CUARESMA: SERMO OCTAVUS
Sobre el octavo verso: "Nada más mirar con tus ojos, verás la paga de los malvados".
Capítulo 1
Os hablaría más brevemente, amadísimos, si pudiera hacerlo con más frecuencia; creo que esto también vosotros habéis podido advertirlo alguna vez. Pues, además del peso agobiante de cada jornada, hemos tenido que soportar muchos días el molestísimo silencio de vuestro consuelo y aliento. Por eso creo que nadie podrá extrañarse si, llevado del deseo de ganar tiempo, el sermón, cuanto menos frecuente, debe alargarse más. Vaya por delante este breve exordio para excusarme ante vosotros, a la vez, por la prolijidad del sermón de ayer y por la brevedad del de hoy, pues me temo que para algunos, uno u otro haya resultado menos grato, o más bien los dos.
Su brazo es escudo y armadura. No temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta al mediodía. Caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará.
A partir de aquí hemos expuesto en los sermones precedentes lo que la misma Verdad se ha dignado brindarnos: cómo se defiende al alma fiel ahora en las tentaciones y después en las dificultades. Ambas cosas las menciona más brevemente el Profeta en otro salmo: Con tu ayuda seré liberado de la tentación; fiado en mi Dios, asaltaré la muralla. Si él es mi guía, ni al entrar aquí encontraré tropiezos, ni al subir allí obstáculos. Quedan, pues, representadas la constante salvación y la garantía de la plena liberación. Y todavía añade una tercera promesa: tu lo verás con tus propios ojos, como oferta de una felicidad no pequeña. Porque caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará. Tú lo verás con tus propios ojos. Te ruego, Señor, que sea así. Caigan ellos, y no yo; sientan terror ellos, y no yo; véanse defraudados ellos, y no yo.
Capítulo 2
Con toda evidencia y brevemente se nos confía aquí la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo. Cuando ellos caen abatidos, yo mismo seré quien lo vea, y no se engañarán mis ojos al contemplar su último merecimiento. Porque no dice simplemente "con los ojos", sino "lo verás con tus propios ojos". Con estos que ahora se debilitan y me abandonan por tantas aflicciones mientras esperas en tu Dios. Realmente, hermanos, esperando, los ojos se nublan de pesar. ¿Quién espera lo que ya ve? Esperanza de lo que se ve, ya no es esperanza. Lo verás entonces con esos ojos que ahora ni te atreves a levantarlos al cielo; con los mismos que en este entretanto se arrasan en lágrimas tantas veces y se arrasan por la constante compunción. No creas que te darán otros nuevos, porque los tuyos serán renovados. ¿Qué hablo yo de los ojos, una parte tan pequeña del cuerpo humano, pero tan relevante y maravillosa, si ni un solo cabello de nuestra cabeza se perderá? Esa es la gozosa esperanza depositada en nuestro mismo seno por la promesa del que es la fidelidad.
Capítulo 3
Tal vez se nos promete expresamente la visión de los ojos, porque el mayor deseo del alma en esta vida parece ser la contemplación de la bondad. Espero ver la bondad del Señor en el país de la vida. Desea que le abran a la verdad suprema las ventanas más elevadas del cuerpo, porque anhela ser guiado por la visión y no por la fe: Es cierto que la fe sigue a la escucha del mensaje y no a la visión. Además es anticipo de lo que se espera, prueba de realidades que no se ven. Luego en la fe, como en la esperanza, nos falta la visión; sólo nos sirve la escucha. Dice el Profeta: El Señor me abrió el oído; pero algún día nos abrirá también los ojos. Y entonces ya no se nos pedirá: escucha, hija, inclina tu oído. Sino: Levanta ya tu mirada y Contempla. ¿Qué? El gozo y la dicha que atesora para ti tu Dios. ¿Qué más? No sólo eso, que, a pesar de que no lo ves, puedes escuchar y creerlo, sino además lo que ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado: lo que Dios ha preparado para aquellos que le aman. Después de la resurrección, los ojos quedarán cautivados por todo lo que ni el oído ni el alma misma pueden captar ahora. Pienso que, debido a este apasionado deseo sensible del alma de ver o que oye y cree, un pregonero cualificado de la futura resurrección menciona expresamente el sentido de la vista, diciendo: después de que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro; mis propios ojos lo verán; y añade: ¡el corazón se me deshace en el pecho!
Capítulo 4
Tal vez debamos considerar con mayor atención lo que acaba de decir: mis propios ojos, o como dice el salmo: lo verás con tus propios ojos. ¿Es que ahora puedo considerarlos cómo míos? En absoluto, no son míos. En algún momento lo fueron, pues forman parte de la herencia que recibí del Padre. Pero la guardé muy mal. Rápidamente la desbaraté. En un momento la derroché. La ley del pecado se apoderó de todos los miembros y la muerte entraba libremente por mis ventanas; yo mismo me hice esclavo suyo. Esclavo desgraciado por cierto, pues no era ya siervo de otro hombre, sino de una piara inmunda y cenagosa. Ni siquiera lo hacía en calidad de jornalero, sino como el mayor esclavo. A no ser que alguien considere como jornalero a quien se le niega hasta la comida; una comida peor aún que el hambre. Porque deseaba comer las algarrobas de los cerdos, y nadie me las daba: vivía para los cerdos, pero no compartía con los cerdos. Por último, ¿acaso eran míos los ojos cuando asolaban mi alma? Al fin, la misma necesidad me obligó a rehusar el beneficio en manos del Señor, para que, dada mi impotencia, él mismo lo reivindicase para si de la total tiranía.
Capítulo 5
Meditad, amadísimos, y percataos bien del poder que os ha liberado del yugo insoportable del Faraón, pues va no presentáis vuestros miembros como armas de iniquidad al servicio del pecado ni reina más en vuestro cuerpo mortal. Hermanos, esto no podéis realizarlo por vosotros mismos: La diestra del Señor es poderosa; sólo puede hacerlo el que tiene un poder absoluto. No digáis: nuestra mano ha vencido; reconoced que la mano de Dios lo ha hecho todo para salvarnos y ser veraces. Y que nadie vacile en tener la máxima cautela, porque corren días malos; nunca podemos estar tan seguros que caigamos en la presunción de pretender tomar esta herencia suya de manos de un tutor tan entrañable y solícito para disponer de ella con una libertad peligrosa y nociva. Pues el celo de tu Padre es para tu bien; no es un recelo de rivalidad, sino una diligencia que lo dispone todo para reservarse íntegra la hacienda, de modo que no la pierdas. Cuando por fin llegues a la santa y maravillosa ciudad, en cuyas fronteras ha restablecido la paz, en la que ya no hay por qué temer incursión alguna del enemigo, no sólo te devolverá a ti mismo, sino además se te dará a sí mismo: mientras tanto aléjate de tus voluntades y no te apropies temerariamente de tus miembros entregados a Dios, consciente de que, una vez consagrados a la virtud, no se pueden utilizar, sin grave sacrilegio, para la vanidad, la curiosidad, el placer y otras obras mundanas parecidas. Dice el Apóstol: sabéis muy bien que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros porque Dios os lo ha dado. Y añade: Pero el cuerpo no es para la fornicación. ¿Para quién entonces? ¿Acaso para ti? Sea para ti con toda libertad, pero si eres capaz de salvarlo con tus propias fuerzas de la violencia de la fornicación o, al menos, preservarlo. Pero, si quizá no puedes y porque realmente no puedes, que no sea el cuerpo para la fornicación, sino para el Señor. Vive consagrado a él, no sea que de nuevo venga a ser un esclavo más degradado de la corrupción. Lo dice el Apóstol: Hablo en términos humanos por lo flojos que estáis. Igual que antes cedisteis vuestros cuerpos como esclavos a la inmoralidad para la inmoralidad total, cededlo ahora a la honradez para vuestra consagración. Pero esto os lo digo por nuestra debilidad, como nos lo he advertido. Mas cuando resucite fuerte lo que sembró lo débil, ya no habrá necesidad alguna de esclavitud. Cuando la seguridad sea libre y la libertad segura, se lo devolverá gustosamente. ¿No va a conceder plena libertad a su criado fiel este Padre de familia tan generoso, si le confía todas sus posesiones?
Capítulo 6
Entonces lo verás con tus propios ojos si ahora admites fielmente que son suyos y no tuyos. Primero, en razón de ese voto necesario a que nos hemos referido, por el cual los miembros mismos, que de ninguna manera podrías defenderlos de la tiranía del pecado, los entregaste a culto divino, renunciando a tus propias voluntades. Pero, además, tampoco puedes pensar que son tuyos tus ojos, ya que, si no reina, al menos reside en ellos una ley hostil, o incluso prevalece y campea libremente la pena del pecado, tu segundo enemigo. ¿Vas a llamar, por tanto, tuyo al cuerpo, si ya está muerto por el pecado, o podrías asegurar que pertenece al alma, cuando no cesa de oprimirla? El que desee llamarlo suyo, lo hará correctamente si lo cataloga como su propia carga y prisión. Si no, ¿cómo considerarás tuyos a unos ojos que, quieras o no quieras, se rinden tan a menudo al sueño, los irrita el humo, los hiere una brizna, se nublan por cualquier supuración, los martirizan agudos dolores y termina cegándolos la muerte? Sí, serán totalmente tuyos cuando todo esto desaparezca y puedas verlo todo con tus propios ojos, abriéndolos a tu gusto con toda libertad y tranquilidad. Ya no tendrás que apartarlos de las vanidades, porque verán la verdad en toda su pureza; no subirá la muerte por sus ventanas, porque también su hostilidad será vencida finalmente. ¿Temes, acaso, que sean deslumbrados entonces por el fulgurante resplandor de cada justo que brillará como el sol? Ciertamente, deberías temerlo si esos ojos tuyos no fueran glorificados por la resurrección, al igual que los restantes miembros del cuerpo.
Capítulo 7
Verás la paga de los malvados. Eso constituirá, sin duda, un tormento ignominioso para ellos y como la culminación de todos sus males. Tal vez se viesen consolados de alguna manera si pudiesen eludir en sus tormentos el ser reconocidos por aquellos a quienes perversamente persiguieron o, al menos, escapasen de sus moradas. Pero aunque por este descubrimiento nuestro les sobrevenga como un peso inmenso a su desgracia, ¿por qué debemos mirarlos, qué interés o qué satisfacción podemos encontrar en ello? ¿Es que ahora juzgaríamos algo más irreligioso, inhumano y hasta execrable que pretender recrearse contemplando el tormento de unos enemigos, por inicuos que sean, y deleitarse con los suplicios de unos desgraciados Sin embargo, el malvado, al verlo, se irritará, rechinarán sus dientes hasta consumirse, porque los benditos del Padre serán llamados al Reino antes de que los malditos sean echados camino del fuego; así, viendo lo que han perdido, se intensificará su dolor. Y, al mismo tiempo, los justos lo verán con gozo pensando de qué se han librado. Esa abismal separación tendrá un doble efecto: los cabritos morirán de envidia al ver a los corderos, mientras la contemplación de los malvados será, para los elegidos, fuente de inmensa gratitud y alabanza. ¿Cómo podrían los justos rendir una acción de gracias tan digna sino porque, además de gozar de su impensable felicidad, contemplan el castigo de los malvados? Así reconocen fielmente y con toda devoción que han sido segregados de los pecadores por pura misericordia del Redentor. Por su parte, los impíos se derretirán de envidia en su espíritu. ¿No será por ver cómo otros son introducidos ante sus ojos en el Reino del gozo más pleno, mientras ellos son condenados a gemir entre el hedor, el espanto, el tormento del fuego eterno y el sufrimiento de una muerte inmortal? Allí será el llanto y el apretar de dientes; llanto por el fuego que no se extingue, apretar de dientes por el gusano que no muere. Llanto doloroso, rabioso apretar de dientes. La crueldad de los tormentos dislocará el llanto; la misma fiereza de la envidia devoradora y la maldad empecinada serán el desquiciamiento y el rechinar de dientes. Por tanto, verás la paga de los malvados para que no termines en ingratitud hacia tu libertador por desconocer tan gran riesgo.
Capítulo 8
Y todavía más: la paga de los malvados será perfecta seguridad para los justos, porque jamás podrán temer ya la maldad humana ni la diabólica; caerán a su izquierda mil, v diez mil a su derecha. Pero no sólo verán que caen ; los verán caer en el infierno. ¿Crees que ya nada podrían temer? ¿No deben sospechar aún de aquella serpiente, la más astuta de todos los animales? Recuerdan perfectamente cómo un día redujo a la mujer en el paraíso. Pero ahora ven que su cuerpo es arrojado a las llamas de la venganza y que se abre una inmensa sima para separarlos de ella.
Capítulo 9
Esta contemplación de los malvados te aportará una tercera ventaja: comparándote con su deformidad, brillarás más nítida y gloriosamente. Lo mismo sucede cuando se cotejan las cosas opuestas entre sí. Parece que resaltan aún más sus cualidades; si acercas lo blanco a lo negro, la blancura parece mayor, y la oscuridad más tenebrosa. Pero escucha una palabra profética más segura: goce el justo viendo la venganza. ¿Por qué así? Bañe sus pies en la sangre de los malvados. No los contaminará con esa sangre, sino que los lavará en ella. Lo que a uno le vuelve más infecto y sórdido, eso mismo limpia y engalana más al otro.
Capítulo 10
Quizá ni en esta vida encontremos a alguien que no se impresione por ninguna de estas tres razones. Ellas, sin embargo, nos dan el motivo por el que se reirá la Sabiduría ante la perdición de los malvados. Su palabra, que no miente, nos lo desvela así: Os llamé, y rehusasteis; extendí mi mano, y no hicisteis caso. Y más abajo: Pues yo me reiré de vuestra desgracia; me burlaré cuando os alcance el terror, cuando os llegue como huracán la desgracia. ¿Por qué creemos que la Sabiduría puede complacerse en la ruina de los necios sino por la rectísima justicia de sus disposiciones y la irreprochable ordenación de sus planes? Y lo que entonces cause complacencia a la Sabiduría, necesariamente deberá satisfacer también a todos los sensatos. Por tanto, no pienses que te resultará duro verificar la realidad de esta frase: nada más mirar con tus ojos, cuando tu mismo has de reírte de la desgracia de los malvados. Y no porque te alegres de la venganza con cierta crueldad inhumana, sino por la belleza misma de la Providencia divina, que deleita, mucho más de lo que se puede creer, al que es celoso de la divina justicia y amante de la equidad. Cuando, iluminado por la verdad, descubras plena, claramente que todo ha concluido perfectamente y ha sido devuelto a su propio lugar; cómo no te vas a sentir a gusto meditándolo todo y alabando por ello al que todo lo dispone? Con gran precisión afirmó Pedro que el hijo de la perdición se marchó al lugar que le correspondía; se despeñó y reventó por medio el cómplice de los espíritus malignos. Por eso, el cielo se negó a acogerlo, y la tierra no pudo mantenerlo, por ser el traidor del verdadero Dios y verdadero hombre, que bajó del cielo para consumar la salvación en medio de la tierra.
Capítulo 11
Así, pues, lo contemplarás con tus ojos, verás la paga de los malvados. Primero, por tu liberación; segundo, por tu total seguridad; tercero, por la comparación; cuarto, por la perfecta emulación de la misma justicia. Porque ya se acabó el tiempo de la misericordia y comienza el del juicio; no podemos esperar entonces compasión alguna hacia los impíos, si ya es imposible su enmienda, pues queda lejos esa sensibilidad de la delicadeza humana, de la que el amor se sirve ahora oportunamente para la salvación, como red que se extiende para recoger en su amplísimo seno toda clase de peces, buenos y malos; esto es, las inclinaciones aceptables y las funestas. Pero estamos faenando en el mar. Por eso se recogerá en la orilla solamente a los buenos, alegrándose con los que están alegres, porque ya no podrá llorar con los que lloran. De lo contrario, ¿cómo juzgaremos nosotros el mundo si no olvidásemos esta inclinación a la ternura y no nos metiera en su bodega? Así quedó dicho: Entraré en las proezas del Señor; sólo recordaré, ¡oh Dios!, tu justicia. Tampoco ahora se nos permite ser parcial ni para favorecer al pobre o compadecerse de él en el juicio. Aunque sea sintiéndolo mucho, debemos reprimir esta tendencia de la ternura y emitir la sentencia justa. ¡Cuánto más entonces! Ya no puede entrometerse ningún conflicto ni ansiedad de espíritu, porque tiene que cumplirse lo que está escrito: sus jueces fueron absorbidos uniéndose a la piedra.. Fueron absorbidos totalmente por su deseo de justicia y por la firmeza de la Piedra, a la que se unieron imitándola. Unidos a la Piedra, porque para seguirla únicamente a ella lo dejaron todo. Esto es lo que la Piedra misma respondió a Pedro cuando le preguntó qué les tocaría a ellos: cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria también vosotros os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Ya lo anunció también el Profeta: El Señor vendrá a juzgar con los ancianos de su pueblo. ¿Esperas encontrar flexibilidad en los jueces solidarios con la Piedra? Dice el Apóstol: el que está unido al Señor es un Espíritu con él. Así, el que se une a la Piedra, forma una roca con ella. Con razón suspiraba el Profeta: para mí, lo bueno es adherirme a Dios. Por eso, los jueces fueron absorbidos uniéndose a la Piedra. ¡Qué favor tanta familiaridad!¡Qué privilegio tanta confianza!¡Qué prerrogativa esta seguridad tan perfecta!
Capítulo 12
¿Puede pensarse algo más pavoroso, que desborde tanta ansiedad y tan inquieta preocupación, como comparecer ante tan espantoso tribunal para esperar una sentencia tan incierta de un Juez tan rígido? Es horrendo caer en manos del Dios vivo. Juzguémonos ahora, hermanos, y tratemos de eludir aquella terrible expectación mediante el juicio presente. Dios no juzgará dos veces una misma cosa. Ya antes el juicio son palmarios tanto los pecados de unos como los rectos afanes de los otros; de modo que, sin esperar a la sentencia, se hundirán en los infiernos por el propio peso de los crímenes; por el contrario, los justos, con toda la libertad de su espíritu, subirán inmediatamente a las sillas que tienen reservadas. ¡Feliz la pobreza voluntaria de los que todo lo dejaron para seguirte sólo a ti, Señor Jesús! ¡Feliz efectivamente, ya que los hace tan seguros e incluso tan gloriosos entre el trepidante estruendo de los elementos, en el amedrentador examen de los méritos y en el discernimiento tan exacto de los juicios! Pero escuchemos ya la respuesta del alma fiel y devota a tantas promesas; no pensemos que desconfía o que se fía más de lo conveniente. Porque tú eres, Señor, mi esperanza. ¿Cabe algo tan sobrio y devoto? A no ser que resulte tan oportuno como esta otra respuesta: Tomaste al Altísimo por defensa. Pero perdonadme, hermanos, que hoy también me he sobrepasado algo los límites de la brevedad que os había prometido.
RESUMEN:
Hace San Bernardo una distinción entre lo que captan nuestros sentidos y la captación completa del espíritu, de tal forma que, en el futuro, esos ojos espirituales serán ya la forma más perfecta de visión. Añora esa visión espiritual y afirma que al final de los tiempos, e incluso antes del supremo juicio, unos llegarán a esa simbiosis y percepción espiritual (los verdaderos ojos) mientras que otros se perderán para siempre. Porque fueron llamados y no respondieron, se les extendió la mano y la rehusaron. Finalmente, y a pesar de los sentimientos de piedad, no podremos evitar un sentimiento de alegría semejante a la risa, mientras ellos se consumen en el terror de la envidia por la eternidad y la sensibilidad perdida. Serán unos ojos, los de la condenación, que estarán cegados por el odio e incapaces para la verdadera visión.
CUARESMA: SERMO SEPTIMUS
Sobre el verso séptimo: "Caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará".
Capítulo 1
Hermanos, vivimos en la esperanza y no nos desalentamos por la tribulación presente, porque aguardamos expectantes los gozos que no acaban. Y no es vana esta esperanza nuestra, ni dudamos de nuestra espera apoyados realmente en las promesas de la eterna felicidad. Además, los bienes presentes que ya estamos recibiendo consolidan más nuestra esperanza e los futuros. Porque la fuerza de la gracia presente nos atestigua la credibilidad de que con toda certeza conseguiremos a felicidad de la gloria que nos espera. En verdad, el Señor es el Rey de la gloria. Y en el himno de laudes le aclamamos como :
Padre de la perenne gloria, Padre de la poderosa gracia, al mismo de quien cantamos en un salmo: Dios ama la misericordia y la fidelidad; él da la gracia y la gloria. Por tanto, nuestra piedad debe resistir en este mundo el combate animosamente y sufrir con entereza cualquier persecución. ¿Habrá algo que no pueda tolerar la piedad, cuando ella es útil para todo y goza de las promesas para la vida presente de cada día y para la futura? Resiste, valiente, cualquier acometida, porque el defensor infatigable asistirá al combate y tan generoso remunerador no dejará vacío al vencedor. Así nos lo han dicho: su fidelidad te rodeará como un escudo.
Capítulo 2
Necesitamos absolutamente la protección invencible de su fidelidad no sólo en este ínterin de la vida mortal, sino también cuando tengamos que partir. Ahora, sin duda, por las peligrosas tentaciones, y entonces por los horribles encuentros con el espíritu del mal. También quiso dañar el enemigo en este trance el alma del glorioso Martín. Sabiendo la bestia cruel que disponía ya de poco tiempo, tuvo la audacia de presentarse con todo el furor de su infatigable malicia ante aquel hombre en quien nada suyo poseía. Ya antes había llegado al extremo de acercarse con su desvergonzada temeridad al mismo Rey de la gloria, según él nos lo revela: está para llegar el Jefe de este mundo, pero no hallará en mí nada suyo.
Dichosa el alma que en esta vida rechazó con el escudo de la verdad los dardos de las tentaciones, hasta el punto de no haber consentido que le inficionara lo más mínimo su veneno. No quedará derrotado cuando litigue con su adversario en el umbral de la eternidad: nefasto, nada encontrarás en mí. Dichoso el hombre a quien le rodea el escudo de la verdad porque le guardará sus entradas y salidas. Me refiero a la salida este mundo y a su entrada en el otro, pues no le traicionará el enemigo por la espalda ni le hará mal alguno de frente. Claro que, por causa de aquellas horribles visiones, necesitaremos en aquellos momentos de un compañero, de un guía fiel, de un consolador bueno que nos ayude y proteja, como ahora, entre los tentadores invisibles.
Capítulo 3
Alabad a Cristo, amadísimos, y llevadlo en vuestro cuerpo mientras peregrináis. Él es una carga deliciosa, pero llevadera; hatillo salvador, aunque a veces parezca que pesa, aunque a veces machaque las costillas o espolee al recalcitrante, aunque a veces tenga que domarnos con freno y brida para que lleguemos a la total felicidad. Pórtate como un jumento que lleva al Salvador, pero no seas como un jumento. Porque ya lo dijo: el hombre, constituido en honor, no ha tenido discernimiento, se ha igualado con los insensatos jumentos y se ha hecho como uno de ellos.
¿Por qué lo lamenta tanto el Profeta y le inculpa al hombre su semejanza con los jumentos? Sobre todo, cuando en otro salmo le dice a Dios, no sin cierta complacencia: soy un jumento ante ti, pero yo siempre estaré contigo. Pienso, bueno, no pienso, lo sé, que al hombre se le recomienda que se parezca algo a los jumentos y no en su irracionalidad e ignorancia precisamente, sino imitando su paciencia, pues no tendría que haberse irritado ni por qué lamentarse si hubiese dicho: El hombre no se echó atrás bajo la carga de Dios, sino que se hizo como un jumento en su presencia. ¿Quién no tendría verdadera envidia a ese jumento? Porque tuvo el honor de ofrecerle sus humildes lomos por su peculiar e inefable mansedumbre para que sobre él se dignara montar el Salvador. ¿Y si, hubiera tenido conciencia de tan singular honor? Hazte, pues, como un jumento, pero no seas jumento. Lleva con paciencia, sí, la carga, pero comprendiendo el honor que eso supone, saboreando con gozo tanto la calidad de la carga como el propio provecho.
Capítulo 4
Aquel gran Ignacio, oyente del discípulo a quien Jesús amaba, mártir con cuyas preciosas reliquias se ha enriquecido nuestra pobreza, saluda como cristífera a cierta María en varias cartas que a ella le escribió. Es egregio de verdad este título digno, glorioso y de inmenso honor. Porque llevar sobre el cuerpo al Señor, a quien servir es reinar, no es una carga, sino una gloria. Por lo demás, el jumento del Salvador al que nos hemos referido, ¿podría temer, bajo tal carga, un desfallecimiento en el camino? ¿Podría tener miedo con aquel guía el acoso de los lobos, el asalto de los ladrones, la caída en algún precipicio o en cualquier otro peligro? Dichoso el que así llega a Cristo, y merece por ello que el Santo de los santos le introduzca en la ciudad santa. No hay nada que temer: ni un tropiezo en el camino, ni un rechazo ante la misma puerta. Porque al jumento aquel le alfombraba el camino el pueblo de Dios; a su jinete, los santos ángeles: Pues a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos, para que tu pie no tropiece en la piedra. Pero no vamos a tratar por ahora de esto. Hemos de seguir el orden de nuestra exposición tal como lo hace el salmo cuando dice:
Capítulo 5
Caerán a tu izquierda mil, diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará. Porque hoy nos corresponde tratar de este versículo; no lo ignoráis. En el Capítulo de ayer, si recordáis, decíamos al final cómo la protección de la verdad nos libraba de las cuatro tentaciones principales de esta vida. Esto es, del espanto nocturno, de la flecha que vuela de día, de la peste que se desliza en las tinieblas y de demonio que nos alcanza al mediodía. Pues lo que sigue: caerán a tu izquierda mil, etc., creo qué debemos reservarlo, más bien, para la vida eterna.
Por eso, al comenzar este sermón -todavía lo recordáis, si no me equivoco-, aludíamos a aquella sentencia del Apóstol según la cual la piedad es útil para todo, porque goza de las promesas de Dios para la vida presente de cada día también para la futura. Escuchad, pues, y escuchad con el gozo de vuestro corazón, lo que afecta a las promesas de la vida futura y, por tanto, a vuestra esperanza. Donde tengáis vuestra riqueza, tendréis vuestro corazón.
Me consta que hasta aquí me habéis escuchado todo con gran interés; prestad ahora una atención aún mayor a lo que sigue. El seudoprofeta -me refiero a Balaán, recordadlo los que conocéis su historia-, incluso este profeta, injusto como era; deseaba morir como los justos y suplicaba que se le concediera un final semejante. El fruto de la piedad es tan copioso y tan colmada la recompensa de la justicia, que no puede menos de ser deseada por los impíos e injustos. Pero no es muy seductor cantar un cántico a Sión bajo los sauces de Babilonia. Por eso colgaban de ellos las cítaras. Junto a los canales de Babilonia suenan mejor las lamentaciones y, si cabe, más bien habría que excitar el llanto. Pero yo sí que puedo cantar aquí perfectamente, pues no faltarán quienes con todo el entusiasmo del espíritu dancen al ritmo del salterio, cantando el cantar de Sión, impacientes por marchar volando con todo el fuego de su sagrado deseo, diciéndose: ¿Quién me diera alas de paloma para volar y posarme? ¿Qué otra cosa significa en latín el verbo "exultare" sino salir transportado de sí mismo?
Mal tiene que sentarles a los náufragos que les recuerden desde tierra la estabilidad apacible de la lejana orilla de la que ya casi desesperan, cuando siguen en peligro sus vidas en medio del mar, envueltos por las olas y zarandeados por su violencia. El tema de hoy no puede ir dirigido a un espíritu que se encuentre en situación análoga, pues no está dispuesto para poder escuchar estas palabras: caerán a tu izquierda mil; diez mil a tu derecha. Recordad que esta promesa va dirigida al que habita al amparo del Altísimo y vive a la sombra del Omnipotente.
Capítulo 6
Escúchelo, pues, el que ya está cerca del puerto de salvación con el pensamiento y la añoranza, el que ya ha lanzado por la proa el ancla de su esperanza y está como irresistiblemente amarrado sin que le arranquen de su tierra deseada, esperando cada día, mientras sigue combatiendo, a que llegue su cambio de domicilio. Este género de vida al que os habéis consagrado es la arribada a puerto más segura, porque es una reparación para la muerte como llamamiento y justificación divina. Ambos extremos están unidos por una estrecha conexión, como una especie de eternidad con la eternidad, es decir, como si se subordinase la comunicación de la gloria a la predestinación. Porque así como la predestinación no ha tenido nunca un comienzo, tampoco la comunicación de la gloria conocerá jamás el final. No tomes como originalidad mía la conexión intermedia a que me he referido entre ésta como doble eternidad. Escucha al Apóstol, y verás que también él se refiere a la misma, pero más claramente.
Porque Dios los eligió primero, predestinándolos desde entonces para que reprodujeran la imagen de su Hijo. ¿Cómo y qué proceso seguirá para comunicarles su gloria? Porque todo lo que procede de Dios está sometido a una concatenación. ¿O piensas llegar desde la predestinación a la gloria de repente y como, de un salto? Has de encontrar un puente intermedio o, mejor todavía, atravesar el que ya está levantado. A esos que había predestinado, los llamó, a esos que llamó los rehabilitó y a esos que rehabilitó, les comunicó su gloria.
Capítulo 7
Sin duda alguna, este proceso parece apto para algunos. Y así es en realidad. No se puede dudar de su éxito, ni debes desconfiar del término a que te lleva. Caminas seguro, más aprisa cuando más cercano lo sientes. Ya tienes los medios ¿Cómo puede estar lejos el fin? Haced penitencia, ya que llega el reino de Dios. Pero dirás: El reino de Dios se toma por la fuerza y lo arrebatan los violentos. No tendré acceso a él si no paso a través del campamento enemigo. Me encontraré con gigantes en medio del camino: vuelan por los aires, obstruyen el paso, acechan a los que pasan. Sin embargo, vete confiado, no temas. Son poderosos, son muchos. Pero caerán a tu izquierda mil, diez mil a tu derecha. Caerán por todas partes, ya no te harán nunca daño. Es más, ni se acercarán. Y, lógicamente, el malvado, al verlo, se irritará. Pero vendrá taimadamente. Con todo, la bondad de Dios se adelantará e irá contigo a donde vayas como decíamos antes, guardará tus entradas y salidas. De no ser así, ¿qué hombre sería capaz de mantenerse firme en ese terrible encuentro con los espíritus malignos? Caería abatido por su propio espanto.
Capítulo 8
Suponed, hermanos, que a uno de nosotros se le aparezca uno de los muchos jefes de las tinieblas y se le permitiera manifestarse con toda su crueldad y con la enormidad de su cuerpo tenebroso. ¿Podrían soportarlo sus sentidos y resistirlo su corazón? Hace muy pocos días -lo sabéis-, uno de vosotros; primero dormido y luego despierto, fue turbado gravemente en su imaginación durante la noche. Al día siguiente, apenas fue dueño de su razón y trabajo costó tranquilizarlo. Todos vosotros en un instante quedasteis aterrados cuando dio aquel grito escalofriante. Sonroja ciertamente que vuestra fe estuviera adormecida hasta ese grado, aunque dormíais. Pero esto ha sucedido, sin duda, para ponernos sobre aviso, recordando siempre con suma vigilancia contra quiénes luchamos, no sea que se nos juzgue por incautos, ante la envidia del enemigo, y por ingratos a la protección divina.
Fue su vetusta malicia la que estalló con aquel furor, porque se le recomían las entrañas por la envidia, más exasperada aún durante este santo tiempo. Con ello nos indica que estos días se retuerce de rabia por vuestra generosa devoción. Con esa misma rabia de una locura que le consume, pero con mayor licencia, se acerca a los santos cuando están para emigrar de este mundo. Pero sólo les ataca por la izquierda. No tiene autorización para embestir de frente, ni para deslizarse por la espalda como a traición.
Capítulo 9
Tampoco te pondrá tropiezo alguno junto al camino para que caigas, porque a ti no se te acercará. No te alcanzará para herirte, ni se arrimará para espantarte. Pienso que era esto lo que más temías: que en tu último trance te invadiese un espantoso terror al contemplar tan monstruosas representaciones y tantos fantasmas horripilantes. No. Estará contigo el gran Paráclito y maravilloso consolador. Ese de quien has podido leer: que en su presencia se inclinen sus rivales, que sus enemigos muerdan el polvo. En su presencia será pisoteado el maligno, y así llevará a la gloria a los que le temen. Estando tú presente, Señor Jesús, arremetan cuantos quieran; o mejor, que no embistan, que se hundan. Lleguen de todas partes, pero que se dispersen. Perezcan en tu presencia como se derrite la cera ante el fuego. ¿Por qué voy a temer a quien se desmaya de miedo? ¿Por qué voy a sentir pavor ante uno que está temblando? ¿Por qué voy a recelar del que cae? Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, Señor, Dios mío.
De repente amanecerá, se disipará la noche, caerán por todas partes los jefes de las tinieblas. Si triunfa victoriosa nuestra fe, incluso ahora que ella nos guía -y no la visión- entre sus ocultas y dañinas sugestiones ¿cómo no se van a disipar mucho antes sus imágenes sombrías y tenebrosas cuando nos veamos invadidos por la contemplación clara y al descubierto de la verdad misma? No te preocupes ni temas porque son muchos en número. Recuerda que una sola palabra del Salvador hizo salir toda una legión del cuerpo de un hombre poseído por el demonio durante mucho tiempo. Y no se atrevió a tocar ni a los mismos puercos sino después de mandárselo él. Con mucha mayor razón, siendo Cristo nuestro guía, caerán a un lado y a otro todos los que vengan, pudiendo decir con gran alborozo y alegría ¿quién es esa que se asoma como el alba, hermosa como la luna y límpida como el sol, terrible como escuadrón a banderas desplegadas? Valiente y plenamente tranquilo, incluso lleno de gozo y alabando a Dios, nada más mirar con tus ojos, verás la paga de los malvados, y no tendrás que resistir ya sus ataques ni espantarte por su furor.
Capítulo 10
Lo dicho podría ser ya bastante por hoy. Pero veo que entre vosotros quedan algunos esperando todavía algo más, Si no me equivoco, los más interesados desean saber qué sentido puede tener la frase caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha. En el original, el texto no menciona el lado izquierdo. Pero expresamente menciona el lado derecho; luego se sobrentiende que el otro es el izquierdo. Y no deja de ocultar cierto misterio el que a la izquierda caigan muchos, pero muchísimos más a la derecha. Espero que no haya entre vosotros nadie tan obtuso o tan simple, capaz de pensar que, cuando el salmo dice mil y diez mil, se trata de una cifra exacta y no de una comparación ilimitada. Porque nosotros no entendemos así las Escrituras, ni tampoco la Iglesia de Dios.
Caerán, pues, a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha. Quiere decir que el enemigo nos ataca e hiere por la derecha más astutamente y con un ejército más numeroso. Echemos una mirada al gran cuerpo de la Iglesia, y fácilmente advertiremos que los hombres espirituales de la misma Iglesia son combatidos con mayor violencia que los carnales. Eso es lo que, en mi opinión, podemos interpretar con todo rigor: los dos lados, el de la izquierda y el de a derecha, representan a la Iglesia, porque la maldad del enemigo procede siempre con soberbia y envidia. Persigue con mayor furia a los más perfectos. Ya lo dice la Escritura: su carnada es selecta. Es capaz de sorberse un río, y todavía le parece poco; presume de poder agotar el Jordán entero.
Y persigue a los elegidos no sin cierta disposición del plan de Dios, según la cual no permite que los imperfectos sean tentados por encima de sus fuerzas, convirtiendo toda tentación en provecho espiritual. Por otra parte, brinda triunfos más gloriosos a los más perfectos. De esta manera, toda la Iglesia de los elegidos será igualmente galardonada, porque por ambos lados peleó según las reglas de la estrategia; por ambos flancos rechazó con tal resistencia a los enemigos, que puede ver inmediatamente cómo caen a su izquierda mil, y diez mil a su derecha. Así sucedió en tiempos de David cuando ya había sido puesto a prueba su poder, pero aún no se había hecho manifiesta en Israel la reprobación de Saúl y cantaban los grupos de hombres y mujeres: Saúl mató a mil, y David a diez mil.
Capítulo 11
Pero, si alguien todavía necesita buscar en todo esto una aplicación individual, podrá encontrar también aquí un sentido espiritual recurriendo a la experiencia. Efectivamente, el enemigo se esfuerza en herimos por la derecha con una presunción mucho mayor, y con una astucia mucho más sagaz que por la izquierda. No pone el mismo afán para arrancarnos los bienes del cuerpo como para robarnos los del corazón. Sabemos muy bien que codicia estos dos aspectos del bienestar humano y que procura privamos de esta doble felicidad: la terrena y la celestial. Pero trabaja con más ahínco para privarnos del rocío celestial que de la fertilidad terrena. Juzga ahora si ha sido una incongruencia considerar la realidad material y la espiritual como si fueran esos dos lados del salmo, cuando nos consta que en ambas realidades se apoya la doble sustancia de la naturaleza humana.
Y espero, naturalmente, que no me echéis en cara al haber asignado a la derecha los bienes espirituales y a la izquierda los materiales, especialmente vosotros que andáis siempre atentos a no confundir la izquierda con la derecha, ni la derecha con la izquierda. Así lo confirma, además, la verdadera Sabiduría: en la diestra trae largos años, y en la izquierda, honor y riquezas. Es importante que nunca perdáis de vista por dónde ataca con mayor violencia la contumaz caterva de los enemigos. Para resistir más intrépidamente allí donde sea más urgente, donde recae más todo el peso de la batalla, donde estriba la clave decisiva de la lucha, donde se decide definitivamente o la ignominiosa cautividad para los vencidos o la gloria del triunfo para los vencedores.
Capítulo 12
Finalmente, y no os digo ningún disparate, habéis expuesto vuestro lado izquierdo para que libremente lo golpee el enemigo, y así defender el derecho con mayor atención: esto precisamente recomendó Cristo, y todos los cristianos deben seguirlo: imitar la astucia de la serpiente, que, cuando es necesario, expone todo su cuerpo para defender sólo su cabeza. Esta es la verdadera filosofía y el consejo del Sabio: Por encima de todo, guarda tu corazón, porque de él brota la vida. Esta es, por fin, la gracia y la misericordia de Dios para sus siervos, que mira por sus elegidos. Pues, como olvidándose provisionalmente de su izquierda, los asiste en su derecha, siempre solícito protector. Esto lo testifica de sí mismo el Profeta: tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. ¿No crees que él únicamente agarraba la mano derecha también a aquel hombre al que, por permisión suya, el enemigo pudo libremente hacer cuanto quiso en su hacienda y en su carne? Porque le dijo: respétale la vida.
¡Ojalá, buen Jesús, estés siempre a mi derecha, ojalá me agarres siempre la mano derecha! Sé y estoy cierto que no me dañará adversidad alguna si no se apodera de mí la iniquidad. No me importa que sea esquilmado y maltratado mi lado izquierdo, que me hieran con injurias, que me muerdan los oprobios. A ello me expongo gustosamente, con tal de que me guardes tú y tú mismo me protejas por mi lado derecho.
Capítulo 13
Tal vez, debamos pensar que son más bien hombres y no demonios esos mil que van a caer a mi izquierda, ya que sólo nos persiguen por unos bienes materiales y caducos, bien porque los codician por la vileza de su envidia o bien porque, debido a la injusticia de sus ambiciones, se sienten tristes por no poseerlos. Quizá pretendan arrebatarnos los bienes de este mundo, o el favor de los hombres, o la vida misma. En todo esto puede ensañarse la crueldad de la persecución humana, pero al alma nada puede afectarle.
Los demonios, por el contrario, nos envidian principalmente los bienes superiores y eternos, no para recuperar lo que irremisiblemente perdieron, sino para que el pobre levantado del polvo no consiga la gloria en la que fueron creados y de la que cayeron irremisiblemente. Su obstinada maldad se enfurece y consume de odio al ver que la fragilidad humana alcanza lo que él no mereció conservar. Y si alguna vez intentan arruinar a alguien en sus bienes materiales o son felices cuando otros se lo hacen, ponen todo su esfuerzo en que sus reveses materiales sirvan de ocasión para ruina espiritual o ajena.
Por su parte, los hombres, siempre que nos inducen o intentan perjudicarnos de cualquier manera, no buscan expresamente nuestro mal, sino en unción de un resultado material, bien para ellos mismos, para nosotros o para un tercero. Sólo pretenden, al parecer, alcanzar un provecho o evitar un perjuicio. A no ser que alguien se haya vuelto demonio y desee la condenación eterna para el hombre, como a su mayor enemigo.
Capítulo 14
¿Es posible que nosotros, pobres hombres, nos adormilemos en nuestro desvelo espiritual cuando nos ataca el espíritu maligno de maneras tan diversas? Decirlo da vergüenza pero es imposible callarlo por el intenso dolor que produce. Hermanos, ¡a cuántos les sorprende aquella terrible frase del Profeta, incluso entre los que llevan un hábito religioso y viven comprometidos con la perfección: Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha! Efectivamente, se desviven volcados sobre su lado izquierdo para custodiarlo; saben mucho; pero su sabiduría es la de este mundo, al que debían haber renunciado; es un saber revelado por la carne y por la sangre y parecía que no deseaban contar con él. Podrás, finalmente, descubrirlos cuando tratan de conseguir con tanta avidez los intereses presentes; cuando se regocijan, muy vulgares; con los bienes transitorios; cuando se turban con profundo abatimiento ante los infortunios, aun mínimos, de los medios materiales; cuando pleitean por ellos tan egoístamente y corren de aquí para allá con increíble libertinaje, y cuando se enredan en asuntos civiles con tan poco sentido religioso, como si todo ello fuera su única porción, todo su patrimonio.
Si el labrador cultiva con mucho afán su pobre tierra, es porque no tiene otra finca de mayor valor. Y si el mendigo esconde en su seno un mendrugo de pan, es porque se trata del único metal que puede enmohecerse en su bolsa. Pero tú, ¿cómo vuelcas tus propias ansias en tan extrema miseria y despilfarras infelizmente tu propio trabajo? Mira que tienes otros bienes, aunque te parezcan alejados. Te equivocas; nada tan cercano a nosotros como lo que llevamos dentro. Pero quizá no te quejas porque están lejos, sino porque te parecen improductivos, y por eso crees que debes buscar aquí tu propia subsistencia. Te engañas: allí la encontrarás mejor; es más, sólo la encontrarás allí. ¿Por qué piensas que no exigen tu esfuerzo o que no compensarán tu trabajo? ¿O crees que ya están bajo seguro y no necesitan la vigilancia de un guardián? En cualquiera de las dos suposiciones, ten por cierto que deliras. Pues allí se harán plena realidad aquellas palabras: lo que uno cultive, eso cosechará. A siembra mezquina, cosecha mezquina; y quien siembra con larguezas, con larguezas cosechará. Y dará treinta, sesenta o ciento. Si tienes aún el tesoro, lo llevas en vasijas de barro. Pero creo que ya lo perdiste, que ya te lo robaron; me parece que otros devoraron tu fuerza y no te enteraste; ya no puedes poner tu corazón en tu tesoro, pues te has quedado sin él.
Si no es así, si eres tan solícito, si no eludes lo más insignificante, si con tanta delicadeza te preocupas hasta de la faja, te ruego que no olvides la vigilancia de tu granero. No expongas tu tesoro, tú que te acuestas en tu muladar. Y si tal vez lo envidian mil, a tu tesoro lo cercan diez mil, que les aventajan tanto en número como en astucia y crueldad. Vuelve allí los ojos de la fe, porque quizá han forzado ya las puertas; tal vez estén ahora robándolo todo a discreción y repartiéndose el botín. Y si vives apegado al lado izquierdo, ¿por qué te cuidas tan mal de él? ¿No será quizá porque las cosas del lado izquierdo se te han puesto enfrente? Por eso las tienes siempre delante de ti, y el que las toca, piense que no te ha tocado la mejilla, sino la niña de tus ojos.
Capítulo 15
Por lo demás, cuídate de ti mismo, quienquiera que seas; si es que, olvidando las cosas de la derecha, te esmeras en las de la izquierda, no sea que te encuentres colocado con las cabras a su izquierda. Dura palabra, hermano; no sin razón os habéis espantado. Pero no es menos necesario prevenirse como estremecerse. Precisamente, mi Señor Jesús, colmados todos los beneficios de su inestimable compasión para conmigo, toleró que su lado derecho fuese traspasado por mí, porque deseaba darme de beber de su lado derecho y disponer en él un refugio para mí. ¡Ojalá merezca yo ser como una paloma que anide en los huecos de la peña, en las oquedades de lado derecho! Pero ten en cuenta que él no sintió esta herida. Quiso recibirla después de muerto, para prevenir que tú, mientras vivas, debes vigilar siempre guardando este lado; es menester considerar como muerta el alma que con una insensibilidad funesta oculte que le han herido en el lado derecho.
Con razón se afirma que el corazón del hombre está a la izquierda, porque su amor está inclinado siempre instintivamente hacia la tierra. Y lo sabía aquel que gemía lastimosamente: mi alma está pegada al polvo, reanímame con tus palabras. Pero tampoco quería una resignación bajo esta tendencia de nuestra condición humana por la pesadez del corazón. Por eso nos amonestaba: levantemos con las manos el corazón al Dios del cielo. Con esto nos insinuaba resueltamente que lo cambiemos del lado izquierdo al derecho. La milicia del mundo, hermanos, en el brazo izquierdo lleva solamente el escudo. No les imitemos, si no queremos que nos consideren como a ellos, que luchan por el mundo, no por Cristo. Ningún soldado en activo se enreda en asuntos civiles. Es decir, que siempre se debe coger el escudo con la izquierda, nunca con la derecha.
Capítulo 16
Sin embargo, hermanos, no olvidéis que ambos lados debemos cubrirnos. Su fidelidad te cercará como escudo. Y el Apóstol dice: Con la derecha y con la izquierda empuñamos las Armas de la honradez. De todas maneras, escucha a la misma justicia, porque tal vez nos indica que no protejamos de la misma manera a los dos lados. Por una parte, se nos manda: amigos, no os toméis la venganza; dejad lugar al castigo. Además, nos indica: no dejéis resquicio al diablo. Y también: resistid al diablo, y os huirá. Escucha también cómo debes cubrir ambos lados: procurad la buena reputación no sólo ante Dios, sino ante la gente.
Lo que Dios quiere es que, haciendo el bien, no sólo consigáis disipar la envidia de los malos espíritus, sino también tapéis la boca a la estupidez de los ignorantes. Pero ¿necesitaremos siempre esta protección, porque el escuadrón enemigo nos atacará de continuo y por ambos lados? No. Llegará un día en que no nos acometerán e incluso ni se mantendrán en pie. Caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha. Y entonces ya no tendrá nada que hacer la malicia humana, ni temeremos a las miles de demonios, como si fueran otras tantas bandadas de moscas o de gusanos. Como los hijos de Israel después de atravesar el mar Rojo, contemplaremos los cadáveres de los egipcios por doquier y las ruedas de los carros hundiéndose en lo profundo. Y también nosotros, pero con mayor seguridad y gozo, cantaremos al Señor, porque manifestó su gloria arrojando al mar a caballos y jinetes. Amén.
RESUMEN:
vivimos en la esperanza y tenemos la certeza de que nuestra fidelidad nos rodeará como un escudo. Necesitamos protección ante el acoso del maligno en nuestro tránsito por esta vida mortal. En cierto aspecto debemos parecernos a un jumento por su paciencia y mansedumbre, llevando a su Señor con la mayor seguridad y cercanía, pero al mismo tiempo no debemos tener la irracionalidad de un jumento. El fruto de la piedad es deseado hasta por los impíos e injustos. La vida de santidad es como unir una eternidad con otra. Existe una predestinación pero no es automática, sino que exige iniciar un camino, atravesar un puente. Un camino aparentemente muy difícil pero en el que nuestros enemigos caen a derecha e izquierda porque Dios va con nosotros. El enemigo del espíritu siempre acecha y ataca a traición, preso de infernal rabia. La protección que Cristo nos ofrece es grande y muy superior a la de sus enemigos. La diferencia entre los que caen a derecha y a la izquierda significa que los hombres espirituales son combatidos con mayor virulencia que los carnales. En cualquier caso Dios no permite que se nos tiente por encima de nuestras fuerzas. También, cuanto mayor sea la tentación, superior será el mérito de hacer frente a ella. El enemigo se esfuerza en arrancarnos nuestra realidad natural y la sobrenatural (aunque hace mayor hincapié en la segunda) pues en ambas se basa la existencia humana. El lado derecho se refiere a lo espiritual y es más importante sentir allí protección que en el lado izquierdo donde radica lo corporal y toleraremos con menos daño cualquier oprobio. Los que nos atacan por el lado izquierdo más bien son hombres que demonios; están poseidos por la vileza y la envidia. Los demonios, cuando atacan los bienes materiales ponen todo su empeño en que ese ataque sea la base de la ruina espiritual ajena. Los hombres, en cambio, no buscan directamente nuestro mal sino un resultado para ellos o para terceras personas. Nuestro verdadero tesoro está en el lado derecho, en el espíritu. El corazón del hombre tiende hacia el lado izquierdo pero debemos traspasarlo hacia el lado derecho. Nuestro escudo de soldado estará a la izquierda porque nuestro verdadero objetivo es el derecho. Quien está herido en el lado derecho y no se percata de ello, está espirituamente muerto. Llegará un día en que podamos existir sin soportar el continuo ataque por nuestra derecha y nuestra izquierda.
CUARESMA: SERMO SEXTUS
Sobre la última sección del verso quinto y sobre el sexto: "No temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni al enemigo que se desliza en las tinieblas, ni el asalto del demonio al mediodía"
Capítulo 1
Las divinas Escrituras con la palabra "noche" suelen referirse a la adversidad. Sabemos que el primer asalto contra los recién convertidos se centra en las molestias del cuerpo. Porque la carne, indómita hasta entonces, lleva muy mal que la castiguen y reduzcan a servidumbre. Tiene muy fresca todavía en su memoria la pérdida de su libertad y lucha con mayor violencia contra el espíritu. Y más en vuestro caso, muriendo como estáis cada día entre tanto sufrimiento e incluso al borde de la muerte en cada momento. Todo lo cual es superior a la naturaleza y opuesto totalmente a vuestras tendencias habituales.
Nada extraño que esto inquiete, especialmente a los que todavía no están acostumbrados ni listos para recurrir a la oración o refugiarse en las meditaciones santas, cargando así con el peso del día y del bochorno. Nos es imprescindible el escudo del Señor en los comienzos de nuestra conversión para no temer el espanto nocturno. Oportunamente se alude al espanto nocturno y no a la noche misma. Porque la adversidad no es tentación; lo es el temor a la adversidad. Todos padecemos, y, sin embargo, no todos somos tentados por ello. Y a los que son tentados les daña más el temor de los futuros sufrimientos que el tormento de los presentes
Capítulo 2
Y como el mismo temor ya es tentación, al que está rodeado por el escudo del Señor, justamente se le promete que no sentirá temor por la tentación. Quizá sea acometido, quizá sea tentado, quizá tema a la noche. Pero este temor no le hará daño. Es más: si consigue dominarlo, quedará libre e inocente, tal como está escrito: serán purificados con su temor. Porque este temor es como un horno, que purifica, pero no devora; que descubre la verdad. Este temor es como noche cerrada oscura, mas se disipa en un momento con la luz de la verdad. Obliga a reconocer ante los ojos del corazón los pecados que hemos cometido. Y, como dice el Profeta de sí mismo, mi dolor siempre me acompaña, porque confieso mi culpa y estoy acongojado por mi pecado.
Nos presenta los suplicios eternos que hemos merecido; así, todos los sufrimientos nos parecen una delicia comparándolos con las penas de las que nos vemos liberados. O bien nos evoca el premio celestial a que aspiramos, recordándonos a menudo que los sufrimientos el tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros. En fin, nos hace revivir lo que Cristo padeció por nosotros. Y, considerando sin cesar todo lo que sufrió su majestad por unos criados inútiles, nos sonroja por ser incapaces de soportar menudencias de escasa importancia.
Capítulo 3
Pero quizá esa verdad que te rodea por todas partes y de mil maneras ha sido ya capaz de alejar e incluso de disipar este espanto. La noche está avanzada. Como hijo de la luz y del día, compórtate respetuosamente y teme a la flecha que vuela de día. Sabes que la flecha vuela veloz y penetra rápidamente, mas hiere de gravedad y es fulminante. Esta flecha es la vanagloria. Los débiles y relajados no deben temer que les asalte. Pero los que parecen más fervorosos, ésos son los que deben temer, ésos deben temblar, atentos siempre a no abandonar el escudo inexpugnable de la verdad. ¿Hay algo que se oponga tanto a la vanagloria como la verdad? Ciertamente, para defenderse de esta flecha no es necesario penetrar misteriosa e íntimamente en la verdad. Basta con que el alma se conozca a sí misma, que posea su propia verdad. No creo equivocarme. El hombre que a la luz de esta verdad y con su atenta reflexión disipa en su intimidad todo lo que digan en alabanza suya mientras viva, difícilmente será inducido a soberbia. Efectivamente, si piensa en su propia condición, tendrá que decirse: ¿De qué te engríes, polvo y ceniza?
Porque, si considera su propia corrupción, ¿no deberemos reconocer que no encontrará en él nada bueno? Y, si cree encontrar algo bueno, pienso que no hallará réplica alguna a la pregunta del Apóstol ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y dice en otro lugar: Quien se ufana de estar en pie, cuidado con caerse. Finalmente, si no echa mal las cuentas, le será fácil pensar si le bastarán diez mil hombres para hacer frente al que viene contra él con veinte mil. Y caerá en cuenta de que toda su justicia es como trapo de mujer en menstruación.
Capítulo 4
Debemos esgrimir también esta verdad ante las otras tentaciones que se enumeran en el salmo. Pues, a pesar de todo, no desiste el enemigo primordial, sino que vuelve a la carga con argucias más astutas. Comprobó que la torre está firme por ambos lados. Que no puede derribarla por la izquierda agrietándola con el encogimiento del temor, ni halagándola por la derecha con glorias humanas. Y se siente por ello defraudado en su doble intento. Por eso dice para sus adentros: ya que no consigo hundirla por la fuerza, quizá pueda engañarla por la sagacidad de la traición. ¿Quién crees que puede ser ese traidor? La codicia, raíz de toda iniquidad. La ambición es un mal muy sutil; virus oculto, peste invisible, padre del engaño, madre de la hipocresía, progenitor de la envidia, origen de los vicios, yesca de los crímenes, herrumbre de las virtudes, polilla de la santidad, obcecación de los corazones, adulteración de los antídotos, medicina ponzoñosa.
Y sigue diciéndose el maligno: despreció la vanagloria, porque es una insustancialidad. Pero quizá algo más sólido termine haciéndole daño, a lo mejor, los cargos importantes o posiblemente las riquezas. ¡Cuántos fueron arrojados a las tinieblas exteriores por culpa de esta epidemia que se desliza en las tinieblas, despojándoles del traje de bodas y privándoles del fruto de la piedad en el esfuerzo de sus virtudes! ¡Cuántos fueron engañados alevosamente por esta peste hasta verse derribados! Sin embargo, todos los demás, para quienes pasó desapercibido el solapado trabajo del excavador taimado, quedaron espantados ante su ruina repentina y tan inesperada. Pero era natural. ¿Qué otra esperanza puede acariciar este gusano sino la locura del espíritu, olvidando su verdad? Pero la verdad rebusca hasta descubrir a este traidor y acusarlo de sus emboscadas nocturnas. Y esa misma verdad dice claramente: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo? Y también afirma: Los fuertes sufrirán una fuerte pena. Con sus constantes insinuaciones nos obliga a pensar qué cortas se quedan las satisfacciones de la frivolidad, qué severo será su juicio, qué breve su experiencia, qué incierto su fin.
Capítulo 5
Con la segunda tentación le persuadía a que se arrojara desde el pináculo, prometiéndole que nada le pasaría, siendo como era Hijo de Dios; y que, al contemplarlo, todos le aclamarían para entronizarlo. Tampoco le contestó si era o dejaba de ser el Hijo de Dios. La tercera fue de ambición, prometiéndole todos los reinos del mundo si postrándose le adorara. ¿No ves cómo la ambición lleva a la adoración del diablo? Efectivamente, a sus adoradores les brinda el éxito mundano de los honores y la gloria. Y, como ya hemos dicho, se abstuvo de tentarlo por cuarta vez, después de percatarse de la gran sensatez de sus respuestas.
Capítulo 6
¿Y cómo puede combatir contra quienes aman por todos los medios la justicia y odian la impiedad? ¿No lo hará descubriendo la maldad bajo apariencias de virtud? Cuando ve que los perfectos aman el bien, procura llevarlos al mal bajo capa de bien, y no mediocre, sino perfecto, para que consientan enseguida con su gran celo por el bien, por aquello de que quien va corriendo, fácilmente cae. Este demonio es no sólo diurno, sino incluso el del mediodía.
¿No fue éste al que temió María cuando se asustó por aquel saludo tan inesperado del ángel? ¿No lo insinuara así el Apóstol? Pues no ignoramos sus ardides; Satanás se disfraza de ángel de luz. ¿No era esto mismo lo que temían los apóstoles cuando vieron al Señor andar sobre el lago y se asustaron creyendo que era un fantasma? Mira qué oportuna coincidencia: era precisamente la cuarta vigilia de la noche, cuando los discípulos se encontraban en vela para luchar contra la cuarta tentación. Me parece innecesario insistir en algo tan claro como afirmar que es únicamente la verdad quien descubre la falsedad encubierta.
Capítulo 7
Un observador atento encontrará sin dificultad estas cuatro tentaciones en la situación general de la Iglesia. Ella, sufrió el espanto nocturno cuando todo el que mataba a los siervos de Dios pensaba que así daba culto a Dios. Pero al amanecer, cuando cesaron las persecuciones, la sacudió con mayores tensiones, hiriéndola con la flecha que vuela de día. Porque salieron algunos en la Iglesia, hinchados por el espíritu de sí mismos, codiciosos de la gloria vana y fugaz, que, por el afán de hacerse famosos y con su lengua fanfarrona, inventaron caprichosamente dogmas nuevos y perversos. Y así, cuando estaba ya en paz con los paganos y en paz con los herejes, se quebró la paz por los hijos falsos. Has hecho crecer al pueblo, Señor Jesús, pero no has aumentado nuestra alegría, porque hay más llamados que escogidos. Todos son cristianos, pero casi todos buscan su interés, no el de Jesucristo. Incluso los mismos servicios de las dignidades eclesiásticas se han convertido en torpe lucro y en negocio de las tinieblas, porque no se busca la salvación de los hombres, sino el lujo de las riquezas. Para esto se tonsuran, para esto frecuentan los templos, celebran misas y cantan salmos. Hoy se compite, sin pudor alguno, por conseguir obispados y arcedianatos, para dilapidar las rentas de las iglesias en cosas superfluas y frívolas.
Sólo nos falta que surja el hombre destinado a la ruina, el hijo de la perdición, el demonio diurno y del mediodía, que no sólo se disfrazará de ángel de luz, sino que te pondrá por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto. Y herirá el talón de su madre la Iglesia del modo más cruel, simplemente porque le duele que le haya quebrantado la cabeza. Esta será, sin duda, una batalla encarnizada. Pero la Verdad librará también ahora a la Iglesia de los elegidos, acortando en favor de ellos estos días, y aniquilará con el esplendor de su venida al demonio del mediodía. Y no quiero alargarme más a propósito de estas cuatro tentaciones, porque recuerdo que en un sermón sobre el Cantar de los Cantares también hablé de ellas. Allí incidía en el mismo tema del demonio del mediodía, cuando la esposa pregunta al esposo dónde sestea al mediodía.
RESUMEN
El primer asalto contra los recién convertidos se centra en las molestias del cuerpo. El espanto nocturno es el temor a la adversidad antes que soportar a la adversidad misma. El que está protegido por el escudo del Señor el temor lo purifica pero no lo devora. Nos damos cuenta de que nada significa, en comparación con los grandes beneficios de la vida espiritual.
La flecha que vuela de día es la vanagloria. Podemos defendernos de ella con nuestro autoconocimiento y la verdad.
El enemigo que llega entre tinieblas es la codicia, auténtica medicina ponzoñosa. Sin embargo, son muy cortas las satisfacciones de la frivolidad. Igualmente debemos rechazar el éxito mundano, los honores y la gloria.
La Iglesia ha caído en todo lo anterior y sólo nos falta el llamado “demonio del mediodía” que se disfraza de luz y se pone por encima de cualquier objeto de culto, disfrazado de ángel de luz.
CUARESMA: SERMO QUINTUS
Capítulo 1
Estad en vela y orad para no ceder en la tentación. Sabéis quién y cuándo lo dijo, porque es palabra del Señor, próxima ya su pasión. Y pensad que era él quien iba a la pasión y no sus discípulos. Sin embargo, no dice que pidan por él; sino por ellos. Y así le avisa a Pedro: Mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que no pierdas la fe. Y tú, cuando te arrepientas, afianza a tus hermanos. Si tanto habían de temer los apóstoles por la pasión de Cristo, ¿cuánto más no hemos de temer nosotros, hermanos míos, por nuestra pasión? Estad, por tanto, en vela y orad para no ceder en la tentación porque os rodea por todas partes la tentación. Ya habéis leído que la vida del hombre es tentación. Si nuestra vida está llena de tantas tentaciones que con razón debe definirse como una tentación, tendremos que atisbar en todas direcciones con extremada vigilancia para no caer en la prueba. Por eso decimos en la oración del Señor: Y no nos dejes caer en la tentación. Te invaden las tentaciones, pero su fidelidad te cercará como un escudo. Y, si se propaga la guerra, encontrarás guarniciones de tropas por todas panes. Es evidente que ese escudo debe ser espiritual, para que pueda cubrimos por entero. Por eso nos rodea su fidelidad, porque quien lo promete es la nobleza en persona, y tal como lo promete, lo cumple. Fiel es Dios, y no permitirá que la tentación supere nuestras fuerzas.
Capítulo 2
No es una incongruencia comparar la gracia de la protección divina con un escudo, pues por arriba es ancho Y muy amplio, para proteger la cabeza y los hombros. Pero por abajo es más estrecho; así se maneja mejor. Y, sobre todo, porque los pies; al ser más delgados, no corren tanto riesgo de ser alcanzados, y, en el peor de los casos, sus heridas no son tan graves. Cristo emplea la misma táctica. Para que sus soldados defiendan mejor lo que de suyo es inferior, su propia carne, la sacrifica con una mayor estrechez, por así decirlo, mediante la pobreza de los bienes materiales. Pues no quiere verlos sobrecargados por el exceso de riquezas, sino que estén contentos teniendo lo suficiente para comer y vestirse, como dice el Apóstol. Por el contrario, pa lo demás prodiga una mayor abundancia de gracia espiritual. Así lo encontramos escrito: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Con esto quería decirnos que no andemos agobiados por la comida y el vestido. Nuestro Padre celestial nos lo suministra por dos motivos: porque, si nos lo negara, creeríamos que está ofendido con nosotros y caeríamos en la desesperación. Y además para evitar que nuestro excesivo afán por los bienes materiales vaya en detrimento del esfuerzo espiritual, pues sin ellos no se puede vivir ni servir a Dios. No obstante, cuanto menos tengamos, mejor.
Capítulo 3
Así, pues, su fidelidad te cercará como escudo; no temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni al enemigo que se desliza en las tinieblas, ni el asalto del demonio al mediodía. Estas son las cuatro tentaciones de las que debemos estar a cubierto con el escudo del Señor a derecha e izquierda, delante y detrás, pues nos rodean por todas partes. Yo quiero que estéis prevenidos. Nadie puede vivir en la tierra sin tentaciones. El que se libre de una tentación, esté seguro y más temeroso que le sobrevendrá otra. Y pida verse liberado; pero nunca se prometa la libertad perfecta ni el descanso en este cuerpo de muerte.
En estas circunstancias, debemos reconocer el amoroso plan divino de su misericordia para con nosotros. Consiente él que nos agobien algunas tentaciones durante algún tiempo para que no nos asalten otras más peligrosas. De unas nos librará antes, para que podamos ejercitarnos en otras que prevé más ventajosas. Ya analizaremos, en su momento, estas cuatro tentaciones enumeradas por el salmo. Yo creo que, en el mismo orden designado por el salmista, acosan a los que se convienen y son como la raíz de todas las demás.
RESUMEN
Vivimos rodeados de todo tipo de tentaciones. El mismo Cristo se preocupaba más por sus discípulos que por él mismo. Nuestra fidelidad es como un escudo espiritual que nos protege. Ese escudo es ancho por arriba y estrecho por abajo pues tienen menor importancia las cosas materiales (representados por nuestras piernas y pie) pero también se cubren esas necesidades, por añadidura, pues sería un gran sufrimiento carecer complemtamente de ellas y son la base para que nuestro espíritu pueda avanzar libremente, sin agobios. Nadie está libre de tentaciones pues después de una sobreviene otra. Es posible que el Creador deje hacer a unas u otras para conducir nuestro desarrollo espiritual. No olvidemos las misteriosas palabras en las que las clasifica:
-no temerás el espanto nocturno
-ni la flecha que vuela de día,
-ni al enemigo que se desliza en las tinieblas,
-ni el asalto del demonio al mediodía
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