viernes, 20 de abril de 2012

Parejas: Matrimonio o unión de hecho


El matrimonio institucional se convierte en una exigencia intrínseca de la persona humana y del pacto de amor conyugal
Parejas: Matrimonio o unión de hecho
Parejas: Matrimonio o unión de hecho
El valor del matrimonio se encuentra, en la actualidad, oscurecido y amenazado por formas alternativas de convivencia como las “uniones libres”, “uniones de hecho” o el “matrimonio a prueba”.

Las “uniones de hecho” son un fenómeno creciente, que está adquiriendo en estos últimos años un especial relieve en la sociedad.

La expresión “unión de hecho” abarca múltiples realidades humanas, cuyo elemento común es el de ser convivencias, de tipo sexual, que no son matrimonio. Este tipo de convivencia se caracteriza, precisamente, por ignorar, postergar, o aún rechazar el compromiso conyugal (cf. Pontificio Consejo para la familia, Familia, matrimonio y “uniones de hecho”, 26 de julio de 2000).

Comos rasgos descriptivos de las “uniones de hecho” encontramos que dichas convivencias suponen una cohabitación acompañada de relación sexual y de una relativa tendencia a la estabilidad; no comportan deberes ni derechos matrimoniales ni pretenden una duración basada en el vínculo matrimonial. Es común en las “uniones de hecho” la inestabilidad constante debido a la posibilidad de interrupción de la convivencia. Existe un cierto “compromiso de fidelidad” recíproco, por así decirlo, mientras dura tal relación.

Frecuentemente, bajo las razones que pretenden justificar las “uniones de hecho”, existe una mentalidad que valora incorrectamente la sexualidad, que está influida, más o memos, por el pragmatismo y el hedonismo, y por una concepción del amor desligada de la responsabilidad.

Las “uniones de hecho”, sostenidas en el principio de un “amor libre”, se convierten en la alternativa que rehúye el compromiso de estabilidad, las responsabilidades, los derechos y deberes, que el verdadero amor conyugal lleva consigo. En definitiva, las “uniones de hecho” están en contraste con una verdadera y plena donación recíproca, estable y reconocida socialmente (cf. Ibid).

La diferencia esencial entre una mera “unión de hecho” y el matrimonio está en el hecho de que el vínculo del matrimonio, que se asume recíprocamente, favorece el desarrollo y duración del amor en beneficio del cónyuge, de la prole y de la misma sociedad.

La institución matrimonial, a diferencia de las “uniones de hecho”, no es una construcción sociológica casual sino que hunde sus raíces en la correcta relación entre el hombre y la mujer. Así, el matrimonio responde al deseo más profundo del ser humano de amar y ser amado porque la institución matrimonial expresa la realización del amor verdadero en la donación, el compromiso y la entrega total a la persona amada.

El hombre tiene una vocación al amor que le hace auténtica imagen de Dios porque Dios es amor. En el matrimonio, la persona humana alcanza la plenitud y realización de su vocación al amor (cf. Benedicto XVI, Discurso en la ceremonia de apertura de la asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 6 de junio de 2005).

Con el matrimonio se asumen públicamente todas las responsabilidades que nacen del vínculo establecido porque el matrimonio es decir “sí”, o sea “siempre”, a la persona amada, en las buenas y en las malas. Este “sí” constituye el espacio de la fidelidad que garantiza el futuro de la familia.

El venerado Papa Juan Pablo II decía que “el futuro de la humanidad se fragua en la familia” (Familiaris consortio, n.86). La familia posee un valor único e insustituible que se consolida con el vínculo matrimonial. De esta forma, el matrimonio se convierte en una institución social fundamental, en la célula vital y el pilar de la sociedad (cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la asamblea plenaria del Consejo Pontificio para la familia, 13 de mayo de 2006).

Según la visión cristiana, el matrimonio, elevado por Cristo a la dignidad de sacramento, confiere mayor esplendor y profundidad al vínculo conyugal y compromete con mayor fuerza a los esposos que, bendecidos por el Señor, se prometen fidelidad hasta la muerte en el amor abierto a la vida. El matrimonio que pone a Dios en el centro de sus vidas cuenta con el auxilio y la eficacia de la gracia para vencer y saber llevar las dificultades de la vida diaria.

En conclusión, el matrimonio institucional se convierte en una exigencia intrínseca de la persona humana y del pacto de amor conyugal. Además, el matrimonio, como vocación del hombre y de la mujer, está abierto al don de los hijos como fruto del amor. La familia fundada en el matrimonio se convierte en el núcleo donde el ser humano aprende el arte de amar y ser amado.

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