jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo.

SERMÓN XII SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES: EL PERFUME EXQUISITO DE LA COMPASIÓN

Sermón XII del Cantar de los Cantares
1. Recuerdo que os hablé de dos clases de perfumes: el de la contrición que abarca toda clase de pecados, y el de la devoción que recoge todos los beneficios. Los dos son saludables, pero no son agradables los dos. El primero hace sentir su virtud purgativa, que lleva a la compunción por el amargo recuerdo de los pecados y causa dolor; el segundo posee una cualidad lenitiva, pues la contemplación de la bondad divina es consuelo y calmante del dolor. Pero el tercer perfume es mejor que estos dos: yo lo llamaría el de la compasión. Se elabora con las indigencias de los pobres, las congojas de los oprimidos, las depresiones de los tristes, las culpas de los delincuentes y, finalmente, con todo género de miserias, incluyendo las de nuestros enemigos.
 Sus componentes son despreciables, pero con ellos se elabora el perfume más aromático de todos. Y tiene una virtualidad santiva. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Los ingredientes que forman este maravilloso perfume, digno de los pechos de la esposa, y agradable para la sensibilidad del esposo, son todas las miserias concentradas y atravesadas por una mirada de expresión entrañable.
 ¡Dichoso el espíritu que se esfuerza por enriquicerse copiosamente recogiendo estos aromas, los rocía con el bálsmo de la misericordia y los cuece en el fuego del amor! ¿Quién crees que es ese hombre afortunado, sino el que se apiada y presta, propenso a la compasión, siempre dispuesto a ayudar, más feliz en dar que en recibir, inclinado al perdón, lento a la ira, plenamente incapaz de vengarse, atento en todo a las necesidades ajenas como si fueran propias? Feliz tú, quienquiea que seas, si estos sentimientos invaden tu alma, empapada por el rocío de la misericordia, henchida de compasión hasta reventar tus entrañas, hecha toda para todos, desechada para ti misma como un cacharro inútil, al encuentro de los demás para socorrerlos inmediatamente en toda circunstancia, y en una palabra, muerta a ti misma y viva para todos. Tú posees, en verdad, feliz, este tercer perfume, el mejor; y tus manos destilan su embriagadora suavidad. Las contrariedades no desvanecerán su aroma ni lo consumirá el hervor de la presunción. Siempre se acordará Dios de todas tus ofrendas y le agradará tu sacrificio.
2. En la ciudad del Señor de los Ejércitos hay hombres ricos: veamos si entre ellos podemos encontrar este perfume.
 El primero que como siempre me sale al paso es Pablo, redoma de elección, fraco de perfumes y pomo colmado con todos los aromas. El era en todas partes fragancia de Cristo para Dios. Su pecho, tan embargado por la preocupación de todas las Iglesias, difundía a lo largo y a lo ancho un bálsamo de exquisita suavidad. Mira qué esencias y aromas había recogido para sí: No hay día que no esté al borde de la muerte, tan verdad como el orgullo que siento por vosotros. ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién cae sin que a mi me dé fiebre? Este hombre privilegiado poseía otras muchas esencias semejantes que vosotros conocéis, para preparar perfumes óptimos. Era natural que exhalaran los mejores y más puros aromas aquellos pechos que alimentaban a los miembros de Cristo, engendrados ciertamente por el corazón de Pablo con agudos dolores de parto, hasta que Cristo tomase forma en ellos y se configurasen comi miembros a su cabeza. 
3. Mira a otro afortunado que tenía a mano ingredientes selectos, para preparar maravillosos perfumes: "El forastero no tuvo que dormir en la calle, porque yo abrí mis puertas al caminante. Yo era ojos para el ciego, era pies para el cojo. Yo era padre de los pobres, le rompía las mandíbulas al inicuo para arrancarle la presa de los dientes. No negué al pobre lo que deseaba, ni dejé consumirse en llanto a la viuda; no comí el pan yo solo sin repartirlo con el huérfano. No despedía al pobre o al vagabundo sin ropa con qué cubrirse y no me dieron las gracias sus carnes, calientes con el vellón de mis ovejas". ¡Qué fragancia la de este hombre, aque así perfumó la tierra con sus buenas obras! Cada una de ellas fue un aroma delicioso. Este perfume llenó su propio espíritu, para contrarrestar con la exhalación de su íntima fragancia el hedor de su carne corrompida.
4. También José consiguió que todo Egipto corriera tras su bálsamo fragrante, y después exhaló ese mismo aroma a quienes le vendieron. Con su airado semblante prorrumpió en amenazas, pero la unción de su corazón le arrancó ríos de lágrimas, que no delataban su ira sino que descubrían su amor. Samuel hizo duelo por Saúl, que lo buscaba para matarlo, y abrasado su pecho en llamas de amor, derretido en su intimidad, irrumpió al exterior tras la ternura de su mirada compasiva. Por el bálsamo de su ternura difundida por todas partes, dice de él la Escritura que "todo Israel desde Dan hasta Berseba supo que Samuel era un profeta acreditado ante el Señor".
 ¿Qué decir de Moisés? ¡Cuánto amor encerraban sus entrañas! Era tan benigno que la unción de su espíritu, una vez que lo invadió, no pudo ser agotada por aquella casa rebelde en cuyo seno vivía, a pesar de todas sus murmuraciones y enfrentamientos. Al contrario, en medio de tantas querellas y disensiones diarias, se mantenía en su mansedumbre. Con razón atestiguó el Espíritu Santo que era el hombre más sufrido del mundo. Con los que odiaban la paz era pacífico, tanto que además de no irritarse con su pueblo ingrato y testarudo, apaciguó con su intervención la ira del Señor, como está escrito: "Dios hablaba ya de aniquilarlos, pero Moisés su elegido se puso en la brecha frente a él, para apartar su cólera del exterminio. Y añade: Si le perdonas, perdonado está; pero si no, bórrame a mi de tu registro". ¡Qué hombre, ungido realmente con la unción de la misericordia! Se expresa con la ternura de un padre a quien nada puede hacer feliz, si no es la dicha de los hijos que ha engendrado.
 Supongamos que un hombre rico le dijese a una mujer pobre: "Entra a comer conmigo, pero deja afuera ese niño que llevas, porque llora mucho y nos molestará". ¿Lo haría? ¿No preferiría pasar sin comer, antes que sentarse ella sola con el rico, abandonando la prenda de su corazón? Pues igual Moisés. Tampoco él fue capaz de entrar solo a la fiesta de su Señor, dejando fuera aquel pueblo, turbulento e ingrato como era, al que se había entregado con la responsabilidad y el amor de una madre. Se le desgarran las entrañas; pero tolera mejor que se retuerzan y no que se las arranquen. 
5. ¿Encontraremos alguien más bondadoso que David? ¿No lloraba la muerte del que siempre ansió matarle? ¿Cabe mayor benignidad que la suya? ¿No le resultó penoso aceptar la muerte del rey a quien debía suceder en el trono? ¿Y qué diremos de su resistencia a ser consolado por la muerte de su hijo, el parricida? Ese amor manifestaba la gran riqueza de su excelente perfume. Por eso el salmista ora con toda confianza: "Señor, ten en cuenta a David y su gran mansedumbre. Todos estos hombres poseyeron fragrantes aromas y difunden hoy su bálsamo por todas las iglesias. 
 Pero no sólo ellos: también lo exhalan todos aquellos que en esta vida muestran su benevolencia para hacer el bien y se esfuerzan por ser humanitarios con los hombres, siempre que ponen en común la gracia que han recibido y no la guardan para sí mismos. Saben que se deben a amigos y enemigos, instruidos e ignorantes. Y al sentirse útiles para todos, se mantienen en la humildad siempre y en todo, amados de Dios y de los hombres; por eso es bendita su fragancia. Todos los que nos precedieron con esas virtudes exhalaron maravillosos perfumes en su tiempo y en nuestros días.
 Tú también, si nos haces gustosamente partícipes del don que has recibido de lo alto a los que convivimos contigo, si entre nosotros te muestras siempre servicial, afectuoso, agradecido, tratable y sencillo, puedes estar seguro que tendrás en nosotros testimonio de que exhalas delicados perfumes. Cualquiera de vosotros que no sólo soporte las debilidades físicas y morales de sus hermanos, sino que además los ayuda con sus servicios, los conforta con sus palabras, los orienta con sus consejos, o si la disciplina monástica le impide todo esto, no cesa de consolar al débil por lo menos con su oración; todo el que así se comporte entre vosotros, repito, difunde entre sus hermanos el bálsamo excelente de un perfume de gran precio. Este hermano es en el seno de su comunidad como aroma en el aliento de la boca. Se le señala con el dedo y todos dicen de él: "Este es el que ama a los hermanos y al pueblo de Israel, e intercede continuamente por el pueblo y la santa ciudad". 
6. Pero volvamos al Evangelio para ver si hallamos algo referente a estos perfumes: "María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. ¿Cuáles son estos aromas tan valiosos, preparados y comprados para el cuerpo de Cristo, y tan abundantes que sirven para su cuerpo entero? Ninguno de los dos que antes hemos descrito fue preparado ni comprado expresamente para servicio del Señor, ni sabemos que hayan sido derramados sobre todo su cuerpo. Efectivamente, se presenta en una sala una mujer que besa sus pies y los perfuma. Más tarde, en otro lugar esa misma mujer u otra lleva un frasco de perfume y lo derrama sobre su cabeza. Pero ahora si nos dice: "Compraron aromas para embalsamar a Jesús. No compraron perfumes, sino sustancias aromáticas; no se valen de un perfume ya elaborado para embalsamar a Jesús, sino que hacen uno nuevo. Y no para ungir sólo una parte de su cuerpo, como los pies o la cabeza, sino "para ir a embalsamar a Jesús", es decir, todo su cuerpo sin distinción alguna.
7. Si te vistes tu también de ternura entrañable, y eres generoso y benigno no sólo con tus padres y familiares, con los que te hicieron el bien o esperas que te lo hagan -eso lo hacen los paganos- sino que, siguiendo el consejo de Pablo, trabajas por el bien de todos y nunca se te ocurre negarles o retirarles a tus enemigos tu servicio humanitario corporal y espiritual por Dios: eso significaría que tú también has recogido muchos aromas fragrantes para ungir no sólo la cabeza y los pies del Señor, sino igualmente, en lo posible, su cuerpo total que es la Iglesia. 
 Por eso quizá el Señor Jesús no quiso pródigamente que se derramasen unos aromas sobre su cuerpo muerto, sino que permitió que sirviesen para su cuerpo vivo. Porque vive la Iglesia que come el pan vivo bajado del cielo. Ella es el cuerpo más amado de Cristo. Ningún cristiano ignora que él entregó a la muerte su propio cuerpo, para que no pasara por ese trance este otro cuerpo. El desea que lo unjamos, que lo acariciemos; ansía que aliviemos a sus miembros más débiles con los consuelos más delicados. Destinó para ellos esos ricos aromas, adelantando la hora de su resurrección. Pero al apresurar su gloria, no desdeñó la devoción de aquellas mujeres, sino que las consolidó. No es que rechazara su delicadeza, la reservó para algo más útil. Y no me refiero a la utilidad física o corporal de aquellos aromas, sino a la plenamente espiritual que simbolizaban. 
 Si el Maestro bondadoso quería ahorrar aquellos aromas tan finos y compasivos, era porque deseaba que fuesen destinados a sus miembros indigentes, tanto corporal como espiritualmente. ¿Acaso antes se había resistido a que se derramasen sobre su cabeza y sus pies otros perfumes, costosos por cierto? Al contrario, se enfrentó con los que pretendían impedirlo. Así, cuando Simón se indignó porque se dejaba tocar por una mujer pecadora, él la defendió con una larga parábola de severa increpación; y a quienes se dejaban de aquel derroche les dijo: "¿Por qué molestáis a esa mujer?"
8. Permitidme una pequeña disgresión. A veces yo me he reclinado a los pies de Jesús, compungido por el recuerdo de mis pecados, para ofrecerle como sacrificio un espíritu quebrantado. Alguna que otra vez me he levantado hasta su cabeza, exultante de gozo por el recuerdo de sus beneficios, y he oído también a algunos "¿A qué viene este derroche?"Echándome en cara por qué vivía sólo para mí, pues creían que podía ser útil para otros muchos. Y decían: "Podía haberse vendido por mucho para dárselo a los pobres". Mas haría un mal negocio con perderme yo mismo para mi ruina, por ganar el mundo entero. Entiendo que estas palabras son, como dice la Escritura, esas moscas muertas en el perfume, que echan a perder toda su fragancia, y recuerdo aquella sentencia divina: "Pueblo mío, los que te ensalzan te engañan". Deberían escuchar al Señor que sale al paso en mi defensa, contra los que denuncian mi ociosidad: "¿Por qué molestáis a esta mujer?" Como si dijera: "Vosotros sólo os fijáis en el semblante y juzgáis por las apariencias. Vosotros creéis que este hombre es capaz de grandes empresas, pero es una mujer frágil. ¿Por qué tratáis de imponerle un yugo que yo sé perfectamente que no puede soportarlo? Está muy bien lo que ha hecho conmigo. Que siga haciendo el bien y tiempo tendrá otro día de hacer algún día lo mejor. Si termina pasando a la virilidad, a la de un hombre perfecto, asumirá las obras más perfectas". 
9. Hermanos, reverenciemos a los obispos, pero temblemos por sus responsabilidades. Si consideramos sus deberes no codiciaremos sus honores. Reconozcamos nuestras desproporcionadas fuerzas y no aspiraremos a poner nuestros blandos y afeminados hombros fajo fardos hechos para hombres; no los censuremos y honrrémosles. Es inhumano criticar sus obras y rehuir sus fatigas. La mujer que se quedó hilando en casa, comete una ligereza cuando recrimina al marido que vuelve de la batalla. Quiero deciros lo siguiente: si el que vive en el claustro advirtiera que quien convive con el pueblo se comporta alguna vez con menos discreción y moderación en sus juicios, no le lance inmediatamente a juzgarle y recuerde lo que está escrito: "Menos te dañará la malignidad del hombre que la mujer engañosamente buena".
 Tú procedes rectamente velando sobre ti mismo; pero el que ayuda a los demás obra mejor y es más valiente. Aunque no pueda hacerlo sin faltar en algo, es decir, sin alguna incoherencia en su vida y en su comportamiento, recuerda que el amor sepulta un sinfín de pecados. Lo digo a propósito de esa doble tentación que acosa a los religiosos por instigación diabólica: ambicionar la dignidad de los obispos o juzgar precipitadamente sus excesos.
10. Pero volvamos a los perfumes de la esposa. ¿No has descubierto que el mejor de todos es el perfume de la compasión, el único que no se puede desperdiciar? Se cotiza tanto su aroma, que ni un vaso de agua fresca que se dé a beber quedará sin recompensa. Pero también es bueno el aroma de la contrición, elaborado con el recuerdo de los pecados, cuando se derrama sobre los pies del Señor, porque "un corazón quebrantado y humillado Dios no lo desprecia". Por lo demás, en mi opinión, es mucho mejor el perfume de la devoción, preparado con el recuerdo de los beneficios divinos, ya que es considerado tan apto para ungir la cabeza, que Dios ha declarado: "El que me ofrece acción de gracias, ese me honra".
 Más ciertamente es superior a los dos el perfume de la compasión, que se elabora mirando por los pobres y se derrama sobre el cuerpo total de Cristo. No me refiero a su cuerpo crucificado, sino al que rescató con su pasión. A decir verdad, es un perfume óptimo. Tanto que comparado con él, ninguna otra cosa le agrada, y así lo manifiesta: "Compasión quiero y no sacrificio". Para mi gusto, los pechos de la esposa que desea ardientemente identificarse con los deseos de su esposo, exhalan el mejor perfume. ¿Acaso Tabita no desprendía en su muerte el aroma de la misericordia? Por eso convaleció tan pronto de la muerte: porque prevaleció la fragancia de su vida. 
11. Escuchad todavía dos palabras sobre este tema. Cualquiera que tenga palabras embriagadoras y las perfume con sus obras de misericordia, puede perfectamente pensar que se dice de él: "Son tus pechos más deliciosos que el vino, el mejor de los perfumes". ¿Quién podría merecerlo? ¿Habrá entre nosotros alguien que posea siquiera una de estas dos cualidades plena y perfectamente, de modo que nunca sean ociosas sus palabras ni remisas sus obras? Pero hay alguien que con todo derecho puede apropiarse esta gloria; es la Iglesia, que por la multitud de sus miembros atesora siempre palabras embriagadoras y obras aromáticas. Pues lo que falta a uno lo posee otro, a medida del don de Cristo y según lo dispone el Espíritu que distribuye a cada uno como a él le place. 
 Exhala la Iglesia su perfume a través de los que se ganan amigos dejando el dinero injusto; cautiva a los hombres por los ministros de la palabra, que con el vino de la alegría espiritual riegan la tierra, la enriquecen sin medida y dan fruto con su paciencia. Ella se llama a sí misma esposa rotundamente y con toda confianza, porque está cierta que sus pechos son más deliciosos que el vino y su aroma es el mejor de los perfumes. Nadie entre nosotros puede atreverse a tanto como llamar a su alma esposa del Señor. Pero somos parte de la Iglesia, que se gloria de llamarse así en justicia, porque es realmente su esposa, y no sin razón nos apropiamos la participación en su gloria. Pues cada uno participamos justamente de lo que juntos poseemos en su plenitud total. Te damos gracias, Señor Jesús, porque te has dignado agregarnos a tu amadísima Iglesia, no sólo para ser sus fieles, sino también para unirnos contigo en un abrazo gozoso, casto y eterno, contemplando a cara descubierta tu gloria, de la que gozas en común con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
RESUMEN
El perfume de la compasión es el mejor de todos. "Se elabora con las indigencias de los pobres, las congojas de los oprimidos, las depresiones de los tristes, las culpas de los delincuentes y, finalmente, con todo género de miserias, incluyendo las de nuestros enemigos".  Pablo es un ejemplo de compasión por todos los miembros de la iglesia naciente. Similares ejemplos tenemos con José, Samuel y Moisés. El ejemplo de David que hasta lloraba la muerte de quien quería matarle. La consideración que tienen, para las comunidades monásticas, los que viven en la compasión. Ante la muerte de Cristo, María Magdalena y las demás mujeres no compraron un perfume ya hecho sino sustancias aromáticas para crear un perfume nuevo y para hacerlo con todo su cuerpo sin distinción alguna. Pero Cristo prefería ofrecer sus aromas a los demás antes que a si mismo, a los más necesitados espiritualmente. Otros nos  exigen demasiado con lo que cualquier desarrollo espiritual se convierte en imposible. Es una forma de ensalzar las obras, y nuestros actos, que conduce al engaño. Son como moscas muertas que degeneran el maravilloso perfume. Debemos ser benignos al juzgar los hechos de los obispos por la dificultad de sus actuaciones. Si consideramos los tres perfumes (contrición, alabanza y compasión), el último es el mejor y más grato. La mezcla del perfume de la palabra con el de la compasión es la más adecuada pero no siempre se unen, pues el Espíritu Santo reparte cualidades según se criterio. La Iglesia en su conjunto posee todos los dones en plenitud total. 

SERMÓN XI DEL CANTAR DE LOS CANTARES: EL PERFUME DE LA GRATITUD QUE MERECEN EL FRUTO Y EL MODO DE LA REDENCIÓN




1.Al terminar el sermón anterior os dije, y no me pesa repetirlo, cuánto deseo exhaléis esa sagrada unción que recoge los beneficios de Dios en la gozosa gratitud de la santa devoción. Esto es muy saludable; tanto porque alivia las penas de la vida presente, al volverse más tolerables cuando vivimos la alegría de la alabanza de Dios, cuanto porque nada anticipa tanto aquí en la tierra la paz de los conciudadanos del cielo como alabar a Dios con vivo entusiasmo. Así lo dice la Escritura: Dichosos los que viven en tu casa, Señor, alabándote siempre. Pienso que a este perfume se refiere principalmente el Profeta cuando dice: Ved que dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. Es ungüento precioso en la cabeza. Pero esto no guarda relación con el primer perfume. Aquél es bueno pero no agradable, pues el recuerdo de los pecados deja amargura y no engendra alegría. Además los que lloran sus pecados no viven juntos, ya que cada uno llora y deplora sus pecados personales. Más los que viven en acción de gracias, sólo miran a Dios que atrae toda su atención, y por eso conviven realmente entre sí. Su actitud es buena, porque toda la gloria se la dan al Señor, a quien corresponde en justicia, y además es muy agradable por el gozo que reporta.

2.Así pues, amigos míos, os exhorto a que intentéis salir del molesto y angustioso recuerdo de vuestros pecados y caminéis por las sendas más cómodas del recuerdo sereno de los beneficios de Dios. De este modo, contemplándole a él, os aliviaréis de vuestra propia confusión. Mi deseo es que experimentéis el consejo del santo Profeta, cuando dice: Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón. Ciertamente es necesario el dolor de los pecados, pero no continuo. Hay que variarlo con el recuerdo más agradable de la ternura divina, no sea que la tristeza endurezca el corazón y acabe en desesperación. Añadamos algo de miel al ajenjo; la amargura será saludable y redundará en salvación sólo cuando pueda beberse suavizada con la dulzura introducida.

Escucha finalmente a Dios: él mitiga el sinsabor del corazón quebrantado, sacando al abatido del abismo de la desesperación, consolando al afligido con la miel de sus promesas y animando al desalentado. Lo dice por el Profeta: Moderaré tus labios con mi alabanza para no aniquilarte. Es decir: “Para que no caigas en una tristeza extrema al contemplar tus maldades, para que desesperado no caigas como si te arrojara un caballo desbocado, porque perecerías, yo te contengo con el bocado de la brida, saldrá al paso mi indulgencia, te reconfortaré con mis alabanzas. Tú que te ofuscas con tus males, sentirás alivio en mis bienes y descubrirás que es mayor mi benignidad que todas tus culpas.

Si Caín hubiese sido detenido con ese freno nunca habría dicho en su desesperación: Mi culpa es muy grave y no merezco el perdón. No, de ningún modo. Es mayor su ternura que cualquier iniquidad. Por eso el justo no se acusa incesantemente; sólo cuando comienza a hablar. E incluso al terminar concluye alabando a Dios. Ved, efectivamente, qué orden sigue: He examinado mis caminos, para enderezar mis pies a tus preceptos. Encuentra primero el dolor de la contrición y de la desdicha de tus propios caminos, para gozar después en la senda de los preceptos de Dios, como si fuesen toda su riqueza.

Vosotros también, a ejemplo del justo, cuando os sintáis humillados, recordad igualmente la bondad del Señor. Así podéis leer en el libro de la Sabiduría: Creed que el Señor es bueno y buscadlo con un corazón sencillo. El recuerdo frecuente e incluso habitual de la generosidad de Dios induce fácilmente al espíritu a pensar así. De otra manera, no sería posible cumplir lo que dice el Apóstol: Dad gracias en toda circunstancia, si se ausentasen del corazón los motivos de la gratitud. No quiera echaros a cuestas aquella afrenta de los judíos con que los acusa la Escritura: que olvidaron las obras de Dios y las maravillas que les había mostrado.

3.Pero jamás hombre alguno será capaz de traer a la memoria y recoger todos los bienes que el Señor piadoso y clemente derrama sin cesar sobre los mortales: ¿Quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? Que al menos los redimidos nunca olvidemos su obra primordial y más sublime, la de nuestra redención. A este propósito trataré de inculcaros de manera especial, y lo más sucintamente que pueda, dos cosas que ahora se me ocurren, acordándome de aquella sentencia: Instruye al docto y será más docto.

Se trata del modo cómo realizó la redención y del fruto que con ella consiguió. ¿El modo? El anonadamiento de Dios. ¿El fruto? Nuestra divinización. Meditar en lo primero es sembrar la santa esperanza; en lo segundo, incitar el amor supremo. Necesitamos las dos cosas para avanzar en el espíritu: la esperanza sin amor sería servir por un salario; el amor se enfriaría si creyésemos que es infructuoso.

4.Nosotros esperamos de nuestro amor el fruto que nos prometió aquel a quien amamos: Una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. A mi entender, una medida sin medida.

Pero me gustaría saber de qué será esa medida, o mejor esa inmensidad que se nos promete: Jamás ojo vio un Dios fuera de ti que preparase tantas cosas para los que le aman. Tú que lo preparas, dinos qué nos preparas. Nosotros creemos y confiamos de verdad, tal como lo prometes, que nos saciaremos de los bienes de tu casa. Pero ¿cuáles son estos bienes? ¿Consistirán acaso en trigo, vino y aceite, oro y plata o piedras preciosas? Todo eso ya lo hemos conocido, lo hemos visto y lo vemos, pero lo desechamos. Buscamos lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado. Eso es lo que nos complace, lo que saboreamos y nos deleita buscar, sea lo que fuere. Todos serán discípulos de Dios y él será todo para todos. En definitiva, la plenitud que esperamos de Dios no será sino el mismo Dios.

5.¿Quién podrá vislumbrar toda la dulzura que encierran estas cuatro palabras: Dios será todo para todos? Prescindiendo del cuerpo, percibo claramente en el alma la razón, la voluntad y la memoria: las tres constituyen su esencia. Todo el que vive guiado por el espíritu, sabe cuánto les falta para ser completas y perfectas estas tres facultades, mientras vivimos en este mundo. ¿No será porque Dios no es todavía todo para todos? De aquí se deriva que la razón se engañe en sus juicios con tanta frecuencia, que la voluntad se vea sacudida por cuatro desórdenes, y que la memoria se desconcierte por muchos olvidos. La noble criatura se ve doblegada con este triple fracaso, no por gusto, aunque abriga una esperanza. Pues el que sacia de bienes todos los anhelos, será plenitud luminosa para la razón, torrente de paz para la voluntad, presencia eterna para la memoria. ¡Oh amor, verdad, eternidad! ¡Santa y feliz Trinidad! Por ti suspira desde su desgracia esta mi trinidad, desgraciada por su infeliz destierro lejos de ti. ¡Ay de mí! ¡Cómo hemos trastocado esta trinidad contra la tuya! Siento palpitar mi corazón, y me duele mi ser; me abandonan las fuerzas, y me estremezco; me falta hasta la luz de los ojos, y caigo en el horror. ¡Ay, trinidad de mi alma, te expatriaste al pecar y mira ahora tu gran desemejanza con la Trinidad!

6.¿Más por qué te acongojas, alma mía, por qué te turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo cuando se aleje de la razón el error, de la voluntad el sufrimiento, de la memoria todo temor, y les revele lo que esperamos: una maravillosa serenidad, una dulzura absoluta, una seguridad eterna. Lo primero será obra del Dios verdad, lo segundo del Dios amor y lo tercero del Dios omnipotencia.

Vosotros mismos sabéis asignar lo primero al Hijo, lo segundo al Espíritu Santo, lo tercero al Padre. Pero lo haréis sin sustraer nada de ello al Padre, o al Hijo, o al Espíritu Santo, de modo que la distinción de personas no menoscabe la plenitud, ni la perfección recaiga en detrimento de la propiedad. Considerad también si los que pertenecen a este mundo son capaces de experimentar algo semejante en los placeres de la carne, en los espectáculos mundanos y en las ostentaciones de Satanás; pues como dice Juan, así engaña esta vida a sus desgraciados secuaces: Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y jactancia de los bienes terrenos. Esto a propósito de los frutos de la redención.

7.Si recordáis el modo de llevarla a cabo, dijimos que fue el anonadamiento de Dios; y os recomiendo que consideréis otros tres aspectos. Aquel anonadamiento no fue algo trivial o insignificante; porque se vació de sí mismo hasta asumir la carne, la muerte, la cruz. ¿Quién ponderará suficientemente toda la humillación, la bondad y la condescendencia que supuso el hecho de que el Señor soberano se revistiera de la carne, fuera condenado a muerte e infamado con la cruz? Dirá alguno: ¿no pudo el Creador reparar su obra sin tanta complicación? Claro que pudo; pero prefirió su propia afrenta. Así le ahorraba al hombre toda ocasión de incurrir en el pésimo y abominable crimen de la ingratitud. Asumió muchos sufrimientos que le inducirían al hombre a un gran amor. Y las dificultades de la redención le incitarán a darle gracias, cuando la facilidad de su creación le inspirase una devoción muy poco agradecida.

¿Cómo reacciona el corazón ingrato ante su creación? “Sí; he sido creado por puro amor, pero sin trabajo alguno de mi creador. Sencillamente, lo mandó y salí creado como el resto de la creación. Es muy valiosa. ¿Pero qué dificultad entraña un favor que sólo cuesta pronunciar una palabra?” Así desvirtúa la impiedad del hombre este beneficio de la creación, para justificar su ingratitud. Pretexta excusas para sus pecados, cuando debía haber sido un gran motivo de amor. Pero quedó tapada la boca de los que hablan inicuamente.

Es obvio como la luz del día cuánto le costó, hombre, tu salvación: pasar de Señor a siervo, de rico a pobre, de Verbo a hombre, de Hijo de Dios a hijo del hombre. No olvides nunca que te creó de la nada, pero no te redimió de la nada. En seis días lo creó todo y a ti entre todo lo creado. Mas tu salvación la consumó a lo largo de treinta años en este mundo. ¡Cuánto sufrimiento hubo de soportar! A los dolores de su cuerpo y a las tentaciones del enemigo ¿no se añadieron y acumularon la ignominia de la cruz y el horror de la muerte? Forzosamente. Así, así salvaste, Señor, a hombres y animales, y así derrochaste tu misericordia.

8.Meditadlo y deteneos en ellos. Respire estos perfumes vuestro corazón, tanto tiempo ahogado con la fetidez del pecado, y gozad estos aromas tan delicados como saludables. Mas no creáis que poseéis ya aquella excelente fragancia tan elogiada de los pechos de la esposa. La premura por acabar enseguida este sermón me impide detenerme ahora en este tema. Retened en vuestra memoria lo dicho sobre los otros perfumes y probadlo en vuestra vida. Ayudadme con vuestra oración, para que pueda exponeros dignamente lo que convenga a las delicias de la esposa y fomente en vuestras almas el amor del Esposo, Jesucristo Señor nuestro.

RESUMEN

Vivir alabando a Dios alivia los problemas de cada día. Los pecados se purgan en la punción de la soledad. La alabanza nos permite vivir en comunidad. La contrición es el primer acto, pero no debemos excedernos en ella pues, en ese caso, conlleva la aniquilación. Debemos endulzarla con la alabanza. Incluso cuando sintamos la gratitud con menor intensidad, será el momento de dar gracias en toda circunstancia. Los bienes que recibimos son inmensos. Debemos meditar sobre el modo en que realizó nuestra redención. Lo hizo mediante el anonadamiento de Dios. También sobre el fruto que produjo: nuestra divinización. Ambas cosas son necesarias para avanzar en el espíritu. Buscamos bienes espirituales sin medida, muy diferentes a las joyas y los valores materiales al uso. La plenitud que esperamos de Dios será el mismo Dios. Nuestro objetivo es que Dios sea “todo para todos”. Percibimos el alma como formada por la razón, la voluntad y la memoria. Esta trinidad se aleja de la otra Trinidad cuando Dios no lo es todo para nosotros. La alabanza, en caso de perderla, volverá cuando alejemos de la razón el error (gracias al Hijo), de la voluntad el sufrimiento (gracias al Espíritu Santo) y de la memoria el temor (gracias al Padre aunque en realidad las tres Personas de la Trinidad intervienen plenamente sin mayor protagonismo de unos sobre otros). Estos dones que recibimos son muy superiores a los que proporciona el mundo en forma de placeres, espectáculos mundanos y ostentaciones de Satanás. El anonadamiento de Dios es el proceso por el que asume la carne, la muerte y la cruz. Podía haber actuado de otra manera pero quiso que el hombre evitara el sentimiento de ingratitud ante lo fácil. Vemos así las maravillas del perfume de la gratitud que es la fragancia de los pechos de la Esposa.

SERMÓN X DEL CANTAR DE LOS CANTARES: LOS PECHOS DE LA ESPOSA. SU LECHE Y SUS PERFUMES

 Ni mi inteligencia es tan profunda, ni mi ingenio tan perspicaz, que pueda atribuirme inventiva alguna. Pero la boca de San Pablo es una fuente caudalosa e inagotable, abierta siempre para nosotros. Y de ese manantial sacaré, como tantas veces lo hago, materia para explicaros lo de los pechos de la esposa. Escuchadle: Con los que están alegres, alegraos; con los que lloran, llorad.
En dos palabras nos describe el amor materno. El niño jamás puede ni dolerse ni alegrarse sin la mujer que lo concibió; su gozo y su dolor confluyen necesariamente en las entrañas de su madre. En consecuencia, apoyado en la sabiduría de Pablo, asignaré esas dos afecciones a los pechos de la esposa; a uno la compasión y al otro el gozo. De lo contrario, sería aún una niña no casadera, pues todavía no le despuntan los pechos y carece de la sensibilidad necesaria para condolerse y congratularse con los demás. Y si con esas carencias asume la responsabilidad de dirigir almas o el ministerio de la predicación, además de no prestar servicio alguno se perjudicará muchísimo a sí mismo. ¡Qué gran profanación cometería si se embarcara intrusamente en ello!
 Pero volvamos a los dos pechos de la esposa y, según su diversidad, consideremos sus dos clases de leche. La congratulación proporciona la leche de la exhortación, y de la compasión afluye la leche del consuelo. La madre espiritual siente en sus piadosos pechos un copioso rocío celestial, cuantas veces recibe el beso. Mira cómo se sienta inmediatamente para dar de mamar con sus pechos cargados a sus niños, consolando a uno y exhortando a otro según su necesidad. Así, por ejemplo, cuando sorprende a uno que ha engendrado en el Evangelio, sacuido por una violenta tentación, turbado, triste y desalentado por sentirse incapaz de soportar su fuerza, es de ver cómo se conmueve, le acaricia, llora por él, lo consuela y recurre a todos los argumentos que se le ocurren, para levantar al abatido. Si por el contrario ve que está animoso, optimista y que progresa en el bien, salta de gozo, le da sus oportunos consejos, lo enfervoriza más, lo instruye en lo posible para que persevere y le exhorta a que camine siempre de mejor en mejor. Se adapta a todos, hace suyos los sentimientos de todos y muestra su maternidad lo mismo a quienes se paran cansados, como a los que siguen adelante.
 ¡Cuántos se muestran hoy ajenos a estos sentimientos! Me refiero a los que cargaron sobre sí con la dirección de las almas. Es imposible referirse a ello sin lamentarlo con gran dolor. En el horno de su avaricia funden el tesoro de la ignominia de Cristo, los salibazos, los azotes, los clavos, la lanza, la cruz y su misma muerte. Todo lo prostituyen, lo venden para hacer un vil negocio, y a toda prisa marcan en sus bolsas el precio de la redención universal. Sólo se diferencian de Judas Iscariote en que éste valoró todos sus emolumentos en unos pocos denarios; estos otros, llevados de su voracidad incontenible, exigen ganancias infinitas.
Las codician con deseos insaciables, les estremece perderlas, y cuando fracasan lo sienten a muerte. Se tranquilizan amándolas en la medida que les permite su zozobra para conservarlas o aumentarlas. No les preocupa lo más mínimo la perdición o la salvación de las almas. No pueden sentirse madres. Usan el patrimonio del Crucificado sólo para engrosar, engordar y nadar en la abundancia; no pueden dolerse del desastre de José. La verdadera madre no puede ocultarlo: lleva sus pechos y no vacíos. Sabe alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran. Del pecho de su congratulación afluye sin cesar la leche de la exhortación; y del pecho de la compasión, la leche del consuelo. Baste con lo dicho sobre los pechos de la esposa y sobre la leche que proporcionan.
 Ahora os indicaré qué fragancia exhalan sus pechos, si con vuestras oraciones me ayudáis a que pueda exponeros lo que se me ha concedido entender, y consiga hacerlo como se lo merece el aprovechamiento de quienes me escuchan. Unos son los aromas del esposo y otros los de la esposa, como lo son los pechos de cada no. Ya lo concretamos antes cuando hablamos de los perfumes del esposo. Ahora nos ocuparemos de la fragancia de la esposa. Redoblemos la atención, porque la Escritura los ha elogiado especialmente, considerándolos no ya buenos, sino excelentes. Recojo varias clases de aromas, para elegir los que más convengan para los pechos de la esposa. Hay un aroma de contrición, otro de devoción y otro de piedad. El primero es pungitivo: causa dolor. El segundo es calmante: alivia el dolor. El último es curativo: ahuyenta la enfermedad. Hablemos de cada uno detalladamente.
 Hay, pues, un perfume que se lo elabora el alma enredada en muchos delitos si, cuando comienza a pensar en sus caminos, sabe recoger, amontonar y machacar en el almirez de su conciencia sus muchas y diversas especies de pecados. Y dentro de la olla de su corazón ardiente los hierve todos juntos con el fuego de la penitencia y de la contrición. Entonces podrá decir con el Profeta: El corazón me ardía por dentro; pensándolo me requemaba. El alma pecadora debe embalsamar los comienzos de su conversión con este perfume, y aplicarlo a sus recientes heridas. El primer sacrificio para Dios es un espíritu quebrantado. Mientras sea pobre y afligida y no tenga con qué hacerse un aroma mejor, procure elaborarse éste, aunque sea con estos viles ingredientes, pues Dios no desprecia un corazón quebranado y humillado. Cuanto más se humille con el recuerdo de sus pecados, será menos vil a los ojos de Dios.
 Y no consideraremos ordinario este perfume invisible y espiritual, si pensamos que está simbolizado por aquel otro visible, con el que la pecadora según refiere el Evangelio ungió externamente los pies del Dios encarnado. ¿Qué nos dice el Evangelista? La casa se llenó de la fragancia del perfume. Fue derramado por las manos de una pecadora y lo extendió sobre las extremidades del cuerpo de Cristo, sobre sus pies. Y no resultó de tan mala calidad, cuando su exquisita fragancia se extendió por toda la casa. Si consideramos cómo se perfuma la Iglesia y a cuántos da vida y sólo vida la fragancia de un solo pecador que se convierte, cuando su arrepentimiento es público y perfecto, diríamos también sin dudar y con toda justicia que por este primer aroma la casa se llenó de la fragancia de su perfume. Es más: este perfume penetra la mansión de los bienaventurados, pues la Verdad misma atestigua que los ángeles de Dios sienten gran alegría por un solo pecador que se convierte.
Alegraos, pues, los arrepentidos; cobrad ánimo los desalentados. Os lo digo a vosotros, los que recientemente os habéis vuelto del mundo, alejándoos de vuestros caminos de perversión; los que por ello os sentís sumidos en la amargura por la confusión de vuestra alma compungida, atormentados e inquietos por el intenso dolor de vuestras heridas aún frescas. Derramen vuestras almas serenas la amargura de la mirra en esta unción que os salva, porque un corazón quebrantado y humillado Dios no lo desprecia. Nunca debemos rechazar ni considerar vil un perfume, cuyo aroma suscita la enmienda de los hombres, e invita a los ángeles a que se alegren.
 Hay otro perfume de mayor precio, porque es el resultado de ingredientes más refinados. Para buscar los primeros no hay que ir lejos, pues los encontramos muy cerca. Podemos tomarlos en seguida de nuestro huerto, siempre que los necesitemos. ¿Quién no tiene a mano, cuando lo desee, sus propios pecados e iniquidades, si no los oculta? Como recordáis, éstos son los componentes del primer perfume ya descrito.
 Mas los del segundo no germinan en nuestra tierra; son traídos de lejos, de los confines del mundo. Ya que todo don acabado viene de arriba, del Padre de los astros. Este perfume se extrae de los beneficios divinos otorgados al género humano. ¡Feliz el alma que los recoge minuciosamente y se esmera para reunirlos ante la mirada de su espíritu con digna acción de gracias! Cuando los haya molido, triturándolos en el almirez de su corazón con el mortero de su meditación continua, cuando los ponga a hervir en el fuego de los santos deseos y los rocíe con el óleo de júbilo, resultará un perfume más valioso y exquisito que el primero. Para demostrarlo baste el testimonio del que dice: El que me ofrece acción de gracias, ése me honra. Es indudable que el recuerdo de los beneficios suscita la alabanza.
 Cuando la Escritura se refiere al primer perfume se limita a decir que Dios no lo desprecia; pero claramente encomia más al segundo, porque lo honra. Además, aquel se aplica a los pies y éste a la cabeza. Si en Cristo hace referencia a su divinidad, como dice Pablo: La cabeza de Cristo es Dios, el que da las gracias unge sin duda la cabeza, pues toca a Dios, no a un hombre. No es que deje de ser hombre porque es Dios pues Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, sino que todo don procede de Dios, no del hombre, a pesar de que los sirva un hombre. 
 Sólo el Espíritu da vida, la carne no sirve para nada. Por eso, maldito el que confía en un hombre y busca su apoyo en la carne, pues aunque toda nuestra esperanza descansa con razón en el Dios hombre, no lo es en cuanto hombre, sino en cuanto Dios. Por eso el primer perfume se aplica a los pies, y el segundo en la cabeza: la humillación de un corazón contrito corresponde a la humildad de la carne, y la glorificación es propia de la majestad. Tal es el perfume del que os he hablado: aquel ante quien tiemblan las potestades no lo considera indigno de que perfume su cabeza. Incluso lo estima como un gran honor, diciendo: El que me ofrece acción de gracias, ése me honra. 
 Por esta razón no es propio de pobres y de humildes, y de corazones apocados preparar un perfume cuyos aromas y componentes estén impregnados únicamente de confianza, porque procede de la libertad de espíritu y de un corazón puro. El alma ruin y de fe débil se ve limitada por la precariedad de sus medios, y su pobreza no le permite una ociosidad suficiente para entregarse a la alabanza de Dios o a la contemplación de sus beneficios, que propicien esa alabanza. Si alguna vez se esfuerza por hacerlo, al punto se requieren sus intereses, porque son apremiantes las exigencias de sus preocupaciones domésticas, forzada a encerrarse en sí misma por su propia necesidad. 
 Si me preguntáis cuál es la causa de esta miseria, diría que, si no me equivoco, vosotros la habéis experimentado o la estáis experimentando. Yo creo que esta languidez y desconfianza del alma suele derivarse de dos causas: o de que la conversión es es aún muy reciente o de una vida monástica tibia, aunque haya pasado mucho tiempo desde la conversión. Ambas cosas humillan, deprimen e inquietan la conciencia; bien por la tibieza o por ser reciente la conversión, siente que las pasiones pretéritas de su corazón no han muerto aún en ella. Siente necesidad de arrancar del huerto de su interior los espinos de las iniquidades y las ortigas de las concupiscencias, y ve que no puede liberarse de ellas. ¿Qué hacer? Agotado de gemir, ¿podrá al mismo tiempo regocijarse con las alabanzas a Dios? ¿Cómo sonaría en su boca, cansado de lamentarse y llorar, aquella acción de gracias al son de instrumentos del profeta Isaías? Porque como aprendimos del Sabio: Historia a destiempo es música en duelo.
 Finalmente, la acción de gracias no precede al beneficio; es su consecuencia. Mas el alma que vive todavía triste no se goza por los beneficios, más bien los necesita. Tiene, por tanto, motivos para implorar, no para dar gracias. ¿Cómo puede recordar un beneficio que no ha recibido? Por esto dije que no corresponde a un alma indigente elaborar un perfume que debe contener un concentrado de los beneficios divinos. 
 Es imposible ver la luz, sumido en el abismo de las tinieblas. Yace en la amargura, su memoria está poseída por el triste recuerdo de los pecados y rechaza todo pensamiento alegre. Y la interpela el espíritu profético diciendo: Es inútil que madruguéis. Que quiere decir: en vano os empeñáis en contemplar los beneficios que alegran el corazón, si antes no recibís la luz que os consuele de las culpas que os inquietan. Este perfume no está al alcance de los pobres. 
 Mirad, en cambio, quienes son los que no sin razón pueden vivir satisfechos de su riqueza: Los Apóstoles salieron del Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por causa de Jesús. Estaban colmados de la infusión del espíritu, porque se mantuvieron en su apacibilidad aún a costa, no ya de las injurias, sino incluso de los azotes. Su riqueza era el amor que no se agota a ningún precio, y ello les bastaba para ofrecer sin esfuerzo víctimas cebadas. Sus pechos transpiraban el santo perfume que los empapaba, cuando empezaron a hablar en diferentes lenguas las maravillas de Dios, según el Espíritu les concedía expresarse. También están impregnados de estos perfumes aquellos a quienes se refiere el Apóstol:Continuamente doy gracias a Dios por vosotros, por la gracia que os ha concedido mediante Cristo Jesús, pues por su medio os ha hecho ricos d todo, de todos los dones de palabra y de conocimiento; así se vio confirmado entre vosotros el testimonio de Cristo, hasta el punto de que no carecéis de nada. Ojalá pudiese yo dar gracias así por vosotros, viéndoos ricos en virtudes, fervorosos para la alabanza de Dios, llenos hasta rebosar de plenitud espiritual, en Cristo Jesús Señor nuestro.
RESUMEN
La verdadera madre tiene la capacidad de llorar con los que lloran y reír con que ríen. Un pecho significa la compasión y otro el gozo. Si estas virtudes no se han desarrollado no tiene todavía capacidad para la predicación y sería una gran temeridad realizarla. Un pecho da la leche del consuelo y el otro la de la instrucción más la perseverancia. De la congratulación fluye la exhortación. Muchas personas de la iglesia no actúan de esta manera, sino que viven con bajos intereses e instintos. Los pechos de la esposa exhalan diversas fragancias: un aroma de contrición, otro de devoción y otro de piedad. El primero causa dolor, el segundo calma y el tercero cura. Recordemos nuestros pecados dando lugar a un espíritu quebrantado. Dios no desprecia un corazón quebrantado y humillado. El siguiente paso es recibir el perfume o ungüento sobre el alma quebrantada, de la misma manera que Cristo lo recibió de manos de una mujer pecadora. El siguiente perfume es el agradecimiento de los bienes recibidos a lo largo de nuestra vida. Dios gusta de ambos perfumes pues no desprecia el primero, pero prefiere el segundo. Es imposible ver la luz sumido en el abismo de las tinieblas. Hay que tener la capacidad de percibir lo recibido como los Apóstoles cuando salían contentos a pesar de ser ultrajados.

SERMÓN IX DEL CANTAR DE LOS CANTARES: LOS DOS PECHOS DEL ESPOSO: LA PACIENCIA Y LA BENIGNIDAD


1. Afrontemos ya el texto del Cantar y demos razón de las palabras de la esposa y su coherencia. Porque están como en el aire y se bambolean cual montaña escarpada y sin base. Lo primero que hemos de ver es con quién están relacionadas en rigor. Partamos de una suposición: esos amigos del esposo, que hemos citado, se acercan una vez más a la esposa, como lo habían hecho en días anteriores, para hacerle una visita y saludarla. La encuentran disgustada, quejumbrosa. Y extrañados entablan este diálogo: "¿Qué te ha sucedido? ¿Por qué te encontramos hoy tan triste? ¿De qué te quejas tan inesperadamente? Cuando ibas extraviada y decepcionada en busca de tus amantes, con quienes te fue tan mal, ¿no sentiste la necesidad de volver a tu primer esposo, para tocar al menos sus pies, y no se lo pediste una y otra vez con tantos ruegos y lamentos?".
 "Lo reconozco", contestó. "¿Sí? Efectivamente, llegaste a conseguirlo. Y además recibiste el beso de los pies y con ello el perdón de los pecados. Ahora te sientes otra vez inquieta, insatisfecha con tan gran favor, y ansías una familiaridad más íntima. Pediste e imploraste con la misma misericordia otra gracia singular: besarle las manos. También lo lograste y alcanzaste muchas y no pequeñas virtudes."
 "No lo niego, respondió". Y le dijeron: "pero ¿no eres tú la que jurabas asegurando que si algún día se te permitiese besar su mano, nunca más pedirías otra cosa?" --"Sí, soy yo". --"¿Entonces? ¿Acaso puedes alegar que te han quitado algo de lo que conseguiste?" "No, nada". --¿O es que temes que por tu mala vida anterior vuelva a pedirte cuentas que tú suponías ya perdonadas?" --No".
2. "Dinos entonces cómo podemos ayudarte."
    "No descansaré, dijo, hasta que me bese con besos de su boca. Sí, le agradezco el beso de los pies, le agradezco el beso de las manos, pero si me aprecia que me bese con besos de su boca. No soy una ingrata, le amo. Reconozco que he recibido más de lo que merezco, pero no se han colmado mis anhelos. Me mueve mucho más el deseo que la razón. Por favor, no me acuséis de presención: es que me arrastra el afecto. Claro que me recrimina el recato, pero me supera el amor. No ignoro quela gloria del rey ama el juicio. Más este amor tan apasionado no se atiende a razones, ni lo equilibra la sensatez, no lo frena el pudir, ni se somete a la razón. Y pido, y suplico, e imploro: Que me bese con esos de su boca.
 Os aseguro que gracias a él hace muchos años me esfuerzo por vivir en castidad y sobriedad, me entrego a la lectura, lucho contra los vicios, me postro con frecuencia para orar, me mantengo alerta contra las tentaciones, huye de mí el sueño por la amargura de mi alma. En lo posible, me parece que no creo conflictos y convivo con mis hermanos. Me someto a la autoridad de mis superiores, salgo y regreso a casa conforme me lo ordenan. No codicio lo ajeno; al contrario, entrego mis cosas y me doy a mí misma; como mi pan con el sudor de mi frente. Pero todo ello se reduce a mera disciplina, sin dulzura alguna. ¿No soy, como dice el Profeta, esa novilla domesticada de Efraín que trilla con gusto? Y por añadidura el Evangelio llama pobre criado al que ha hecho lo que tenía que hacer. Yo creo que cumplo con todo lo mandado. Pero mi alma se siente en todo eso como tierra reseca. Por eso, para que le agraden mis sacrificios, que me bese con besos de su boca".
3. Tengo muy presente que muchos de vosotros en vuestros desahogos privados soléis quejaros de este abatimiento y aridez del alma, de este embotamiento impertinente del espíritu, que os impide adentraros en la oculta sublimidad de Dios y experimentáis muy poco o nada las dulzuras del corazón. ¿No será que suspiráis por el beso?
 Suspiran ciertamente y anhelan el espíritu de sabiduría y entendimiento; entendimiento para comprender y sabiduría para saborear lo que captaron con la inteligencia. Yo creo que el santo Profeta oraba con este mismo afecto, cuando decía: Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. Pedía claramente el beso, ese beso a cuyo contacto sus labios quedan impregnados de la fecundidad de la gracia espiritual y experimenta lo que expresa en otro lugar: Llénese mi boca de tu alabanza para cantar todo el día tu gloria y tu grandeza. 
 Y en cuanto lo saborea, lo exhala con estas palabras: ¡Qué inefables son, Señor, las dulzuras que reservas para tus fieles!Nos hemos detenido ya bastante en este beso, aunque a fuerza de sinceros temo que no me haya expresado con suficiente dignidad. Pero sigamos adelante, porque estas cosas se conocen mejor experimentándolas que hablando de ellas. 
4. El texto prosigue así: Tus pechos son más sabrosos que el vino, su aroma mejor que todos los perfumes. El autor no nos dice de quién son estas palabras y nos deja en libertad para atribuirlas en nuestro comentario a quien mejor se adapten. Por mi parte, no me faltan razones para asignarlas a la esposa, al esposo y a los amigos del esposo. 
 Primero indicaré por qué pueden referirse a la esposa. Mientras estaba conversando con los amigos del esposo, se dirige hacia ellos el mismo de quien hablaban. Afablemente se acerca a los que hablan de él. Esa es su costumbre. Por ejemplo, se hizo compañero agradable y peruasivo de los dos que caminaban hacia Emaús, comentando lo sucedido. Y se puso a caminar con ellos hablándoles afablemente. Es lo que prometió en el Evangelio: Donde estén dos o tres reunidos apelando a mí, allí, en medio de ellos estoy yo. También lo dice por el Profeta:Antes de que me llamen yo les responderé, aún estarán hablando y los habré escuchado. Por eso se presenta ahora sin llamarlo. Tanto le agrada su conversación que él mismo se adelanta a las súplicas. Creo que muchas veces ni espera las palabras: le bastan los deseos. Escuchad a ese hombre que Dios encontró según su corazón: Señor, tu escuchas los deseos de los humildes, les prestas oído y los animas. Examinaos vosotros también en todo momento, pues sabéis que Dios sondea el corazón y las entrañas, que él modeló vuestros corazones y comprende todas vuestras acciones.
 Conmovida la esposa ante la presencia del esposo, se quedó aturdida; y creyendo que le había sorprendido en su presunción, se llenó de confusión porque pensaba que habría sido más digno valerse de intermediarios. Pero inmediatamente se volvió hacia él y, como pudo, trataba de excusar su temeridad diciendo: Son tus pechos más deliciosos que el vino, tu aroma más que todos los perfumes. Como si dijese: "Si crees que son exageradas mis pretensiones, eso es obra tuya, esposo mío; fue tan inefable la bondad con que me saturaste de la dulzura de tus pechos que, eliminando todo temor, me lanzo a un atrevimiento excesivo, y no es por mi temeridad, sino porque te amo. Soy tan audaz, porque recuerdo tu ternura y olvido tu majestad". Este podía ser el contexto literal. 
5. Veamos ahora en qué consiste este cántico a los pechos del esposo. 
 Los dos pechos del esposo son las señales de esa bondad connatural suya: la paciencia con que aguarda al pecador y la clemencia con la que acoge al penitente. Es una dulzura doble, exuberante y halagadora, que brota del pecho del Señor Jesús: su gran aguante para esperar y su facilidad para perdonar. Escucha, porque esto no lo invento yo. Puedes leer acerca de su extremada paciencia: ¿O es que no vas a dar importancia a su inagotable benignidad, a su tolerancia, a su paciencia, sin darte cuenta de que la benignidad de Dios te está empujando a la enmienda? Por esto demora tanto la sentencia de condenación del que le desprecia: para poder absolverlo si se arrepiente. Porque no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. 
 Aduzcamos otros testimonios referentes al otro pecho del esposo, al que hemos asignado la facilidad para perdonar. Sigue leyendo: En el mismo instante en que gima dolido del pecado, se le perdonará. Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes: que regrese al Señor y él tendrá piedad; a nuestro Dios que es rico en perdón. David lo resume en pocas palabras, y preciosas: Es lento a la ira y rico en piedad.
 Por ello, la esposa confiesa que por haber experimentado esta doble bondad se ha consolidado en su confianza, hasta llegar a pedirle el beso, y parece decirle: "¿Te extrañará, esposo mío, que me fíe tanto de ti, conociendo por experiencia el caudal de delicias que brotan de tus pechos? Es la dulzura de tus pechos la que provoca mi audacia, no la confianza en mis propios méritos".
6. Sus palabras: Son tus pechos más deliciosos que el vino, significan: "La copiosa gracia que fluye de tus pechos es bastante más eficaz para mi provecho espiritual que la corrección áspera de los superiores. Sí, son mejores que el vino y el mejor de los perfumes. Porque alimentas con el pecho de la dulzura interior a los presentes y rocías con el agradable aroma de la buena reputación a los ausentes. Así dan prueba de tu bondad los de dentro y los de fuera. En tu interior llevas leche y perfumes por fuera. Si no los atrayeras con tu fragancia, no tendrías a quien alimentar con la leche". Más adelante, cuando lleguemos al lugar donde se dice: Correremos al olor de tus perfumes, veremos si estos aromas contienen algo digno de nuestra consideración.
 Ahora precisemos, como os he prometido, si puede pronunciar el esposo con propiedad aquellas palabras de la esposa. 
7.Ya dije que cuando estaba hablando ella de su esposo, se presentó éste en persona. Accede a sus deseos, la besa y se cumple lo que dice el salmo: Le has concedido el deseo de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios. De esta manera manifiesa que sus pechos están rebosantes y es tan prodigioso ese beso que en cuanto lo recibió la esposa, y como señal se la hincharon visiblemente los pechos llenándose de leche.
 Los que se entregan con frecuencia a la oración experimentan lo que acabo de decir. Cuántas veces nos acercamos al altar o nos postramos en oración con el corazón frío y reseco. Mas a los que perseveran se les infunde de repente la gracia, se les inunda el pecho y se sienten llenos de piedad en las entrañas. Si alguien los oprimiera entonces no tardaría en correr copiosamente la leche de la dulzura que han concebido. Y podrías decirle: "ya tienes, esposa, lo que pedías; ésta es la señal de que tus pechos son más sabrosos que el vino; puedes estar segura de que ya has recibido el beso, porque sientes que has concebido. También se hincharon tus pechos, convertidos en leche copiosa, mejor que el vino del saber mundano que embriaga, pero de curiosidad, no de amor. Hincha, pero no alimenta; infla, pero no edifica; harta, pero no conforta".
8. Demos ahora una oportunidad a los amigos del esposo, para que expongan su opinión. "Injustamente -dicen-murmuras del esposo, pues lo que ya te ha dado es mejor que lo que le pides. Lo que imploras es para tu deleite; pero los pechos con los que alimentas a los que has engendrado son más provechosos y necesarios que el vino de la contemplación. Una cosa es la satisfacción íntima de un corazón humano y otra la salvación de muchas almas. Raquel era muy hermosa, pero Lía muy fecunda. No insistas tanto en los besos de la contemplación, porque son mejores los pechos de la predicación. 
9. Se me ocurre otra interpretación que no pensaba proponerla, pero no la voy a pasar por alto. ¿Por qué no relacionar estas palabras con los que nos presiden con la solicitud de una nodriza o de una madre con sus hijos? Las almas tiernas y adolescentes no soportan con paz que se den a la contemplación los que ellas desean que los eduquen con mayor dedicación mediante su doctrina, y las formen con sus ejemplos. Y ni siquiera moderan su importunidad cuando a continuación se les prohíbe enérgicamente que no molesten a la amada hasta que ella quiera. Pues viendo que la esposa se transporta con los besos y que se encierra a solas, que huye de la convivencia, que esquiva a la gente y que prefiere su propia quietud al servicio fraterno, le dicen: "No seas así, no seas así; la fecundidad de tus pechos es más rica que los abrazos. Tus pechos nos libran de los bajos instintos que nos hacen la guerra; con ellos nos sacas del mundo y nos rescatas para Dios". En definitiva: Tus pechos son más sabrosos que el vino. Porque las delicias espirituales que destilan tus pechos para nosotras, refrenan la voluptuosidad de la carne, que no ha mucho nos vencía como ebrias de vino. 
10. Esta comparación del amor carnal con el vino es muy acertada. Porque a la uva, una vez exprimida, ya no le queda más jugo y está condenada a perpetua esterilidad. Igualmente la carne, pisada ya por la muerte, se queda extenuada para todo placer y no revive más para sus pasiones. Por eso dece el Profeta: Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre; se agosta la hierba, se marchita la flor. Y el Apóstol: El que siembra en la carne, de la carne cosecha corrupción. La comida es para el estómago y el estómago para la comida, pero Dios acabará con el uno y con el otro. Piensa si esta comparación no abarca tanto a la carne como al mundo. Porque este mundo pasa y su codicia también; y así como todo lo que hay en el mundo se acaba, su fin es eterno. 
 No se puede decir lo mismo de los pechos. Cuando han sido agotados se llenan otra vez de la fuente del pecho materno, y lo acercan para que vuelvan a mamar. Con toda razón se afirma que los pechos de la esposa son mejores que el amor carnal o mundano, porque nunca los agotará su numerosa prole. Siempre los llenan las entrañas del amor, para que fluyan de nuevo. De ellas manarán ríos de agua viva, como manantial que salta hasta la vida eterna. Este canto a los pechos de la esposa culmina con la fragancia de sus aromas, porque no sólo alimentan con el sabor de su doctrina, sino que exhalan su perfume por la fama que divulgan sus buenas obras. 
 Qué significan estos dos pechos henchidos de leche y con qué perfume están ungidos, lo mostraremos en otro sermón, con la ayuda de Cristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por siempre eternamente. Amén.


RESUMEN
La esposa no parece tener bastante con los dones conseguidos. Lleva una vida honesta y sacrificada pero aspira a la vida contemplativa. Muchos sentimos este abatimiento y aridez del alma. Precisamos entendimiento para comprender y sabiduría para saborear estas dulzuras. Es posible que la esposa, mientras habla con otro sobre el esposo, éste aparezca y sorprendida afirme: "Tus pechos son más sabrosos que el vino y el aroma mejor que todos los perfumes". Los dos pechos del esposo son las señales de esa bondad connatural suya: la paciencia con que aguarda al pecador y la clemencia con la que acoge al penitente. Su perfume es mucho más eficaz que la corrección áspera de los superiores. Lo perciben en determinados momentos los que se entregan a la oración y es muy superior al saber mundano. Los compañeros del Esposo también podrán decirte que te contentes con lo que se te ha dado y que la predicación es suficiente; que no hace falta llegar a la contemplación. O que nuestro espíritu precisa de mayor doctrino antes que entregarse a la soledad de la contemplación. Comparación del amor carnal con el vino y del amor espiritual con la leche maternal.

SERMÓN VIII SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES: EL BESO MÁS ÍNTIMO ES EL ESPÍRITU SANTO



1.Tal como lo prometí ayer y recordáis, hoy, me he propuesto hablaros del beso más íntimo: el de la boca. Es cuchad con más atención lo más dulce y más sublime, lo que, más raramente se saborea y resulta más difícil de entender. Partimos desde lo más profundo: de ese beso inefable al que se refería el Evangelista, a mi parecer, ese beso nunca experimentado por criatura alguna, cuando nos dice: Al Hijo sólo el Padre lo conoce y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Porque el Padre ama al Hijo y le abraza con dilección únicaica, como la de un ser supremo al que a su vez el Hijo se estrecha íntimamente con él y no con menor afección, pues llega a morir por él, como lo asegura él mismo: Para que el mundo comprenda que amo al Padre, levantaos, vámonos. Indudablemente quería decir que iba a su pasión. Este simultáneo conocimiento y amor mutuos entre progenitor y el engendrado, ¿qué son sino un beso suavísimo pero secretísimo?

2.Doy por seguro que ni siquiera la criatura angélica tiene acceso a un misterio tan sagrado como el amor divino. Y así lo intuye San Pablo: esa paz de Dios supera todo conocimiento, incluso el de los ángeles. Por eso ni la esposa, por grande que sea su libertad, puede decir: ¡Que me bese con besos de su boca!

Contemplad a la nueva esposa recibiendo un beso nuevo, pero no de la boca, sino del beso de la boca: Sopló sobre ellos –Jesús sobre los apóstoles, esto es, sobre la primitiva Iglesia-, y dijo: Recibid el Espíritu Santo. Este fue el beso. ¿Cuál? ¿Aquel soplo? No; el Espíritu invisible, infundido con el soplo del Señor, como para dar a entender con ello que también procede del Padre como un verdadero beso, común para el que lo recibe y el que lo da. La esposa se satisface con ser besada con el beso del esposo, aunque no sea directamente con la boca. Ser besada por el beso no lo considera baladí ni trivial, porque no es ni más ni menos que la infusión del Espíritu Santo. Si pensamos que es el padre quien besa y el Hijo quien recibe el beso, concluiremos que el beso es el mismo Espíritu Santo, paz imperturbable, nudo indisoluble, amor inseparable, unidad indivisible del Padre y del Hijo.

3.El, por tanto, induce a la esposa a que pida con toda confianza, con el nombre de un beso, la infusión de ese mismo Espíritu. En realidad, su atrevimiento puede apoyarse en estas palabras que pronuncia el Hijo: Al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo el Hijo, pero añade: y aquel a quien se lo quiere revelar. La esposa sabe con certeza que a ella se lo revelará antes que a nadie. Por eso pide resueltamente que le dé un beso, es decir, ese Espíritu en quien se le revelará el Padre y el Hijo. Porque jamás se da a conocer uno sin el otro. De ahí se desprenden estas palabras: Quien me ve a mi está viendo al Padre. Y estas otras de Juan: Todo el que niega al Hijo se queda también sin el Padre. Con razón, pues, la suma felicidad no estriba sólo en el conocimiento de uno de ellos, sino en el de los dos. Porque está escrito: Y ésta es la vida eterna, reconocerte a ti como único Dios verdadero y a tu enviado Jesús como Mesías. Además se dice que quienes siguen al Cordero llevan inscrito en su frente el nombre de Cristo y el de su Padre; es decir, han sido glorificados porque conocen a los dos.

4.Alguno dirá: “Si ha dicho que la vida eterna es reconocer al Padre y al Hijo, pero no ha mencionado al Espíritu Santo, ¿será necesario conocerlo? Sí; porque si se conoce perfectamente al Padre y al Hijo, ¿cómo es posible ignorar al Espíritu Santo, que es la bondad mutua de ambos? Tampoco puede conocer una persona íntegramente a otra, si se le oculta su buena o mala voluntad. Además, al afirmar: Esta es la vida eterna, reconocerte a ti como verdadero Dios y a tu enviado Jesús como Mesías, si esa misión manifiesta tanto la obediencia voluntaria del Hijo como la benignidad del Padre, indudablemente no se omitió al Espíritu Santo, ya que expresamente se revelaba en la gracia que los dos nos dispensaron. Porque el Espíritu Santo es el amor y la benignidad del Padre y del Hijo.

5.Por esta razón, cuando la esposa pide el beso ruega que se le infunda la gracia de este triple conocimiento, en cuanto esta carne mortal puede recibirla. Mas la pide al Hijo, pues corresponde al Hijo revelarlo a quien le plazca. Se revela, por tanto, el Hijo a sí mismo a quien él quiere, y revela también al Padre. Y lo revela sin duda mediante el beso que es el Espíritu Santo. Así lo atestigua el Apóstol: A nosotros nos lo reveló Dios por medio de su Espíritu. Pero al comunicar el Espíritu mediante el cual se manifiesta, revela también a ese Espíritu: dando, revela; y revelando, da. Es más: la revelación verificada por el Espíritu Santo, no sólo es una iluminación del conocimiento, sino también fuego del amor, como dice el Apóstol: El amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu que nos ha dado.

Por eso, quizá, otros que conocieron a Dios, pero no le rindieron la gloria que se merece, no lo conocieron por revelación del Espíritu Santo, porque llegaron a conocerlo y no le amaron. Sólo se nos dice que descubrieron a Dios, mas no se añade: “por el Espíritu Santo”, para que esos impíos no usurpen el beso de la esposa. Satisfechos con el saber que engríe, ignoraron que lo constructivo es el amor.

Finalmente, el mismo Apóstol nos dirá cómo llegaron a ese conocimiento: Entendieron lo invisible de Dios por medio de las cosas creadas. Por eso sabemos que no conocieron perfectamente al que nunca amaron. Si lo hubieran conocido de verdad no habrían ignorado la bondad del que quiso nacer y morir en la carne para redimirlos. Escucha también lo que se les reveló acerca de Dios: Su eterno poder y su divinidad. Y verás cómo esa sublimidad y majestad la escudriñaron por la presunción de su espíritu, no según el Espíritu de Dios; por eso no comprendieron que él es sencillo y humilde. No es de extrañar; porque tampoco su caudillo Behemoth valora nunca lo humilde, sino que, tal como está escrito con relación a él, mira debajo de sí cuanto hay de grande. A la inversa de David, que no pretendía grandezas que superasen su capacidad, para no verse aplastado por la gloria de la majestad al intentar investigarla.

6.Recordad también vosotros lo que amonesta el sabio, para estar seguros cuando razonáis los misterios divinos: No pretendas lo que te sobrepasa ni escudriñes lo que se te esconde. Proceded pues, guiados por el Espíritu y no cedáis a vuestros propios deseos. La erudición del Espíritu no provoca la curiosidad, inflama el amor. Con razón la esposa, cuando busca el amor de su alma, no se fía de sus sentidos carnales, ni asiente a los fútiles razonamientos de la curiosidad humana. Pide un beso, es decir, el Espíritu Santo, de quien recibe a un tiempo el gusto de su ciencia y el condimento de su gracia. Justamente esa ciencia que se infunde con ese beso, se recibe con amor, porque el beso es señal del amor. Mas la ciencia que engríes, por carecer de amor, no nace de un beso.

Tampoco deben arrogárselo quienes sienten un celo de Dios que no se inspira en su sabiduría. Porque el don del beso lleva consigo estos presentes: la luz del conocimiento y el ungüento de la devoción. Eso es precisamente el Espíritu de ciencia y entendimiento que, cual abeja portadora de cera y de miel, lo tiene todo: fuego para iluminar con su sabiduría y gracia para infundir su sabor. Que no crea, por tanto, haber recibido este beso el que entiende la verdad pero no la ama; o bien el que la ama pero no la entiende. Con este beso son incompatibles el error y la tibieza.

Así pues, para recibir la doble gracia de ese beso, la esposa presenta sus dos labios: la luz de la inteligencia y el deseo de la sabiduría. Radiante con este beso cumplido, merece escuchar: En tus labios se derrama la gracia, el Señor te bendice eternamente.

En conclusión, el Padre besando al Hijo le eructa desbordante todos los misterios de su divinidad y espira la fragancia de su amor. Es lo que dice simbólicamente la Escritura: Un día eructa palabra a otro día. Mas como ya hemos dicho, a ninguna criatura se le ha concedido presenciar este abrazo singularmente dichoso y eterno: sólo al Espíritu de ambos, testigo y partícipe de este mutuo conocimiento y amor. Pues, ¿quién conoce la mente del Señor? ¿Quién es su consejero?

7.Alguien podría decirme: “Y tú, ¿cómo lo sabes, si dices que a ninguna criatura se le ha concedido presenciarlo?” Porque es el Hijo único, que es Dios y está en el regazo del Padre, quien lo dio a conocer. Digo que lo dio a conocer, no a mí, desgraciado e indigno, sino a Juan, el amigo del esposo, de quien son estas palabras: a Juan Evangelista, el discípulo a quien amaba Jesús. También su alma fue, en verdad, agradable a Dios, digna de ser llamada y considerada como esposa, digna de los abrazos del esposo y digna finalmente de reclinarse sobre el pecho del Señor. Juan extrajo del pecho del Unigénito lo que éste bebió del seno de su Padre. Pero no sólo él; también aquellos a quienes el mismo Ángel del gran consejo decía: A vosotros os he llamado amigos, porque os he comunicado todo lo que he oído a mi Padre. Pablo también bebió del seno del Unigénito y su Evangelio no es invento humano, ni se lo ha transmitido ningún hombre, sino una revelación de Jesucristo.

Efectivamente, todos ellos pueden decir con gozo y con toda verdad: El Hijo único que está en el regazo del Padre es quien nos lo dio a conocer. ¿Y qué es esta revelación más que un beso? Pero un beso del beso, no un beso de la boca. Escucha lo que es un beso de la boca: Yo y el Padre somos uno. Yo estoy con el Padre y el Padre está conmigo. Este es un beso de boca a boca y nadie puede apropiárselo. Es un beso de amor y de paz; amor que supera todo conocimiento y paz que transciende todo razonar. Sin embargo, lo que ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado, Dios lo reveló a Pablo por su Espíritu, esto es, por el beso de su boca. Por tanto ese estar el Padre con el Hijo y el Hijo con el Padre es el beso de la boca. Y el beso del beso lo descubrimos en estas otras palabras: Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido.

8.Distingamos aún mejor los dos besos. Recibe un beso de la boca el que recibe la plenitud; pero el que recibe una parte de esa plenitud recibe un beso del beso. Pablo fue un hombre excepcional. Mas por mucho que acercase su boca, aunque fuera arrebatado hasta el tercer cielo, siempre quedaría lejos de la boca del Altísimo y deberá sentirse satisfecho dentro de su limitación, incapaz de llegar al rostro glorioso de Dios. Por eso pide humildemente que se digne enviarle un beso de lo alto. No así el que nunca consideró una usurpación el ser igual a Dios, hasta poder afirmar: Yo y el Padre somos uno. Unidos en su identidad y abrazados en su igualdad, no mendiga un beso desde su inferioridad; al mismo nivel de su condición sublime, une su boca a la del Padre y por una prerrogativa singular recibe un beso de su misma boca. Por tanto, para Cristo ese beso es plenitud y para Pablo participación; él lo recibe del Padre y éste se gloría de ser besado por el beso del Padre.

9.Dichoso beso que lleva al conocimiento de Dios y al amor del Padre, el cual nunca será conocido en plenitud sino cuando sea amado perfectamente. ¿Alguno de vosotros ha escuchado gemir al Espíritu del Hijo en lo íntimo de su conciencia: Abba, Padre? Esa, ésa es el alma que debe presumir de que es amada por la ternura del Padre, la que se siente afectada por el mismo Espíritu de amor que el Hijo. Tu, quienquiera que seas, confía, confía sin vacilar lo más mínimo. En el Espíritu del Hijo reconócete como hija del Padre y esposa o hermana del Hijo. Advertirás cómo se designa con cualquiera de estos dos nombres a quien se encuentra en ese estado Y no cuesta mucho demostrarlo, pues tengo a mano las palabras que dirige el esposo: Ya vengo a mi jardín, hermana y esposa mía. La llama hermana porque tienen los dos un mismo Padre; y esposa porque se unen en el mismo Espíritu. Si se hacen una sola carne los que forman un matrimonio carnal, ¿por qué la unión espiritual no puede hacer a los dos con mayor razón un solo espíritu? Estar unido al Señor es ser un Espíritu con él.

Pero el Padre también la llama hija suya, e incluso, como si fuese su propia nuera la invita a los cariñosos abrazos de su Hijo: Escucha, hija, mira; inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza. Ahí tienes a quien pide el beso. Sí, alma santa; pero sé muy reverente porque él es el Señor tu Dios y quizá, más que besarlo, debas adorarlo con el Padre y el Espíritu Santo por siempre eternamente. Amén.

RESUMEN:

El amor entre el Padre y el Hijo son como un beso suavísimo y secretísimo. Este beso es también el Espíritu Santo que derrama Cristo sobre la primitiva iglesia. La suma felicidad está en el conocimiento conjunto del Padre y del Hijo que recibe la esposa. Pero también debemos conocer al Espíritu Santo que es el amor y la benignidad del Padre y del Hijo. El Espíritu Santo es el beso del Padre y del Hijo, pero también conocimiento y amor. Nos permite conocer y amar a Dios por medio de las cosas creadas. A Dios no llegaremos con los sentidos corporales ni con el razonamiento sino con el amor, que es la auténtica sabiduría. Podríamos considerar que la unión del Padre y el Hijo sí es una unión de boca a boca y no del beso a nuestra boca. Juan Evangelista, el discípulo predilecto nos reveló estos grandes secretos de amor y de paz. Es muy diferente recibir el beso de la boca que recibir el beso del beso. Podemos aspirar al beso perfecto pero quizás más que besarlo debemos adorarlo.

SERMÓN VII.AMOR CASTO Y ARDIENTE DE LA ESPOSA. DEVOCIÓN DURANTE LA SALMODIA

 



1.Yo mismo me busco mis riesgos, pues provoco espontáneamente vuestras preguntas. Con ocasión del primer beso, intenté mostraros los pies espirituales de Dios con sus propias funciones y denominaciones, y lo hice profusamente. Ahora vosotros seguís interesándoos por su mano, que se nos brinda para que la besemos a continuación. Concedido: voy a complaceros. Y además os mostraré no una mano, sino las dos, con sus nombres propios. Una se llama largueza y la otra fortaleza; porque además de otorgar con abundancia, conserva con poder lo que ha concedido. Quien no sea un desagradecido, besará las dos, reconociendo y confesando que Dios es generoso para dar y conservar todos los bienes que regala.

II. Creo que ya hemos dicho bastante sobre los dos besos; pasemos al tercero.

2.Que me bese con besos de su boca. ¿Quien lo dice? La esposa. ¿Y quién es la esposa? El alma sedienta de Dios. Pero voy a enumerar diversas afecciones, para distinguir mejor las que propiamente corresponden a la esposa.

Un siervo teme el semblante de su señor; un mercenario espera la paga de su amo; un discípulo escucha a su maestro; un hijo honra a su padre; pero el que pide un beso es porque ama. Esta afección del amor es superior a todos los bienes de la naturaleza, especialmente si retorna a su principio: Dios. No encontramos palabras tan dulces para expresar la ternura mutua del afecto entre el Verbo y el alma, como estas dos: esposo y esposa. Porque lo poseen todo en común: no tienen nada propio ni exclusivo. Ambos gozan de una misma hacienda, de una misma mesa, de un mismo hogar, de un mismo lecho y hasta de un mismo cuerpo. Por eso abandona el esposo padre y madre, se junta a su mujer y se hacen una sola carne. A la esposa se le olvide que olvide su pueblo y la casa paterna, para que el esposo se apasione por su hermosura. Si amar es la propiedad característica y primordial de los esposos, no sin razón se le puede llamar esposa al alma que ama.

Y ama quien pide un beso. No pide libertad, ni recompensa, ni herencia, ni doctrina, sino un beso; lo mismo que una esposa castísima que exhala amor y es del todo incapaz de disimular el fuego que la consume. Piensa ahora por qué rompe a expresarse así. No recurre como otros al fingimiento de las caricias, para pedir al más excelso lo más sublime. No pretende ganarlo con rodeos para conseguir lo que desea. Sin preámbulo alguno, sin buscar su benevolencia, sino porque estalla su corazón, dice abiertamente y sin rubor alguno: Que me bese con besos de su boca.

3.¿No te parece que equivale a decir: No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra?

En realidad ama desinteresadamente, porque pretende tan sólo al que ama y nada más que a él. Ama con rectitud, sin concupiscencia carnal, y en la pureza del espíritu. Ama con ardor, tan embriagada por su propio amor que ni piensa en su majestad. Porque, ¿a quién se lo pide? Al que mira la tierra y ella tiembla. ¿Y le pide un beso? ¿Pero no estará embriagada? Sí, y por completo. No sería extraño que cuando se lanzó a pedirlo saliera de la bodega. ¿No se gloriará más tarde de haber sido introducida allí? También David decía refiriéndose a otros: Se embriagan con lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias. ¡Qué grande es la violencia del amor! ¡Qué confianza infunde el espíritu de libertad! El amor perfecto echa fuera el temor; ¿hay algo más evidente?

4.Con todo, rebosando de amor, no se dirige de inmediato al esposo, sino a otros, como si él estuviese ausente: ¿Qué me bese con besos de su boca! Y es que como pide lo más maravilloso, envuelve la súplica con el pudor para dar más ascendiente al que lo demanda. Por eso busca a los amigos e íntimos del esposo; para que la lleven a su intimidad, hasta conseguir lo que ardientemente ansía. ¿Quiénes son esos amigos?

Yo pienso que son los santos ángeles que asisten a los que oran, para presentar a Dios las súplicas y deseos de los hombres, pero cuando ven que, sin iras y querellas, alzan sus manos inocentes. Así lo atestigua el ángel, que decía a Tobías: Cuando tú estabas rezando con lágrimas y enterrabas a los muertos. Cuando te levantabas de la mesa para esconder en tu casa a los muertos y los enterrabas de noche, yo presentaba al Señor tu oración. Pienso que para convenceros os sea suficiente este testimonio de la Escritura. Así lo afirma también claramente el Salmista: Iban delante los príncipes unidos a los cantores de salmos, y en medio las muchachas tocando panderos. Por eso decía: En presencia de los ángeles te cantaré salmos.

Por esta circunstancia, me duele mucho que algunos de vosotros se duerman profundamente durante las sagradas vigilias. Faltan a la reverencia debida a los conciudadanos del cielo, como cadáveres ante los príncipes de la gloria, mientras ellos, conmovidos por el fervor de los demás, gozan participando de vuestro culto. Temo que un día abominen nuestra desidia y se retiren indignados. Entonces será ya tarde para comenzar a decir acongojados: Has alejado de mí a mis conocidos y me has hecho repugnante para ellos. O también: Has alejado de mí amigos y compañeros, mi compañía son las tinieblas. O aquello otro: Los que estaban junto a mí se alejaron y me amenazan de muerte los que atentan contra mí. Por cierto: si los espíritus buenos se alejan de nosotros, ¿quién podrá resistir la violencia de los malos?

A los que se comportan así les digo: ¡Maldito el que ejecuta con negligencia la obra de Dios! También dice el Señor, no yo: ¡Ojalá fueras tibio o caliente! Pero como estás tibio, voy a escupirte de mi boca. Reparad en vuestros príncipes, manteneos reverentes y recogidos mientras oráis o salmodiáis, rebosantes de satisfacción, porque vuestros ángeles están viendo siempre el rostro del Padre. Además de ser enviados para servirnos, porque hemos heredado la salvación, llevan al cielo nuestra devoción y nos traen la gracia. Aprovechémonos de su oficio y compartiremos su gloria, para que de la boca de los niños de pecho brote una alabanza perfecta. Digámosles: Salmodiad a nuestro Dios. Y escuchemos cómo ellos nos responden: Salmodiad a nuestro Rey.

5.Y unidos en la alabanza a los celestiales cantores, como conciudadanos de los consagrados y familia de Dios, salmodiad sabiamente; como un manjar para la boca, así de sabroso es el Salmo para el corazón. Sólo se requiere una cosa: que el alma fiel y sensata los mastique bien con los dientes de su inteligencia. No sea que por tragarlos enteros, sin triturarlos, se prive al paladar de su apetecible sabor, más dulce que la miel de un panal que destila. Presentemos con los Apóstoles ese panal de miel en el banquete celestial y en la mesa del Señor. La miel se esconde en la cera y la devoción en la letra. Sin ésta, la letra mata, cuando se traga sin el condimento del Espíritu. Pero si cantas llevado por el Espíritu, como dice el Apóstol, si solmodias con la mente, también tú experimentarás qué verdad es aquello que dijo Jesús: Las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida. E igualmene lo que nos confía la Sabiduría: Mi espíritu es más dulce que la miel.

6.Así saboreará tu alma platos sustanciosos y le agradarán tus sacrificios. Así aplacarás al Rey y complacerás a sus príncipes. Así tendrás satisfecha a toda su corte. Y embriagados en el cielo por la suavidad de ese perfume, dirán de ti también: ¿Quién es esa que sube por el desierto como columna de humo, como nube de incienso y mirra y perfumes de mercaderes?

Son los príncipes de Judá con sus tropeles, los príncipes de Zabulón, los príncipes de Neftalí, es decir, los cantores de Dios, los continentes y los contemplativos. Porque saben nuestros príncipes que es grata a los ojos del Rey la santidad de los que salmodian, la fortaleza de los continentes y la pureza de los contemplativos. Pero también se preocupan de nosotros, exigiéndonos estas primicias del espíritu que, por cierto, son los primero y purísimos frutos de la Sabiduría. Ya sabéis que Judá significa el que alaba o testimonia; Zabulón, mansión fuerte; y Neftalí, ciervo suelto. Este simboliza, por los saltos de su agilidad, los éxtasis de los contemplativos. El ciervo penetra, además en la espesura de los bosques; y los contemplativos se adentran en los sentidos más ocultos. Sabemos quien dijo: El que me ofrece un sacrificio de alabanza, ése me honra.

7.Pero si no cae bien la alabanza en boca del pecador, ¿no tendréis suma necesidad de la continencia para que el pecado no reine en vuestro cuerpo mortal? Por otra parte, ante Dios carece de todo mérito una continencia que busque la gloria humana. Por eso se requiere suma pureza de intención, para que vuestro espíritu codicie agradar a Dios sólo y pueda vivir junto a él. Estar junto a Dios es lo mismo que ver a Dios; y eso sólo se concede a los puros de corazón, como una felicidad inigualable. Un corazón puro tenía David y decía a Dios: Mi alma está unida a ti. Para mí lo bueno es estar junto a Dios. Viéndolo se unía a Dios y uniéndose a él le veía.

Cuando las almas se entregan a estos ejercicios, los espíritus celestiales conversan a menudo con ellas, sobre todo si ven que son asiduas a la oración. ¡Quién me concediera, príncipes benignos, que vosotros presentarais ante Dios mi oración! No digo al mismo Dios, para quien está abierto el pensamiento más íntimo del hombre, sino a los que están junto a Dios: las Potestades bienaventuradas y los demás espíritus libres de la carne. ¿Quién levantará del polvo a este desvalido y alzará de la basura a este pobre, para sentarme con los príncipes en el mismo trono de su gloria? Estoy cierto que acogerán gustosamente en su palacio al que se dignan visitarlo entre la basura. Si hicieran fiesta con su conversión, ¿no lo reconocerán cuando sea llevado a su gloria?

8.Yo creo que a esos espíritus se dirigía la esposa con su petición y a ellos les descubría el sueño de su corazón, cuando decía: ¡Que me bese con besos de su boca! Ved con que familiaridad y ternura habla con las Potestades del cielo el alma que gime en este cuerpo. Ansía el beso; pide lo que busca. Más no menciona al amado, porque no dudan que saben quien es; muchas veces ha hablado con ellos de él. Y no dice “que me bese fulano” sino simplemente: Que me bese. Tampoco María Magdalena mencionaba al que ella buscaba; solamente decía al que había tomado por el hortelano: Señor, si te lo has llevado tú. Pero, ¿a quién? No lo manifiesta, porque piensa que todos saben lo que no puede ausentarse de su corazón. Igualmente la esposa: habla con los compañeros de su esposo, como enterados de lo que creía patente para ellos; sin decir su nombre prorrumpe en esta exclamación: ¡Que me bese con besos de su boca!

Ahora no quiero hablar más sobre este beso. En el sermón de mañana podréis escucharme cuanto, gracias a vuestra oración, me sugiera esa unción que tengo por maestra. Porque este misterio no nos lo revela nadie de carne y sangre, sino el que penetra los abismos, el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, y vive y reina con ellos por siempre eternamente. Amén.

RESUMEN

Ahora hablemos de las manos de Dios. A una le llamaremos largueza y a la otra fortaleza. Ahora veremos el tercer beso. Los besos los pide la esposa que es el alma sedienta de Dios. Representan la unión del Verbo y del alma. Ese amor desinteresado es como una embriaguez del alma. Pedimos ese beso con pudor, buscando la intercesión de los santos. Debemos recitar los salmos como un gran manjar, condimentados con el Espíritu. Nos deleitaremos con la contemplación que es como adentrarse en los sentidos más ocultos. Es como un plato sustancioso o un delicioso perfume. Debemos acercarnos a Dios con corazón puro, sin vanagloria, quizás rodeados de basura, buscando la conversión y con la esperanza de la gloria. No nos planteamos quién besa, pues es evidente de donde procede ese beso espiritual que buscamos. La esposa ansía el beso y lo pide a los compañeros de su esposo.

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