miércoles, 18 de abril de 2012

JUAN PABLO II EN TIERRA SANTA


A las 21,37 horas (hora española) del sábado día 2 de abril de 2005, Juan Pablo II pasó a la Casa del Padre. Se cumplen este jueves, día 3, tres años del fallecimiento de ese gran Pontífice de la Iglesia Católica. Hemos querido conmemorar ese hecho con un reportaje del viaje que el Papa realizó a Tierra Santa en marzo del año 2000, año de Jubileo. En este tiempo de Pascua, tan cercano a los grandes acontecimientos de la Vida, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret, merece la pena hacer este recorrido histórico de Papa Juan Pablo por los Santos Lugares. Agradecemos al padre García Moreno su maestría y esfuerzo al brindarnos la posibilidad de publicar tan importante reportaje.




El recuerdo del gran Pontífice Juan Pablo II revive en estos días de la primavera recién estrenada, florecen sus palabras y sus gestos iluminan y caldean de nuevo a nuestro oscuro y frío mundo. En su memoria presento este reportaje de su viaje a Israel, a Palestina, al País de Jesús.

La atracción de Tierra Santa se funda en haber sido el escenario de los orígenes del cristianismo. También el Papa Juan Pablo II sentía esta atracción de modo particularmente intenso. Juan de Ávila comenta, refiriéndose a al entorno existencial de Jesucristo, que “todas estas son cosas santas por haberlas Cristo tocado; y de lejanas tierras van a las ver, y derraman de devoción muchas lágrimas, y mudan sus vidas movidos por la gran santidad de aquellos lugares”. En esa línea el Card. Ratzinger, hoy Benedicto XVI, al comentar Jn 1, 14 dice: “...‘Dios es carne’, esta unión inseparable de Dios con su creación constituye el centro de la vida cristiana. Si se admite esto, es entonces comprensible que los cristianos, desde el principio, también tuvieran como sagrados todos los lugares, en los que tal acontecimiento había sucedido; tales lugares se convirtieron en garantía permanente de la venida de Dios al mundo: Nazaret, Belén y Jerusalén pasaron así a ser sitios en los que se puede ver la huella del Salvador, en los que el misterio de la encarnación de Dios nos toca de cerca hasta rozarnos”. Cuantos hemos tenido la dicha y el dolor de peregrinar a Tierra Santa podemos afirmar que es así, se oye el eco de la voz de Jesús, se siente el roce de Dios, nos toca el borde de aquel manto que curó a la hemorroisa.

Desde siempre la Iglesia se ha interesado por estas tierras y han tratado de ayudar a cuantos vivían en ellas. En efecto, el libro de los Hechos de los apóstoles habla de la atención por los pobres de Jerusalén y de las colectas hechas en favor de las comunidades que vivían allí (cfr. Hch 6, 1-6; 15; Ga 2, 10; 2 Co 9, 5 ss.). Desde los primeros siglos, por tanto, había este deseo de ayudar a mantener los lugares sagrados. San Gregorio Magno erigió una hospedería para peregrinos, cerca del Santo Sepulcro, promoviendo las peregrinaciones. Con especial auge en la época bizantina. Cuando los musulmanes conquistan aquellas tierras hacia el año 636 no disminuyó la afluencia de peregrinos. Sólo en el s. XI, el fanatismo del sultán El-Hakim destruyó la basílica del Santo Sepulcro e impidió a los cristianos visitar los Santo Lugares. Fue cuando el Papa Urbano II exhortó a los reyes cristianos para que liberaran los santuarios de la tiranía sarracena. Se iniciaban las Cruzadas, un recurso extremo que, a pesar del éxito inicial, fracasó. La Iglesia optó desde entonces por medios pacíficos para adquirir y conservar los Santo Lugares, ayudando además a los cristianos que allí quedaron en una situación penosa. También era necesario proteger a cuantos peregrinos iban a Tierra Santa, sufriendo tremendas vejaciones y exigencias por parte de los vencedores.

Con estos fines, Clemente VI promulgó la bula “Gratias agimus” en 1342 encomendando a los franciscanos la custodia de los santuarios cristianos. También estableció una colecta a favor de los Santos Lugares que, en 1431, el Papa Martín V la declaraba obligatoria para toda la cristiandad. Al elegir a los franciscanos, recordaba y elogiaba el interés que San Francisco de Asís mostró por Tierra Santa. Quiso el audaz santo convertir al sultán entonces reinante y marchó a tierra de moros para predicar el Evangelio. Después de muchas peripecias y sufrimientos, llegó a hacerse amigo del sultán, que le respetaba y admiraba pero sin pasar de ahí. Tuvo que tornar con las manos vacías pues su salud empeoraba por momentos. Más adelante, también San Antonio de Padua quiso seguir los pasos del Pobrecito de Asís, pero su endémica salud lo impidió antes de ponerse en camino. Con el tiempo, Fernando nuestro popular portugués, llamado Antonio de Padua, sería nombrado patrono de Tierra Santa. Según me contaron en Tel Aviv los franciscanos, como otras muchas veces, tuvieron un serio problema y se encomendaron, como tanta gente hace en el mundo entero, a la intercesión de San Antonio bendito, el Santo de los pobres y éste les solucionó el problema. Agradecidos, sus hermanos franciscanos le nombraron patrón de Tierra Santa.

UNA AVENTURA

Durante siglos, el ir a Tierra Santa ha sido todo una aventura. Pero a partir de la primera guerra mundial las dificultades se multiplicaron con el conflicto árabe-israelí. Para que nos hagamos una idea de la cuestión, recordamos que hacia el año cincuenta y tantos, la liga de estados árabes organizó un viaje para sacerdotes españoles, significados por su actividad periodística o literaria. Entre ellos estaban Ramón Cunill, reportero de la famosa “Gaceta ilustrada”; José Luis Martín Descalzo, conocido periodista y poeta; Antonio Montero, el primer arzobispo de Mérida-Badajoz, y José María Casciaro, colega en la Universidad de Navarra y amigo entrañable, etc. Pues bien, todos ellos disfrutaron durante un mes, más o menos, de un recorrido por diferentes lugares interesantes desde el punto de vista histórico y religioso. Sin embargo, no pudieron poner el pie allí donde los judíos habían puesto el suyo, por la fuerza de las armas. Es decir, los ilustres viajeros se quedaron entonces con las ganas de visitar los santuarios que estaban en la parte judía, pues no se podía estar con los árabes y ser bien recibidos por los judíos. Cuando escribo estas líneas el conflicto sigue enconado, la intifada de Al-Aqsa, provocada por la visita de Sharon, está prácticamente abierta y las partes contendientes siguen sin entenderse, por más que los grandes de la tierra intercedan entre ellos. Los atentados terroríficos de Al Fatah y Hamas se mantienen, así como la venganza desmesurada de los que tienen mayor poder. Se habla de la espiral de la violencia y es así, la violencia sólo alimenta el odio y el resentimiento, la explosión de la rabia contenida.

También la Santa Sede se ha visto envuelta en el problema y, como la mayoría de los miembros de Naciones Unidas, se abstuvo durante mucho tiempo de reconocer al estado de Israel, a pesar de las presiones recibidas. En su caso, además, había otras razones y es que la inmensa mayoría de católicos de origen árabe, como es lógico y comprensible, estaban del lado de los palestinos. Posteriormente, cuando los mismos árabes reconocían el estado de Israel, la Santa Sede establece relaciones diplomáticas con los judíos.

LA VISITA DE JUAN PABLO II

Juan Pablo II vence su dificultad para abajarse, deseoso de tocar la piedra donde se clavó la Cruz de Cristo.

Respecto al problema de Jerusalén, la Iglesia católica propuso que esa ciudad se convirtiera en zona internacional, para conseguir de esa forma una mayor protección de los santuarios y seguridad de los peregrinos. Ante la resistencia de Israel, Juan Pablo II procuró otras soluciones que, aunque diversas y menos exigentes para los judíos, garantizaran el derecho a vivir en libertad, asegurando ciertas actividades religiosas, sociales y culturales de la Iglesia, así como el libre acceso a los santuarios. Otra preocupación es respaldar a la minúscula comunidad cristiana residente en Israel, amenazada por los fundamentalistas de uno y otro bando. Además, el Papa Juan Pablo II intentaba impulsar la coexistencia pacífica de las tres religiones: judía, cristiana y musulmana. Para la Iglesia la religión no debe, ni puede, ser motivo de división y de odio, razón para la violencia. Las relaciones de la Santa Sede con Israel datan de 1993. Pero ello no supuso cambio en los referente a Jerusalén, ciudad-símbolo para las tres grandes religiones monoteístas del mundo. De ahí la enorme repercusión de cuanto sucede en ella.

Para los pocos cristianos, tanto de lengua árabe como hebrea, de esta tierra la visita del Papa tiene un significado particular, máxime cuando ese año se había concluido su Sínodo y siendo tradición que el Papa visite a la Iglesias nacionales por ese motivo, a fin de animarlas y orientar sus esfuerzos de mejora y conversión. A ello se unía la celebración del gran año jubilar del 2000, cuando millares de peregrinos han visitado Tierra Santa. Al menos hasta que comenzó la oleada de violencia recíproca entre árabes y judíos, momento en que se inició la cancelación de numerosas peregrinaciones, frustrando así las grandes expectativas en todos los campo, que se preveían a favor de unos y otros. Ha sido una lástima.

No obstante, se habían superado las dificultades originadas por los árabes fundamentalistas de Nazaret con su propósito de edificar una mastodóntica mezquita junto a la mayor iglesia de Tierra Santa, la basílica de la Anunciación, lugar donde el ángel anunció a María los planes del Altísimo, donde ella dijo “aquí está la esclava del Señor... y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.

Los hebreos consiguieron apaciguar, de momento al menos, a los fundamentalistas islámicos y la Santa Sede siguió adelante con el viaje del Papa, consciente de los peligros que entrañaba. También el gobierno de Israel se mostraba temeroso de que pudiese ocurrirle algo al Papa y para su seguridad se movilizaron 30.000 policías y 4.000 soldados. Durante la estancia en Israel, de forma discreta pero próxima, le acompañaron cuatro médicos del prestigioso hospital Hadasa de Ain Karem. La operación protectora llevada a cabo por el estado de Israel, se llamó “Old friend”, “Viejo amigo”. Un detalle del respeto y estima hacia el Papa polaco, quien a su vez ya desde su juventud, en su patria, compadecía a los judíos polacos, perseguidos y deportados por Hitler. También las autoridades palestinas y el Gobierno jordano compitieron por agasajar a Juan Pablo II.

El jefe de la policía israelí, Yehuda Vilk, declaraba que se trataba de la visita más compleja y delicada de una personalidad extranjera. Y así fue, en efecto. Todos intentaron obtener el mayor provecho, tanto político como económico. De ahí que los itinerarios se estudiaran con detención y se programaran al milímetro. Por otra parte, los discursos se analizaron con lupa. Sobre todo era necesario dejar bien claro el fin religioso de su viaje, como él había dicho: “Siento un deseo muy grande de ir personalmente a orar a los principales lugares que desde el Antiguo Testamento han conocido las intervenciones de Dios, hasta llegar a la cima del misterio de la Encarnación y de la Pascua de Cristo”. También intentaba Juan Pablo II mejorar las relaciones con las iglesias orientales, así como con los judíos y los musulmanes.

LLEGADA A JORDANIA

El 20 de Marzo del 2000, lunes, a las 14,15 horas llegaba el Papa a Jordania, al aeropuerto de Amán. Cuatro aviones jordanos dieron escolta al avión de la compañía italiana Alitalia, donde viajaba Juan Pablo II. Le recibieron el rey Abdala II y la reina Rania, el gobierno en pleno, el cuerpo diplomático acreditado en Amán, los representantes de las iglesias cristianas con el patriarca de Jerusalén, Mons. Michel Sabas, el Custodio de Tierra Santa, P. Giovanni Battistelli, así como las autoridades religiosas musulmanas. El rey en su discurso de bienvenida ensalzó la figura del Papa, como símbolo mundial de paz. Juan Pablo II respondió dando las gracias por el recibimiento. Recordó el objetivo y la índole de su viaje: Mi vista a vuestro país y todo el viaje que acaba de comenzar forman parte de la Peregrinación religiosa jubilar que estoy realizando para conmemorar el tercer milenio del nacimiento de Jesucristo”. Recuerda cómo desde el inicio de su pontificado sintió una gran deseos de celebrar el nuevo milenio orando en los lugares vinculados con la historia de la salvación.

Jordania fue zona de paso hacia la Tierra prometida, en ella estuvieron el profeta Elías y el Bautista. También en esa tierra hubo santos y mártires en los principios de la Iglesia. Aludió a los problemas de la zona, en los que está implicados judíos, cristianos y musulmanes. Entre todos es preciso lograr una paz duradera para todos. “Construir un futuro de paz exige un entendimiento cada vez mayor y una cooperación cada vez más efectiva entre los pueblos que reconocen al único Dios verdadero e indivisible, al Creador de todo cuanto existe. Las tres históricas religiones monoteístas consideran la paz, el bien y el respeto a la persona humana entre sus valores más importantes. Espero que mi visita fortalezca el diálogo, ya fecundo, entre cristianos y musulmanes...”. Estas ideas referentes al entendimiento y respeto entre los creyentes de diversos credos, será uno de los motivos más repetidos. Otra cuestión que toca y que luego repetirá es que su viaje es una peregrinación religiosa y jubilar. Reconoció también el respeto que su gobierno muestra a la minoría cristiana -un diez por ciento de la población- que vive en Jordania.

En efecto, en Jordania hay incluso un pueblecito árabe donde la gran mayoría de sus habitantes son cristianos. Así me lo contaba mi antiguo amigo Fares Anwar Hattar, un muchacho árabe, grandote y fornido, que conocí allá por el año ochenta y tres, mi más larga estancia de cuantas hice, unas veinte, en Tierra Santa. Entonces era seminarista en el Seminario del Patriarcado latino en Beit Jala, un pueblecito cercano a Belén donde estudian unos pocos jóvenes árabes que se preparan para ser sacerdotes. Dicho así parece una cosa simple y normal. Sin embargo, ser cristiano siendo árabe o judío es algo imperdonable tanto para los musulmanes como para los hebreos. Quizá exagero al decir que los cristianos que viven en Tierra Santa son héroes. De hecho, muchos emigran en cuanto encuentran una salida digna, pues en esta tierra si no los matan no los dejan vivir. También muchos de los que ayudados por becas de estudio se forman en Europa o en América, cuando terminan sus estudios, difícilmente vuelven a su país de origen. Y si los cristianos son héroes, los que se atreven a ser sacerdotes se convierten en mártires. Pues bien, Fares mi joven amigo árabe quería ser sacerdote y para ello se preparaba en aquel humilde seminario. Cuando se ordenó sacerdote hubo una gran fiesta en su pueblo, según me contó luego Fares.

Por cierto, también asistió el entonces embajador de España en Jordania, Ramón Armengod y su esposa Rocío, él valenciano y ella avilesa, además grandes amigos de los profesores y estudiantes residentes en la Casa de Santiago, Instituto español de arqueología. Recuerdo que, como el consulado estaba cerca, solían venir todos los días a Misa y se quedaban un rato con nosotros. Siempre nos ayudaron y nos mostraron una especial estima. Gracias a ellos íbamos al consulado como a nuestra casa. Allí conocí también a una belemnita católica, Aida Slebi, una chica árabe, servicial y con rasgos típicos de la hermosa mujer agarena. Otra persona que recuerdo con gratitud y afecto es al entonces vicecónsul en Israel, Juan José Urtasun, un navarro de Burguete. Nunca olvidaré el nueve de Enero de 1984, día en que, después de tres meses de estancia en Israel, volvía a España. Tuvo la gentileza de llevarme al aeropuerto de Ben Gurión en su coche. Cuando salimos de Jerusalén lloviznaba, un llanto suave de despedida me resbalaba por las mejillas del alma. A la primera ocasión que tuve fui a visitar la familia Urtasun, en Burguete, para hablarles de su hijo y llevarles un pequeño obsequio... Volviendo al joven seminarista Fares, seguí en contacto con él. Deseaba que viniese a estudiar a España. Pero no pudo ser, en gran parte por la escasez de sacerdotes que hay que en el Patriarcado latino de Jerusalén. Enseguida lo enviaron a una parroquia rural. Luego pasó a Amán. Cuando la guerra del Golfo lo enviaron a Italia para librarlo del peligro que corría y, al mismo tiempo, para que aprendiera italiano. Últimamente recibí noticias suyas desde Roma. Después de cinco años de ser el secretario del Obispo de Amán, lo enviaron para que estudiara Liturgia en la Universidad de San Anselmo en Roma. Estuve con él y sigue tan árabe como siempre, ilusionado con su sacerdocio y preparándose para servir más y mejor en su país. Dios lo bendiga y proteja siempre.

Aquel veinte de Marzo del 2000, tras el recibimiento y saludo de las diversas autoridades el Papa salió en automóvil para visitar el Monte Nebo. Eran las 15.30. Es decir, poco más de una hora después de aterrizar el avión. Ello indica que la agenda estaba a tope, pues en menos de una hora saludó a todas las autoridades de Jordania, y se pronunciaron varios discursos. Comenzaba el maratón pontificio.

EN EL MONTE NEBO

Desde el monte Nebo, Moisés contempló emocionado la Tierra prometida, pero no pudo entrar en ella. El Papa quiso rezar desde aquel lugar, pedir al Dios de Abrahán por la reconciliación de sus hijos, tanto los de Sara como los de Agar, es decir, tanto de hebreos como de árabes.

El Monte Nebo está a 45 Km. al SO de Amán. Allí se recuerda que, según Dt 34, 1-4, “Moisés subió de la Estepas de Moab al Monte Nebo, cumbre del Pisgá, frente a Jericó, y Yahvé le mostró la tierra entera: Galaad hasta Dan, todo Neftalí, la tierra de Efraín y Manasés, toda la tierra de Judá, hasta el mar Occidental, el Negueb, la vega del valle de Jericó, ciudad de las palmeras, hasta Seoar. Y Yahvé le dijo: ‘Esta es la tierra que bajo juramento prometí a Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: A tu descendencia se la daré. Te dejo verla con tus ojos, pero no pasará a ella”. Un pequeño santuario se alza allí, con un mirador desde el que se contempla en un primer plano el azul intenso del Mar Muerto, luego el verdor de Jericó formidable oasis en pleno desierto de Judá, y allá en la bruma de la distancia gran parte de la tierra soñada y deseada, bendecida por el paso de Jesucristo, y desgarrada por la huella cruel del hombre.

Junto al mirador hay un extraño monumento de hierro forjado. Es una cruz en la que se enrosca una serpiente de bronce, recordando la que Moisés hizo por mandato divino, para que se curasen milagrosamente quienes fueron mordidos por las serpientes del desierto. Mucho después, Jesús diría a Nicodemo que, lo mismo que la serpiente de bronce en el desierto, así sería levantado el Hijo del hombre, a fin de que quien le mirara con fe quedara también curado de la terrible mordedura de la serpiente demoníaca, y así alcanzar la salvación. El Papa contempló todo aquel paisaje tan lleno de recuerdos bíblicos y oró pidiendo al Señor tantas cosas como aquella panorámica y aquellos momentos le sugerían. “Aquí en las alturas del monte Nebo, comienzo esta etapa de mi peregrinación jubilar. Pienso en la gran figura de Moisés y en la alianza que Dios estableció en el monte Sinaí. Doy gracias a Dios por el don inefable de Jesucristo, que selló la nueva Alianza con su sangre y llevó a plenitud la Ley. A Él que es el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin (Ap 22, 14), le dedico todos los pasos de este viaje a través de la tierra que fue suya”. Agradeció al padre ministro general de los franciscanos el magnífico testimonio que han dado en estas tierras y el fiel servicio a los santos lugares durante tantos siglos y con múltiples dificultades. Regaló un artístico cáliz al Ministro General de los Frailes Menores, P. Giacomo Bini. El P. Picirillo, arqueólogo del Estudio Bíblico de la Flagelación en Jerusalén, explicó al Papa y sus acompañantes la historia del santuario y las excavaciones que se han llevado a término. La tarde había declinado y el fresco de la noche se notaba ya. El Papa volvió a Amán, pero antes de retirarse hizo una visita de cortesía al rey jordano Abdala. Terminaba el primer día de su apretada peregrinación.

LA SEGUNDA JORNADA

El martes 21 a la 9 de la mañana el Papa iniciaba su segunda jornada con una Misa en el Gran Estadio de Amán. Se calcularon unas 60.000 personas en las que había jordanos, sirios y libaneses. Un periodista comentaba que era “la mayor concentración de cristianos en la historia de Jordania”. El blanco y el amarillo, los colores pontificios, ondeaban en el ambiente, comenzando por la enorme tienda que protegía la zona del altar. En el fondo, una gran pancarta decía en árabe y en inglés: “Abrid las puertas a Cristo”, una frase repetida por el Papa que, recordando con insistencia las palabras que Jesús dice a los de Laodicea, en una de las siete cartas del Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).

Las dificultades inevitables del viaje se aumentaron en esta ocasión con la lluvia pertinaz. Pero ello no impidió la afluencia de gente, ni su participación en aquella magna manifestación de afecto al Papa y lo que él representa. Asistieron miembros de las Iglesias ortodoxas y protestantes, manifestación de buena voluntad por parte de todos, deseosos de lograr un mayor acercamiento y mutua comprensión. El Papa habló de la necesidad de un “diálogo de paz” en Oriento Medio, de una paz justa y duradera, en un clima de tolerancia religiosa. En la homilía del estadio de Amman, además de diversos aspectos de los acontecimientos ocurridos por aquellas regiones, habló del amor a la familia. Aquel día se celebraba en Jordania el día de la madre. Se congratuló con todas las madres que estaban presentes y les dijo que amasen a sus familias: “Enseñadles la dignidad de toda la vida; enseñadles los caminos de la armonía y de la paz, enseñadles el valor de la fe, la oración y la bondad”. El 21 de marzo estuvo también en Wadi al-Jarrar, cerca del Jordán, donde agradeció nuevamente la buena acogida del rey jordano. Recordó la figura del Bautista y oró en voz alta para glorificar a la Santísima Trinidad, manifiesta en el Bautismo de Jesús, de quien dijo el Padre que era su Hijo amado, sobre el cual vino en forma de paloma sobre Cristo. “Por tu poder –terminó diciendo- es vencido todo miedo, y se predica el Evangelio del amor en todos los rincones de la tierra, para gloria de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. A Él toda la gloria en este Año Jubilar y en todo los siglos futuros. Amen”.

Al final de la Misa asistió a una reunión de los obispos católicos de Jordania, presidida por el patriarca latino de Jerusalén. A las 15,45 el Papa se trasladó en helicóptero hasta Wadi el-Kharrar, en la orilla oriental del Jordán, relacionado con la figura del Bautista pues. Según la tradición, este era uno de los lugares donde Juan administraba el bautismo de penitencia por él predicado. Unas ruinas de la época bizantina, adecentadas para la visita, conmemoran el evento. El Papa terminó su visita con la bendición a un nutrido grupo de cristianos árabes que se había desplazado allí para acompañar al Pontífice. Era la última visita en territorio jordano, pues a las 17 horas salía el avión que lo trasladaría al aeropuerto hebreo de Ben Gurión Tel Aviv, próximo a Tel Aviv. El rey Abdala II despidió personalmente al ilustre peregrino.

Desde el avión se divisaba la Tierra Prometida. A la izquierda la gran mancha azul del Mar Muerto, hacia adelante extendía el valle de Ayalón, escenario de tantos momentos históricos, en su mayoría trágicos y sangrientos, de los tiempos antiguos y de los modernos, por ser uno de los caminos hacia Jerusalén desde la Sefela o costa mediterránea. A medida que el avión perdía altura, el paisaje del mapa a vista de pájaro, se divisaba con más claridad. La gran ciudad de Tel Aviv, “Colina de la Primavera”, destacaba en la llanura de la costa, esclarecida en su larga playa. Al S. se dibujaba la franja de Gaza, zona árabe pero ocupada por los judíos, escenario de serias escaramuzas. Hacia el N. subía la franja verde de la antigua costa filistea, camino hacia Cesarea del Mar y Haifa, la gran ciudad industrial asentada en la falda del Monte Carmelo.

Tres cuartos de hora tardaron aterrizar. Al pie de la escalerilla esperaban al Papa las supremas autoridades del estado: El Presidente de Israel, Ezer Weizman, y el Primer Ministro Ehud Barak, acompañados por sus respectivas esposas. También había representantes de las tres grandes religiones monoteístas. Sin embargo, estaban ausentes los Ministros religiosos del Gobierno pues se hallaban celebrando la fiesta judía de los Purím, vocablo babilónico que significa suertes. En ella se conmemora, con grandes festejos e intercambio de regalos, la victoria de Ester y Mardoqueo contra Amán, el primer ministro del rey Asuero, que intentó exterminar al pueblo judío en el exilio.

El Presidente dio la bienvenida al Papa en hebreo y Juan Pablo II contestó en inglés. Agradeció el buen recibimiento y expuso su propósito estrictamente religioso, como un peregrino más. “Ayer desde las alturas del Monte Nebo, dijo el Papa, contemplé Tierra Santa y hoy, con profunda emoción estoy pisando la tierra que Dios eligió para encarnarse”. Terminó diciendo ¡Shalom!, Paz en hebreo. Dijo también: “En este año, en que se celebra el bimilenario del nacimiento de Jesucristo, he tenido un deseo muy intenso de venir aquí para orar en los lugares más importantes que, desde los tiempos antiguos, fueron testigos de las intervenciones de Dios... Mi visita es una peregrinación personal y un viaje espiritual del Obispo de Roma a los orígenes de nuestra fe en el “Dios de Abrahám, el Dios de Isaac, y de Jacob” (Ex 3, 15). Se refirió a la huella de Jesús, particularmente marcada en estos parajes. Volvió a considerar que su viaje es una peregrinación, “con espíritu de humilde gratitud y esperanza, a los orígenes de nuestra historia religiosa”. Volvió a ofrecer caminos para la mutua comprensión y respeto: “Pido al Señor que mi visita contribuya a incrementar el diálogo interreligioso que impulse a judíos, cristianos y musulmanes a encontrar en sus respectivas creencias y en la fraternidad universal que une a todos lo miembros de la familia humana, la motivación y la perseverancia para trabajar en favor de la paz y la justicia que los pueblos de Tierra Santa no poseen aún y que anhelan tan profundamente”. Terminó pidiendo a Dios la Paz como don a la tierra por Él elegida y saludó al modo judío: ¡Shalóm! Es el saludo habitual de los judíos, usado también para dar la bienvenida. No olvidaré la primera vez que visité Israel, allá por primeros de Agosto del año 1978. Este mismo aeropuerto estaba adornado profusamente por letreros, muchos de ellos colgantes, con esa preciosa y añorada palabra: Shalom, shalom, shalom, paz, paz, paz. Pensé en el profeta Jeremías cuando se lamentaba de que se hablaba mucho de paz, pero no existía por parte alguna (cfr. Jr 6, 14; 8, 11).

De nuevo el Papa se elevó por el cielo en helicóptero, ahora en dirección sudeste, hacia Jerusalén. De nuevo el valle del Ayalón, con el Desfiladero de los valientes. Allá abajo, en los bordes de la carretera se pueden divisar viejos camiones de desguace, restos de maquinaria de guerra, verdadera chatarra que los hebreos exponen diseminada en el trayecto hacia Jerusalén como un recuerdo vivo, que quiere permanecer imborrable, de las luchas mantenidas en aquellos parajes. La noche permitía ver Jerusalén iluminada, sus viejas murallas resplandecientes por los reflectores, sus torres y minaretes, la explanada del templo con la cúpula dorada y espléndida de la mezquita de Omar, la Casa de la Roca. Abajo el torrente Cedrón, los mausoleos del s. I, los cementerios árabe y judío, frente a frente, asentados en las suaves laderas del valle también llamado de Josafat, escenario del juicio final según el profeta Joel (cfr. Jl 3, 2. 12). A medida que el helicóptero desciende se destaca la pequeña cúpula en forma de lágrima invertida de la iglesia del “Dominus flevit”, desde donde Jesús lloró por Jerusalén. Junto al camino que desciende desde Betfagé, se contemplan las cúpulas en forma de cebollas doradas, características del arte ruso, de la Iglesia ortodoxa de la Magdalena. Un poco más abajo el Huerto de los olivos con la Basílica de la Naciones, lugar de la oración estremecida y angustiosa de Jesús en la noche de su Pasión. El Papa contempla emocionado aquel lugar entrañable. Junto a la Delegación Apostólica, en la ladera del Monte de los olivos, un helipuerto recién construido acoge al anciano Pontífice, con muestras visibles de su cansancio y emoción.

CON ARAFAT

Con Arafat: El viaje del Papa entrañaba el peligro de ser manipulado, inclinarlo a favor o en contra de árabes o de judíos. Pero él dejó claro que sólo le interesaba rezar por la paz y el mutuo entendimiento.

Miércoles 22 de marzo. A las 8’15 el Papa vuela hacia el santuario del bautismo del Señor, en la orilla accidental del Jordán. Desde Egeria, s. IV, la tradición sostiene que allí fue bautizado Jesús por el Bautista, hecho referido por Mt 3, 13-17 y par. El lugar se llama hoy El-Magtas. Tras esta visita el Papa sobrevuela de nuevo el desierto de Judá y se desplaza hasta Belén para visitar a Yaser Arafat acompañado de los miembros de su gobierno. También estaban en el palacio residencial representantes de las diversas confesiones cristianas, así como los jefes religiosos musulmanes. Al llegar, unos niños presentaron una bandeja con tierra de Belén, para que Papa la besara como suele hacer cuando llega a un país. Un gesto simbólico que manifiesta el amor del Pontífice por la tierra que visita y por todos sus habitantes. Los palestinos, sin embargo, interpretaron el beso de Juan Pablo II como un reconocimiento implícito del Estado palestino. El portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro Vals, aclaró que ese gesto papal se repetía en cada viaje y lo extraño sería que el Papa no besara la tierra donde Jesús nació.

Arafat llamó al Pontífice “Mensajero de la paz”, citó el Sermón de las Bienaventuranzas, recordando que Jesús llamó bienaventurados a los construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5, 9). El Papa respondió agradeciendo sus palabras y añadió que estaba satisfecho de encontrarse en Belén, donde nació el Salvador. Manifestó su deseo de paz para el pueblo palestino y para todo el Oriente. Recordó que el pueblo palestino tiene derecho a una patria, no impuesta sino negociada para el bien de todos.

Terminado este encuentro, el Pontífice se dirigió en el “papa-movil” a la basílica de la Natividad. En la plaza celebró la Eucaristía. La homilía giró en torno al momento histórico que vivía. Evocó el nacimiento de Jesús hace dos mil años, efemérides que ha movido y mantenido el Gran Jubileo. Recordarla es la razón de mi visita. Este lugar -añadió- es “fuente de alegría, la esperanza y la buena voluntad que a lo largo de dos milenios, han llenado de innumerables corazones humanos con sólo escuchar el nombre de Belén...Belén es una encrucijada donde todos los pueblos pueden encontrarse para construir juntos un mundo acorde con nuestra dignidad humana y nuestro destino”. De nuevo trató de ayudar a los que sufren en esta tierra, contribuir a que el problema alcance solución: “Nadie puede ignorar lo que el pueblo palestino ha debido sufrir en los últimos decenios. Vuestra tribulación es patente a los ojos del mundo. Y ha durado demasiado tiempo”. Se refirió también a “la unánime aceptación por parte de la Naciones Unidas de la Resolución sobre Belén 2000, que compromete a la comunidad internacional a contribuir al progreso de esta área y a mejorar las condiciones de paz y de reconciliación en uno de los lugares más amados y significativos de la tierra”. Terminó diciendo que “la promesa de paz hecha en Belén sólo se hará realidad para el mundo cuando la dignidad y los derechos de todos los seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios (cfr. Gn 1, 26) sean reconocidos y respetados”. Continuó diciendo: “Las palabras del profeta Isaías anuncian la venida del Salvador al mundo. Y esa gran promesa se cumplió aquí, en Belén. A lo largo de dos mil años, generación tras generación, los cristianos han pronunciado el nombre de Belén con profunda emoción y gozosa gratitud”. Se unió a la multitud de peregrinos que, a lo largo de los siglos, han llegado a Belén. Como ellos, dijo, “Nos arrodillamos llenos de asombro, en adoración ante el misterio inefable que aquí se realizó.

“En la primera Navidad de mi ministerio -siguió diciendo- como Sucesor del apóstol Pedro expresé públicamente mi gran deseo de celebrar el inicio de mi pontificado en Belén, en la gruta de la Natividad”. Su proyecto, sin embargo, ha tenido que esperar más de veinte años, ha sido obstaculizado hasta hace poco. Pero, al fin, en contra del pronóstico de algunos el Papa vio cumplido su deseo. Por eso dijo emocionado: “Belén es el centro de mi peregrinación jubilar. Los senderos que he seguido me han traído a este lugar y al misterio que proclama: la Natividad”.

Con cristianos armenos: Por desgracia la división en Tierra Santa existe también entre los cristianos. Una llaga que es motivo de escándalo, pero al mismo tiempo ocasión para estrechar lazos, subrayando lo que nos une e intentando borrar lo que nos separa.

En la plaza principal de Belén lucía el sol y la gente, cuyos rostros denotaba la distinta procedencia, escuchaba con atención al Papa. “La alegría que anunció el ángel no es algo del pasado. Es una alegría actual, del hoy eterno de la salvación de Dios, que abarca todos los tiempos: el pasado, el presente y el futuro”. Sus palabras rezumaban optimismo y esperanza, proclamaban exigencias de compromiso personal por un mundo nuevo en el que la alegría de la venida de Jesús sea una realidad constante: “Cada día estamos llamados a proclamar el mensaje de Belén al mundo, la buena nueva que produce una gran alegría: el Verbo eterno, Dios de Dios, luz de luz, se hizo hombre y vino a habitar en medio de nosotros”.

Varia veces repitió una de sus frase preferidas: “No temáis. Esas mismas palabras os la dirige hoy a vosotros la Iglesia. No temáis conservar vuestra presencia y vuestra herencia cristianas en el mismo lugar en donde nació el Salvador”. Terminó hablando con el Niño Jesús, acostado sobre unas pajas en un pobre pesebre, en el fondo de la cueva que se veneraba tan cerca de aquella plaza: “!Oh Niño de Belén, Hijo de María e Hijo de Dios, Señor de todos los tiempos y Príncipe de la paz, el mismo ayer, hoy y siempre (Hb 13, 8): mientras entramos en el nuevo milenio, cura nuestras heridas, afianza nuestros pasos, abre nuestro corazón y nuestra mente a las entrañas misericordiosas de nuestro Dios, que nos visitará como el astro que surge de lo alto (Lc 1, 78). Amén”.

Terminó diciendo as-salom lakom, el saludo árabe correspondiente a la paz esté con vosotros. Fue un momento emocionante que culminó con un gran aplauso. La Misa, tras la liturgia de la Palabra, incoaba la segunda parte con el ofertorio. En ese momento retumbaron los altavoces de la mezquita próxima. El Papa guardó silencio, se paró la celebración litúrgica y todos esperaron a que el almuédano terminase la salat ad-dohor, u oración del mediodía.

El P. Justo Artaraz, guardián del convento de Belén, invitó al Papa y sus acompañantes a comer en la hospedería franciscana Casa-Nova. El P. Justo es un vasco que suele usar, además del hábito franciscano, la chapela de su tierra. Ya es bastante mayor. Cuando estuve en Tierra Santa durante tres meses seguidos, era capellán de las teresianas del P. Poveda, en cuya casa solía celebrar yo la Misa. Más de una vez estuve con él, incluso me confesaba de tanto en tanto. Después del ágape fraterno, el Papa se retiró a la gruta de la Natividad donde permaneció un buen rato.

Por la tarde, siempre acompañado por Yaser Arafat, el Papa visitó el campo de refugiados de Deheishe, cerca de Belén. Durante todo mi pontificado me he sentido cercano al pueblo palestino en sus sufrimientos”, dijo el Papa a esos refugiados, que tantos olvidan. Apuntó como solución la solidaridad de los poderosos a favor de la justicia y de la paz: “Solo un compromiso por parte de los líderes de Oriente medio y de toda la comunidad internacional, inspirado en una visión elevada de la política como servicio al bien común, podrá eliminar las causas de vuestra situación actual. Hago un llamamiento a una mayor solidaridad internacional y a la voluntad política de afrontar este desafío”. Con valentía añadió: “La solidaridad auténtica y concreta con los necesitados no es un favor que se concede: es una exigencia de nuestra humanidad común y un reconocimiento de la dignidad de todo ser humano”. El Pontífice explicó que esta visita tenía por objeto recordar al mundo la necesidad de contribuir a que se solucione el conflicto palestino-israelí. (Un grupo de refugiado apedreó a la policía palestina, descontentos porque el Papa no había dicho expresamente que ellos tenían el derecho de volver a sus casas. Si lo hubiese dicho, quizá protestarían porque no denunciaba a sus “carceleros”, o hubieran sido lo judíos quienes hubieran protestado y no con piedras solamente).

EN EL CENÁCULO

El jueves, 23 de Marzo, la Misa del Papa se celebra en el Cenáculo por privilegio especial, concedido por el gobierno israelí al Sumo Pontífice, pues desde que los musulmanes expulsaron a los franciscanos, en 1523, nadie puede celebrar la Eucaristía en este lugar. A los peregrinos sólo se les concede visitar y leer los pasajes que hablan del lugar: Mt 26, 26 ss., y par; sobre la institución de la eucaristía; Jn 20, 19-23. 26-29 que narran de las apariciones de Cristo resucitado; Hch 1, 13-26 sobre los primeros momentos de la vida de la Iglesia; y 2, 1-41 que refiere la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Tras la celebración de la Eucaristía en el Cenáculo, el Papa visitó a los Grandes Rabinos de Israel: Eliahu Bakshi Doron e Israel Lau, en la sede del Rabinato, Heikal Shlomo. Les dijo, entre otras cosas que “los cristianos reconocemos que la herencia religiosa judía es inherente a nuestra fe: Sois nuestros hermanos mayores. Esperamos que el pueblo judío reconozca que la Iglesia condena totalmente el antisemitismo y cualquier forma de racismo, porque está en contradicción absoluta con los principios del cristianismo. Debemos cooperar para construir un futuro en el que ya no haya antijudaísmo entre los cristianos ni sentimientos anticristianos entre los judíos”. De nuevo terminó su alocución con una plegaria: “Que el Señor del cielo y de la tierra nos lleve a una era nueva y fecunda de respeto y de cooperación, para bien de todos. Muchas gracias”. Fue una visita calurosa, según dijo Lau. El Papa propuso abrir una nueva página en la historia de las relaciones entre judíos y cristianos.

De la sede del Rabinato í se desplazó hasta la residencia del Presidente de Israel, Ezer Weisman, donde se encontraba también el cuerpo diplomático. Weisman dijo en su discurso que Jerusalén es ciudad santa para los judíos y capital del Estado. Allí habló de la memoria judía que se remonta a tiempos muy lejanos, y se presentó a sí mismo como portador de la memoria cristiana cuyo origen se inicia hace dos mil años con el “nacimiento de Jesús en esta misma tierra”. Abordó con claridad y sencillez el problema de árabes y judíos: “Sabemos que la paz verdadera en Oriente Medio sólo llegará como fruto del entendimiento recíproco y del respeto entre todos los pueblos de la región: judíos, cristianos y musulmanes. Desde esta perspectiva mi peregrinación es un viaje de esperanza: la esperanza de que en el siglo XXI lleve a una nueva solidaridad entre los pueblos del mundo, con la convicción de que el desarrollo, la justicia y la paz no se obtendrán si no se logra para todos”.

MUSEO DEL HOLOCAUSTO

En la Soah: De nuevo el Pontífice se sume en profunda oración. Está en la Soah o museo del Holocausto, donde el testimonio de una de las tragedias más dramáticas de la Historia manifiesta hasta donde puede llegar la maldad del hombre. Se habla de seis millones de judíos exterminados por Hitler, a los que hay que sumar miles de cristianos, zíngaros o gitanos, enfermos desahuciados, niños o adultos discapacitados, todos los que hoy, por desgracia, también estorban a quienes niegan a Dios, pensando sólo en su bienestar.

La visita más esperada fue la realizada al Museo del Holocausto o Yad Vashem, en recuerdo de las víctimas judías del nazismo. El Papa fue recibido por el primer ministro israelí, Ehud Barak, y por numerosas personalidades judías. Juan Pablo reanimó la “llama eterna” que arde en la cripta del museo, en medio de un silencio impresionante. Se recogió unos momentos e inició sus palabras con la cita del Salmo que dice: “Me han desechado como a un cacharro inútil. Oigo el cuchicheo de la gente, y todo me da miedo; se conjuran para quitarme la vida. Pero yo confío en ti, Señor, e digo: Tú eres mi Dios” (Sal 31, 13-15). En medio de una gran expectación el Papa continuó: “En este lugar de recuerdos, la mente, el corazón y el alma sienten una gran necesidad de silencio. Silencio para recordar. Silencio para tratar de dar sentido a los recuerdos que vuelven a la memoria como un torrente. Silencio porque no hay palabras suficientemente fuertes para deplorar la terrible tragedia de la Shoah. Yo mismo –añadía emocionado- tengo muchos recuerdos personales de todo lo que sucedió cuando los nazis ocuparon Polonia durante la guerra. Recuerdo a mis amigos y vecinos judíos, algunos de los cuales murieron, mientras que otros sobrevivieron”.

El lugar era impresionante, por sus muros con piedras desnudas, por la luz mortecina que parpadea de forma permanente. El Papa seguía en pie, con su rostro envejecido y cansado, iluminado por el resplandor del folio que leía. Con voz quebrada explicó que había “venido al Yad Vashem para rendir homenaje a los millones de judíos que, despojados de todo, especialmente de su dignidad humana, fueron asesinados en el Holocausto. Ha pasado más de medio siglo, pero los recuerdos perduran”. Más adelante consideraba que deseaba recordar “con una finalidad, a saber, para asegurar que no prevalezca nunca el mal, como sucedió con millones de víctimas inocentes del nazismo... Recordamos, pero no con deseo de venganza o como incentivo al odio. Para nosotros recordar significa orar por la justicia y la paz, y comprometernos por su causa. Sólo un mundo en paz, con justicia para todos, puede evitar que se repitan los errores y los terribles crímenes del pasado”. Con la autoridad que Dios le ha conferido, aseguraba al pueblo judío que la Iglesia católica, motivada por la ley evangélica de la verdad y el amor, se siente profundamente afligida por el odio, los actos de persecución y las manifestaciones de antisemitismo dirigidos contra los judíos por cristianos en todos los tiempos y lugares. La Iglesia rechaza cualquier forma de racismo como una negación de la imagen del Creador inherente a todo ser humano”.

La última etapa se desarrolló en el Centrode la Santa Sede “Nôtre Dame de Jerusalem”. Estaban invitados representantes de las tres religiones monoteístas, la judía, la cristiana y la islámica. Fue un encuentro de reconciliación. Sin embargo, un miembro de la delegación musulmana pronunció palabras duras contra las injusticias cometidas por Israel contra los palestinos. El Rabino Alon Goshem respondió: “Pongamos a un lado nuestras diferencias y fijémonos en lo que nos une”. Juan Pablo II recalcó que “la religión no puede ser excusa para la violencia... La religión y la paz caminan juntas”.

EL MONTE DE LAS BIENAVENTURANZAS

Viernes, 24 de marzo, el día amaneció lluvioso. La Misa solemne se celebró en el Monte de las Bienaventuranzas de Corozaín. Se reunieron unos 100.000 cristianos, en su mayoría pertenecientes al movimiento neocatecumenal, llegados del todo el mundo. Entre ellos 9000 españoles y 14000 iberoamericanos. En torno al trono papal había siete cardenales, cien obispos y mil sacerdotes, además de representantes de las iglesias cristianas y jefes religiosos musulmanes y drusos. El marco era impresionante, una suave colina con vistas al lago de Genesaret. El Papa estaba emocionado y recordó el valor perenne de las palabras de Jesús en el Sermón de la Montaña. Ante aquella abigarrada muchedumbre de gente joven, exclamó entusiasmado: “¡Cuántos jóvenes a lo largo de los siglos se han reunido en torno a Jesús para aprender las palabras de vida eterna, como vosotros estáis reunidos aquí!”.

Comentando el Sermón de la montaña dijo que, aunque el mensaje de Jesús es nuevo, no cancela lo que había antes, sino que desarrolla al máximo sus posibilidades. Jesús enseña que el camino del amor hace que la Ley alcance su plenitud”. Les decía que desde hace dos mil años los cristianos han difundido el mensaje de la Salvación. Y añadía: “Ahora, en el alba del tercer milenio, os toca a vosotros. Toca a vosotros ir al mundo a predicar el mensaje de los diez mandamientos y de las bienaventuranzas”. Al final de la Misa, Juan Pablo II saludó a los diversos grupos saludándoles en sus propios idiomas. A los procedentes de España y de Hispanoamérica les dijo: “Saludo con gran alegría a todos los jóvenes presentes de lengua española. Aquí, en Galilea, Jesús mismo nos ha enseñado el camino de las bienaventuranzas. Que la fuerza y la belleza de esta enseñanza llene vuestras vidas. Jesús os llama a todos vosotros a ser pescadores de hombres. Él os dice a cada uno de vosotros: ¡Ven y sígueme! No tengáis miedo a responder a esta llamada, por que Él es vuestra fortaleza”. Terminada la Misa, el Papa saludó a los asistentes en italiano, francés, alemán, español, portugués, hebreo y árabe. Recordó que Cristo dijo en estos parajes: “Ven y sígueme”. Sus palabras se repiten hoy, dijo, y es preciso no tener miedo en responder a esa llamada.

Oración del huerto: En la Basílica del Getsemaní, Juan Pablo II ora de rodillas ante la roca donde tuvo lugar de la agonía del Señor en la noche de su prendimiento. Está circundada por una gran corona de espinas y sus vidrieras de alabastro violácea contribuyen a subrayar el ambiente de la oración intensa y quebrantada de Cristo.

Por la tarde visitó Cafarnaún, la “ciudad de Jesús”. Llegó en helicóptero después de volar sobre Betsaida la patria de San Pedro y San Andrés. Le recibió el Ministro General de los franciscanos y el P. Pedro Bon, superior del convento. La Custodia de Tierra Santa le obsequió con una lámpara del tiempo del Señor, hallada en las ruinas de Cafarnaún, y con una piedra de basalto perteneciente a la Casa de Pedro El Papa agradeció el obsequio, de tanto significado por ser reliquias del pasado.

Cerca de Cafarnaún, se encuentra Tabga, el lugar de la multiplicación de los panes y los peces, está custodiado por benedictinos alemanes. El Papa estuvo con ellos y luego pasó a la vecina iglesita a orillas del Mar de Galilea, dedicada al Primado de San Pedro, pues en ese lugar tuvo lugar la triple confesión de Pedro respondiendo a Jesús que le quería, cuando el Maestro le pregunta por tres veces si le amaba. También este lugar está custodiado por los franciscanos y ellos recibieron al Pontífice que oró sobre la “mensa Domini”, la piedra donde la tradición sitúa el almuerzo de panes y peces asados, narrado en el último capítulo del Evangelio según San Juan.

LA ANUNCIACIÓN

El sábado, 25 de marzo, el Papa tuvo en cuenta el descanso sabático de los judíos y evitó transitar por territorio judío. Era la fiesta de la Anunciación a María y por ello el Papa visitó la Gruta de la Anunciación del arcángel San Gabriel a la Virgen María. Allí, al pie del altar se puede leer (Hic Verbum caro factum est, aquí el Verbo se hizo carne). La Misa se celebró en la parte superior de la basílica con asistencia de 4000 invitados. El Papa habló de la familia y subrayó la necesidad de respetar la vida del niño desde el momento en que ha sido concebido. También se refirió a la tolerancia religiosa. El Pontífice se hacía cargo de la dificultad de ser cristiano en Nazaret, en donde el fundamentalismo musulmán es en ocasiones bastante agresivo contra la comunidad cristiana.

“Este viaje –dijo entonces Juan Pablo II- nos ha traído hoy a Nazaret, donde nos encontramos con María, la hija más auténtica de Abrahám. María, más que cualquier otra persona, puede enseñarnos lo que significa vivir la fe de nuestro padre... Como Abrahám, también María debe caminar en la oscuridad, confiando plenamente en aquel que la ha llamado”. Pidió a la Sagrada Familia que “impulse a todos los cristianos a defender la familia contra las numerosas amenazas que se ciernen actualmente sobre su naturaleza, su estabilidad y su misión. A la Sagrada Familia encomiendo los esfuerzos de los cristianos y de todos los hombres de buena voluntad para defender la vida y promover el respeto a la dignidad de todo se humano”.

Finalizada la Misa, el Papa volvió en helicóptero a Jerusalén. A vista de pájaro se podía contemplar el curso del Jordán con sus numerosos meandros, así como el cambio progresivo del paisaje desde la Galilea, con predominio de zonas verdes en el valle de Yitzreel. Pasaría por Samaría de vegetación más austera, hasta sobrevolar por las colinas calcáreas y las tierras pedregosas del desierto de Judá. Finalmente la ciudad de Jerusalén relucía con los colores dorados de sus atardeceres. Estuvo con el Patriarca greco-ortodoxo Diodoros, y luego visitó también al Patriarca armeno-ortodoxo en su residencia del monasterio de Santiago, cerca de la puerta de Sión. Finalmente el Papa se retiró al Huerto de los olivos y oró largamente en la Basílica de la Agonía de Jesús. La noche había descendido ya sobre el torrente Cedrón.

LA ÚLTIMA JORNADA

En el Muro de las Lamentaciones: Las oraciones se incrustan en las rendijas de las grandes piedras herodianas, características de las que se usaban en la época del emperador Augusto. Jesús también lloró por la ruina del Templo, antes de que este fuera destruido por la Décima Legión romana mandada por Tito. Su angustiada profecía, que no maldición, se cumplió y no quedó piedra sobre piedra del Templo. Las que quedan pertenecen al muro de contención de la gran explanada, donde por desgracia hoy se levantan las mezquitas de Omar y la de Al-Aksa, haciendo humanamente imposible una sincera reconciliación.

Domingo, 26 de Marzo. Era la última jornada, quizás la más difícil y delicada. A las 10 visitó al Mufti musulmán, de Jerusalén, Sheikh Ekrama Sabri, quien le rogó que intercediera para que terminara la ocupación judía de Jerusalén y para que los refugiados palestinos volvieran a sus casas, abandonadas desde 1948. El Santo Padre le escuchó con atención e indicó que su viaje era de índole religiosa. A continuación hizo un recorrido por la antigua explanada del Templo, visitando las mezquitas de Omar y de Al-Aksa.

La otra visita de ese día era el Muro judío de las Lamentaciones. Los rabinos exigieron a Juan Pablo II que no llevara visible la cruz durante su visita. Sin embargo el Papa aparece rezando junto al muro con el pectoral puesto como siempre... El Papa recitó un salmo ante el Muro, y besó una de las grandes piedras del tiempo herodiano. Sacó un folio con una oración escrita por su propia mano, en donde expresaba su aprecio por el pueblo judío y sus deseos de un sincero diálogo interreligioso. Siguiendo la costumbre de los judíos piadosos, dobló el papel y lo colocó en un hueco del Muro. Terminó bendiciendo el Muro, gesto sin precedentes y realizado con tanta naturalidad y cariño, que nadie reaccionó en contra.

A las 11’30 el Papa estaba en el atrio de la Basílica del Santo Sepulcro. Allí le saludaron los monjes greco-ortodoxos, los armenios-ortodoxos y los franciscanos. El P. Custodio de Tierra Santa le recibió dentro del templo y le dio la bienvenida. El Papa entró en el edículo del sepulcro del Señor y oró ante la tumba vacía. Siguió la celebración de la Eucaristía, ante el gran bajorrelieve que representa el encuentro de la Magdalena con Jesús resucitado. (En ese altar celebró la Eucaristía el entonces Prelado del Opus Dei, el Siervo de Dios Alvaro del Portillo, cuando visitó Tierra Santa. La última Misa la celebró en la iglesia junto al Cenáculo. Ese mismo día regresó a Roma, donde murió de repente en la madrugada del 23 de Marzo de 1994. Poco después de su visita estuve en Tierra Santa y todos me referían la honda emoción que experimentaba al visitar los santos lugares, así como su profundo recogimiento. Personalmente pienso que tantas emociones afectaron a su corazón, por otra parte afectado por los años, aquellos tiempos duros que tuvo que vivir junto al Fundador del Opus Dei, como su más cercano colaborador durante la mayor parte de su vida).

Dado el poco espacio a la Misa del Sumo Pontífice sólo asistieron unos doscientos invitados. En la homilía el Papa en la Basílica del Santo Sepulcro dijo que éste, aunque se encuentra vacío, “es un testigo silencioso del acontecimiento central de la historia humana: la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Durante casi dos mil años la tumba vacía ha dado testimonio de la victoria de la Vida sobre la muerte”. En otro momento explicaba que “la resurrección de Jesús es el sello definitivo de todas las promesas de Dios, el lugar del nacimiento de una Humanidad nueva y resucitada, la prenda de una historia caracterizada por los dones mesiánicos de paz y de alegría espiritual. En el alba de un nuevo milenio, los cristianos pueden y deben mirar al futuro con firme confianza en el poder glorioso del Resucitado de renovar todas las cosas”. Terminó diciendo: “Con toda la Humanidad redimida, hago mías las palabras que Pedro, el pescador, dirigió a Cristo, Hijo de Dios vivo: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Por último exclamó: “Christós anésti¡, ¡Jesucristo ha resucitado¡ ¡En verdad, ha resucitado¡ Amén”. Dijo que la resurrección de Cristo es nuestra esperanza y animó a todos repitiendo las palabras del Señor: “No temáis, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).

La segunda visita al Calvario no estaba en el programa, a pesar de la importancia del lugar. La razón fundamental estaba en la dificultad de acceder a la capilla de la crucifixión por unas escaleras muy empinadas y estrechas. La edad del Papa y su dificultad de movimientos eran motivos suficientes para omitir esa visita. Pero el Pontífice no se arredró ante la dificultad y volvió por la tarde a la basílica. Con dificultad y un considerable esfuerzo, sostenido por su fe y su amor, Juan Pablo II pudo postrarse ante la roca donde fue colocada la cruz. Con gran emoción el Papa concluía su peregrinación.

A la 18’30 comenzaba la ceremonia de despedida en el aeropuerto israelí de Ben-Gurión. Allí estaban el Presidente de Israel y el Primer Ministro, acompañados de sus esposas. También se hallaban presentes las autoridades cristianas y musulmanas. Por casualidad, conecté a través de la parabólica que hay en el bloque de mi residencia en Pamplona, con la BBC que estaba retransmitiendo la ceremonia. Duró una hora aproximadamente. Fue emocionante ver el afecto que todos mostraban al Papa que, uno a uno, dio la mano, saludando a todos los presentes. Subió con cierta dificultad la escalerilla del avión y antes de entrar en el avión se volvió para saludar y bendecir una vez más a todos cuantos le contemplaban, impresionados por su venerable figura. Por fin desapareció de la pantalla televisiva. Pero la BBC siguió retransmitiendo con las cámaras enfocadas hacia las ventanillas del avión. A través de ellas se pudo ver como el Papa caminaba lentamente por el pasillo del avión hasta llegar a su sitio. Entonces, cuando llegó, se pudo ver a través de la ventanilla como el Pontífice se derrumbaba sobre el asiento, dejándose caer como quien no puede más.

VUELTA A ROMA

A las 19’30 el avión alzaba el vuelo en dirección a Roma. Las luces allá abajo dibujaban en la noche curiosas constelaciones, una galaxia parecía Tel-Aviv que se sumergía en un misterioso y oscuro mar. Sin embargo, la Tierra de Dios conservaría durante mucho tiempo el reguero luminoso que había encendido la huella del anciano Vicario de Cristo. Ya en Roma dijo: ”Estos días han sido jornadas de intensa emoción, en la que nuestra alma se ha conmovido, no sólo por el recuerdo de lo que Dios hizo, sino también por su misma presencia, caminando con nosotros, una vez más, en la tierra del nacimiento, la muerte y la resurrección de Cristo. Y en cada paso de esta peregrinación jubilar María ha estado con nosotros, iluminando nuestro camino y compartiendo las alegrías y penas de sus hijos e hijas”. Terminó el recuerdo de su peregrinación con una oración a la Virgen, algo que era habitual en él: “!Oh abogada, ayuda a la Iglesia a parecerse más a ti, su elevado modelo¡ Ayúdala a crecer en la fe, en la esperanza y en el amor, mientras busca y cumple la voluntad de Dios en todas las cosas. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!”.

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