CUARESMA: SERMO UNDECIMUS
Capítulo 1
Escrito está, y con verdad escrito, que no hemos sido aniquilados gracias a las misericordias del Señor, porque no nos entregó a la saña de nuestros enemigos. Vela incansable sobre nosotros, alerta la mirada de su especial clemencia; no duerme ni reposa el guardián de Israel. Y cómo lo necesitamos, pues tampoco duerme ni reposa el que combate contra Israel. Pero él cuida de nosotros y se interesa por nuestro bien, mientras que el ladrón sólo quiere matar y perdernos, volcando todo su afán en conseguir que no se convierta jamás el que ya se desvió. Entre tanto, nosotros o no hacemos caso o apenas tenemos en cuenta la majestad del defensor que nos protege con sus desvelos y nos colma de beneficios, ingratos como somos a su gracia o, mejor, a sus innumerables gracias con las que nos sale al paso y nos ayuda.
Unas veces, él mismo nos inunda de luz, o nos visita valiéndose de los ángeles, o nos instruye mediante otros hombres, o nos consuela y enseña con las Escrituras. Todas las Escrituras antiguas se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Bien dice para enseñanza nuestra, de modo que por nuestra paciencia mantengamos la esperanza. Ya en otro lugar se nos advierte: La sabiduría del hombre se conoce por su paciencia. Porque la paciencia produce entereza, y la entereza esperanza. ¿Pero será posible que nosotros mismos nos desasistamos, que nosotros mismos nos descuidemos? ¿Vamos a ser unos negligentes porque nos socorran por todas partes? Por eso mismo deberíamos vigilar con mayor tensión. Pues no se preocuparían tanto de nosotros, lo mismo en el cielo que en la tierra, si no nos cercaran tantas necesidades; no nos cuidarían tantos centinelas si no se multiplicaran tantas asechanzas.
Capítulo 2
Felices por ello esos hermanos nuestros que va han sido liberados de la red del cazador; que pasaron del campamento de los combatientes a los atrios de los que descansan y, superado todo temor, se instalaron personalmente en la esperanza. A cada uno de ellos y a todos ellos juntos se les dice: No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda. Debes pensar que esto no se promete al hombre dirigido por los bajos instintos, sino al que, viviendo en la carne, es llevado por el Espíritu. Pues no hay manera de distinguir entre su tienda y su persona; todo en el es confusión, como buen hijo de Babilonia. En definitiva, un hombre así es de carne, y el Espíritu no habita en él.
¿Cuándo puede ausentarse el mal de un hombre en cuyo espíritu no vive el espíritu del bien? Consecuentemente, donde está asentado el mal, deberá hacerse presente la desgracia. Porque siempre van juntos la maldad y su castigo. No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda. Maravillosa promesa. ¿Pero cómo podremos soñar con ella? ¿Como huir de la desgracia y de la plaga, cómo evadirme, cómo alejarme para que no se me acerquen? ¿Con qué méritos, con qué estrategia, con qué poder? Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos. ¿Y cuáles son estos caminos? Los que te alejan del mal, los que te permiten escapar de la ira futura. Hay muchos caminos y de muchas clases; y ése es un gran peligro para el caminante. Con tantas encrucijadas fácilmente se extraviará de su camino el que no sepa distinguir las sendas. No mandó a los ángeles que nos guarden en todos los caminos, sino en todos nuestros caminos. Porque hay unos caminos de los que nos deben guardar y otros en los que no lo necesitamos.
Capítulo 3
Por tanto, hermanos, conozcamos bien nuestros caminos; estudiemos además los caminos de los demonios y busquemos los caminos de los espíritus bienaventurados y los caminos del Señor. Abordo ahora un tema que me supera. Vosotros me ayudaréis con vuestras oraciones para que Dios me abra el tesoro de su saber y acepte la ofrenda de mis labios. Los caminos de los hijos de Adán llevan hacia donde los arrastran la necesidad y el ímpetu del deseo. Pasión y necesidad nos impulsan, tiran de nosotros. Sólo hay una diferencia: que la necesidad simplemente urge, mientras la pasión arrebata con violencia. Por su parte, la necesidad debe atribuirse, al parecer, simplemente al cuerpo. Su meta es muy compleja; su camino da muchos rodeos, presenta muchas dificultades y poquísimos atajos, si es que tiene alguno. ¿Quién ignora que la necesidad del hombre es realmente tan diversa? ¿Quién será capaz de explicar esta diversidad? Lo sabemos por la misma experiencia, nos lo da a conocer su mismo tormento. De ahí puede deducir cada cual por qué se ve apremiado a exclamar: Señor, sácame de mis necesidades, no de mi necesidad.
Todo el que no escuche con oídos sordos las sentencias del Sabio, no sólo deseará que le saquen del camino de la necesidad, sino, además, de las sendas de la pasión. ¿Pues qué dice? No sigas tus caprichos. Y a continuación: No vayas detrás de tus deseos. Aunque ambas cosas son malas, es mucho mejor seguir el impulso de la necesidad que el de la pasión. La primera es muy compleja, pero ésta es mucho más amplia y, por carecer de medida, lo abarca todo. Porque la pasión radica en el corazón; por eso es tanto más universal, cuanto mayor es la diferencia entre el cuerpo y el alma. Finalmente, éstos son los caminos que le parecen buenos al hombre, pero acaban sumergiéndolo en lo profundo del infierno.
Encontraste los caminos del hombre. Pero mira bien si no se habrá dicho de ellos lo que sigue: En sus caminos, la aflicción y la desgracia. Efectivamente, la necesidad implica aflicción, y la pasión, desgracia. ¿Por qué es una desgracia la pasión, es decir, la negación de la felicidad ansiada? ¿Y si uno cree que le sonreirá la felicidad apetecida cuando le inunden las riquezas? Pues por eso mismo será menos feliz. Cuanto mayor sea la pasión con que se abraza a la infelicidad, más se ahoga y más le devora. ¿Qué desgraciados son los hombres por esta falsa y falaz felicidad! ¡Ay del que dice: Soy rico y no necesito de nadie, cuando en realidad es un odre, desnudo, mísero y miserable! La necesidad nace en la debilidad del cuerpo; el deseo proviene del vacío y olvido del corazón. Por eso mismo mendiga el alma lo ajeno, porque se ha olvidado de comer su pan; por eso anhela las realidades terrenas, porque no piensa para nada en las celestiales.
Capítulo 4
Veamos ahora las sendas de los demonios. Veámoslas y alejémonos de ellas. Veámoslas y huyamos, porque son caminos de soberbia y obstinación. ¿Queréis saber por qué lo sé? Contemplad a su caudillo: así son sus siervos. Pensad de dónde parten sus caminos. De repente se lanzó hacia la soberbia más cruel, diciendo: Me sentaré en el monte de la asamblea, en el vértice del cielo. Me igualaré al Altísimo. ¿Qué pretensión tan nefasta y temeraria! ¿O no han fracasado los malhechores, y, derribados, no se pueden levantar? Debido a su soberbia fracasaron, y el que cayó por su obstinación se acostó para no levantarse. Su espíritu se aleja por la soberbia, y por su obstinación nunca vuelve. Es impresionante la presunción de los espíritus malignos, pero no lo es menos su obstinación, porque su soberbia siempre aumenta más y más; por eso jamás se convertirán. Porque rechazaron volverse del camino de la soberbia, cayeron en la senda de la obstinación.
¡Qué perverso y envilecido es el corazón humano cuando sigue las huellas de los demonios y entra en sus caminos! Toda la estrategia de los espíritus malignos contra nosotros se basa en seducirnos, en meternos por sus caminos y llevarnos por ellos para conducirnos a la ruina preparada para ellos. Huye, hombre, de la soberbia, no se ría de ti tu enemigo. Este es el vicio que más le agrada; sabe por sí mismo qué difícil te será salir de ese abismo.
Capítulo 5
Por otra parte, quiero que sepáis, hermanos, de qué manera bajamos o, por mejor decir, caemos en estos caminos. Ahora mismo se me ocurre que el primer paso por el que nos deslizamos en ellos es el encubrimiento de la propia debilidad, de la propia iniquidad y peligro, siendo indulgente con uno mismo, adulándose a sí mismo, figurándose ser algo, cuando no se es nada; o sea, la propia seducción. El segundo paso es la ignorancia de sí mismo. Si hemos comenzado por cubrirnos inútilmente con hojas de higuera, ¿qué remedio nos queda más que no mirar las llagas encubiertas, especialmente habiéndolas tapado sólo para no verlas? Y así se explica que, cuando otro me las descubra, porfiaré que no son llagas, escudándome en palabras habilidosas para buscar excusas a los pecados. Y éste es el tercer paso, ya muy próximo e incluso inmediato a la soberbia. ¿Pues qué mal temerá ya consumar el que lo defiende con su insolencia? Será difícil que se detenga en su camino oscuro y resbaladizo, especialmente cuando el ángel del Señor los persiga y empuje. Es el cuarto paso o, más bien, el cuarto precipicio: el desprecio. De nada hace ya caso el malvado cuando ha caído en el abismo del mal.
En adelante va cerrándose más y más sobre él la salida del pozo; el desprecio conduce a esta alma hasta la impenitencia y la impenitencia se afianza en la obstinación. Es el pecado que no se perdona en este mundo ni en el otro, porque el corazón terco y endurecido ni teme a Dios ni respeta al hombre. El que en todos sus caminos se adhiere así al diablo, claramente se hace un solo ser con él. Pero los caminos del hombre que más arriba mostramos son estos que nos dice el Apóstol: No os sobrevenga tentación que no sea humana; y pecar es humano. En realidad, ¿quién ignora que los caminos diabólicos son impropios del hombre? A no ser cuando la costumbre misma parece haberse convertido en otra naturaleza. Pero, aun cuando esto le suceda a algunas personas, aferrarse al mal no es propio del hombre, sino del diablo.
Capítulo 6
¿Y cuáles son los caminos de los santos ángeles? Los da a conocer el Unigénito cuando dice: Veréis a los ángeles subir y bajar por este Hombre. Sus caminos son subir y bajar. Ascienden por ellos y descienden, o mejor, condescienden por nosotros. Los espíritus bienaventurados ascienden para contemplar a Dios y descienden para compadecerse de ti y guardarte en tus caminos. Ascienden a su presencia y descienden bajo su indicación, porque a sus ángeles ha dado órdenes. Pero ni cuando descienden se ven privados de la visión de su gloria, porque están viendo siempre el rostro del Padre.
Capítulo 7
Pienso que también querréis escuchar algo sobre los caminos del Señor. Sería mucha presunción prometeros que os los mostraré. La Escritura nos dice que él mismo nos enseñará sus caminos. ¿Podremos confiar en otro? Ya lo hizo cuando abrió los labios del Profeta con estas palabras: Las sendas del Señor son misericordia y lealtad. Así viene a cada hombre, así viene a todos en común: en la misericordia y en la lealtad. Mas donde se abusa de la misericordia y se prescinde de la lealtad, allí no está Dios habitualmente. Tampoco donde reina el terror al recordar su lealtad y no se evoca el consuelo de su misericordia. Pues no anda en la verdad el que no reconoce su misericordia donde realmente está, ni puede ser verdadera la misericordia sin la lealtad. Por tanto, cuando la misericordia y lealtad se encuentran, entonces se besan la justicia y la paz; no puede ausentarse el que puso su morada en la paz. ¿Cuántas cosas oímos y aprendimos -porque nuestros padres nos contaron sobre esta estrecha unión tan dichosa entre la misericordia y la lealtad! Dice el Profeta: Que tu misericordia y lealtad me guarden siempre. Y en otro lugar: tengo ante mis ojos tu bondad y camino en tu verdad. Y también lo dice de sí mismo el Señor: Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán.
Capítulo 8
Pero contempla también las venidas manifiestas del Señor. En la que ya fue consumada encontrarás a un Salvador misericordioso y en la prometida para el último día te encontrarás con un remunerador justo. Tal vez por eso se haya dicho: Porque el Señor ama la misericordia y la fidelidad, él da la gracia y la gloria. En su primera venida se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. En la segunda, aunque juzgará al orbe con justicia y a los pueblos con fidelidad, su juicio no carecerá de misericordia, a no ser con los que no fueron misericordiosos.
Estos son los caminos de la eternidad, de los cuales dice el Profeta: Se postraron los collados del mundo al pasar el Eterno por sus caminos. Tengo a mi alcance cómo demostrarlo con toda facilidad, puesto que la misericordia del Señor dura siempre y su fidelidad es eterna. Por estos caminos se prosternaron los collados primordiales: los demonios soberbios, los jefes del mundo, los que dominan en las tinieblas, los que ignoraron el camino de la fidelidad y la misericordia, los que olvidaron sus pasos. ¿Tiene algo en común con la verdad el falso y el padre de la mentira? Expresamente se refiere a él cuando dice: No se mantuvo en la verdad. La desgracia que nos causó testifica, además, qué lejos estuvo de la misericordia. ¿Cuándo pudo ser misericordioso el que desde siempre fue un homicida? El que es inicuo consigo, ¿con quién será bueno?
¿Y qué inicuo es para sí mismo el que jamás se arrepiente de su propia iniquidad ni jamás se duele de su propia condenación? Al contrario, su mentirosa soberbia lo arrojó del camino de la verdad, su cruel obstinación le cerró la senda de la misericordia. Por eso es incapaz de conseguir jamás misericordia ni de sí mismo ni del Señor. De esta forma, esos ensoberbecidos collados se prosternaron ante los caminos de la eternidad, que son rectos, y cayeron sobre los recovecos y tortuosos precipicios, que son sus caminos. ¡Con cuánta más prudencia y provecho se postraron y humillaron algunos otros montes para su salvación ante esos mismos caminos! No se prosternaron como apartándose de su rectitud, sino porque se humillaron ante los caminos de la eternidad. ¿Es que no vemos prosternados a los montes primordiales cuando los grandes y poderosos se doblan ante el Señor y adoran sus huellas con devota sumisión? ¿Acaso no se rebajan cuando vuelven a las sendas humildes de la misericordia y la lealtad desde esa perniciosa altivez que es la soberbia y la crueldad?
Capítulo 9
Por estos caminos del Señor se encaminan no sólo los espíritus buenos, sino también los elegidos. El primer paso del hombre infeliz que emerge de la sima de los vicios es aquella misericordia semejante a la de la madre para con su hijo, con la que siente compasión por su alma, y con ello complace a Dios, pues el que así procede imita aquel gran acontecimiento de inmensa misericordia y se une al dolor de aquel que primero padeció por él, muriendo también él, en cierto sentido, por su propia salvación, sin perdonarse más a sí mismo. Esta primera compasión acoge al que retorna a su corazón y se fragua en el misterio íntimo de sus entrañas.
Pero todavía debe adentrarse por el camino real y avanzar hacia la fidelidad, acompañado, como tantas veces os lo encarezco, por la apertura de la conciencia, complemento de la contrición del corazón. La fe interior obtiene la justificación y la confesión pública consigue la salvación. Convertido de corazón, debe ser como un niño ante sí mismo, como dice la Verdad : Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. No pretenda, pues, encubrir lo que no es posible ignorar: que ha sido aniquilado sin saber por qué. No se avergüence de sacar a la luz de la verdad lo que no puede ver oculto sin un gran sentimiento de compasión. Así es como entra el hombre por los caminos de la misericordia y de la lealtad, que son caminos de Dios y sendero de vida; su meta es la salvación del caminante.
Capítulo 10
Es obvio que los caminos de los ángeles llevan también la misma dirección. Cuando ascienden a la contemplación, buscan la verdad, de la que se sacian deseándola y la desean más al saciarse. Cuando descienden, se compadecen de nosotros para guardarnos en todos nuestros caminos, pues no son sino espíritus en servicio activo enviados para sentirnos. Son sólo siervos nuestros, no señores nuestros. Y en esto siguen el ejemplo del Unigénito, que no vino a ser servido, sino a servir; estuvo entre sus discípulos como quien sirve. La meta de los caminos angélicos, por lo que a ellos respecta, es su propia bienaventuranza y la obediencia del amor; con relación a nosotros, primero es conseguir la divina gracia y además guardar nuestros caminos. Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos, en todas tus indigencias, en todos tus deseos.
De lo contrario, fácilmente correrías hacia los caminos de la muerte. Es decir, te lanzarías de la necesidad a la obstinación, o del deseo apasionado, a la soberbia. Y estos caminos no son los de los hombres, sino propios de los demonios. Porque ¿dónde suelen obstinarse más fácilmente los hombres sino en aquello que fingen o creen que necesitan? Lo dice un poeta: Prediques lo que prediques, yo puedo lo que puedo y no más de lo que puedo. Si tú estuvieses en mi caso, pensarías de otra manera. ¿De dónde saltamos a la presunción sino desde el ímpetu violento del deseo?
Capítulo 11
Dios ha dado órdenes a sus ángeles no para que te desvíes de sus caminos, sino que guardarte en ellos y para dirigir los tuyos a los del Señor a través de los suyos. Me dirás: ¿De qué manera? Mira: él obra más puramente, sólo por amor. Pero tú, persuadido, al menos, de su propia necesidad, descendiendo y condescendiendo, mostrarás compasión hacia tu prójimo y de nuevo elevarás tus deseos como los ángeles esforzándote por ascender a la verdad suma y eterna con toda la vehemencia de tu alma. Por eso nos invitan a elevar los corazones y las manos y oímos todos los días: Levantemos el corazón. Y nos reprochan nuestra dejadez: Y vosotros, ¿Hasta cuándo seréis de estúpido corazón, amaréis la falsedad y gustaréis el engaño? Porque un corazón libre es ágil para elevarse más en la búsqueda y amor de la verdad. No nos extrañe, pues, que se dignen acogernos, e incluso introducirnos en los caminos del Señor, los que no tienen a menos guardarnos en los nuestros.¡Cuánto más felices y seguros que nosotros caminan por ellos! Mas, aunque caminen por la misericordia y lealtad, distan muchísimo del que es la verdad misma y la misma lealtad.
Capítulo 12
¡Con qué coherencia puso Dios todas las cosas en su debido lugar! El se reserva la cumbre suprema, porque es el Sumo, sobre el cual nada hay; porque más allá de él nada existe. A los ángeles no los colocó en la cumbre, sino en lugar seguro, porque habitan más cerca del que subsiste en el lugar supremo, y desde lo alto los reviste de fuerza. Los hombres, en cambio, no viven en la cumbre ni en lugar seguro, sino en el de la precaución. Además habitan en la tierra sólida, ocupando un lugar bajo, pero no en el ínfimo, del que pueden y deben prevenirse. Mas los demonios quedan colgados en el aire vacío e inestable, porque son indignos de subir a los cielos y no se rebajan a descender hasta la tierra.
Baste por hoy con lo dicho. Dios quiera que con su favor podamos darle gracias suficientemente, ya qué nuestra suficiencia nos llega de él. No es que de por sí uno tenga aptitudes para poder apuntarse algo como propio. Quien nos lo concede es aquel que da sin regatear y es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos de los siglos.
RESUMEN
Nos preguntamos cómo caemos en el pecado, cómo nos protege Cristo y qué medios tenemos para volver a la rectitud de la virtud. La misericordia del Señor evitó que fuéramos entregados a la saña de nuestros enemigos. Nos prometió que “no se acercará la desgracia ni la plaga llegará hasta tu tienda”. Es una saña tan grande que es como la del ladrón que sólo quiere matar y perdernos, empleando todo su afán en conseguir que no se convierta jamás el que ya se desvió. El ser humano vive agobiado por la pasión y la necesidad. La necesidad urge, mientras la pasión arrebata con violencia. Aunque ambas cosas son malas, es mucho mejor seguir el impulso de la necesidad que el de la pasión. La necesidad implica aflicción y la pasión desgracia. La necesidad nace en la debilidad del cuerpo. El deseo proviene del vacío y olvido del corazón. ¿Por qué camino caemos? El primer paso es el encubrimiento de la propia debilidad. El segundo es la ignorancia de si mismo. El tercero es la soberbia. El cuarto es el desprecio. El hombre se dota así de un corazón terco y endurecido que ni teme a Dios ni respeta al hombre. La sabiduría del hombre se conoce por su paciencia. La paciencia produce entereza y la entereza esperanza. Aunque tengamos protección divina, no podemos desasistirnos sino vigilar con la mayor atención. Los ángeles son espíritus bienaventurados que ascienden para contemplar a Dios y descienden para compadecerse de ti y guardarte en tus caminos. Las sendas para volver al Señor son la misericordia y la lealtad. Cuando la misericordia y lealtad se encuentan, entonces se besan la justicia y la paz. Para volver a la paz espiritual lo primero que tenemos que sentir es misericordia hacia nuestra alma. Lo segundo es no avergonzarse de sacar a la luz de la verdad lo que no puede ser oculto y acompañarlo de un gran sentimiento de compasión.
CUARESMA: SERMUS DÉCIMUS
Sobre el verso décimo: "No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda".
Capítulo 1
No es una opinión mía ni nueva para vosotros, sino una sentencia conocidísima, la siguiente afirmación: sobre algunos aspectos de nuestra fe se puede conocer más fácilmente e ignorar con mayor riesgo aquello que no es que lo que es en sí. Y pienso que podemos decir exactamente lo mismo, con toda propiedad, acerca de la esperanza. Porque el espíritu humano, por su experiencia de tantos males, comprende mucho más fácilmente aquello de lo que se verá libre que aquello de lo que va a gozar. Sin duda hay un parecido como de hermanos entre la fe y la esperanza: lo que la primera cree como algo futuro, la otra comienza ya a esperárselo para un más allá. Con razón, el Apóstol definió la fe como anticipo de lo que se espera, pues nadie puede esperar lo que no cree, como nadie puede pintar sobre el vacío. Y es que la fe exclama: Dios ha reservado magníficos e impensables bienes para los fieles. Y contesta la esperanza: Son para mí. Pero tercia el amor y dice: Corro a por ellos.
Mas, como ya he dicho, es dificilísimo y hasta imposible conocer la naturaleza de esos bienes a no ser que lo revele su mismo Espíritu, según aquello del Apóstol: El ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado lo que Dios ha preparado para los que le aman. Y esto por muy perfecto que sea el hombre mientras viva en este cuerpo mortal, ya que aquí puede darse, por así decirlo, una imperfecta perfección. De lo contrario, no diría el Apóstol: Cuantos somos perfectos tengamos estos sentimientos, aunque acababa de confesar: No es que ya lo haya obtenido porque sea ya perfecto. Por eso, el mismo Pablo se ve obligado a reconocer: Ahora vemos confusamente en un espejo, mientras entonces veremos cara a rara.
Lo que más se le recomienda al hombre con cariño y fecunda insistencia es precisamente aquello para lo cual se reconoce más capaz en esta vida. Efectivamente, es propio de los afligidos considerar como la cumbre de la felicidad el liberarse de todo sufrimiento y situar la dicha perfecta en la carencia de toda desgracia. Por eso dice el Profeta en el salmo: Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo. Y, sin enumerar los demás favores recibidos para su felicidad, continúa: Arrancó mi alma de la muerte; mis ojos, de las lágrimas; mis pies, de la caída. Claramente insinúa con estas palabras la paz y el beneficio tan grande que supone para él verse liberado de tribulaciones y peligros.
Capítulo 2
Lo que hoy nos corresponde comentar sobre el salmo 90 guarda una analogía con esta afirmación. No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda. Este verso, a mi parecer, es muy fácil de comprender, como quizá algunos ya lo habéis hecho. Pues no sois tan rudos ni carecéis de sentido espiritual para no distinguir instintivamente entre vuestra propia alma y vuestra tienda, o sea, entre la desgracia y la plaga. Porque escuchasteis al Apóstol decir que, cuando ya haya competido en noble lucha, será demolida en seguida su tienda. Pero ¿será necesario recordar las palabras del Apóstol? ¿Es que un soldado puede desconocer su tienda o tiene que aprender de la experiencia ajena? Hay algunos que de sus tiendas hicieron un domicilio de vergonzosa cautividad porque no luchan dentro de ellas, sino que llevan una vida de esclavitud indigna.
Es de lo más ridículo que algunos hasta se pierdan de tal manera y lleguen a tal degradación y locura espiritual, que parezcan obsesionados exclusivamente por esta tienda suya exterior. ¿Qué podemos pensar? Que no sólo desconocen a Dios, sino que se ignoran a sí mismos. Muertos en su corazón, consumen todo su afán en su propia carne y valoran su tienda como si creyeran que jamás puede desmoronarse. Pero no; se derrumbará sin remedio y, además, muy pronto.
¿Acaso no dejan entrever que se ignoran a sí mismos quienes así se entregan a la carne y a la sangre como si creyesen que no existe absolutamente nada más? En vano han recibido su alma, porque incluso no saben que la tienen. Si apartas el metal de la escoria, dice el Señor, serás mi boca. Esto es: si te esfuerzas por distinguir entre tu realidad interior y la exterior, de modo que no temas la plaga de tu tienda más que la desgracia de ti mismo. Entendiendo por desgracia la aludida en estas palabras: Apártate del mal y haz el bien. Ese mal que quita la vida a su propia vida, que crea una separación entre Dios y tú; ese mal que cuando reina, como un cuerpo sin alma, deja al alma sin Dios, muerta del todo en sí misma, igual que aquellos de quienes hablaba el Apóstol que vivieron sin Dios en el mundo.
Capítulo 3
Pero no pretendo decirte que odies tu propio cuerpo, ni mucho menos. Ámalo como un regalo de colaboración, destinado a ser el compañero de tu felicidad eterna. Por lo demás, ame el alma al cuerpo, pero sin creer que debe reducirse a ser carne, no sea que le diga el Señor: Mi Espíritu no durará siempre en el hombre puesto que es de carne. Ame el alma a su cuerpo, pero atienda mucho más a su propia vida. Ame Adán a su propia Eva, pero no la ame obedeciendo más su voz que a la de Dios. Porque tampoco le trae cuenta al cuerpo que lo ames de tal forma que, por evitarle ahora el golpe de la corrección paternal, le almacenes para luego la ira de la eterna condenación. Camada de víboras, dice Juan, ¿quién os ha enseñado a vosotros a escapar del castigo inminente? Dad el fruto del arrepentimiento. Como si dijera más claramente: Rendidle homenaje al Señor, no sea que se irrite. Palos y castigos meten en razón para que no os triture el mazo.
¿Cómo pueden decirnos los hombres carnales: Vuestra vida es una crueldad, porque no perdonáis a vuestro cuerpo? Concedido. No perdonamos a la semilla. ¿Pero podríamos ser más indulgentes con ella? ¿Qué es mejor? ¿Que se renueve y multiplique en la tierra o que se pudra en el hórreo? ¡Ay!, se pudrieron los jumentos en el estiércol. ¿Así de indulgentes sois vosotros con vuestro cuerpo? Sí; nosotros seremos crueles ahora porque no le perdonamos, pero vosotros sois mucho más crueles precisamente porque le perdonáis. Puesto que ya en el presente nuestra carne descansa en la esperanza, pero vosotros os veréis obligados a contemplar toda la ignominia que soporta la vuestra en esta vida y la miseria que le aguarda en la futura.
No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará a vuestra tienda. Aquí se prometen al justo como dos investiduras y cierta inmortalidad doble. ¿Cuál es la causa de la muerte sino la separación del alma y del cuerpo? Por eso se le llama al cuerpo exánime cuando ya es un cadáver. ¿Por qué se produce esta separación sino por las debilidades presentes, por la intensidad del dolor, por la alteración del cuerpo, por el castigo del pecado? Con sobrada razón, nuestra carne teme y siente repugnancia ante la plaga. De ella proviene ese divorcio demasiado amargo del alma misma, cuya compañía le brinda al cuerpo tanto gozo y honor. Pero mientras no se vea renovada debe soportarlo provisionalmente, le guste o le disguste. Conviene sufrirlo para que te liberes totalmente y no llegue después la plaga hasta tu tienda.
Capítulo 4
Como antes recordábamos y conviene tenerlo siempre presente, Dios es, sin embargo, la verdadera vida del alma. Quien los separa a ambos es el mal; pero el mal del alma, que no es otro sino el pecado. ¡Hala, hermanos! A tontear, a pasarlo bien durmiendo ociosamente con dos serpientes, vecinas nuestras y dispuestas a quitarnos las dos vidas: la del cuerpo y la del corazón. ¿Cómo podemos dormir tranquilos? Semejante abandono en tan grave peligro, ¿no delata una pérdida total de la esperanza más que nuestra seguridad?
Deberíamos desear seriamente vernos libres de ambas cosas; pero tendremos que precavernos ante el pecado más que del castigo por el pecado y eludir la desgracia con mayor vigilancia que la plaga, ya que es más nocivo y mucho más siniestro para el alma separarse de Dios que alejarse del cuerpo. Apenas se quite de en medio toda clase de pecado, al desaparecer la causa, se disipará también su efecto. Y así como no podrá ya acercársete la desgracia, tampoco la plaga podrá llegar hasta tu tienda; es decir, el castigo estará tan lejos del hombre exterior como del hombre interior la culpa. Porque no dice: No habrá en ti desgracia o plaga en tu tienda, sino: se te acercará, no llegará.
Capítulo 5
Pensemos que hay hombres en quienes no sólo habita el pecado, sino que reina en ellos. Ya no es posible que lo tengan más cerca ni más entrañado en su interior, a no ser cuando llegue a dominarlos hasta tal extremo que no dejen de poseerlos de manera alguna. Hallaremos otros en quienes todavía permanece el pecado, pero ya no prevalece en ellos o no los domina. En cierto sentido ha quedado envuelto, pero no arrojado; abatido, pero no expulsado. Sabemos que al principio no era así, porque antes de la primera transgresión del mandato no sólo no reinó el pecado en nuestros primeros padres; ni siquiera existió. Sin embargo, parece que incluso entonces lo tenían cerca, puesto que penetró tan pronto. Y hasta les amenazaba con el castigo concreto del pecado. Es más: lo tenían como a la puerta, aunque todavía no penetrara en los cuerpos, cuando les dijo: El día en que comáis del árbol del bien y del mal tendréis que morir. ¡Dichosa expectación y aparición gloriosa la nuestra! Porque la resurrección será mucho más glorificadora que nuestra situación anterior: jamás podrá reinar o habitar en nuestra alma ni culpa ni desgracia, ni plaga ninguna. No se te acercará la desgracia ni la plaga llegará hasta tu tienda. Nada tan lejano para nosotros como aquello que no puede ni siquiera acercarse nunca.
Capítulo 6
Pero ¿qué hacemos, hermanos? Temo ser descubierto, porque nuestro gran y común Abad, mío y vuestro, determinó que a estas horas nos dediquemos al trabajo manual y no a escuchar sermones. Pero confío que su bondad nos disculpe, porque recordará precisamente aquella piadosa trampa que el monje Román hacía para servirle durante tres años cuando vivía escondido en la cueva, como podemos leerlo: Hurtaba piadosamente unas horas a la vigilancia de su abad y en días convenidos llevaba a Benito el pan que a hurtadillas podía sustraer de su comida. Yo sé ciertamente, hermanos, que muchos entre vosotros gozan de abundante delicia espiritual y que personalmente no me privo de lo que a vosotros os entrego. Al contrario, lo comparto con vosotros para saborear mejor y con mayor garantía todo lo que Dios me da. Porque este sustento no mengua repartiéndolo, más bien aumenta al servirlo.
Y si alguna vez os hablo a horas no acostumbradas en la Orden , no lo hago caprichosamente, sino con el consentimiento de nuestros venerables hermanos y coabades. Incluso ellos me lo mandan, aunque de ningún modo quieren que se me permita hacerlo sin discriminación alguna. Reconocen que en mi caso existe un motivo y una especial oportunidad, pues ahora no estaría hablándoos si pudiera trabajar con vosotros. Lo cual haría más eficaz mi palabra, y así mi conciencia lo asumiría mejor. Pero no me es posible por culpa de mis pecados y por tantas enfermedades de este mi oneroso cuerpo, como bien sabéis, Y por la premura de mi tiempo. ¡Ojalá merezca entrar, aunque sea el último, en el Reino de Dios, a pesar de que no cumplo lo que predico!
RESUMEN: podemos comparar a nuestro cuerpo con la tienda del soldado. La desgracia es el pecado. La plaga es el castigo. El espíritu humano, por su experiencia, comprende mucho más facilmente aquello de lo que se verá libre que aquello de lo que va a gozar. Es propio de los afligidos considerar como la cumbre de la felicidad el liberarse de todo sufrimiento y situar la dicha perfecta en la carencia de toda desgracia. Según el salmo 90, para la persona virtuosa no se acercará la desgracia (el pecado) ni la plaga (el castigo) llegará hasta tu tienda. El Apóstol nos dice que cuando haya competido en noble lucha, será demolida enseguida su tienda (su cuerpo). La tienda es importante, pero "palos y castigos meten en razón para que no os triture el mazo". Tendremos que precavernos ante el pecado más que del castigo por el pecado y eludir la desgracia con mayor vigilancia que la plaga, ya que es mucho más siniestro para el alma separarse de Dios que recibir su castigo.
LA OBEDIENCIA, LA PACIENCIA Y LA SABIDURÍA
1. Os suplico, hermanos, por la salvación de todos, que aprovechéis escrupulosamente la oportunidad que se os concede para conseguir vuestra salvación. Os conjuro en nombre de esa misericordia por la que supisteis haceros tan miserables: entregaos a lo que vinisteis, desde los ríos de Babilonia. Junto a los canales de Babilonia, dice el Profeta, nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión.
Vosotros no tenéis que preocuparos de alimentar a los hijos, o complacer a la esposa. No tenéis que pensar en ferias o negocios, ni siquiera en vuestra comida o vestido. La mayor parte de vosotros vivís ajenos a las angustias y preocupaciones de la vida. Dios os ha escondido en la intimidad de su tienda. Por eso, carísimos míos, liberaos de todo y contemplad a Dios.
Mas para poder conseguir esto, antes debéis conoceros lo mejor posible a vosotros mismos. Lo dice el Profeta: Todo el mundo reconozca que no son más que hombres. Consagrad todo vuestro ocio a esa doble consideración que tanto deseaba aquel santo: "Señor, que me conozca a mí y te conozca a ti".
¿Es posible que se conozca a sí mismo el hombre que rehuye el trabajo y el dolor? ¿Podrá reconocerse como hombre el que no está dispuesto a vivir para aquello para que nació? El hombre, dice la Escritura, ha nacido para trabajar. El único que podría dudar de que no nació para sufrir sería el que haya nacido sin dolor. Pero los gritos de la parturienta delatan el dolor, lo mismo que los lloros y vagidos del recién nacido. Tú ves las penas y los trabajos, dice el Profeta. el trabajo en lo que hacemos, y la pena en lo que sufrimos. Por eso, uno que se reconocía verdadero hombre estaa dispuesto a ambas cosas, y confesaba resignado: Mi corazón está dispuesto, oh Dios, mi corazón está dispuesto. Y para expresar con más precisión esta doble disponibilidad, dice refiriéndose a su actividad: Estoy dispuesto y nada me impedirá observar tus mandatos. Y sobre el sufrimiento añade: Estoy pronto para el castigo, y el dolor está siempre en mi presencia.
2. Que nadie se glorie de evadir este doble tormento en esta vida tan miserable. Ningún hijo de Adán vivirá aquí exento del trabajo y del dolor. Hay quien sortea algunos, y después cae en otros mucho más duros. No pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás, dice el salmo. Pero no están libres del cansancio ni del dolor de una manera indefinida Porque al final añade el salmo: Por eso el orgullo los ahoga. Lo cual es, sin duda, una enorme fatiga. Y quedan envueltos en su propia maldad e impiedad, es decir, en el peor de los castigos, pues no existe la alegría para los impíos, dice el Señor.
El mismo hecho de no sentir la angustia del trabajo ni las heridas del azote muestra que ya son insensibles de tanto sufrir. El pobre suda externamente cuando trabaja, ¿pero interiormente no se cansa más el rico cuando elabora sus planes? El primero bosteza por debilidad, éste por hartura; y a veces sufre más el que come demasiado que quien se queda con hambre. al fina. de grado o por fuerza, tanto los hombres como los demonios hacen y sufren lo que dispone la suprema Providencia.
3. Pero no se nos recomienda una obediencia deforme, ni una paciencia criticona, ni pedimos simplemente que se cumpla la voluntad del Señor: es evidente que se cumple en todo y por todos. ¿Quién puede resistir a su voluntad? Lo que pedimos es que se haga en la tierra como en el cielo. Después de suplicar a nuestro Padre que está en el cielo que sea santificado su nombre, que venga su reino y se haga su voluntad, creo que debemos aplicar a estas peticiones lo que sigue: todo esto es así en la tierra como en el cielo.
Porque ¿dónde no se santifica su nombre? ¿Existe un lugar adonde no llegue su reino, si al nombre de Jesús se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo? El mismo diablo confiesa: Sé quien eres, el Santo de Dios. Pero en el cielo este nombre es santificado de una manera muy distinta y con otro sentimiento muy diferente. Allí todo lo llena este grito de gozo inefable: Santo, santo, santo el Señor Dios del universo. Y el poder que tiene sobre la vida y la muerte. Aunque reina de distinta manera en los que le sirven a la fuerza y en los que se entregan voluntariamente a su servicio.
4. ¡Qué buen alimento es la obediencia! De ella dice el Señor:Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre. Y el Profeta añade: Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso y te irá bien. También la paciencia de los pobres es un buen manjar, que no se agota nunca: es el pan de las lágrimas y del dolor. Pero uno y otro necesitan una salsa, para que tengan sabor, sean nutritivos y no ocasionen la muerte. Sí, hermanos, estos dos alimentos son muy amargos, y si no se les añade otro más sabroso, la muerte estará en la olla. ¿Y qué más sabroso que la sabiduría? Es la vara de la vida, con la que Moisés endulzó las aguas de la Amarga. Es la harina con la que Eliseo condimentó el poder de los profetas. Es el fuego que debe arder siempre en el altar. Es el óleo que no tienen las doncellas necias y por eso se les prohíbe entrar en las bodas. Es la sal, que no debe faltar en ningún sacrificio.
Por eso solemos llamar insulsos a los hombres cuando carecen de sabiduría. Y el Señor, por su parte, quiere que siempre tengamos sal. Lo mismo que el Apóstol nos exhorta a condimentar con sal nuestras palabras.
5. Esta sabiduría que queremos añadir como tercer elemento a la obediencia y a la paciencia, creo que se presenta bajo tres formas. Es como si nuestra sala se preparara con tres hierbas distintas. Efectivamente necesitamos rectitud de intención, amar con alegría y apreciarnos humildemente. Nuestra obediencia o paciencia serán insípidas para Dios si él no es motivo de todo cuanto hacemos o sufrimos. Porque se nos manda experimentar hacerlo todo para gloria de Dios. Y la felicidad no consiste en sufrir, sino en sufrir por razón de la justicia.
También debemos evitar la pusilanimidad y la tristeza en todo cuanto hacemos o toleramos, porque Dios ama al que da de buena gana. Además, la alegría o el entusiasmo están muy relacionados con esa disponibilidad interior de que hablábamos hace un momento. Y por encima de todo huyamos de la soberbia. El que se cree algo impregna de vanidad todo lo que hace o padece. Es el sabor más amargo y más opuesto a la verdad.
¿No ves qué útil resulta al hombre reconocerse como hombre, para estar dispuesto a cumplir los mandatos y soportar las penas? De este modo, cuando le sorprenda un trabajo o un sufrimiento inevitable, los asumirá de tal modo que se le convertirán en sufrimientos provechosos. En efecto, la obediencia vale más que los sacrificios. Y el hombre paciente supera al fuerte. La desobediencia produce la muerte; lo sabemos por experiencia ya que por ella morimos todos. La impaciencia es la ruina del alma, pues dice el Señor que con la paciencia poseeréis vuestras almas. Y también esa sabiduría que hemos mencionado es indispensable para la salvación. No sólo perecieron por su desobediencia los que no obedecieron, o por su impaciencia los que carecieron de paciencia, sino también por su insensatez los que no tenían sabiduría.
6. Todo esto para que sepan los hombres lo que son: seres sujetos al trabajo y al dolor. Hubo un tiempo en que el hombre vivía ocupado en la acción y la meditación: trabajaba sin fatiga y sin esfuerzo. Me refiero a cuando se le colocó en paraíso, para que lo cultivara y lo conservara. Si no hubiese caído de ese estado, se le hubiera promovido a disfrutar de una incesante contemplación: y si ahora no intenta seriamente levantarse de esta situación tan ínfima en que se halla, caerá en otra más lamentable. Vivirá en un continuo dolor, ya que en el infierno no existe la posibilidad de hacer o pensar, sino solamente de sufrir. Feliz aquel hombre cuyo cuerpo no era lastre del alma, porque no estaba sujeto a corrupción. Pero mucho más feliz aún si, al cesar su actividad, llegaba a percibir plena y perfectamente la sabiduría. Habría amado gratuitamente a su cuerpo, sin haber necesitado para nada de él. Hubiera sido la armonía más sublime.
Y esto sucederá algún día. Confiemos plenamente que entonces la carne diga al alma lo que el alma dice a Dios: Tú no necesitas de mis bienes. Me saciarás de gozo en tu presencia.Cuando aparezca tu gloria llegará la plenitud y la hartura. Esperemos que nuestro cuerpo se transforme y reproduzca el resplandor del suyo. Eso será fruto de una abundancia o sobreabundancia ilimitada, y al lado de otras mayores sentiremos el gozo intenso de su glorificación. Tu esposa, dice un salmo es como una parra fecunda en medio de tu casa. La carne recibirá el honor, pero según su condición; no estará en medio de la casa, sino aparte, ni frente a nosotros, sino a un lado. Y tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa. Sin duda alguna, tus obras estarán presentes allí; las que haces ahora, no las que hagas después. Como dice la Escritura: Sus obras les acompañan. Sin embargo, aunque nos gozaremos y daremos gracias a Dios por lo que hicimos con su ayuda, no las pondremos en lugar preferente, sino a nuestro alrededor.
7. Más ahora vivimos en el país de los cuerpos y dependemos de ellos. Desde que nuestros padres traspasaron la ley del Señor vivimos en tiempo de trabajo y de sufrimiento. Nuestra herencia es la fatiga y el dolor. Es un alimento muy duro, es pan de cebada. Pero si ha ofendido a rey, el caballero expulsado del palacio -por muy exquisito que sea-tendrá que acudir al único siervo que tiene, pasar las noches en su casa y comer alimentos insólitos. cambiar las delicias reales por unos pobres potajes, y el lecho recamado por un montón de paja.
Escuchad cómo se lamenta el Profeta: Los que se alimentaban de manjares exquisitos están llenos de estiércol. Lo que aquí deplora principalmente el Profeta es que las criaturas nobles olviden su condición original y no perciban su miseria actual. son tan insensibles a su dolor, que toman como un gran bien lo que es casi el peor de los males. Por eso añade de sí mismo: soy un hombre que palpo mi pobreza ante la vara de tu furor.
8. Hermanos, gimamos también nosotros oprimidos bajo este peso y deploremos las miserias presentes. Repitamos frecuentemente este tipo de queja ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Procuremos también robarnos algo a nosotros mismos, evadirnos de nuestras malditas ocupaciones durante algún momento, y lanzar nuestro espíritu y disparar nuestro corazón hacia lo que es realmente suyo, lo único que le llena porque es connatural. Eso implica:Vaciaos de todo y contemplad a Dios. No se trata de ver con los ojos, sino con el corazón, como lo dice el Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Esto es un privilegio del corazón y no necesita ningún instrumento servil. Es el alimento propio del alma, al que se refiere el Profeta: Mi corazón está agostado, porque me olvidé comer mi pan.
Cuando decimos: "nada tan fácil como hablar" lo decimos con relación a las obras. Es mucho más ágil la lengua que la mano y más rápida aquella para hablar que esta para hacer. Pero pensar es aún más fácil que halar o hacer, porque es el alma quien impulsa a hablar con la boca, ver con los ojos y obrar con las manos. Mas en este peregrinación también tiene que agotarse de gemir y entristecerse en el silencio de su lecho. Nuestra vida está tan al borde del abismo, donde todo es tormento, que el sufrimiento invade toda su actividad; más aún, la actividad y el dolor absorben todo su pensar. ¿No nos causa dolor casi todo lo que hacemos? ¿No están saturados de fatiga y pesar nuestros pensamientos? ¡Pobre de ti, Efraín, ternerilla amaestrada a triar, acostumbrada al yugo y sin experiencia de reposo!
¿Cuando entraré a ver el rostro de Dios? Cuándo pasará todo esto, y ya no habrá luto ni llanto, ni dolor, ni trabajo? ¿Cuándo embriagará al alma la abundancia de la casa de Dios y aquel torrente inagotable de los deleites divinos? ¿Cuándo se enfrascará completamente en la contemplación de aquella luz inmutable? Hijitos míos, anhelamos los atrios del Señor. Suspiramos incesantemente por ellos. Aspiremos al menos su perfume y saludémosla de lejos.
2. Que nadie se glorie de evadir este doble tormento en esta vida tan miserable. Ningún hijo de Adán vivirá aquí exento del trabajo y del dolor. Hay quien sortea algunos, y después cae en otros mucho más duros. No pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás, dice el salmo. Pero no están libres del cansancio ni del dolor de una manera indefinida Porque al final añade el salmo: Por eso el orgullo los ahoga. Lo cual es, sin duda, una enorme fatiga. Y quedan envueltos en su propia maldad e impiedad, es decir, en el peor de los castigos, pues no existe la alegría para los impíos, dice el Señor.
El mismo hecho de no sentir la angustia del trabajo ni las heridas del azote muestra que ya son insensibles de tanto sufrir. El pobre suda externamente cuando trabaja, ¿pero interiormente no se cansa más el rico cuando elabora sus planes? El primero bosteza por debilidad, éste por hartura; y a veces sufre más el que come demasiado que quien se queda con hambre. al fina. de grado o por fuerza, tanto los hombres como los demonios hacen y sufren lo que dispone la suprema Providencia.
3. Pero no se nos recomienda una obediencia deforme, ni una paciencia criticona, ni pedimos simplemente que se cumpla la voluntad del Señor: es evidente que se cumple en todo y por todos. ¿Quién puede resistir a su voluntad? Lo que pedimos es que se haga en la tierra como en el cielo. Después de suplicar a nuestro Padre que está en el cielo que sea santificado su nombre, que venga su reino y se haga su voluntad, creo que debemos aplicar a estas peticiones lo que sigue: todo esto es así en la tierra como en el cielo.
Porque ¿dónde no se santifica su nombre? ¿Existe un lugar adonde no llegue su reino, si al nombre de Jesús se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo? El mismo diablo confiesa: Sé quien eres, el Santo de Dios. Pero en el cielo este nombre es santificado de una manera muy distinta y con otro sentimiento muy diferente. Allí todo lo llena este grito de gozo inefable: Santo, santo, santo el Señor Dios del universo. Y el poder que tiene sobre la vida y la muerte. Aunque reina de distinta manera en los que le sirven a la fuerza y en los que se entregan voluntariamente a su servicio.
4. ¡Qué buen alimento es la obediencia! De ella dice el Señor:Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre. Y el Profeta añade: Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso y te irá bien. También la paciencia de los pobres es un buen manjar, que no se agota nunca: es el pan de las lágrimas y del dolor. Pero uno y otro necesitan una salsa, para que tengan sabor, sean nutritivos y no ocasionen la muerte. Sí, hermanos, estos dos alimentos son muy amargos, y si no se les añade otro más sabroso, la muerte estará en la olla. ¿Y qué más sabroso que la sabiduría? Es la vara de la vida, con la que Moisés endulzó las aguas de la Amarga. Es la harina con la que Eliseo condimentó el poder de los profetas. Es el fuego que debe arder siempre en el altar. Es el óleo que no tienen las doncellas necias y por eso se les prohíbe entrar en las bodas. Es la sal, que no debe faltar en ningún sacrificio.
Por eso solemos llamar insulsos a los hombres cuando carecen de sabiduría. Y el Señor, por su parte, quiere que siempre tengamos sal. Lo mismo que el Apóstol nos exhorta a condimentar con sal nuestras palabras.
5. Esta sabiduría que queremos añadir como tercer elemento a la obediencia y a la paciencia, creo que se presenta bajo tres formas. Es como si nuestra sala se preparara con tres hierbas distintas. Efectivamente necesitamos rectitud de intención, amar con alegría y apreciarnos humildemente. Nuestra obediencia o paciencia serán insípidas para Dios si él no es motivo de todo cuanto hacemos o sufrimos. Porque se nos manda experimentar hacerlo todo para gloria de Dios. Y la felicidad no consiste en sufrir, sino en sufrir por razón de la justicia.
También debemos evitar la pusilanimidad y la tristeza en todo cuanto hacemos o toleramos, porque Dios ama al que da de buena gana. Además, la alegría o el entusiasmo están muy relacionados con esa disponibilidad interior de que hablábamos hace un momento. Y por encima de todo huyamos de la soberbia. El que se cree algo impregna de vanidad todo lo que hace o padece. Es el sabor más amargo y más opuesto a la verdad.
¿No ves qué útil resulta al hombre reconocerse como hombre, para estar dispuesto a cumplir los mandatos y soportar las penas? De este modo, cuando le sorprenda un trabajo o un sufrimiento inevitable, los asumirá de tal modo que se le convertirán en sufrimientos provechosos. En efecto, la obediencia vale más que los sacrificios. Y el hombre paciente supera al fuerte. La desobediencia produce la muerte; lo sabemos por experiencia ya que por ella morimos todos. La impaciencia es la ruina del alma, pues dice el Señor que con la paciencia poseeréis vuestras almas. Y también esa sabiduría que hemos mencionado es indispensable para la salvación. No sólo perecieron por su desobediencia los que no obedecieron, o por su impaciencia los que carecieron de paciencia, sino también por su insensatez los que no tenían sabiduría.
6. Todo esto para que sepan los hombres lo que son: seres sujetos al trabajo y al dolor. Hubo un tiempo en que el hombre vivía ocupado en la acción y la meditación: trabajaba sin fatiga y sin esfuerzo. Me refiero a cuando se le colocó en paraíso, para que lo cultivara y lo conservara. Si no hubiese caído de ese estado, se le hubiera promovido a disfrutar de una incesante contemplación: y si ahora no intenta seriamente levantarse de esta situación tan ínfima en que se halla, caerá en otra más lamentable. Vivirá en un continuo dolor, ya que en el infierno no existe la posibilidad de hacer o pensar, sino solamente de sufrir. Feliz aquel hombre cuyo cuerpo no era lastre del alma, porque no estaba sujeto a corrupción. Pero mucho más feliz aún si, al cesar su actividad, llegaba a percibir plena y perfectamente la sabiduría. Habría amado gratuitamente a su cuerpo, sin haber necesitado para nada de él. Hubiera sido la armonía más sublime.
Y esto sucederá algún día. Confiemos plenamente que entonces la carne diga al alma lo que el alma dice a Dios: Tú no necesitas de mis bienes. Me saciarás de gozo en tu presencia.Cuando aparezca tu gloria llegará la plenitud y la hartura. Esperemos que nuestro cuerpo se transforme y reproduzca el resplandor del suyo. Eso será fruto de una abundancia o sobreabundancia ilimitada, y al lado de otras mayores sentiremos el gozo intenso de su glorificación. Tu esposa, dice un salmo es como una parra fecunda en medio de tu casa. La carne recibirá el honor, pero según su condición; no estará en medio de la casa, sino aparte, ni frente a nosotros, sino a un lado. Y tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa. Sin duda alguna, tus obras estarán presentes allí; las que haces ahora, no las que hagas después. Como dice la Escritura: Sus obras les acompañan. Sin embargo, aunque nos gozaremos y daremos gracias a Dios por lo que hicimos con su ayuda, no las pondremos en lugar preferente, sino a nuestro alrededor.
7. Más ahora vivimos en el país de los cuerpos y dependemos de ellos. Desde que nuestros padres traspasaron la ley del Señor vivimos en tiempo de trabajo y de sufrimiento. Nuestra herencia es la fatiga y el dolor. Es un alimento muy duro, es pan de cebada. Pero si ha ofendido a rey, el caballero expulsado del palacio -por muy exquisito que sea-tendrá que acudir al único siervo que tiene, pasar las noches en su casa y comer alimentos insólitos. cambiar las delicias reales por unos pobres potajes, y el lecho recamado por un montón de paja.
Escuchad cómo se lamenta el Profeta: Los que se alimentaban de manjares exquisitos están llenos de estiércol. Lo que aquí deplora principalmente el Profeta es que las criaturas nobles olviden su condición original y no perciban su miseria actual. son tan insensibles a su dolor, que toman como un gran bien lo que es casi el peor de los males. Por eso añade de sí mismo: soy un hombre que palpo mi pobreza ante la vara de tu furor.
8. Hermanos, gimamos también nosotros oprimidos bajo este peso y deploremos las miserias presentes. Repitamos frecuentemente este tipo de queja ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Procuremos también robarnos algo a nosotros mismos, evadirnos de nuestras malditas ocupaciones durante algún momento, y lanzar nuestro espíritu y disparar nuestro corazón hacia lo que es realmente suyo, lo único que le llena porque es connatural. Eso implica:Vaciaos de todo y contemplad a Dios. No se trata de ver con los ojos, sino con el corazón, como lo dice el Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Esto es un privilegio del corazón y no necesita ningún instrumento servil. Es el alimento propio del alma, al que se refiere el Profeta: Mi corazón está agostado, porque me olvidé comer mi pan.
Cuando decimos: "nada tan fácil como hablar" lo decimos con relación a las obras. Es mucho más ágil la lengua que la mano y más rápida aquella para hablar que esta para hacer. Pero pensar es aún más fácil que halar o hacer, porque es el alma quien impulsa a hablar con la boca, ver con los ojos y obrar con las manos. Mas en este peregrinación también tiene que agotarse de gemir y entristecerse en el silencio de su lecho. Nuestra vida está tan al borde del abismo, donde todo es tormento, que el sufrimiento invade toda su actividad; más aún, la actividad y el dolor absorben todo su pensar. ¿No nos causa dolor casi todo lo que hacemos? ¿No están saturados de fatiga y pesar nuestros pensamientos? ¡Pobre de ti, Efraín, ternerilla amaestrada a triar, acostumbrada al yugo y sin experiencia de reposo!
¿Cuando entraré a ver el rostro de Dios? Cuándo pasará todo esto, y ya no habrá luto ni llanto, ni dolor, ni trabajo? ¿Cuándo embriagará al alma la abundancia de la casa de Dios y aquel torrente inagotable de los deleites divinos? ¿Cuándo se enfrascará completamente en la contemplación de aquella luz inmutable? Hijitos míos, anhelamos los atrios del Señor. Suspiramos incesantemente por ellos. Aspiremos al menos su perfume y saludémosla de lejos.
RESUMEN
Ya que no tenéis obligaciones temporales, dedicaos a conoceros tanto a Dios como a vosotros mismos. En realidad nadie progresa espiritualmente sin el sufrimiento y el trabajo. Todos sufren, excepto el que ha adormecido tanto su alma que ya no siente inquietud por nada. Se puede sufrir por comer poco o por comer demasiado. Lo que pedimos es que el Reino de Dios que llena los cielos llene también la tierra. La obediencia y la paciencia son dos excelentes manjares pero necesitan de la salsa de la sabiduría. ¿Qué es la sabiduría? Necesitamos rectitud de intención, amar con alegría y apreciarnos humildemente. Debemos hacerlo todo por la gloria de Dios y si sufrimos, hacerlo por la acción de la justicia. Hay un dilema mente-cuerpo y sólo alcanzaremos paz cuando el cuerpo esté, de forma natural, al servicio del alma. Pero de momento tendremos que soportar la molicie de nuestro cuerpo. Todo lo que hacemos nos causa dolor. Debemos refugiarnos en las palabras, y los pensamientos, que son más rápidos que nuestras manos. Al menos aspiremos al perfume de los atrios.
CUARESMA: SERMO NONUS
Sobre el verso noveno: "Porque tú eres, Señor, mi esperanza. Hiciste del Altísimo tu refugio".
Capítulo 1
Escuchemos hoy también, hermanos, algo sobre la promesa del Padre, la expectación de los hijos, el término de nuestra peregrinación, el precio de nuestros trabajos, el fruto de la cautividad. Dura es, por cierto, esta cautividad. No la normal que sufrimos por el hecho de ser hombres, sino esa otra que nosotros mismos hemos elegido: mortificar nuestras propias voluntades y empeñarnos en perder hasta la propia vida en este mundo, entre los grilletes de rígidas observancias, en esta cárcel de dura penitencia. Esclavitud miserable de verdad si se abraza por coacción y no libremente. Pero como ofrecéis a Dios un sacrificio voluntario y violentamos voluntariamente la voluntad, es que existe por medio una razón: la razón suprema por excelencia. ¿Puede pesarnos lo que hagamos por él, aunque nos resulte difícil y trabajoso?
A veces, la misma contrariedad del esfuerzo provoca compasión; pero, mirando a sus motivaciones, suscita una felicitación, mucho más si todas las buenas obras se realizan no sólo por Dios, sino gracias a Dios. Porque es Dios quien activa en vosotros ese querer y ese actuar que sobrepasan la buena voluntad. Él es el autor y el remunerador de la obra, él es la recompensa total. Así, ese Bien sumo, cuya simplicidad es tan perfecta en sí misma, viene a ser en nosotros la causa de todos los bienes, la eficiente y la final. Felices, amadísimos, porque, bajo el peso de todos estos trabajos, no ya os mantenéis firmes, sino que lo superáis todo gracias al que os amó. ¿No es también por él? Evidente. Ya lo dice el Apóstol: Si los sufrimientos de Cristo rebosan en vosotros, gracias al Mesías rebosa en proporción vuestro ánimo.
Capítulo 2
Por Dios es una expresión muy común y trivial. Pero, cuando no se usa superficialmente, es muy profunda. Brota con frecuencia de la boca de los hombres, aun cuando consta que su corazón está muy lejos de esas palabras. Todos piden limosna por Dios, todos suplican auxilio por Dios. Pero es muy corriente pedir por Dios lo que Dios no quiere, porque no se desea por Dios, sino precisamente contra Dios. Sin embargo, es una expresión viva y eficaz cuando, como debe ser, brota desbordante de una profunda piedad y de la más pura intención del espíritu; no maquinalmente, por rutina o por simple convencionalismo para convencer a otro. El mundo pasa, y su codicia también. Y se comprobará la inutilidad e inestabilidad de su firmeza cuando desaparezca el afán por cuya causa se ha desvivido. Pues, al evaporarse su mismo estímulo, desaparece con él todo cuanto en él se apoyaba. Por eso, el que cultiva los bajos instintos, de ellos cosechará corrupción, porque toda carne es heno, y su belleza como flor campestre; se agosta la hierba y se marchita la flor. Únicamente el ser por esencia es causa que nunca falla y no flor del campo, sino Palabra de Dios que dura por siempre. El mismo lo dice: El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.
Capítulo 3
Fuisteis inteligentes, amadísimos, eligiendo con gran acierto manteneros en la senda establecida, atentos a la voz de su boca para sembrar donde no puede perderse el más insignificante grano de vuestra semilla. Pues quien siembre mezquinamente, no dejará de cosechar, pero segará mezquinamente. El que cosecha recibe su recompensa. Y ya sabemos quién prometió que no quedará sin paga de justo ni siquiera el que dé un vaso de agua fresca al sediento. Si la misma medida que uséis la usarán con vosotros, ¿será igual la recompensa de quien no sólo dio un vaso de agua fresca, sino que, derramando su sangre, bebió el cáliz de la salvación que le presentaron? No se trata de un vaso de agua, sino del cáliz rebosante y embriagador, lleno de vino puro drogado. Sólo mi Señor Jesús, el único totalmente limpio, tuvo un vino puro y puede sacar pureza de lo impuro.
Sólo él tuvo vino puro, y por su divinidad es sabiduría que lo atraviesa y lo penetra todo y nada inmundo le contamina. Porque en su humanidad no cometió pecado ni encontraran mentira en su boca. Sólo él fue el único que sufrió la muerte sin contraerla por su propia naturaleza, sino por la opción de su libertad; no lo hizo por interés propio, pues no necesita nuestros bienes, ni para recompensar un favor con otro favor. El dio la vida por sus amigos sólo para rescatarlos, para transformar en amigos a los enemigos.
Cuando aún éramos pecadores, nos reconcilió por la sangre de su Hijo. O mejor, murió por los amigos no porque le amaron, sino porque él ya los amaba. En esto consiste la gracia: no en que nosotros amáramos a Dios, sino en que él las amó mucho antes. ¿Quieres saber con cuánta antelación? Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por medio del Mesías nos ha bendecido desde el cielo con toda bendición del Espíritu. Porque nos eligió con él antes de crear el mundo. Y añade poco después: Agraciándonos por medio de su Hijo querido. ¿Cómo no iba a queremos en él, si él nos eligió? ¿Cómo no vamos a contar con su gracia, si la hemos recibido en él? Para esto murió a su tiempo por los culpables; pero, debido a la predestinación, murió por sus hermanos y amigos.
Capítulo 4
En cualquier caso, el vino puro es suyo y de él solo. Ninguna otra persona se atreverá a negar que no se le pueden aplicar a ella estas palabras del Profeta: Tu vino está aguado. Primero, porque nadie se ve limpio de impureza; nadie puede presumir de que su corazón es totalmente puro. Segundo, porque todos debemos pagar necesariamente el tributo de la muerte. Tercero, porque entregar la vida por Cristo es un atajo para llegar a la vida eterna. ¡Ay de nosotros si nos avergonzáramos de dar este testimonio! Cuarto, porque a un amor tan grande como el que nos ha mostrado y dispensado por pura gracia, sólo podemos corresponder con un amor desigual y lánguido.
Sin embargo, no desprecia esa mezcla sin mixtura. Por eso, el Apóstol afirma confiadamente que va completando en su carne mortal lo que falta a los sufrimientos de Cristo. Aunque a los llamados se les dé dará a todos por igual el mismo denario de la vida eterna, hay diferencia entre el resplandor del sol, el de la luna y el de las estrellas; y sucede igual en la resurrección de los muertos. La casa es la misma, pero tiene diversos aposentos con respecto a la eternidad y su bienestar. De modo que al que recogía mucho no le sobraba y al que recogía poco no le faltaba. Más con respecto a la superioridad y a la diferencia de los méritos, dependerá de lo que cada cual haya trabajado y no se perderá absolutamente nada de cuanto se haya sembrado en Cristo.
Capítulo 5
Os he dicho esto, hermanos, para que valoréis la gracia de esa afirmación tan espiritual que hoy nos corresponde contemplar: Porque tú eres, Señor, mi esperanza. En todo lo que debemos hacer, en todo lo que debemos evitar, en todo lo que debemos sufrir y en todo lo que debemos decidir, tú eres, Señor, mi esperanza. Esta es mi única razón para confiar en todas las promesas y la única base de toda mi expectación. Otro recurrirá a sus méritos, se jactará de haber cargado con el peso del día y del calor, dirá que ayuna dos veces por semana y hasta se gloriará de no ser como los demás. Mas para mi lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi esperanza.
Esperen otros en otras cosas; quizá alguien confíe en el saber de las ciencias, o en la sagacidad mundana, o en cualquier otra vanidad; yo tengo por pérdida y basura todas estas cosas, porque tu eres, Señor, mi esperanza. Quien lo prefiera, que ponga su confianza en riquezas tan inciertas; pero yo no espero ni siquiera mi ración de pan sino de ti, fiándome de tu palabra, por la que todo lo he abandonado. Buscad primero que reine su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. Porque a ti se encomienda el pobre, tu eres el socorro del huérfano. Si me halagan con premios, esperaré conseguirlos de ti. Si un ejército acampa contra mí, si se enfurece el mundo, si brama el maligno, si la carne codicia contra el espíritu, yo esperaré en ti.
Capítulo 6
Saborear esto, hermanos, equivale a vivir de la fe; sólo podrá decir de corazón: Porque tú eres, Señor, mi esperanza, aquel a quien interiormente mueva el Espíritu a volcar en Dios sus afanes, convencido de que Dios lo sustentará, tal como lo dice también el apóstol Pedro: Descargad en Dios todo agobio, que a él le interesa vuestro bien. ¿Para qué, si lo sabemos; para qué vacilamos en desechar toda esperanza vil, vacía, inútil, seductora, y no ambicionamos únicamente esta esperanza tan segura, tan completa y tan feliz con toda la devoción del alma y con todo el fervor del espíritu? Si fuese para él imposible o difícil alguna cosa, busca otro en quien confiar. Pero todo lo puede con su Palabra. ¿Hay algo más trivial que decir una palabra? Cierto; pero no quiero que concibas así su Palabra. Si decretó salvarnos, seremos liberados siempre; si quiere darnos la vida, la vida está ya en su voluntad; si desea concedernos los premios eternos, puede hacerlo. Quizá no dudes de que lo puede precisamente; pero ¿sospechas de su voluntad de hacerlo? También son manifiestos los testimonios acerca de sus designios. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.
¿Podrá jamás abandonar al que espera en él esa majestad que con tanto empeño nos amonesta a que confiemos en él? Está muy claro que no dejará plantados a quienes esperan en él. El Señor los protege y los libra, los libra de los enemigos y los salva. ¿Por qué razones, por qué méritos? Escucha lo que dice a continuación: Porque se acogen a él. Motivo muy amable, pero eficaz y además irrevocable. Ahí está, sin duda, la salvación; pero nace de la fe, no de la ley. En cualquier tribulación en la que clamen a mí los escucharé. Enumera, pues, tus tribulaciones. Según su número, tu alma recibirá otros tantos consuelos, con tal de que no recurras a otro, siempre que lo invoques a él y en él esperes; si es que no eliges como refugio algo ridículo y terreno, sino al Altísimo. ¿Quién esperó en el y quedó abandonado? Es más fácil que pasen el cielo y la tierra que sus palabras.
Capítulo 7
Porque hiciste del Señor tu refugio, dice el salmo. Y no se acercará allí el tentador, no subirá allí el calumniador, no llegará allí el acusador de nuestros hermanos. Recordad que al comienzo del salmo se dice esto del que mora al amparo del Altísimo, refugiándose en él ante la debilidad del espíritu y en la tormenta. Porque se siente una doble necesidad de refugiarse: contiendas por fuera y temores por dentro. Sería menor esta necesidad de huir si la fuerza interior resistiese firmemente los asaltos exteriores y la propia debilidad se robusteciese con la paz interior. Porque hiciste del Señor tu refugio.
Hermanos, huyamos allá con frecuencia; en aquel alcázar no podemos temer a ningún enemigo. ¡Ojalá pudiéramos permanecer más en él! En esta vida no es factible. Pero lo que ahora es sólo un refugio terminará siendo una tienda; una tienda sempiterna. Entre tanto, aunque no se nos permita quedarnos, debemos refugiarnos allí con frecuencia. En toda tentación, en toda tribulación y en cualquiera otra necesidad tenemos abierta la ciudad de refugio y nos acoge el seno materno; nos aguardan los huecos de la peña y se nos manifiesta la entrañable misericordia de nuestro Dios.
Capítulo 8
Creo, hermanos, que podría ser ya suficiente todo lo dicho como comentario de este verso si el Profeta se hubiese expresado como en algunos otros salmos: Porque en ti he esperado. Pero dice: Tú eres, Señor, mi esperanza. Porque no sólo espera en él, sino que le espera a él. Y es que el objeto de la esperanza, en sentido más estricto, es lo que esperamos y no aquello en que esperamos. Hay algunos que desean alcanzar del Señor algunos bienes materiales o espirituales. Pero el amor perfecto sólo ansía el sumo bien y exclama con toda la vehemencia de su anhelo: ¿No te tengo a ti en el cielo. Y contigo, ¿qué me importa la tierra? Se consume mi corazón por Dios, mi lote perpetuo.
Hoy nos lo realzaba en pocas palabras, pero preciosamente la lectura del profeta Jeremías: El Señor es bueno para los que en él esperan y para el alma que lo busca. Subrayemos el detalle de la diferencia de número en la misma frase: el verbo "esperar" está en plural, como si fuera algo común a muchos; pero el verbo buscar en singular, porque corresponde a una pureza singular, a una gracia singular, a una perfección singular, propia de quien, además de esperarlo todo de Dios, a nadie busca sino a él. Si su bondad es grande con los primeros, ¿cuánto mayor no será con éstos?
Capítulo 9
Con razón, pues, se dice al alma que lo busca: Hiciste del Altísimo tu refugio. Porque, si tiene tal sed de Dios, no desea hacer tres chozas, como Pedro en el monte terrenal, o tocarle, como María en esta vida, sino que exclama rotundamente: Date prisa, amor mío, como el gamo, como el cervatillo por las lomas de Betel. Porque ha oído sus palabras: Si me amarais, os alegraríais de que me vaya con el Padre, porque el Padre es más que yo. También le escuchó: Suéltame, que aún no estoy arriba con el Padre. Y, conociendo este consejo celestial, dice con el Apóstol: Aun cuando hemos conocido a Cristo según la carne, añora ya no lo conocemos así. Por las lomas de Betel, dice; esto es, por encima de todos los principados y potestades, ángeles y arcángeles, querubines y serafines, pues no hay otros montes, sino ésos; en la casa de Dios, que eso significa Betel. Es decir, en la derecha del Padre, donde va el Padre no es más que él; en la derecha del Altísimo, deseando poseer al Coaltísimo. Esta es la vida eterna: reconocer al Padre como único Dios verdadero, y a su enviado Jesucristo, verdadero Dios y uno con él, soberano y bendito por siempre. Amén.
RESUMEN
Vivimos en completa renuncia por Dios y por el efecto de su gracia. Sabemos que el cielo y la tierra pasarán pero sus palabras no pasarán. Por tanto, podemos decir que hacemos sinceramente las cosas por Dios. Cristo murió por sus hermanos y amigos, pero esa amistad fue elegida no por nosotros sino por Él mismo, ofreciéndose no como agua para calmar la sed sino como vino puro y santo. El vino de los demás siempre estará aguado. Todos debemos pasar por la muerte y a cada uno se nos exigirá según se nos dio. Nuestra verdadera esperanza está en Cristo y no en otras cosas llenas de vanidad domo la ciencia. Podemos tener toda nuestra esperanza no por la ley, sino por la fe, porque dio su vida por nosotros y siempre que nuestra esperanza sea únicamente Él. Muchos esperamos a Cristo para vivir en Cristo, pero el objetivo final debe ser una búsqueda personal para llegar hasta Él. Y si lo amamos de verdad no queremos que permanezca entre nosotros sino que vaya al Padre para compartir una misma naturaleza divina.
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