Tercera y última parte
“Yo mismo, por ejemplo, tengo a menudo un sentimiento no de una luz exterior sino de una especie de iluminación interior, una luz brillante, asociada al nombre de Jesús. He practicado mucho lo que los ortodoxos llaman la oración de Jesús, que consiste simplemente en la repetición del nombre de Jesús. Esta experiencia del nombre de Jesús puede volverse penetrante y puede proporcionar una especie de luz interior: te sientes envuelto en una luz interior indescriptible”. Lev Gillet
4. Ser fiel a la misión
En su conversación con el investigador de Manchester College en 1971, el padre Lev intenta ubicar sus experiencias –estas “vivencias existenciales”- en un contexto a la vez riguroso y personal: ¿qué significan estas experiencias? ¿Qué importancia les debo dar? A continuación presento algunos extractos adicionales de la entrevista de 1971:
“Yo pienso que nosotros experimentamos un fenómeno religioso cuando tenemos primero la conciencia de una realidad que nos transciende, que nos sobrepasa, más allá de nuestros propios límites. Segundo, si bien nos trasciende, debe ser en alguna medida una experiencia inmanente a nosotros mismos, debemos encontrarla en nosotros mismos. Y tercero, entre estas dos expresiones de una realidad suprema (que yo no la definiría por el momento), está la posibilidad de un intercambio dinámico: recibimos algo de ella y le damos algo. Esta es mi idea de un fenómeno religioso. […]” (This Time- Bound Ladder, p. 29).
Después de haber contado la experiencia del niño espástico y de su sueño, el padre Lev precisa lo que recuerda de la semana que pasó en esa especie de coma:
“Para mí, se trataba de una suerte de dialéctica que pasé durante una semana, en mi vida subsconciente, mientras que deliraba a los ojos de los otros. Y me parecía que todo el universo estaba así. Percibía que el rumbo del progreso en el mundo estaba en que nosotros debemos ayudar a todos los seres espásticos que nos rodean a ser capaces, en algún momento, de pedir café para los otros. Esta experiencia duró toda la semana, con algunos puntos más que no desarrollaré ahora. Había una secuencia dialéctica.”
“Yo creo que ustedes tienen razón cuando dicen que hay personas que, excepto en tiempos de crisis, no son conscientes. Sí, son espásticos, no se mueven más que mecánicamente, hasta que llega el momento donde rempentinamente sus ojos se abren y ellos se vuelven concientes de las otras personas.”
“En mi concepción, exclusivamente personal y que no puedo ni probar ni refutar, pienso que el niño espástico jamás sería capaz de pensar en un café para los otros, sino le hubiese sido sugerido, o dado, por algo o por alquien que le trasciende: lo que un cristiano llamaría la gracia.”
“He llegado a esta interpretación del sueño porque ya tenía mis propias convictiones religiosas. Estas están ligadas a un poder personal o supra-personal, con la cual, o con quien, yo he tenido un contacto personal en ciertos momentos de mi vida –los momentos decisivos de mi vida” (This Time-Bound Ladder, p. 32).
El Padre Lev cuenta aquí en la entrevista el acontecimiento del lago de Tiberíades en 1935. En respuesta a la pregunta: “¿Tuvo Usted otros momentos de este sentimiento de presencia?”, él responde, “Sí, tuve muchos de estos momentos, pero éste y también el sueño respecto a las personas espásticas fueron los más sorprendentes” (This Time-Bound Ladder, p. 33). En respuesta al comentario del investigador de que otras personas describen estas experiencias como “puramente psíquicas”, el padre Lev responde secamente: “Yo no tuve ninguna experiencia psíquica. Esta me fue todo un hecho extraño” (This Time-Bound Ladder, p. 33). El investigador le dice entonces que otras personas ven una luz o algunas luces, experimentan alegría y a veces un sentimiento de temor reverencial, ante lo maravilloso. El Padre Lev responde:
“Pienso que es un fenómeno común en todas las religiones. Yo mismo, por ejemplo, tengo a menudo un sentimiento no de una luz exterior sino de una especie de iluminación interior, una luz brillante, asociada al nombre de Jesús. He practicado mucho lo que los ortodoxos llaman la oración de Jesús, que consiste simplemente en la repetición del nombre de Jesús. Esta experiencia del nombre de Jesús puede volverse penetrante y puede proporcionar una especie de luz interior: tú te sientes envuelto en una luz interior indescriptible” (This Time-Bound Ladder, p. 34).
Más tarde en la entrevista, el padre Lev afirma muchas veces su convicción de que Dios le guía en su vida, en sus elecciones, en sus convicciones. Si el padre Lev habla en términos personales durante esta entrevista, no se aleja por tanto de la tradición de la espiritualidad ortodoxa que, desde luego, conocía profundamente. Pero él no utiliza el vocabulario típico, de algún modo eremítico, de la tradición ortodoxa, se esfuerza más bien por utilizar un lenguaje neutro, admisible para su interlocutor, para expresar sus ideas. […]
En realidad, es posible leer la entrevista de 1971 substituyendo los conceptos y el vocabulario ortodoxo, sobre todo por el lenguaje de los Padres ascetas y el de san Gregorio de Pálamas sobre el hesicasmo. Lo que se refiere a la “luz interior”, el padre Lev no pretende en absoluto que se trate de la Luz increada experimentada por los santos hesicastas del tiempo de Gregorio Pálamas. Pero se puede, sin embargo, hacer una relación entre esta luz y las palabras de San Serafín de Sarov a su discípulo Motovilov: “Aún debo decirle, a fin de que pueda comprender mejor esto que es necesario entender por la gracia divina, ta como se la puede reconocer cuando ella se manifiesta en los hombres que ella ilumina: La gracia del Santa Espíritu es Luz” [1].
El investigador señala que los demonios pueden disfrazarse en ángeles de luz frente a una orientación. A continuación presentamos la respuesta del padre Lev:
Hay varios criterios muy precisos para juzgar una dirección u orientación (la guidance). a tomar Primero, una orientación no debe venir solo una vez, esta debe repetirse. Segundo, debe ser expresada en el estilo de Dios. Es muy importante. Dios tiene un lenguaje propio, un estilo. Diría que hasta se puede reconocer gramaticalmente una frase pronunciada por Dios. Tercero, se puede probar una orientación al compartirla con otras personas. Pregunten a cuatro o a cinco personas qué entienden sobre vuestro problema de oración y pregunten qué hacer (una orientación), y vean si sus respuestas convergen. Cuarto, el más importante: ¿esta orientación produce en ustedes alegría y amor hacia Dios y hacia los otros? Juzguen el árbol según su fruto. (This Time-Bound Ladder, p. 45).
Luego el interlocutor pregunta una questión concerniente al “estilo” de Dios. El padre Lev responde:
“He preguntado sobre esto a muchas personas y he comprobado que ellos coinciden sobre el estilo de Dios. Pero a menudo en sus interpretaciones, en sus elaboraciones sobre las palabras pronunciadas por Dios, ellos intentan expresarlas de una manera humana, por largas frases que no pueden ser atribuidas a Dios. Dios habla siempre en pequeñas frases, muy breves. Generalmente no dice más que cinco o seis palabras. Son expresadas de tal modo que yo no encuentro otro adjetivoa para describirlas que el de irrevocables. No dejan la puerta abierta a ningún argumento, a ninguna contestación, a ninguna pregunta. Pienso que estas son las dos características: una gran brevedad y un carácter absoluto” (This Time-Bound Ladder, p. 34-35).
Es importante subrayar aquí que el padre Lev siempre fue muy discreto en lo que respecta a las “grandes experiencias” de su vida, tal como las tres mencionadas aquí y la orientación que deribó de ellas, y de otros momentos de oración íntima. De hecho, si no fuera por las cartas y conversariones con Élisabeth Behr-Sigel y por la entrevista con el investigador de Oxford, probablemente no hubiéramos conocido nada de esto. Él no se refiere a ellas en sus escritos. En ninguna parte utiliza expresiones como “Dios me ha dicho”. Para el padre Lev lo que importaba era la respuesta al momento de gracia, al momento de la visitación, de la visión que se le ha concedido. Tal vez las tenía en su mente cuando escribió para la revista Syndesmos, después de la entrevista de Oxford, una meditación titulada “La Visión”, meditación sobre el discurso de san Pablo ante el rey Agripa respecto a su visión sobre el camino a Damasco (cf. Hechos 26, 1-23), meditación que presenta todas las características de una experiencia personal. [2]
[1] Irina Goraïnoff, Saint-Séraphim-de-Sarov, Desclée de Brouwer, 1979, « Entretien avec Motovilov », p. 174.
[2] Publicado en Syndesmos News, No 8, diciembre 1972.
Tres experiencias inefables en la vida de Lev Gillet (Un monje de la Iglesia de Oriente)
Segunda Parte
Paul Evdokimov y P. Lev Gillet
2. “Un Pentecostés interior” (junio 1959)
El segundo acontecimiento tuvo lugar 24 años después de la visitación sobre las orillas del lago Tiberíades en mayo de 1935. El Padre Lev, después de haber retomado su “ministerio parisino” de múltiples facetas, se instala en Inglaterra desde 1939. El período de la guerra y de la post-guerra ha sido para él a la vez difícil y fecundo. Entre las actividades importantes del padre Lev en este período figuran los “diálogos con Trifón” –sus contactos y sus escritos sobre el mundo judío y las relaciones judeo-cristianas-, sus predicaciones en Inglaterra, su participación en la renovación de la Iglesia antioquena, sus escritos sobre la espiritualidad ortodoxa y sobre la oración de Jesús, la renovación de sus contactos con los monjes del monasterio de Chevetogne y los reencuentros con el mundo ortodoxo parisino a mitad de los años cincuenta. El Padre Lev no mencionó este segundo acontecimiento en su entrevista con el investigador de Oxford en 1971. Elisabeth Behr-Sigel escribe:
Nosotros hemos evocado lo que se puede llamar –sin forzar mucho las palabras- un segundo ministerio parisino de Lev Gillet: sus reencuentros, tan emocionantes, a partir de 1956, con el “París ortodoxo”; las esperanzas y los proyectos que de allí nacieron; las decepciones, en fin, la humilde fecundidad en los decenios siguientes de su ministerio. […] Para situar este nuevo ministerio parisino en relación al conjunto en su continuidad dinámica, hay que volver a aquel acontecimiento liberador que inaugura en su vida una nueva etapa espiritual, fecunda, activa, carismática, bajo el soplo del Espíritu
En junio de 1959, durante el retiro de los Fellowship [de Saint-Alban et Saint-Serge]en Pleshey, Lev Gillet conoció lo que él mismo nombra “un Pentecostés interior”, o también, sirviéndose del vocabulario de los pentecostales con los cuales simpatizaba, un “bautismo del Espíritu Santo”: “como manifestación con poder del Espíritu en nosotros y por nosotros”. A este don no solo puede sino que debe aspirar todo cristiano como lo proclama también el gran espiritual bizantino san Simón el Nuevo Teólogo, del que Lev Gillet se siente particularmente cercano y que, en esa época, el traduce algunos textos. [1]
La visión de la vida cristiana como vida en Cristo por el Espíritu Santo no es nueva en Lev Gillet. Esta aparece ya claramente en su libro Orthodox Spirituality escritoen 1944 [2]. Pero el acontecimiento –Erlebnis [3]- de Pleshey la ha actualizado, inaugurando en su vida interior, después de la concentración sobre el diálogo íntimo e inefable con el Salvador [4], una nueva etapa espiritual, más extrovertida, carismática y profética. Él la explica en un texto publicado en 1963 en la revistaContacts bajo el título “La Paloma y el Cordero” [5]. No hay discontinuidad entre la orientación cristocéntrica de su vida interior en el curso de los años precedentes – tal cual esta se expresa en Jesús, simples miradas sobre el Salvador- y la relación más íntima y más personal con el Espíritu del cual da testimonio la meditación sobre “La Paloma y el Cordero”. Se trata de una toma de conciencia, de una profundización, de la dinámica trinitaria. “La Paloma viene a nosotros para conducirnos con ella hacia el Cordero”, escribe el monje de la Iglesia de Oriente. “El Espíritu se manifiesta a los hombres como impulso hacia el Hijo. Ahora bien, el Hijo es el impulso hacia el Padre.” [6]
Lev Gillet insiste sobre el hecho de que su “meditación no pretende de ninguna manera ser un estudio de teología o de exégesis”. En realidad, La Paloma y el Cordero es una meditación a la vez teológica y mística y Lev Gillet, como él escribe en la carta que acompaña el envío de su artículo a Contacts, cree “tener algunas cosas que decir sobre el Espíritu Santo: se trata de mostrar que nosotros lo captamos solamente en nuestro impulso (él es este impulso) hacia Jesús (y a través de Jesús hacia el Padre) y que todo intento de fijar a nuestro provecho el curso de este impulso –de inmovilizarlo para contemplarlo- le hace más inaccesible aún y más evanescente – pero si nosotros coincidimos con este impulso, si nosotros nos volvemos uno con el descenso de la Paloma sobre Jesús, nosotros percibimos este descenso como don y comenzamos a experimentar al Espíritu Santo como el don de una persona hecha por una persona a otra persona, un Otro porque es la suprema manifestación del Amor personal”. [7]
El tercer acontecimiento, en marzo de 1971, encuentra al padre Lev en el umbral de una edad avanzada. El tiene 77 años: “El espíritu permanece vivo, el corazón ardiente, pero el cuerpo débil”, escribe Elisabeth Behr-Sigel (p. 571). El Padre Lev siente la muerte aproximarse: su hermano mayor Pedro fallecido en 1965, sus amigos, más jóvenes que él, Eugraph Kovalevsky (Mons. Jean de Saint-Denis) y Paul Evdokimov, fallecen en enero y septiembre de 1970 respectivamente. Después de la muerte de Eugraph Kovalevsky, el padre Lev viaja a Atenas, a Beirut y a París. Retorna a Inglaterra para algunas predicaciones y publicaciones. Vuelve nuevamente a París para los funerales de Paul Evdokimov, después el vuelve a Inglaterra. En enero de 1971 se encuentra en Suiza para predicar un retiro. Luego se prepara para hacer otro viaje al Líbano. Elizabeth Behr-Sigel escribe:
En enero de 1971, él vuelve a Suiza. Él llega “extenuado con un fuerte enfriamiento”. Una próxima estancia en el Líbano le permitirá –él espera- retomar fuerzas. Permanece así durante varias semanas. De repente en marzo de 1971, a continuación, al parecer, de las vacunas recibidas en vista de su partida por el Oriente, su estado se agrava. Delira, aparentemente inconsciente, a causa de una fuerte fiebre y de un “hipo chillón”. Es ingresado al hospital Saint-Charles de Londres. Los médicos diagnostican una crisis de uremia con complicaciones vasculares y cerebrales. Su vida parece en peligro. Durante varios días, permanece sumergido en una especie de coma. Cuando él emerge, declara que, “inconsciente en apariencia”, él no estaba “en las profundidades” [8]. Estremecido psíquica y espiritualmente, “fulminado y triturado”, él se ha sentido al mismo tiempo “lleno de gracias”. “La voz del Señor no ha cesado de hacerse oír”. A través de esta enfermedad –él afirma- Dios le “ha marcado”.
Sobre el sentido, para él, de esta marca [signo], Lev Gillet lo explicará algunos meses más tarde, en una entrevista acordada a un investigador de Religious Experience Research Unit de Manchester College de Oxford. [9]
Esto que, observa desde fuera, que se presentaba como un discurso delirante, era en realidad –afirma él- una “dialéctica”. En los orígenes se encuentra un acontecimiento en apariencia insignificante pero que, para él, reviste un sentido profundo. En la tarde que precede a la crisis, Lev Gillet, acompaña a una amiga, una médica india, a visitar a una familia persa cuyo hijo, indiferente a todo, parece inmerso en un estado autista profundo. De repente, a la llegada de la ellos, el niño se “despierta”, y pide inmediatamente café para los huéspedes.
Es alrededor de este “despertar autista” del niño “espático”, que le ha profundamente conmovido, que va a suceder el “delirio” del Padre Lev Así comenta el Padre Lev el hecho del relato: “Yo me vi acostado en la tierra, en una planicie muy blanca, [en una noche oscura]. Ninguna luz, ninguna casa, ni a la derecha, ni a la izquierda. Nada. Solamente saliendo de la tierra, por aquí y por allá, pequeños seres espáticos, semejantes a lombrices de tierra. Algunos pronunciaban la palabra “café” (en persa Kawe). Cada uno de ellos llevaba una pequeña luz como las de las lombrices brillantes. De repente, yo tuve la impresión de tener una visión del universo en su totalidad. En nuestro universo, todos nosotros somos, en un sentido, niños espáticos. Cada uno se mueve según su propio espasmo el cual puede ser la ambición, el dinero, el sexo o cualquier otra cosa. Cada uno es prisionero de su espasmo, [como este niño espático]. Pero en la medida en que uno u otro toma conciencia de las realidades fuera de su propio yo, entonces uno comienza a pedir café para los otros.” (ibíd., p. 31-32)
Este sueño, asegura Lev Gillet, tiene un sentido profundo: salvar al mundo, salvar a seres espáticos como nosotros, despertarles. Despertarnos de nuestros delirios autistas para convertirnos finalmente en hombres, “en seres humanos para los otros”.
El llamado –él lo sabía- le concierne personalmente. Lo que a él se le pide es una kénosis total: vaciarse de todo amor propio, de todo sentimiento de superioridad intelectual o espiritual: “Comprendí, explica él, que si yo deseaba ver a los niños espáticos emerger de la tierra lo único que debía hacer era ponerme, a mi mismo en el suelo, perdiendo todo sentimiento de mi importancia como individuo. Darme cuenta que todo lo que yo hago, todo lo que yo digo, todo lo que yo escribo, no tiene ninguna importancia. Lo importante para mí es extenderme por tierra. Entonces yo [seré capaz de ver emerger estas personas espáticas. Y lo único que yo tengo que hacer es ayudar a tales personas]” (ibíd., p. 33). El mensaje es claro, riguroso e indiscutible, como lo fue el que recibió anteriormente en el lago Tiberíades. No le queda más que obedecer. […]
El mensaje recibido a través de la enfermedad en la primavera de 1971 marcará profundamente el clima espiritual de los últimos años de la vida del Padre Lev Él confirma en ellos lo que él llama su “vocación de pérdida” [10].
Notas:
[1] Estas traducciones de la cuales él mismo me habló, que él habría querido que sean publicadas por Chevetogne, parecen haberse perdidos.
[3] Sensible a una tonalidad de sentidos difíciles de expresar en francés -Erlebnis viene de leben, “vivir” – Lev Gillet emplea en sus cartas los términos en alemán correspondientes al francés “acontecimiento”
[4] Ver Jésus. Simples regards sur le Sauveur.
[5] En los orígenes de estos textos hay una meditación dada en ingles por Lev Gillet en 1962 en Broadstairs, en el marco de las conferencias anules de Fellowship de Saint-Alban et Saint-Serge. Una versión francesa considerablemente alargada, que fue destinado primero a Irenikón, aparece finalmente en la revista Contacts (1963, n° 41) donde el autor afirma “sentirse más libre” (carta del 2 octubre de 1962 a Élisabeth Behr-Sigel.). Estos textos serán más tarde incorporados al pequeño volumen publicado en Chevetogne que lleva éste título. Nuestras citas se refieren a esta última publicación.
[6] La Colombe et l’Agneau, Chevetogne, 1979, p. 25, 51, 52.
[7] Carta del 20 octubre 1962 a Élisabeth Behr-Sigel. Extraído de: Un Moine de l’Église d’Orient, pp. 511-513.
[8] Carta del 14 abril de 1971. Las citas que siguen son sacadas de esta carta. Algunas informaciones sobre la enfermedad del P. Gillet han sido provistas por el secretario de Fellowship, el reverendo Basilio Minchin.
[9] Ver Edward Robinson, This Time-Bound Ladder, Oxford, 1977, p. 29-47. La entrevista con Lev Gillet debió ubicarse entre febrero y marzo de 1972. Éste último hace alusión de ella en una carta con fecha del 10 de marzo del mismo año.
[10] Extraído de: Un Moine de l’Église d’Orient, pp. 573-576.
Tres experiencias inefables en la vida de Lev Gillet (Un monje de la Iglesia de Oriente)
Primera Parte
La vida del padre Lev Gillet está jalonada por tres eventos “inefables”, tres experiencias intensas, misteriosas, determinantes, tres “visitas de los alto” que lo marcaron profundamente. Elizabeth Behr-Sigel los describe en la biografía del padre Lev, y él mismo padre Lev habla de dos de estos acontecimientos en una entrevista concedida a un investigador en “ciencias religiosas” en febrero o marzo de 1972 y publicada en 1977 [1]
El primer acontecimiento, sin duda el más importante, tiene lugar sobre las orillas del lago de Tiberíades en mayo de 1935. El Padre Lev había emprendido una larga misión que le llevó a Constantinopla, a Damasco, después a Jerusalén, con el único fin de buscar una solución que permitiera a Mons. Luis Winnaert exsacerdote católico ordenado obispo en la “Iglesia católica liberal”, y a los grupos de fieles que le estaban unidos, entrar en la Iglesia ortodoxa [2]. Los patriarcas de Constantinopla y de Antioquia habían rechazado recibir al grupo, el padre Lev había llegado a Jerusalén con el fin de pedir en favor de Mons. Winnarert ante el patriarca de Jerusalén. El Padre Lev decide visitar primero los alrededores del lago de Tiberíades, lugares ricos de recuerdos de los pasos del Señor Jesús. Elizabeth Behr-Sigel escribe:
Presa de una crisis interior profunda, de dudas y desesperación, yendo a Jerusalén, la cruel, la ciudad “que mata a los profetas”, se dirigió a Galilea. En la soledad y el silencio, él espera encontrar consuelo. Sin duda, se acuerda –como lo repetirá a menudo más tarde- que en Galilea, tierra de los primeros encuentros de los discípulos con Jesús, es también el lugar donde el Resucitado los llamó a un nuevo encuentro con él, después del drama de la Pasión. Es aquí en Galilea, en las orillas del lago de Tiberíades, en la blancura resplandeciente del sol en el cenit, que ocurrieron los acontecimientos inefables: la desorientación total, y al mismo tiempo la orientación de manera decisiva, esta “catástrofe bendita” lo marcará para el resto de su vida.
¿Qué le pasó? Solo varios meses más tarde, de regreso a París, después de una larga ausencia, el Padre Lev intentará decir algo en una carta a su amigo. Se excusa de su silencio debido a sus viajes en el Próximo Oriente y luego en Gran Bretaña, él escribe: Hay un punto central: Palestina. En la Judea rojiza y cruel, y en Jerusalén –ciudad de Pentecostés, ciudad del Espíritu Santo más que de Cristo –yo me sentí extranjero […] ¡Pero en Galilea! Allí, yo no recordar sin ser quebrado de emoción. Esto es lo que yo esperaba. Yo no intentaría describirle aquella “experiencia” (¡a mi no me gusta esta palabra!) espiritual que tuve en Tiberíades, a las orillas del lago. Ella es el punto culminante de mi vida.
¡Oh este lago! Las lágrimas me vienen a los ojos en cuanto yo intento interiormente recordarla. No hay más otro lugar sobre la tierra que, en tanto como lugar, que tenga para mí un interés alguno. Yo sé que debo volver allí. Yo debo ser fiel a esta cita que me ha sido imperiosamente dada. ¿Cuándo volveré? No lo sé. Puede ser que debería yo fijarme allí para siempre. Lo cierto es que después, yo me siento en París como un extranjero, como un peregrino entristecido. Yo espero alguna cosa que deba venir, una palabra que pueda ser pronto pronunciada. Realizo mecánicamente lo que debo hacer, pero todo en mí es “aridez, sin agua”, quemado por este foco ardiente: el 30 de mayo de 1935 - Tiberíades- donde yo he dejado mi ser… Yo tenía necesidad de un absoluto al cual toqué, sin desgraciadamente abrazar” [3]
Treinta y cinco años más tarde, se siente próximo el término de su vida, Lev Gillet volverá sobre este acontecimiento central. Interrogado por un investigador en “ciencias religiosas” sobre los momentos de su vida donde él tuvo la “sensación” y la “convicción“ de estar en contacto con una realidad transcendente, él evoca el acontecimiento del lago de Tiberíades:
“Llegué a tener en mi vida personal íntima un sentimiento de presencia, de una presencia sobrenatural que me era dada. Este sentimiento persistió de una manera extremadamente intensa durante horas enteras. La presencia estaba conmigo, me llenó, me hacía llorar sin ninguna razón. Yo estaba totalmente subyugado por ella. Esto me pasó sobre las orillas del mar de Galilea… Yo no vi a ninguna persona. La presencia no tenía forma alguna, ninguna figura, ninguna configuración. (Se trataba simplemente de la presencia de una realidad que yo podía alcanzar y que me podía alcanzar) [14] En mi espíritu, ella estaba asociada a la persona de Jesús. Puede ser porque me sucedió sobre las orillas del lago de Galilea: (puede ser porque estaba influenciado por los alrededores, por el paisaje), por causa de los recuerdos asociados a este lago en los Evangelios. Pero fue tan poderoso que de repente yo vi la vanidad de las intenciones por las cuales iba a Jerusalén. Esto que yo vi, que yo sentí, superó todo lo que yo podía llegar a hacer en Jerusalén. ¡Supe que debía inmediatamente volver a Europa y nada más!” [5]
Separado por un largo intervalo de tiempo, contados en contextos totalmente diferentes, estos dos testimonies son en lo esencial idénticos. En su carta de otoño de 1935, Lev Gillet le cuenta a una amiga, cristiana como él, acerca de una emoción cuyas olas continuamente lo sumergen. Aquí se trata menos del “acontecimiento” mismo, sino de su prolongación en el presente: conciencia de una ruptura total, nostalgia de otro “lugar”, de la cual Galilea – el lugar de una comunión a la vez sensible y totalmente inefable con una realidad trascendente- es el símbolo. Jesucristo no es nombrado. Pero todo el contexto indica que es la sensación emocionante de su presencia que, en una suerte de dolorosa alegría, arranca lágrimas. Este sentimiento de “presencia” es analizado en la entrevista otorgada por Lev Gillet a un erudito de Oxford. El entrevistado se esfuerza visiblemente al hablar de su “experiencia” – término que sin embargo detesta- de hacerlo con una precisión y una preocupación de objetividad científica.
En los dos relatos, el acento está puesto sobre la total emoción que resultó de esta irrupción de una realidad trascendente: una emoción que se expresa con lágrimas incoercibles e incomprensibles. Los dos testimonios evocan también las características imperiosas del llamado recibido. Una orden irrecusable aunque inefable emana de la “presencia”. Como Saulo sobre el camino a Damasco, Lev Gillet se sintió “subyugado” por una fuerza luminosa que invade todo su ser, que lo llena y que, al mismo tiempo, lo sobrepasa infinitamente. El se siente de repente extraño a los propósitos que le habían traído a Constantinopla y, después, a Jerusalén…
Cuando el acontecimiento de Tiberíades tuvo lugar, tenía cuarenta y tres años de vida, exactamente la mitad de su vida terrestre. Para él, como para Mesa la deCompartiendo el almuerzo de Claudel, “la hora había llegado de la propuesta central que no puede ya evitarse”. Pero el sentido de esta propuesta queda todavía obscuro. Como en un túnel, él avanza en las tinieblas hacia la luz vislumbrada en el lago de Tiberíades y hacia esta voz de una suavidad tan desgarradora que no cesa de llamarlo
Con palabras de un poema de Newman, que el amaba y conocía desde el corazón, él ora y confía esta oración a su amiga [6]:
Lead, kindly light, amidst the encircling gloom,
Lead thou me on ; the night is dark and I am far from home
Lead thou me on , Keep thou my feet ; I do not ask to see
the distant scene ; one step enough for me [7].
Notas
[1] Edward Robinson, This Time-Bound Ladder: Ten Dialogues on Religious Experience, Religious Experience Research Unit, Manchester College, Oxford, 1977, pp. 29-47. Sobre las circunstancias de esta entrevista, ver Un Moine de l’Église d’Orient, p. 574, n. 10.
[2] Sobre Mgr Winnaert y la misión del Padre Lev en Medio Oriente, ver Un Moine de l’Église d’Orient, en particulier pages 251 à 267.
[3] Carta del 9 noviembre 1935 a Élisabeth Behr-Sigel.
[4] Texto no incluido en Un Moine de l’Église d’Orient.
[5] Edward Robinson, This Time-Bound Ladder, pp. 32-33.
[6] Carta no fechada a Élisabeth Behr-Sigel.
[7] Extraída de : Un Moine de l’Église d’Orient, pp. 267-270. [Se puede traducir el poema del Cardenal Newman: « Dirígeme, gentil luz, a través de las tinieblas que me rodean. Dirígeme. La noche es obscura y yo estoy lejos del hogar. Dirígeme; Protege mis pasos. Yo no pido ver a lo lejos, un paso me basta » NDLR]
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