jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo

CARACTERÍSTICAS DEL PASTOR Y DEL REBAÑO

La diferencia que existe entre el pastor y su rebaño es idéntica es idéntica a la que debe mediar entre el obispo y su pueblo. El primero está en pie y bien erguido, el otro tiene la cabeza inclinada hasta el suelo. Lo ha dicho el poeta:
 "Mientras que todos los demás miran a la tierra, el hombre dirige su rostro hacia el cielo". 
 El pastor conduce y el rebaño se deja conducir. Aquél apacienta y éste come los pastos. La actitud y manera de ser les distingue perfectamente. El pastor lleva en la mano una vara para golpear, o más bien para conducir y agrupar a las ovejas. ¿Qué significa esta vara en la mano sino practicar la justicia, y de ese modo instruir a los súbditos más con el ejemplo que con la palabra? Porque si los discípulos ven que sus maestros les superan en humildad, ellos se avergonzarán de su soberbia. Recordemos qué dice del Señor la Escritura: Comenzó a obrar y a enseñar. 
 El pastor lleva también un bastón para herir al lobo. La vara es para la oveja y el bastón para el lobo. Para decirlo de otro modo, a los obedientes y sumisos debe corregirlos con delicadeza, y a los insolentes y rebeldes de corazón debe reprenderlos con más energía y, si es menester, herirlos con el castigo de la excomunión.
 También lleva el perro atado con un cordel, o sea, un celo discreto; y así no será como aquellos de quienes afirma la Escritura que tienen celo, pero mal entendido. Y finalmente, el buen pastor lleva pan en el zurrón, esto es, la palabra de Dios en su memoria. 

RESUMEN Y COMENTARIO
El pastor guía a su rebaño pero de distintas maneras. A los sumisos y obedientes, que cometen pequeñas faltas, los guía con una vara que indica la dirección correcta hacia donde deben caminar. A los soberbios y rebeldes los guía con un bastón, pues merecen mayor corrección. En cualquier caso guía a sus compañeros y acólitos con un largo cordel, para permitirles el uso de la razonable libertad que el Señor nos otorga. En la memoria del pastor, como pan espiritual, del que nos alimentamos todos, siempre se encuentra la palabra revelada por Dios. 

EN LA DEDICACIÓN DE LA IGLESIA. SERMÓN V


Doble consideración de sí mismo


 Hermanos, hoy clebramos una gran fiesta. Esto es muy fácil decirlo; pero si queréis saber a qué Santo festejamos, ya no es tan fácil. En efecto, cada vez que celebramos la memoria de un apóstol, de un mártir oo de un confesor, no es difícil indicar de qué se trata. Pensemos, por ejemplo, en las fiestas de San Pedro, del glorioso Esteban, de nuestro Padre San Benito o de algún otro príncipe de la curia celestial. La solemnidad de hoy, en cambio, no concierne a ninguno de ellos, aunque es realmente una solemnidad y no de las menores. Voy a decíroslo abiertamente: hoy se celebra la fiesta de la casa del Señor, del templo de Dios, de la ciudad del Rey eterno, de la esposa de Cristo.
 Nadie duda que es santa la esposa del Santo de los santos y dignísima de todo honor. ¿Y por qué dudar de que sea santa la casa de Dios, de la cual se dice: en tu casa reina la santidad?Su templo también es santo y de una perfección admirable. Juan nos atestigua que vio una ciudad santa. Vi bajar del cielo, como una novia que se adorna para su esposo. Con estas citas he comenzado ya a descubrir lo que intenta seguir ocultándoos. Es decir, la esposa y la ciudad son a la vez el templo y la casa. Lo cual no es nada extraño porque uno mismo es el que se digna mostrarse Esposo, Rey, Dios y Padre de familia.
 Pero no creo que quedéis satisfechos mientras no escuchéis con más claridad quién es el que merece llevar el nombre de Casa del Padre de Familia, Templo de Dios, Ciudad de este Rey y Esposa de este Esposo tan insigne. Yo, por mi parte, temo decir lo que pienso, no suceda que alguno de vosotros lo entienda mal o lo acoja con poca humildad y salga de esta reunión envanecido de su incomparable dignidad o escéptico por su espíritu tan mezquino. Quiero que reine siempre en vosotros la fidelidad y la humildad, virtudes imprescindibles para la salvación. Porque solamente los humildes reciben la gracia de aquel a quien sin fe es imposible agradarle. Quiero y deseo ardientemente que os presentéis ante él como pequeños y grandes; más aún -aunque sorprenda-, como que sois nada y algo. Y un algo muy grande. Si no sois magnánimos no podréis conseguir esos bienes tan sublimes ni arrebatar el reino de los cielos. Y si no os hacéis como niños tampoco entraréis en ese reino. 
 Yo no soy un gran pensador y sólo puedo comunicaros el fruto de mi experiencia. Por eso me limitaré a deciros lo que he sentido alguna vez, para que lo imite quien lo crea provechoso. Como estoy convencido de que debo compadecerme de mi mismo para agradar a Dios, pienso frecuentemente en eso y, ojalá pudiera hacerlo sin cesar. Hubo un tiempo que no me gustaba este ejercicio, porque me amaba muy poco, por no decir nada. ¿Quién ama al que desea verle muerto? Y si está fuera de toda duda que la maldad es muerte del alma, la conclusión es evidente: quien ama al mal odia a su propia alma.Yo la odié. Seguiría odiándola aún ahora si no me hubiera enseñado a amarla el que la amó primero. 
 Ayudado, pues, con su gracia, pienso alguna vez en mi alma y encuentro en ella dos cosas contrarias. Si la considero tal como es en sí y de sí misma, es decir, en su pura realidad, lo único que puedo decir es que está totalmente abatida. Es inútil detallar sus miserias; está abrumada de pecados, envuelta en tinieblas, enredada en placeres, llena de ilusiones, inclinada siempre al mal y proclive al vacío; para decirlo de una vez, invadida de confusión y vergüenza. Si toda nuestra justicia, mirada a la luz de la verdad, es como un paño manchado, ¿cómo srán nuestras injusticias? Si nuestra luz es pura tiniebla, ¿qué densidad tendrán nuestras tinieblas? 
 Quien se examine a sí mismo sin ambages y se juzgue imparcialmnte, dará la razón al Apóstol y confesará con toda sencillez: Si alguno se figura ser alg, cuando no es nada, él mismo se engaña. O hará suya aquella otra exclamación llena de fe y humildad. ¿Qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él? Lo sabemos perfectamente: pura vanidad, un soplo, nada. ¿Y cómo puede ser nada el que Dios tanto encumbra? ¿Es nada quien es tan amado de Dios?
Cobremos aliento, hermanos, y si en nuestro corazón no somos nada, tal vez el corazón de Dios nos reserve algo. ¡Oh Padre de las misericordias y Padre de los miserables! ¿Por qué vuelcas en ellos tu corazón? Sí, ya lo sé: donde está tu tesoro allí está tu corazón. ¿Cómo vamos a ser nada si somos tu tesoro? En tu presencia todas las naciones son como si no existieran, no cuentan absolutamente nada. Sí, eso son en tu presencia, pero no en tu corazón. Eso son ante el juicio de la verdad, no para el afecto de tu amor. Tú llamas a las cosas que no existen como a las que existen. No existen porque tu llamas lo que no existe; y existen porque las llamas. No existen en sí mismas, pero existen en ti. Lo dice, claramente el Apóstol: No por las obras sino porque él llama. De este modo consuelas con tu misericordia al que humillas con tu verdad, y se desahoga libremente en tus entrañas el que se ahoga en las suyas. Todos tus caminos se resumen en la misericordia y en la fidelidad para los que guardan tu alianza y tus mandatos: tu alianza que es amor, y tus mandatos que son fidelidad.
 Lee, hombre en tu corazón; lee en tu interir tu propio veredicto de la verdad, y te juzgarás indigno de la luz del sol. Lee después en el corazón de Dios la sentencia rubricada con la sangre del Mediador y verás cuán distinto cuán distinto te resulta poseer algo en esperanza y tenerlo realmente. ¿Qué es el hombre que así lo encumbras? Algo muy grande, mas para el que así lo ensalza. Y la prueba de ello es que se cuida inmensamente de él. Él mismo cuida de nosotros, escribe el apóstol Pedro. Y el Profeta añade: Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mi.
 Aquí vemos el maravilloso equilibrio entre ambas consideraciones: en un mismo momento desciene y asciende; se siente pobre y desgraciado y ve a Dios volcado sobre él. Subir y bajar a un mismo tiempo pertenece a los ángeles: Veréis a los ángeles de Dios subir y bajar por el Hijo del  hombre. Pero ellos no sufren ninguna alteración al subir y bajar, porque continuamente son enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación y nunca dejan de estar en la presencia de la majestad. Dios lo ha dispuesto con misericordia: nosotros abundamos en gozo y ellos desconocen la tristeza. ¿Pensáis acaso que si no fuera así soportarían tranquilamente verse alejados ni un solo instante, por atenderos a nosotros, de ese rostro glorioso que les hechiza? El que es la Verdad nos dice el Evangelio, hablando de los niños, que sus ángeles están viendo siempre en el rostro del Padre. Vigilan atentamente a los niños, sin privarse en nada de su propia felicidad. 
 Por ese motivo San Juan vio descender a la Jerusalén celeste, pero no pudo contemplarla erguida. Tampoco dice que la viera caer, sino descender. En otra ocasión sí cayó una gran parte de aquella ciudad; pero esa parte era muy poco santa, ya que el modo de su terrible caída fue haberse rebelado contra el que es la santidad. 
Juan no pudo ver este desastre y esta terrible caída, porque todavía no existía. Pero la vio el Verbo, que existe desde el Principio, y dijo un día a los Apóstoles: Yo veía caer a Satanás de lo alto como un rayo. Esta parte que cayó será reparada por Dios. Él levantará las ruinas y reconstruirá las murallas de Jerusalén; pero no lo hará con ninguno de los que cayeron. En cambio, esta que desciende ya estaba preparada, como nos dice el vidente: Preparada por Dios.
 El hecho de que los ángeles santos descendieran y no cayeran se debe a una prevención divina, que les concedió el deseo y la capacidad para ello. Por eso nos dice el Apóstol que son únicamente administradores, sino enviados a un ministerio. ¿Es mucho que haga descender los cielos en bien de aquellos por quienes quiso el mismo ser enviado por el Padre? ¿Es mucho que haga descender los cielos en favor de aquellos por quienes descendió el Rey de los cielos, y escribió con su dedo en la tierra? Señor, inclina tus cielos. Mas aún: y desciende. ¿Qué más quieres? Que suban con él aquellos con quienes se identificó.
 Ya hemos dicho que las subidas y bajadas de los ángeles son simultáneas. Nosotros, en cambio, debemos alternar de una a otra, porque no podemos perseverar en lo alto, ni nos Subían al cielo y bajaban al abismo, y su alma desfallecía por el mal. ¿Por qué dice esto? Porque en esta vida es más frecuente que el alma sufra el mal que se goce en el bien: el mal es una realidad, el bien es una esperanza. ¿Quién puede salvarse? preguntaron los discípulos al Salvador. Y les dijo: Humanamente eso es imposible, pero no para Dios. Aquí radica nuestra confianza, nuestro único consuelo y la razón exclusiva de nuestra esperanza.
 Estmos ciertos de que es posible, ¿pero sabemos si lo quiere?El hombre no sabe si es digno de amor o de odio. ¿Quien conoce la mente del Señor? ¿Quien es su consejero?Necesitamos apoyarnos en la fe y confiar en el amor, para que su Espíritu nos revele el designio del corazón del Padre sobre nosotros, y asegure a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y que nos convenía de ello, llamándonos y justificándonos gratuitamente por la fe; porque estas dos gracias son el puente que une la predestinación con la glorificación. 
 Si la primera consideración se orientaba al juicio y a la verdad, esta otra se alimenta de la fe y del amor. Nada tiene de extraño que el hombre realice actividades tan dispares, si nos fijamos en la diversidad de naturalezas a que da origen una misma sustancia. ¿Hay algo más sublime que el espíritu de vida? ¿Existe algo más ordinario que el barro? Esta coherencia en el hombre de cosas tan incoherentes, no pasó inadvertida a lo filósofos al definirle como animal racional mortal. Es una admirable unción entre la razón y la muerte, entre la discreción y la corrupción. Idéntica oposición, por no decir mayor, encontramos en las costumbres, afectos y aspiraciones del hombre. Si, observas atentamente su maldad y su inmensa capacidad de bien, te parecerá un verdadero milagro la fusión de realidades tan dispares. De aquí que una misma persona puede ser llamado hijo de Jonás y Satanás. Absolutamente normal. Repasad el Evangelio y veréis cómo la Verdad, y en ambos casos son plena verdad, dijo: Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás; y poco después le dijo: ¡Apártate de mi Satanás! Así pues, el mismo individuo era ambas cosas aunque no tenían el mismo origen. Lo primero lo tenía del Padre, lo segundo del hombre; pero él era una y otra realidad. ¿Por qué era hijo de Jonás? Porque no había recibido la revelación de la carne ni de la sangre, sino del Padre del cielo. ¿Y por qué era Satanás? Porque no pensaba en lo divino sino en lo humano. 
 Apoyémosnos en esa doble consideración para conocernos de verdad: una nos manifiesta nuestra nada y otra nuestra grandeza. La magestad divina está pendiente de nosotros y ha volcado su corazón sobre nosotros. De este modo nos gloriaremos con mesura, e incluso nos sentiremos solidamente orgullosos, porque ya no nos gloriamos en nosotros mismos, sino en el Señor. Nos apoyaremos exclusivamente en él y diremos: Si ha decidido salvarnos, pronto recuperaremos la libertad.
 Después de habernos detenido un momento en esta atalaya, preguntémonos por la casa de Dios, su templo, su ciudad, su esposa. Lo digo con temor y respeto: somos nosotros. Sí nosotros somos todo eso en el corazón de Dios. Lo somos por su gracia no por nuestros méritos. Que el hombre no usurpe lo que es de Dios ni se atribuya su gloria: si lo hace, Dios que le ha dado todo, humillará al orgulloso. Si un ansia pueril nos lleva a querer salvarnos prescindiendo de él, no lo lograremos. Disimular la propia flaqueza es excluirse de la misericordia: no queda lugar para la gracia donde se presumen méritos.
 Por el contrario, la humilde confesión de nuestras dificultaes excita su compasión. Esa confesión es lo único que le mueve a Dios a socorrer nuestra necesidad, como un rico padre de familia y nos hace encontrar pan en abundancia junto a él. Somos su casa donde no falta el alimento vital. Y no olvidemos que él quiere que su casa sea lugar de oración. Así piensa también el salmista cuando nos asegura que en la oración nos da a comer llanto y beber lágrimas a tragos. Por lo demás, como ya dijimos anteriormente con palabras del mismo Profeta, la santidad es el mejor adorno de esta casa. Si a las lágrimas de la penitencia acompaña la pureza del alma, la casa de Dios se convierte en un templo de la divinidad. Sed santos, nos dice el mismo Dios, porque yo, vuestro Dios, soy santo. Y el Apóstol añade ¿no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu santo y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno profana el templo de Dios, Dios lo aniquilará.
¿Será suficiente la santidad? Según el testimonio del Apóstol, también la paz es necesaria: Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá a Dios. Esta paz es la que nos hace vivir juntos, unidos como hermanos, y edifica para nuestro Rey, el verdadero Rey pacífico, una ciudad enteramente nueva llamada Jerusalén, que significa visión de paz. Una multitud que está reunida y no tiene paz, ni observancia de la ley, ni disciplina ni régimen, ni cabeza, no merece llamarse pueblo sino turba. No sería ciudad, sino confusión. Tiene más de Babilonia que de Jerusalén.
 ¿Y cómo puede ser que un Rey tan glorioso se convierta en esposo, y una ciudad en esposa? Esto sólo puede realizarlo el que todo lo puede: el amor, que es más fuerte que la muerte.¿No va a levantar el alma el que logró inclinar a Dios? Aquí ya no debes considerarte a ti mismo, como antes dijimos, sino realizar al máximo todas las potencialidades de tu fe. Dios mismo nos dice esto: Yo soy tu esposo por la fe, y me desposo y me desposo contigo en juicio en justicia -la mía, no la tuya-, Soy tu esposo por misericordia y compasión. ¿No se ha portado él como un esposo? ¿No ha amado y se ha mostrado celoso como un esposo? Entonces ¿cómo nos consideramos esposas suyas? 
 Por tanto, hermanos, sabemos por experiencia que somos la casa del Padre de familia, por el alimento tan abundante que tenemos: somos templo de Dios por nuestra santificación, ciudad del Rey supremo por nuestra comunión de vida y esposa del Esposo inmortal por el amor. Creo, pues, poder afirmar sin miedo que esta fiesta es realmente nuestra. Y no os extrañe que se celebre en la tierra: también se celebra en el cielo. Si la Verdad infalible nos dice que en el cielo hay alegría por un pecador que se convierte, con mayor razón se alegrarán los ángeles por la conversión de tantos pecadores. ¿Queréis otro testimonio? El Señor se goza en nuestra fortaleza.Alegrémonos, pues, con los ángeles de Dios, gocémons con Dios y celebremos esta fiesta con acción de gracias, y cuanto más familiar es, vivámosla con mayor devoción. 

RESUMEN
La esposa y la ciudad celestial son, a la vez, el templo y la casa del Señor. Debemos vivir con humildad, como niños y, al mismo tiempo, amarnos a nosotros mismos que es lo equivalente a despreciar al mal. Como no logro desprenderme totalmente de las tendencias maléficas, me compadezco de mi mismo y ese es un ejercicio que deberíamos hacer continuamente. El alma del hombre es impura e insignificante. Por eso mismo es difícil entender que seamos tan amados de Dios. Los caminos de Dios son difíciles de entender. Se basan en la misericordia y existe, con la intensidad que desea, lo que quiera que exista. El hombre y la Jerusalén celestial suben y bajan, sufren alegrías y tristezas. En nuestro apoyo Dios manda a sus ángeles que suben y bajan al mismo tiempo y no sufren la tristeza. En otras palabras, permanecemos aislados dependientes del socorro que llega y se va. Sólo Dios, de forma misteriosa, puede abrirnos el camino hacia las alturas celestiales. El hombre es un ser dual, al mismo tiempo angélico y satánico. Sólo Él, si ha decidido salvarnos nos hará recuperar la libertad. Nadie puede profanar el templo de Dios, que es nuestro propio cuerpo, porque Dios lo aniquilará. La Iglesia (la comunidad de los fieles) es la verdadera esposa de Dios y en ese sentido todos somos esposas de ese Dios santo y misericordioso. Debemos celebrar la fiesta de la dedicación a la iglesia con la alegría de que es nuestra fiesta y dando gracias a Dios por nuestra conversión. 

EN LA DEDICACIÓN DE LA IGLESIA. SERMÓN CUARTO


SERMÓN CUARTO
Estamos dedicando este día a solemnes alabanzas y lo llenamos de alegres cantos. Pero nadie que presume de religioso, o de sabio, puede ignorar lo que venera o cerebra. Por eso debemos pregunarnos a qué se debe todo esto o qué santo recordamos. Yo no me atrevo a decir nada; prefiero ceder la palabra a otro, cuyo testimonio tiene más valor y merece toda confianza.
 Tal vez os sorprenda este breve exordio, pues tenéis ante vuestros ojos esta iglesia, cuyo aniversario de la DEDICACIÓN celebramos. Nadie se atreve a negar la santidad de estos muros misteriosamente consagrados por las manos venerables de los Pontífices. Desde entonces se proclama aquí frecuentemente la palabra divina. Se perciben los fervientes susurros de la oración, se veneran las reliquias santas, y los espíritus angélicos velan incesantemente por su custodia.
 Es muy posible que me preguntes: "Todo esto es evidente, pero ¿Quién ha visto a los centinelas angélicos?" Tu no los has visto, pero el que los envía sí los ha visto. ¿Y quién es ese? El que dice por medio del Profeta: sobre tus murallas Jerusalén he colocado centinelas. Hay una Jerusalén en el cielo, la libre, nuestra madre. Pero yo creo que no hay vigilantes en sus murallas, pues el Profeta canta de ellas: reina la paz en tus fronteras. Y si esto te parece poco, escucha lo que continúa diciendo: nunca callan ni de día ni de noche. 
 Esto nos prueba que no se refiere a esta Jerusalén terrena cuando dice: sus puertas no se cerrarán durante el día y allí no habrá noche. La Jerusalén de arriba no está sujeta a cambios ni necesita centinelas. Quien los necesita son nuestros días y noches. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas.  
 Tú eres compasivo con nosotros, Señor, y no estás tranquilo con esta frágil protección de nuestros muros; por eso, has destinado una escolta de ángeles que defienden las murallas y a cuantos viven en su interior. bendito seas, Padre, porque eso te pareció bien a ti,  y nosotros lo necesitábamos. Nuestro servicio resulta insuficiente si no nos asisten y ayudan esos espíritus en servicio activo, que se enván en ayuda de los que han de heredar la salvación. Es cierto que no vemos su servicio, pero palpamos su colaboración. No vemos su rostro, pero sentimos su eficacia. al menos nos convencemos de que lo invisible es más valioso que lo visible. Porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Por otra parte, lo visible encuentra su explicación en lo invisible, como lo dice el Apóstol: Lo invisible de Dios resulta visible para el que reflexiona sobre sus obras.Por eso, cuando los judío blasfemaban contra el santo de Israel porque realizaba el acto invisible de perdonar los pecados, éste los rebatió con el signo visible de un milagro corporal: Para que sepáis que el Hijo del hombre está autorizado para perdonar pecdos en la tierra...-le dijo entonces el paralítico-, ponte en pie, carga con tu catre y vete a tu casa. 
 Lo mismo hizo con el fariseo que murmuraba del médico que devolvía la salud, y censuraba a la enferma que la recuperaba: le convenció de su error con pruebas evidentes describiendo las atenciones de esa mujer. Erraba el que tenía horror de aquella mujer: ya no era pecadora quien, asida a los pies de Jesús, los regaba con sus lágrimas, los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con perfumes. ¿ Quién examina unos pecados ya perdonados, o se irrita contra la que le está tocando, o tiene por pecadora a quien aborrece el mal cuando llora sus culpas, ama la justicia cuando besa los pies del Señor, se humilla abiertamente secándolos con perfume? ¿Es posible que siga reinando el pecado en un alma tan arrepentida y en un espíritu tan dolorido? ¿No será capaz este amor tan inmenso de sepultar un sinfín de pecados? Se le han perdonado muchos pecados porque ha amado mucho. 
 Así, pues, fariseo, ya no es una pecadora como tú piensas, sino una santa, una discípula de Cristo, de quien aprendió en un breve instante a ser mansa y humilde de corazón. Lo habías leído ya en un profeta, pero tal vez lo olvidaste: Cambia a los malos y dejarán de existir. Esto mismo os ocurrirá a vosotros, queridos hermans, cuando vuestro eterno acusador os eche en cara vuestra vida anterior de la que ya estáis arrepentidos; oiréis al Apóstol que os consuela con estas maravillosas palabras: Eso erais antes algunos, pero os han lavado y os han consagrado. O con aquellas otras: Os vais ganando una consagración que lleva a la vida eterna. Y estas otras que son insuperables: El templo de Dios es anto, y ese templo sois vosotros. 
 A éste cedimos la palabra al comenzar el sermón, cuando preguntábamos quiénes eran los santos cuya grandeza celebrábamos tan solmnemente. Es verad que llamamos santas a estas paredes y lo son por la consagración de los obispos, la lectura habitual de las Escrituras, las asiduas oraciones, las reliquias de los santos y la visita de los ángeles. Pero no honramos su santidad como, algo propio de ellas, ya que no reciben la consagración por sí mismas. La casa se santifica por los cuerpos, éstos por el alma y el alma por el Espíritu que habita en ella. 
 Y para que nadie lo ponga en duda, tenemos pruebas visible del bien que realiza en nosotros la gracia invisible. Quiero decir que también vosotros, como el paralítico del Evangelio, os ponéis en pie, habéis tomado con toda facilidad el catre de vuestro cuerpo en que yacíais extenuados, y vais caminando hacia vuestra casa, esa casa que os hace repetir los cantos del Profeta: vamos a la casa del Señor. Oh casa maravillosa, mucho más hermosa que las tiendas añoradas y los atrios más apacibles!¡Qué delicia son tus tiendas Señor de los ejércitos! Mi alma se consume anhelando los atrios del Señor. Pero son mucho más dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre.
 ¡Qué cosas tan gloriosas se han dicho de ti, ciudad de Dios!En las tiendas abndan los gemidos de la penitencia, en los atrios el bullicio de la alegría, y en ti la hartura de la gloria. En esta casa inferior resuena la oración, en la intermedia la esperanza; y en ti la acción de gracias y la alabanza. Dichoso el que evita aquí el mal, que es el pecado, y obra el bien. Aquí tenemos las primicias del Espíritu, allí las riquezas, y en ti la plenitud: esa medida generosa, colmada, remecida y rebosante que verterán sobre nosotros. Aquí se santifican los hombres, allí viven seguros y en ti son vienaventurados. 
 Las primicias del Espíritu que se dan a los que luchan en esta via, son la honestidad de su conducta, la rectitud de intención y la fortaleza en el combate. La honestidad de vida incluye las prácticas de penitencia y todas las prácticas corporales que ordena el Señor. Y como todo esto no es puro si no lo es tu mirada, necesitas también la rectitud de intencion y la pureza de corazón para evitar el ansia de honores o el deseo de alabanzas. Desea únicamente al que sacia todo tu deseo, y haz que la gracia que has recibido retorne a su propia fuente. Y no olvides que solamente la perseverancia conquista la corona, y que no es fácil conseguirla entre tantos riesgos si no templas tu valor en una lucha sin cuartel. Así se vive en las tiendas. 
 En los atrios se recibe a los que se jubilan de los duros combates para ser agasajados con su graciosa alegría. Allí abundan las riquezas del Espíritu, el descanso laboral, la ausencia de inquietudes, la paz frente al enemigo. Ese mismo Espíritu que no les permitía estar nunca ociosos y les animaba a trabajar, les dice ahora que descansen de sus trabajos. El mismo que ahora aconseja su alma y la estimula a hacer muchas cosas, entonces la alejará de toda preocupación y la librará de toda inquietud. El que ahora la mantiene alerta y la adiestra para la guerra mientras ruge el león, cuando consiga la victoria le concederá dormir apaciblemente junto a él. 
 Todo esto, como antes dijimos, es más bien liberarse del mal que recibir el premio del bien. A pesar de ello, la dura experiencia de nuestra necesidad nos fuerza a interpretar como un bien inmenso la mera ausencia del mal. Lo mismo que la conciencia reputa como cumbre de la santidad verse libres de graves delitos. ¡Cuán lejos estamos del bien sumo quienes ciframos la justicia en carecer de culpa, y la felicidad en no sentir las miserias!
 Por lo menos nadie piense ue consiste en esto la enjundia de aquella casa y el torrente de sus delicias. Porque ni ojo vio, ni oído oy´, ni hombre alguno ha imaginado lo que Dios ha preparado para los que le aman. No intentes oír, hombre, lo que jamás oyó oído humano; ni preguntes al hombre lo que su ojo nunca vio, ni cabe en su espíritu. Mas como no podemos callar de ningún modo, al saludar de lejos nuestra patria nos parece como percibir una triple promesa: de fortaleza, de grandeza y de gloria. Hombre era, en efecto, y prisionero el que decía: Entraré en la fortaleza del Señor. Nosotros podemos saber en qué consiste no estar enfermos, porque nos envuelve la enfermedad. Pero revestirse de fortaleza y de poder, y no de un poder odrdinario, sino de un inmenso poder, de la omnipotencia, eso nos desborda por completo.
 El testigo fiel nos dice también que a los que rehabilitó los engrandeció. La magnificiencia creemos que procede de la grandeza, y no tiene límites ni medidas. Nuestra pequeñez puede esperarla, jamás abarcarla. En cambio, nunca  debemos recelar ni tener por sospechosa la promesa de la gloria. Entonces saborearás feliz y confiado esa gloria, a la que ahora ni puedes acercarte por los peligros que te amenazan. Entonces cada uno recibirá de parte de Dios una alabanza segura y eterna, exenta por igual de fin y de riesgo; y como dice la Escritura: Una alabanza gozosa y armoniosa.
 Ea, pues, hermanos, luchemos ahora esforzadamente en las tiendas, para poder descansar dulcemente en los atrios, y ser glorificaos finalmente en la casa. Estas penalidades momentáneas y ligeras nos producen una gloria sublime y eterna. Dios será siempre nuestro orgullo, y no un orgullo vano, sino verdadero. 

RESUMEN
 No nos referimos a ningún santo en concreto ni a ningún templo, sino a la Jerusalén celestial, que no precisa de vigias o ceninelas, donde no existe la enfermedad o la noche. 
 Existe lo visible y lo invisible, pero lo invisible se torna visible cuando pensamos en sus obras.
 Nuestro ser arrepentido es el auténtico templo de Dios y después de perdonados nuestros pecados nadie puede recordarlos y recriminarlos. 
 Los muros del templo son santos, porque son santos sus moradores. Para ser dignos de ellos, debemos vivir con honestidad y pureza, asumiendo la penitencia y rechazando toda vanagloria. Todo esto es, en realidad una lucha sin cuartel, soñando con entrar al auténtico templo, donde el atrio ya es una bienaventuranza y el interior nos llena de gloria. 
 En el atrio que nos espera tras la dura vida, experimentaremos la paz, aunque sea percibida como mera ausencia de los pecados cometidos.
 Lo que nos espera después del atrio es de tal grandeza que no podemos ni imaginarlo, aunque sí desearlo. 

EN LA DEDICACIÓN DE LA IGLESIA


SERMÓN PRIMERO

Los cinco misterios de la Dedicación


1. Esta fiesta, hermanos, debe ser algo muy entrañable para nosotros, porque somos los únicos en celebrarla. En las demás festividades de los Santos nos unimos a todas las iglesas; ésta, en cambio, nos es tan propia que la celebramos nosotros o nadie la celebra. Es nuestra, porque concierne a nuestra iglesia, y, aún más, porque se refiere a nosotros mismos. 
 No os admire ni sonroje celebraros a vosotros mismos. Ni seáis irracionales, como el caballo o el mulo. ¿Qué santidad pueden tener estas piedras para rendirles homenaje? Si son santas lo son por vuestros cuerpos. Y no hay duda que vuestros cuerpos están santificados, porque sois templos del Espíritu Santo, y cada uno sabe controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente. Podemos, pues, decir que el Espíritu de Dios que vive, en nosotros santifica las almas, éstas comunican su santidad a los cuerpos y éstos a la casa. Un alma que moraba todavía en su cuerpo mortal y pecador, y que había cometido un grave adulterio, se atrevía a decir: Guarda mi alma, que soy un santo. Realmente, Dos es admirable en sus santos, tanto en los del cielo como en los de la tierra. Los tiene allí y aquí, y en todos realiza maravillass: a aquellos les comunica su felicidad, y a éstos su santidad. 
2.¿Buscáis alguna prueba de esta santidad de que os hablo, y deseáis ver algún milagro de estos santos? Muchos de vosotros se han levantado varonilmente de los pecados y vicios en los que antes se revolcaban como los animales en sus excrementos, y resisten día tras día animosamente sus ataques. Exactamente lo que dijo el Apóstol. Se repusieron de su enfermedad y fueron valientes en la guerra. ¿Hay algo más admirable que un hombre logre dominar durante años, incluso durante toda su vida, los vicios que antes le esclavizaban día tras día, como por ejemplo la lujuria, las comilonas, borracheras, orgías, desenfrenos y otros semejantes? ¿Qué mayor milagro que estos jóvenes, adolescentes, nobles y todos los demás que viven libremente en una especie de cárcel abierta, con la única cadena del temor de Dios? ¿Cómo pueden perseverar en una vida tan austera, que supera las fuerzas humanas, es antinatural y rompe todos los moldes?
 Vosotros mismos podeéis ser testigos de muchísimos milagros si examináis vuestro éxodo personal de Egipto, vuestro caminar por el desierto o renuncia del mundo, la entrada en el monasterio  y la vida que aquí lleváis. Son pruebas evidentes de que el Espíritu Santo vive en vosotros. Si los movimientos espirituales demuestran la existencia del alma en el cuerpo, la vida espiritual patentiza la presencia del Espíritu en el alma. Aquello nos lo dicen la vista y el oído, y esto otro la caridad, humildad y demás virtudes.
3. Así, pues, queridos hermanos, esta fiesta es vuestra y muy vuestra. Estáis consagrados a Dios, que os eligió y os ha tomado en propiedad. Así lo siente el Profeta: A ti se encomienda el pobre, tú eres el socorro del huérfano. ¡Qué magnífico ha sido vuestro negocio, hermanos! Habéis invertido todas vuestras riquezas del mudo, abandonándolas, para pasar al dominio del Creador, y llegar incluso a poseer al que es el patrimonio y la riqueza de los suyos. Unos hijos degenerados cantaban orgullosos: Dichoso el pueblo que tiene todo esto. Es decir: silos repletos y rebaños a millares. No es dichoso el pueblo que tiene eso, sino ¡dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor!
 Razón tenemos, pues, para estar de fiesta en este día que nos tomó como suyos propios se ha valido de sus ministros vicarios para realizar lo que había prometido: estaré personalmente con ellos y seré su Dios, y nosotros seremos su pueblo, el rebaño de su aprisco. Cuando el Pontífice consagró esta casa al Señor, lo hizo para nosotros: los que estábamos presentes y los que servían aquí al Señor en el curso de los siglos. 
4. Lo que se realizó visiblemente en las paredes debe cumplirse espiritualmente en nosotros. Recordad los ritos: aspersión, inscripción, unción, iluminación y bendición. Esto hicieron los pontífices en este templo visible. Y esto mismo realiza diaria e invisiblemente en nosotros. Cristo, el sumo sacerdote de los bienes futuros. En primer lugar nos rocía con el hisopo para purificarnos, lavarnos y blanquearnos; y así se pueda decir de nosotros: ¿Quién es esa que sube tan lustrosa? 
 Nos lava con la confesión, con la llovizna de las lágrimas y el sudor de la penitencia. Y sobre todo con esa agua inestimable que manó de la fuente del amor, es decir, de su costado. Nos rocía con el hiposo, una hierba muy humilde y que sirve de medicina para el pecho. Es el agua de la sabiduría, el respeto del Señor, la primicia de la sabiduría y la fuente de la vida; es el grano de sal que enriquece el temor con el sabor de la esperanza y del amor. Después de esto viene la inscripción con el dedo de Dios, el que expulsaba los demonios con la fuerza del Espíritu Santo. No graba su ley en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en el corazón. Así hizo realidad aquella promesa del profeta de arrancarnos el corazón de piedra y darnos un corazón de carne; es decir, cambiar el corazón obstinado y judaico por otro más compasivo, humilde, sencillo y religioso. Dichoso el hombre al que tu educas Señor; al que enseñas tu ley. Dichosos, repito, los que conocen y recitan y cumplen sus mandatos. Porque quien conoce el bien y no lo practica está en pecado. Y el empleado que conoce el deseo de su señor y no lo cumple, recibirá muchos palos. 
5. Por eso es necesario que la unción espiritual de la gracia sostenga nuestra debilidad, suavizando con la eficacia de la devoción el rigor de las observancias y de la vida penitente. Seguir a Cristo supone abrazarse a la cruz, y si falta la unción se hace insoportable la cruz: muchos se horrorizan y rehuyen la penitencia, porque ven la cruz y no la unción. Vosotros en cambio, tenéis experiencia y sabéis muy bien que vuestra cruz está ungida y que con la ayuda del Espíritu Santo nuestra penitencia es suave y gozosa; casi me atrevo a decir que nuestra amargura es dulcísima.
 Después de habernos ungido con su gracia, Cristo no pone su antorcha bajo el celemín, sino sobre el candelero. Ha llegado el momento de que nuestra luz alumbre a los hombres, vean el bien que hacemos y glorifiquen a nuestro Padre del cielo. 
6.Como remate esperamos la bendición: cuando abra su mano y llene de favores a todos los vivientes. Los cuatro ritos primeros simbolizan los méritos; la bendición el premio. La bendición es la plenitud de la santificación, entrar en un albergue eterno en el cielo, no construido por hombres. La casa edificada con piedras vivas, es decir, con ángeles y hombres. La construcción y la consagración se hacen a un mismo tiempo. Las vigas y piedras sueltas no forman una casa, ni hay quien viva en ellas. Solamene uniéndolas se hace la casa. La unión perfectísima de los espíritus celestiales, íntimamente compenetrados, ofrece a Dios una morada íntegra y digna, y él la inunda con el gozo y gloria inefable de su majestad. 
 ¿Quién conocería mejor los secretos de los reyes, sus decisiones y sus gestas, que las columnas y vigas de sus palacios si estuvieran dotadas de inteligencia? Estas piedras vivas y racionales de la curia celeste asisten a los consejos divinos, conocen los secretos de la Trinidad y oyen palabras inefables que el hombre es capaz de balbudir. Dichosos, Señor, los que viven en tu casa alabándote siempre. Cuanto más ven, entienden y conocen, tanto más aman, alaban y admiran.
7. Hace un momento decíamos que esta casa está maravillosamente construida y ajustada. Expliquemos brevemente en qué consiste esta unión y equilibrio. En Isaías leemos: ¡Qué buena soldadura! Estas piedras tienen la buena soldadura del pleno conocimiento y de un amor perfecto. Cuanto más cerca están de Dios, que es amor, mayor es el amor que les une entre sí. Ninguna sospecha puede separarlos, porque el rayo de la verdad que todo lo penetra, no les permite tener nada oscuro entre ellos. Si el que se une a Dios se hace un espíritu con él, es indudable que los espíritus bienaventurados están solamente unidos a él. Y en él y con él lo comprenden todo. Si deseas llegar a esta casa, haz que tu alma se consuma anhelando los atrios del Señor, y suplica con el Profeta: una cosa pido al Señor y es lo que busco: habitar en la casa del Señor toda mi vida. Pero no olvides lo que hizo: Cómo juró al Señor e hizo voto al Dios de Jacob: no entraré bajo el techo de mi casa, etc. Pero esto, con la gracia del Señor, lo expondremos en otro sermón. 
RESUMEN
La santidad de las iglesias no proviene de sus piedras, sino de los que los habitan que, por muy imperfectos que sean, son templos del Espíritu Santo.
 El mayor milagro es el de intentar llevar una vida santa y el de la conversión.
 La verdadera dicha no son las posesiones materiales sino el contacto íntimo con el Señor.
 Lo que se hizo en las paredes de las iglesias debe hacerse en nosotros y recibir los ritos de la aspersión, inscripción, unción, iluminación y bendición.
Para soportar la penitencia y las amarguras necesitamos la unción de la gracia. Nuestra luz debe alumbrar a los hombres. 
La bendición es como una gran casa construida por los ángeles y los hombres, de tal forma que se construyen y se consagran al mismo tiempo. 
Deberíamos vivir toda nuestra vida en la Casa del Señor, donde las piedras se unen por la sabiduría y de donde no deseamos salir. 


EL ESCÁNDALO: SERMÓN SEGUNDO EN LA FIESTA DE SAN MIGUEL


Sobre las palabras del Señor: El que escandalice a uno de estos pequeños

1. Acabáis de escuchar, hermanos, qué amenazas tan terribles profiere el Evangelio a quienes escandalizan a los pequeños. La Verdad no halaga, no lisonjea, no engaña a nadie, al denunciar abiertamente: Más le valdría a ese individuo no haber nacido.Sí, mucho mejor si no hubiera nacido de nuevo, si no hubiera renacido a la vida, si no hubiera renacido del Espíritu, el que iba a terminar hundido en la carne. El que suscita escándalos en esta casa, en esta comunidad santa donde Dios se complace y los ángeles ienten contento  confianza, sería preferible que le colgasen al cuello una rueda de molino. Y en vez del yugo suave y la carga ligera del Salvador, abrume sus hombros el peso insoportable de los deseos, terrenos, y se hunda en el fondo del mar ancho y dilatado, que es el mundo del pecador.
 Su pena sería mucho menor si hubiera perecido en el mundo y no en el monasterio. El hombre que no sabe amar está condenado a la muerte, aunque se deje quemar vivo. Y digo esto, hermanos, no porque os estime en poco, o porque vea que reina entre vosotros este vicio tan detestable. Todo lo contrario: para animaros a perseverar y progresar en ese amor, en esa unanimidad y en esa paz que tenéis por ser fieles a Dios. Al fin y al cabo, ¿quién sino vosotros es nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra honrosa corona? ¿No es acaso vuestra unidad y unanimidad, que me llena de gozo al veros tan amantes de la fraternidad, y ese amor mutuo que reina entre vosotros y que es el vínculo de la perfección? Os pido con toda mi alma: hermanos míos queridos, manteneos así fieles en el Señor. Porque en esto conocerán todos, incluso los ángeles santos, que sois discípulos de Cristo: que os amáis unos a otros.
2. En el sermón anterior, si recordáis, expuse los tres motivos que mueven a los ángeles a brindarnos su amor y su atención. Y creo que también pueden aplicarse vivamente a la importancia del amor fraterno. Salta, desde luego, a la vista que al hombre que no ama a su prójimo no le interesa nada de lo que entonces dijimos. ¿Cómo van a amarnos los ángeles por amor a Cristo si advierten por nuestra falta de amor mutuo que no somos discípulos suyos? ¿Cómo van a amarnos por nosotros mismos, es decir, por la mutua semejanza de nuestra naturaleza espiritual, si ven que no amamos a los que participan de nuestra misma naturaleza humana? ¿Y si nuestras rivalidades les demuestran que no somos espirituales sino carnales? ¿Nos amarán acaso por ellos mismos, viendo en nosotros piedras vivas para restaurar su ciudad, si nos falta el vínculo de la caridad, que es lo único que puede unirnos y fundirnos con ellos? ¿Qué esperanza pueden abrigar de completar con nosotros las murallas de su ciudad si observan y comprueban que no somos piedras vivas capaces de ensamblarse unas con otras, sino polvo que arrebata el viento, que se levanta ante el soplo de una palabra o que huye ante la más leve sospecha?
 Esto se me ha ocurrido respecto a aquello que dijo el Señor: El que escandalice a uno de estos pequeños. Espero que en adelante evitaréis con más cuidado esta peste fatal.
3. ¿Y quién no se conmueve al oírlo que nos dice a continuación el Evangelio: Si tu ojo te pone en peligro, arráncalo, etc? ¿Se nos exige arrancarnos un ojo o una mano, o cortarnos un pie? Lejos de nosotros interpretarlo de una manera tan material y ridícula. Anteriormente la palabra divina nos puso en guardia contra los escándalos externos. Ahora nos aconseja, con idéntica firmeza, cómo debemos actuar ante los peligros internos, es decir, cuando percibimos en nuestro cuerpo unos criterios que luchan contra los criterios de la razón. El conoce nuestra masa, y que no nos es tan fácil evitar estos escándalos.
 La experiencia de cada día nos dice que estos escándalos pueden brotar de tres raíces. Algunas veces el ojo de nuestra intención es completamente nítido; y es pura gracia de Dios, no mérito nuestro. Mas el ojo nos escandaliza -y es un acto propiamente nuestro- cuando la voluntad quiere introducir otra intención no tan pura. A éstos se dirige el saludable consejo del Salvador: Sácatelo y arrójalo lejos de ti. Y lo pones en práctica si no consientes, si lo desechas y si resistes. Lo mismo podemos decir de la mano o del pie. Si estamos realizando unas obras buenas, y la voluntad propia nos arrastra a otras, la mano nos está escandalizando. Debemos cortarla y arrojarla lejos de nosotros, negándole el consentimiento.
 Los escándalos se producen cuando alguna parte de nosotros mismos nos incita a vivir, a actuar, de forma impura.
4. Lo mismo suele ocurrirnos cuando intentamos vivir con más perfección, y subir los peldaños de la escalera de Jacob, o como dice el Salmista, avanzar de virtud en virtud. ¿Cuántas veces no tropiezan nuestros pies con la pusilanimidad o neglicencia, empeñados en caminar hacia abajo o más despacio? Cortémoslos, sin miedo, para que el piede la gracia, que está en el verdadero camino, corra sin trabas, estorbos ni tropiezos.
 A continuación nos dice el Evangelio que es mucho mejor para nosotros entrar tuertos, mancos o cojos en la vida que ser arrojados al fuego eterno con los dos ojos, manos o pies. Se refiere a aquellos que siguen siempre su voluntad, tanto si es buena como si es mala, y toman el camino del bien o del mal según el impulso de sus deseos. Les sería mucho más provechoso seguir siempre las inspiraciones de la gracia, y cuando se interfiere la voluntad propia, cortarla y arrojarla de sí mismos. A fuerza de dominar durante largos años nuestra propia voluntad, logramos domarla un poco. Se rebela mucho menos y nuestro espíritu se somete a Dios sin resistirle ni contradecirle.
 En este caso ya no necesitamos desprendernos del ojo porque uniéndose a otro ojo puro él mismo se ha purificado. En realidad no es un ojo distinto, sino que está identificado con el del otro, como dice el Apóstol: el que se une al Señor se hace un espíritu con él. Y lo que decimos del ojo podemos aplicar también a la mano o al pie. Aquel, pues, cuya voluntad se une a la gracia con todos sus afectos y deseos de tal modo que no desea hacer cosas malas, ni imperfectas, ni de modo distinto a como le sugiere la gracia: ése es el hombre perfecto. Esa paz pertenece a la felicidad; superar obstáculos y vencer las tentaciones corresponde a la fortaleza. Aquello es la gloria, esto la práctica de la virtud.
RESUMEN
Se refiere a "los pequeños" no sólo a los niños sino a los débiles y desvalidos.
También a la vida en comunidad dentro de un monasterio. Manifiesta que es preferible caer en todos los errores fuera del mismo que dentro de esa vida comunitaria.
 Los ángeles no pueden amarnos si no somos capaces, nosotros, de amar al prójimo y actuamos faltos de caridad que es como la masa que une las piedras que conforman una gran muralla.
Debemos huir de los escándalos externos y también de  los internos.
El Apóstol nos dice que arranquemos nuestros ojos o nuestras manos si son causa de escándalo. Podemos actuar de forma inadecuada con nuestros ojos, nuestras manos o con los pies. Es una forma simbólica de expresarse.
 Debemos arrancar de nosotros lo que sea un obstáculo para avanzar en el camino (como en la escalera de Jacob) hacia la perfección. No  seguiremos los dictados de la propia voluntad sino que nos  someternos a Dios.
 El hombre perfecto no necesita mutilar partes de sí mismo,  sino que es uno con Dios. Esa es la gloria y a su ejercicio le llamamos fortaleza.

martes, 23 de septiembre de 2014

EN LAS FAENAS DE LA COSECHA. SERMÓN TERCERO


Este es el grupo que busca al Señor, que busca el rostro del Dios de Jacob
 Fatigado mi espíritu por tanta multitud de gente que busca cosas tan distintas, ¡con qué ansias retorno a este recinto para reparar mi alma!  Gracias a Dios, mi deseo no ha quedado defraudado, ni frustrada mi esperanza. Ardía en deseos de ver: lo he visto y estoy totalmente relajado. Me siento lleno de ánimos, reboso alegría. Bendigo al Señor con toda mi alma y todo mi ser proclama: Señor, ¿quién como tú?
 Al mirar de lejos, cuando ya me acercaba, confieso que me pareció ver corporalmente a los que el Profeta vio en espíritu; inmediatamente me vino a la mente lo que él pronunció con su boca, y canté con él: Este es el grupo que busca al Señor. 
 Hay muchas razas humanas, y si no me engaño, esta que ahora florece y surge entre nosotros es la tercera generación. La primera no buscó al Señor ni fue buscada por él: todos nacimos de nuestra madre con la mente llena de tinieblas manchados de pecado. La segunda nos dió lo que necesitamos: el rápido remedio del agua y del Espíritu.
 Esta generación no era la que buscaba, sino la buscada, pues el Señor buscó a los que no sabían ni podían buscarle. Nos buscó, pues, y nos encontró en la segunda generación, para que seamos un pueblo adquirido. Si el hermano mayor murmura y se abrasa de envidia, se le dice: Había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo se había perdido y ha aparecido.
 Pero el Señor nos buscó para que nosotros le buscáramos en el momento oportuno, cuando ya podía ser buscado y encontrado. ¡Hay de nosotros, que hemos sido tan descuidados y negligentes en buscar la vida, en buscar al único que es bueno para los que le buscan, para el alma que espera en él! ¡Ay de ti, generación rebelde y pertinaz, gente perversa e idólatra! Que buscas todavía la falsedad y amas el engaño y no guardas fidelidad a la verdad con la que te habías desposado. ¿No necesita esta generación nacer de nuevo y ser nuevamente engendrada? Sí y mucho. Convertidos en razas de víboras tienen una necesidad absoluta de volver al vientre de la madre gracia y nacer otra vez, porque sus obras últimas son peores que las primeras.
 Gracias, pues, a la gracia y a la misericordia más gratuita, si cabe hablar así, que colma de favores no sólo a quienes no los merecen sino a los totalmente ingratos y degenerados. Gracias al que os ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva y os concede la adopción filial. Sí, os engendró voluntariamente con el mensaje de la verdad. Primeramente os había engendrado con el misterio de su misericordia. Por parte del que engendraba era voluntario, más no por parte de los engendrados, que carecían del uso de la voluntad y del ejercicio de la razón. Por eso desconocían su nacimmiento y al que les engendró. Ahora, en cambio, la generación voluntaria ofrece un sacrificio voluntario, como dice la Escritura: te ofreceré un sacrificio voluntario dando gracias a tu nombre Señor, que es bueno.
 Este es el grupo que busca al Señor. ¿Le busca o ya le posee? Sí. Lo posee y lo busca. Es imposible buscarle sin poseerle ya antes. ¿Qué poseen, qué buscan? ¿O cómo lo poseen y cómo lo buscan? Engendrados por el Verbo poseen al Verbo. ¿No es el Verbo el Señor? Escuchad a Juan: este es el grupo que busca al Señor, que busca tu presencia Dios de Jacob. Uno mismo es, al que poseen y buscan porque uno e idéntico es el Verbo del Padre y el esplendor de de gloria del Padre. A este se le puede poseer sin buscarle, más no se le puede buscar si antes no se le posee. La sabiduría dice de sí misma: el que me come tendrá más hambre. Él puede salir al encuentro del que no le busca y, como antes dijimos, con su abundancia de gracia y de bendiciones, puede buscar y adelantarse a los que son incapaces de buscarle a él. Nadie puede buscarle si anes no lo posee, pues él mismo nos dice que nadie puede hacercarse a mi si el Padre no lo atrae. Hay, pues, alguien que atrae; aunque en cierto sentido no está presente, porque siempre atrae hacia sí mismo. Nunca jamás está presente por la fe el padre sin el hijo, para llevarlo hasta la visión.
 ¿Cómo no va a regocijarse mi espíritu? ¿Cómo no se ha de gozar extraordinariamente con esta generación que busca el Señor? El argumento más evidente de que se deleita en la sabiduría es su mismo apetito insaciable. La prueba más cierta y el testimonio indiscutible de que poseéis al que buscáis y que vive en vosotros es la fuerza con que os atrae hacia sí. Ese empeño supera las posibilidades humanas: es obra de la diestra del Señor, a quien suplicáis sin cesar: ¡Ah! Llévanos contigo: correremos al olor de tus perfumes. Os repito que no es propio de hombres vivir así y al ver cómo buscáis a Cristo no necesitamos más pruebas de que Cristo vive en vosotros. 
 Ya veis, hermanos, qué espíritu habéis recibido: el Espíritu que viene de Dios. Por eso conocéis a fondo los dones que Dios os ha hecho. Hemos oído hablar del orden apostólico, profético y angélico: y creo que no podemos imaginar cosa más sublime. Pero observo en vosotros algo, y algo grande, de cada uno de ellos. ¿Quién dudará llamar vida celestial y angélica a la vida célibe? ¿No sois ya vosotros ahora lo que serán los elegidos después de la resurrección? ¿No sois los ángeles de Dios en el cielo, completamente libres del matrimonio?
 Enamoraos, hermanos, de esa perla de gran valor: entregaos con ardor a esta vida santa que os hace conciudadanos de los consagrados y familia de Dios, como dice la Escritura: La incorruptibilidad acerca de Dios. Así, pues, no por vuestras fuerzas sino por favor de Dios sois lo que sois: por la castidad y vida santa sois ángeles en la tierra, o ciudadanos del cielo que peregrinan en la tierra. Porque mientras sea el cuerpos nuestro domicilio, estamos desterrados del Señor
 ¿Qué decir de la profecía? La ley y los profetas llegaron hasa Juan, proclama la Verdad. Pero después de Juan, vino uno que no era enemigo sino discípulo de la Verdad, y dijo: Imperfecta es nuestra ciencia, e imperfecta nuestra profecía. Ha cesado, pues, la profecía porque ya conocemos; pero no ha cesado del todo, porque nuestro saber es limitado. Cuando venga lo perfecto se acabará lo limitado. Los profetas anteriores a Juan anunciaron las dos venidas del Señor. La salvación no provenía del conocimiento sino de la profecía. 
 ¡Que estilo tan maravilloso del profeta es este al que os veo consagrados! ¡Qué ímpetu profético os absorbe! Sí, es cierto. No poner la mirada en lo que se ve, sino como enseña el Apóstol, en lo que no se ve, es sin duda alguna profetizar.Guiarse por  el Espíritu, vivir de la fe, buscar lo de arriba y no lo de la tierra, olvidar lo que queda atrás y lanzarse a lo que está delante, es una profecía viviente. ¿Cómo podemos ser ciudadanos del cielo, si no es por el espíritu de profecía? Los antiguos profetas no vivían entre los hombres de su tiempo: se despegaban de su época con la fuerza y el ímpetu del espíritu, y gozaban viendo el día del Señor: ¡y cuáno se alegraban al verlo!
Sobre la profesión apostólica escuchemos aquellas palabras: Lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Si es lícito gloriarse, podemos gloriarnos. Mas si somos sabios, procuremos gloriarnos en el Señor. Ese es el auténtico orgullo: El que esté orgulloso, que esté orgulloso del Señor. No es nuestra mano quien hace todo esto, sino el Señor: el Poderoso ha hecho obras grandes por nosotros; que nuestra alma proclame la grandeza del Señor. Por un favor suyo extraordinario podemos continuar, con entusiasmo, aquella gran empresa de que se gloriaban los apóstoles. Si quiero sentirme orgulloso de esto, tampoco soy un insensato. Y a fuerza de ser sinceros, algunos de los aquí presentes dejaron algo más que una barca y unas redes.
 ¿Y qué supone eso? Los apóstoles dejaron todo, pero fue para seguir al Señor hecho hombre. Nosotros no queremos decir nada; preferimos escucharlo del Señor: Tomás, ¿porque me has visto tienes fe? Dichosos los que tienen fe sin haber visto. Tal vez sea una profecía más excelente porque no se fija en los bienes temporales y caducos, sino en los espirituales y eternos. Por otra parte, el tesoro de la castidad resalta más en una vasija de barro, y la virtud parece más hermosa en la fragilidad de la carne. 
Cuando se vive la vida angélica en el cuerpo, la esperanza profética en el corazón, y en ambos la perfección apostólica, ¿se puede imaginar un cúmulo mayor de gracias? ¿Cómo pagáis al Señor todo el bien que os ha hecho? Vivís en un grado muy alto: pero por eso mismo es más peligrosa la caída. Hemos subido al tercer cielo. Por consiguiente quien se ufana de estar en pié, cuidado con caerse. Yo veía a Satanás, dice el Señor, caer de lo alto como un rayo. Se precipitó, se despedazó y se hizo trizas: sus heridas son incurables, se convirtió en un aliento fugaz que no torna. ¿También vosotros queréis marcharos? Satán cayó ¿No caeréis vosotros en pos de él? 
 Es mucho mejor perseverar en los caminos del Señor, y seguir apoyándoos en la gracia. No es dichoso el hombre que sigue la senda de los pecadores, sino los que encuentran en ti, Señor, su fuerza. Caminan de virtud en virtud hasta ver a Dios en Siónpara gozar de la dicha de sus escogidos gloriarse con tu heredad. Sí, ellos son la heredad, ellos los dioses y los hijos del Altísimo.
 Hermanos míos, si éste es con toda verdad y certeza el grupo que busca al Señor, que busca el rosro del Dios de Jacob, ¿qué otra cosa puedo deciros, sino aquello que dice el Profeta: Que se alegren los que buscan al Señor; recurrid al Señor y perseverad, buscad continuamente su rostro? O lo que dice otro: Si buscáis, buscad. ¿Qué quiere decir: si buscáis, buscad? Buscadle coon sencillez de corazón. A él por encima de todo, y ninguna otra cosa fuera de él, Buscadle con sencillez de corazón. 
 El que es simple por naturaleza exige sencillez de corazón. Y concede su gracia a los sencillos. El indeciso no sigue rumbo fijo. No enconrarán jamás al que vosotros buscáis, los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba desertan. Él es la eternidad; y ésta no se consigue sin un búsqueda perseverante. ¡Ay del pecador ue va por dos caminos! Nadie puede estar al servicio de dos amos. Aquella integridad, perfección y plenitud no acepta semejante doblez. Solamente se deja encontrar de quien le busca con un corazón perfecto. Si es horroroso el perro que vuelve a su vómito y la cerda lavada que se revuelca en el fango, y si Dios escupe de su boca al tibio, ¿qué va a ser del impío y del pecador? Si es maldito quien ejecuta con negligencia la obra del Señor, ¿qué merecerá el que obra con engaño?
 Huyamos, carísimos, de esta doblez, y evitemos por todos los medios la levadura de los fariseos. Dios es la verdad. Si no queremos buscar inútilmente al Señor, busquémosle verdaderamente, busquémosle frecuentemente, busquémosle constantemente. No busquemos nada en lugar de él, nada juntamente con él, ni los cambiemos por ninguna otra cosa. Porque es más fácil que pase el cielo y la tierra, que no encuentre quien así busca, ni reciba quien así pide, ni se le abra al que así llama.

 RESUMEN
Necesitamos abandonar otras obligaciones para recomponer nuestro espíritu en los lugares habituales de oración. Somos un pueblo buscado generosamente por Dios. Aunque el hombre y Dios se buscan, muchos no lo aceptan y rechazan esa adopción sobrenatural. 
 Dios nos busca y nosotros tenemos que responder a su llamada, pero ya está dentro de nosotros, de lo contrario no sentiríamos la necesidad de encontrarle.
 Somos como somos, en nuestras escasas virtudes, gracias al poder de Dios, pero no debemos olvidar que no vivimos en un domicilio definitivo, que estamos como desterrados del Señor. 
 El profeta presta atención no a lo que ve, sino a lo que no ve. Se adelanta a los acontecimientos de cada día y sabe que la vía del conocimiento no es la del conocimiento mundano sino otro más profundo. Así ocurrió desde los tiempos de Juan y la necesidad de la profecía no ha cesado todavía. 
 Nuestro verdadero orgullo debe ser dejar cosas materiales en pos del espíritu. Ese abandono resalta más cuanto mayor sea aquello a lo que renunciamos. 
Es mucho más placentero el camino de la virtud, seguir en pos del Altísimo. No es grata la senda de los pecadores. 
Debemos buscar sin tibiedad, sin dobleces, y hallaremos. Quien quiera buscar a medias se encontrará en un laberinto sin salida. 

EN LAS FAENAS DE LA COSECHA SERMÓN SEGUNDO

Las dos mesas


Hermanos, estos tabajos nos recuerdan nuestro destierro, nuestra pobreza, nuestro pecado. ¿Por qué nos matamos día, tras día con frecuentes ayunos y largas vigilias, con trabajos y fatigas? ¿Fuimos creados para esto? En absoluto. El hombre nace condenado a trabajar, pero no fue ceado para el trabajo. Su nacimiento está manchado por la culpa, y por eso merece pena. Todos debemos gemir con el Profeta: en la culpa nací, pcador me concibió mi madre. La primera creación fue muy distinta, porque Dios no creó la culpa ni la pena. De la muerte, que es la mayor de todas, dice explícitamente la Escritura: La merte entró en el mundo por la envidia del diablo. Y en otro lugar: Dios no hizo la muere, etc.
As´como cuando trabajan las manos no se cierran los ojos ni los oídos, del mismo modo, y con mayor razón, mientras trabaja el cuerpo, el espíritu debe estar atento a su labor y no perder el tiempo. Piense durante el trabajo el motivo del trabajo, para que la pena que sufre le recuerde la culpa que la bajó, para que la pena que sufre le recuerde a culpa que la mereció. Y al ver la herida vendada, piense en la herida que está debajo de las vendas. Con este pensamiento somos más humildes bajo la mano poderosa de Dios, el espíritu se satura de dulce piedad y se presenta como un pobre ante su presencia. La Escritura no cesa de advertirnos: Compadécete de tu alma agradando a Dios. Y no hay duda que la miseria que agrada a Dios alcanza fácilmente misericordia. No digamos que no tenemos de qué compadecernos de nuestras almas. Si somos sinceros, encontraremos en ella mchas cosas dignas de ompasión.
 Voy a fijarme solamente en una, y de este modo vosotros podréis examinar las demás. ¿No os parece que nos hayamos en medio de dos mesas y que contemplamos muertos de hambre a los que comen aquí y allá? Eso somos, sin duda alguna. ¿Cuándo podremos nosotros reirnos, regocijarnos, aliviarnos y vivir orgullosos y satisfechos?¿No conocemos las mesas, no apreciamos los banquetes, no vemos los manjares? Aquí veo a los que estrujan los placeres de los bienes sensibles de este mundo; allí contemplo a los que Cristo confirió la realiza, para que coman y beban a su mesa en el reino de su Padre.
 En cualquiera de los casos, veo que son hombres semejantes a mi, que son mis hermanos. Pero, hay de mi, a ninguna mesa puedo extender la mano. Las dos me están prohibidas: esta por la profesión, aquella por vivir en el cuerpo. No me atrevo a acercarme a la de abajo, ni puedo llegar a la de arriba. La única solución es comer el pan del dolor, que las lágrimas sean mi pan noche y día, y esperar que algún convidado celestial -movido a compasión- arroje unas migajas de felicidad a la boca del cachorrillo que ladra bajo la mesa. 
 La envidia que sentimos al ver al ver a los que están saturados de los goces de este mndo, rebela un alma enferma y ese afecto no me parece propio de un alma espiritual. Y, todavía, está más lejos de la verdad quien tiene por dichosos a los que debería compadecr como miserables: los que pecan y no se arrepienten. Ese se cree desgraciado, no por el juicio de la razón, sino por el sentimiento de no ser como ellos. En realidad debería desear que todos fueran como él.
 Quien así piensa sólo merece alabanza, si lo que él cree que es una desgracia, se decide a soportarlo pacientemene por amor o temor de Dios, y dice con sinceridad al Señor: Por ser fiel a tus palabras he seguido caminos duros. Esta manera de pensar es propia de principiantes, como la leche para los niños. Cuando el alma progresa y decide seguir el dictamen de la razón, todo lo tiene por pérdida y basura, y se lamenta con el Profeta de los que se revuelcan en el estiércol.
 Desprecia todo esto con una especie de santa y humilde soberbia, y con su grandeza de espíritu, en vez de ensalzar a la gente que tiene todo eso, la tiene por desgraciada, proclama dichoso a aquel cuyo Dios es el Señor. Es decir, se compadece de unos al compararlos consigo mismo, y verá a otros que le hacen compadecerse de sí mismo, porue contempla las riquezas celestiales y sus alegrías perpetuas a la derecha del Señor. Y así el que se lamentaba de no participar en la abundancia de aquí abajo, porque, por tu causa nos degüellan cada día, ahora suspira con más anhelo por la opulencia de arriba y dice: Ay de mí, cuanto se prolonga mi destierro.

RESUMEN

 No nacimos para el trabajo y el sufrimiento, sino para la felicidad. Obra de nuestras culpas y del diablo es padecer tal como lo hacemos. Sin embargo, agradando a Dios podemos alcanzar misericordia. 
 Vivimos entre dos mesas: una es la de los que explotan los placeres mundanos y otra la de los que comparten la mesa de Cristo. Ni a una ni a otra podemos acercarnos libremente.
 La auténtica sabiduría es despreciar esta mesa de aquí. Despreciarla en nosotros mismos y en los demás.

EN LAS FAENAS DE LA COSECHA. SERMÓN PRIMERO

EN LAS FAENAS DE LA COSECHA



SERMÓN PRIMERO

Dos males que cooperan a nuestro bien


 Parecemos pobres y lo somos. Con tal que recibamos el Espíritu que viene de Dios y conozcamos a fondo los dones que Dios nos ha hecho. Sí, Dios nos ha concedido una gloria y un poder inmenso. A los que le recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios. ¿No es acaso un privilegio de los hijos de Dios el que todas las criaturas estén a nuestro servicio? El Apóstol estaba convencido de que todas las cosas cooperan para bien de los que aman a Dios.
 Pero tal vez alguno de vosotros esté pensando¿qué me dices a mi con eso? Y llevado de su espíritu pusilánime se hará esta o parecidas reflexiones: Pero yo soy pobre y desgraciado, estoy vacío de amor filial y no tengo experiencia de una verdadera devoción;. Escucha por favor lo que sigue, pues Dios en la Escritura jamás da pié a la desesperación: entre nuestra constancia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza. Este afecto que buscas es la paz, no la paciencia y eso se haya en la patria, no en el camino. Los que ya están allí no necesitan el consuelo de la Escritura.
 Así, pues, mantengamos la esperanza con la constancia y el consuelo de las Escrituras, aunque no podamos conseguir todavía la paz. Por eso, al decir que cooperan todas las cosas para el bien de los que aman a Dios, añade con mucho acierto:con los que él ha llamado santos. No te asustes al oír la palabra santos, pues no los llama santos por sus méritos sino por un designio; ni por sus afectos, sino por su intención.
 En este mismo decía el Profeta: protege mi vida, que soy santo.Aquella santidad que tu te imaginas ni el mismo Pablo, oprimido todavía por el cuerpo corruptible, creía haberla conseguido. Lo dice abiertamente: sólo una cosa me interesa, olvidando lo que queda atrás y lanzándome a lo que está delante, correr hacia la palpa de la vocación celestial. Todavía no ha alcanzado la corona, pero ya posee el propósito de la santidad. Eso mismo eres tu si estás decidido a rechazar el mal y obrar el bien, a perseverar en lo que has comenzado y ser cada día un poco mejor; y si alguna vez por fragilidad humana, no obras con toda rectitud, no te obstines, sino arrepiéntete y corrígete todo cuanto puedas. Sí, tu también eres santo aunque por ahora necesites gritar a Dios: protege mi vida que soy santo.
 ¿Quieres saber cómo todas las cosas cooperan al bien de estos santos? No puedo detenerme en cada una, pues el tiempo no permite prolongar la plática. Debemos marchar a la oración de la tarde. Os voy a decir en dos palabras, cómo todas las cosas nos son provechosas y cooperan a nuestro bien. Nuestros mismos enemigos pueden juzgarlo. Si ellos están a nuestro favor, ¿quién estará contra nosotros? Si nuestros enemigos nos favorecen, ¿cuánto más todas las criaturas con ellos. 
 Sabemos muy bien que tenemos dos clases de enemigos, o que nos aqueja un doble mal: lo que hacemos y lo que sufrimos. Para decirlo con otras palabras: la culpa y la pena. Pues aunque ambas cosas nos son contrarias, pueden convertirse en provechosas: ésta puede librarnos de aquella, y la primera puede ayudar mucho a la segunda. 
 Si lloramos de corazón y en lo íntimo de nuestra conciencia por nuestros pecados, esta penitencia y esta pena voluntaria que sufrimos suaviza nuestra conciencia, rompe los dienes de los pecados que nos corroen, y nos devuelve l esperanza del perdón. No sólo rechaza los pecados pasados, sino también los futuros, porque expulsa los vicios seductores, y algunos quedan tan aniquilados que ya casi no vuelven jamás a levantar su cabeza venenosa. Así actúa la pena en nuestro favor contra la culpa: la hace desaparecer o la debilita. Y de la culpa depende que no sea pena o que sea más leve. No en el sentido de que no exista en absoluto, o se rebaje su cantidad, lo cual no conviene, sino en que no sea pena o sea más llevadera, que sea poco onerosa o nada en absoluto. 
 El que siente profundamente el peso del pecado y las heridas del alma, sentirá muy poco o nada la pena corporal, y no le importará aceptar unos trabajos con los que sabe que borra los pecados pasados y evita los futuros. El santo rey David no dió importancia a las injurias del siervo que le insultaba, porque se acordaba del hijo que le perseguía.
RESUMEN
Dios nos da la paz, no la paciencia y lo hace poniendo a todos los seres, de la naturaleza, a nuestro servicio y dándonos el consuelo de las Escrituras. Para apreciar todo esto debemos estar llenos de amor filial. 
 La santidad no es algo conseguido sino deseado ferviertemente. Un camino lleno de deseos y una esperanza. 
 Si hasta la enemistad que recibimos nos favorece, cuanto más el resto de las criaturas. 
 El sentimiento de culpa que nos induce al llanto, con un verdadero arrepentimiento es n maravilloso consuelo que no elimina, pero minimiza el dolor. Hay, en general, dos grandes males los que sufrimos y los que ocasionamos. Si pensamos en los que ocasionamos, daremos menos importancia a los que sufrimos. 

SOBRE EL SALMO 23


1. ¿Quién subirá al monte del Señor? Cristo subió una vez corporalmente a lo más alto de los cielos, y continúa subiendo espiritualmente en el corazón de los elegidos. Si nosotros queremos subir con él, debemos elevarnos de los valles de los vicios a los montes de las virtudes. Estos vicios son de dos clases: unos nos dañan a nosotros y otros al prójimo; a los primeros los llamamos torpezas, y crímenes a los segundos. Y todos juntos forman un valle de lágrimas, porque la vida de los pecadores debe llorarse con un río de lágrimas.
 Del valle de las torpezas se sube al monte de la castidad por la triple continencia de los miembros, de los sentidos y de los pensamientos. La primera reprime los actos, la segunda evita las miradas y la tercera agota los afectos. Y del valle de los crímenes se asciende al monte de la inocencia. La escalera es ésta: No hagas a otro lo que a ti no te agrada. Está hecha con los tres peldaños del temor: temor del que padece y no puede usar la ley del talión, temor a la autoridad del superior que puede imponer un castigo, y temor al juez interior que paga a cada uno según sus obras. Quien escala esta cumbre es justo y vive, pero, como afirma el Apóstol, debe soportar la persecución.
2. Por eso del monte de la inocencia es preciso ir al de la paciencia, que también tiene una escalera de tres peldaños. El primero es la pasión del Señor, el segundo la fortaleza de los mártires, y el tercero la grandeza del premio. Así como a los de la inocencia los llamamos peldaños del temor, a estos podemos denominarlos peldaños del pudor. Y ten muy en cuenta que este monte de la paciencia, formado por estos tres escalones es arduo, lleno de espinas y árido. Es arduo porque resulta difícil imitar la pasión del Señor; lleno de espinas, por los continuos pinchazos de las tentaciones: reveses en la fortuna, afrentas y dolores corporales, todo lo cual pone a prueba a los mártires santos. Y es árido, porque el premio no se espera recibir en esta vida, sino en la futura.
 Y después de este monte aún queda otro, el monte de los montes. Quien lo alcanza experimenta que Dios descansa en él. Escuchemos la Escritura: Puso su morada en la paz. Más también en esta montaña de la paz se levanta otra escalera, la de la caridad. Nos lo dice el Señor: Todo lo que queráis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros a ellos. Y nosotros queremos que nos recompensen, que nos perdonen y que nos den gratuitamente.

RESUMEN:
Primero nos encontramos con el valle de las torpezas, en el que hay dos tipos de vicios:
-Los que nos dañan a nosotros (torpezas).
-Los que dañan a los demás (crímines).
Entre los dos forman un río de lágrimas.

Superado  ese valle, hay cuatro montañas:
a)El monte de la castidad a donde se llega por la triple continencia de los miembros, de los sentidos y de los pensamientos. Por tanto, supera las torpezas.
b)El monte de la inocencia: se basa en la sentencia de no hacer a otros los que a ti no te gusta que te hagan. Por tanto, supera los crímenes. Debe superar los tres peldaños del temor (a la autoridad, al juez interior..). Subir a este monte entraña sufrir persecución.
c)El monte de la paciencia: debe superar los peldaños del pudor. Es un monte arduo, lleno de espinas y árido.
d)El monte de los montes: permite alcanzar la verdadera paz. Se basa en que "Todo lo que queráis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros a ellos. Y nosotros queremos que nos recompensen, que nos perdonen y que nos den gratuitamente".







EN LA FIESTA DE SAN MIGUEL. LOS ÁNGELES TIENEN TRES MOTIVOS PARA ATENDERNOS


1. Hoy celebramos la fiesta de los ángeles, y exigís un sermón digno de semejante solemnidad. ¿Pero qué pueden decir de los espíritus angélicos unos viles gusanos? Creemos y confesamos sin vacilar que la presencia y visión divina los hace dichosos, y que disfrutan eternamente de aquellos bienes del Señor que el ojo nunca vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre puede imaginar. ¿Qué va a decir, pues, un simple mortal a hombres mortales, de realidades que ni él puede imaginar ni ellos son capaces de entender? Si de la abundancia del corazón habla la boca, en nuestro caso la lengua tiene que enmudecer por falta de ideas.
 Es cierto que nos desborda por completo y supera nuestra capacidad explicar el resplandor de la gloria de que los ángeles santos gozan en sí mismos, o más bien en Dios. Pero sí podemos comentar la gracia y amor que nos dispensan. Estos espíritus celestes no sólo tienen una grandeza que nos causa admiración, sino también una delicadeza llena de amor.
 Así, pues, hermanos, ya que no podemos comprender su gloria acojamos entrañablemente su misericordia. Nos consta que estos familiares de Dios, ciudadanos del cielo y príncipes del paraíso, la poseen a raudales. Nos lo confirma por otra parte el Apóstol, que fue arrebatado al tercer cielo y mereció estar presente en aquella corte bienaventurada y conocer sus secretos. "Todos ellos son espíritus encargados de un ministerio, con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación".
2. Y que nadie ponga esto en duda: el mismo Creador y Rey de los ángeles no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos. ¿Cómo vamos a despreciar esta misión de los ángeles, si se adelantó a ellos aquel a quien ellos sirven en el cielo llenos de ilusión y de gozo? Si también dudas de esto, hay quien lo vio y lo testifica: "Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Otro Profeta dice al Padre, refiriéndose al Hijo: "Lo hiciste poco menos que los ángeles". Sí, es maravilloso que "quien es tanto más poderoso cuanto más extraordinario es el título que ha heredado", supere en humildad a los que sobrepuja en grandeza y aparezca muy por debajo de los ángeles el que se consagró al más humilde servicio.
 Tal vez te preguntes en qué se hizo inferior a los ángeles cuando vino a servir, ya que también ellos, como antes dijimos, tienen la misión de servir. Muy sencillo: en que no sólo sirvió sino que también se dejó servir, siendo uno mismo el que ofrecía sus servicios y los recibía. Razón tiene la esposa del Cantar cuando grita: ¡Mirad, cómo viene éste, saltando sobre los montes y brincando por los collados! Cuando se pone a servir salta sobre los ángeles, y cuando se deja servir brinca sobre ellos. Los ángeles sirven de lo ajeno, ofreciendo a Dios nuestras buenas obras, y trayéndonos su gracia. Por eso la Escritura, antes de afirmar que "de la mano del ángel subió ante Dios el humo de los aromas" dice expresamente que le habían entregado gran cantidad de aromas. Ellos ofrecen a Dios nuestros sudores, no los suyos; y no sus lágrimas no las nuestras Y nos devuelven, no sus propios dones sino los de Dios.
3. No actuó así aquel Siervo que está por encima de todos y se hizo el más humilde: se ofreció a sí mismo como sacrificio de alabanza, entregó su vida al Padre y nos reparte diariamente su carne. En gracia, pues, a un Siervo tan extraordinario, los ángeles santos nos asisten gustosa y amablemente. Nos aman porque Cristo nos amó. Dice un proverbio popular: Quien ama a Beltrán, ama a can. ¡Ángeles benditos! Nosotros somos unos cachorrillos de ese Señor a quien vosotros tanto amáis; unos perrillos ansiosos de llenarse el estómago con las migajas que caen de la mesa de sus amos, que sois vosotros. 
 Digo esto, hermanos, para que tengáis plena confianza en los ángeles y acudáis libremente a ellos en todas vuestras necesidades. Procurad, vivir más dignamente en su presencia, alcanzar continuamente su favor, captar su benevolencia e implorar su clemencia. Para ello estimo necesario indicaros otros motivos que estimulan a los ángeles a cuidarse de nuestra debilidad. Sin ansiedad suya, ciertamente, pero con mucho provecho para nosotros. Sin perjuicio para su felicidad, y en beneficio inmenso de nuestra salvación. 
4.Consta, sin duda alguna, que como dotada de razón y capaz de bienaventuranza, el alma humana pertenece, por así decirlo, a la naturaleza angélica. Por eso no os conviene, espíritus bienaventurados, quebrantar la ley y desdeñar a ese vuestro linaje al que debéis asistir. Ni siquiera aunque le veáis profundamente degradado. No podemos imaginar que vosotros, ciudadanos celestes, disfrutéis al ver desolada vuestra ciudad y las murallas agrietadas en ruinas. Si deseais que se restauren, como es lógico, insistid frecuentemente con vuestras súplicas ante el tronco de la gloria y decid: Dígnate, Señor, favorecer a Sión, para que se construyan las murallas de Jerusalén. Si amáis la belleza de su casa, y precisamente porque la amáis,sientan vuestro celo las piedras vivas y racionales, las únicas que pueden servir para reparar vuestra ciudad. 
 Este es, hermanos, el cordel de tres cabos con que el amor inefable de los ángeles nos atrae desde la excelsa morada de los cielos para consolarnos, visitarnos y ayudarnos: lo hacen por Dios, por nosotros y por sí mismos. Por Dios, imitando su amor entrañable para con nosotros. Por nosotros en quienes se compadecen de su propia semejanza. Por ellos mismos, porque desean vivamente que nosotros completemos sus coros. De la boca de los niños de pecho, que todavía toman leche y no manjares sólidos, brotará una alabanza perfecta a la majestad divina. Los espíritus angélicos poseen ya las primicias, y eso les inunda de sabrosísima felicidad, y les impulsa a esperar y desear ardientemente su plenitud.
5. Segçim estp. queridos hermanos, considerad cuán solícitos debemos estar nosotros para merecer su compañía; y vivamos de tal modo en presencia de los ángeles que no se ofendan jamás al mirarnos. ¡Hay de nosotro, si llegan a irritarse por nuestros pecados y negligencias, y nos tienen por indignos de su presencia  asistencia! Nos veríamos obligados a llorar y decir con el Profeta: Mis enemigos y compañeros me tieneden lazos los que atentan contra mi alma, y me abandonan aquellos que podrían protegerme y ahuyentar al enemigo.
 Si tanto necesitamos la valiosa amistad de los ángeles, procuremos no ofenderles y ejercitarnos en lo que a ellos les complace. Son muchísimas las coas que les agradan y gustan encontrar en nosotros: la sabriedad, las castidad, la pobreza voluntaria, el deseo incesante del cielo, la oración con lágrimas y la pureza del corazón. Pero por encima de todo, los ángeles de paz nos exigen la unión y la paz. Esto es a los que a ellos más les agrada, porque nos convierten en un vivo retrato de su patria, y hacen de la tierra una nueva Jerusalén. Y si en aquella ciudad reina la unión más perfecta, tengamos también nosotros unos mismos sentimientos e idénticas palabras; no haya bandos entre nosotros, sino formemos todos un solo cuerpo. 
6. Y al contrario, nada les ofende e indigna tanto como las discusiones y escándalos que puedan darse entre nosotros. Recordemos aquello de Palblo a los Corintios: Mientras hay entre vosoros rivaliad y discordia, ¿no es que os guían los bajos instintos y vivís a los humano? Y el apóstol Judas insiste en los mismo: Estos son los que cean divisiones, siendo hombres de instintos y sin Espíritu. Fijaos cómo vivifica el alma humana a todos los miembros del cuerpo y los compenetra mutuamente. Separemos a uno de ellos, y deja de tener vida. Así  ocurre al que reniega de Jesús. Nadie puede decir eso por el Espíritu de Dios, porque renegar significa separarse. Lo mismo ocure al que se aparte de la unidad: se queda privado del espíritu de vida. 
 ¡Qué razón tienen los Apóstoles para llamar animales, carnales y vanos de espíritu a los pendencieros y cismáticos. Cuando esos espíritus bieneaventurados encuentran rencillas y escándalos dicen: "¿Qué podemos hacer nosotros en este gente sin Espíritu? Si reinara aquí el Espíritu abundaría el amor, y no estaría deshaecha la unidad. Es imposible convivir con estos hombres carnales. ¿Puede unirse la luz con las tieneblas? Nosotros pertenecemos al reino de la unidad y de la paz, y esperábamos atraer a estos hombres a esta misma unión y concordia. ¿Cómo van a compenetrarse con nosotros si no se entienden entre ellos?
 El pasaje del Evangelio de hoy está muy bien escogido para esta fiesta. Quiere infundirnos un profundo terror de escandalizar a los niños, porque esos escándalos disguntan muchísimo a los ángeles. El que escandalice a uno de estos pequeños. ¡Que terrible es lo que dice a continuación! Pero ya es hora y debemos ir a misa. Os pido que no os molestéis por interrumpir aquí la materia; lo que hemos dicho puede ser útil si volvemos a insistir sobre el tema en otro sermón.

RESUMEN
Cristo vino con nosotros para servir y ser servido. Los ángeles sirven a la obra del Creador presentándoles nuestras lágrimas y sudores. Los Ángeles nos asisten y aman porque Cristo nos amó.
" Este es, hermanos, el cordel de tres cabos con que el amor inefable de los ángeles nos atrae desde la excelsa morada de los cielos para consolarnos, visitarnos y ayudarnos: lo hacen por Dios, por nosotros y por sí mismos. Por Dios, imitando su amor entrañable para con nosotros. Por nosotros en quienes se compadecen de su propia semejanza. Por ellos mismos, porque desean vivamente que nosotros completemos sus coros".No les disgustemos y creemos, junto a ellos, la Jerusalén perfecta y celestial. Quiere infundirnos, en esta línea, un gran temor a la desunión y al escándalo.

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