jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo.

CUARESMA: DEL PEREGRINO, DEL MUERTO Y DEL CRUCIFICADO


DEL PEREGRINO, DEL MUERTO Y DEL CRUCIFICADO

Dichosos los que en este presente siglo malo se portan como extranjeros y peregrinos, conservándose puros de sus deleites, porque no tenemos aquí ciudad permanente sino que buscamos aquella que ha de ser nuestra habitación algún día. Abstengámonos pues como pasajeros y peregrinos que somos de los carnales deseos que combaten nuestra alma. Un peregrino va por el camino real: no se desvía ni a la derecha ni a la izquierda. Si ve, acaso, algunos que riñen no atiende. Si ve a otros en fiestas o bailes o en cualquiera otra cosa divertidos, igualmente pasa adelante porque él es peregrino y nada de esto le pertenece. Hacia la patria camina, hacia la patria suspira y contento con el vestido y comida, no quiere cargarse de otra cosa. Dichoso verdaderamente el que así reconoce su morada y llora por ella diciendo: Yo soy delante de vos, peregrino y viajero, del mismo modo que lo han sido todos mis padres.Mucho es esto a la verdad pero acaso hay todavía un grado más alto de virtud. El peregrino, aunque no se mezcla en los negrocios de los ciudadanos, con todo eso a veces se deleita en ver lo que pasa o en oír lo de otros o en contar él mismo lo que ha visto; y con estas y semejantes cosas aunque del todo no se pare se detiene y retarda: y de este modo, acordándose menos de la patria, se apresura poco para llegar a ella. Y aún tanto puede detenerse en estas cosas, que no sólo se detenga y no llegue con presteza, sino que quedándose del todo no llegue ni aún tarde.
2.¿Quién pues estará más ajeno de las cosas del siglo que el peregrino? Ciertamente aquellos a quienes dice el Apóstol: Vosotros estáis muertos y vuestra vida está escondida en Dios con Jesucristo. Puede el peregrino con ocasión del Viático facilmente, ya detenerse buscándolo ya cargarse demasiado llevándolo. Pero el muerto, aunque le falte la sepultura no lo siente. Del mismo modo oye a los que le vituperan que a los que le alaban, del mismo modo a los aduladores que a los murmuradores; más bien ni los oye siquiera, porque está muerto. Dichosa muerte sin duda que así le hace puro o, por decir mejor, ajeno a las cosas del siglo. Pero es necesario que no viviendo en sí mismo ya, viva Cristo en él. Y esto es lo que dice el Apóstol: yo vivo o más antes no soy yo quien vive sino que Jesucristo es quien vive en mi. Como si dijera: para todas las demás cosas estoy muerto. No las siento, porque me agrada lo que veo hacerse en honor suyo y me desagrada lo que se hace de otra manera. Sublime grado de perfección es éste sin duda alguna.
3.Pero tal vez podrá encontrarse otro superior. ¿En quien pues le buscaremos? ¿En quien te parece sino en el mismo de quien poco ha estábamos hablando puesto que fue arrebatado hasta el tercer cielo? ¿Porque qué puedes impedir que le llames tercer cielo si llegas a encontrar sobre estos otro grado más alto?Escucha pues, al mismo, no gloriarse de tanta altura sino decir:Esté lejos de mi gloriarme en otra cosa, que en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo por quien el mundo está crucificado para mi y yo estoy crucificado para el mundo. No sólo dice muerto para el mundo sino también crucificado, que es un género ignominioso de muerte. Yo para él dice y, al mismo tiempo, él para mi. Los deleites de la carne, las riquezas, las alabanzas vanas de los hombres, pero en las cosas que el mundo reputa cruz, en estas estoy enclavado, a esas me llego, a esas me abrazo, ¿No es este más excelente grado que el primero y el segundo? El peregrino, si es prudente y no se olvida de su peregrinación, aunque con trabajo pasa adelante y no se embaraza mucho con las cosas del mundo. El muerto igualmente desprecia las cosas suaves del siglo, que las ásperas. Pero el que ha sido arrebatado hasta el tercer cielo tiene por cruz cuanto el mundo abraza, y abraza las cosas, que al mundo le parecen cruz. También en estas palabras del Apóstol se puede entender, que el mundo estaba crucificado para él, porque le reputaba como crucificado. Y que él mismo estaba crucificado al mundo por un afecto de compasión, con que le lloraba. Miraba al mundo crucificado en los lazos de los vicios y él se crucificaba en el mundo por la compasión, que le tenía.
4.Examinemos ahora cada uno de nosotros en qué grado nos hallamos y procuremos aprovechar de día en día porqueadelantando de virtud en virtud será el Dios de los Dioses en Sión. Especialmente en este santo tiempo esforcémonos, os pido, a vivir con toda pureza; puesto que nos está señalado un cierto y breve número de días, para que no desespere la fragilidad humana. Porque si nos dijeran: en todos tiempos están solícitos por de todos modos guardar la pureza de una buena conducta ¿quién no desesperaría? Más ahora nos encargan enmendar en un corto número de días las negligencias del tiempo pasado, para que a lo menos así gustemos la dulzura de la perfecta pureza y después en todo tiempo resplandezcan vestigios claros de esta Santa Cuaresma en nuestras costumbres. Recibamos pues, hermanos míos, este santo tiempo con toda devoción y reparemos ahora con más esmero nuestras espirituales armas. Porque ahora es, cuando con todo su ejército, que se compone de todo el orbe entra en combate contra el diablo el Salvador: dichosos los que debajo del manto de tal Capitán, pelearen valerosamente. Todo el año la guardia doméstica del Rey tiene las armas en la mano y está siempre dispuesta para la guerra: pero una vez y a determinado tiempo se junta y sale a la campaña todo el ejército. Dichosos vosotros que merecisteis ser sus domésticos y familiares a quienes dice el Apóstol: ya no sois huéspedes y pasajeros sino que sois ciudadanos de la misma ciudad de los santos, y domésticos de Dios. Pues ¿ qué deberán hacer los que prometieron pelear todo el año cuando también los bisoños, y que antes holgaban, toman las armas espirituales? Verdaderamente es preciso que cada uno se aliente y trabaje algo más de lo acostumbrado en la ordinaria pelea, para que así se logre una grande victoria que sirva como gloria a nuestro Rey y a nosotros para la salud.
RESUMEN:
Descripción del peregrino según el espíritu. Cómo debe estar muerto, y crucificado,  para el mundo.  Son determinados y pocos los días de la Cuaresma para que no desmaye el ánimo. En la Cuaresma, la iglesia toda pelea contra el diablo.

CUARESMA: LA VOLUNTAD DE DIOS. SERMÓN DIVERSO


CUARESMA: LA VOLUNTAD DE DIOS. SERMÓN DIVERSO

1.Hermanos, la voluntad del Señor creó primero a los ángeles, y cuando ellos la abrazaron, se convirtió en su felicidad. El Verbo existía desde siempre; mas, al asumir la carne, decimos con toda razón que se hizo carne. Lo mismo ocurrió con el ángel: la voluntad eterna se realizó en él cuando absorbió totalmente en sí la voluntad angélica. ¿Es mucho afirmar que se ha realizado en el ángel cuando se ha convertido en voluntad angélica? Toda su felicidad y el río caudaloso de su dicha consiste en que la voluntad divina es también la suya. Dios se complace en el ritmo armonioso del universo, y eso mismo es el regocijo de los ángeles. Eso pedimos: que las criaturas de la tierra realicen la voluntad divina lo mismo que las del cielo. Que el hombre, lo mismo que el ángel, se compenetre de tal modo con dios, que llegue a ser un solo espíritu con él.
Más ¡ay de mi!, ¡cuántos obstáculos me separan, cuántos estorbos me lo impiden! Siempre me cierran el paso la malicia, la debilidad, la concupiscencia y la ignorancia. La naturaleza, o mejor, la degradación de nuestra naturaleza, nos ha inyectado unos instintos tan horribles y tales ansias de hacer daño, que nuestras míseras almas sienten un placer insaciable en la maldad. ¿Se puede concebir algo más contradictorio a la voluntad divina? Entre ella y nosotros se abre una sima inmensa. Dios se complace en hacer beneficios, y a nosotros, ingratos, ese instinto cruel nos instiga a maltratar incluso a los inocentes. De aquí brotan las raíces de la amargura, de la envidia y de la murmuración. Aquí tienen su origen las disensiones, y eso es lo que llena el mundo de enemistades.
Debemos podar esos brotes tan venenosos con la hoz de la justicia. Practicando esta virtud, no hacemos a nadie lo que no queremos para nosotros, y todo lo que esperamos de los demás se lo haremos también a ellos. Pero mientras vivamos en este mundo, esclavo del mal, no es imposible arrancar o matar completamente la maldad de nuestros corazones. Podremos machacar la cabeza de la serpiente, más no tardará en mordernos los talones.
2.En segundo lugar, la fragilidad de este cuerpo corrupto impide que nuestra voluntad se compenetre con la de Dios. Rechazamos instintivamente lo que nos molesta, y por ello nuestra voluntad se aparta frecuentemente de la divina. Solamente la fortaleza, que es la segunda entre las virtudes, nos ayuda a no oponernos a ella.
3.Más nuestro frágil cuerpo no es el único impedimento. También nos estorba la concupiscencia, que nos dispersa en mil deseos insaciables. ¿Sería capaz de unirse esta voluntad tan deforme y esquiva a esa otra complaciente recta y uniforme? ¡Qué desgraciado soy, Señor Dios mío! Estoy harto de guerras, peligros y estorbos. En ninguna parte encuentro seguridad. Lo mismo temo lo que me halaga que lo que me repugna. El hambre y la comida, el sueño y las vigilias, el trabajo y el descanso me declaran la guerra. El Sabio suplica: no me des riqueza ni pobreza. Sabe que una y otra esconden trampas y peligros. El único remedio está en reprimir la concupiscencia con la templanza, y así se logra cierta unidad, bien que incompleta. Lo confirma el Apóstol: Con mi espíritu consiento a la ley de Dios, y con mi carne el pecado. Por una parte está de acuerdo y por otra no. Así sucederá hasta que llegue lo perfecto y se acabe lo limitado.
4.El cuarto impedimento es la ignorancia, que bien sabéis cuánto nos estorba. ¿Cómo voy a tomar por guía una voluntad que ignoro? Es cierto que la conozco parcialmente, pero no como ella me comprende a mí. Por eso debemos pedir con insistencia que crezca en nosotros la prudencia, para que Dios nos haga comprender más y más su voluntad y sepamos siempre qué es lo que le agrada. De este modo, el conjunto de las virtudes realizará esa unión tan dichosa y tan deseable. Nuestra voluntad estará identificada con la de Dios, y cuanto a él le agrada nos agradará también a nosotros. Y como antes dijimos de los ángeles, esto será la plenitud de nuestro gozo.
5.También pedimos que venga el reino del Señor, es decir, que experimentemos realmente ese reino. Al decir que sea santificado su nombre, deseamos conocer mucho mejor eso que nos desborda. Cuando reinen en nosotros la seguridad totalmente dichosa y la felicidad más invulnerable, entonces nos sentiremos arrebatados con todo el ímpetu de nuestro espíritu hacia aquel que tanto nos trasciende.
Santificado sea tu nombre. Su nombre es su gloria. ¿Cuándo no es santa? Su gloria es santa cuando la glorificamos con nuestra santidad. También su voluntad es eterna, y pedimos que se realice en nosotros. En primer lugar, pedimos lo más importante: que brille en nosotros la santidad inmaculada de su gloria. Y después suplicamos que Dios reine siempre en nosotros y nuestro gozo consista en cumplir perfectamente su voluntad. Sin embargo, como todavía no disfrutamos de esa perfección y nos cuesta mucho aceptar la voluntad divina, necesitamos el pan de cada día. Además, nos hemos alejado muchas veces de ella, hemos pecado por haberla abandonado. Por eso debemos pedir perdón, diciendo: Perdónanos nuestras deudas, etc. Y para que no volvamos a caer en los pecados ya perdonados, insistámosle en que no nos deje caer en la tentación, sino que nos saque y nos libre del Mal. Amén.

RESUMEN
La voluntad del Señor creó a los Ángeles y después a los seres humanos con todo tipo de dificultades, como son la maldad y la fragilidad del cuerpo, la concupiscencia y la ignorancia. Por eso pedimos en el Padre Nuestro que venga su Reino y perdone nuestros pecados, que nos libre de todo mal y que cuando hemos logrado redimirnos no nos deje caer en la tentación.

CUARESMA: SERMO DECIMUS SEPTIMUS



Sobré el verso decimosexto: "Lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación".

Capítulo 1

Este verso del salmo, hermanos, es muy oportuno; corresponde bastante a este tiempo litúrgico. Celebrando ya pronto la resurrección del Señor, a cada uno de nosotros se le promete la suya al festejar como miembros el memorial de lo que antes aconteció en la Cabeza y esperamos que algún día se realice en nosotros mismos. Precioso remate el del salmo, que promete un fin tan dichoso al que lo canta. Lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación.
Muchas veces os recalco, hermanos, que, según Pablo, la piedad es objeto de una promesa para esta vida y para la obra. Por eso dice también: Os vais ganando una santificación que os lleva a la vida eterna. Esa es a plenitud que se nos promete aquí: largos días. ¿Hay algo más largo que la vida eterna? ¿Qué puede haber tan largo como lo que no se interrumpe porque no tiene fin? Buen fin la vida eterna, que no tiene fin. Y lo que no tiene fin es bueno por sí mismo. Abracémonos, pues, a la santificación, porque es buena, porque su fin es la vida sin fin. Corramos tras la santidad y la paz, sin las que nadie verá a Dios.
   Lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación. De la diestra de Dios viene esta promesa; don de su diestra que el santo deseaba para sí: Alargarás tu diestra a la obra de tus manos. Me saciarás de alegría perpetua a tu derecha. También consiguió esto mismo aquel de quien dice el salmista: Te pidió vida, y se la has concedido; años que se prolongan sin término. Más claramente lo dice el Sabio: En la diestra trae largos años, y en la izquierda, honor y riquezas. ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Porque la vida que vivimos es, más bien, una muerte; no es vida simplemente, sino vida mortal.
Decimos que el hombre muere cuando se acerca la muerte con toda certeza. Pero desde que empezamos a vivir, ¿qué hacemos sino acercarnos a la muerte y empezar a morir? Como atestigua el santo patriarca, los días de esta vida son pocos y malos. Se vive verdaderamente cuando la vida es rebosante y vital; los días son prósperos cuando son interminablemente largos. Demos gracias a Dios, que todo lo abarca y gobierna el universo con acierto. Pronto se acabará esta breve sucesión de días, a cada uno de los cuales le basta su propio agobio. Porque, cuando lleguen los días prósperos, no faltará la eternidad.
Capítulo 2

Lo saciaré de largos días. Con ese verso aclara mejor lo que antes había dicho: Lo glorificaré. ¿A quién no le bastará ser glorificado por un Señor cuyas obras son perfectas? Porque un ser tan inmenso sólo puede glorificar a otros inmensamente. Tiene que ser grande una glorificación que procede de su inmensa gloria. Desde la sublime gloria le llegó aquella voz singular, dice Pedro. Exacto: gloria sublime la que glorifica tan magníficamente con una claridad plena, múltiple y amplia. Engañosa es la gloria, fugaz la hermosura y contados los días del hombre. El Sabio no los anhela, sino que de corazón dice al que mira al corazón: No he deseado el día del hombre; tú lo sabes. Deseo algo más que lo que él desea. Yo lo rechazo de plano. Porque sé de quién es la voz que dice: Honores humanos no los acepto. ¿Qué desgraciados los que nos intercambiamos honores y no buscamos el honor que viene de Dios!
Esta única gloria que despreciamos es la que sólo cuenta con la plenitud y sacia de largos días. Los días del hombre son cortos y florecen como la hierba. Se agosta la hierba, se marchita la flor pero la Palabra de Dios permanece por siempre. El verdadero día que no conoce ocaso es la verdad  eterna, la verdadera eternidad, y, por tanto, la saciedad verdadera y eterna. Si no, ¿cómo puede llenar una gloria que es engañosa y vana? Por eso se la califica como vacía, para que sepas que con ella te vacías más y no puedes saciarte. Por tanto, en esta vida es mayor bien la abyección que la altanería; nuestro mejor bien es la privación y no el deleite; ambas pasan enseguida. Pero una conlleva el castigo y la otra el premio.

Capítulo 3

Provechosa tribulación la que, acarreando prueba, conduce a la gloria. Con él estaré en a tribulación; lo libraré y lo glorificaré. Demos gracias al Padre de las misericordias, que está con nosotros en la tribulación y nos consuela en cualquiera de ellas. Es necesaria, como he dicho, la tribulación que se convierte en gloria, la tristeza que se transtorma en gozo; un gozo duradero que nadie nos arrebatará, un gozo múltiple, un gozo total. Necesaria es esa necesidad que engendra el premio. No la despreciemos, hermanos; es una semilla insignificante, pero el fruto que de ella brota es grande. Quizá sea insípida, amarga, como el grano de mostaza. Pero no valoremos lo que se ve, sino lo que no se ve. Porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Pregustemos las primicias de la gloria, gloriémonos en la esperanza gloriosa del Dios excelso.
Para decirlo todo, gloriémonos también por la tribulación, porque en ella radica a esperanza de la gloria. Mira si no es esto mismo lo que quiere enseñar el Apóstol cuando añade: La tribulación engendra la paciencia, etc. Hay que subrayar que en esta frase, habiendo dicho antes el Apóstol solamente que nos gloriemos por la esperanza, añade además: Estamos orgullosos también de la tribulación. Y no recomienda ningún otro motivo de orgullo, sino que simplemente explica dónde está la esperanza gloriosa, dónde debe buscarse la gloria de la esperanza. Porque la esperanza de la gloria está en la tribulación. Es más, en la tribulación se encierra la gloria misma, como en la simiente está la esperanza del fruto, igual que el fruto está ya en la semilla.
De igual manera, el reino de Dios está dentro de nosotros, como un tesoro en vasija de barro o en un campo cualquiera. Está, dice, pero está escondido. Dichoso el que lo encumbra ahí. ¿Quién será? El que piense más en la cosecha que en la semilla. Este tesoro lo encuentra la mirada de la fe, que no juzga por las apariencias, porque ve lo que no aparece e intuye lo que no se ve. Con toda seguridad había encontrado este tesoro el que, deseando que lo hallasen los demás, decía: vuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna, una gloria que las sobrepasa desmesuradamente. No dice, nos producirá, sino nos produce una riqueza eterna. Se nos oculta la gloria, hermanos míos; se nos esconde en la tribulación. En este momento fugaz está latente una eternidad. Y en algo tan liviano, una consistencia sublime y desproporcionada. Démonos prisa en esta vida para comprar ese campo. Para comprar ese tesoro escondido en el campo. Pongamos todo nuestro gozo en las diversas tribulaciones que nos sobrevengan. Digamos de verdad con el corazón, repitamos aquella máxima: Más vale visitar la casa en duelo que la casa en fiestas.

Capítulo 4

Con él estaré en la tribulación, dice Dios. ¿Y yo voy a buscar aquí algo que no sea la tribulación? Para mí, lo bueno es estar junto a Dios. Y no sólo eso: Hacer del Señor mi refugio, porque lo libraré  dice, y lo glorificaré. Con él estaré en la tribulación. Yo, dice, disfruto estando con los hombres. Emmanuel, Dios con nosotros. Alégrate, llena de gracia, dice el ángel a María; el Señor está contigo. Está con nosotros en la plenitud de la gracia, y nosotros estaremos con él en la plenitud de la gloria. Descendió para estar cerca de los atribulados, para estar con nosotros en nuestra tribulación. Seremos arrebatados en nubes para recibir a Cristo en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Pero con tal de que procuremos tener altura como compañero del camino al que nos dará la patria. O mejor dicho, el que será un día nuestra patria si ahora es nuestro camino. Para mí, lo bueno es, Señor, padecer la tribulación, si es que tú estás conmigo, mejor que reinar sin ti, banquetear sin ti, llenarme de gloria sin ti. Prefiero abrazarte en la tribulación, tenerte conmigo en el camino, a estar sin ti aún en el cielo. ¿Qué puedo apetecer del cielo ni qué he de desear sobre la tierra fuera de ti?
El horno prueba la vasija del alfarero, y la prueba de la tentación al hombre justo. Ahí, ahí estás con ellos, Señor. Ahí estás en medio de los que se reúnen en tu nombre, como antiguamente te manifestaste con los tres jóvenes en el horno al gentil, que llegó a decir: El cuarto parece un ser divino. ¿Por qué temblamos, por qué tememos, por qué huimos de esta hoguera? Se enfurece el fuego, pero el Señor está con nosotros en la tribulación. Si Dios está a nuestro favor, ¿quién puede estar en contra? Asimismo, si él es nuestro liberador, ¿quién puede arrancarnos de sus manos? Finalmente, si él nos da la gloria, ¿quién podrá afrentarnos? ¿Quién puede humillarnos?
Capítulo 5
Escucha, por fin, con qué gloria piensa glorificarnos. Lo saciaré, dice, de largos días. Al poner en plural la palabra "días", no quiso indicar inestabilidad alguna, sino su pura prolongación. Porque, si lo interpretas como cambio, mejor es un día en los atrios del Señor que mil fuera. Hemos leído que los santos y los hombres perfectos murieron colmados de días como los nuestros, pero sabemos que se llenaron de virtudes y de gracias. Por cierto que fueron llevados hasta esa plenitud de día en día, de claridad en claridad; no por su propio espíritu. sino por el Espíritu del Señor.
Y si al día se le considera una gracia; si, como recordábamos, la claridad que nace del hombre se conceptúa como día e incluso esta pálida gloria que buscamos unos de otros, esa plenitud de la verdadera gloria, ¿no será propiamente el verdadero día o su plenitud meridiana? Si a la variedad de dones la llamamos larga sucesión de días, ¿no podemos entender por gloria múltiple la multiplicidad de días? Por último, descubrirás mejor la saciedad de días sin cambio alguno en estas palabras: La luz de la luna será como la luz del sol, dice el Profeta, y la luz del sol, siete veces mayor que la de siete días. Si no me engaño, aquel rey fiel deseaba cantar sus salmos todos estos días de su vida en la casa del Señor. Porque ser fieles a Dios con cada uno de los dones de tan sublime y diversa gloria. dándole gracias en todo, equivale a cantar salmos a su nombre todos los días.

Capítulo 6

Le saciaré de largos días. Como si dijera más claramente. Sé lo que ansía, sé lo que desea, sé lo que saborea. No es plata ni oro, ni el placer, ni la curiosidad, ni dignidad cualquiera del mundo. Todo lo tiene por pérdida. Todo lo desprecia y lo considera como basura. Se despojó hasta de sí mismo y no soporta entregarse a lo que sabe que no puede llenarle. Sabe a imagen de quién ha sido creado, de qué grandeza es capaz, y no tolera medrar con minucias para privarse de lo mejor. Por eso saciaré de largos días a quien sólo puede recrearle la luz verdadera y colmarle la luz eterna. Porque esa larga duración no tiene fin, ni su claridad ocaso, ni su saciedad hartura. En la eternidad habrá sosiego, en la verdad gloria, en la saciedad gozo. Y le haré ver mi salvación. Merecerá ver lo que deseaba en el momento en que el Rey de la gloria le presente a la Iglesia radiante, sin mancha alguna, en la claridad del día, y sin arruga por su total lozanía. Al contrario, un espíritu impuro, turbado e inquieto por algo, se desvanece al brillo de su luz.
Por esta razón, como os recordaba, se nos prescribe correr tras la santidad y la paz, porque sin ellas nadie puede ver a Dios. Cuando tu deseo se vea colmado de bienes, hasta no suspirar por nada, pacificada totalmente el alma por su misma plenitud, podrás ya contemplar aquella calma colmada de la majestad,  hecho semejante a Dios, para verla tal como es. Quizá, lleno de gloria en sí mismo, vea eternamente la victoria que Dios ha ganado y contemple el que ahora habite este mundo de delicias cómo toda la tierra se embriaga de su majestad. Parece que a esto se referiría lo que añade el salmo: Y le haré ver mi salvación.

Capítulo 7

Pero, si así lo prefirieseis, también podemos interpretarlo como una aclaración de la promesa de largos días mostrándole su salvación. Lo saciaré, dice, de largos días. Y como si te preguntaras si es posible hablar de días en una ciudad en la que de día no luce el sol porque nunca es de noche, te responde: le haré ver mi salvación. Como se dice en la Escritura, porque su lámpara es el Cordero. Le haré ver mi salvación pero ya no le instruiré en la fe ni le ejercitaré en la esperanza, sino que lo colmaré directamente en la visión. Le haré ver mi salvación: le mostraré a mi Jesús para que vea ya eternamente a aquel en quien creyó, a quien amó y a quien siempre deseó.
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. Muéstranos, Señor, tu Salvador y nos basta, pues el que le ve, te ve a ti, porque está en ti, y tú en él. Esta es la vida eterna, reconocerte a ti como único Dios verdadero, y a tu enviado Jesús, el Cristo. Entonces, Señor, dejarás a tu siervo irse en paz, según tu promesa, cuando mis ojos vean tu salvación, tu Jesús y Señor nuestro, que es el Dios soberano bendito por siempre.
RESUMEN
Nuestro Señor en la diestra trae largos años, y en la izquierda honor y riquezas. La vida que vivimos es, más bien, una muerte; no es vida simplemente, sino vida mortal. Nuestro mejor bien es la privación y no el deleite; ambas pasan enseguida. Pero una conlleva el castigo y la otra el premio. Es necesaria la tribulación que se convierte en gloria, la tristeza que se transforma en fozo; un gozo duradero que nadie arrebatará, un gozo múltiple, un gozo total. No valoremos lo que se ve, sino lo que no se ve. Porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Preguntémosnos las primicias de la gloria, gloriémonos en la esperanza gloriosa del Dios excelso. Pongamos todo nuestro gozo en las diversas tribulaciones que nos sobrevengan. Digamos de verdad con el corazón, repitamos aquella máxima: Más vale visitar la casa en duelo que la casa en fiestas. La luz de la luna será como la luz del sol, dice el Profeta y la luz del sol, siete veces mayor que la de siete lunas.

CUARESMA: SERMO DECIMUS SEXTUS



Sobre el verso decimoquinto: "Me invocará y lo escucharé; con él estaré en la tribulación, lo defenderé y lo glorificaré".

Capítulo 1

Me invocará y lo escucharé. Aquí encontramos una clara alianza de paz, un pacto de piedad, un acuerdo de misericordia y compasión. Espera en mí, lo libraré; conoce mi nombre, lo protegeré; me invocará, y lo escucharé. No dice: Fue digno, fue justo y recto, hombre de manos inocentes y puro corazón; por eso lo libraré, lo protegeré, lo escucharé.. ¿Quién no desconfiaría si hablase así? ¿Quién se atreve a decir: Tengo la conciencia pura? Pero de ti procede el perdón y tu ley infunde respeto, Señor. Dulce ley, que establece el clamor de la oración como único mérito para ser escuchado.
Me invocará y lo escucharé. No es escuchado el que encubre su clamor, o no pide absolutamente nada, o lo pide tibia o débilmente. El deseo inflamado es como un gran clamor para los oídos del Señor; pero el ánimo desganado es como voz apagada. ¿Cuándo atraviesa las nubes? ¿Cuándo se escucha en los cielos? Para que el hombre sepa cómo debe gritar, antes de comenzar a orar se le advierte que va a dirigirse al Padre que está en los cielos. Así recordará que la oración debe ser como disparo impetuoso del espíritu. Dios es espíritu, y todo el que desee que su clamor llegue hasta él deberá clamar en espíritu. Él no mira al rostro del hombre como nosotros, sino que penetra en su corazón. De la misma manera, escucha, más bien, la voz del corazón que la de la boca. Por eso, el Profeta le llama Dios de mi corazón. Moisés callaba exteriormente, pero el Señor escuchaba su interior y le responde: ¿Por qué me gritas?

Capítulo 2

Me invocará y lo escucharé. No sin razón. Una gran necesidad arrancó un gran clamor. ¿Qué pidió gritando sino el consuelo, la libertad y la dignidad? ¿Cómo habría sido escuchado sí hubiera exclamado por otras razones? Lo escucharé, dice. ¿Qué le vas a escuchar, Señor? Con él estaré en la tribulación, lo libraré, lo glorificaré. Podemos relacionar estas tres frases con el triduo que pronto vamos a celebrar. Él sufrió por nosotros el dolor y  la tribulación cuando, por la dicha que le esperaba, sobrellevó la cruz, despreciando la ignominia. Pero, tal como lo había dicho antes de morir, todo llegó a su fin y, como dijo al expirar, queda terminado. En ese momento comenzó su sábado. No se hizo esperar la gloria de la resurrección: al tercer día, al romper el alba, el Sol de justicia amaneció del sepulcro para nosotros.
Así aparecieron juntos el fruto de la tribulación y la verdad de la liberación en la gloria manifiesta. También en nosotros se da cierta trilogía parecida. Con él estaré en la tribulación. ¿Cuándo sucede esto? El día de nuestra tribulación, el día de nuestra cruz, siempre que se cumple lo que él dice: En el mundo tendréis apreturas. Y también el Apóstol: Todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido. Porque no será posible una liberación plena y perfecta antes del día de la muerte: Los hijos de Adán yacen bajo un yugo pesado desde que salen del vientre materno hasta que vuelven a la madre de los vivientes. Ese día precisamente lo libraré, cuando el mundo ya nada pueda contra el cuerpo ni contra el alma. La glorificación se reserva para el último día, el día de la resurrección cuando surja en gloria lo que ahora es siempre en ignominia.

Capítulo 3

¿Cómo sabemos que está con nosotros en la tribulación? Porque nos encontramos atribulados. ¿Quién lo soportaría? ¿Quién subsistiría, quién perseveraría sin él? Tengámonos por muy dichosos, hermanos míos, cuando nos veamos asediados por pruebas de todo género, sabiendo que tenemos que pasar mucho antes de entrar en el reino de Dios y que el Señor está cerca de los atribulados. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. Así es como está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ¿Y cómo viviremos con él? Cuando seamos arrebatados en nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con Cristo. ¿Cuando apareceremos con él en la gloria? Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida. Entre tanto tiene que ocultarse  para que la tribulación preceda a la libertad, y la libertad a la glorificación. Así exclama el liberado: Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo; arrancó mi alma de la muerte; mis ojos, de las lágrimas; mis pies, de la caída. Lo defenderé, lo glorificaré.
Y ahora, hijitos, gritemos al cielo, y nuestro Dios tendrá piedad de nosotros. Gritemos al cielo, porque bajo el cielo todo es trabajo, dolor, vacío y aflicción de espíritu. Nada más falso y enconado que el corazón y sus sentidos, propensos a la maldad. En mis bajos instintos no anida nada bueno. El pecado habita dentro de mí en guerra declarada contra el espíritu. Finalmente, me falta el valor y mi ser muere por el pecado. Pero a cada día le bastan sus disgustos, mientras el mundo entero está en poder del malo. ¿Qué perverso el mundo presente!¡Con qué malicia hacen guerra contra el espíritu los deseos mundanos! Y no olvidemos al jefe de este mundo, de estas tinieblas, de las fuerzas espirituales del mal, de las potestades aéreas y, sobresaliendo entre todos, la serpiente, el animal más astuto. Esto es lo malo de todo cuanto sucede bajo el sol y bajo el cielo. ¿Dónde encontrarás asilo? ¿Dónde esperas algún consuelo, algún auxilio? Si lo buscas dentro de ti, tu corazón está agostado y te olvidas de comer tu pan, abandonado como un muerto. Si lo buscas debajo de ti, el cuerpo mortal es lastre del alma. Si lo buscas en torno a ti, la tienda terrestre abruma la mente pensativa. Búscalo, pues, arriba; pero anda con cautela al pasar por los torbellinos del viento. Porque esos ladronzuelos saben que todo buen regalo y todo don perfecto viene de arriba y cerraron el camino intermedio. Pasa, pues; atraviesa esa maldad vigilante que observa y acecha sin tregua para que nadie pueda huir a la ciudad.
Si te golpean, si te hieren, suéltales tu manto, como José lo dejó en Egipto para aquella adúltera; quédate sin sábana para huir de ellos desnudo, como el joven del Evangelio. ¿Acaso no le entregaron algo más que el manto al poder del malvado cuando se le dijo: Respétale la vida. Así, pues, levanta el corazón; levanta tu clamor, tus deseos, tu ciudadanía, tu intención; y toda tu esperanza estará puesta arriba. Grita al cielo para que te escuche, y el Padre que están los cielos te enviará auxilio desde el santuario, te apoyará desde el  monte Sión. Te auxiliará ahora en la tribulación. Te librará del peligro y te glorificará en la resurrección. Muy grande es todo esto; pero tú, Señor, que eres grande, lo prometiste. Esperamos en tu promesa, y por eso nos atrevemos a decir:
Si clamamos con un corazón piadoso, seguro que nos lo debes por tu promesa. Amén.
RESUMEN
Con él estaré en la tribulación, lo libraré y lo glorificaré. El hombre está sujeto a la tribulación y así debe aceptarlo. Durante la misma recibirá ayuda y consuelo, si es capaz de orar con corazón humilde y puro. Finalmente te glorificará en la resurrección.

CUARESMA: SERMO DECIMUS QUINTUS

 
SERMO DECIMUS QUINTUS



Sobre el verso decimocuarto: "Porque ha esperado en mí, yo lo libraré; lo protegeré, porque conoce mi nombre".

Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro, dice el Señor. Cargad con mi yugo, y hallaréis reposo para vuestras almas, porque mi yugo es llevadero y mi carga es ligera. A los cansados los invita al descanso y a los abrumados los llama al sosiego. Pero todavía no nos quita la carga o el trabajo; lo cambia por otra carga y otro trabajo más llevadero y más ligero; en ellos se encuentra descanso y alivio, aunque no tan manifiestos. Gran carga es el pecado, que yace bajo una tapadera de plomo. Bajo este fardo gemía uno que decía así: Mis culpas sobrepasan mi cabeza son un peso superior a mis fuerzas.
Entonces, ¿cuál es la carga de Cristo, su carga ligera? A mi encender, la carga de sus beneficios. Carga ligera, mas para el que la sienta y la experimente. Porque, si no la encuentras, mirándolo bien, será pesadísima y peligrosa. El hombre es un animal de carga toda su vida mortal. Si aún lleva sobre sí sus pecados, la carga es pesada; si ya le han descargado de sus pecados, es menos pesada; pero, si es una persona cabal, comprobará que este alivio del que hablamos es una carga no menor. Dios nos carga cuando nos alivia; nos carga con sus beneficios cuando nos aligera del pecado. Dice el agobiado: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Dice el sobrecargado: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Dice el abrumado: Yo siempre temí a Dios, considerando su enojo como olas hinchadas contra mí. Siempre temí, dice; lo mismo antes que después de ser perdonado de mis pecados. Dichoso el hombre que siempre persevera en el temor, pero no se angustia con la menor inquietud tanto si se siente abrumado por los beneficios como por los  pecados.

Capítulo 2

A esto nos exhortan los beneficios de Dios, tan solícito y tan espléndido con nosotros. Que nos conmueva su gracia y nos estimulemos al amor. A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos. ¿Qué más pudo hacer por ti y no lo hizo? Ya sé lo que piensas, candorosa criatura. Cuentas con el favor de los ángeles del Señor, pero tú te consumes por el Señor mismo de los ángeles. No contento con sus emisarios, pides y deseas que se te haga presente el mismo que hasta ahora te ha hablado, y que te bese no como por medio de otro, sino con besos de su boca. Has escuchado que caminarás sobre el áspid y el basilisco, sobre el león y el dragón, no ignoras la victoria de Miguel y sus ángeles sobre el dragón. Pero tus deseos suspiran no por Miguel, sino por el Señor. Líbrame, Señor, y ponme a tu lado, y pelee contra mí el que quiera. Eso equivale a buscar un refugio no más alto que otro, sino el más elevado de todos. Así, el que exclama interiormente: Tú, Señor, eres mi esperanza, con razón escucha: Tomaste al Altísimo por defensa.

Capítulo 3

Porque el Señor compasivo y misericordioso no desdeña convertirse en la esperanza de los débiles, no rehúsa presentarse a sí mismo como liberador y baluarte de los que en él confían. Porque se puso junto a mí, lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas, sean hombres o sean ángeles. Jerusalén está rodeada de montañas; pero de poco o nada serviría si el Señor no rodease a su pueblo. Por eso en el Cantar se dice de la esposa que encontró a los centinelas; mejor dicho, ellos la encontraron, pues no los buscaba. Pero no se paró ni se entretuvo con ellos, sino que preguntó inmediatamente por su amado y voló más veloz a buscarlo. Porque su corazón no lo tenía en los centinelas, sino que confiaba en el Señor, contestaba a los que le disuadían: Al Señor me acojo; ¿por qué me decís: Escapa como un pájaro al monte?
Más descuidados fueron los de Corinto; encontraron a los centinelas, se detuvieron con ellos y no siguieron adelante. Yo estoy con Cefas, yo con Pablo, yo con Apolo. Pero ¿qué hicieron los centinelas prudentes y moderados? No podían tomar para sí aquella esposa porque la amaban con un verdadero celo, el celo de Dios, para desposarla con un solo marido y presentarla como virgen intacta a su único Esposo que es Cristo. Le golpearon e hirieron los centinelas. ¿Por qué? Si no me engaño, de esta manera la urgían para que siguiera adelante y encontrase a su amado. Y hasta me quitaron el manto, dice, para que corriera más fácilmente. Advierte la fuerza con que les golpea el Apóstol y qué flechas les dispara porque se habían detenido con los centinelas: ¿Acaso crucificaron a Pablo por vosotros? ¿O es que os bautizaron para vincularos con Pablo? Cuando uno dice: Yo estoy con Pablo; y otro: Yo, con Apolo, ¿no sois como gente cualquiera? En fin de cuentas, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Ministros que os llevaron a la fe. Porque a quien espera en mí, lo libraré.
No espera en los centinelas, ni en el hombre, ni el ángel, sino en mí, sin aguardar nada de nadie, sino de mí y no de ellos. Todo don acabado viene de arriba, del Padre de los otros. Yo hago eficaz la vigilancia de los hombres, que ven las acciones externas, pues los he designado como centinelas suyos. De mí salen las rondas vigilantes de los ángeles, que detectan los impulsos más íntimos: los que seducen de manera especial o alejan a los que nos sugieren la maldad. Pero la vigilancia intima de las intenciones más secretas me la reservo yo, porque hasta ahí no pueden llegar ni los ojos del hombre ni los del ángel.

Capítulo 4

Descubramos, hermanos, esta triple vigilancia y abrámonos como corresponde a cada una de ellas. Procurad la buena reputación ante los hombres, ante los ángeles y ante Dios. Tratemos de agradar a todos en todo, y principalmente al que está sobre todo. Salmodiemos para él en presencia de los ángeles, y se cumplirá así en ellos o que está escrito: Tus fieles verán con alegría que he esperado en tu palabra. Obedezcamos a nuestros dirigentes que velan por nuestro bien, porque han de dar cuenta de nuestras almas para que puedan cumplir su tarea con alegría, no suspirando pesarosos.
Yo, sinceramente, doy gracias a Dios, manantial único de todo don; porque en esto no debo insistiros demasiado, pues no me preocupáis mucho en ese aspecto. ¿No es mi alegría y mi corona vuestra pronta obediencia y vuestra irreprochable vida monástica?¡Ojalá tuviese la certeza de que ni los mismos ángeles encuentran nada indigno en vosotros, que ninguno esconde despojos de Jericó, que no murmura, que no difama a nadie por detrás, que no obra con hipocresía o adulación, que no revuelve en su interior pensamientos vergonzosos, con los que a veces, ¡ay!, suele turbarse también la carne!
Eso aumentaría mucho mi gozo, pero aún no llegaría a su plenitud: Porque no somos tan perfectos que podamos prescindir del posible juicio humano, y mucho menos que seamos irreprensibles para nuestra conciencia. Por otra parte, si aun los mejores temen a Juez tan oculto, cuánto más nosotros, ¿no deberíamos temblar ante el recuerdo de su juicio? ¡Ah, si yo llegase a la certeza de que en ninguno de vosotros hay nada que ofenda a su mirada, la única que ve perfectamente lo que hay en el hombre, incluso lo que no descubre uno mismo! Hermanos, pensemos en este juicio y frecuentemos su contemplación con temor y temblor cuanto menos podamos comprender el insondable abismo de los juicios de Dios y sus irrevocables disposiciones. Por este temor cobra mérito la esperanza y con este miedo se espera justificadamente. 

Capítulo 5

    Si lo pensamos bien, este mismo temor es precisamente un motivo de esperanza firmísimo y eficaz. Porque es como el máximo don de Dios; al recibir los bienes presentes, se esperan más firmemente los futuros. Además, el Señor aprecia a los que le temen y de su amor pende la vida, porque su benevolencia es causa de vida eterna. Ya que espera en mí, lo libraré. Dulcísima liberalidad, segura para los que esperan en él, pues todo el mérito del hombre estriba en que ponga toda su confianza en el que puede salvar al hombre entero. En ti confiaban nuestros padres, confiaban y los ponías a salvo; a ti gritaban, y quedaban libres; en ti confiaban, y no los defraudaste. Porque ¿quién esperó en él y quedó abandonado? Pueblo suyo, confiad en él. Todo lo que pisen vuestros pies será vuestro. Vuestros pies son vuestra esperanza. Todo cuanto desee lo conseguirá, con tal que se apoye totalmente en Dios para que sea sólida y no vacile. ¿Cómo podrá temer al áspid y al basilisco? ¿Por qué asustarse de los rugidos del león y de los silbidos del dragón?

Capítulo 6

Porque ha esperado en mí, lo libraré. Todo liberado necesita que le ayuden siempre, no sea que de nuevo se vea vencido; lo protegeré y lo mantendré, pero si conoce mi nombre; no sea que se atribuya a sí mismo su liberación, sino que dé la gloria a tu nombre. Lo protegeré porque conoce mi nombre. Porque en presencia de su rostro se le rinde gloria y en el conocimiento de su nombre se muestra su protección. La esperanza radica en el nombre, pero su objeto está en la visión del rostro. ¿Quién espera lo que ya ve? La fe sigue al mensaje y, según el mismo Apóstol, es el anticipo de lo que se espera.
Lo protegeré porque conoce mi nombre. No conoce su nombre el que lo pronuncia en falso, diciéndole: Señor, Señor, y no hace lo que él dice. No conoce su nombre el que no le honra como Padre ni le teme como Señor. No conoce su nombre el que acude a los idólatras, que se extravían con falsedades. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el nombre del Señor y no acude a los idólatras, que se extravían con falsedades. Pedro sí que conoció ese nombre cuando decía: No tenemos otro nombre al que debamos invocar para salvarnos. Nosotros sí conocemos su nombre que está con nosotros; pero debemos desear que sea santificado siempre en nosotros y oraremos como nos lo enseñó el Salvador: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
Escucha, finalmente, cómo continúa el salmo: Me invocará y lo escucharé. Este es el fruto del conocimiento de su nombre: el clamor de la oración. Y el fruto de nuestro clamor es que nos escuche el Salvador. Porque no puede ser escuchado el que no lo invoca, ni puede invocarle el que no conoce el nombre del Señor. Demos gracias al Señor, que manifestó a los hombres el nombre del Padre, disponiendo que en su invocación encontremos la salvación, como está escrito: Todos los que invoquen el nombre del Señor se librarán.
RESUMEN
Nuestro Señor nos quita la carga del pecado, pero conservamos otras cargas. Dichoso el que carga con el temor de Dios. Nos gustaría no sólo tener a los ángeles sino sentir al Señor a nuestro lado. En en Cantar de los Cantares se dice que la esposa encontró a los centinelas; mejor dicho, ellos la encontraron pues no los buscaba. Pero no se paró ni se entretuvo con ellos, sino que preguntó inmediatamente por su amado y voló más veloz a buscarlo. En realidad todo don acabado viene de arriba, del Padere de los otros. Tenemos una triple vigilancia: la de los hombres, la de los ángeles y la de Dios. Ninguno de nosotros tenemos la certeza de que en nosotros hay algo que ofende a la mirada de Dios, que ve perfectamente lo que hay en el hombre, incluso lo que no descubre uno mismo. Por tanto, siempre debe persistir el temor. De cualquier forma, todo liberado necesita que le ayuden siempre, no sea que de nuevo se vea vencido: “lo protegeré y lo mantendré”.

CUARESMA: SERMO DECIMUS QUARTUS



Sobre el verso decimotercero: "Caminarás sobre áspides y basiliscos, pisotearás leones y dragones".

Demos gracias, hermanos, a nuestro creador, a nuestro bienhechor, a nuestro redentor, a nuestro remunerador, o más bien a nuestra esperanza. El es nuestro remunerador y nuestra retribución. Todo cuanto de él esperamos es él mismo . Lo primero que nos dio fue el mismo ser: Puesto que él nos hizo y no nosotros. ¿Te parece poco el que te haya hecho? Y piensa cómo te hizo. En cuanto al cuerpo, una maravillosa criatura; pero, en cuanto al alma, todavía más, porque está marcada con la imagen del creador, dotada de razón y capaz de felicidad eterna. Por ambas realidades supera el hombre a las demás criaturas como la más admirable, porque las dos subsisten coordinadas entre sí con misteriosa maestría por la insondable sabiduría del Creador. Este don es muy grande, porque grande es el hombre. Pero ¿consideras bien todo lo gratuito que es? Es evidente, porque nada pudo merecer previamente quien era la más absoluta nada. ¿Y se podría esperar que correspondiera de alguna manera a su Creador? Yo digo al Señor: Tú eres mi Dios, que no tienes necesidad de mis bienes.
Por tanto, él no se esperaba ninguna prestación tuya, porque la necesitase quien se basta a sí mismo en todo; únicamente que con devoción le dieras las gracias porque se lo merece. ¿Y cómo no dárselas? Si alguien te devolverá la vista, te curase la sordera o te reparase el olfato, o el movimiento perdido de manos y pies; si alguien te despertara el uso de la razón adormecida por cualquier causa, ¿quién dejaría de reprenderte seriamente si alguna vez, olvidando este beneficio, sorprendiese tu ingratitud para con ese bienhechor? Pues mira: tu Señor y Dios te regalo esos dones creándolos de la nada. No sólo los creó; los combinó, los formó y los ennobleció a cada uno con su propia misión. ¿Cómo no te va a exigir, con todo derecho, la más cumplida gratitud?

Capítulo 2

Y no contento con este favor, ya inmenso, concediéndote ser lo que antes no eras, todavía sobreañadió los medios para que subsista en ti tu mismo ser. Esta liberalidad no fue menor que aquella otra maravilla. Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Y añade: Que domine los seres del mar y los animales domésticos. Ya antes había dicho que creó para tu servicio todos los elementos del firmamento, pues nos recuerda que fueron constituidos como signos para señalar las fiestas, los días y los años. ¿Para quién? Para nadie sino para ti. Las demás criaturas o no lo necesitan para nada o no lo comprenden. ¿Qué pródigo y generoso que con este segundo beneficio! ¡De cuántas cosas te colmó para tu sustento, para tu educación y para tu consuelo! ¡Cuántas cosas te ha concedido hasta ahora para tu corrección y para tu deleite !
Vuélvete ya hacia el tercer beneficio, que es el de tu redención. Aquí no hay excusa posible. Porque éste sí que fue trabajoso. Y además, totalmente gratuito, pero por lo que a ti toca. Porque para él no fue gratuito, no mucho menos. Has sido salvado. ¿Cómo puede seguir dormido el amor? No duerme; ha muerto si no responde a este beneficio, si no se deshace en acción de gracias y en gritos de alabanza. Este tercer beneficio realza a los dos anteriores, poniendo en evidencia que en ellos también hubo verdadero amor. No dio fácilmente lo fácil. Y no porque rehusó darlo de otra manera, sino parque era conveniente que lo diera así. Te creó tu Dios, hizo por ti tantas cosas, lo hizo por ti, y por ti también se hizo a sí mismo. El Verbo de Dios se hizo hombre y acampó entre nosotros. Queda todavía algo más? Se hizo una misma carne contigo; te hará también un solo espíritu con él.
Que estos cuatro beneficios no vuelen de tu corazón, ni de tu memoria ni de tu amor. Mantén solícita tu alma, apremiándola con ellos como si fuesen tu estímulo; procura inflamarla con estas cuatro teas para devolverle tu amor al que de tantas maneras te manifiesta su amor hacia ti. No olvides nunca lo que él mismo dice: Si me amáis, guardad mis mandamientos. Guarda, pues, los mandamientos de tu Creador, de tu Bienhechor, de tu Redentor, de tu Remunerador.

Capítulo 4

Si sus beneficios son cuatro, ¿cuántos son los mandamientos? Sabemos que son diez. Y, si multiplicas por cuatro este decálogo de la ley, te da una verdadera cuarentena, la cuaresma espiritual. Cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas. Sé cauto con la astucia de la serpiente, anda atento con el enemigo que te acecha. Con cuatro tipos de tentación se empeña en impedirte esta cuádruple acción de gracias que se te pide. También Cristo fue tentado en todo, según escribe verazmente el Apóstol: Probado en todo igual que nosotros, excluido el pecado.
Quizá alguien se extrañe y diga que nunca ha leído cuál fue la cuarta tentación del Señor. Pero creo que no diría esto si recordase este texto: la vida del hombre sobre la tierra es una tentación. Porque quien lo recuerde no podrá pensar que el Señor fue tentado solamente por las tres tentaciones que padeció en el ayuno del desierto, en el alero del templo y en la cumbre del monte. Sí, aquí era manifiesta la tentación. Pero fue mucho más violenta, aunque más oculta, la que ya no le faltó en adelante hasta la muerte de cruz. Tampoco esto contradice a la semejanza que hemos propuesto. porque aquellos tres beneficios pasados son evidentísimos y se ponen de manifiesto a su luz. Pero lo referente a la esperanza de la vida futura aún no se ha mostrado ni se nos ha hecho patente. No es de extrañar por eso que la tentación sobre el futuro sea menos manifiesta, porque también es oculta su causa. Además, es más frecuente e intensa, porque el enemigo pone en juego toda su maldad para luchar contra nuestra esperanza. 

Capítulo 5

Ante todo, para hacernos ingratos contra el autor de la naturaleza, nos inocula una mayor inquietud por la naturaleza, tal como se atrevió a insinuárselo al mismo Cristo cuando sintió hambre: Di que las piedras estas se conviertan en panes, como si su alfarero desconociera nuestro barro o se despreocupase de los hombres el que alimenta a los pájaros del cielo. Qué ingrato es con el que creó todo este mundo para el hombre, quien se rebaja en postrarse ante el maligno para conseguir toda la riqueza que apetece: Todo esto te haré si postrándote me adoras! ¿Acaso lo creaste tú, miserable? ¿Cómo Pretendes dar lo que él creó? ¿Cómo puede esperar de tu adoración lo que está sometido a su dominio por haberlo creado él?
Y en cuanto a eso otro que dice: Tírate abajo, vigílese quien quiera que haya ascendido a lo alto del templo; vigílate, centinela de la casa del Señor; alerta, tú que en la Iglesia de Cristo ocupas un lugar elevado. ¡Qué ingrato e incluso funesto serías con ese gran sacramento de misericordia si crees venerarlo buscando un negocio! ¿Qué infiel eres con el que consagró ese ministerio mediante su propia sangre si buscas en él tu gloria, que es vacío; si buscas tu interés, no el de Jesucristo! ¡Qué íntimamente corresponde a su condescendencia contigo! Por ella te ensalzó mediante la dispensación de los misterios de su humildad, te encomendó los sacramentos celestiales y te entregó poderes más amplios, quizá, que a los mismos espíritus de la gloria. Y ahora tú te arrojas abajo, buscando no lo de arriba, sino lo terreno. Todo aquel que se abate sobre sí mismo y se precipita empujado por el ansia de la vanagloria, indudablemente, en vez de darle gracias, injuria al Señor de las virtudes, que tanto padeció entre nosotros para imprimimos la forma de esta santidad. 

Capítulo 6

Reflexionemos atentamente, hermanos, si la tentación que turba al alma bajo pretexto de necesidad corporal no debe compararse con el áspid. Porque este animal hiere con su virulenta mordedura y cierra su oído para no oír la voz del encantador. ¿Y qué pretende denodadamente el tentador sino cerrar y endurecer el oído del corazón contra los consuelos de la fe? Pero no lo consiguió el enemigo, no obstruyó el oído del que dijo: No de sólo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sabe de la boca de Dios. Porque cuando dice: Todo esto te daré si postrándote me adoras, debemos descubrir el fascinante silbido del dragón insidioso. Dicen que, ocultándose en la arena, atrae incluso a las aves con su venenoso hálito. ¡Y qué soplo tan mortífero! Todo esto te daré si postrándote me adoras. Mas en esta ocasión no se trataba de un ave cualquiera, porque nada consiguió el dragón.

Capítulo 7

¿Y qué diremos del basilisco? Es lo más monstruoso que existe: sólo con su mirada envenena y mata al hombre. Si no me equivoco, es la misma vanagloria. Cuidado con hacer vuestras obras delante de la gente para llamar la atención. Como si dijera: Libraos de los ojos del basilisco. Pero ¿a quién hiere? al que no lo ve. Si lo descubres tú primero, ya no te hará daño; incluso muere. Así es, hermanos. La gloria vana mata a los que no la ven; a ciegos y negligentes. que alardean de sí y se arriesgan ante ella, en vez de observarla con atención, mirarla y desvanecerla. No ven todo lo frívola, caduca vana y frágil que es. Todo el que mire así al basilisco, le obliga a morir y ya no le mata la gloria; es ella quien muere y cae convertida en polvo, reducida a la nada. Creo que huelga preguntar qué tiene que ver con la vanagloria aquella tentación: Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo. ¿Qué pretendía sino que fuese admirado y ser descubierto así por el basilisco?

Capítulo 8

Observa cómo se ocultó el basilisco para no ser descubierto antes. Porque está escrito: A sus ángeles ha dado órdenes y te llevarán en sus palmas. ¿De qué hablas, malvado; di? A sus ángeles ha dado órdenes. ¿Pero qué les ha mandado? Fijaos y veréis que se calla taimadamente lo que desbarataría la mentira de su engaño. Porque ¿qué les ha mandado? Lo dice el salmo: Que te guarden en tus caminos. ¿O será en los precipicios? ¿Qué clase de camino es ése, tirarse del alero abajo? Eso no es camino, es muerte. Y si es camino, será el tuvo, no el suyo. En vano tergiversaste para tentar a la Cabeza lo que fue escrito para consolar al cuerpo. Solamente necesita custodio quien puede temer que su pie tropiece en la piedra. No hay por qué custodiar al que no tiene motivos para temer. ¿Y por qué te callas lo que dice seguidamente: Caminarás sobre áspides y basiliscos, pisotearás leones y dragones? A tu fe concierne esta comparación. Con estos monstruosos apelativos queda bien manifiesta la monstruosa malicia que va a pisotear la Cabeza y el cuerpo entero.
Lo hizo cuando, después de haber burlado al enemigo por tres veces, éste no recurrió a la astucia de la serpiente para atacar al Señor, sino que se sirvió de la crueldad de león hasta los oprobios, los azotes, la muerte, y muerte de cruz. Pero ahora también le ha dominado claramente el León de Judá. Por eso, al verse frustrado en todo, suscita una persecución con todo su furor contra nosotros, hermanos, como no la ha habido desde que el mundo es mundo, para cerrar el paso con la violencia de la tribulación a los que esperan el reino de los cielos. ¡Feliz el alma que, pisoteando al mismo león con fuerza arrolladora, logrará arrebatarlo violentamente!

Capítulo 9

Por eso, pues, hermanos, andemos con mayor cautela e inquietud, como sobre áspides y basiliscos. Evitemos toda ocasión de amargura para que nadie entre nosotros sea mordaz, osado o colérico, contumaz o rebelde. Y no nos tiremos abajo; pasemos y saltemos por encima del guiño mortal de la gloria temporal. Así, conforme está escrito: en vano se tiende una red visible a los seres alados, pisotearemos al león y al dragón para que no nos aterrorice su rugido ni nos inficione su aliento. 
Parece que estos cuatro monstruos están incubando sobre otros tantos afectos, uno cada uno. ¿A quién acecha el dragón particularmente? Pienso que a la concupiscencia, porque sabe que es la raíz de todos los males y que arruina el corazón al máximo. Por esa razón le dijo como mirando por su bien: todo eso te daré. Porque lo del león es rugir espantosamente, pero sólo a la puerta del temor. Mientras que el áspid observa las puertas de la tristeza, pues piensa que están más abiertas para él. Por eso no se acercó al Señor Cristo hasta que sintió hambre. Por el contrario, la alegría deberá precaverse del basilisco, porque es el principal acceso por el que suele introducir los rayos venenosos de sus ojos; y la vanagloria no es nociva sino por la vanidad de la alegría.

Capítulo 10

Piensa también si no podremos contrarrestar con cuatro virtudes estos cuatro peligros. Ruge el león; ¿quién no temerá? El que lo consiga, lo hará por su fortaleza. Pero, superado el león, se esconde en la arena el dragón para atraerlo a su corrompido soplo, infundiéndole la concupiscencia terrena. Quién crees que eludirá sus asechanzas? Solamente la prudencia. Pero quizá, mientras te abstienes de condescender con las cosas, te cerca una tribulación y te sorprende el áspid, porque cree que ha encontrado el momento más oportuno. ¿Quién evitará la exasperación del áspid? La templanza y la sobriedad, expertas en abundancias y penurias.
Pienso que en esta ocasión pretenderá fascinarte lisonjeándote con su mirada perversa. ¿Quién podrá desviar su vista? La justicia, que se resiste a apropiarse la gloria que pertenece a Dios, y la rehúsa también si otros se la ofrecen. Cuando realmente el hombre es justo y pone por obra en justicia lo que es justo, no hace sus obras de piedad delante de la gente y, en fin aun siendo justo, nunca se enorgullece. Esta verdad, en definitiva, es la humildad que purifica la intención y consigue todo mérito más auténtica y eficazmente cuanto menos lo atribuye a sí mismo.

RESUMEN
Debemos dar gracias a nuestro Creador por habernos hecho como maravillosas criaturas dotadas de cuerpo y alma. Nos hizo sin precisar nada de nosotros y le debemos gratitud. Nos hizo dueños de los mares y de la tierra y nos dio la capacidad de redención. Nos dijo que si lo amamos guardaremos sus mandamientos. Hay una cuarta tentación que es nuestra esperanza en la vida futura. El buscar los beneficios terrenos, olvidando los espirituales, es una injuria a Dios. La mirada del basilisco es la vanagloria. Debemos evitarla de cualquier forma y morirá por si misma. Los caminos del basilisco no son tales, sino aleros y precipicios. El basilisco, enfurecido por su fracaso, nos ataca violentamente. La alegría y la vanidad es la forma en que tal bestia se introduce en nuestras vidas. Nos acecha el león, el dragón y el basilisco. Podremos defendernos a base de templanza y sobriedad. La verdadera justicia evita la publicidad; busca la humildad y el secreto. 

CUARESMA: SERMO DECIMUS TERTIUS



Sobre el verso decimotercero: "Caminarás sobre áspides y basiliscos, pisotearás leones y dragones".

Capítulo 1
Podemos relacionar el versículo que tenemos entre manos: te llevarán en sus palmas, con los consuelos presentes y con los futuros. Los ángeles santos nos guardan en nuestros caminos, pero nos llevan en sus palmas por un camino perecedero: el de nuestra vida temporal. No carecemos de testigos que nos lo dicen fielmente. No hace mucho que escuchasteis en la lectura de nuestro santo padre Benito, el todo bendito, que, cuando fijaba su mirada en el brillo de una luz deslumbradora, vio cómo el alma de Germán, obispo de Mantua, era llevada al cielo por los ángeles en un globo de fuego. Mas ¿qué necesidad tenemos de estos testimonios? La Verdad misma nos refiere en el evangelio que el mendigo y llagado Lázaro fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Porque tampoco podríamos caminar por aquella región tan nueva para nosotros por sernos desconocida; especialmente por la enorme piedra del camino. ¿Qué piedra? El que antiguamente era adorado en las piedras, el que le mostró unas piedras al Señor, diciéndole: Manda que estas piedras se conviertan en.pan. Y tu pie es tu afecto, el pie del alma, que llevan los ángeles en sus palmas para que no tropiece en la piedra. ¿No iba a turbarse el alma si saliera ella sola de esta vida, si se adentrase sin un auxilio por aquellos caminos, si anduviese con sus pies entre esas piedras?
Capítulo 2
Cualquiera sabe si no tendrán distribuidos contra ellos las operaciones del mal, como ministerios de la iniquidad; y por sus diversos oficios, o más bien maleficios, llevan nombres distintos. Por eso, quizá, a uno se le llama áspid; el otro, basilisco; al otro, león, y al otro, dragón. Porque hacen el mal cada uno con su invisible peculiaridad: uno mordiendo, otro amenazando, otro rugiendo o golpeando y otro resollando. Sé de una ralea de demonios que no puede echarse más que a fuerza de oración Y ayuno, porque nada consiguió la palabra increpatoria de los apóstoles. Ese áspid, ¿Cómo no va a ver aquel áspid sordo del salmo, que cierra el oído para no oír la voz del encantador? ¿Deseas que no te espante tan horroroso monstruo? Quieres caminar seguro, después de la muerte, sobre ese áspid? Guárdate de ir ahora tras él, guárdate de imitarle, y no tendrás por qué temerle en el futuro.
Capítulo 3
Realmente hay un vicio que, a mi parecer, es dominado por semejante espíritu. ¿Queréis saber cuál es? El rodeo del que en el sermón de ayer os exhortaba a que os guardaseis; se trata de la obstinación, en contra de la cual os hablé anteriormente. No me arrepiento de preveniros contra tan grave calamidad siempre que tenga ocasión, para que huyáis de ella por todos los medios. Porque éste es el mayor estrago de la religión. Y, conforme lo atestigua el Legislador, veneno mortal de basiliscos. Se dice que el áspid pega un oído a la tierra con mucha fuerza y tapa el otro metiéndolo en la cola para cerrarlo por completo y no oír nada. ¿Qué puede conseguir así la voz del encantador y el sermón del que predica? Por eso oraré y humillaré mi alma con el ayuno, me bautizaré como en caudalosa corriente de lágrimas por el que ha muerto, en favor de quien ya no sirve para nada cualquier resorte del encantador humano ni cualquiera otra amonestación.
Sepa, sin embargo, ese espíritu pertinaz que no pone su cabeza en el cielo, sino en la tierra. Porque el conocimiento que procede de lo alto, ante todo, es límpido y apacible. Pero este otro, que yo diría propio de áspides, sólo puede ser terreno. No quedaría tan sordo si no tapase el otro oído con la cola. ¿Qué es esta cola? El objeto de la intención humana. Es una sordera desesperanzada, porque se pega a su propia voluntad como clavándose en la tierra. Y además tuerce la cola, tramando algún objetivo y clavando en su ánimo lo que pretende. Por favor, hermanos, por favor, no cerréis vuestros oídos, no endurezcáis jamás vuestros corazones. La boca del hombre obstinado se expresa tan mordaz y amarga porque ya no puede penetrar en él la benevolencia del que le amonesta. Por eso lleva siempre en el aguijón de su lengua el veneno del áspid, porque ha cerrado adrede el oído para no oír al encantador.
Capítulo 4
El basilisco, según dicen, lleva el veneno en el ojo; es un animal feroz y el más execrable. ¿Deseas averiguar el ojo envenenado, maléfico y malvado? Piensa en la envidia. ¿Quién envidia sino el que mira mal? Si el enemigo no fuera un basilisco, nunca habría entrado la muerte en el mundo por su envidia.¡Desgraciado el hombre que no se entera de esa envidia! Superemos, pues, este vicio, si deseamos no tener después de la muerte al servidor de tan enorme iniquidad. Que nadie mire el bien ajeno con ojos envidiosos, porque esto mismo supone la inoculación del veneno y la muerte. La Verdad misma declara homicida a quien odie a otro hombre. ¿Y qué puede decirse del que odia el bien ajeno? ¿No habrá que llamarle homicida? Aun en vida, ya es reo de muerte. Todavía sigue ardiendo el fuego que el Señor Jesús trajo a la tierra, y el envidioso, por haber sofocado el espíritu, ya está condenado.
Capítulo 5
¡Ay de nosotros frente al dragón! Es una bestia cruel, extermina cuanto alcanza su resuello incendiario, ya sean los animales de la tierra o las aves del cielo. Y yo creo que no es otro sino el espíritu de la ira.¡A cuántos, cuya vida parecía sublime hemos tenido que llorar por haber caído torpemente debajo de su boca, abrasándose miserablemente con el resuello de este dragón! ¡Cuánto mejor hubiese sido airarse contra sí mismos, y así no habrían pecado!
La ira es una pasión natural del hombre; pero, si se abusa de este don, se convierte en grave ruina y exterminio. Orientémosla, hermanos, hacia el bien, no sea que se lance al mal o a lo inútil. Así suele suceder que el amor elimina al amor y el temor se diluye con otro temor. Dice el Señor: No temáis a los gue matan el cuerpo y después no pueden hacer más. Y añade: Os voy a indicar a quién debéis de temer: temed al que tiene poder para matar y después echar en al fuego. Sí, a ése temedle. Como si dijera claramente: Temedle a ése, y así no temeréis a los otros. Que os llene el espíritu del temor del Señor, y no habrá sitio en vosotros para otros temores. Y os lo aseguro: no yo, sino la misma Verdad; no yo, sino el Señor. No os enojéis con los que os roban lo caduco, os insultan y hasta os atormentan pero no pueden haceros nada más. Yo os diré con quién debéis airaros. Irritaos contra quien sólo puede dañaros consiguiendo que ninguna cosa os sirva para nada.
¿Queréis saber de qué se trata? De vuestro propio pecado. Sí, arded de ira contra él. Porque no lo dañará adversidad alguna a quien no le domine pecado alguno. Quien se enoje de lleno contra el pecado, no se alterara por nada, pues todo lo asume. Yo, estoy resignado ante el castigo. Ya sea que me confisquen todo, que me insulten o maltraten mi cuerpo, estoy resuelto, y nada me arredrará, porque mi dolor no se aleja de mí. ¿Cómo no menospreciaré las contradicciones externas, si las comparo con esta aflicción? Un hijo mío, salido de mis entrañas, intenta matarme. ¿Cómo puede enojarme que me maldiga este siervo vil? Siento palpitar mi corazón y me faltan las fuerzas y hasta la luz de los ojos. ¿He de llorar los perjuicios materiales y tener en cuenta las molestias de mi cuerpo?

Capítulo 6
De aquí nace no sólo la mansedumbre; invulnerable al resoplido del dragón, sino también esa entereza de ánimo que no se aterra por el rugido del león. Vuestro adversario ruge como un león, dice Pedro. Gracias a aquel gran León de la tribu de Judá, puede rugir, pero no herir. Ruja cuanto quiera; no tiene por que huir la oveja de Cristo.¡Qué manera de amenazar, de exagerar, de provocar! No seamos como animales a quienes hace temblar su vano rugido.
Afirman los entendidos que, ante el rugido del león, ningún animal se mantiene en pie, ni siquiera los que se enfrentan con todo furor a sus zarpazos; y, aunque a veces lo vencen en la pelea, no resisten a sus rugidos. Realmente es bestia e insensato el pusilánime que retrocede por un simple temor, que se siente vencido sólo por la inminencia de la próxima lucha; y que cae antes de la pelea no por las armas, sino por el tronar de las trompetas. Aun no habéis resistido hasta la sangre, dice ese valiente guerrero que conocía muy bien la vaciedad de su rugido. Y en otro lugar se añade: Resistidle al diablo, y os huirá.
RESUMEN
El demonio tiene un oído pegado a la tierra y otro cerrado para no oír. Se basa en la obstinación y en la envidia. Debemos temer la ira del dragón. La ira mal encaminada puede convertirse en ruina y exterminio. Debemos enojarnos contra el pecado y el castigo consecuencia del mismo. No debemos preocuparnos ante los rugidos del maligno. Debemos resistir al diablo y no dejarnos vencer por el temor al mismo.

CUARESMA: SERMO DUODECIMUS



Sobre el duodécimo verso: "Te llevarán en sus palmas para que tu pie no tropiece en la piedra".


Capítulo 1


    Si recordáis, en el sermón de ayer dijimos que los caminos de los demonios son la soberbia y la obstinación, y no silenciábamos por qué lo decíamos. Sin embargo, si lo creéis necesario, podéis seguirles por otro camino. Pues, aunque hacen todo lo posible por ocultarlo, el Espíritu Santo descubre de mil maneras y manifiesta muchas veces a los santos en las Escrituras las sendas de los malvados. Así, de todos ellos se nos dice: Los malvados merodean en torno nuestro. Leemos sobre su caudillo que ronda buscando a quién devorar. Y tiene que confesarlo ante la majestad divina; pues, cuando se encontrara con los hijos de Dios, se le preguntó de dónde venía. Respondió: He rondado por la tierra y la he recorrido.
   Digamos, pues, que su caminar es dar vueltas y cercar: nos cerca a nosotros y da vueltas en torno a sí mismo. Siempre está levantándose y siempre es derribado; su soberbia siempre se encumbra y siempre es humillada. ¿No es eso estar dando vueltas? Y el que procede así no para, pero tampoco avanza. ¡Ay del hombre que sólo sabe girar de esa manera, sin salir nunca de su propia voluntad! Si te empeñas en arrancarle de ella, parecerá que avanza, pero en vano. Es un mero rodeo; sólo intenta cambiar de sitio, sin arrancarse nunca de sí mismo. Se esfuerza de mil maneras, quiere huir; pero siempre está cosido a su propia voluntad.

Capítulo 2

    Y si malo es girar sobre sí mismo, mucho peor es que te cerquen otros. Esta es la principal característica del diablo. ¿Por qué, hermanos, ese arrogante baja para rondarle al hombre? Mira las vueltas que da también el impío dentro de sí. Sus ojos se levantan hacia todo lo sublime y observan con curiosidad lo más ínfimo, pero es para empinarse más, para pavonearse más. Despreciando al humilde, se cree más elevado, según está escrito: La soberbia del impío oprime al infeliz.
  ¡Qué perversamente emula el ángel malo a los ángeles buenos; que también suben y bajan! Su fe con afanes de jactancia, baja con el odio de la maldad. Su ascensión es una mentira, y su descenso una crueldad. Como ayer decíamos, sin esperanza de misericordia y lealtad. Y, si bajan los espíritus malignos para rodearnos, también los ángeles buenos descienden para ayudarnos y guardarnos en todos nuestros caminos. Y aún más: Te llevarán en sus palmas para que tu pie no tropiece en la piedra.

Capítulo 3

     Hermanos, estas palabras de la Escritura nos brindan doctrina, amonestación y consuelo. ¿Hay algún salmo que consuele tanto como éste a los débiles, que interpele así a los negligentes y que instruya a los ignorantes? Por eso quiso la divina Providencia que, durante este tiempo cuaresmal especialmente, repitiésemos con frecuencia este verso del salmo. Y todo porque el diablo se lo apropió. Así, aun a su pesar, ese siervo miserable está sirviendo en eso mismo a los hijos. ¿Puede haber algo más molesto para él y más agradable para nosotros que el mismo mal redunde en provecho nuestro?
  A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos. Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Denle gracias y digan también los gentiles: El Señor ha estado grande con ello: Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él, o el Hijo del hombre, que así lo aprecias? Te acercas cariñósamente a él, te desvives y cuidas de él. Le envías, además, tu Unigénito, le infundes tu Espíritu y hasta le prometes tu gloria. No quieres que en los cielos desaparezca esta atención hacia nosotros; por eso nos envías a los espíritus bienaventurados para que nos sirvan, les asignas nuestra custodia y los haces guías nuestros. No te bastó hacer a los espíritus ángeles tuyos; los hiciste también ángeles de los niños. Sus ángeles están viendo siempre el rostro del Padre. A esos espíritus tan dichosos los haces ángeles tuyos y nuestros para nosotros y para ti.

Capítulo 4

    A sus ángeles ha dado órdenes. ¡Qué maravillosa condescendencia y qué entrañas de amor! Porque ¿quién los mandó, para qué, a quiénes y qué les mandó? Meditemos, hermanos, atentamente; recordemos vivamente esta orden soberana. ;Quién los mandó? ¿De quién son ángeles? ¿Qué órdenes obedecen? ¿A qué voluntad se someten? A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden a ti, y no vacilan ni para llevarte en sus palmas. Lo ordenó la suma majestad y lo mandó a sus ángeles. Es decir, a unos espíritus sublimes, plenamente felices, unidos a él definitivamente, allegados a él con tanta familiaridad, que son verdaderos íntimos de Dios. Y los mandó cerca de ti. ¿Quién eres tú? Señor, ¿qué es el hombre para que re acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Pero ¿no se consume como una cosa podrida, como vestido roído por la polilla?
   ¿Por qué piensas que les dio órdenes? ¿Acaso lo hizo con amargura contra ti? ¿O tal vez para que exhiban su poder persiguiendo a la paja seca como a hoja que vuela? ¿O quizá para extinguir al impío sin que pueda ver el poder de Dios? Esto se ordenará en su día,  pero  aún no está mandado. No te alejes de la sombra del Altísimo, vive a la sombra del Omnipotente para que nunca dé esa orden contra ti. Porque, si te protege el Dios del cielo, sólo les dará órdenes en tu favor. No lo manda ahora mismo; lo demora por ti, para que todo redunde en bien de los elegidos. Por esta razón, el providente dueño de su hacienda dice a sus obreros, que estaban ya dispuestos a escardar la cizaña sembrada con el trigo: Dejadlos crecer juntos hasta la siega, para que no arranquéis también el trigo. ¿Cómo podrá esperar tanto tiempo? Esta y no otra es la orden que han recibido los ángeles para esta vida y éste es su actual cometido.

Capítulo 5

   Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden.¡El trigo entre cizaña! ¡El grano entre paja!¡El lirio entre espinas!¡Démosle gracias, hermanos; démosle gracias! Nos confía un precioso depósito: el fruto de su cruz y el precio de su sangre. No se contentó con esta custodia tan poco segura, tan poco eficaz, tan frágil, tan insuficiente. Y sobre tus murallas, Jerusalén ha colocado centinelas. Pues, aun aquellos que parecen murallas y pilares de las mismas murallas, necesitan centinelas, y más que nadie.

Capítulo 6

     A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos.¡Cuánto respeto debe infundirte esta palabra, qué devoción debe suscitarte, qué confianza debe darte! Respeto, por su presencia; devoción, por su benevolencia; confianza, por su custodia. Anda siempre con recato; los  ángeles están presentes en todas partes, en todos tus caminos. Eso les ordenó. En cualquier aposento, en cualquier rincón, respeta a tu ángel. ¿Te atreverías a hacer en su presencia lo que no te atreverías delante de mí? ¿Dudas de su presencia porque no le ves? ¿Y si le oyeses? ¿Y si le tocases? ¿Y si le olieras? Piensa que no se percibe la presencia de los seres sólo con los ojos. No todo está al alcance de la vista, ni siquiera lo material. ¡Cuánto más lejos de todo sentido estará lo espiritual, que deberá ser buscado más bien espiritualmente!
   Si consultas a la fe, ella te convencerá de que no te falta la presencia de los ángeles. Y no me sonroja haberlo dicho, porque la fe reconoce lo que el Apóstol define sin dudas como prueba de las realidades que no se ven. Están, pues, presentes y te asisten; no sólo están contigo; también te cuidan. Están contigo para protegerte, están contigo para servirte. ¿Cómo pagarás al Señor todo el bien que te ha hecho? Sólo a él el honor y la gloria. ¿Por qué sólo a él? Porque el lo dispuso y todo don acabado viene de arriba.

Capítulo 7

     A pesar de que él se lo mandó, no debemos ser desagradecidos para con ellos, ya que le obedecen con tanto esmero y nos ayudan en tanta necesidad. Seamos, pues, adictos suyos, estemos agradecidos a tan maravillosos custodios; correspondamos a su amor, honrrémosles cuanto podemos y debemos. Pero entreguemos todo nuestro amor a quien, tanto a ellos como a nosotros, nos ha concedido poder amarle y honrarle y ser amados y honrados. Porque cuando dice el Apóstol: A él solo el honor y la gloria, no debemos creer que cae en contradicción con el Profeta, que dice por otra parte: A nadie le quedéis debiendo nada, fuera del amor mutuo. Pues no quería que adquiriesen otros compromisos, sobre todo habiendo dicho él mismo: Pagad a quien debáis honor, honor, y todo lo demás de igual modo.
   Para que comprendas plenamente lo que él pensaba en estos dos pasajes y a qué nos exhortaba, piensa que ante los rayos de sol desaparecen los otros astros. ¿Concluiremos que ya han sido desplazados o se han extinguido los  demás estrellas? De ningún modo; han sido encubiertas por una claridad mayor y ahora no pueden aparecer. Así, también el amor, superando otras obligaciones, parece imponérselos él a solas, como reivindicándose todo lo que debemos a otras exigencias, para hacerlo todo por amor. Por eso prevalece él honor a Dios y, en cierto modo, se opone a todo lo demás para ser honrado en todo. Aplica al amor todo lo dicho. Porque fuera de él, ¿queda algo para lo demás, si se ha entregado todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas al amor  el Señor Dios? En él pues, hermanos, amemos afectuosamente a sus ángeles como a futuros coherederos nuestros, designados en el momento presente por el Padre como nuestros guías, tutores y caudillos puestos sobre nosotros. Porque, si ahora somos hijos de Dios, aún no lo vemos, pues estamos todavía bajo tutores y administradores, como los siervos.

Capítulo 8

    Por lo demás, aunque somos tan niño  y nos queda todavía un camino tan largo y tan peligroso, ¿por qué vamos a temer teniendo estos custodios? No pueden ser vencidos ni engañados, y menos aún son capaces de engañarnos los que nos guardan en todos nuestros caminos. Son fieles, son prudentes, son poderosos; ¿por qué tememos? Limitémonos a seguirles, unámonos a ellos, y viviremos a la sombra del Todopoderoso. Piensa, pues, cuánto necesitas esta protección y esta custodia en tus caminos. Te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en la piedra. ¿No te importa tropezar con piedras en el camino? Escúchalo bien: Caminaras obre áspides y basiliscos, pisotearás leones y dragones. ¡Cuánto necesitas del guía, y hasta del bastón, siendo como eres un niño que tiene que caminar entre tantos peligros! Te llevarán en sus palabras. Sí, te guardarán en tus caminos y llevarán al niño por donde puede andar un niño. Además, no consentirán que te tienden más allá de tus fuerzas, sino que te cogerán con sus manos para que saltes por encima de  tropiezo. ¡Con qué facilidad camina el que es llevado por esas manos! ¡Con qué naturalidad nada, como dice el refrán, el que es llevado por la barbilla!

Capítulo 9

    Por tanto, siempre que intuyas una gravísima tentación que te viene encima o una gran tribulación que te amenaza, invoca a tu custodio, a tu guía, a tu ayuda, en la necesidad y en la contrariedad. Invócale y di: Sálvanos, Señor que perecemos. No duerme ni se adormece, aunque de momento se haga a veces el desentendido, no sea que tú mismo caigas de sus manos, con grave peligro por creer que no te sostiene. Porque sus manos son espirituales y sus auxilios son también espirituales. Los ángeles que les han sido asignados se las brindan a cada uno de los elegidos espiritualmente y de mil maneras en atención a la diversidad de cada uno y según la dificultad que se les presente por la importancia del obstáculo. Voy a referirme solamente a lo que pienso que sucede con más frecuencia, y que pocos de vosotros desconoceréis por no haberlo experimentado. ¿Siente alguno una gran turbación, o cualquier achaque corporal, o alguna contrariedad mundana, o acedia espiritual, o desaliento por falta de valor? Ya empieza a ser tentado por encima de sus fuerzas, ya se siente empujado a tropezar en la piedra, si no tiene quien le ayude.
  ¿Y qué piedra es ésta? Yo pienso que es esa piedra de tropiezo y escándalo en la que, si alguien tropieza se estrellará si le cae encima, lo aplastará. Se trata de la piedra angular, elegida y digna de honor, que es Cristo el Señor. Tropieza en esta piedra el que murmura contra él, el que se escandaliza abatido su ánimo en la adversidad. Todo el que está a punto de desfallecer Y de tropezar en la piedra, necesita el socorro del ángel, su consuelo y la ayuda de sus manos. Y eso es lo que le sucede realmente al que murmura y blasfema, estrellándose él mismo y no aquel contra quien se lanza en su furor.

Capítulo 10

     Creo que tales personas, a veces, son sostenidas por los ángeles como por sus dos manos, para que, casi sin sentirlo, superen lo que tanto les acobardaba y en lo sucesivo no se extrañen ni de la facilidad que luego encuentran ni de la dificultad anterior. ¿Queréis saber cuáles son, a mi entender, esas dos manos? Dos conocimientos: el de la brevedad de los sufrimientos presentes y el de su eterna retribución. Los dos se abren, o más bien se graban e imprimen en nuestro corazón, cuando se experimenta con íntimo sentimiento que nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna,  una gloria  que las sobrepasa desmesuradamente. Quién puede dudar que estos buenos sentimientos no son sugeridos por los ángeles buenos, cuando, al contrario, está claro que las malas inspiraciones provienen del malo? Tratad hermanos míos, familiarmente a los ángeles; llevadlos a menudo en el pensamiento y en la devota oración, pues siempre están con vosotros para defenderos Y consolaros.

RESUMEN
El pecador gira sobre sí mismo y los demonios nos acechan a nuestro alrededor. Los ángeles, seres benéficos, nos protegen de los obstáculos que encontramos en el camino. Debemos amarlos y saber de su existencia aunque no podamos verlos. El sufrimiento es siempre pasajero y las ventajas de superarlo tienen una retribución infinita y eterna.

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