jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo

SERMÓN SEGUNDO DE PENTECOSTÉS. Las obras de la Trinidad en nosotros, la solicitud del Hijo y la triple gracia del Espíritu Santo


SERMÓN SEGUNDO DE PENTECOSTÉS
Las obras de la Trinidad en nosotros, la solicitud del Hijo y la triple gracia del Espíritu Santo
1. Hermanos, hoy los cielos han destilado ante el Dios del Sinaí, el Dios de Israel. Ya ha caído una lluvia generosa en la heredad de Cristo. El Espíritu Santo que procede del Padre se ha volcado a manos llenas sobre los Apóstoles con sus dones y carismas. Después de resucitar invencible, ascender lleno de gloria y sentarse en lo más alto del cielo, sólo restaba que llegara la esperada alegría de los justos, y los hombres celestiales se enriquecieran con los dones del cielo. Ya lo había predicho Isaías con el vigor y precisión de su palabra: aquel día, el vástago del Señor será magnífico y glorioso, fruto del país y ornamento para los supervivientes de Israel.
El vástago  del Señor es Cristo Jesús, el único ser engendrado con una semilla purísima. Apareció en condición de pecador como nosotros, pero no pecó. Es hijo de Adán según la carne, pero no ha nacido con el pecado de Adán, porque no era hijo de ira por naturaleza, como lo somos todos los concebidos en pecado. Este vástago, nacido del tronco de Jesé en frescura virginal, fue magnífico cuando resucitó de entre los muertos. Entonces, Dios mío, mostraste tu grandeza insuperable, vestido de belleza y majestad y envuelto en un manto de luz.
¿Y cuál no fue la gloria de tu ascensión, cuando llegaste hasta el Padre rodeado de ángeles y almas santas, envuelto en almas triunfo, y haciendo partícipe de la divinidad a la naturaleza humana? ¿Hay alguien capaz de imaginar, no ya de expresar, cuán maravilloso es ese fruto sublime de la tierra, sentado a la derecha del Padre? Ante él se ofuscan los ojos de las criaturas celestes, y la mirada angélica se estremece y cede. ¡Venga ya el regocijo, Señor Jesús, a los supervivientes de Israel!, a los apóstoles que elegiste antes de crear el mundo. Venga tu espíritu bueno, para limpiar lo manchado e infundir virtud con su espíritu de juicio y ardor. 
2. Hermanos míos, meditemos qué obras ha hecho la Trinidad en el universo y con nosotros desde la creación del mundo hasta su consumación. Contemplemos cuán solícita está la divina majestad, de quien depende el gobierno y orden de los siglos, para que no nos perdamos eternamente. Desplegó su poder al crearnos, y todo lo dirigía con sabiduría: la creación y conservación de esta maravilla del mundo son pruebas evidentes de su poder y sabiduría. También había bondad en Dios, y en grado infinito; pero estaba escondida en el corazón del Padre, para desbordarse sobre los hijos de Adán en el momento oportuno. 
Y el Señor que decía: yo concibo disignios de paz, decidió enviarnos al que es nuestra paz, al que de  los dos  pueblos hizo uno, para inundar a todos de paz: a los que están lejos y a los que están cerca. Su bondad invitó al Verbo de Dios, que habitaba en lo más alto de la divinidad, a que bajara a vivir con nosotros. Su misericordia le arrastró y la fidelidad de su promesas le convenció. La pureza de un seno virginal le acogió, sin perder su integridad; el poder divino le dio a luz, la obediencia dirigió todos sus pasos, su escudo fue la paciencia, y la caridad el emblema de sus palabras y milagros. 
3. Todo esto me ofrece un campo inmenso de consideración: por un lado mis miserias, y por otro los beneficios de mi Señor. Debo examinar mis caminos para enderezar mis pies a sus preceptos. Los bienes son inefables. Para decirlo en una palabra, es lo mejor que pudo inventar la infinita sabiduría divina para redimirnos. Mas también nos cercaban desgracias sin cuento, pues mis pecados eran más numerosos que las arenas del mar. Y por tu nombre, Señor, perdona mi culpa, que es grave. El diablo envió a la astuta serpiente para que inoculara el veneno en los oídos y en el alma de la mujer, y por ella se contagiase toda su descendencia. Pero Dios por su parte envió al ángel Gabriel, que insuflara el Verbo del Padre en el oído, en el seno y en el alma de una Virgen, y el antídoto siguiera el mismo camino que el veneno. 
Sí, hemos contemplado su gloria, gloria del Hijo único del Padre. Todo cuanto Cristo nos ha traído del corazón del Padre es infinitamente paternal. La pequeñez humana no tiene nada que temer. Todo es dulce y paternal en el Hijo de Dios. De la planta del pie a la cabeza no había parte ilesa en nosotros. Nos habíamos extraviado desde el vientre materno, y antes de nacer ya estábamos condenados, porque fuimos concebidos en pecado. 
4. Por eso Cristo se apresuró a aplicar la medicina en el lugar mismo de la primera herida. Descendió sustancialmente al seno de una Viren y fue concebido por el Espíritu Santo para sanar así nuestra concepción, que no realizaba el espíritu malo, pero la infectaba. Cristo no quiere estar ocioso en el seno de su madre, y en esos nueve meses sana esa vieja herida, cauteriza hasta las raíces de esa llaga purulenta y nos devuelve la salvación para siempre.
Ya está llevando a cabo la salvación en medio de la tierra, en el seno de María Virgen, que es sin lugar a dudas el punto central de la tierra. A ella dirigen sus miradas los del cielo y los del infierno, nuestros antepasados, nosotros, y todos los que vendrán y nacerán después que nosotros. En ella ven su centro, el misterio de Dios, el origen de todo, el gran negocio de los siglos. Los del cielo esperan de ella su restauración, los del infierno la liberación, nuestros antepasados la fidelidad de los profetas, y los que nos siguen la gloria. 
Por eso te felicitan todas las generaciones, Madre de Dios, Señora del mundo y Reina del cielo. Todas las generaciones, vuelvo a repetir: las del cielo y las de la tierra. A ti te felicitan todas las generaciones porque engendraste la vida y la gloria para todos los pueblos. En ti encuentran los ángeles la alegría, los justos la gracia y los pecadores el perdón para siempre. Y con razón se dirigen a ti las miradas de toda la creación, porque en ti, por ti y de ti la mano bondadosa del Omnipotente rehízo todo cuanto había hecho.
5. ¿Estarás dispuesto, Señor Jesús, a darme tu vida, como me has dado tu concepción? Porque además de una concepción imputa tengo una muerte fatal y una vida llena de peligros; y tras esta muerte me espera otra mucho peor, la segunda. Él me responde: “Te doy mi concepción y mi vida en todas sus etapas: infancia, niñez, adolescencia, juventud. Te lo doy todo: hasta mi muerte y resurrección, mi ascensión y el mismo Espíritu Santo. Para que mi concepción limpie la tuya, mi vida informe la tuya, mi ascensión prepare la tuya, y el Espíritu acuda en auxilio de tu debilidad.
De este modo verás con toda claridad el camino que debes seguir, las cautelas que debes tomar, y la patria a donde te diriges. En mi vida reconocerás la tuya. Yo recorrí las sendas seguras de la pobreza y obediencia, de la humildad y paciencia, de la caridad y misericordia. Toma tú también estos senderos y no te desvíes a derecha ni a izquierda. Con mi muerte te concederé mi justicia, destrozaré el yugo de tu esclavitud, aniquilaré los enemigos que te acechan en el camino o junto a él, y no se atreverán a molestarte. Y después de hacer todo esto volveré a mi casa, de donde vine, para que me vean aquellas otras ovejas quedaron en el monte y que dejé allí por ti; no para guiarte hacia allí, sino para llevarte yo mismo nuevamente allí. 
6. “Y para que no murmures ni estés triste por mi ausencia, te enviaré el Espíritu consolador, que te dará las primicias de la salvación, el entusiasmo de la vida y la luz de la ciencia. Las primacías de la salvación porque el Espíritu asegurará a tu espíritu que eres hijo de Dios. Imprimirá y hará patentes en tu corazón señales inconfundibles de tu predestinación. Llenará de alegría tu corazón, y empapará tu mente del rocío del cielo, si no siempre, sí con mucha frecuencia.
“Te dará vigor para vivir, de modo que aquello que naturalmente te parece imposible, su gracia, lo convertirá en posible y muy fácil. Con esta harina que todo lo sazona y suprime el veneno de la olla, disfrutarás en el trabajo y vigilias, en el hambre y la sed, y en todas las otras observancias, mucho más que en todas las riquezas. Y te concederá la luz de la ciencia, para que después de haber hecho bien todo eso, te tengas por un pobre criado, y si algo bueno ves en ti se lo atribuyas a aquel de quien procede todo bien, y sin el cual no puedes comenzar ni completar poco ni mucho. Así es como este Espíritu con estos tres dones te enseñará todo, pero todo lo que se refiere a tu salvación. Pues en eso consiste la perfección plena y absoluta”.
7. Esto es precisamente lo que dice ese mismo Espíritu por boca del Profeta: sembrad según justicia, es decir, las primicias de la salvación; cosechad la esperanza de la vida, esto es, el vigor para vivir; encendeos la luz de la ciencia, lo cual es tan evidente que no necesita explicación. Por eso apareció este Espíritu en forma de fuego sobre los Apóstoles, para iluminar y abrasar. Al llenarlos les inflama el espíritu y les hace conocer profundamente que su misericordia es la que les dispone y los guía. ¡Cuánta experiencia tenía de esta misericordia aquel siervo de Dios que exclamaba: su misericordia se adelantará. Tengo ante los ojos tu misericordia. Tu bondad me acompaña toda la vida. Me envuelve con su bondad y su misericordia. Dios mío, misericordia mía!
¡Señor Jesús, qué amable fue tu trato con los hombres! Que abundancia de bienes distribuiste entre ellos! ¡Con qué entereza toleraste por ellos dolores atroces e indignos, para que pudieran sacar miel silvestre y aceite de la roca durísima: dura ante las palabras, más dura que los azotes y durísima ante los horrores de la cruz! Siempre se mostró como cordero llevado al matadero, que no abría la boca. Ahora te das cuenta qué razón tenía aquel que dijo: el Señor se cuida de mí. El Padre, por redimir al siervo, no perdona a su Hijo; el Hijo se entrega espontáneamente; y ambos juntos envían al Espíritu Santo, y el Espíritu intercede por nosotros con gemidos sin palabras. 
8. ¡Oh duros, insensibles e inhumanos hijos de Adán, que no se conmueven con semejante bondad, ni con una llama tan viva, ni ante un fuego tan inmenso de amor, ni ante un amante tan apasionado que invierte todos sus tesoros para adquirir unos viles andrajos! No nos rescató con oro ni plata perecederas, sino con su sangre preciosa que derramó a borbotones, porque el cuerpo de Jesús se convirtió en cinco grandes manantiales de sangre.
¿Qué más pudo hacer que no lo hiciera? Dio vista a los ciegos, encaminó a los extraviados, reconcilió a los pescadores, justificó a los impíos, pasó treinta y tres años en la tierra conviviendo con los hombres, y murió por ellos. Con una sola palabra creó los Querubines, Serafines y todas las Virtudes angélicas, porque puede hacer todo cuanto quiere. ¿Qué espera, pues, de ti el que con tanta solicitud te buscó, sino que tú te intereses por tu Dios? Este interés lo engendra el Espíritu Santo, que sondea lo más íntimo de nuestro ser, juzga los sentimientos y pensamientos, y no consiente ni una simple paja en el corazón que se le entrega en propiedad, porque la consume inmediatamente con su penetrante mirada. 
 Que este Espíritu dulce y suave incline nuestra voluntad, o más bien la enderece y conforme con la suya, para que seamos capaces de comprenderla fielmente, amarla ardientemente y cumplirla con generosidad.

RESUMEN
La bondad de Dios resplandece en la reparación del hombre. La concepción de Cristo reforma la nuestra. María es el medio de la tierra. La vida de Cristo instruye la nuestra. La muerte de Cristo vence a nuestros enemigos. Tres dones del Espíritu Santo: 1. La prenda de nuestra salud. 2. La fuerza de la vida. 3. La luz de la ciencia. Insiste, como en otros sermones, que debemos vivir siempre con solicitud y temor así de nuestro estado presente como de lo que nos pueda suceder. Porque el Espíritu Santo apareció en el fuego, hace cargos a los endurecidos y a los que se muestran insensibles de los beneficios de Dios. 

PENTECOSTES: SERMÓN PRIMERO

EN EL DÍA DE PENTECOSTÉS
SERMÓN PRIMERO
1. Celebramos hoy, queridos hermanos, la solemnidad del Espíritu Santo, que nos llena de gozo y despierta nuestro fervor. El Espíritu Santo es lo más tierno de Dios. Dios todo bondad, y Dios en persona. Si celebramos las fiestas de los santos, con mayor motivo la de aquel por el que, existen los santos. Si ensalzamos los santificados, mucho más lo merece el que los santificó. Hoy es la fiesta del Espíritu Santo, porque se hizo visible el que es invisible. Lo mismo que el Hijo, siendo de por sí invisible, quiso manifestarse visible en la carne.
 Antes conocíamos algo del Padre y del Hijo; hoy el Espíritu Santo nos revela algo de sí mismo. Y la vida eterna consiste en conocer perfectamente a la Trinidad. Ahora conocemos pocas cosas y creemos todo lo que no podemos comprender. Del Padre sé que es el creador, pues lo proclaman las criaturas: Él nos hizo y no nosotros. Lo invisible de Dios resulta visible para el que reflexiona sobre sus obras. Pero su eternidad e inmutabilidad me desbordan por completo, pues habita en una luz inaccesible. Del Hijo conozco por delicadeza suya la maravilla de su encarnación. Porque ¿quién es capaz de explicar su generación? ¿Es posible comprender que el engendrado sea igual a quien lo engendró?
 Y del Espíritu Santo no alcanzo a entender cómo procede del Padre y del Hijo: tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo abarco. Pero algo percibo de su inspiración. Hay, pues, un doble aspecto: de dónde viene y a dónde va. La procesión del Padre y el Hijo está envuelta en densa tiniebla, pero su presencia entre los hombres comienza a hacerse tangible y operante entre los fieles.
2. Lo primero que hizo el Espíritu Santo es muy interesante: como es invisible, demuestra su presencia por medio de signos visibles. Ahora, en cambio, cuanto más espirituales son sus signos, más propios y dignos son del Espíritu Santo. Antaño vino sobre los Apóstoles en lenguas de fuego, para que pronunciaran palabras de fuego, y predicaran con lenguas de fuego una ley que era de fuego. Nadie se lamente si hoy no recibimos esta manifestación del Espíritu: a cada uno se le da la manifestación particular del Espíritu para el bien común. Y si queremos saberlo, esa manifestación no se hizo en beneficio de los Apóstoles, sino nuestro. Porque si necesitaban conocer las lenguas de todo el mundo, era para convertir al mundo.
 También hubo otras manifestaciones especiales para ellos, y éstas siguen realizándose en nosotros. Es evidente que fueron investidos de una fuerza divina, los que eran tan cobardes y se volvieron tan audaces. Ya no huyen ni se esconden por temor a los judíos: su arrojo actual para predicar supera su timidez anterior. Este cambio de la diestra del Altísimo aparece inconfundible al ver el miedo del Príncipe de los Apóstoles ante las palabras de una criada, y su entereza ante los azotes de los príncipes. Dice la Escritura que salieron del consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por causa de Jesús, y poco antes todos lo abandonaron y huyeron cuando lo llevaban al consejo. Es indudable que vino un espíritu muy recio, que transformó sus almas con una fuerza invisible. En este sentido, lo que el Espíritu realiza en nosotros, da testimonio de El.
3. A nosotros se nos pide que nos apartemos del mal y que hagamos el bien. Fíjate cómo acude precisamente el Espíritu en auxilio de nuestra debilidad para ambas cosas, porque los dones son variados, pero el Espíritu es el mismo. Para apartarnos del mal realiza tres cosas: la compunción, la oración y el perdón. El arranque de nuestro retorno a Dios es la penitencia, y ésta no es obra de nuestro espíritu, sino del de Dios. Así lo enseña la sana razón y lo confirma la autoridad. El que está muerto de frío y se calienta al fuego, no duda jamás que el calor procede del fuego, pues antes carecía de él. Lo mismo ocurre al que está congelado en el mal, y se templa en el fervor de la penitencia: es indudable que ha venido a él un Espíritu que ha reprendido y juzgado al suyo. Lo dice claramente el Evangelio, refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él: probará al mundo de que hay culpa.
4. Mas ¿qué aprovecha arrepentirse del pecado, si no se pide perdón? También esto lo debe hacer el Espíritu infundiendo en el alma la dulce esperanza que impulsa a pedir con fe, sin titubear lo más mínimo. ¿Quieres que te demuestre que esto es obra del Espíritu Santo? Baste decir que, cuando él falta, tu espíritu no siente nada de esto. Y por otra parte él nos permite gritar: ¡Abba! ¡Padre!. Él intercede por los consagrados con gemidos sin palabrasEsto es lo que hace en nuestro corazón.
 ¿Y  en el el del Padre? Así como intercede por nosotros estando dentro de nosotros, del mismo modo perdona los pecados, junto con el Padre, desde el corazón del Padre: es nuestro Abogado ante el Padre en nuestros corazones, y nuestro Señor en el corazón del Padre. Él es quien nos concede lo que pedimos y la gracia para pedirlo. Nos alienta con una santa esperanza, y hace que Dios se incline compasivo hacia nosotros. Para que te convenzas plenamente de que el Espíritu realiza el perdón de los pecados, escucha las mismas palabras que un día escucharon los Apóstoles:Recibid al Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados les quedarán perdonados. Esto por lo que respecta a separarse del mal.
5.¿Y cómo influye en nosotros el Espíritu bueno para hacer el bien? Aconseja a la memoria, instruye al entendimiento y mueve a la voluntad. Son las tres potencias de nuestra alma. Sugiera cosas buenas a la memoria para que piense sensatamente, y de ese modo aleja de nosotros la pereza y la torpeza. Por eso, siempre que sientas esos impulsos hacia el bien, glorifica a Dios y honra al Espíritu Santo cuya voz susurra en tus oídos. Él es quien declara lo que es justo. El Evangelio nos dice que él os irá recordando todo lo que yo os he dicho. E inmediatamente antes ha dicho: Él os lo enseñará todo. Por eso dije yo que instruye al entendimiento.
 Es fácil aconsejar que obremos bien: pero sin la gracia del Espíritu no sabemos qué debemos hacer. Él es quien nos inspira buenos pensamientos y nos enseña a ponerlos en práctica, para que la gracia de Dios no sea estéril en nosotros. Porque el que sabe cómo portarse bien y no lo hace, está en pecado. Así pues, no sólo depende del Espíritu el consejo y la instrucción, sino sentirnos inclinados e impulsados a hacer el bien. Él es quien acude en auxilio de nuestra debilidad y quien infunde en nuestros corazones el amor, o una voluntad buena.
6. Cuando el Espíritu viene y posee totalmente al alma con sus consejos, instrucciones e impulsos de amor, nos comunica por medio de nuestros pensamientos la voz del Señor, ilumina nuestra inteligencia e inflama la voluntad. ¿No te parece que la casa está llena de unas lenguas como de fuego? Recuerda que estas son las tres potencias del alma. Las lenguas repartidas pueden ser la diversidad de pensamientos: pero todos son un mismo fuego en el resplandor de la verdad y en el calor de la caridad. O tal vez sea más exacto reservar esta plenitud para el final, cuando viertan en nosotros una medida generosa, colmada, remecida y rebosante.
 ¿Y cuándo sucederá esto? Cuando se cumplan los días de Pentecostés. Dichosos vosotros, que ya habéis entrado en la cincuentena del reposo y en el año jubilar. Hablo con nuestros hermanos, a quienes dice el Espíritu que descansen de sus trabajos. Porque esto también es obra suya. Como sabéis, hermanos, celebramos dos tiempos sagrados: la Cuaresma y la Quincuagésima. El primero antes de la pasión, y el segundo después de la resurrección. Aquél en compunción del corazón y lágrimas de penitencia, éste en el fervor del espíritu y en solemne Aleluia. El primero es la vida presente, y el segundo simboliza el descanso de los santos después de la muerte. Cuando se acaben, pues, esos cincuenta días, en el juicio y la resurrección, llegará el día de Pentecostés y la plenitud del Espíritu llenará toda la casa. Su gloria llenará la tierra entera, pues no sólo resucitará el alma, sino también el cuerpo espiritual; pero con tal que, como advierte el Apóstol, se haya sembrado un cuerpo animal.

 Resumen: Es difícil comprender a la Santísima Trinidad, pero vamos vislumbrando algunos detalles. Gracias al Espíritu Santo los Apóstoles fueron dotados de una fuerza especial en beneficio de todos nosotros. Cómo acude el Espíritu Santo en nuestra ayuda para que evitemos el mal y hagamos el bien.  Gracias al Espíritu Santo son perdonados los pecados.  Influye en nosotros mediante al amor y la voluntad. La Quincuagésima sigue a la resurrección y simboliza el descanso de los santos después de la muerte.

SERMO SEXTUS De intellectu et affectu(2)

                                De intellectu et affectu(2)


Capítulo 1 


       Hoy se presenta el Hijo del hombre ante el Anciano que está sentado en el trono, para sentarse junto a él, y ser no solamente vástago del Señor por su honor y su gloria, sino además fruto maravilloso de la tierra. ¡Qué unión más dichosa, y qué misterio tan rebosante de gozos inefables! El mismo es a la vez vástago del Señor y fruto de la tierra. Hijo de Dios y fruto del vientre de María. Hijo de David y Señor suyo, que hoy le colma de alegría y por eso le cantó hace ya muchos siglos: Oráculo del Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha. El vástago del Señor es Señor; sin duda alguna. Y también hijo de David, porque es fruto incomparable de la tierra, brote del tocón de Jesé.
      Hoy el Padre glorifica a este Hijo suyo e hijo de los hombres, dándole la gloria que tenía junto a él antes que existiera el mundo. Hoy festeja el cielo el retorno de la Verdad, nacida de la tierra. Hoy les quitan el novio a los amigos y llorarán, como él mismo se lo predijo. Los amigos del novio no podían llorar mientras estaba con ellos. Hoy se lo llevan y les toca llorar y ayunar. Pedro ¿recuerdas aquello que dijiste: Señor, qué bien estamos aquí; si quieres, hago aquí tres tiendas? Ahora ha entrado en otra tienda mayor y más perfecta, no hecha por hombres, es decir, no de este mundo creado.

Capítulo 2 


       ¿Y podemos estar bien aquí? Todo lo contrario: esto nos resulta pesado, insoportable y peligroso. Abunda la maldad, y apenas hay una pizca de sabiduría. Todo es pegajoso resbaladizo; lleno de tinieblas y asechanzas de pecado; las al mas se extravían y el espíritu no soporta el ardor del sol; todo es vanidad y aflicción de espíritu.
      Hermanos, levantemos al cielo el corazón con las manos, y caminando con fe y devoción acompañemos al Señor en su ascensión. Muy pronto y sin obstáculos seremos arrebatados en las nubes para estar con él. Esto no puede alcanzarlo ahora el espíritu animal, pero lo alcanzará el cuerpo espiritualizado. No nos cansemos, pues, de levantar el corazón, porque como nos dice la propia experiencia, el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre nos deprime.                                          

Capítulo 3 


      Tal vez necesitemos explicar en qué consiste levantar el corazón, o cómo conviene levantarlo. Damos la palabra al Apóstol: si habéis resucitado con Cristo, buscad lo de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; estad centrados arriba, no en la tierra. Es decir: si habéis resucitado con él, subid con el; si vivís unidos a él, reinad con él.
      Hermanos, acompañemos siempre al Cordero: cuando sufre, cuando resucita y más aún cuando asciende. Que nuestro hombre viejo esté crucificado con él, para que se destruya el individuo pecador y ya no seamos esclavos  el pecado. Extirpemos cuanto de terreno hay en nosotros. Y así como él fue resucitado de la muerte por el poder del Padre, emprendamos también nosotros una vida nueva. Si murió y resucitó fue para que abandonemos el pecado y nos entreguemos a la Justicia.

Capítulo 4 


       Y como una vida nueva exige un lugar más seguro, y la resurrección pide un estado superior, acompañemos al que sube: busquemos lo de arriba, no lo de la tierra. ¿Quiéres conocer ese  lugar? Escucha al Apóstol: la jerusalén de arriba es libre y ésa es nuestra madre. ¿Deseas saber qué hay allí? Allí reina la paz: glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios Sión: ha puesto paz en tus fronteras.
      ¡Oh paz que superas todo razonar! ¡Paz sobre toda paz! ¡Medida sin medida, colmada, remecida, rebosante! Alma cristiana: sufre con Cristo, resucita y asciende con él. Es decir: apártate del mal y haz el bien, busca la paz y corre tras ella. En el libro de los Hechos, Pablo recuerda a sus discípulos la continencia, la justicia y la esperanza de la vida eterna. Y la Verdad por excelencia manda en el Evangelio tener siempre el delantal puesto y encendidos los candiles, y parecernos a los que aguardan la vuelta de su amo.

Capítulo 5 


       Si prestáis atención, el Apóstol nos recomienda una doble ascensión : buscar y estar centrados arriba, no en la tierra. Y el Profeta parece insinuar esta misma distinción al decir: busca la paz y corre tras ella. Buscar la paz y correr tras ella equivale a buscar y centrarse en lo de arriba,  no en lo de la tierra. Mientras tengamos los corazones divididos tendremos muchos rincones y nos faltará la unidad. Debemos levantarlo cada uno de nosotros, como miembros de un cuerpo, para que se unan en la Jerusalénceleste, la ciudad bien trazada. Así cada uno en particular y todos los hermanos vivirán unidos sin estar divididos consigo mismos ni con los demás.
       Los miembros principales de nuestro corazón son el entendimiento y el afecto. Sus objetivos suelen ser opuestos: uno tiende a lo alto y al otro le atrae lo más bajo. De aquí el gran dolor y tormento del alma, Que se siente disgregada, mutilada y despedazada. Si no lo percibimos por nuestra lamentable insensibilidad espiritual, podemos adivinarlo por el dolor que nos produce una herida en el cuerpo. Supongamos que estiran violentamente las piernas de un hombre y le separan mucho los pies con un largo madero. La piel está intacta, pero ¡qué tormento tan horrible!

Capítulo 6 


       Así, así vemos con pena que sufren esos pobres que  viven corporalmente con nosotros: tienen la misma luz que nosotros, pero su afecto es muy distinto. Conocen el bien a realizar, mas no les atrae eso que conocen. En nosotros, hermanos, no hay excusa posible de ignorancia: abundamos en la doctrina celeste, en la lectio divina y en la instrucción espiritual. Todo lo que es verdadero, respetable, justo, limpio, estimable; todo lo de buena fama, cualquier virtud o mérito que existe, lo aprendéis y recibís, lo oís y os veis, en los ejemplos y palabras de los hermanos más adelantados. Sus consejos y su vida instruyen maravillosamente a todos. Ojalá todo esto que enriquece el entendimiento llegara a conmover el afecto, y se acabara esa dolorosa contradicción e insoportable división de sentirnos atraídos hacia arriba y arrastrarnos por el suelo.

Capítulo 7 


       En casi todas las comunidades religiosas encontrarnos hombres llenos de entusiasmo, rebosantes de gozo, siempre alegres y contentos; fervientes de espíritu, volcados día y noche sobre la ley del Señor, su mirada fija en el cielo y sus manos siempre levantadas en oración. Examinan atentamente su conciencia y se entregan a las buenas obras. La disciplina les resulta amable, el ayuno ligero, las vigilias breves, el trabajo manual agradable, y toda la austeridad de nuestra vida les parece un descanso.
       Más también se hallan hombres  cobardes y apocados, abrumados por el peso; necesitan la vara y la espuela. Su escasa alegría es una tristeza encubierta. Su compunción es fugaz y esporádica. Su manera de pensar puramente animal. Viven con tibieza, obedecen de mala gana, hablan a la ligera, rezan sin interés y leen sin aprovecharse. No les conmueve el temor del infierno, ni el pudor les reprime, ni la razón les frena, ni la disciplina es capaz de dominarlos. Su vida es prácticamente un infierno, porque su entendimiento y afecto están en lucha perenne. Necesitan desplegar toda su fuerza y se alimentan pobremente. Soportan los trabajos y no saborean las alegrías.
      Por favor, despertemos los que así vivimos, renovemos nuestras almas y recuperemos nuestro espíritu. Abandonemos esa maldita tibieza, si no porque es peligrosa y suele provocar a Dios como solemos decir, al menos porque es insoportable, ruin y lamentable. Podemos llamarla antesala del infierno y fantasma de la muerte.

Capítulo 8 


       Si deseamos las cosas de arriba, intentemos ahora ya degustarlas y saborearlas. Cuando se nos recomienda buscar y paladear lo de arriba, podemos aplicarlo al entendimiento y al afecto. Levantemos  nuestro corazón  a Dios con nuestros miembros más nobles, con esa especie de manos que son los humildes esfuerzos y las prácticas espirituales. Yo creo que todos buscamos las cosas de arriba con la inteligencia de la fe y el juicio de la razón. Pero no todos saboreamos esas realidades en el mismo grado, por estar saturados de las realidades terrenas, arrastrados irresistiblemente por el afecto.
      ¿A qué se debe esta variedad de espíritus, esa desigualdad de deseos y esa oposición de conductas, a que antes nos referíamos? ¿De dónde procede tanta miseria espiritual de unos la extraordinaria abundancia de otros? El dispensador de gracia no es avaro ni mezquino. Lo que ocurre es que si no  hay vasijas, el aceite deja de correr. El amor del mundo se filtra por doquier, con sus consuelos o desconsuelos; atisba las entradas, se cuela por las ventanas e invade el espíritu. A no ser que diga resueltamente: Mi alma rehúsa el consuelo. Acudo a Dios y me recreo. El regalo santo no simpatiza con el alma ofuscada por deseos mundanos. Lo auténtico no congenia con la vanidad, ni lo eterno con lo caduco, ni lo espiritual con lo carnal, ni la altura con el abismo. Es imposible disfrutar al mismo tiempo de lo de arriba y de lo terreno.

Capítulo 9 


      Dichosos aquellos hombres que nos anunciaron previamente la ascensión del Señor: me refiero a Elías que fue arrebatado, y a Enoc transportado. Dichosos una y mil  veces, pues ya sólo viven para Dios, y en él descansan comprendiendo, amando y gozando. Su cuerpo mortal no es lastre del alma, ni su tienda terrestre abruma la mente pensativa. Están con Dios. Han desaparecido todos los obstáculos, se han disipado las ocasiones, y ya no queda nada que oprima el afecto ni abrume el entendimiento. Del primero dice la misma Escritura que fue arrebatado para que la malicia no pervirtiera su conciencia, y la perfidia no sedujera su alma ni su entendimiento.

Capítulo 10 


       ¿Cómo seremos capaces nosotros de poseer la verdad en medio de tanta tiniebla, o disfrutar de la caridad en este mundo perverso y que está en poder del malo? ¿Será posible iluminar nuestro entendimiento e inflamar nuestra voluntad? Sí, es posible, si acudimos a Cristo para que levante el velo de nuestros corazones. De él se ha dicho: A los que habitaban en tierra de sombras les brilló una luz.
      Pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, Dios manda a todos los hombres que se conviertan, como dijo Pablo a los atenienses. Recordad cuál fue la tarea del Verbo de Dios y de la Sabiduría encarnada desde que apareció en el mundo y vivió entre los hombres: con su admirable poder, su gloria y su majestad se consagró a iluminar los corazones y aumentar la fe de los hombres, por medio de la palabra  milagros. Lo dice abiertamente: El Espíritu del Señor está sobre mí me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres. Y a los Apóstoles les dice: todavía os quedan unos momentos de luz caminad mientras tenéis luz, antes de que os sorprendan las tinieblas. Pero no sólo habla así antes de su muerte. Después de resucitar se deja ver de ellos en numerosas ocasiones durante cuarenta días y les habla del reino de Dios, o les abre los sentidos para que comprendan las Escrituras. En todos estos momentos pretendía enriquecer su entendimiento, más bien que purificar su afecto.

Capítulo 11 


       ¿Cómo iban a familiarizarse con lo espiritual si eran animales? Eran incapaces de soportar el resplandor de la luz. Por eso tuvo que presentarse el Verbo en la carne, el sol en la nube, la luz en el barro, la miel en la cera, el cirio en el candelero: el Espíritu se hace presente a ellos en Cristo el Señor. Nunca les alta la sombra, bajo la cual viven entre los pueblos. A la Virgen se le dice que la cubrirá con su sombra, para que no la deslumbre un resplandor tan inmenso ni su mirada de águila se ciegue con esa luz brillantísima y el rayo purísimo de la divinidad.
       Mas esa nube no fue inoportuna, sino muy provechosa. Los discípulos no podían progresar en la fe sin transformar sus afectos, ni elevarse a las realidades espirituales. Pero excitó en ellos el amor a su persona humana, y se adhirieron con un amor puramente humano a ese hombre que hacía y decía maravillas. Era, sin duda, un amor totalmente humano, pero tan eficaz que prevaleció sobre todos los demás. Hasta llegar a decir: mira, nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
      Dichosos aquellos ojos que veían al Señor de la majestad presente en la carne, al creador del mundo convivir con los hombres, irradiar poder, curar enfermos, pasear por el mar, resucitar muertos, someter demonios, y comunicar ese mismo poder a tos hombres. Lo vieron manso y humilde de corazón, compasivo, cariñoso y con inmensas entrañas de misericordia: el Cordero de Dios que jamás cometió pecado y cargó con el pecado de todos. Dichosos los oídos que merecieron escuchar las palabras de la vida de la misma boca del Verbo encarnado. Les hablaba el unigénito, el que está en el seno del Padre, y les comunicaba todo lo que había oído a su Padre. Bebían los raudales de la doctrina celestial en el manantial cristalino de la Verdad, y así podían esparcirla, por no decir eructarla, a todos los hombres.

Capítulo 12 

      Nada tiene de extraño, hermanos, que les abrumara la tristeza, cuando les dijo que se marchaba y añadió: A donde yo voy vosotros no podéis venir ahora. ¿No se estremecerían sus entrañas, se perturbaría su afecto y vacilaría su mente? ¿No se abatiría su rostro y se horrorizaría su oído? ¿Serían capaces de admitir que les iba a dejar aquel por el cual ellos habían abandonado todo? Si arrebató todo el amor de los discípulos hacia su humanidad, no fue para que continuara siendo carnal, sino para transformarlo en espiritual y llegaran a decir: Antes conociamos a Cristo como hombre, ahora ya no.
      Este mismo Maestro, lleno de bondad; les anima con estas suaves promesas: Yo mismo pediré al Padre que os dé otro abogado que esté siempre con vosotros: el Espíritu de la Verdad. Y en otro momento añade: Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá vuestro abogado. Esto es un misterio asombroso, hermanos. ¿Por qué dice si no me voy, no vendrá vuestro abogado? ¿Tan odiosa es al Abogado la presencia de Cristo? ¿Horrorizaba al Espíritu Santo convivir con esa carne del Señor, que como anuncio el ángel fue concebida por pura iniciativa suya? Entonces ¿qué significa la frase: si no me voy, no vendrá vuestro Abogado? Quiere decir esto: si la presencia de mi humanidad no desaparece de vuestras miradas, vuestra mente estará ocupada y no recibirá la plenitud de la gracia espiritual. El espíritu no la comprende, y el afecto es incapaz de poseerla.

Capítulo 13 


      ¿Qué os parece, hermanos? Si esto es cierto, como lo es, ¿quién tendrá la osadía de esperar al Paráclito y vivir enfrascado en el placer, o esclavo de los halagos de la carne pecadora engendrada en el pecado, habituada al pecado y privada del bien? ¿Es posible vivir en el estiércol, regalar el cuerpo sembrar en la carne y gozar de todo lo carnal, y querer recibir el don de la visita celestial, la plenitud del gozo y el ímpetu del Espíritu? 
      La Verdad en persona nos dice que los Apóstoles no pudieron recibirlo mientras estuvo presente la humanidad del Verbo. Se equivoca quien aspira a mezclar la dulzura celestial con esta ceniza, el bálsamo divino con este veneno, los carismas del espíritu con estos placeres. Te engañas, Tomás, te engañas si pretendes ver al Señor alejándote del Colegio apostólico. A la Verdad no le gustan los rincones ni los escondrijos. Está en el medio, esto es en la observancia, en la vida común y en la voluntad de la mayoría. ¿Hasta cuándo, miserable, irás haciendo rodeos, y buscarás con tanto afán e ignominia satisfacer tu propia voluntad? ¿Y qué quieres que haga?, me dices. Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque el hijo de la esclava no compartirá la herencia con el hijo de la libre. Lo repetimos una vez más: es imposible armonizar la verdad y la vanidad, la luz y las tinieblas, el espíritu y la carne, el fuego y el frío.

Capítulo 14  


       Tal vez me objetes: pero mientras él vuelve, yo no puedo vivir sin algún apoyo. Desde luego. Si tarda espérale, que ha de llegar sin retraso. Los Apóstoles permanecieron diez días en esta espera: se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, además de María, la Madre de Jesús. Aprende tú también a orar, a buscar, a pedir y a llamar, y hallarás, recibirás y te abrirán. El Señor conoce tu barro: es fiel y no permitirá que la prueba supere tus fuerzas. Esto seguro de que si eres constante no tardará ni diez días. Y colmará de gracias inefables al alma que vive en soledad y oración. Y tras haber renunciado a los falsos placeres disfrutarás de su recuerdo, te nutrirás de la enjundia de su casa y beberás del torrente de sus delicias.
      Eso cuentan que hizo Eliseo, cuando lloraba al verse privado de la tierna presencia de Elías. Considera atentamente qué pidió y qué se le respondió: Déjame en herencia el doble de tu espíritu. Quería poseer un espíritu dos veces mayor, para suplir la ausencia del maestro con una gracia dos veces mayor. Por eso le responde Elías: si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás. Y como le vio marchar, su espíritu se hizo el doble mayor: el que era arrebatado al cielo le quitó todos sus deseos propios, y desde entonces sólo aspiraba a lo de arriba, no a lo de la tierra. Se duplicó su espíritu al verle marchar: al entendimiento espiritual se unió el afecto espiritual, siendo arrebatado al cielo con ese hombre a quien tanto amaba.

Capítulo 15 


       Esto mismo se realizó mucho mejor aún en los Apóstoles. Cuando vieron subir a aquel Jesús tan amado, y elevarse tan  gloriosamente  al  cielo,  ninguno  necesitó preguntarle: ¿dónde vas. No: la fe, convertida ya en pura visión por así decirlo, les había enseñado a levantar humildemente los ojos al cielo, extender sus manos limpias y pedir los dones prometidos. Y de repente se oyó un ruido del cielo, como de viento recio, un viento de fuego que Jesús arrojaba a la tierra con ansias de que prendiera. Ya sabemos que habían recibido el Espíritu cuando sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. Pero era el espíritu de fe y de inteligencia, no el de fervor. Les iluminó la razón, no les inflamó el afecto. Para esto era necesario recibir un doble espíritu.
       Así, pues, a los que el Verbo del Padre había enseñado Primeramente la disciplina y la sabiduría, y les había llenado de inteligencia, el fuego divino descendió después sobre ellos. Los encontró completamente purificados, derramó en abundancia los dones de las gracias, y los abrasó en un amor totalmente espiritual. El amor que ardía en ellos era tan fuerte como la muerte, y no les permitía cerrar las puertas ni las bocas por miedo a los judíos.
          Para prepararnos a recibir esta gracia en la medida de nuestra pequeñez, procuremos, hermanos, humillarnos en todo y vaciar nuestro corazón de los míseros y caducos consuelos. Y ante la proximidad de este día tan solemne, perseveremos unidos en la oración; con todo fervor y confianza, para que el Espíritu se digne visitarnos, consolarnos y confirmarnos. Que ese Espíritu suave, dulce y fuerte fortalezca nuestra debilidad, suavice nuestras asperezas y  unifique los corazones. Es una misma cosa con el Padre y el Hijo, pero es distinto de ellos: los tres son una realidad y esa única realidad son tres. Así lo confiesa fielmente la Iglesia católica, adoptada por el Padre, desposada por el Hijo y confirmada por el Espíritu Santo. En ellos hay una misma substancia y una misma gloria por los siglos de los siglos. Amén.
RESUMEN
La ascensión de Cristo y su doble naturaleza divina y humana. Dificultades de la vida terrena. Si hemos resucitado en Cristo sigamos sus pasos. También nosotros debemos ascender. Sufrimiento que causa la oposición entre entendimiento y afecto. No podemos alegar desconocimiento. Las diferentes formas de vivir en las comunidades religiosas. Es necesario ascender de verdad y olvidar lo terreno. Elías y Enoc fueron precursores de la ascensión del Señor. La ayuda de Cristo nos lleva hacia la luz. Relación de los discípulos con Cristo. Necesidad de su ida para que llegue el Espíritu Santo. Imposibilidad de armonizar la luz con las tinieblas. Pensar en el más allá nos hace olvidar la tibieza de la vida temporal. Cristo nos dotó de entendimiento. El Espíritu Santo nos dota del verdadero afecto.

SERMO QUINTUS ASCENSIÓN: De magnanimitate et longanimitate et unanimitate

De magnanimitate et longanimitate et unanimitate

Capítulo 1 


       San Lucas nos recomienda, en breves palabras, tres virtudes de la Iglesia primitiva. Después de la ascensión del Señor nos dice que todos se dedicaban a la oración en común esperaban el consuelo celestial que les había prometido. ¡Admirable grandeza de ánimo la de este pequeño rebaño, privado de la protección de su pastor! Convencidos de que se cuida de ellos y les prodiga las atenciones de un padre, insisten con sus fervientes plegarias al cielo. Saben muy bien que la oración del justo atraviesa las nubes, y que el Señor atiende los ruegos del pobre y los colma con toda clase de gracias.
      Pero perseveraban también con gran longanimidad, como dice el Profeta: Aunque tarde, espéralo, que ha de llegar sin retraso. Y la unanimidad está tan a la vista que ella sola merece los carismas del Espíritu divino. Dios no quiere la desunión sino la paz, y que todos vivan en una casa con idénticas costumbres.

                                              Capítulo 2 


       Por eso atendió el Señor su deseo y no defraudó su esperanza: eran magnánimos, longánimos y unánimes. Pruebas inconfundibles de la fe, esperanza y caridad. ¿La magnanimidad no es fruto de la fe? Sin duda alguna, y además exclusivo de ella. Si se pretende algo sin fe, eso no es grandeza de espíritu, sino vano engreimiento y esfuerzo inútil. Si quieres saber cómo siente un hombre magnánimo, escucha: Para todo me siento con fuerzas, gracias al que me robustece.
      Hermanos, hagamos nuestro este triple modo de prepararnos, si deseamos recibir la medida rebosante del Espíritu. A todos se da el Espíritu con medida, menos a Cristo. Pero cuando la medida es tan desbordante es imposible calcular. La magnanimidad de nuestra conversión fue un hecho evidente. Que la longanimidad sea ilimitada, y reine la unanimidad en toda nuestra vida. La jerusalén celestial quiere restaurarse con almas de fe robusta que soporten la carga de Cristo, de esperanza invencible para perseverar, y unidas por el amor que es el cinturón perfecto.
RESUMEN
Debemos esperar con magnanimidad, longanimidad (durante largo tiempo y sin prisa) y con unanimidad (sin tensiones y disensiones internas). Esa es la forma de hacer frente a las tensiones de nuestro tiempo y cómo los cristianos (ya minoría) pueden mantener su criterio frente a la “masa del siglo”. Sólo la fe y el cinturón del amor nos hará actuar de esta manera.

SERMO QUARTUS De diversis ascensionibus


SERMO QUARTUS
De diversis ascensionibus
De los malos ascensos del demonio y del primer hombre. De los buenos ascensos de Cristo y de nosotros.

Si celebramos con todo fervor las solemnidades de Navidad y Resurrección, también debemos festejar devotamente este día de la Ascensión. Esta fiesta no es menor que aquéllas, sino su plenitud y broche de oro. Es un día grande y gozoso. El Sol por excelencia, el Sol de justicia se había presentado ante nuestros ojos atenuando su resplandor y su luz impenetrable con la nube de la carne y el velo de su mortalidad. Pero el gozo y la alegría se han desbordado al rasgar el velo y revestirse de gloria. No se ha despojado de la substancia de su velo, sino de su vejez, corrupción, miseria y vileza. Y de este modo se ha convertido en las primicias de la resurrección.
Pero ¿qué significan estas fiestas para mí, que sigo viviendo en este mundo? ¿Quién sé atrevería a desear subir al cielo, si no es apoyándose en el que antes de subir había descendido? Para mí la vida de este destierro sería poco menos que un infierno, si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado una semilla de aliento y expectación cuando, elevado sobre las nubes, suscitó la esperanza en los creyentes. Si no me voy, no vendrá vuestro abogado.
¿Qué abogado es ése? El que inunda de amor y hace que la esperanza no defraude. El Consolador que nos hace vivir como ciudadanos del cielo; la energía divina que levanta nuestros corazones. Voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os lo prepare, volveré para llevaros conmigo. Donde se reúnen los buitres está el cadáver. Aquí tienes por qué esta solemnidad que celebramos es la corona de las demás, muestra los frutos y aumenta la gracia.
Capítulo 2
Así como en otros misterios Cristo nace para nosotros y se nos da, la ascensión acaece por nosotros y actúa en nosotros. En la vida nos suceden muchas cosas de manera fortuita, y otras por necesidad. Cristo, en cambio, como Poder y Sabiduría de Dios, estuvo libre de tales condiciones. ¿Existe una fuerza capaz de coaccionar el Poder de Dios? ¿Puede guiarse la Sabiduría de Dios por el azar?
No lo dudes: en todo cuanto habló, hizo y sufrió fue totalmente voluntario, todo está lleno de misterios y es fuente de salvación. En consecuencia, cuando lleguemos a comprender algo de Cristo no creamos que es una ocurrencia nuestra, sino una realidad que siempre tiene su explicación, aunque nosotros la ignoremos. El escritor se somete a unas normas bien precisas. Las obras de Dios también están ordenadas: particularmente lo que la Majestad hizo en su vida terrena. Pero ¡qué pobre e insignificante es nuestro conocer! Sólo conocemos de una manera muy limitada y casi nada. Apenas nos llega un tenue parpadeo del inmenso resplandor que despide la antorcha colocada en el candelero. Por eso, cuanto menos percibimos cada uno, con mayor fidelidad debemos comunicarlo a los demás.
Yo, hermanos, no quiero ni debo privaros de lo que él mismo se digne inspirarme para vuestro provecho, sobre su ascensión o sus ascensiones. Sobre todo porque una cualidad de las cosas espirituales es que se reparten y no disminuyen. Es posible que algunos ya conozcan esto, porque les ha sido revelado. Mas en gracia de quienes no lo han percibido, por ocuparse en cosas más sublimes o en otras materias, o de aquellos que no lo comprenden bien, debo manifestaros lo que siento.
Capítulo 3
Cristo fue el que bajó y el que subió, dice el Apóstol. Y yo creo que subió porque bajó. Convenía que Cristo bajara para que nosotros aprendiéramos a subir. Tenemos ansia de subir, nos apasiona la grandeza. Somos criaturas insignes, dotadas de un espíritu superior: por deseo natural tendemos hacia arriba. Pero ¡ay de nosotros! si seguimos los pasos del que dijo: me sentaré en el monte de la Asamblea, en el vértice del cielo. ¡En el vértice del cielo! ¡Pobrecillo! Esa montaña está helada. Ahí no te acompañamos. Tienes ansias de dominio y aspiras al poder.
¡Cuántos siguen hoy estos caminos trágicos y vergonzosos! Más aún: cuán pocos los que se liberan del placer de dominar! Los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores: y el malvado se Jacta de su ambición. Todo el mundo adula y envidia al poderoso. ¿A dónde vais, miserables, a dónde vais? ¿No veis caer a Satanás como un relámpago? Subió ángel a este monte, y se convirtió en diablo. Advertid también que después de su fracaso y lleno de envidia está empeñado en derribar al hombre. Pero no se le ocurre insinuarle que suba a este monte, porque sabe por experiencia que en vez de subir, lo que se consigue es hundirse en un fatal precipicio.
Capítulo 4
El astuto enemigo, empero, trama otros planes y le muestra otro monte semejante: seréis como Dios, versados en el bien y en el mal. Otra subida muy peligrosa: es más bien bajar de Jerusalén a Jericó. La ciencia que engríe es un monte muy malo, y, sin embargo, cuántos humanos se afanan en escalarlo. Parecen ignorar que su primer padre cayó de aquel monte y de qué manera: con toda su descendencia hundida y maltrecha. Todavía no te has curado de las heridas que recibiste al escalar aquel monte, aunque estabas dentro de tu padre. ¿Y quieres intentarlo tú ahora personalmente otra vez? Este disparate será mucho mayor que aquél.
¿Por qué tenéis este anhelo tan cruel? Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis tercos de corazón, amaréis la falsedad y buscaréis el engaño? ¿Ignoráis que lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios; y lo débil del mundo para humillar a lo fuertes? No nos impresiona el temor de la amenaza divina, que confundirá la sabiduría de los sabios y abatirá la sagacidad de los sagaces. Ni nos hace volver atrás el ejemplo de nuestro padre, ni lo que sentimos y experimentamos: esa terrible necesidad a que estamos sometidos por nuestro falso deseo de saber.
Capítulo 5
Hermanos, os he mostrado un monte, no para que lo conquistéis, sino para que huyáis de él. A este monte subía el que pretendió igualarse a Dios y conocer el bien y el mal. Este monte lo aumentan cada día sus hijos, aprovechando cualquier cosa para engordar la montaña de la ciencia. Este se consagra a la literatura, aquél a la política, el otro a juzgar a los que pecan contra Dios, y el de más allá a cualquier arte servil. Y lo hacen de un modo tan apasionado que no escatiman esfuerzos, con tal de ser tenidos por más doctos que los demás. Así edifican Babel, así creen que llegarán a ser como Dios. Anhelan lo que no conviene y omiten lo que conviene.
¿Por qué os seducen estos montes tan escarpados y peligrosos? ¿Por qué no os encamináis a ese otro monte de fácil subida y mucho más provechoso? El ansia de poder arrebató al ángel su felicidad. El deseo de saber despojó al hombre de la gloria de la inmortalidad. En cuanto alguien aspira al poder, aparecen por doquier la oposición, la repulsa, el obstáculo y la dificultad. Supongamos que llega a conseguir lo que desea. A los poderosos, dice la Escritura, les aguarda un control riguroso, por no hablar de las inquietudes preocupaciones que implica siempre el poder. El que codicia a ciencia.se engríe, está siempre estudiando y con su espíritu en tensión. Y todo esto para escuchar: es inútil que te mates. Su mirada se entristecerá cuando sea menos estimado que otros. ¿Y qué sentirá cuando se vea totalmente desfasado? Escuchad al Señor: anularé el saber de los sabios, descartaré la cordura de los cuerdos.
Capítulo 6
No quiero demorarme. Habéis comprendido cómo debemos huir de estos dos montes, si nos aterra el abismo del ángel y la ruina del hombre. ¡Montes de Gelboé, ni rocío ni lluvia caiga sobre vosotros! ¿Qué debemos hacer? No conviene subir así, pero sentimos un vivo deseo de ascender. ¿Quién nos indicará una subida provechosa? Aquel de quien leemos: el que descendió, se elevó.
Este es nuestro guía para subir, y n queremos nada con las huellas ni consejos de aquel otro conductor o perverso seductor. Como no existía ningún medio de subir, bajó el Altísimo de este modo nos trazó un camino suave y eficaz. Descendió del monte del poder, envuelto en la debilidad de la carne; descendió del monte de la sabiduría, porque tuvo a bien salvar a los que creen con esa locura que predicamos.
¿Hay algo más débil que el cuerpo y los miembros de un tierno niño? ¿Algo más ignorante que un párvulo, que sólo conoce el pecho de su madre? ¿Quién más impotente que el que está atado con clavos y se le pueden contar los huesos? ¿Existe mayor necedad que exponer su vida a la muerte, y devolver lo que no ha robado? Ahí ves hasta dónde descendió, y cómo se anonadó en su poder y su sabiduría. Por otra parte, no pudo subir a un monte más alto de bondad, ni manifestarnos de un modo más claro su amor. No te extrañe que Cristo subiera al descender: los otros dos primeros se hundieron al subir.
Yo creo que el Profeta quiere conocer al que sube a este monte, cuan o dice: ¿quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? E Isaías pensaba también en este monte cuando veía caer a tantos hombres por ansias de subir y exclamaba: venid, subamos al monte del Señor. ¿Y no les previene de subir a estos montes, el que canta la fertilidad de este otro monte: por qué tenéis envidia de las montañas escarpadas? Hay otro monte más fértil y fecundo. Es el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes. Allí corría el esposo saltando por los montes. Y enseñaba el camino al que lo ignoraba, llevaba de la mano al niño y acompañaba al chiquillo. Parecía que andaba, caminando de baluarte en baluarte hasta ver a Dios en Sión. Su justicia es como las montañas de Dios.
Capítulo 7
Pero veamos, si os place, esos saltos, con los que salió como un gigante a recorrer su camino, y asomando por un extremo del cielo llegó de salto en salto hasta el otro extremo. Fíjate primeramente en aquel monte donde subió con Pedro Santiago y Juan: allí se transfiguró delante de ellos; su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron tan blancos como la nieve. Es la gloria de la resurrección, que contemplamos en la montaña de la esperanza. ¿Por qué subió para transfigurarse, sino para enseñarnos a nosotros a elevar nuestro pensamiento a la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros?
Feliz aquel que medita siempre en el Señor, y considera sin cesar en su corazón las alegrías perennes del Señor. ¿Habrá algo pesado para quien comprende que los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria futura? ¿Qué puede apetecer de este mundo perverso, quien contempla con sus propios ojos la dicha del Señor en el país de la vida, y los premios eternos? El Profeta dice al Señor: Te habla mi corazón. Yo busco tu rostro, Señor. Quiero ver tu rostro. Ojalá os pongáis todos en pie, subáis a la altura y contempléis el gozo que Dios os envía.
Capítulo 8
No os molestéis si nos detenemos todavía un poco más en este monte: pasaremos más rápidos por los demás. ¿Cómo no considerar aquella frase que Pedro pronunció en este monte y refiriéndose a este mismo monte?: Señor, ¡qué bien estamos aquí! Lo mejor de todo, por no decir la única cosa buena, es ocupar el alma en el bien, aunque no pueda hacerlo el cuerpo. Yo creo que el que entraba en el recinto sagrado y se postraba hacia el santuario, entre cantos de júbilo y acción de gracias, en el bullicio de la fiesta, diría: ¡Qué bien estamos aquí!
Quién de vosotros no considera atentamente esa vida futura, ese gozo, ese regocijo, esa felicidad y esa gloria de los hijos de Dios? ¿Es posible meditar todo esto en la paz de la conciencia, y no prorrumpir rebosantes de inefable ternura: ¡Qué bien estamos aquí! No en esta larga y penosa peregrinación, en que está amarrada al cuerpo, sino en aquella dulce y sabrosa contemplación que llena el corazón. ¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme! Y vosotros, hijos de los hombres, hijos de aquel hombre que bajó de Jerusalén a Jericó, hijos de los hombres, ¿hasta cuando seréis tercos de corazón? Levantad el corazón y reinará el Señor. Este es el monte en el que se transfigura Cristo. Subid y veréis cómo honra el Señor a los suyos.
Capítulo 9
Os pido por favor, hermanos, que no se os embote el corazón con los afanes del mundo. De a glotonería y embriaguez, gracias a Dios, no tengo en qué reprenderos. Desembarazaos de toda especie de pensamientos terrenos, y experimentaréis cómo ensalza el Señor a los suyos. Levantad vuestro corazón con las manos de vuestros pensamientos, y contemplaréis al Señor transfigurado. Construid dentro de vosotros las tiendas de los patriarcas y profetas, y las mil moradas de aquella mansión celestial, a semejanza de aquel que ofrecía en la tienda del Señor sacrificios entre aclamaciones, cantando tañendo para el Señor: ¡Qué delicia es tu morada, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume anhelando los atrios del Señor.
Ofreced también vosotros la hostia de vuestra piedad y abnegación. Recorred en espíritu los escaños celestes Y los infinitos estrados de la casa del Padre. Postraos con toda humildad ante el trono de Dios y del Cordero. Haced súplicas reverentes a todos los coros angélicos. Saludad a los Patriarcas, a los Profetas y al Senado apostólico. Contemplad las coronas de los mártires, cuajadas con flores de púrpura. Admirad los coros de las Vírgenes empapadas en perfume de azucenas. Y aplicad el oído, todo cuanto podáis, a la inefable armonía del cántico nuevo.
El Profeta recuerda todo esto y desahoga su alma. ¿Qué dice? ¡Cómo entraba en el santuario hasta la casa de Dios! Y vuelve a repetirlo: me acordé de Dios y me regocijé. Este vio al mismo que vieron los apóstoles, y de la misma manera: una visión totalmente espiritual y nada corporal. Este no lo vio como aquel que dijo: lo vimos sin aspecto atrayente, sin figura ni belleza. Este lo vio transfigurado y el más hermoso de los hombres, por eso dice transportado de gozo como los apóstoles: ¡qué bien estamos aquí! Y para ser idénticos en todo aquél os cayeron de bruces y éste se siente desfallecer. ¡Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles! Si subís a este monte, y contempláis a cara descubierta la gloria del Señor, exclamaréis también vosotros: llévanos contigo. Es inútil querer ir a un sitio, si desconoces el camino.
Capítulo 10
Necesitas subir a otro monte, y escuchar allí al que predica y monta una escala de ocho peldaños que llega hasta el cielo. Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por rey. Si has escalado ya el otro monte con la asidua meditación de la gloria celeste, no te costará subir a este otro y meditar su ley día y noche. Así hacía el Profeta: meditaba en los premios, y en los preceptos del Señor que amaba de corazón. De este modo, tú también escucharás: ya sabéis a dónde voy en mi primera ascensión; y también conocéis el camino, o mi segunda ascensión.
Empéñate en escoger el camino verdadero, no te ocurra como a los que no encontraban el camino de ciudad habitada. Y esmérate en ascender con la contemplación de la gloria celeste, y sobre todo con una vida digna de esa gloria.
Capítulo 11
Pero leo también que subió a otro monte, para orar a solas. Tiene, pues, razón la esposa del Cantar, cuando dice: Oíd que llega saltando por los montes. En el primero se transfiguró, para enseñarte a dónde iba. En el segundo te habló palabras de vida, para que sepas por dónde debes ir; y en el tercero oró, para que tengas siempre el buen deseo de caminar y llegar. Porque el que sabe cómo portarse bien y no lo hace, está en pecado.
Así, pues, sabiendo que en la oración se nos da la buena voluntad, cuando sepas qué debes hacer, haz oración para ser capaz de realizarlo: ora con empeño y perseverancia, como aquel que pasaba la noche orando a Dios, y el Padre dará el buen espíritu a los que se lo piden. Fíjate también que nos conviene buscar un lugar retirado para la oración: nos lo enseñó de palabra: métete en tu cuarto, echa la llave y rézale a tu Padre; y con el ejemplo, subiendo solo a la oración sin admitir ni a sus más íntimos.
Capítulo 12
¿Qué más podemos decir sobre las ascensiones? Me gustaría que no olvidáramos el asno en que subió al monte. Ni la cruz a la que subió y por la cual iba a ser exaltado el Hijo del hombre. Pero yo, cuando me levanten de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Así, pues, cuando conoces el bien y quieres hacerlo, ¿qué harás si te sientes incapaz de ponerlo por obra, y unos movimientos desordenados te quieren dominar y esclavizarte? ¿Qué puedes hacer contra esos deseos irracionales que están en tu cuerpo? Quieres ayunar y te excitan la gula; te propones velar y te ataca el sueño.
¿Qué podemos hacer con este asno? Porque esto es de asnos y muy propio de ellos : se ha igualado a los jumentos y se ha hecho como uno de ellos. ¡Señor!: monta sobre este asno refrena sus instintos bestiales; dómalos tú, antes que ellos nos dominen. Si no se aplastan, nos avasallarán; si no quedan deprimidos, nos oprimirán. Sigue, pues, alma mía, a Cristo el Señor en esta ascensión; así llevarás tú mismo las riendas de tu apetito y los tendrás a raya. Para subir al cielo antes debes superarte a ti mismo, dominando esos bajos deseos que te hacen guerra.
Capítulo 13
Sigue también al que sube a la cruz, y es levantado de la tierra. Estarás por encima de ti mismo, y de todas las teorías del mundo; mirarás de lejos y despreciarás todo lo terreno, como dice la Escritura: estarán muy alejados de la tierra. Que no te muevan las halagos del mundo, ni ee abatan las contrariedades. Dios te libre de gloriarte más que de la cruz dé nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo quedó crucificado para ti. Lo que el mundo ansía, para ti es una cruz; y tú, crucificado al mundo, te vuelcas con toda la fuerza del amor a lo que el mundo tiene por cruz.
Capítulo 14
Ya sólo te queda subir al que es el Dios Soberano, bendito por siempre. Lo mejor de todo es morir y estar con Cristo. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza, dice el Profeta al Señor. Han emprendido unas subidas, y caminan de baluarte en baluarte hasta ver a Dios en Sión. Esta es la última ascensión y la plenitud universal; como dice el Apóstol: Cristo que bajó es el mismo que subió para llenar el universo.
¿Qué puedo deciros de esa ascensión? ¿A dónde subiremos, para estar donde está Cristo? ¿Qué hay allí? El ojo nunca vio lo que Dios ha preparado para los que le aman? Hermanos deseémosla vivamente, suspiremos sin cesar por ella. Y si desfallece el entendimiento, supla el ardor de afecto.
RESUMEN
Nuestra esperanza por la ascensión de Cristo. Todas las acciones de Cristo están llenas de misterio y de enseñanza. Cristo enseña descendiendo, el modo de ascender. Los ambiciosos son secuaces de Satanás. La sobervia de la ciencia fue en Adán y sus descendientes la causa de su ruina. La ambición de la potestad y de la ciencia nos expone a muchos males. El ascenso es saludable por el ascenso que nos da Cristo cuando desciende. Muy en valde y sin fruto os fatigais. Todo concurre en un mismo sentido. El primer ascenso es la contemplación de la gloria. Se deben levantar los corazones. El segundo ascenso es la meditación de la doctrina del evangelio. El tercer ascenso es la oración. Para el que ora es necesario el retiro. El cuarto ascenso es la mortificación. El quinto ascenso es el desprecio del mundo. El sexto ascenso es la visión de Dios. 

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