viernes, 7 de octubre de 2011

DIOS ES PAZ, SERENIDAD, MANSEDUMBRE, ...


"Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso, dice el Señor. Para muchos cristianos la fe es algo que se vive como una carga, con desasosiego, tensión, miedo, agobio, etc..., ¡eso no puede ser! Algo pasa en nuestro interior porque dónde verdaderamente está Dios hay paz, armonía, serenidad, dulzura, alegría, felicidad, etc... Si la fe nos produce daño, no es fe lo que tenemos. Si seguir a Cristo nos produce tristeza, no es a Cristo a quien estamos siguiendo. Hay un problema de fondo. Quizás no seguimos al Señor, si no a la imagen desfigurada de Cristo que nos hemos creado o que nos han impuesto. Quizás son nuestros pecados los que nos atormentan. Muchas veces es nuestra falta de valentía para seguir verdaderamente el camino de Dios y no el de los hombres. Otras veces es la religión que nos hemos ido creando a nuestra propia medida e interés, cogiendo lo que nos gusta y desechando lo que nos desagrada, picando de aquí y de allá, de una opinión u otra, hasta crear una religión cómoda, pero tan falsa como fácil. Hacerse un ídolo es bien sencillo, en eso los hombres somos expertos, pero seguir al Dios verdadero nos cuesta horrores. Y sin embargo no somos felices. Esa religión inventada por nosotros mismos, o incluso esa pseudo religión que es el agnosticismo y el ateísmo, no nos satisfacen. Nos desasosiegan y perturban. Y es que son fruto de la soberbia, del orgullo y de la vanidad de los hombres. ¿Cómo un árbol malo va a dar frutos buenos? ¿Cómo la soberbia va a engendrar paz en nuestros corazones? Es imposible. Somos orgullosos para dejarnos conducir con docilidad y mansedumbre por Dios. No somos humildes ni sencillos de corazón. Nada ni nadie me tiene que decir lo que tengo que hacer, ni el camino que debo tomar, ni lo que es bueno o malo, ... Yo soy mi propio Dios y el Dios del prójimo. Yo me doy a mí mismo la fe que debo seguir, los mandamientos que debo cumplir, que normalmente no son ninguno más allá de lo que me apetece en cada momento siguiendo mi capricho. Y sin embargo somos jueces inmisericordes de los demás hombres. Nosotros nos juzgamos con infinita indulgencia, no hacemos nunca nada malo, no tenemos pecados, somos buenísimos, casi ángeles, pero a los otros no les dejamos pasar ni una. Somos muy dados a ver la paja en el ojo ajeno y a no ver la viga en el propio. ¡Menos mal que no somos nosotros los que nos debemos juzgar unos a otros! ¡No se salvaba ninguno! No juzgues y no serás juzgado, dice Dios, pues con la vara que midas serás medido. ¿Y nos extrañamos de vivir en el temor, de vivir inquietos, de no tener paz en nosotros? Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. ¿Porqué no hacemos caso a Cristo? Vivamos la fe como liberación, como misericordia, buscando únicamente el rostro del Señor, también en el hermano, en el prójimo, y encontraremos la paz. No hay temor en el amor, pues la misericordia se ríe del juicio. Que tu corazón se introduzca en el corazón de Cristo y que el corazón de Cristo se introduzca en el tuyo a fin de que sean los dos una sola carne, una sola cosa, un solo corazón."

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