miércoles, 4 de abril de 2012

Los dos pulmones de toda relación con Dios

«La oración nos purifica, la lectura nos instruye. Usemos una y otra, si es posible, porque las dos son cosas buenas. Pero, si no fuera posible, es mejor rezar que leer.

Quien desee estar siempre con Dios, ha de rezar y leer constantemente. Cuando rezamos, hablamos con el mismo Dios; en cambio, cuando leemos, es Dios el que nos habla a nosotros.

Todo progreso procede de la lectura y de la meditación. Con la lectura aprendemos lo que no sabemos, con la meditación conservamos en la memoria lo que hemos aprendido».

(San Isidoro de Sevilla, Libro de las Sentencias, 3, 8)

Lo he decidido: voy a empezar a hacer una dieta. La idea me rondaba desde hace tiempo la mente, pero mi poca voluntad se resistía. Ni los números que aumentaban en la báscula, ni cierta apuesta hecha con uno de mis hermanos parecía alentarme. Pero, por fin, hace unos días he decidido dar el paso. ¿Cuál fue la causa? Unas escaleras. Sí, han leído bien: unas escaleras. Tenía que visitar a una persona que estaba en el tercer piso de un edificio y, cuál no fue mi sorpresa, que al llegar arriba ya me faltaba el aliento. ¡Con sólo tres pisos! No, no puede ser: había que tomar cartas en el asunto.

Fui a ver a una persona para que me ayudara y me aconsejara, de manera que la dieta fuera realmente efectiva y que, después de terminarla, no suba de nuevo todos los kilos en la primera comilona de turno. Tras resumirle mi situación, me aconsejó dos cosas: una moderada y sana alimentación, acompañada de ejercicio físico. Con la unión de estos dos elementos conseguiría, naturalmente, el tan anhelado “estar en forma”.

¡Cuántas veces deseamos que nuestra alma también esté en buena condición! Porque son muchas las veces que intentamos tener una buena relación con Dios y, al poco tiempo de un rato de oración, nos cansamos enseguida. Pero si acudimos a un buen “nutriólogo espiritual” como San Isidoro de Sevilla, nos dará una buena receta para ponernos en forma. El texto de arriba es, justamente, una de las mejores dietas espirituales que he leído hasta el momento: buena alimentación (la lectura de la Biblia y de libros espirituales) junto con el ejercicio (que es la contemplación y meditación con Dios).

Una no puede existir sin la otra. Si nos quedásemos sólo con la lectura espiritual, tomaríamos todo de una forma meramente académica o de curiosidad, como quien lee un libro de historia y se admira de las hazañas de personajes como Julio César, María Antonieta, Cristóbal Colón, etc. Mi lectura no tocaría mi alma profundamente.

Y si nos limitásemos a sólo la meditación, puede pasar que no llegamos a conocer a Aquel con el que hablamos, pues no le tocamos a través de aquel lugar que Él nos dejó con su Palabra. O también es probable que agotemos todos los temas de conversación con Dios, convirtiéndose la meditación en algo rutinario y repetitivo.

En cambio, al leer la Sagrada Escritura vamos conociendo más a Dios, qué quiere, cómo actúa… y, al meditar y contemplar todo esto, podemos dialogar mucho más con Él, poniendo todo nuestro afecto y cariño hacia ese Dios que se me revela.

Lectura y meditación se convierten así en los dos pulmones que nos permiten respirar y caminar con más soltura en nuestra relación con Dios. Transforman nuestro trato con Él en algo siempre nuevo. Ah, y también hay que decirlo, a través de estos dos cauces, será ya muy difícil que se cansen en su oración… y así, no tendrán que hacer una dieta como la que yo estoy empezando ahora mismo para poder subir, con tranquilidad, las escaleras de cualquier edificio.

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