viernes, 7 de octubre de 2011

LOS SANTOS INOCENTES


"El rey Herodes en su locura, quiso acabar con el Mesías, eliminando a todos los niños de Belén. No podía consentir que alguien le hiciera sombra y pudiera arrebatarle el poder que ostentaba. No quería competidores, ni siquiera al enviado por Dios. Cegado por su soberbia quiso oponerse al plan divino, conocedor de las profecías quiso enmendar el camino del Señor, torcer su senda en su único beneficio personal. Pero Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, se resiste a los soberbios y los humilla. Herodes se quiso enfrentar contra el mismo Dios y su Mesías ordenando su muerte entre las de las decenas de niños de Belén. La muerte de Dios se ha anunciado tantas veces a lo largo de la historia de los hombres, tantas veces hemos querido eliminar a Dios de nosotros. Las tinieblas del mundo continuamente dicen non serviam seducidas por aquel enemigo primigenio que susurró a nuestros primeros padres: seréis como dioses. No queremos al Mesías, al Emmanuel, al Dios con nosotros, nos bastan nuestros propios dioses, nos bastamos nosotros mismos para decidir el bien y el mal. ¡Oh soberbia! Misterium iniquitatis. La criatura se rebela contra su Creador. Quien es polvo de la tierra se quiere hacer más que Dios. Matad a todos los niños para eliminar a Dios, matad a todos los primogénitos de Egipto había dicho también el faraón, pero Jesús como un nuevo Moisés, rescatado de las aguas del Nilo, ha sido rescatado de la ira de Herodes en Egipto para que se cumpliese la Escritura, de Egipto llamé a mi hijo. ¿No sabías rey Herodes que te enfrentabas con el mismo Dios? ¿No sabes Hombre que es imposible matar a Dios? Pero el ser humano sigue cegado por la soberbia y continúa esa lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Queremos seguir siendo nuestros propios dioses y decidir sobre la vida y la muerte, sobre lo bueno y lo malo. No queremos que nadie nos diga lo que se debe hacer. Negamos la ley natural y torcemos la ley moral, reescribimos los mandamientos divinos y ponemos por norma mandatos humanos. ¿Es que acaso puede un árbol malo dar frutos buenos...? Restauremos primero nuestro corazón, volvámonos a Dios, convirtámonos de nuevo al Señor, acojamos su Palabra que es lámpara para nuestros pasos, luz en nuestro sendero, dejemos a Dios ser Dios, abramos las puertas de par en par a Cristo que quiere nacer y crecer en nosotros. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, vino a los suyos pero los suyos no la recibieron, pero a los que la recibieron les dio poder para ser hijos de Dios

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