jueves, 13 de octubre de 2011

La carne de la lengua



Cuento Swahili


Hubo una vez en otro tiempo un rey rico y poderoso y una reina; una reina delgada, pálida y triste. No tenía apetito alguno, ni por los alimentos ni por la vida. El rey la observaba y no sabía cómo devolver la redondez al cuerpo que la reina había poseído años atrás.

Un día, mientras el rey miraba por la ventana de su palacio, vio pasar por el jardín una mujer que respiraba vitalidad, una mujer bien plantada, de hermosas carnes, de cuerpo generoso y mirada radiante. El rey reconoció en esa mujer a la esposa del jardinero y quedó estupefacto. Su propia esposa tenía todo lo que pudiera soñar, todo lo que una mujer pudiera desear y aun así, estaba flaca como un clavo herrumbroso. El jardinero, en cambio, no ganaba más de lo necesario para el sustento diario y tenía una mujer de formas abundantes...

El rey salió de su palacio al encuentro del jardinero, hablándole de este modo:

-Tu mujer está resplandeciente y la mía delgada al punto que parece enferma. Dime cómo, de qué manera, alimentas a tu esposa.

-Yo -respondió el jardinero- alimento todos los días a mi mujer con la carne de la lengua.

-¿Eso es todo?

-Sí señor, eso es todo.

El rey entró precipitadamente al palacio en busca de su cocinero, a quién ordenó:

-Me vas a preparar un banquete a base de lenguas de todo tipo, sazonadas de todas las maneras posibles. ¡Quiero una gama de sabores que sea digna de los paladares más exigentes!

Al día siguiente, las mesas estaban cubiertas con toda suerte de platos con lenguas de buey, de ternera, lenguas de carnero, de conejo, de alondra, de gorrión y de garza real. Lenguas tostadas, cocidas, asadas, rellenas, hervidas, además de salsas preparadas con especias del mundo entero.

El rey fue en busca de la reina y la acompañó, orgulloso de sí, hasta el salón de banquetes. La invitó a servirse de los manjares, pero la desdichada, a la vista de todas las lenguas, bañadas en jugos de colores extraños, sintió náuseas y se retiró inmediatamente a su habitación.

El rey, despechado, acudió nuevamente a su jardinero y le dijo:

-¡Tú te llevarás a mi esposa, la reina, a tu casa durante seis meses, y la tuya vendrá a vivir al palacio!

Los deseos de los reyes son órdenes. Así, a la mañana siguiente, se hizo el intercambio.

Hay que dejar correr el tiempo en la vida... en los cuentos, son suficientes dos palabras. He aquí que los seis meses pasan volando.

La reina regresó al palacio resplandeciente, con sus formas redondeadas y riéndole a la vida. En cuanto a la mujer del jardinero, era apenas la sombra de lo que fue. Estaba delgada y gris, su mirada estaba apagada y tenía un rostro que ya no sabía sonreír.

El rey, que no comprendió nada, pidió a las mujeres que le explicasen cómo era posible tanta transformación.

-Cuando mi marido regresa por la tarde -dijo la esposa del jardinero- está siempre de buen humor. Durante la cena, me va contando su jornada: las flores que han abierto sus pétalos, los arbustos que retoñaron, las frutas que maduraron, la luna llena en medio de la noche. Cuando termina de cenar, toca música y canta, cuenta historias y me recita poesía. Las veladas con él tienen la savia del paraíso.

-Así es -afirmó la reina-. Siempre tiene una bella historia o una palabra dulce que ofrecer y así embellecer la vida. Da, en fin, lo mejor de sí mismo, ¡la carne de la lengua!

Nadie sabe si el rey comprendió verdaderamente. Algunos dicen que desde ese día, las dos mujeres escogieron vivir con el jardinero. Otros, más optimistas, dicen que el rey aprendió a contar hermosos relatos… y que su reina vivió muy contenta el resto de sus días.

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