viernes, 7 de octubre de 2011

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE


"Pedimos en esta petición del Padrenuestro, que el nombre de Dios sea santificado por nosotros sus hijos. Esta oración que nos enseñó el mismo Señor, consta de una invocación y siete peticiones: tres en relación con la gloria de Dios y cuatro referidas a las necesidades de los hombres. Al pedir que el nombre de Dios sea santificado, pedimos que sea el mismo y único Dios el centro de nuestro culto. Por eso el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas. Nada, ni nadie, está por encima de El. A nadie debemos adorar salvo a Dios. El nombre de Dios equivale a El mismo. Por eso cuando Moisés le pregunta el nombre en el episodio de la zarza ardiente, Dios le contesta: Yo soy el que soy. El nombre de Dios encierra su esencia misma, su ser, es El mismo. Podríamos decir que es el Innombrable. Todas las demás cosas tienen su nombre, y este nombre se lo ha puesto el hombre. Dios en el Paraíso hizo pasar todas las criaturas por delante del hombre para que éste les pusiera un nombre. Ponerle nombre en este contexto significa poseer en cierta medida la naturaleza de las cosas y de las criaturas. Dios le puso el nombre al primer hombre, Adán. Por eso Dios no puede ser nombrado por el ser humano. El hombre no es quien para nombrar a Dios. De ahí que en el mundo judío no se podía pronunciar el nombre de Dios. La santidad de esta palabra, del nombre de Dios, es tal que no puede ser manchada por nuestros labios de pecadores. En cierto sentido sería como tomar el nombre de Dios en vano. Nunca sabemos realmente si lo estamos haciendo o no. Por eso el Señor nos previene contra los juramentos. No debemos jurar nunca, sea nuestro sí o nuestro no, suficientes. Dios es tan santo que el hombre debe reverenciar el nombre de Dios y tenerlo como lo más sagrado. ¡Cómo duele el escuchar blasfemias contra Dios! ¡Cómo puede el hombre decir mal de Dios! Es un pecado horrendo y gravísimo. Ofender a Aquel que es el Santo de los santos, del que procede todo bien, es la mayor locura y necedad del ser humano. Dios es nuestro Padre, Aquel que nos lo ha dado todo en su Hijo, ¡cómo podemos ofender su nombre!. Perdonanos Señor, perdona a los que ofenden la santidad de tu nombre, no les tengas en cuenta este pecado, acuérdate que tu misericordia y tu piedad son eternas. Santificado sea tu nombre, santo y glorioso. Cuando pedimos que el nombre de Dios sea santificado no queremos decir que su santidad dependa de nosotros. Dios es santo por sí mismo. Es la santidad plena. Lo que pedimos es que esta santidad de Dios sea reconocida y honrada por todos nosotros. El hombre reconoce que los Cielos y la tierra están llenos de su gloria. Que todo cuanto procede de El es santo. Dios con su presencia santifica todo, pues no hay nada dónde Dios no esté presente. Dios está en todas partes y por eso su santidad y su gloria, también. Al pedir que el nombre de Dios sea santificado, también pedimos que su santidad llegue a nosotros, que nosotros seamos santos como es santo el Señor. También nosotros hemos sido creados a su imagen y semejanza, y hemos recibido un nombre santo, el de cristianos. Somos por el bautismo otros cristos, el mismo Cristo, por la acción del Espíritu Santo y la inhabitación de la gracia santificante. También nosotros debemos santificar nuestro propio nombre, viviendo como verdaderos cristianos, honrando nuestro nombre. Dios nos ha puesto un nombre y nos conoce por él. Nosotros también conocemos el nombre de Dios y lo debemos santificar con nuestra vida, no sólo honrarlo con los labios, sino con todo el corazón, con toda nuestra mente, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas, con todo nuestro ser. Nosotros los cristianos llamamos a Dios con el nombre que nos enseño el mismo Cristo: Padre nuestro. Así nos dirigimos a El en nuestra oración y pedimos constantemente que todos lo santifiquen por sus buenas obras, para que todos los hombres den gloria al único Dios verdadero.

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