado actual de María, la cuál, quizá no le fue infiel, pero fue forzada a mantener relaciones sexuales en contra de su voluntad, derrumbó el castillo de sus ilusiones. Dado que José no tomó la decisión de denunciar a su prometida para que la misma fuera apedreada por causa de su supuesta relación de adulterio, suponemos que, el amor que sentía por ella, le impidió pensar que María era prostituta. En una sociedad tan machista como la Palestina, llama la atención el hecho de pensar que José no se dejara arrastrar por los celos, pues, en el libro de los Proverbios, leemos:

"Pero el que hace adulterar a una mujer es un mentecato;

un suicida es el que lo hace;

encontrará golpes y deshonra

y su vergüenza no se borrará.

Porque los celos enfurecen al marido,

y no tendrá piedad el día de la venganza" (PR. 6, 32-34).

¿Cómo podría explicarle María a su prometido que no le había sido infiel, y que su Hijo era el Redentor de Israel?

¿Cómo podría José afrontar el hecho de recordar la circunstancia que frustró su felicidad en cada ocasión que mirara al descendiente de su esposa?

José sufrió la contradicción de tener que elegir una de dos disposiciones legales las cuales en su caso se contradecían, así pues, por una parte, él debía perdonar a María en el caso de que esta le hubiera sido infiel, pues uno de los Mandamientos de la antigua ley de Moisés, dice: No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu

pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahveh" (LV. 19, 18), y, por otra parte, tenía que cumplir este otro precepto: "Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera" (LV. 20, 10).

Cuando siguiendo las indicaciones del ángel que se le apareció en un sueño José decidió aceptar a Jesús como si nuestro Señor fuera su Hijo, el esposo de María Santísima nació de nuevo, superando su crisis de fe, así pues, si sufrimos por causa de nuestros problemas familiares, porque no tenemos trabajo, porque nos flaquea la salud, o por cualquier otro motivo, que nuestro sí a la aceptación de la realización del designio de Dios en nuestra vida, nos ayude a crecer espiritualmente" (Padre nuestro. Víspera de Navidad, año 2009).

Otro ejemplo digno de ser considerado es San Francisco de Asís, un joven que por su posición social se suponía que estaba destinado a vivir sin estrecheces, el cual, al aceptar el proyecto de Dios, y renunciar al proyecto de su padre, acabó sumido en una gran pobreza.

Un último ejemplo a tener en cuenta es San Pablo. Este Santo renunció a la consecución de grandes cantidades de dinero que ampliaran su fortuna personal con tal de hacerse Apóstol del Rey de los reyes.

-Llevar dignamente nuestra cruz, significa renunciar a la posibilidad de no esforzarnos, ora para crecer a los niveles espiritual y material, ora para favorecer a nuestros prójimos los hombres, como si de Dios o de nosotros mismos se tratara.

-Llevar nuestra cruz con dignidad, no significa que nos vamos a conformar sirviendo a nuestro Padre común haciendo pequeñas e insignificantes obras de caridad, sino que nos vamos a entregar al máximo al cumplimiento de la voluntad de nuestro Padre común. Sabemos que las prácticas cuaresmales tienen como fin prepararnos a servir más y mejor a nuestro Padre celestial, haciendo renuncias insignificantes, tales como ver menos la TV. o fumar unos cuantos cigarrillos menos al día, en beneficio de los solitarios en el primer caso, y de los menesterosos en el segundo. Si todos hacemos un pequeño esfuerzo, acabaremos con el aislamiento y la pobreza del mundo.

-Cargaremos dignamente con nuestra cruz, cuando tomemos la decisión de cumplir la voluntad de nuestro Padre celestial, por más que no entendamos lo que Él espera de nosotros, y por más que suframos por causa de la vocación que caracteriza nuestra vida.

-Llevar nuestra cruz con dignidad, significa que no vamos a creer que la misma nos tortura en la incertidumbre y en el dolor de los momentos más angustiosos de nuestra vida, sino que vamos a utilizarla, -es decir, vamos a aprovecharnos de los beneficios espirituales que la misma nos aporta-, para cumplir la voluntad de nuestro Salvador. Atendamos con alegría nuestras obligaciones. Levantémonos todos los días cantando, para que las horas que vamos a vivir estén llenas de felicidad. Recordemos que la contemplación de la cruz no significa que vamos a vivir tristes y cabizbajos, sino que, una vez que encontremos un respiradero en medio de nuestras dificultades, vamos a respirar y gozar el aire fresco que nos entre a través del mismo.

-Llevar nuestra cruz con dignidad, significa soportar con paciencia y entereza las burlas y sufrir las persecuciones de quienes se niegan a comprender que nuestra fe no es fanatismo. No queremos sufrir por sufrir, sino amar por amar, aunque en algunos casos ello sea doloroso.

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