lunes, 24 de octubre de 2016

La fe.

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En estos tiempos es duramente puesta a prueba nuestra fe en Dios.
El ateísmo invade el mundo y arrasa con todo y con todos, y el que no está firme, tambalea y cae en el camino.
¿Cómo hacer para salvarse, para no perder la fe?
Lo primero y más urgente que tenemos que hacer es consagrarnos a la Virgen, a su Inmaculado Corazón, pues Ella misma promete que los que se le consagren jamás perderán la fe.
Otra cosa que debemos hacer es no poner en peligro la fe, mirando programas malos de televisión, leyendo periódicos ateos, libros anticristianos y rechazar toda información contraria a las enseñanzas de la Iglesia, porque dice el dicho popular que el que no vive como piensa, termina pensando como vive. Es decir que tenemos que aplicar el Evangelio a nuestra vida. No basta saber las cosas en la teoría sino que hay que vivirlas, hacerlas carne y sangre en nosotros.
Muchos dicen que creen, que tienen fe, pero sus obras no son buenas, entonces no tienen fe, es un ateísmo práctico el que tienen, porque dicen que creen con el pensamiento pero no practican lo que creen. Entonces no tienen fe, su fe está muerta, porque ya lo dice el Apóstol que la fe sin obras está muerta.
También tenemos que alimentar nuestra fe, con buenas lecturas, con la oración frecuente, especialmente el Santo Rosario, con la recepción de los Sacramentos, especialmente de la Eucaristía, y hacer actos de fe como rezar el Credo y aprender más catecismo, no conformarnos con el catecismo que aprendimos en la infancia.
Debemos pedirle al Señor que nos aumente la fe, porque ella es una virtud teologal, es decir que la da Dios, pero también la alimentamos y la hacemos crecer nosotros, o sea que depende de Dios y de nosotros.
Recordemos el pasaje donde Jesús pregunta si habrá fe en el mundo cuando vuelva el Hijo del hombre. Esta es una palabra que nos debe hacer reflexionar porque estamos en un tiempo en que la fe, la verdadera fe se está apagando en muchas almas. Tratemos por lo menos que no se apague en la nuestra, y mantengamos las lámparas encendidas para cuando venga el Esposo, Cristo.

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