jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo

SERMÓN TERCERO DE LA ASCENSIÓN: DE INTELLECTU ET AFFECTU


SERMO TERTIUS
De intellectu et affectu
Capítulo 1
El Señor de los cielos invade hoy con su divina energía todo el universo. Ha disipado la niebla de su fragilidad humana, y la inunda de esplendor. El Sol está en su cenit, abrasa e impera. Su fuego cae a borbotones sobre la tierra: nada se libra de su calor. La Sabiduría de Dios ha retornado al país de la sabiduría; allí todos comprenden y buscan el bien. Tienen una inteligencia finísima y un afectó rapidísimo para acoger su palabra.
Nosotros, en cambio, vivimos en este otro país saturado de maldad y pobre de sabiduría: el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma mente pensativa. La mente o entendimiento se abruma cuando piensa en muchas cosas, y no se concentra en la sola y única contemplación de aquella ciudad tan bien trazada. Es normal que la mente se abata y se distraiga con tantas cosas y tantos rodeos. El alma son los afectos, excitados por las pasiones que anidan en el cuerpo mortal; éstos no pueden moderarse ni desaparecer hasta que la voluntad busque y tienda a la unidad.
Capítulo 2
Debemos, pues, purificar el entendimiento y el afecto: el primero para conocer y el otro para amar. Dichosos una y mi veces Elías y Enoc, que se vieron liberados de todas las ocasiones y obstáculos para que su entendimiento y su afecto vivieran sólo para Dios, conociendo y amando solamente a él. De Enoc se dice que fue arrebatado para que la malicia no pervirtiera su entendimiento, ni la perfidia sedujera su alma.
Nosotros tenemos el entendimiento turbio, por no decir ciego; y el afecto muy sucio y manchado. Pero Cristo da luz al entendimiento, el Espíritu Santo purifica el afecto. Vino el Hijo de Dios e hizo tales maravillas en el mundo que arrancó nuestro entendimiento de todo lo mundano, para que meditemos y nunca cesemos de ponderar sus maravillas. Nos dejó unos horizontes infinitos para solaz de la inteligencia, y un río tan caudaloso de ideas que es imposible vadearlo. ¿Hay alguien capaz de comprender cómo nos predestinó el Señor del universo, cómo vino hasta nosotros, cómo nos salvó? ¿Por qué quiso morir la majestad suprema para darnos la vida, servir él para reinar nosotros, vivir desterrado para llevamos a la patria, y rebajarse hasta lo más vil y ordinario para ensalzarnos por encima de todo?.
Capítulo 3
El Señor de los Apóstoles se presentó de tal modo a los Apóstoles que ya no necesitan valerse de las criaturas para conocer al Dios invisible, sino que él mismo, el Creador de todo se deja ver cara a cara. Y como ellos eran carnales y Dios es espíritu, era imposible conseguir la armonía entre el espíritu y la carne. Por eso se adaptó a ellos con la sombra de su cuerpo, y así, a través de un cuerpo radiante de vida, vieran al Verbo en la carne, al sol en la nube, la luz en el barro, y el cirio en el candelero: el aliento de nuestra boca es el Ungido del Señor, de quien decíamos: a su sombra viviremos entre los pueblos. Fijaos que dice: a su sombra entre los pueblos, y no entre los ángeles, donde contemplaremos la luz más nítida con ojos inmaculados.
Por eso cubrió a la Virgen con su sombra la fuerza del Altísimo: para que tan sublime resplandor no la ofuscara, y esa águila tan extraordinaria pudiera soportar los rayos de la divinidad. Les presentó la carne, para atraer a esa carne, que hacía milagros y obraba maravillas, todas sus inclinaciones hacia las cosas humanas. Y de la carne los pasó al espíritu, porque Dios es espíritu y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y verdad. ¿No crees que iluminó su entendimiento cuando les abrió los sentidos para comprender la Escritura, explicándoles que Cristo tenía que padecer todo eso, resucitar de los muertos y entrar en su gloria?
Capítulo 4
Pero ellos estaban tan familiarizados con esa carne santísima que no comprendían nada de su marcha, ni de que tes abandonara aquel por quien todo lo habían dejado. ¿A qué se debe esto? Su entendimiento estaba iluminado, pero su afecto no estaba purificado. Por eso les repite dulcemente el Maestro: os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá vuestro abogado. Porque os he dicho esto la tristeza os abruma. ¿A qué se debe el que no pueda venir a ellos el Espíritu Santo, mientras Cristo vive en este mundo? ¿Desdeñara la compañía de aquella carne que él mismo hizo concebir en la Virgen y nacer de la Virgen madre?
De ninguna manera. El quería darnos un camino a recorrer, un molde que nos moldeara. Los dejó llorando y subió al cielo. Y envió el Espíritu Santo que unificó su afecto, es decir su voluntad; y la transformó de tal modo que los que antes querían retenerle junto a sí, ahora se alegran de su marcha. Se ha hecho realidad lo que les había dicho : vosotros estaréis tristes, pero vuestra pena acabará en alegría. Tanto iluminaba Cristo su inteligencia y tanto purificaba el Espíritu su voluntad, que conocían el bien y lo amaban de corazón. Ahí está la religión perfecta y la perfección religiosa.
Capítulo 5
Me viene ahora a la mente aquello del profeta Eliseo, a quien Elías le había prometido dar en el momento de su partida o elevación todo lo que pidiera: déjame en herencia tu espíritu por duplicado. Elías comentó: ¡No pides nada! Si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás. ¿No te parece que Elías en su elevación representa al Señor, y Eliseo al grupo de apóstoles que contemplan ansiosos la ascensión de Cristo? A Eliseo le era imposible separarse de Elías: y los Apóstoles tampoco querían privarse de la presencia de Cristo. Al final logró persuadirles de que sin fe es imposible agradar a Dios.
Este doble espíritu que pide Eliseo no es otro que la luz del entendimiento y la purificación del afecto. Una cosa muy difícil, porque es muy raro quien lo consigue en este mundo. Pero si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás. Tus discípulos, Señor Jesús, no quedarán defraudados, porque te vieron subir al cielo, y con los ojos rebosantes de anhelo contempiaban cómo avanzabas lleno de fuerza. El mejor espíritu duplicado es aquello que Jesús dijo a los discípulos: Quien cree en mí hara obras como las mías y aún mayores. ¿No hizo Pedro, por medio de Cristo, cosas mayores que el mismo Cristo, cuando se nos dice que sacaban tos enfermos a la calle y los ponían en camillas, para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre alguno y se curaran? Del Señor no se nos dice que curara a nadie con su sombra.
Capítulo 6
No tengo la menor duda de que vuestro entendimiento está iluminado. Si me fijo en cambio en pruebas evidentes, vuestro afecto no está tan purificado. Conocéis el bien, el camino a seguir, y cómo debéis caminar. Pero la voluntad no es idéntica en todos. Algunos andan, corren y vuelan en todos los ejercicios de este camino y de esta vida: las vigilias se les hacen breves, las comidas sabrosas y el pan excelente, los trabajos llevaderos y agradables. Otros todo lo contrario: tienen un corazón tan árido y un afecto tan pertinaz, que nada de esto los atrae. Son tan pobres y miserables que únicamente les mueve algo el temor del infierno. Comparten todas las miserias, pero no las alegrías.
¿Tan pequeña es ahora la mano del Señor, que es incapaz de atender a todos? ¿No abre la mano y sacia de favores a todo viviente? ¿Qué ocurre? Sencillamente, que éstos no ven a Cristo cuando se retira de ellos. No consideran que son huérfanos y peregrinos en este mundo, que actualmente están prisioneros en la cárcel espantosa del cuerpo y lejos de Cristo. Si soportan largo tiempo este peso se agotan y sucumben, su vida es un verdadero infierno. Jamás disfrutan de la luz maravillosa del Señor, ni de la libertad espiritual, única capaz de hacer llevadero el yugo y ligera la carga.

                                                         CAPITULO 7

Esta tibieza tan nociva procede de que su afecto, es decir, su voluntad no está aún purificada. Conocen el bien pero no lo desean con la misma intensidad, así, son llevados y arrastrados pesadamente por su propia concupiscencia. Se permiten ciertas satisfacciones, sea en el hablar, en las señas, en las obras o en cualquier otra cosa. A veces renuncian a ellas, pero nunca de manera definitiva. Rara vez dirigen sus sentimientos hacia Dios, y su compunción no es constante, sino pasajera.
Un alma volcada en estas distracciones no puede saturarse de las visitas del Señor; y cuanto menos se dé a éstas, más le invadirán aquéllas: si mucho, mucho; y si poco, poco. Prueba y verás que éstas nunca se ven juntas con aquéllas, pues si faltan las vasijas el aceite deja de correr. El vino nuevo exige odres nuevos, para bien de ambos. El espíritu no admite a la carne, ni el calor al frío. Y la tibieza provoca a vómito al Señor.
Capítulo 8
Así, pues, los apóstoles no pudieron recibir el Espíritu Santo hasta que se vieron privados de la carne del Señor, a pesar de ser santísima y de Santo por excelencia. Y tú, que estás amarrado y hundido en una carne asquerosa y repleta de quimeras y sueños impuros, ¿cómo vas a recibir ese Espíritu purísimo, si no te decides y renuncias incondicionalmente a los consuelos humanos? Es verdad que al principio te invadirá la tristeza; pero si perseveras, esa tristeza se convertirá en gozo. El afecto se purificará y se renovará la voluntad. Mejor dicho, se creará otra nueva. Y lo que antes te resultaba difícil o imposible, lo harás con gusto y grandes deseos.
Envía, Señor, tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra. Al hombre se le conoce exteriormente por el rostro, e interiormente por la voluntad. Cuando viene el Espíritu se crea y renueva la faz de la tierra, es decir, la voluntad terrena se convierte en celeste, dispuesta a obedecer antes de que le manden. ¡Dichosos estos que no sienten el mal, y viven siempre con el corazón dilatado! Pero de los otros a que nos referíamos anteriormente dice el Señor estas terribles palabras : Mi espíritu no permanecerá en esos hombres; porque son de carne, es decir, carnales.La carne absorbió todo su espíritu.
Capítulo 9
Hermanos, hoy nos han llevado a nosotros el novio, y nuestro espíritu no está completamente tranquilo. Lo han hecho para enviarnos el Espíritu de la verdad. Oremos e imploremos para que nos encuentre preparados, y que él mismo nos prepare y llene la casa en que vivimos. Que no sea la inquietud, sino la unción la que nos enseñe todas las cosas. Y así, una vez iluminado el entendimiento y purificado el afecto, venga a nosotros y viva con nosotros.
La serpiente de Moisés devoró las serpientes de los adivinos: así hará también éste cuando venga, absorberá todos los consuelos terrenos y encontraremos solaz en el trabajo, gozo en las dificultades y gloria en los ultrajes. Lo mismo que los Apóstoles, ebrios del Espíritu, salieron del consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por causa de Jesús.
El Espíritu de Jesús es un espíritu bueno, santo, recto, dulce y poderoso; lo que nos parece ingrato, difícil y austero lo convierte en fácil y agradable. De la injuria hace una fuente de gozo, y del desprecio la mayor alabanza. Fieles al Profeta, examinemos y revisemos nuestra conducta y nuestras inclinaciones; levantemos con las manos el corazón, para que nos alegremos y regocijemos en la solemnidad del Espíritu Santo, y él nos guíe a la plenitud de la verdad, según la promesa del Hijo de Dios.
RESUMEN
El presente sermón nos habla sobre el entendimiento y el afecto. Cristo ilumina nuestro entendimiento. El Espíritu Santo purifica nuestro afecto. De esta manera obtenemos la experiencia directa de Dios en las cosas que nos rodean (la luz, el agua, el sol...). La marcha de Cristo favoreció la llegada del Espíritu Santo y el desarrollo del afecto. En general el entendimiento está más purificado que el afecto. No podremos recibir plenamente el afecto hasta que no estemos privados del mundo carnal. Aunque el camino parece difícil, recordemos que la serpiente de Moiseés devoró a las serpientes de los adivinos como cuando la presencia del Espíritu Santo devora las ansias carnales y terrenales. Podemos ver un paralelismo entre la marcha de Jesús y los apóstoles con la de Elías y Eliseo (el primero representa al Señor y Eliseo a los apóstoles). Siempre debemos recordar que el Espíritu de Jesús es bueno, santo, recto, dulce y poderoso

SERMÓN SEGUNDO ASCENSIÓN



SERMÓN SEGUNDO ASCENSIÓN
Capítulo 1


       Hermanos, esta solemnidad es gloriosa y gozosa. A Cristo le confiere una gloria extraordinaria, y a nosotros una peculiar alegría. Es la cumbre y plenitud de las demás solemnidades, el broche de oro del largo peregrinar del Hijo de Dios. El mismo que bajó es el que sube hoy por encima de los cielos, para llenar el universo. Ya había demostrado ser el dueño de todo el mundo: tierra, mar e infierno; ahora quiere manifestarse Señor del aire y del cielo, con pruebas semejantes o mayores. La tierra reconoció al Señor cuando éste gritó con voz potente: Lázaro, sal fuera, y devolvió al muerto. Lo reconoció el mar, cuando se cuajó bajo sus pies, y los apóstoles lo tomaron por un fantasma. Lo reconoció el infierno, cuando destrozó sus puertas de bronce y sus cerrojos de hierro, y encadenó a aquel insaciable homicida llamado diablo y Satanás.


Capítulo 2 


      El remate de tu túnica sin costura, Señor Jesús, y la plenitud de nuestra fe, pide ahora que te eleves por los aires a a vista de los discípulos, como dueño y Señor del firmamento. De este modo quedará patente que eres el Señor del mundo, porque llenas totalmente el universo. Y merecerás con pleno derecho que ante ti se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda boca proclame que tú estás en la gloria y a la diestra de Dios Padre. En esta derecha está la alegría perpetua. Por eso nos apremia el Apóstol a buscar lo de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre. El es toda nuestra riqueza: en El se esconden todos los tesoros del saber del  conocer; en él habita realmente la plenitud total de la divinidad.

Capítulo 3 

      Considerad también, hermanos, la pena y angustia que embargó a los apóstoles al verle arrancarse de su lado y elevarse al cielo. No usa escaleras ni cuerdas, le acompaña una multitud de ángeles sin necesidad de ayudarle: avanza él solo y lleno de fuerza. Aquí tenernos convertido en realidad lo que había predicho: vosotros no sois capaces de venir al lugar donde voy a estar yo. Si hubiera marchado al último rincón de la tierra, allí le hubieran seguido. Si al mar, allí se hubieran sumergido, como ya lo hiciera Pedro. Mas aquí no pueden seguirle porque el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda  terrestre abruma la mente pensativa.
¡Qué pena tan terrible ver cómo se aleja y desaparece aquel por quien todo lo han dejado! Privados del novio, los amigos del novio lloran desconsolados. Y qué angustia la suya, al verse desamparados frente a los judíos, y sin recibir todavía la fuerza de lo alto. Al separarse de ellos los bendice, estremecido tal vez en su entrañable ternura, por dejar menesterosos a los suyos y a su pobre comunidad. Pero va a prepararles un sitio, y les conviene estar privados de su presencia humana.
 ¡Qué procesión tan dichosa y sublime! Ni los mismos apóstoles pudieron participar en ella. Escoltado por las almas santas y entre el regocijo de los coros celestiales, llega hasta el Padre y se sienta a la derecha de Dios. Ahora sí que ha empapado al mundo entero: nació como un hombre cualquiera, convivió con los hombres, sufrió y murió por culpa y en favor de ellos, resucitó, ascendió y está sentado a la derecha de Dios. Esta es la túnica tejida de una pieza de arriba abajo, rematada en las moradas celestes, donde Cristo alcanza su plenitud y es la plenitud de todo.

                                             Capítulo 4   

      Pero ¿qué tengo que ver yo con estas fiestas? Señor Jesús, ¿qué consuelo puedo tener si no te vi colgado de la cruz, ni cubierto de heridas, ni en la palidez de la muerte? ¿Si no puedo calmar sus heridas con mis lágrimas, porque no he sufrido con el crucificado, ni le he atendido después de morir? ¿Por qué no me saludaste cuando entraste en el cielo vestido de gala y como rey glorioso? El único consuelo que tengo son estas gozosas palabras de los ángeles: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que se han llevado de aquí al cielo volverá como lo habéis visto marcharse.  Volverá, dicen ellos, ¿volverá a por nosotros, en aquella procesión grandiosa y universal, cuando venga a juzgar a vivos y muertos, con los ángeles como mensajeros y el séquito de los hombres? Sí, vendrá. Vendrá tal y como ascendió, no como bajó. Se hizo humilde para salvarnos, y aparecerá sublime cuando resucite este cadáver y reproduzca en nuestro cuerpo el resplandor del suyo, dando a esta pobre criatura suya una grandeza incalculable. El que antes aparecía como un hombre cualquiera, vendrá con gran poder y majestad. Yo también lo contemplaré, pero no ahora; lo veré, pero no inmediatamente. Esa otra glorificación deslumbrará a la primera por su gloria incomparable.

                                           Capítulo 5 

Entre tanto ha sufrido a la derecha del Padre, y nos recuerda siempre ante Dios. Está a la derecha, porque tiene en su diestra la misericordia la justicia en la izquierda. Su misericordia es infinita, y también su justicia. De la derecha mana agua, y de la izquierda brota fuego. Como se levanta el cielo sobre la tierra así se levanta su bondad sobre sus fieles: la misericordia del Señor supera en inmensidad a todas las distancias del cielo y de la tierra. El propósito de Dios sobre ellos es inmutable, y la misericordia con los suyos es eterna: eterna por la predestinación, y eterna por la glorificación. Pero también es terrible con los hombres malditos. La sentencia es irrevocable para todos: para los elegidos y para los condenados. ¿Quién me puede asegurar que todos los aquí presentes están inscritos en el cielo y en el libro de la vida? La humildad de vuestra vida es para mí un indicio muy claro de que estáis elegidos y justificados. Todo mi interior exultaría de gozo si lo supiera con certeza. Pero nadie sabe si Dios le ama o le odia.

                                          Capítulo 6 

      Por eso, hermanos, perseverad en la disciplina que abrazasteis y subid por la pequeñez a la grandeza: es el único camino. Quien elige otro desciende, no asciende, porque únicamente la humildad encumbra y sólo ella nos lleva a la vida. Cristo, por su naturaleza divina, no podía crecer ni ensalzarse, porque nada hay más alto que Dios. Pero vio que la humildad es el medio de elevarse, y vino a encarnarse, padecer y morir, para que nosotros no cayéramos en la muerte eterna; por eso Dios o glorificó, lo resucitó, lo ensalzó y lo sentó a su derecha. Anda, haz tú lo mismo. Si quieres ascender, desciende; abraza esa ley irrevocable: a todo el que se encumbra lo abajarán, y al que se abaja lo encumbrarán. ¡Qué maldad y necedad la de los hombres! Con lo difícil que es ascender y lo fácil que es descender, prefieren subir antes que bajar. Siempre están dispuestos para recibir los honores y grandezas eclesiásticas, que hacen temblar a los mismos ángeles. ¡Qué pocos son los que te siguen, Señor Jesús, los que se dejan atraer por ti, los que se dejan guiar por la senda de tus mandatos! Algunos se dejan seducir y exclaman: llévame contigo. Otros se dejan guiar y dicen: condúceme a tu alcoba, rey mío. Otros son arrebatados como lo fue el Apóstol al tercer cielo. Los primeros son felices, porque a base de paciencia consiguen la vida. Los segundos son más felices, porque le alaban espontáneamente. Y los últimos son totalmente felices: han sepultado ya su voluntad en la insondable misericordia de Dios y están transportados por el soplo ardiente a los tesoros de la gloria. No saben si con el cuerpo o sin él; pero lo cierto es que han sido arrebatados. ¡Dichoso quien te sigue siempre a ti, Señor Jesús, y no a a ese espíritu fugitivo que quiso subir y sintió sobre sí el peso infinito de la mano divina! Nosotros, pueblo tuyo y ovejas de tu rebaño, queremos seguirte a ti, con tu ayuda, para llegar hasta ti. Porque tú eres el camino, la verdad y la vida. Camino con el ejemplo, verdad en las promesas y vida en el premio. Tienes palabras de vida eterna, y nosotros sabemos y creemos que eres el Cristo, el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Dios bendito por siempre. 
RESUMEN
Cristo volverá pero ya no con humildad sino con majestad. Nos abandona para estar a la derecha de Dios Padre,  porque tiene en su diestra la misericordia y la justicia en la izquierda. Su misericordia es infinita, y también su justicia. El que quiera acompañarle no debe subir sino bajar y sepultar su voluntad en su infinita misericordia. Solamente la humildad encumbra y la soberbia conduce a la muerte eterna.

IN ASCENSIONE DOMINI. DE LA ASCENCIÓN DEL SEÑOR. SERMO PRIMUS

IN ASCENSIONE DOMINI

De la Ascensión del Señor



SERMO  PRIMUS
De evangelica lectione

Capítulo 1 


       Se apareció Jesús a los once discípulos cuando estaban a la mesa. Se hizo visible la bondad de Dios y su amor a los hombres. Si se digna compartir con los que están a la mesa, con mucho más gozo se unirá a los que hacen oración. Se ha hecho palpable su bondad, porque conoce nuestro barro y no se asusta de nuestras miserias, sino que se compadece; con tal que no cedamos a los apetitos del cuerpo, sino sólo a sus necesidades. Nos lo recuerda el Apóstol: Hagamos lo que hagamos, comer, beber, o lo que sea, hagámoslo todo para honra de Dios. Este detalle de aparecerse cuando estaban a la mesa nos hace pensar en aquel otro pasaje en que los judíos echaban en cara a los discípulos no ayunar; y Jesús respondió: Los amigos del novio no pueden estar de luto mientras dura la boda. 
       El texto sigue diciendo : Les echó en cara su incredulidad y su terquedad en no creer a los que lo habían visto resucitado. Cristo reprende a los discípulos, y les echa en cara su incredulidad. Y no lo hace en cualquier momento, sino poco antes de alejarse de ellos, el menos propicio para amonestar. No te molestes si el representante de Cristo te corrige de algo. Hace lo mismo que hizo Cristo con sus discípulos antes de subir al cielo. Pero, ¿por qué se dice por no creer a los que lo habían visto resucitado? ¿Quiénes fueron los privilegiados que merecieron ver con sus propios ojos el grandioso prodigio de la resurrección del Señor? De entre los humanos ninguno tuvo esta gracia. Pensemos, pues, en los ángeles; éstos anunciaban la resurrección, y los pusilánimes apóstoles se resistían a creer.

Capítulo 2

       Más si la Escritura dice: enséñame la bondad, la disciplina y la sabiduría, a la gracia de la visita, y al reproche de la reprensión debe acompañar la doctrina de la predicación. De ese modo el que crea y se bautice se salvará. ¿Qué os parece hermanos? Yo creo que estas palabras pueden inspirar demasiada confianza a la gente del mundo; y temo que esa libertad dé ocasión a la carne, fiándonos sin discreción del bautismo y de la fe, y olvidando las obras. Por eso dice a renglón seguido: A los que crean, les acompañarán estas señales. 

       Estas palabras suelen inspirar tanto temor, incluso a las personas más religiosas, como las anteriores fomentaban una vana esperanza en los mundanos. ¿Quién puede presumir de poseer esas señales que indica el texto sagrado, y sin las cuales nadie se salvará? Porque el que se niegue a creer, se condenará. Y sin fe es imposible agradar a Dios. ¿Quién expulsa demonios, habla lenguas nuevas y coge serpientes? Si en nuestros días nadie o muy pocos tienen estos dones, ¿significa eso que nadie se salvará, o solamente aquellos que tienen, esa facultad, la cual no es santidad, sino signo de santidad? ¿Y por qué a los que dicen: hemos echado demonios y hemos realizado muchos milagros en tu nombre, se les dirá en el día del juicio: Nunca os he conocido. Lejos de mí los que practicáis la maldad? ¿Cómo dice el Apóstól, hablando del juez justo, que pagará a cada uno según sus obras, si allí se buscan más los prodigios que los méritos?

Capítulo 3 

       Los méritos también son milagros, y muy seguros y provechosos por cierto. Y no es difícil discernir cuándo estos signos son testimonios de la fe y de la salvación. La primera obra de la fe que opera por el amor es la compunción del corazón: arranca el pecado y expulsa el demonio. Los que creen en Cristo hablan lenguas nuevas, parque olvidan lo antiguo y el lenguaje de sus antepasados,   no rebuscan las palabras como tapujo de sus pecados. Mas los pecados perdonados por la compunción del corazón y la confesión oral, pueden brotar de nuevo y hacer que el final sea peor que el principio. Por eso es preciso que cojan serpientes, esto es, ahoguen las sugestiones venenosas.
      ¿Y si brota una raíz que somos incapaces de cortar rápidamente y nos excita al placer? En ese caso, si beben algún veneno, no les hará daño, porque, a ejemplo del Salvador, lo probarán pero no lo tomarán. Sentirán, mas no consentirán. Sentir la concupiscencia, y no consentirla, no hace daño, porque no pesa condena alguna sobre los que están unidos a Jesús. No hay duda que estas inclinaciones tan débiles y corrompidas nos provocan una lucha molesta y peligrosa. Pero los que creen aplicarán las manos a los enfermos y quedarán sanos, esto es, ahogarán con buenas obras los malos deseos, y sanarán.

RESUMEN
Cristo reprende a los apóstoles ante su incredulidad (dudan de su resurrección), y lo hace cuando está a punto de marcharse. No debemos molestarnos por la reprensión. Debemos aceptar y oír la predicación. Nos dice que el que crea y se bautice se salvará. Pero esa creencia se mostrará en señales: expulsar demonios, hablar otras lenguas y coger serpientes. Lo primero produce comodidad al hombre mundano. Lo segundo desasosiega a cualquiera. Los méritos acumulados son los verdaderos signos. El mayor mérito no es sentir la tentación sino resistirnos a ella. El que de verdad cree será capaz de coger la serpiente: es decir de eliminar su veneno (el mal) con nuestras propias manos.

SOBRE EL VERSO DE HABACUS: ME PONDRÉ DE CENTINELA, HARÉ LA GUARDIA OTEANDO


1. Leemos en el Evangelio que, cuando el Señor predicaba y exhortaba a sus discípulos a participar en sus sufrimientos comiendo el sacrificio de su cuerpo, algunos dijeron: Este lenguaje es intolerable. Y le abandonaron muchos. Preguntados los discípulos si también ellos querían marcharse, respondieron:Señor, y  ¿a quién vamos a acudir? En tus palabras hay vida eterna. 
 Eso os digo yo, hermanos: también hoy son muchos los que encuentran espíritu y vida en las palabras de Jesús, y por eso le siguen. A otros, en cambio, les resultan muy duras y buscan el consuelo en otra parte. La sabiduría predica en todas las plazas, es decir, en las calzadas anchas y cómodas que llevan a la muerte, para disuadir a los que pasean por ellas. Hace cuarenta años, dice un salmo, que estoy gritando a esta gente: tenéis el corazón extraviado. Y otro salmo dice: Dios habló una vez. Sí, una vez, porque jamás se interrumpe. Su palabra es única, y no enmudece, es continua y eterna. 
2. Insiste a los pecadores que vuelvan a su interior y reprende sus desvaríos. El mora allí y les habla, y realiza aquello del Profeta: Hablad al corazón de Jerusalén. Babilonia, en cambio, es pura tierra y no puede soportar las palabras del Señor. Vive lejos de su propio corazón y actúa carnalmente. Parece tener muerto el corazón,  o ser una paloma seducida que no tiene corazón. Sólo conoce la alegría de hacer el mal y su regocijo es cometer maldades. Cuando oye al Señor que no aprueba estos goces, sino que los detesta, reprende y condena, huye y se esconde como Adán.
 ¡Pobre de mi! ¡Con qué miseria pretender cubrirte, alma mía! No vale para nada, son unas hojas mal cosidas, unas hojas que no dan calor ni duran cuatro días. En cuanto salga el sol se secarán y el viento bochornoso las hará polvo. Y te quedarás desnuda y miserable. Nada hay encubierto que no se descubra; porque vendrá el Señor y sacará a luz lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto las intenciones del corazón. Imposible ocultarte entonces, desgraciada. Será inútil que grites a los montes: Desplomaos sobre mí; o a las colinas: Sepultadnos. Tendrás que comparecer desnuda y sin tapujos ante el tribunal de Cristo, para escuchar su sentencia, por haber despreciado su consejo.
 El Señor está repitiendo: Convertíos. Pero muchos no hacen caso, se hacen sordos y dicen: Este lenguaje es insoportable.Pero cuando retumbe aquella otra palabra terrible y fatal: Id, malditos, al fuego eterno, entonces, impíos, podréis acaso disculparos?
3. Os vais dando cuenta, hermanos, qué saludable es la advertencia del Profeta de no endurecer el corazón si oímos su voz. El Evangelio y el Profeta usan casi idénticas palabras. El Señor dice: Mis ovejas escuchan mi voz. Y David en un salmo dice: Pueblo suyo -el del señor sin duda-y ovejas de su rebaño: ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis el corazón. Es mucho más útil y provechoso acoger hoy sus consejos y sus consuelos, sus avisos y sus enseñanzas y, en último caso, sus reprensiones, que escuchar en aquel otro día su sentencia, su venganza y su condena.
 Prefiero que el justo me humille, me corrija y reprenda con misericordia, a que el ungüento del impío perfume mi cabeza; no quiero ser una tierra castigada con la vara de su palabra, cuando el cetro de hierro triture los jarros de loza. Quiero ser fiel a sus palabras, como el Profeta, y mantenerme en el camino recto, antes que ser aniquilado como el malvado, con el resuello de sus labios.
4.Aunque siento que sus palabras son algo duras, también son dulces, porque incluso cuando se indigna sigue siendo misericordioso. Más aún, su indignación brota de de su misericordia. Si los reprende y castiga es porque los ama; y azota al hijo que reconoce por suyo. Aplica la vara a sus maldades y el castigo a sus pecados, pero no le retira su misericoria.
 Por eso los hombres verdaderamente sabios, en vez de ocultar sus llagas, las descubren y las confiesan al Señor, porque saben que es bueno e infinita su misericordia. Y mezcla el vino de la corrección con el óleo del consuelo. Sí, el sabio abraza la disciplina, para que no se irrite el Señor, y en lugar de pedirle cuenta lleno de ira, aparte su cólera de él. En una palabra: El corazón de los sabios está con la tristeza, y el de los necios donde reina la alegría. Pero aquella tristeza se convertirá en gozo, y la alegría de los otros se acabará en llanto.
 Escucha cómo el Profeta Abacuc acepta la corrección del Señor y la medita atentamente y sin cesar: Me pondré de centinela, haré la guardia oteando a ver qué me dice, qué respondo a su reclamación. Estemos también nosotros, hermanos, vigilantes, porque es la hora del combate. No vivamos en el estercolero de nuestro pobre cuerpo, sino en el corazón, donde habita Cristo. Lo dice la Escritura: Afianzo mis pies sobre roca y aseguro mis pasos. Con esta protección y seguridad contemplemos y veamos qué nos dice él y qué podemos responder a sus acusaciones. 
5. Queridos hermanos, he aquí el primer grado de la voluntad de contemplación: considerar constantemente cuál es la volntad de Dios, lo que agrada y complace. Y como todos le ofendemos muchas veces, nuestra vida retorcida choca con la rectitud de su voluntad, y le es imposible unirse y acoplarse a ella. Humillémonos, pues, ante la mano poderosa de Dios; n cesemos de presentarnos como unos miserables ante su presencia misericordiosa, y digamos: Sáname, Señor , y quedaré sano. Sálvame y estaré sañvado. O esto otro: Señor, ten misericordia; sácame, porque he pecado contra ti.
 Cuando hemos purificado el ojo de nuestro corazón con estos pensamientos, ya no vivimos en nuestro espíritu con amargura, sino en el de dios y muy felices. Ni pensamos cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida, sino en sí misma. La vida está en su voluntad, y lo más útil y provechoso para nosotros es, sin duda alguna, lo que está conforme a su voluntad. Por eso, si queremos conservar escrupulosamente la vida de nuestra alma alejémonos lo menos posible de esa voluntad divina. Y a medida que avancemos en la práctica espiritual, bajo la dirección del Espíritu que sondea hasta lo profundo de Dios, meditemos cuán suave y bueno es el Señor. Oremos con el Profeta para conocer la voluntad de dios y no vivir en nuestro corazón, sino en su templo. Y digamos tambien con el mismo Profeta: Mi alma se acongoja, por eso me acuerdo de ti.
 En esto consiste toda la vida espiritual: fijarnos en nosotros mismos para llenarnos de un temor y tristeza saludables, y mirar a Dios para alentarnos y recibir el conuelo gozoso del Espíritu Santo. Por una parte fomentamos el temor y la humildad, y por otra, la esperanza y el amor. 
RESUMEN
La palabra de Dios está en todas partes. Es también continua. Sólo hace falta querer oírla. También es el único camino aunque, a veces, parezca dura. 
Tenemos que elegir entre la palabra de Jerusalén o el materialismo de Babilonia. 
Es mucho más provechoso escuchar su palabra que recibir su castigo. 
 De la tristeza contemplativa nace la verdadera alegría. Es esa la que tenemos que buscar, donde hasta la reprensión de nuestros actos tiene la marca divina de la misericordia. 
 Es un sentimiento natural en el que se unen la necesidad de ayuda, el temor y la misericordia. Por una parte sentimos temor. Por otra esperanza. Por una parte humildad, por otra amor. 

LA ATENCIÓN A SÍ MISMO


Somos el espectáculo de todo el mundo: de los ángeles y de los hombres. Sí, tanto de los malos como de los buenos. A los primeros les impulsa la pasión de la envidia, a los otros el sentimiento de misericordia. Tienen siempre su mirada fija en nosotros, unos con asnsias de vernos caer y otros de avanzar. Y es que estamos en momento de prueba, entre el paraíso y el infierno, con un pie -por así decirlo-en el claustro y otro en el mundo. Desde ambos campos observan atentamente lo que hacemos, y se dicen: ¡Ojalá se pase al nuestro! Su intención es muy distinta, pero el empeño es quizá idéntico.
 Si los ojos de todos están clavados sobre nosotros, ¿por dónde divagan los nuestros? ¿Por qué somos los únicos que no nos fijamos en nosotros mismos? Se nos vigila con interés a derecha e izquierda, y somos los únicos en dispensarnos de examinar nuestra vida, los únicos que no nos observamos, sin temer a los que nos engañan ni respetar a los espíritus que nos asisten. Los justos me me esperan a que me concedas la recompensa. Y los pecadores me aguardan para perderme. A un lado me ofrecen la corona y a otro el infierno. Y ante semejante alternativa, ¿puedo entregarme a bagatelas o complacerme en bostezar? No me arrastra el deseo ni me espanta el peligro; ni hago ni tengo lo más esencial de mi vida; estoy fatalmente insensible a ambas cosas.
 Levantémonos de una vez, hermanos, y cesemos de recibir en vano nuestras almas, por las que otros vigilan con tanto interés para nuestro bien o nuestro mal. No es una pequeñez lo que tanto persiguen los enemigos y ansían nuestros conciudadanos.

RESUMEN Y COMENTARIO
Hasta los actos más íntimos, la oraciones más recónditas tienen una repercusión en nuestra comunidad. Nada pasa desapercibido. Todo está interconectado de un modo misterioso. Cualquier acto bondadoso, o de piedad, repercute en todo lo que nos rodea. Cualquier deshonestidad o injusticia que realicemos, hace rechinar los mismos pilares del mundo creado. Cada oración es, pues, un acto trascendente. Ni una palabra es ociosa. Cada vez que oramos, como cuando recitamenos la oración de Jesús, algo cambia alrededor. Puede parecer imperceptible, pero para una criatura espiritual, "que oye" (y por eso tiene mayor responsabilidad) que vive por y para dios, quizás sea tan fuerte como el tañido de una campana. Si lo pensamos así, percibimos que somos responsables de lo que hacemos, que no somos criaturas intranscendentes: que es necesario prestar atención a nosotros mismos.

TRES PANES



(Rogativas:  son las oraciones públicas hechas a Dios para conseguir remedio en una grave necesidad. Generalmente consistían en procesiones que se hacían dentro o fuera del templo con carácter de penitencia y propiciación para la agricultura, acompañadas del rezo de letanías. Litúrgicamente fueron establecidas por la Iglesia para ser rezadas o cantadas en ciertas procesiones, probablemente en el siglo IV, aunque no se fijaron las fechas de su celebración hasta el pontificado de San Gregorio Magno en el año 590.
Tenían lugar dos veces en el año: en la festividad de San Marcos, las denominadas rogativas o letanías mayores, y, en los tres días anteriores a la Ascensión, las conocidas como rogativas o letanías menores. Además, con carácter extraordinario, el papa y los obispos podían prescribirlas en cualquier época del año en calamidades y necesidades públicas perentorias.)





Ese amigo nuestro que viene de viaje y se acerca a nosotros, es decir, a cualquiera que se convierte, necesita alimentarse con tres panes. El primer pan es la continencia, que domina el cuerpo y no le permite entregarse a los placeres que llevan a la muerte. El segundo es la humildad, que enseña al alma a no envanecerse por la continencia. Y el tercero es el fervor de la caridad: con su fuego conserva estables estas dos realidades, cuerpo y alma, en la castidad y en la humildad.
 Estas tres virtudes -castidad, humildad y caridad-son otros tantos panes con que se alimenta y vigoriza el hombre de Dios, y como dice el Apóstol, hacen que su espíritu, alma y cuerpo se conserven sin tacha para la venida del Señor. El espíritu, para mí, es esa energía o gracia que, en frase del mismo Apóstol, viene en ayuda de nuestra debilidad para que no desfallezcamos, hasta que llegue el momento de cosechar el bien que sembramos.
 El primer pan es carnal o corporal, el segundo racional y el tercero espiritual. Si nos faltan estos panes, pidámoslos a Dios. Y es muy razonable pedir los tres, porque tres son los comensales: el alma o varón, la carne o mujer, y el espíritu o servidor de ambos. Y observemos que no dice: "dame" sino:Préstame tres panes, y ya te los devolveré. Y es que cuando se convierte un pecador, el sacerdote debe obtener para él la gracia divina; pero el fruto de esa gracia no procede de él, sino de Dios.

RESUMEN
En nuestra conversión precisamos de tres panes: la castidad, la humildad y la caridad. La castidad nos da el dominio del cuerpo. La humildad es virtud más alta y nos da el conocimiento verdadero. La caridad es todavía superior y pertenece al espíritu. Pero debemos tener cuidado porque ninguno de estos panes son, verdaderamente, nuestros, sino prestados por "el que todo lo puede" y de donde "todos los dones proceden".

SERMÓN SEGUNDO DE LA PASCUA: TRES SON LOS QUE DAN TESTIMONIO EN EL CIELO


SERMÓN SEGUNDO DE LA  OCTAVA DE PASCUA


 Sobre las palabras de la misma lectura: Tres son los que dan testimonio en el cielo


Capítulo 1


     En la carta de San Juan que hoy ha sido proclamada, se nos dice que hay un triple testimonio en el cielo, y otro semejante en la tierra. A mi parecer, el primero es signo de estabilidad y el segundo de restauración. Aquél selecciona a tos ángeles, éste a los hombres; aquél separa a los buenos de los malos, éste a los justos de los pecadores. La visión de la Trinidad testifica en favor de los ángeles que se mantuvieron fieles a la verdad, cuando se rebeló Luzbel. Y los hombres que han sido salvados por la misericordia divina poseen el testimonio del Espíritu, del agua y de la sangre. 
   No hay duda que el Padre da testimonio en favor de aquellos que le honran como a Padre. Pero si eres un malvado te dirá: si soy padre, ¿dónde queda mi honor? Estarás totalmente privado de su testimonio, porque intentas apropiarte su gloria, y en vez de honrarle pretendes hacerte igual a él. Me sentaré, dices, en el monte de la asamblea, me igualaré al Altísimo. Acabas de ser creado, y ¿ya quieres sentarte junto al Padre de los espíritus? Todavía no te ha dicho: siéntate a mi derecha. Se lo ha dicho al que es el Unigénito, cuya generación eterna le hace igual en esencia y dignidad al Padre. Tú, en cambio, quieres usurpar la categoría divina y tienes envidia de la gloria del Hijo, gloria del Hijo único del Padre; con lo cual te privas también de su testimonio. ¿Y podrá alcanzar el testimonio del Espíritu quien ha sido rechazado del Padre y del Hijo? El Espíritu detesta al soberbio y turbulento; el amante de la paz descansa sobre el humilde y pacífico; y el creador de la unidad tiene celos contra ti, que no buscas ni la unidad ni la paz.

Capítulo 2


    ¿Cómo no vamos a temer, hermanos míos, que esta humilde viña del Señor pueda ser pasto de esta alimaña tan singular? ¿No destrozó muchos sarmientos de la viña celeste aquella primera singularidad? Es más fácil advertir allí la soberbia que la singularidad. Pero yo pregunto: si todos los ángeles permanecían fieles, ¿no se dejó llevar de la singularidad el que pretendió usurpar el trono? Que los ángeles permanecían fieles me lo dicen dos testigos muy calificados, que testifican lo que vieron. Isaías afirma: Vi al Señor sentado... y serafines en pie junto a él. Daniel añade: Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. 
   ¿Queréis un tercer testigo, para que con tres testigos quede fallada la causa? Acudiré a Apóstol, que fue arrebatado hasta el tercer cielo, y después dijo: ¿Qué son todos sino espíritus que cumplen sus funciones? Todos permanecen en actitud de servicio: tú, en cambio, no quieres la paz y aspiras al trono. Irritas al Espíritu que fomenta la unanimidad en su casa; denigras el amor, al rasgar la unidad y deshacer el lazo de la paz. Los ángeles no abandonaron su estado ni su casa, y el Espíritu de caridad, de unidad y de paz da testimonio en su favor. A ti, empero, te condena por tu envidia, tu singularidad y tu ansiedad. Esto es lo que me inspira el testimonio del cielo.

Capítulo 3


      Existe también otro en la tierra,  para discernir a los nativos de los extraños, es decir, a los ciudadanos del cielo de los de Babilonia. Dios no puede dejar sin testimonio a sus elegidos. Si carecieran de pruebas que confirmasen su elección, se verían privados del consuelo cuando fluctúan angustiados entre el miedo y la esperanza. Pero el Señor conoce a los suyos, y él sabe muy bien a quiénes eligió desde el principio. El hombre, en cambio, no sabe si Dios le ama o le odia. 
   Si carecemos de una certeza absoluta, nos será al menos muy provechoso y consolador tener algunos indicios de elección. Porque mientras nuestro espíritu no tenga algún testimonio de su predestinación, no podrá vivir en paz La palabra más auténtica y digna de que todos la hagan suya  es aquella que nos garanticé de algún modo la salvación. Esa palabra consuela a los elegidos y desarma las excusas de los réprobos. Si conocemos los signos de la vida, quien los rechaza manifiesta claramente que no le interesa el bien de su alma, y aprecia muy poco la patria suspirada.

Capítulo 4


    Los que dan testimonio en la tierra son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. Sabéis muy bien, hermanos, que al pecar todos en Adán, todos caímos en él. Caímos en una cárcel, llena de fango y de piedras. Allí yacíamos cautivos, manchados y maltrechos, hasta que llegó el deseado de las naciones, que nos rescató, nos limpió y nos restableció. Dio su propia sangre como rescate, brotó agua de su costado para lavarnos, y envió su Espíritu de lo alto para confortar nuestra flaqueza. 
  Examínate si todo esto produce frutos abundantes en ti. Porque puedes ser culpable de la sangre del Señor si no le das valor alguno; y al tener agua para purificarte te haces más reprensible si continúas lleno de fango; y si resistes al Espíritu no quedarás impune si eres un deslenguado. Ten, pues, mucho cuidado: porque si no producen frutos en ti te perjudicarán.

Capítulo 5


    El que se abstiene de pecar, puede estar cierto de que la sangre de Cristo no ha sido inútilmente derramada. Quien peca se esclaviza al pecado. Pero si renuncia al pecado y se libra del yugo de su esclavitud, posee una prueba evidente de la redención, fruto de la sangre de Cristo. Sin embargo, el pecador debe unir la penitencia a la continencia. Use la prueba del agua, entregándose al llanto   regando el lecho con lágrimas. La sangre perdona el pecado y hace que ya no reine en nuestro ser mortal; y el agua limpia todas las faltas cometidas. 
  Pero el triste arrastrar las cadenas y la espantosa lobreguez de la cárcel nos ha dejado triturados y entumecidos. Somos incapaces de defendernos en la vida. Pidamos el Espíritu que auxilia y reconforta, plenamente confiados de que e Padre da el buen espíritu a los que se lo piden. Una vida nueva es señal inequívoca de poseer un espíritu nuevo. En resumen: tener el testimonio de la sangre, del agua y del espíritu, significa privarse de pecar, hacer frutos dignos de penitencia y abundar en buenas obras. 

RESUMEN

El ser humano debe abstenerse de intentar igualarse a Dios. En cambio nos fijaremos en sus signos, en lo que nos ha dejado como muestra del camino que debemos seguir: el agua, el espíritu y la sangre. Dio su propia sangre como rescate, brotó agua de su costado para lavarnos, y envió su Espíritu de lo alto para confortar nuestra flaqueza. Si no seguimos esos signos, ni nos deshacemos en llantos,  en compunción, sólo nos espera el barrizal del pecado, el arrastrar de cadenas, las estrecheces de la auténtica falta de libertad. 

IN OCTAVA PASCHAE: SERMÓN PRIMERO. SOBRE LA LECTURA DE LA CARTA DE SAN JUAN

IN OCTAVA PASCHAE
(Con el Domingo de Resurrección comienzan los cincuenta días del tiempo pascual que concluye en Pentecostés. La Octava de Pascua es la primera semana de la cincuentena: se considera como si fuera un solo día; el júbilo del Domingo de Pascua se prolonga durante ocho días seguidos)


 
SERMÓN PRIMERO


Sobre la lectura de la carta de San Juan

Capítulo 1


   Todo el que nace de Dios vence al mundo. Después que el Unigénito de Dios, lejos de aferrarse a su categoría divina, se dignó hacerse hombre y presentarse como simple hombre, la pequeñez humana se siente orgullosa de su nacimiento celeste. No desdice tampoco de Dios hacerse padre de los que Cristo ha hecho hermanos suyos. El evangelista Juan, que nos recuerda con mucha frecuencia y gran empeño esta adopción divina, dice en el pórtico mismo de su evangelio: a los que le recibieron, les hizo capaces de ser hijos de Dios.
   Lo mismo nos ha repetido hoy: todo el que nace de Dios vence al mundo. A los auténticos cristianos el mundo los odia como a Cristo, pero ellos lo vencen unidos a Cristo. Recordad: no os extrañéis si el mundo os odia; tened presente que primero me  ha odiado a mí. Ánimo, que yo  he vencido al mundo. Así comprendemos lo que dice el Apóstol: a quienes eligió -el Padre, sin duda alguna- los destinó a que reprodujeran los rasgos de su Hijo. Fijaos en el paralelismo: por él son hijos adoptivos para que él sea el  hermano mayor; por él los odia el mundo y por él vencen ellos al mundo.

Capítulo 2

    Sí, es verdad: todo el que nace de Dios vence al mundo; la prueba más clara de este nacimiento celeste es superar la tentación. Lo mismo que el Hijo de Dios por naturaleza triunfó del mundo y de su jefe, los hijos adoptivos también lo hemos vencido. Lo hemos vencido, pero unidos a él que nos hace fuertes, y con el que todo lo podemos. Porque la victoria que vence al mundo es nuestra fe. Por la fe somos hijos adoptivos de Dios; la fe es lo que odia y persigue en nosotros este mundo perverso; y la fe consigue la victoria, como dice la Escritura: ellos con su fe subyugaron reinos. Si la vida procede de la fe, también el triunfo: el justo vive de la fe.
   Por lo tanto, siempre que resistes a la tentación y vences el mal, no te lo atribuyas a ti mismo, ni te gloríes de ti mismo, sino del Señor. Ese enemigo tan fuerte no se rendiría jamás ante tu flaqueza. Escucha las palabras del que ha sido nombrado por el Señor pastor del rebaño: vuestro adversario el diablo, rugiendo como un león, ronda buscando a quien devorar. Hacedle frente firmes en la fe. Los testigos de la verdad coinciden plenamente: Pablo dice que los santos han vencido por la fe; Pedro exhorta a resistir al Jefe de este mundo con la fortaleza de la fe; y Juan proclama: la victoria que vence al mundo es nuestra fe.

Capítulo 3

    Continúa diciendo: ¿Quién puede vencer al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Nada más cierto que esto, hermanos: el que no cree en el Hijo de Dios no sólo está derrotado sino condenado. Porque sin fe es imposible agradar a Dios. Alguno puede replicar que actualmente muchos que admiten a Jesús como Hijo de Dios, se dejan dominar por los deseos del mundo. ¿Cómo decimos que únicamente vence al mundo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios, si el mundo acepta esta verdad? ¿No lo creen también los demonios y les hace temblar? ¿Crees tú que ve en Jesús al Hijo de Dios el hombre que no teme sus amenazas ni le mueven sus promesas, ni cumple sus preceptos, ni le importan sus consejos? Ese tal, aunque diga que cree en Dios, lo niega con sus obras. Porque la fe sin obras es como un cadáver. Y el que no vive, difícilmente puede vencer.

Capítulo 4

     ¿Quieres saber cuál es la fe que da vida y consigue la victoria? Aquella por la cual Cristo habita en lo íntimo de nuestro ser. El es nuestra virtud y nuestra vida. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, dice el Apóstol, os manifestaréis también vosotros gloriosos con él. Esa gloria será vuestra victoria. Y nos manifestaremos con él porque vencemos por él. Solamente llegan a ser hijos de Dios los que reciben a Cristo, y únicamente en ellos se cumple lo que dice la Escritura: todo el que nace de Dios, vence al mundo.
  Por eso, el mismo que había dicho: ¿quién puede vencer al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de   Dios?, quiere ensalzar sin reservas la fe, por la cual Cristo habita en nuestros corazones. Refiriéndose a su venida añade: el que vino con agua y sangre fue él, Jesucristo. Muestra además otro camino más perfecto: el Espíritu atestigua que Jesús es Hijo de Dios. Lo que dice antes de esto: no vino sólo en el agua, sino en el agua y la sangre, creo que hace referencia a Moisés, que vino en el agua, y por eso se llama así.

Capítulo 5

     Recordemos el episodio del Antiguo Testamento : mataban a todos los niños israelitas que nacían en Egipto, excepto a Moisés que lo pusieron en el agua y lo recogió la hija del Faraón. Moisés es una clara figura de Cristo. Herodes se inquietó y sospechó como el Faraón, acudió a idénticos medios de crueldad, y quedó tan burlado como aquél. En ambos casos mueren degollados muchos niños por una sola persona que suscita esos echos; y en ambos casos se libra el que buscaban. A Moisés lo salvó la hija del Faraón, y a Cristo Egipto, cuyo sentido es hija del Faraón. Pero es evidente que éste es muy superior a Moisés, porque no sólo vino en el agua, sino en el agua y la sangre. Muchas aguas equivalen a muchos pueblos.
  El que vino sólo en el agua formó un pueblo, pero no lo redimió. La liberación de la esclavitud de Egipto no se hizo con la sangre de Moisés, sino del Cordero. Y es símbolo de la liberación del modo de vivir idolátrico que nosotros hemos conseguido por la sangre del Cordero inmaculado, Cristo Jesús. El es nuestro verdadero Legislador, y de él nos viene una redención copiosa. No sólo murió por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Juan fue testigo presencial, y da testimonio: y nos consta que su testimonio es verdadero. Del costado de Cristo muerto en la cruz salió sangre y agua, es decir, del costado del nuevo Adán dormido nació y fue redimida la Iglesia.

Capítulo 6

    Hoy viene también a nosotros por el agua y la sangre: y dan testimonio de su venida y de nuestra fe victoriosa. Además tenemos otro testimonio mucho mayor: el del espíritu de la verdad. Lo que estos tres afirman es cierto y verídico. Dichosa el alma que merece escuchar: los que dan testimonio en la tierra son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. El agua simboliza el bautismo, la sangre el martirio, y el Espíritu el amor. El Espíritu da vida, y la vida de la fe es el amor. La relación que existe entre el Espíritu y el amor la pregona Pablo: el amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado. Por eso debemos unir siempre el Espíritu al agua y a la sangre, ya que, como dice el Apóstol, sin el amor nada tiene valor alguno.

Capítulo 7

    Si el agua es símbolo del bautismo y la sangre lo es del martirio, eso quiere decir que tanto el uno como el otro son una realidad única y de cada día. Las continuas molestias corporales son una especie de martirio y un continuo derramar la sangre. La compunción del corazón y las lágrimas también son un  martirio. De este modo los cobardes y apocados, incapaces de dar de una vez su vida por Cristo, pueden derramar su sangre en un martirio más lento y llevadero. Y como el bautismo no se puede repetir, de este modo pueden purificarse continuamente los que pecan sin cesar. Lo dice el Profeta: de noche lloro sobre el lecho; riego mi cama con lágrimas. Ahí tienes al que vence al mundo. Intenta comprender lo que desea superar. Lo dice el mismo Juan: No améis el mundo ni lo que hay en el mundo. Porque todo lo que hay en el mundo es: bajos instintos, ojos insaciables y arrogancia del dinero.
  Estas son las tres bandas que hicieron los caldeos. Recuerda, asimismo, que Jacob formó tres grupos por temor a Esaú, cuando regresó de Mesopotamia. También vosotros necesitáis una triple defensa contra estas tres tentaciones: contra los bajos instintos la mortificación corporal, indicada en el testimonio de la sangre. Los ojos insaciables se dominan con el espíritu de compunción y la frecuencia de las lágrimas. Y la ambición del dinero se excluye por el amor, único capaz de limpiar el alma y purificar la intención.
   La sena más patente de haber vencido al mundo es dominar el cuerpo y obligarle a que nos sirva, y de este modo evitar que vaya tras el desenfreno del placer; entregarse al llanto, más bien que a la altivez o curiosidad; y en vez de llenar el corazón de vanidad abrasarse en amor espiritual.

Capítulo 8

     El Espíritu es el único testimonio del cielo y de la tierra, porque las fatigas corporales cesarán y las lágrimas se agotarán. Pero el amor no  cesa nunca. Ahora lo gustamos por anticipado: la plenitud y a saciedad serán más tarde. El Espíritu perdura mucho más que el agua y la sangre -la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios-; pero actualmente es imposible encontrar el Espíritu sin ellos, porque los tres son una misma realidad, y si falta uno los otros tampoco están. Por el contrario, cuando se encuentran los tres juntos son dignos de todo crédito, y quien los posea en esta vida no se verá privado de ellos en la otra.
   Ahora se pronuncia por el Hijo de Dios ante los hombres, no con palabras y de boca, sino con obras y de verdad; y el Hijo se pronunciará en su favor ante los ángeles de Dios. El Padre no rechaza un testimonio refrendado por el Hijo. Y el Espíritu tampoco discrepa del Padre y del Hijo, porque es el Espíritu de ambos. Además no puede verse privado en el cielo de su testimonio el que ya gozó de él en la tierra. Así, pues, tres son los que dan testimonio en el cielo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No temas que falte la armonía entre ellos: los tres son uno, El mejor testimonio imaginable es que el Padre nos reciba en el cielo como hijos y herederos, el Hijo nos admita como hermanos y coherederos, y el Espíritu Santo haga un mismo espíritu con él a quienes se unen a Dios. El Espíritu es el vínculo indisoluble de la Trinidad, por el cual el Padre y el Hijo son uno. Ojalá nosotros seamos también uno en ellos, por la  gracia del que pidió esto mismo para sus discípulos, Jesucristo nuestro Señor.
RESUMEN:
Al ser Cristo hijo de Dios hecho hombre, todos los hombres son hijos adoptivos de Dios. Los verdaderos cristianos son odiados por el mundo. Gracias a la fe, el cristiano es capaz de subyugar reinos. Nuestra fe viene de la ayuda de Dios sin la que seríamos incapaces de vencer al mal. Esa fe se muestra por los hechos, por nuestra forma de vivir. Jesucristo vino con agua (en referencia a Moisés)y sangre. Por el agua  nació un nuevo pueblo. Por la sangre del cordero fue redimido. Por eso del costado de Cristo en la cruz salió agua y sangre. Los que dan testimonio en la tierra son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. El agua simboliza el bautismo, la sangre el martirio, y el Espíritu el amor. Sin el amor nada es posible.  El martirio es necesario y los incapaces de dar su vida por Cristo pueden sufrir el martirio de las contrariedades de cada día. Necesitamos una triple defensa. Contra los bajos instintos la mortificación corporal representada por la sangre. La altivez se domina con la compunción de las lágrimas (el agua) y al ansia de dinero con el amor. El Espíritu perdura mucho más que el agua y la sangre, pero es imposible encontrarlo sin tan preciados elementos. Esperemos que el Padre nos reciba como hijos, el Hijo como hermanos y el Espíritu Santo nos permita formar parte de un mismo espíritu.

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