1. Supo esperar, con paciencia, la lluvia cuando no llegaba,
y con agradecimiento cuando, en abundancia, caía sobre las tierras
que trabajaba. ¿Nos desesperamos cuando las cosas no nos salen bien?
2. Su arado no se detenía
por las murmuraciones y las críticas de la buena suerte que le acompañaba. Quien echa, mano al arado, y mira hacia atrás, consigue
dos cosas: intranquilizarse, dar gusto a los detractores y no seguir adelante en la dirección
que tenía marcada. ¿En qué medida
me aceptan las críticas?
3. El arado de San Isidro, no entendía
de rencor ni venganza. Antes del amanecer, San Isidro oraba por los que le maldecían
y, a Dios, le pedía por aquellos
que injustamente le trataban. ¿Entran, en nuestra
oración, los enemigos que salen a nuestro
paso?
4. El arado de San Isidro, se metía con fuerza en la tierra, pero despuntaba mirando hacia el cielo.
Oteaba un horizonte
que, sabía de antemano, le aseguraba el ciento por uno en lo que hacía.
¿Somos hombres
y mujeres
de oración y acción?
5. El arado de San Isidro, andaba por los caminos
de la verdad. No utilizaba ni se burlaba de los amigos.
Sabía cuidar, guardar
y cribar la paja del trigo, la sinceridad de la maldad. ¿Somos transparentes con aquellos que nos rodean o, por el contrario, actuamos indignamente?
6. El arado de San Isidro hacía lo que su siervo le ordenaba: convertía el trabajo en alabanza a Dios.
¿Las horas
que estamos trabajando las ofrecemos al Señor o las dejamos huérfanas de trascendencia?
7. El arado de San Isidro era privilegiado: todos los días, antes de comenzar la labor, era conducido
por aquel que –previamente- se había llenado de la Eucaristía. ¿Buscamos una Iglesia, durante la semana, para ofrecerle
a Dios nuestras inquietudes? ¿Por qué madrugamos o trasnochamos tanto para unas cosas y, tan poco para Dios?
8. El arado de San Isidro, supo del pago del bien con el mal. No le costó perder de sus derechos para calmar la violencia, el odio y la envidia.
Pero, Dios, multiplicaba con creces lo que San Isidro
cedía. ¿Buscamos, con tal de que exista la paz, el desprendernos –incluso- de algo que es en justicia
nuestro?
9.
El arado de San Isidro, no hizo prodigios extraordinarios. Simplemente –allá por donde pasó- sembró semilla
de eternidad. ¿A qué nos dedicamos
nosotros? ¿A sembrar lo efímero o lo eterno?
10. Calderón de la
Barca, el maestro Espinel, Lope de Vega
y Guillén
de Castro,
entre otros, le cantan
en versos inmortales. Las mesetas de Castilla quedarán siempre iluminadas
y fecundadas con su sencillez
y paciencia. No hizo nada extra, pero fue un
héroe que sembraba en la tierra una
cosecha de eternidad. En su zamarra de labriego podría bordarse una cruz y un arado. Con letras de oro, ora et
labora
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