viernes, 7 de octubre de 2011

DIOS ME RECIBE


"Muchas veces al comulgar decimos que hemos recibido a Dios, y es cierto. En la Eucaristía recibimos el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad, de Cristo, pero también es igualmente cierto que al comulgar el cuerpo de Cristo, El también nos recibe a nosotros. Quizás no hemos pensado ésto suficientemente. Dios me recibe a mí, me une a El, entro en comunión con el Señor. Es ésta una realidad que nunca podremos expresar suficientemente con nuestras palabras. Recibimos a Dios pero no como si de algo se tratara, de un don, de una gracia, de un signo... Quizás la pobreza de nuestro lenguaje nos puede llevar a errores por no poder precisar lo que queremos decir. En la Eucaristía recibimos a Jesús mismo, real, vivo, presente en el pan y el vino eucarísticos. Recibimos a todo Cristo, por eso no recibimos algo, sino a alguien. Por eso decimos en la Misa esas palabras tan hermosas del evangelio: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya, bastará para sanarme. Es el Señor el que nos visita y nosotros nos consideramos indignos de El, por eso le decimos que nos perdone, que nos sane primero, para poder acogerlo en nosotros. No soy digno... Eucaristía y Reconciliación son dos sacramentos unidos estrechamente. En la Eucaristía se realiza el memorial de la Muerte y Resurrección de Cristo, y en la Reconciliación recibimos los frutos de la cruz del Señor y de su gloriosa Resurrección. Para acercarnos a El nos dejamos reconciliar con El si tenemos necesidad, es decir, conciencia de pecado grave. La Eucaristía demanda de nosotros una pureza de corazón, unas disposiciones interiores y también exteriores, para recibir no sólo la materialidad del sacramento, sino al mismo tiempo su gracia. Es Dios quien viene a nosotros, y nosotros vamos hacia Dios. El nos acoge y nos hace uno con El, nos hace partícipes de la comunión. Cristo es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia y nosotros sus miembros. Al recibir a Cristo, El nos recibe como cuerpo suyo y en El, somos recibidos todos sus miembros. Por eso la Eucaristía realiza la comunión eclesial. De ahí que no debamos participar si tenemos algo en contra de un hermano. Si al llevar tu ofrenda sobre al altar, recuerdas que tienes algo contra tu hermano, deja allí la ofrenda y ve primero a reconciliarte con tu hermano. De la Eucaristía deriva una llamada constante a la conversión. La comunión a la que nos invita con el Dios Uno y Trino, nos lleva también a una comunión con todo el Cuerpo de Cristo que es su Iglesia. Debe ser una comunión afectiva y efectiva, entre los miembros y con su Cabeza. Entre todos los cristianos y también con los obispos y con el Papa, sucesores de los Apóstoles y de Pedro. Comunión con la Palabra de Dios revelada, con los sacramentos de la salvación, con la Tradición viva y perenne de la Iglesia, con su Magisterio, con su estructura visible... Recibir a Cristo en la Eucaristía es ser recibidos por El, y en El a todos los cristianos nuestros hermanos, a toda la Iglesia. Por eso es el sacramento de la comunión y es el que realiza la comunión perfecta. Recibimos a Dios y El nos recibe, y también nosotros somos recibidos por la Iglesia y, de igual manera, nosotros debemos recibir a todos los miembros del cuerpo de Cristo.

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