jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo.

SERMÓN SEGUNDO DEL ADVIENTO: DIJO EL SEÑOR A ACAZ: PIDE UNA SEÑAL


SERMÓN SEGUNDO DEL ADVIENTO

DEL LIBRO DE ISAÍAS: "DIJO EL SEÑOR A ACAZ: PIDE UNA SEÑAL... Y, SOBRE EL CAMINO DEL ENEMIGO".

Capítulo 1
Hemos escuchado a Isaías tratando de persuadir al rey Acaz para pedirle una señal, de parte del Señor, en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo. Escuchamos también su respuesta insincera, bajo capa de piedad. Por este motivo se atrajo la reprobación de aquel que escruta el corazón y descubre las intenciones del hombre. Responde Acaz: No pido ninguna señal; no quiero tentar al Señor. Habíase engreído Acaz en la altura de trono real, y era astutamente hábil en su expresividad.

El Señor había inspirado a Isaías: "Marcha y di a ese zorro que pida una señal en lo hondo del abismo". Y es que el zorro tiene madriguera. Y, si baja al abismo, encontrará al que sorprende a los taimados en sus astucias. Dice el Señor: "Vete y di a ese pajarraco que pida una señal en lo alto del cielo". El pájaro tiene su nido. Pero, si sube al cielo, allí está el que se enfrenta a los soberbios y pisa con poder los cuellos de los orgullosos y de los altivos. No le interesa buscar una señal del poder sublime o de la incomprensible profundidad. Por eso, el mismo Señor promete una señal de bondad a la casa de David. Para que, al menos, la manifestación del amor atraiga a quienes ni el poder ni la sabiduría atemoriza.

Entendemos la expresión en lo profundo del abismo como la caridad personificada. En ningún otro fue tan total. Bajó incluso al abismo muriendo por os amigos. Y en este sentido se manda a Acaz que se estremezca ante la majestad del que reina en lo alto o que se abrace a la caridad del que baja al abismo. El que no piensa en la majestad con temor ni medita en la caridad con amor, se vuelve enojoso a los hombres y a Dios. Por eso, él Señor mismo os dará la señal; en ella va a hacer sensible la majestad y a caridad. Ved que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, que se llamará Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros.

No escapes, Adán, que Dios-está-con-nosotros. Nada te mas, hombre; no te espantes ni siquiera oyendo el nombre de Dios, Dios-está-con-nosotros. Con nosotros, en la semejanza de la carne; con nosotros, en la necesidad. Llegó como uno de nosotros, por nosotros, semejante en todo, capaz de sufrir.

Capítulo 2

Por fin, dice: Comerá requesón y miel. Que equivale: Será niño y tomará alimentos de niño. Hasta que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien. Este bien y este mal que oyes hacen referencia al árbol prohibido, el árbol del delito. Comparte con nosotros mucho mejor que el primer Adán. Escoge el bien y rechaza el mal; no como aquel que amó la maldición, y recayó sobre él, y que no quiso la bendición, quedándose lejos de él. En el texto mencionado: Comerá requesón y miel, podrás darte cuenta de la elección que hace este niño. Que su gracia nos acompañe para que eso que hace lo podamos experimentar dignamente de algún modo también nosotros y expresarlo de una manera accesible a todos.

Dos cosas pueden hacerse con la leche de oveja: requesón y queso. El requesón es mantecoso y jugoso; el queso, por el contrario, es seco y consistente. Supo escoger bien nuestro niño, pues al comer el requesón rehusó el queso.; Quién es aquella oveja extraviada que hacía el número cien y dice en el salmo: Me extravié como oveja perdida. Es la raza humana. La busca el pastor compasivo, y deja a las otras noventa y nueve en el monte. Dos cosas hallarás en esta oveja: una naturaleza dulce y una naturaleza buena; tan buena, sin duda, como el requesón. Y, junto a ella, la corrupción del pecado, como el queso.¡Qué bien ha elegido nuestro pequeño! Se abrazó a nuestra naturaleza sin el más mínimo contagio de pecado, pues se lee de los pecadores: tienen el corazón espeso como grasa. La levadura de la maldad y el cuajo de la perversidad tan corrompido en estos corazones la pureza de la leche.

Capítulo 3

Hablando de la abeja, pensamos en la dulzura de la miel y en la punzada del aguijón. La abeja se alimenta de azucenas y habita en la patria florida de los ángeles. Por eso voló hacia la ciudad de Nazaret, que significa flor. Y se llegó hasta la perfumada flor de la virginidad perpetua. En ella se posó. Y se quedó adherida. El que enaltece la misericordia y el Juicio, a ejemplo del Profeta, no ignora la miel ni el aguijón de esta abeja. Sin embargo, al venir a nosotros trajo sólo la miel y no el aguijón; es decir, la misericordia sin el juicio. Por eso, en aquella ocasión en que los discípulos intentaron persuadir al Señor a que lloviera fuego y arrasara la ciudad que se había negado a recibirle, se les replicó que el Hijo del hombre no había venido a condenar al hombre, sino a salvarlo.

Nuestra abeja no tiene aguijón. Se ha desprendido de él cuando, entre tantos ultrajes, mostraba la misericordia y no el juicio. Pero no confiéis en la maldad, no abuséis de la confianza. Algún día, nuestra abeja volverá a tomar su aguijón y lo clavará con toda su fuerza en los tuétanos de los pecadores. Porque el Padre no Juzga a nadie, pero ha delegado en el Hijo la potestad de juzgar. Por ahora, nuestro niño se mantiene de requesón y miel desde que unió en sí mismo el bien de la naturaleza humana con e de la divina misericordia, mostrándose hombre verdadero y sin pecado, Dios compasivo y encubridor del juicio.

Capítulo 4

Me parece que con esta expresión queda claro quién es esta vara que brota de la raíz de Jesé y quién es la flor sobre la cual reposa el Espíritu Santo. La Virgen Madre de Dios es la vara; su Hijo, la flor: Flor es el Hijo de la Virgen, flor blanca y sonrosada, elegido entre mil; flor que los ángeles desean contemplar; flor a cuyo perfume reviven los muertos; y, como él mismo testifica, es flor del campo, no de jardín. El campo florece sin intervención humana. Nadie lo siembra, nadie lo cava, nadie lo abona. De la misma manera floreció el seno de la Virgen. Las entrañas de María, sin mancha, íntegras y puras, como prados de eterno verdor, alumbraron esa flor, cuya hermosura no siente la corrupción, ni su gloria se marchita para siempre.

¡Oh Virgen, vara sublime!, en tu ápice enarbolas al santo. Hasta el que está sentado en el trono, hasta el Señor de majestad. Nada extraño, porque las raíces de la humildad se hunden en lo profundo.¡oh planta auténticamente celeste, más preciosa que cualquier otra, superior a todas en santidad!¡Arbol de vida, el único capaz de traer el fruto de salvación! Se han descubierto, serpiente astuta, tus artimañas; tus engaños están a la vista de todos. Dos cosas habías achacado al Creador, una doble infamia de mentira y de envidia. En ambos casos has tenido que reconocerte mentirosa, pues desde el comienzo muere aquel a quien dijiste: No moriréis en absoluto; la verdad del Señor dura por siempre. Y ahora contesta, si puedes: ¿qué frutos de árbol podría provocar la envidia en Dios, que ni siquiera negó al hombre esta vara elegida y su fruto sublime? El que no escatimó a su propio Hijo, ¿cómo es posible que con él no nos regale todo?

Capítulo 5

Ya habéis caído en la cuenta, si no me equivoco, que la Virgen es el camino real que recorre el Salvador hasta nosotros. Sale de su seno, como el esposo de su alcoba. Ya conocemos el camino que, como recordáis, empezamos a buscar en el sermón anterior. Ahora tratemos, queridísimos, de seguir la misma ruta ascendente hasta llegar a aquel que por María descendió hasta nosotros. Lleguemos por la Virgen a la gracia de aquel que por la Virgen vino a nuestra miseria.

Llévanos a tu Hijo, dichosa y agraciada, madre de la vida y madre de la salvación. Por ti nos acoja el que por ti se entregó a nosotros. Tu integridad excuse en tu presencia la culpa de nuestra corrupción. Y que tu humildad, tan agradable a Dios, obtenga el perdón de nuestra vanidad. Que tu incalculable caridad sepulte el número incontable de nuestros pecados y que tu fecundidad gloriosa nos otorgue la fecundidad de las buenas obras. Señora mediadora y abogada nuestra, reconcílianos con tu Hijo. Recomiéndanos y preséntanos a tu Hijo. Por la gracia que recibiste, por el privilegio que mereciste y la misericordia que alumbraste, consíguenos que aquel que por ti se dignó participar de nuestra debilidad y miseria, comparta con nosotros, por tu intercesión, su gloria y felicidad. Cristo Jesús, Señor nuestro, que es bendito sobre todas las cosas y por siempre.

RESUMEN:
Acaz era un rey deseoso de mantener su poder terrenal. El profeta Isaías, para que pierda su apego, le sugiere que pida un prodigio a Dios. Acaz no quiere porque si el prodigio ocurre en las profundidades, allí se mueven los zorros como él mismo y puede quedar atrapado. Si ocurre en el aire, allí atrapa Dios a los soberbios. Contesta, por tanto, que no quiere tentar a Dios.
Dios le promete, entonces, una señal en la casa de David, algo que no pueda inquietar al poderoso. Será un niño que se alimente de rquesón y miel hasta que pueda distinguir el bien del mal.
De la leche de las ovejas se obtiene el requesón y el queso. El requesón es de naturaleza dulce. El queso es graso y espeso; podría representar la corrupción del pecado. También sabemos que por buscar a la oveja perdida el pastor dejó a 99 en los campos.
Las abejas producen miel pero tienen aguijon. Ese niño que es Dios y el prodigio que nos manda sólo trajo la miel y no el aguijón. Sin embargo, el aguijón podrá aparecer algún día para clarvarse en los tuétanos de los pecadores.
Por tanto, Dios pudo mandarnos un gran prodigio para desafiar la soberbia de los poderosos pero no lo hizo así. Prefirió algo suave e íntimo como es un niño, alimentado dulcemente en los brazo de la Virgen María, su madre, sufriendo como el ser humano y aprendiendo a distinguir el bien del mal.

PRIMER SERMÓN DEL ADVIENTO: LOS SEIS ASPECTOS DEL ADVIENTO





LOS SEIS ASPECTOS DEL ADVIENTO

Capítulo 1
Hoy, hermanos, celebramos el comienzo del Adviento. Este apelativo, como el de casi todas las solemnidades, es familiar y conocido en todos los lugares. Sin embargo, no siempre se capta su sentido, pues los desgraciados hijos de Adán se despreocupan de los auténticos y saludables compromisos y van a la zaga de lo caduco y transitorio. ¿A quiénes se parecen los hombres de esta generación? ¿Con quiénes los compararemos, viendo que son incapaces de arrancarse de los consuelos terrenos y sensibles? Se parecen a los náufragos que zozobran en el mar. Fíjate cómo se agarran a lo poco que tienen. No sueltan por nada del mundo lo primero que llega a sus manos, sea lo que sea, aunque no sirva para nada. Son como raíces de grama o algo por el estilo. Si alguien se acerca a ellos para ayudarles, lo atenazan de tal modo que no pueden ni ofrecerles sus auxilios sin menoscabo de su salvación. Así se anegan en este inmenso mar; y perecen, miserables, afanándose en lo caduco y relegando los apoyos firmes, únicos remedios para salir a flote y salvarse.
Se dice a propósito de la verdad, no de la vanidad: La conoceréis y os librará. Hermanos, a vosotros, como a los niños, Dios revela lo que ha ocultado a sabios y entendidos: los auténticos caminos de la salvación. Recapacitad en ellos con suma atención. Enfrascaos en el sentido de este adviento. Y, sobre todo, fijaos quién es el que viene, de dónde viene y a dónde viene; para qué, cuándo y por dónde viene. Tal curiosidad es encomiable y sana. La Iglesia universal no celebraría con tanta devoción este Adviento si no contuviera algún gran misterio.

Capítulo 2
Ante todo, fijaos con el Apóstol, estupefacto y atónito, cuán importante es este que viene. Según el testimonio de Gabriel, es el Hijo del Altísimo; y Altísimo él también. No se puede ni pensar que el Hijo de Dios sea una realidad inferior al Padre. Creemos que es idéntico a él en sublimidad y grandeza. ¿Quién ignora que los hijos de príncipes sean príncipes, y reyes los hijos de reyes? ¿A qué se debe que, de las tres personas que creemos, confesamos y adoramos en la soberana Trinidad, venga el Hijo y no el Padre ni el Espíritu Santo? Supongo que tiene que haber algún motivo. Pero ¿quién conoció el designio del Señor? ¿Quién fue su consejero? La venida del Hijo no tuvo lugar sin un previo consejo sublime de la Trinidad. Mas, si consideramos el motivo de nuestro destierro, quizá podamos intuir la conveniencia de que el Hijo nos otorgara la liberación.
Aquel lucero, hijo de la aurora, en un intento de usurpar la categoría del Altísimo, incurrió en latrocinio por el hecho de equipararse a Dios, propiedad exclusiva del Hijo. Y al instante cayó precipitado, porque el Padre se celó del Hijo. Parece como si hubiese ejecutado esta sentencia: Mía es la venganza; yo daré lo merecido. En un momento vemos caer a Satanás de lo alto como un rayo. ¿Por qué te enalteces, polvo y ceniza? Si Dios no aguantó a los ángeles soberbios, ¿cuánto menos a ti, pobre y gusano? Aquel lucero nada hizo, nada realizó. Sólo admitió un pensamiento de soberbia. Y en un instante, en un volver de ojos, se hundió sin remedio. Porque, según el Profeta, no se mantuvo en la verdad.

Capítulo 3
Os ruego, hermanos míos, que ahuyentéis la soberbia; ahuyentadla de continuo. La soberbia es la raíz de cualquier pecado. Ella ofuscó al instante, con la eterna tiniebla, al lucero más brillante que todos los astros juntos; y transformó en diablo a quien era ángel, y primero de entre los ángeles. De aquí que, ardiendo de envidia por el hombre, inyectó en él la iniquidad que había concebido en sí mismo. Le persuadió a que, cavando del árbol prohibido, se hiciese como Dios, versado en el bien y en el mal.
¿Qué ofreces, qué prometes, desgraciado, si el Hijo del Altísimo tiene la llave del saber? Aún más, ¿si él es la llave, llave de David, que cierra y nadie es capaz de abrir? En él se esconden todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento; y tú, ¿vas a robarlos perversamente para regalarlos al hombre? Daos cuenta según el dicho del Señor, que éste es el mentiroso y padre de la mentira. Ya fue un mentiroso cuando recapacitó: Me igualaré al Altísimo. Se destacó como padre de la mentira cuando arrojó en el hombre la semilla de su falsedad, diciendo: Seréis romo dioses. Eso mismo eres tú si ves al ladrón y corres con él. Recordad, hermanos, lo que nos ha dicho esta noche Isaías, dirigiéndose al Señor: Tus príncipes son infieles, o desobedientes, según otra versión, y socios de ladrones.


Capítulo 4
Cierto, nuestros príncipes, Adán y Eva, son el germen de nuestra raza, desobedientes y socios de ladrones. Porque, mediante la persuasión de la serpiente, o del diablo a través de la serpiente, intentan robar lo que pertenece al Hijo de Dios. El Padre no aguanta el insulto ocasionado al Hijo, pues el Padre ama al Hijo, y reclama inmediatamente la venganza en el hombre mismo, haciendo pesar su mano sobre nosotros. Hemos pecado en Adán, y en él recibimos todos la sentencia de condenación. ¿Qué va a intentar el Hijo cuando ve al Padre celarse por él y que se niega a perdonar a las criaturas? "He aquí", dice, "que, por causa de mí, el Padre pierde a sus criaturas". El primer ángel buscó con ahínco mi grandeza tuvo un círculo que confió en él. Pero inmediatamente el ce o del Padre se vengó en su persona. Le hirió a él y a todos los suyos con una herida incurable y le infringió un cruel escarmiento. También el hombre quiso arrebatar e saber que me pertenece; y tampoco tuvo compasión ni lástima de él.
¿Acaso Dios se cuida de los bueyes? Había creado tan sólo dos criaturas nobles, dotadas de razón y capaces de felicidad: el ángel y el hombre. Pero por mi causa perdió muchos ángeles y todos los hombres. Por tanto, para que vea que yo amo a mi Padre, haré que él reciba, a través de mí, a los que, en cierto modo, ha perdido por mi causa. Si por mi culpa sobrevino esta tormenta, dice Jonás, cogedme y arrojadme al mar. Todos me tienen envidia. Pero voy a venir y manifestarme de tal modo que quien me envidie y trata de imitarme le sea provechosa esa porfía. Me doy cuenta, sin embargo, que los ángeles desertores han adoptado una actitud de maldad y perversidad. No han pecado por ignorancia y debilidad. Deben perecer, ya que se negaron a hacer penitencia. El amor del Padre y el honor del rey reclaman la Justicia.

Capítulo 5
El designio, pues, de Dios al crear a los hombres es que ocupen los lugares que han quedado vacantes y reconstruyan los muros de Jerusalén. Sabía que ya no era posible abrir un camino de retorno para los ángeles. Conocía la soberbia de Moab, un orgulloso incorregible. La soberbia nunca acepta el remedio de la penitencia ni del perdón. Pero no creó otra criatura que reemplazara al hombre caído. Esto era una señal de que iba a ser redimido. Y si una perversidad ajena a él mismo lo desmoronó, una caridad, también ajena, podría serle útil.
Te ruego, Señor: dígnate librarme, que soy débil. Me han sacado de mi país con astucia. Sin hacer mal alguno, me han arrojado aquí, en este calabozo. Reconozco que soy inocente del todo. Pero, si me comparo con mi seductor, me siento, en cieno modo, inocente. La mentira me sobornó, Señor. Que venga la verdad y se descubra la falacia. Que conozca la verdad, y la Verdad me librará; pero de tal modo que reniegue de la mentira descubierta y me adhiera a la Verdad conocida. De lo contrario, ya no sería tentación ni pecado humano, sería obstinación diabólica, pues la perseverancia en el mal es algo diabólico. Y cualquiera que persista, como él, en el pecado, merece idéntico exterminio.

Capítulo 6
Ya sabéis, hermanos, quién es el que viene. Ahora considerad de dónde y a dónde viene. Viene del corazón del Padre al seno de la Virgen Madre. Viene desde el ápice de los cielos a las regiones más profundas de la tierra. ¿Qué ocurre? ¿Hemos de quedarnos para siempre en la tierra? No nos importaría si se quedara él también. ¿Dónde nos encontraríamos bien sin él? ¿Y dónde mal con él? ¿A quién tengo yo en el cielo?, y contigo, ¿qué me importa la tierra? Dios de mi corazón, mi lote perpetuo. Y aunque camine por las sombras de muerte, nada temo si tú estás conmigo. Ahora me doy cuenta que bajas a la tierra e incluso al mismo abismo, pero no como un vencido, sino como libre entre los muertos, como esa luz que brilla en las tinieblas, pero que las tinieblas no la han comprendido.
Por eso, ni el alma queda en el abismo ni el cuerpo santo conocerá la corrupción en la tierra. Cristo baja y sube para dar la plenitud al universo. De él se ha escrito: Pasó haciendo el bien, curando a los oprimidos por el diablo. Y en otra parte: Salió contento como un héroe a recorrer su camino; su órbita llega de un extremo a otro del cielo. Con razón exclama el Apóstol: Buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Sería inútil cualquier intento de levantar nuestros corazones si no nos presenta antes al autor de la salvación en los cielos.
Pero fijémonos en lo que sigue. Aunque la materia es abundante, por no decir excesiva, la premura del tiempo no permite largas disertaciones. A quienes consideraban "quién viene" se les dio a conocer la inmensa e inefable majestad. A los que avizoraban "de dónde viene", se les descubrió un largo camino, según aquel testimonio inspirado por el espíritu de profecía: Mirad, el Señor en persona viene de lejos. Y quienes contemplaban "a dónde" venía, se encuentran con un amor infinito e inimaginable: la sublimidad en persona quiere bajar a cárcel tan horrorosa.

Capítulo 7
¿Podrá alguien ya dudar que este gesto implica una motivación importante? ¿Por qué tan gran majestad, y desde tan lejos, quiso bajar a lugar tan indigno? Cierto, aquí hay algo grande: una inmensa misericordia que rezuma comprensión y una caridad desbordante. Y ¿para qué ha venido? Esto es precisamente lo que ahora debemos inquirir. No es preciso engolfarnos demasiado aquí, estando tan claras las motivaciones de su venida, sus palabras y sus obras. Se lanzó a buscar por los montes a la oveja extraviada, la que hacía el número cien. Y para que libremente alaben al Señor por su misericordia y por las maravillas que hace con los hombres, vino por nosotros. Es maravilloso el amor de un Dios que busca, e incomparable la dignidad del hombre buscado. Por mucho que presuma de esto, no incurrirá en insensatez, porque no se cree señor de sí mismo. Todo su valor procede de quien lo hizo. Todas las riquezas, toda la gloria de mundo, cuanto arrastra el deseo del hombre, es inferior a este orgullo; ni siquiera se le puede comparar. Señor, ¿qué es el hombre para que lo enaltezcas, para que pongas en él tu corazón?

Capítulo 8
Con todo, quisiera saber qué motivaciones le mueven a venir hasta nosotros o por qué, más bien, no hemos ido nosotros hacia él. Nosotros éramos los necesitados. Y no es costumbre que los ricos se acerquen a los pobres ni en el caso de querer beneficiarlos. Lo más razonable, hermanos, era que nosotros fuéramos a él. Pero tropezábamos con un doble impedimento. Nuestra vista era muy débil. Y él habita en una luz inaccesible, mientras que nosotros, postrados y paralíticas en el catre, no podíamos alcanzar tanta sublimidad. Por este motivo, el Salvador, todo bondad y médico de las almas, bajó de su altura, y su claridad alivió los ojos enfermos. A ese cuerpo que tomó glorioso y purificado de toda mancha, lo vistió de cierto resplandor. Es aquella nube ligerisima y resplandeciente en la que montaría el Señor, según predicción del Profeta, para bajar a Egipto.

Capítulo 9
Ya es hora de considerar el tiempo en que llega el Salvador. Llega, sí, y creemos que no os pasa desapercibido; pero no al principio ni en el fluir del tiempo, sino al fin. Y no aconteció a la ligera. Hay que pensar que la sabiduría lo dispone todo con acierto; en las circunstancias más necesarias, nos brinda su ayuda, y sabía muy bien que somos hijos de Adán, propensos a la ingratitud. Ya atardecía y el día iba de caída; se estaba poniendo ya el sol de justicia, y su resplandor y calor se apagaban en la tierra. La luz del conocimiento divino era muy tenue; y, al crecer la maldad, se enfriaba el fervor de la caridad. Ya no se dejaba ver el ángel, ni hablaba el profeta; habían claudicado, como vencidos por la desesperación, ante la dureza y obstinación de los hombres. Pero yo, exclama el Hijo, dije entonces: "Voy". Así, así: Un silencio sereno lo envolvía todo; y, al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa, Señor, viene desde el trono real. El Apóstol lo intuyó y exclamó: Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo. La plenitud y la abundancia de las cosas temporales había acarreado el olvido y la indigencia de las realidades eternas. Llegó oportuna la eternidad, precisamente cuando dominaba lo temporal. Por citar sólo un detalle, la misma paz temporal fue tan extraordinaria en aquel tiempo, que el decreto de un hombre repercutió en todo el mundo.

Capítulo 10
Ya tenéis a la persona que llega; dos lugares, el de origen y el de destino. No desconocéis tampoco la causa ni el tiempo. Sólo queda una cosa: el camino por donde viene. Y lo hemos de buscar con suma diligencia, pues vale la pena salir a su encuentro.
Si para realizar la salvación en la tierra vino una sola vez en carne visible, para salvar cada alma viene cada día en espíritu e invisible, como está escrito: El Espíritu que está delante de nosotros es Cristo el Señor. Y para que sepas que esta llegada espiritual es imperceptible, continúa: A su sombra viviremos entre los pueblos. Y si el enfermo no puede salir muy lejos al encuentro de tan excelente médico, intente, al menos, alzar la cabeza y erguirse un poco hacia el que viene. No tienes que cruzar los mares. No necesitas atravesar las nubes ni pasar los Alpes. Ni te señalan un camino muy largo. Sal tú mismo al encuentro de tu Dios. A tu alcance está la Palabra; la tienes en tus labios y en tu corazón. Entrégate a la compunción del corazón y la confesión de tus labios. De este modo saldrás del basurero de tu miserable conciencia, porque es indigno que entre allí el autor de la pureza. Todo esto queríamos decir sobre esta venida; por el se digna esclarecer con su poder invisible las inteligencias de cada uno de nosotros.

Capítulo 11
Examinemos ahora el camino de su venida invisible, porque sus caminos son agradables, y sus sendas tranquilas. Dice la esposa: Vedle llegar saltando entre los montes, brincando por los collados. Mira, hermosa, al que llega. Antes reposaba y no lo podías ver. Has dicho: Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas, dónde reposas. Su reposo apacienta a los ángeles en aquellas regiones eternas. Los sacia con la visión eterna e inmutable. Pero no te ignores, hermosa, porque esa visión está fuera de tu alcance; es tan sublime que no la abarcas. Ha salido de su santa morada, el que con su reposo apacienta a los ángeles, ya ha comenzado a actuar y nos sanará. Y si antes, reposando y apacentando, era invisible, en adelante se le verá venir apacentando. Vedle venir saltando sobre los montes, brincando por los collados. Montes y collados son los patriarcas y los profetas. Lee el pasaje de las genealogías y fíjate cómo vino saltando y brincando: Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, etc.
En estos montes brotó, como verás, la raíz de Jesé. De ella, según el profeta, salió una vara, y de la vara brotó una flor. Y el Espíritu septiforme se posó sobre la flor. Esto lo ha manifestado con mayor claridad el mismo profeta en otro pasaje: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se llamará Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros. Primero lo llama flor y después Emmanuel. Y a la que había llamado vara, de manera aún más clara la denomina virgen. Pero es preciso que nos reservemos para otro día la consideración de este sacramento. Vale la pena ocuparse de este asunto en otro sermón. Este de hoy ya ha sido lo suficientemente largo.

RESUMEN Y COMENTARIO:
¿Quién, cómo y por qué vino?
Vivíamos como náufragos en continua zozobra, agarrados a los placeres de los sentidos. En esa locura corrían peligro hasta los que intentaban ayudarnos.
Algunos tomaron el camino del conocimiento intentando ser superiores a Dios y como lo hizo el mismo Lucifer. Olvidaron que sólo el Altísimo tiene la llave del saber. Los que van de la mano de Lucifer son como él, pues el que corre con el ladrón es otro ladrón. El camino de la soberbia ofuscó a Lucifer y se perdió entre las tinieblas.
Los caminos equivocados nos llevaron a un sucio calabozo. Podemos decir que fue por engaño, pero si persistimos en nuestros errores sufriremos el exterminio.
Por eso la Trinidad mandó a Nuestro Señor Jesucristo. Viene saltando por los montes y brincando por las colinas. Podemos decir que los profetas clavaron una vara y de la misma nació una flor. La vara es la Virgen María y la flor es Jesús. Viene por los montes a buscar a las ovejas extraviadas. Desciende a nuestro calabozo para liberarnos.
Pero ¿por qué el rico viene a buscar al pobre? Porque el pobre estaba ya en lo peor del ocaso y era como un enfermo que no puede levantarse de su cama. Sin embargo Cristo vino y viene cada día con tal magia que el enfermo sólo tiene que levantar la cabeza desde su catre para sentir su presencia. Gracias a su presencia estamos llamados a reconstruir los muros de Jerusalem, que son los de nuestra propia casa y los de su eterna presencia y sabiduría.

LOS PECES PUROS. EN EL NACIMIENTO DE SAN ANDRÉS



1. Estamos celebrando el triunfo glorioso de San Andrés, y al escuchar con palabras de gracia nos inunda el júbilo y la alegría. Es imposible entristecerse viéndole a él tan alegre. Ninguna de nosotros ha sentido lástima del que así sufría, ni se le ocurrió llorar al verle tan jubiloso. En es caso nos hubiera repetido lo mismo que dijo el Salvador, cargado con la cruz, a los que le seguían y lloraban: Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mi; orad por vosotras. Por otra parte, cuando llevaban al bienaventurado Andrés al pabíbulo, el pueblo quiso impedir que le ajusticiaran, porque les dolía ver condonado injuntamente a un hombre inocente y santo. Pero él les disuadió con todas sus fuerzas que no le privaran de la corona y del martirio.
 Su único objeto era morir y estar con Cristo, y que esto se realizara en la cruz, el sueño de su vida. Quería entrar en el reino, pero por el patíbulo. Oigamos sus intimidades con su amada: "Por ti me reciba el que por ti me redimió". Si le amamos, gocémonos con él, no sólo por haber recibido la corona, sino por haber sido crificicado; porque el Señor le ha concedido el deseo de su corazón y ha puesto en su cabeza una corona de oro fino. A la vez que nos alegramos con él porque ya goza del abrazo tan asiado de la cruz, no podemos menos de quedarnos asombrados ante esta alegría que compartimos.
2. Mientras nos deleitábamos esta noche en las vigilias cantando estos gritos de gozo, estoy cierto que más de uno se hacía estas reflexiones: "¿Qué sentido tiene esto? ¿Cuál es la raíz de semejante laegría? ¿Por qué valorar tanto la cruz, amarla de ese modo y regocijarse así con ella? Así es, hermanos. Para el hombre sabio el árbol de la cruz siempre engendra vida, produce tozo, destila óleo de alegría y transpira bálsamo de carismas espirituales. No es un árbol silvestre: es un árbol de vida para los que la toman. Un árbol muy fecundo; en caso contrario no estaría en el campo del Señor.
 Me refiero a esa tierra sagrada a la que está tan fuertemente amarrado con las raíces de los clavos. Si no fuera el árbol más hermoso y fecundo de todos, jamás se le hubiera plantado en aquel huerto, ni dentro de aquel viñedo. A mí no me extraña que la cruz produzca dulzura, pues eso mismo brotó también del fuego. Si la llama se dulcifica, es normal que la cruz sea sabrosa. ¿A qué le sabía a Lorenzo el fuego cuando se reía de los verdugos y se burlaba del juez?
 ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Por qué no nos deleitamos en las tribulaciones padecidas por Cristo y nos saben a exquisito maná? El diablo quedaría entonces completamente derrotado y ya no podría reclamarnos nada. Bastaría esto para compensar la doble malicia del enemigo.
3. Porque ese malvado tiene sus redes y dardos. Es un astuto cazador de hombres, que está sediento de la sangre de las almas. A unos les echa con habilidad los dardos de cualquier sugerencia, y de ese modo hiere a los que tienen poca paciencia. A otros les echa la red del placer, y atrapa a toda esa gente que se arrastra por la tierra o revolotea a ras de ella. 
 Pero si nos gozamos en la tribulación el enemigo se queda totalmente desarmado y desconcertado. Nos hemos liberado de la red del cazador y de la ponzoña de sus consejos. El enemigo será incapaz de vencerle, sugiriéndole placeres carnales, a quien se complace en la cruz de Cristo. Y el malvado no le hará daño alguno cuando intente inquietar su espíritu con sentimientos de amargura. 
 El que sabe alimentarse con ayunos no sueña en banquetes, y menos aún murmurará de lo que es su mejor manjar. Se refugia en el Altísimo, y allí no llegan las redes ni los dardos del enemigo. Es un pez puro, con escamas y aletas. Y si es inútil tender una red a los animales alados, se pierde el tiempo arrojando saetas a las escamas de las corazas. La Ley establece que son peces puros los que se mueven con aletas y están cubiertos de escamas, sean de mar, de río o de estanque.
 Sí, este mar inmenso y dilatado tiene muchos peces puros, diagnos de la mesa del Señor. De los que viven inmersos en la vida y costumbres del mundo se ha reservado muchos millares. La red apostólica los coge en sus mallas y cuando vuelve al puerto los separa de los malos. Allí estará, sin duda alguna, este gran pescador de hombres que arrastra tras de sí a la Acaya entera.
 También el río cría peces puros: son los administradores honrados. El río simboliza a todo ese conjunto de predicadores que no permanecen fijos en un lugar, sino que se mueven en todas direcciones para regar todos los campos. Y existen también muchos peces puros en los estanques: los que sirven a Dios en el claustro, en espíritu y virtud. Está muy bien comparar los monasterios con los estanques, pues sus moradores son unos peces encarcelados que no pueden corretear libremente y están siempre disponibles para el banquete espiritual. Tienen esta obsesión: "¿Cuándo vendrán por mí? Cada día de mi servicio, espero que llegue mi traslado. 
4. Según la Ley son puros todos los peces que tienen escamas y aletas, sean de mar, río o estanque. Aunque tienen muchas escamas, todas forman una sola coraza; es decir, la virtud de la paciencia es siempre la misma, aunque se manifieste de distinta manera en cada tribulación. Y si las escamas simbolizan la paciencia, creo que las aletas nos hacen pensar en la alegría del espíritu. Porque la alegría eleva y sostiene: el hombre alegre parece que está dando saltos. Ahora bien, si buscamos dos alas, necesitamos una doble alegría. Y en este sentido nos dice el Apóstol, cuyas alas eran capaces de cruzar el cielo y llegar hasta el paraíso, que estemos orgullosos con la esperanza de las tribulaciones. 
 ¡Qué alto vuela quien se deleita en la esperanza de los bienes futuros y se recrea y gloria en la prueba de los males presentes! Esto es lo que encontramos, admiramos y pregonamos en este santo Apóstol. 
5. Aquí podemos distinguir tres grados distintos: los que comienzan, los que adelantan  y los perfectos. El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor; en medio está la esperanza; y la caridad es la cumbre. Lo dice el Apóstol: La plenitud de la Ley es el amor. El que comienza a caminar, apoyado en el temor, soporta con paciencia la cruz de Cristo. El que avanza, en alas de la esperanza, la lleva con gusto. Y el que vive del amor, abraza apasionado. Este es el único que puede decir: "Estoy enamorado de ti y ardo en deseos de abrazarte".
 ¡Qué inmensa distancia entre esta exclamación y la del que soporta la cruz pero prefiere no haber llegado a ese trance! Y si permitís mi atrevimiento, también está muy por encima de aquella otra súplica: ¡Padre, si es posible pase de mí este cáliz! Pocos días antes paseó sentado sobre un asno para dar en rostro a sus enemigos. Y ahora percibo que el capitán de la guerra encarna en sí el temor de los cobardes; en el médico siento los gemidos del enfermo y veo que la gallina es tan frágil como los polluelos. Considero su amor, admiro su misericordia y me estremece su compasión. El Señor misericordioso no quiso asumir esa actitud de fortaleza de San Andrés, porque los sanos no necesitan médico sino los enfermos. Y si alguno se escandaliza ante semejante condescendencia, merece aquella otra respuesta ¿Ves tú con malos ojos que yo sea generoso? A éste el aroma de vida le causa la muerte. 
6. ¿Hubiera llamado la atención, Señor Jesús, si al acercarse tu hora te hubieras mostrado intrépido, dando libremente tu vida sin que nadie fuera capaz de quitártela? ¿No fue más glorioso, ya que todo lo hacías para nuestro bien, que soportaras por nosotros el tormento corporal y la agonía del corazón? De ese modo tu muerte sería nuestra vida, tu debilidad nuestra fortaleza, tu tristeza nuestro gozo, tu repugnancia nuestro entusiasmo, tu angustia nuestra paz y tu abandono nuestro consuelo.
 En el momento de resucitar a Lázaro se estremeció en su espíritu y se alteró. En ese momento se estremeció voluntariamente, no por coacción natural. Ahora, en cambio, oigo otra cosa muy distinta. Tanto le dominó el amor que es tan fuerte como la muerte, que tuvo que confortar a Cristo un ángel de Dios. ¿Quién a quién? A aquel que en su nacimiento se le abrió de par en par el seno cerrado de la Virgen; al que con un simple gesto convirtió el agua en vino; al que tocó la lepra y la disipó; al que el mar sostuvo sereno sobre sus aguas a cuya palabra resucitan los muertos. Para decirlo brevemente, al que sostiene el universo con la fuerza de su palabra, al qui hizo todo y por el cual todo subsiste, incluso los mismos ángeles. ¿Que más puedo decir de él? No me admiraría tanto si no fuera completamente inefable. Ni el mismo que le anima era capaz de comprender su majestad.
7. ¿A quién consolabas, ángel de Dios? ¿Ignorabas, acaso, quién era aquel a quien venías a consolar? Es el auténtico consolador, el verdadero abogado. Porque si él no fuera abogado no hubiera dicho que el Padre enviaría otro abogado. Yo estoy convencido que es el abogado supremo, porque está muy cerca de los atribulados. Ahora ya no desespero, Señor, aunque me parezca que sufro una pena terrible, aunque me vea tan débil y desee que pase de mí este cáliz. No desespero, no; añado lo mismo que él: No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. 
 Él me ha enseñado también a no buscar consuelos humanos y caducos, sino angélicos, espirituales y celestes. Prometo no volver a quejarme, porque eso me separaría de ti, si no me arrepiento al instante. Acepto la prueba, aunque sé que también necesito el consuelo. ¿Qué has podido desear? Si reconozco mi voz en la del Salvador, tengo asegurada mi salvación. A base de paciencia conseguiré la vida. 
8. Pero quiero progresar, si me es posible, y no contentarme con alcanzar la salvación. Afirma el Sabio que quien teme al Señor hará el bien. Esto no me basta, pues añade en otro lugar la Escritura: Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y corre tras ella. Es decir, no te contentes con la salvación; busca la paz y asegurarás mejor la salvación. Cuando nació el que es nuestra paz, el ángel cantaba jubiloso: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Una voluntad buena es una voluntad ordenada. Y esto consiste en actuar conforme a la razón. Ésta nos dice que los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros. Si llegas a saborear esto, llevarás gustosamente la cruz de Cristo y dirás: Estoy dispuesto y decidido a cumplir tus mandatos.
9. Mas si quieres ser perfecto, te falta todavía una cosa, ¿Quieres saber cuál? El gozo que da el Espíritu Santo. Quien actúa movido por el temor es paciente; y a quien le alienta la esperanza quiere practicar el bien. Pero si no tiene un espíritu fervoroso puede desfallecer con facilidad. El amor que infunde el Espíritu Santo es paciente y afable y, sobre todo, no falla nunca. 
 Si observas atentamente el primer mandato dado a nuestros padres, verás que Eva fue paciente y Adán bondadoso. Si cayeron fue porque ninguno de los dos tenía una sólida estabilidad. Oigamos: La mujer cayó en la cuenta de que el árbol era una delicia de ver y tentaba el apetito. Ya casi no puede contener la mano. Le pregunta la serpiente y su respuesta manifiesta que ese mandato le resulta enojoso. "Podemos comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol de conocer el bien y el mal nos dijo que no comiéramos"No dice: "Esta es la voluntad del Creador; él sabe por qué. A nosotros nos basta obedecer, porque nuestra vida depende de su voluntad.
 ¡Qué fácilmente creyó la mujer en las promesas y aceptó sus falacias! El varón no fue seducido, pero le ofuscó el amor de la mujer. Hubiera observado con fidelidad ese mandato, cuya utilidad conocía, pero la mujer le persuadió a hacer lo contrario. Él no tenía dificultad en cumplir el precepto, pero a esa voluntad buena le faltaba la fortaleza porque carecía de fervor.
10. Tan fuerte como la muerte es el amor, no la paciencia ni la esperanza. No le igualan el temor ni la razón, sino el espíritu de fortaleza. La paciencia, estimulada por el amor, dice: "Conviene obrar así". La voluntad buena, atraída por la esperanza, añade: "Así conviene y así lo haré". Y la caridad, inflada por el espíritu, no se contenta con "así conviene" sino: "Lo quiero, lo anhelo y lo deseo ardientemente". Observad la altura, seguridad y suavidad del amor. ¡Dichosa el alma que ha llegado a este nivel del amor!
 No desesperemos nosotros, pues si celebramos la memoria del que lo consiguió, es para invocar su auxilio y estimularnos con su ejemplo. Me atrevo incluso a añadir que algunos de entre nosotros se halla en este estado. Por otra parte, a los que se reconocen tan débiles que no pueden seguir el ejemplo de un apóstol como San Andrés, yo les replico que al menos les sonroje no imitar a sus propios hermanos. Los héroes no se improvisan. Peldaño a peldaño se llega a la cumbre de una escalera. Subamos, pues, nosotros con los dos pies de la meditación y de la oración. La meditación nos dice qué nos hace falta y la oración nos lo alcanza. Aquélla nos muestra el camino, ésta nos guía de la mano. La meditación nos hace ver los peligros, y con la oración los superamos, por gracia de nuestro Señor Jesucristo. 
RESUMEN: la cruz como escudo y como árbol de la vida, en la que cualquier ofensa no es diferente a las que sufrió nuestro Salvador. Defendidos porque no se puede sufrir más ni se puede renunciar más a uno mismo. La cruz se convierte en nuestra más deseada defensa.
El que se refugia en la cruz es un pez puro, inmune a cualquier ataque. Unos están en el mar, entre el gentío, otros están en el río (simbolizando a los predicadores que van de un sitio a otro) y un tercer grupo son los que están en los estanques, sinónimo de monasterios. 
 Las aletas simbolizan la paciencia. Las aletas la alegría del espíritu. Debemos recrearnos en la prueba y en los males presentes.
  Aquí podemos distinguir tres grados distintos: los que comienzan, los que adelantan  y los perfectos. El comienzo de la sabiruría es el temor del Señor; el que comienza a caminar, apoyado en el temor, soporta con paciencia la cruz de Cristo. El que avanza, en alas de la esperanza, la lleva con gusto. Estos últimos, sanos como están, no necesitan médico pues eso es para los enfermos.
Era necesario el sufrimiento de Cristo en la cruz para ejemplo y santificación de todos. 
 Cristo es el verdadero abogado porque está muy cerca de los atribulados.
 No basta con el temor a Dios sino que también tenemos que amar y practicar la paz. 
 También necesitamos la paciencia y fortaleza que nos otorga el Espíritu Santo. 
 Todavía por encima de todo lo anterior está la caridad y el amor. No se llega a ellas espontáneamente sino subiendo peldaño a peldaño. La meditación nos señala el objetivo. La oración es el camino que nos ayuda a recorrerlo.

LOS CUATRO BRAZOS DE LA CRUZ

 1.Hoy celebramos la fiesta de San Andrés. Si meditamos atentatemte, encontraremos en ella materia abundante para alimentar nuestro espíritu. En el momento mismo de su conversión nos ofreció un gran ejemplo de obediencia. Esto es necesario a todo cristiano y de suma importancia para nosotros, que profesamos publicamente vivir en obediencia. Es una moneda que debemos devolver a un banquero muy sabio, a la sabiduría en persona. Y si la encuentra defectuosa o falsificada no la aceptará.
 Si nos metemos a discutir, juzgar y cumplir solamente algunos mandatos, ya estamos rompiendo la moneda, y Cristo no la aceptará porque se la debemos dar íntegra. Esto es lo que prometimos: una obediencia absoluta y sin restricción alguna. El que obedece con coblez y externamente, pero murmura en su interior, es una moneda falsa. No es plata, sino plomo; y el talento de plomo es muy peligroso. Obra con fingimiento, pero Dios lo ve todo y de Dios nadie se burla.
2. ¿Quieres un dechado de obediencia perfecta? Escucha al Evangelista: Vio el Señor a Pedro y Andrés, que estaban echando una red en el lago, y les dijo: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres. Sois pescadores y quiero haceros verdaderos pescadores, o más bien predicadores.Inmediatamente dejaron las redes y la barca y lo siguieron. No lo pensaron ni vacilaron; no se preocuparon de qué iban a vivir, ni calcularon cómo unos hombres rudos e incultos podrían ser predicadores. No preguntan nada y obedecen a ciegas.
 Hermanos, esto se ha escrito para vosotros y se proclama año tras aña en la Iglesia, para que aprendáis en qué consiste obedecer, y purifiquéis vuestro corazón  con una obediencia llena de amor. Éste es, sin duda alguna, el único que da valor a la moneda de la obediencia, ésta es su plata refinada y de ley. Solamente el amor hace que la obediencia sea grata y aceptable a Dios. Porque Dios ama al que da de buena gana. Y aya puedo dejarque quemar vivo, que sí no tengo amor de nada me sirve.
3. ¿Queréis que reflexionemos sobre el martirio de este santo Apóstol, cuya memoria celebramos para gloria de Cristo y edificación vuestra? Habréis advertido que al llegar San Andrés al lugar donde estaba preparada su cruz, fortalecido por el Señor, se puso a pronunciar palabras inflamadas, inspiradas por el Espíritu que había recibido junto con los demás apóstoles en unas lenguas como de fuego. Al ver la cruz que le habían preparado no palideció dominado por la flaqueza humana; ni se le heló la sangre, ni se le erizaron sus cabellos, ni enmudeció; ni tembló, ni teliró, ni perdió en absoluto la presencia de espíritu.
 Su boca hablaba de la abundancia de su corazón, y la caridad que ardía en él corvertía en llamas sus palabras. ¿Qué dijo San Andrés cuando vio de lejos su cruz? "¡Oh cruz, tan largo tiempo deseada y que ahora se ofrece a las aspiraciones de mi alma! Llego a ti rebosante de alegría y de seguridad. Recíbeme, pues con alegría; soy el discípulo del que estuvo colgado de tus brazos. Estoy enamorado de ti y ardo en deseos de abrazarte".
 Decidme, hermanos, ¿es un hombre quien así habla? ¿No será tal vez un ángel u otra especie de criatura? No, es un hombre idéntico a nosotros y sensible. Bien lo dice el gozo con que se acerca a la pasión. ¿De dónde le venían a este hombre una alegría y gozo tan admirables? ¿De dónde sacaba tanta constancia una criatura tan frágil? ¿De dónde poseía este hombre un alma tan espiritual, una caridad tan fervierten y una voluntad tan fuerte? No pensemos que ese valor procedía de sí mismo. Era el don perfecto procedente del Padre de las luces,del único que hace grandes maravillas.
4. Fue el Espíritu Santo quien vino en socorro de su debilidad e infundió en su corazón esa caridad que es tan fuerte y más que la muerte. ¡Quiera Dios que participemos nosotros de este Espíritu! Se nos hacen muy penosos los rigores de la penitencia y no soportamos la mortificación corporal ni la abstinencia. En las vigilias nos dormimos de hastío y esto se debe a nuestra miseria espiritual. Si el Espíritu estuviera presente en nosotros, es indudable que socorrería nuestra debilidad. Lo que hizo con San Andrés frente a la cruz y a la muerte lo haría también con nosotros: suprimiría el carácter penoso de nuestro trabajo y penitencia y los haría deseables e incluso agradables.
 Mi espíritu es más dulce que la miel, dice el Señor. Hasta el punto que la muerte más amarga no puede disminuir su dulzura. ¿Qué no templará esa dulzura que hace dulcísima a la misma muerte? ¿Qué aspereza podrá resistir a esta unción que hace suavísima la muerte? A la hora del descanso, el Señor da la herencia a sus elegidos, dice el texto sagrado. ¿Qué pesadumbre puede subsistir ante ese gozo que convierte la muerte en una pura alegría?
 Procuremos este Espíritu, hermanos; pongamos todo nuestro empeño en merecer tenerlo, o en poseerlo con más plenitud si ya lo tenemos. Porque el que no tiene el Espíritu de Cristo, ése no pertenece a Cristo. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios: así conoceremos los dones que Dios nos ha hecho. Las obras de salvación y de vida dan testimonio de su presencia, porque sin el Espíritu del Salvador, que es el Espíritu de vida, nos es imposible realizarlas.
 Supliquemos, pues, que Dios derrame sus dones sobre nosotros, y el que nos dio las primicias lo haga crecer en nosotros. El mejor testimonio de su presencia es el deseo de crecer en gracia. Lo dice él mismo: El que me come tendrá más hambre, y el que me bebe tendrá más sed.
5. Pero me imagino que a muchos nos está diciendo nuestra conciencia: "Ya lo creo que deseamos este Espíritu que acuda en auxilio de nuestra debilidad, pero no lo encontramos". A eso os respondo: no lo encontráis porque no lo buscáis. No lo recibís porque no lo pedía. O pedís y no recibís porque no lo pedís con fe. Lo único que espera y quiere Dios es que le busquemos con diligencia y con todos nuestros deseos. ¿Será capaz de negar algo a quienes le piden, si espolea a los que no piden y les incita a pedir? Escuchadle: Si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el espíritu bueno a los que se lo piden?
 Hermanos, pedid. Pedidlo constantemente. Pedidlo sin titubear. En todas vuestras obras invocad siempre la presencia y el auxilio de este Espíritu dulcísimo y suavísimo. Porque también nosotros hemos de tomar nuestra cruz con San Andrés, o más bien con aquel a quien sirvió San Andrés, es decir, con el Señor nuestro Salvador. La causa de su gozo y alegría no era solamente morir por él, sino como él. Se sintió íntimamente unido a su muerte y a su reino. Escuchemos también nosotros con los oídos de nuestro corazón la voz del Señor, que nos invita a participar en su cruz: El que quiera venirse conmigo que reniegue de sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Con otras palabras: el que me desea que se desprecie; el que quiera hacer mi voluntad, decídase a machacar la suya. 
6. Ante este gesto surge inmediatamente la guerra, y nos atacan los enemigos. Empuñemos también nosotros nuestras armas, cojamos las mismas de nuestro Rey, abracemos nuestra cruz y en ella triunfaremos de todos los enemigos. Recordad las promesas del Salmista, mejor dicho, del Espíritu Santo por su boca: Te cubrirá con un escudo su verdad. Esta verdad es la del Altísimo, como indica en los versos anteriores.
 ¿Y por qué nos cubre con su escudo? Porque la guerra nos cerca por todas partes. Escucha el motivo de protegerte con tu escudo: Te cubrirá con un escudo su verdad. ¿Para qué? Y ya no temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta al mediodía. Ahí ves cuán necesario es que la verdad cubra con el escudo al que se siente tan acosado por los dardos enemigos.
 Del fondo de la noche surge el espanto; durante el día vuelan las flechas, disparadas desde el flanco izquierdo; por la derecha anda la peste que se desliza en las tinieblas; y como remate, el demonio acomete a mediodía desde arriba. Y nosotros, míseros y miserables, aunque estamos invadidos de tantas serpientes y flechas de fuego, y de enemigos que nos acometen por doquier, vivimos adormecidos en una lamentable seguridad y negligencia; nos dejamos embotar por el ocio y nos divertimos con chanzas y vanidades; somos tan indolentes en los ejercicios espirituales como si la vida humano en la tierra fuera ya vida y dulzura, y no una lucha constante. 
 Hermanos, os aseguro que lo que más aterra y desgarra mi alma de pavor es esto: verse en medio del peligro y vivir prácticamente insensibles, despreocupados e indiferentes. Ante esta apatía, una de dos: o nos hemos entregado al enemigo, sin saberlo siquiera; o si nos conservamos intactos, somos demasiado ingratos con el que nos protege. Ambas actitudes son muy peligrosas. Por favor, queridos hermanos, despertemos ante esa malicia avispada del enemigo y su perversa virulencia. Que su misma diligencia y empeño en tramar nuestra ruina nos haga ser más vivos y prudentes, para realizar escrupulosamente nuestra salvación. 
7. Y nuestra salvación está en la cruz, con tal de que nos abracemos valientemente a ella. El Apóstol nos dice que el mensaje de la cruz resulta una locura para los que se pierden; en cambio, es una fuerza de Dios para los que se salvan, es decir, para nosotros. Ella es el escudo que nos cubre, y en sus cuatro brazos rebotan las flechas enemigas. El extremo inferior rechaza los espantos nocturnos, es decir, el miedo a castigar el cuerpo; nos hace capaces de dominarlo varonilmente y mantenerlo con sumisión. 
 El que nos maldice a la cara y nos tienta al mal es una flecha que nos dispara a plena luz el ala izquierda: rechacémosla con el brazo izquierdo de la cruz. Si alguien me adula y me proyecta el veneno de la murmuración o la semilla del odio socapa de buenos consejos, o intenta presentarte como bueno lo que es detestable, ese tal me ataca por la derecha. Es Judas, que me traiciona con un beso. Esta peste tan astuta sólo se rebate con el brazo derecho de la cruz. Y no olvidemos el demonio que acomete a mediodía, el espíritu de soberbia, el espíritu de soberbia, que suele arremeter con toda su furia cuando el alma vive en la cima de la virtud. 
 Muchas veces os pongo en guardia contra este terrible enemigo; sí, la soberbia es la raíz de todos los pecados y la causa de nuestra perdición. Por lo tanto, si deseas realmente trabajar en tu salvación, no olvides nunca que tienes sobre tu cabeza un extremo de la cruz, para no dejarte arrastrar de la soberbia; no te venza la ambición de corazón ni pretendas grandezas que superan tu capacidad. Los dardos que te vengan de arriba debe rechazarlos el brazo de la cruz que tienes sobre tu cabeza. Es el único lugar donde tremola el emblema de la salvación y del reino, porque solamente el humilde merece el triunfo y la salvación.
8. Para resumirlo en pocas palabras, estos cuatro brazos son la continencia, la paciencia, la prudencia y la humildad. ¡Dichosa el alma que cifra en esta cruz todo su orgullo y su triunfo! Persevere constante en ella y no se abata ante las tentaciones. El que esté en esta cruz pida y suplique con San Andrés a su Señor y Maestro que no permitan le bajen de ella. El enemigo es capaz de intentar y ensayar lo más inverosímil. Lo qui quiso hacer con este discípulo por las manos de Egeas, eso mismo pretendió realizar en el Maestro con las lenguas de los judíos. Pero en ambos casos se arrepintió ya demasiado tarde y sólo consiguió el bochorno y la derrota. 
 Ojalá se retire también así de nosotros y triunfe el que triunfó en sí mismo y en su discípulo. Que él nos consiga la plenitud de la felicidad por medio de esta pequeña cruz de penitencia que llevamos por su amor. Él es Dios soberano y bendito para siempre.
RESUMEN
La cruz de San Andrés es un ejemplo de fe y entrega. Tanto es así que más que cruz parece un escudo. El escudo de la fe en la que estamos dispuestos a entregarnos y aniquilarlos nosotros mismos para la grandeza de Dios. Por el brazo izquierdo llegan las afrentas directas a nuestro cuerpo, como son el hambre, el dolor físico, la enfermedad. Por el lado derecho las afrentas disfrazadas como buenos, y parternalistas, consejos que esconden maldad. El brazo de la cruz que está sobre nuestra cabeza indica el peligro de la soberbia, tanto la nuestra como de la de los que manejan nuestras vidas. Otra forma de designar los brazos es como: continencia, paciencia, prudencia y humildad. 

Nota: la festividad de San Andrés es el 30 de Noviembre

EN LA VIGILIA DE SAN ANDRÉS, APÓSTOL



El ayuno es una buena preparación para las fiestas de los Santos
1. La autoridad de los Padres ha establecido que a las fiestas más solemnes de los santos les preceda un día consagrado al ayuno. Es una práctica muy provechosa y prudente si se hace conscientemente. Día a día caemos en el pecado y fallamos muchas veces. Y no está bien celebrar las festividades sagradas, sobre todo las más solemnes, sin purificarnos previamente con la abstinencia, e intentar ser un poco más dignos y capaces de los gozos espirituales. El justo siempre que toma la palabra se acusa a sí mismo, y antes de ensalzar a los demás reconoce sus propias faltas. Si tiembla el justo y se juzga a sí mismo antes que llegue el juicio implacable del Señor, ¿qué haremos nosotros, que pasamos la vida sin juzgar ni enterrar nuestros pecados? Sería terrible que se hicieran públicos antes de ese juicio.
 Si el justo cuando ensalza a los santos siente pudor y vergüenza, ¿cuánto más temerá el pecador, en cuya boca desdice la alabanza, aquellas otras sentencias: ¿Por qué recitas mis preceptos? Amigo, ¿Cómo has entrado aquí sin traje de fiesta? Dichosos, por lo tanto, los que se esfuerzan en conservar siempre intacta su túnica, es decir, el honor de su conciencia, y lucirla en toda su hermosura. Mas como son muy pocos los que guardan con tanta diligencia su corazón y son muchos menos aún los que lo conservan en perfecta santidad, debemos limpiar continuamente con la abstinencia las manchas que contraemos, sobre todo antes de celebrar una gran solemnidad.
2. La práctica del ayuno no es sólo una preparación para la próxima festividad; también es una magnífica instrucción y catequesis. Efectivamente, ahí aprendemos el verdadero camino de la fiesta eterna. El sentido último de anticipar los ayunos a las fiestas está aquí: Debemos soportar muchas contrariedades antes de entrar en el Reino de Dios. Por eso no merece disfrutar del gozo festivo quien no observa antes la abstinencia del gozo y descanso festivo. Todo el tiempo de esta vida penitente es una especie de vigilia de la gran solemnidad y del sábado eterno que aguardamos. Piensa que esa fiesta será eterna, y no se te hará demasiado larga la vigilia. Las fiestas de ahora duran un día y tienen otro de vigilia; en cambio, aquella otra fiesta es eterna y no se nos exige una vigilia eterna.
 Pero ¿a dónde nos arrastra el recuerdo gozoso de aquella felicidad? Ésta es, en efecto, la palabra más frecuente y apta que solemos aplicarle. Volvamos ya a nuestro tema.
3. El motivo del ayuno de hoy, y de la solemnidad y alegría que esperamos, es la pasión del apóstol San Andrés. Ya que no podemos ser crucificados con él, ayunemos un poco con él. Porque es indudable que los dos días que estuvo colgado de la cruz, no probó alimento. Unámonos, pues, de algún modo a su pasión. No estamos en el patíbulo, pero soportamos el ayuno. El Dios misericordioso nos hará compartir de ese modo su corona y acompañarle ahora en su gozo espiritual.
 ¿No vamos a llenarnos de gozo con la memoria de su triunfo, si sabemos que él mismo se regocijó tan profundamente en el tormento? Si la cruz rezuma gozo, mucho más alegre será la fiesta. Para nosotros festivo equivale a alegre, y cruz es sinónimo de tortura. El mundo entero debe festejar alborozado un milagro tan inaudito, y una obra tan portentosa de la energía divina. Andrés era un hombre como nosotros, pero cuando vio el patíbulo que le tenían preparado, sintió unas ansias locas de abrazarse a la cruz, y le embargó un gozo incomprensible.
 He aquí sus exclamaciones: "¡Salve, cruz, tanto tiempo deseada y finalmente preparada para mí, que suspiro por ti! Yo te abrazo sereno y gozoso; regocíjate también tú al abrazarte conmigo". ¿No veis: que no cabe en sí por lo grande de su gozo? "Regocíjate también tu". ¿Es posible una alegría mayor que ver radiante a la cruz, y convertirse en puro gozo? ¿Qué es más anormal, más irracional y sobrenatural: ver a un crucificado radiante de gozo o contemplar cómo se alegra una cruz? Ésta carece por naturaleza del sentido de la alegría, y aquél, por muy fuerte que sea, agota su fuente de alegría y se convierte en un grito de dolor.
 Escuchad: "Estoy enamorado de ti, y ardo en deseos de abrazarte". Hermanos, esto no es una lengua que habla, es un fuego abrazador. Para ser más exactos, es una lengua de fuego. Son unas brasas ardientes que Cristo ha arrojado del cielo a sus huesos. ¡Ojalá sean para nosotros unos carbones abrasadores que consuman y purifiquen todos nuestros afectos carnales. ¿Qué centellas son éstas? ¿Qué fuego interior las consume?
4. Sin duda, bienaventurado Andrés, tu fe es un grano de mostaza, y en cuanto lo tocó el almirez, irradió un sabor irresistible. ¿Qué fuerza si le hubiera triturado un poco más? No hay espíritu capaz de tolerar semejante fuego, ni oído que soporte tales palabras. Cuando Egeas se ceñía a simples amenazas, ese grano parecía una insignificancia. Solía decir: "El Señor me ha enviado a este país y le ha conquistado un gran pueblo". Se acerca, en cambio, el almirez de la conminación y exhala un sabor más acre; sus palabras son más tajantes; Egeas cree que se va a amilanar al condenarle a la cruz. Todo lo contrario: el eco de esta palabra le enardece, y exclama a voz en grito: "Si me asustara el patíbulo de la cruz, no hubiera pregonado su gloria".
 Y cuando contempla ya el madero escogido para él, es una pura llama que se deshace en aplausos y alabanzas a su amada. La saluda con elegancia, la mira enternecido, la enarbola orgulloso y exclama enardecido en un torrente de afectos y de palabras: "¡Salve, cruz la más hermosa, cuya belleza y pulcritud te donaron los miembros del Señor! ¡Salve, cruz santificada en el cuerpo de Cristo y engalanada con las perlas de sus miembros!"
 Razón tienen los siervos de la cruz al venerar de tal modo a este enamorado de la cruz. Pero merece una devoción muy particular de quienes han prometido llevar la cruz. Hermanos, os hablo y me refiero a vosotros, que no os hicísteis sordos a aquella trompeta evangélica: Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Volcad, pues, toda vuestra capacidad espiritual en esta solemnidad y celebradla con un corazón magnánimoEl que se decida a cavar y buscar con empeño encontrará un inmenso tesoro de paz y de sabiduría.
RESUMEN
Es bueno ayunar antes de las grandes fiestas para, así, resaltar su valor. Además San Andrés ayunó los dos días que permaneció en la cruz. 
 La relación de San Andrés y la cruz es de amor, pues quien no cargue con su cruz no puede ser discípulo de Cristo. Significaba la fusión con nuestro Señor en una llama de puro amor.

EN EL MARTIRIO DE SAN CLEMENTE

TRES AGUAS

1. ¡Cuánto agrada al Señor la muerte de sus santos! Que lo oiga el malvado y se irrite, rechine los dientes hasta consumirse. Cayó víctima de su astucia: cayó en su propia fosa y en la red:que escondió. La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, pero ved qué gloriosa es la muerte de los santos. 
 Escucha, enemigo de la vida, fíjate bien, autor de la muerte: ¿qué consigue ya tu engaño? ¿A quién perjudicas ya con tu sagacidad? Retuércete y mira cómo hasta esto coopera al bien de los santos. El santo mártir a quien hoy celebramos triunfó de ti soportando la muerte corporal que es obra tuya. Hizo de la necesidad virtud y convirtió la pena del pecado en mérito de gloria. Fue fiel en lo poco y mereció que se le confiaran grandes cosas. Poco o nada era lo que había recibido aquella alma santa comparado con la gloria que mereció con este martirio. Todos los placeres de este mundo, su gloria y cuanto pueda apetecerse es una pequeñez junto a aquella felicidad, gloria y beatitud. Más que poco, yo prefiero decir que es nada: una niebla que se desvanece.
 Clemente era de noble alcurnia, tenía grandes posesiones, pingües herencias y una ciencia tan vasta que era considerado como el mejor filósofo de su tiempo. Todo esto se lo debía al Señor, porque de él procede todo. Por eso le demostró una gran fidelidad cuando lo despreció todo por su amor, y lo consideró inútil y como estiércol comparado con Cristo.
2. Es posible que el enemigo murmure y diga: Uno da una piel por otra piel; por la vida todo lo que tiene. Mas yo le respondo: ¿crees que hizo mal uso de la vida corporal, que recibió de Dios, porque prefirió perderla por él? Haz lo que quieras con él: acométele por medio de tus satélites y ponle en el trance de renegar de Dios o de morir. Elige los tormentos más crueles y diversos. Pero ten en cuenta que con ello preparas una corona a nuestro mártir. Si despreció las galas y favores de esta vida, también la desprecia a ella misma. Te ofrece todo su cuerpo a la muerte y apuesto a que te maldecirá en tu cara, y blasfemará de tus ídolos con con su santa lengua. Ensalza con toda libertad al Señor su Dios en medio de los tormentos, y lo confesará intrépidamente. Será coronado porque luchó legítimamente, venció por la fidelidad, y ni los halagos de la vida ni el horror de la muerte le apartaron del amor de Cristo.
 Ala santa, respóndenos: cuando entregabas tu cuerpo a los tormentos, ¿lo amabas o no? "Claro que lo amaba"; nos contesta: "Nadie ha odiado nunca su propio cuerpo. Claro que lo amaba; pero lo amaba poco, como a una esclava. Amaba mucho más a Dios mi Señor. Y como obras son amores, me abracé gustoso a la muerte corporal para glorificarme a él". 
3. ¿Qué podemos decir a esto, hermanos? Felicitamos al mártir, pero su gloria nos confunde a nosotros. El bienaventurado Clemente era un hombre débil como nosotros, rodeado de flaqueza y compenetrado con su cuerpo por el afecto natural. Si él glorificó a Cristo con su cuerpo y tomó el cáliz de la salvación, ¿cómo pagaremos nosotros al Señor todo el bien que nos ha hecho? Nos honró con su misma imagen, nos redimió con su misma sangre y nos destinó a una herencia que no decae, ni se mancha, ni se marchita; es eterna y está reservada en el cielo.
 ¿No seremos capaces de beber el cáliz de Cristo como el bienaventurado Clemente? Tal vez algunos me respondan: "Claro que seríamos capaces si llegase la ocasión; pero ahora no hay persecuciones. Me cuesta mucho creer a éstos. Decidme: si no podéis soportar la punzada de una aguja, ¿os creéis capaces de resistir el golpe de la espada? Demostradme en las pequeñas dificultades qué valor tenéis para los grandes combates. Ahora no se os dice: "Ofreced sacrificios a los ídolos y viviréis; en caso contrario moriréis con terribles tormentos". El Señor conoce nuestra masa y no nos ofrece una pelea tan difícil. En cambio, a San Clemente le dio la victoria en la dura batalla, para que supiera que la sabiduría es más fuerte que nada. 
4. ¿Y cuál es vuestro combate, hermanos? Cada día escucháis en vuestro interior: "Quebranta las reglas de tu Orden, murmura, quéjate, rinde menos, finge que estás enfermo, contesta al que te habló ásperamente y satisface tus deseos". A ninguno se os dice: "si no haces esto, morirás". Más bien que resistas con tu espíritu, aunque te cueste y sea difícil. ¿Pero quién podrá soportar tanto? Esto es lo que solemos responder a las personas que nos animan externamente, o al Espíritu Santo que nos alienta internamente. Si vacilamos en estas pequeñas escaramuzas, si apenas resistimos y a veces nos rendimos, ¿qué haríamos en esas batallas tan terribles? Si nuestra flaqueza no resiste ante unos pobres juncos, ¿cómo va a aguantar los dardos?
 Convenceos de la nada que somos. Nos parecemos a las mujeres y niños: aplaudimos a los que luchan, pero somos incapaces de luchar. ¿Qué debemos hacer? Hemos sido invitados a la boda del Cordero, y no podemos presentarnos ante él con las manos vacías. Fijémonos, pues, con gran atención en lo que se nos pone y preparemos nosotros algo semejante. El bienaventurado Clemente vio que el Señor le había servido vino y él con sus riquezas llevó a la boda el vino de su propia sangre derramada.
 Pero nosotros, Señor, somos pobres y no tenemos vino. He aquí su respuesta: Llenad las tinajas de agua. ¿Es posible que perciba el agua si la llevamos? Sí, la recibirá. Porque como dice el Sabio, el que inspecciona todo lo que se presenta, es decir, el que vino no sólo con agua, sino con agua y sangre, verá que también a nosotros nos sirvió agua junto con el vino. Un testimonio presencial, dice, en efecto, que del costado abierto del Señor, dormido en la cruz, salió sangre y agua. 
5. Hermanos, si queremos ser fieles a nuestro Dios, ya que no tenemos ocasión de sufrir el martirio de la sangre-martirio es sinónimo de testimonio-busquemos el testimonio del agua, porque Dios no lo rechaza. Nos lo ha dicho él mismo: Los que dan testimonio son tres: el Espíritu, el agua y la sangre.Dichosos los que tienen este triple testimonio, porque el cordel de tres cabos es muy difícil de romper. Si carecemos del testimonio de la sangre, tengamos el Espíritu y el agua, ya que, sin el Espíritu, la sangre y el agua carecen de valor.
 Más aún, basta el testimonio del Espíritu, aunque falten el del agua y el de la sangre, porque es el Espíritu de la verdad. el agua y la sangre no sirven de nada: el Espíritu testifica en ellos. Con todo eso, creo que el Espíritu nunca o casi nunca se halla sin el agua o la sangre. Por eso, hermanos, busquemos el agua los que carecemos de la sangre. Y como antes mencionamos las tinajas, intentemos comprender qué significan esos dos o tres cántaros que cada una contenía. Porque Cristo nos ofrece tres cantidades de agua, y nuestra perfección consiste en imitarle a él, es decir, en poseer lo mismo que él: poder tener tres cántaros. Pero observemos el detalle de: dos o tres cántaros. Dos son siempre necesarios, y el tercero es facultativo.
6. Recibe, pues, las tres partes de agua que te ofrece el Salvador. La primera es cuando llora por Lázaro y por Jerusalen. La segunda es el sudor que brota de sus ojos y de todo su cuerpo momentos antes de su pasión. Es un agua roja y sanguinolenta, como dice la Escritura: Le chorreaba hasta el suelo un sudor parecido a goterones de sangre. La tercera es la que brotó de su costado junto con la sangre.
 Tienes la primera si riegas con tus propias lágrimas el lecho de tu conciencia y limpias las manchas de tus pecados pasados con el dolor de la compunción. Posees la segunda si te ganas el pan con el sudor de tu rostro, castigas tu cuerpo con la penitencia y refrenas el fuego de la concupiscencia. Tiene un color sanguinolento, sea por el trabajo o porque extingue el fuego de la concupiscencia. 
 Si puedes avanzar aún más y llegar a la gracia de la devoción, beberás el agua de la sabiduría que salva, y el Espíritu de Cristo que es más dulce que la miel, se convertirá dentro de ti en un manantial inagotable de vida. Y ten en cuenta que esta agua brota del costado del que está dormido y fluye mansamente. Es decir, hay que estar ya muerto al mundo para saborear esta gracia. Resumiendo: la primera agua limpia todos los pecados del alma. La segunda sofoca la concupiscencia y evita nuevas caídas, y la tercera recrea el alma sedienta que merece recibirla.
RESUMEN Y COMENTARIO
Llegar al martirio, vertiendo la propia sangre, dolorosamente derramada, es labor difícil y heroica, reservada para santos como San Clemente. Hay tres elementos que dan testimonio de Cristo: el Espíritu, el agua y la sangre. El Espíritu es imprescindible y debe unirse siempre al agua o a la sangre. Siempre deben existir dos elementos.
A su vez hay tres tipos de agua, pues Cristo nos la ofrece de diferentes cualidades:
1. La primera es cuando llora por Lázaro y Jerusalén. La tenemos cuando regamos con lágrimas nuestra conciencia y sentimos compunción.
2. La segunda es el agua sanguinolenta vertida momentos antes de la pasión. Se obtiene con la penitencia y el control de la concupiscencia.
3. La tercera es la que brotó del costado junto con la sangre. Es el agua de la sabiduría y hay que estar ya muerto al mundo para saborear esta gracia. Es más dulce que la miel y se convierte en manantial inagotable de vida.BIBLIOGRAFÍA:




-Sermones de San Bernardo, Abad de Claraval, de todo el año, de tiempo y de Santos traducidos al castellano por un monge cistercience, el P. Fr. Adriano de Huerta, Hijo del Monasterio de Osera y Confesor de Santa María la Real de Vileña. Editado en Burgos. Año de 1792.
-Obras Completas de San Bernardo. Edición Bilingüe. Edición preparada por los monjes cisterciences de España. Mariano Ballano. Segunda edición. Octubre del 2006.




LA FESTIVIDAD DE SAN CLEMENTE ES EL 23 DE NOVIEMBRE

EN LA FIESTA DEL OBISPO SAN MARTÍN


                                      
                                          SAN MARTÍN

Los ejemplos de obediencia

1. Creo que tanto la comunidad como estas ilustres personas que nos regocijan al venir de tan lejos, esperan de mí un sermón. Yo preferiría escucharles; pero si eligen y exigen que se les hable, en vez de escucharles debo obedecerles..El mejor sermón que nos ofrecen es su extraordinaria mansedumbre. Aunque son más santos por sus méritos, superiores en dignidad e inmensamente ricos en sabiduría, se dignan visitarnos y escucharnos. Esta sí que es una ciencia provechosa y una doctrina digna de plena confianza. Nos exhortan a imitarles a ellos, como ellos imitan a Cristo, y a que aprendamos como ellos a ser mansos y humildes de corazón. Pero no predican con la lengua y con palabras, sino con obras y de verdad. 
 Lo mismo hizo María al visitar a Isabel: la Virgen asistió a la casada, la señora a la esclava, la Madre del juez a la del Precursor, la Madre de Dios a la de un modesto criado. E idéntica fue la actitud de Jesús al acercarse a Juan para recibir el bautismo, porque debía cumplir el plan divino. También vosotros, reverendos Padres, habéis escogido lo mejor, y en vez de hablar preferís escuchar, incluso a los que necesitan vuestra doctrina. Por mi parte, aunque no cumpliré perfectamente mi misión, intentaré hacer lo que pueda, convencido de que los inferiores deben obedecer a los superiores.
2. ¿Y de qué vamos a tratar? Recordad aquella frase: El que es de la tierra hablará de la tierra. Hablemos, pues, de la tierra, porque de ella subsistimos y en ella vivimos. Oídme, hijos de la tierra y habitantes del orbe: os hablamos a vosotros y de vosotros. En la tierra nacemos, moramos y morimos, volviendo a la misma de la que fuimos plasmados. Aquí la entrada es estrecha, la estancia breve y la muerte infalible. Todo hijo de Adán debe asumir el juicio que mereció. Tanto se hinchó y propagó que invadió toda la tierra Quieran o no quieran y por más que se obstinen, sobre todos pesa la terrible condena: Eres polvo y al polvo volverás. La sentencia es terrible, pero está suavizada por una inmensa misericordia. Sumamente dura, pero si atiendes a lo que merecíamos todavía está llena de clemencia, porque se nos podía haber dicho al pecar: "eras tierra, y en adelante estarás debajo de la tierra". Incluso en este momento obraría con toda justicia el Señor justo y digno de toda alabanza.
 Él merecería toda alabanza, pero yo no sería capaz de alabarle. Si yo pudiera diría entonces: Señor, tú eres justo y tu juicio es rectísimo. Pero el abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba. Somos nosotros los vivos quienes bendecimos al Señor.Apiadado de tu criatura y recordando tu gloria, no permitiste que cuando yo descendía de Jerusalén me bajara  hasta Jericó. Medio muerto, postrado en el camino, a duras penas puedo alabarte Si recobro toda la vida te alabaré con todo mi ser, ytodos mis miembros proclamarán: Señor, ¿quién como tú? En el momento de la ira te acordaste de la compasión, y en lugar de condenar al hombre a la destrucción lo humillaste con la aflicción. ¿De qué te quejas, hombre? ¿Te parece demasiado dura la sentencia? Estás amasado de tierra y destinado a la tierra: ella misma es tu materia y tu patria.
3. Tal vez me digas que preferirías oír: "eres espíritu e irás al espíritu". Porque si me fijo en mi alma también soy espíritu, e indudablemente ésta es la parte más noble de mi ser. El Apóstol me dice que el Señor es Espíritu; y lo confirma también Jesús: Dios es espíritu. Y no sólo espíritu, sino Padre de los espíritus. ¿Me va a retener la madre de mi carne porque una parte mía es la carne, y no me va a recibir el Padre carne de los espíritus, si también participo del espíritu? Sí, es cierto. Pero aquí no influye la naturaleza, sino la culpa. Así como los espíritus rebeldes están detenidos en ese espacio aéreo que hay entre el cielo y la tierra, y por eso se les llama poderes aéreos, también nuestros pecados nos separan de Dios y son un muro de división entre el Creador y Padre de los espíritus y la criatura espiritual. 
 El cuerpo arrastró al alma a su región, y aquí domina y oprime a la que es peregrina. Tiene sobre sí una capa de plomo: la maldad que está sentada sobre ella. El cuerpo corruptible es lastre del alma. Es corruptible, y como dice el Apóstol, está muerto por el pecado. En cierto sentido el hombre es cielo, porque es semejante a los espíritus celestes en la sustancia y en la forma: su sustancia es espiritual y su forma es racional. Pero estas propiedades son incapaces de levantarle y que oiga: "Eres cielo e irás al cielo".
 Es inútil que se glorie de la libertad de arbitrio que posee su espíritu: es un cautivo de la ley del pecado que reside en su carne. Podíamos pensar que una cuerda de dos cabos puede ser más fuerte que otra de otros dos. Es decir: que si el hombre es reclamado por la tierra por el doble derecho de ser su patria y su materia, el cielo lo debería también recibir como celestial por su doble título de ser semejante a él en la sustancia y en la forma. Resulta, empero, que el cordel que tira hacia abajo tiene ahora tres cabos, porque se le ha unido el pecado; y es imposible romperlo, a no ser que al otro cordel se le una la gracia. 
 Con ella no tenemos la menor duda que se romperá fácilmente esa maroma de iniquidad que nos arrastra o que arrastramos nosotros. Porque se coloca entre Dios y nosotros, no para separarnos, sino para repararnos y unirnos a él.
4. Por eso corro al monte de la gracia y a las colinas de la misericordia, a Cristo que posee todos los tesoros. Iré al que está lleno de gracia y de verdad, para recibir algo de su plenitud, o más bien para ser admitido en esa plenitud y alcanzar con los demás miembros la edad adulta de Cristo. Porque el único que ha subido al cielo es el que había bajado antes del cielo. El es el mediador fiel y compasivo, que en lugar de separar unió los dos pueblos y derribó la barrera divisoria, perdonando todos nuestros delitos, cancelando el recibo que nos pasaban los preceptos de la ley. Éste nos era contrario, pero Dios lo quitó de en medio clavándolo en la cruz. Destituyó a las soberanías y autoridades y las ofreció en espectáculo público, después de triunfar de ellas y de reconciliar con su sangre lo terrestre y lo celeste.
 Y como había decidido realizar la salvación en medio de la tierra, por eso no puso inmediatamente al hombre debajo de la tierra, como merecía por su pecado, sino en la tierra. Esto nos confiere un rayo de aliento y esperanza: estamos todavía en la tierra y podemos mirar al cielo, y recibir regalos magníficos y dones incomparables del que es Padre de los astros, de los espíritus y de toda misericordia. Por eso hizo al hombre recto, incluso en su cuerpo, y le dio una boca sublime; los otros animales miran a la tierra, él, en cambio, levanta su semblante al firmamento y suspira por aquel lugar donde contempla la morada dichosa y eterna.
5. Si lo miramos con fe y devoción, ¿no estimula ardientemente nuestro amor? ¿No provoca en nosotros una hoguera de deseos la visión de esa región tan refulgente? Las estrellas del cielo no tienen comparación con los terrones de la tierra. Hay una distancia abismal del resplandor del sol a la opacidad del suelo. Es cierto que también aquí vemos algunas cosas relativamente hermosas, pero siempre están mezcladas con otras que carecen de belleza. Son un grano de oro entre el barro, unas perlas en el estiércol, un lirio entre espinas. 
 Más tú, patria mía, eres completamente hermosa y no tienes el mínimo defecto. Completamente hermosa, y prescindiendo de lo que se oculta en su interior. ¿Qué es eso? Los espíritus angélicos, radiantes de felicidad; y las almas de los santos, que ya han merecido entrar en el tabernáculo sagrado de la casa de Dios. Así como hay cuerpos celestes y terrestres, y la gloria de los unos es inmensamente superior a la de los otros, también los espíritus celestes son mucho más perfectos que los espíritus terrestres. Los llamamos: ángeles, arcángeles, virtudes, principados, potestades, dominaciones, tronos, querubines y serafines.
 Pero eso es todo loque sabemos de ellos. ¿Puede acaso una criatura amasada de tierra comprender algo más del mundo celeste, o el hombre carnal de lo espiritual y divino? Reconozco que ignoro lo que se oculta en todos estos nombres, pero estoy cierto de que tras estas palabras tan solemnes late y se insinúa algo muy grande y sublime. Por algo lo llamamos el cielo. Hay en él algo de insuperable. No lo vemos, pero la fe logra atisbarlo. Así como podemos contemplar desde la tierra la belleza del cielo, sin alcanzarla, también se nos permite barruntar su gloria íntima e inefable, aunque no la comprendamos. Vemos la patria y la saludamos de lejos; no saboreamos sus delicias, pero sentimos su fragancia.
6. Por eso el Hijo Unigénito, el que vive en el seno del Padre, mientras vivimos en esta región envuelta en sombras de muerte, nos hace conocer por la fe la gloria de los espíritus celestiales, y nos permite ver directamente los cuerpos. Así lo dice el texto sagrado: "Escucha, hija, mira. ¿Para qué? Presta oído, olvida tu pueblo y la casa paterna". Quiere que depongamos la contumacia, aprendamos la obediencia y nos abracemos a la disciplina. Intenta que olvidemos todo lo anterior, despreciemos lo que no vale nada, dejemos a un lado las costumbres y vicios terrenos, gustemos lo celestial, busquemos lo de arriba y anhelemos lo del más allá.
 Quiere que esta noble criatura ansíe la belleza infinita de su casa "y se vaya transformando en su imagen con resplandor creciente por influjo del Espíritu del Señor. Hasta que el rey se enamore de su belleza espiritual. Pero me preguntarás: ¿cómo sé yo que aquel mirar y oír significa que debo escuchar y obedecer? Admitamos al menos que aviva nuestro deseo.
7. Considera con qué fidelidad acata esta ingente multitud de seres celestes las leyes divinas, sin traspasar jamás en sus continuos movimientos los límites de tiempo o de lugar que tienen asignados. Recuerda que esos espíritus tan sublimes están todos en servicio constante, enviados a un ministerio humildísimo, por no decir indigno de ellos. Y creo que nunca leerás en la Escritura que alguno se atreviera a contradecir al que le enviaba, o se enojara lo más mínimo contra aquellos seres inferiores a quienes se les enviaba. Si lo examinas atentamente, son unos ejemplos de obediencia tanto más apreciables cuanto mayor es su dignidad.
 Mas ya estoy escuchando el murmullo del instinto humano y sus tendencias hacia el mal: "¿Porqué me propones como modelo la obediencia de los espíritus celestes? Carecen de sentido y su inteligencia no necesita deliberar. En vez de actuar se sientes movidos. No ensalces tanto la obediencia de los ángeles. Es cierto que son sensibles, pero sólo hacia las cosas deleitables, y obedecen al Creador con una voluntad sumamente alegre y espontánea. ¿Cómo no van a obedecer? "Ven continuamente al Padre", lo cual es la felicidad consumada, la gloria eterna y el placer incomparable".
8. Suscita, Señor, entre nosotros, patriarcas y profetas, hombres sumisos a tus preceptos, obedientes con toda su voluntad, e incluso en contra de su voluntad. Mirad, aquí los tenemos. Fijaos en Abrahan, por no citar a otros, por mandato del Señor sale de su casa, despide a la esclava y a su hijo, y está dispuesto a sacrificar a su querido hijo Isaac. ¿Cómo reacciona ante esto la astucia humana? Tal vez responda que Dios se le manifestó de otras muchas y muy diversas maneras: como huesped, como invitado a la mesa, charlando con él, aconsejándole, dándole hijos, concediéndole victorias y colmándole de riquezas.
 ¿Y qué me dices cuando se presenta Cristo hecho obediente al padre hasta la muerte y una muerte de cruz? Mucho -me respondes- bajo todos los aspectos. ¿Seré yo capaz de imitar AL HIJO ÚNICO DEL PADRE, a Cristo fuerza y sabiduría de Dios? Se ofreció porque quiso, sufrió cuando quiso y lo que quiso, como quien era verdadero hombre y verdadero Dios. No me alegues tampoco la obediencia de los apóstoles que, según la promesa del Profeta, vieron con sus propios ojos al Maestro y escucharon personalmente sus palabras. Lo confiesa expresamente uno de ellos: Oímos al Verbo de la vida, lo vieron nuestros ojos, lo contemplamos y palpamos con nuestras manos. ¿Cómo no iban a dejar todas sus cosas? ¿Cómo no iban a seguirle a ciegas ante experiencia tan sublime? También yo lo haría si hubiera tenido esa misma suerte. Pero esto no lo ha hecho con ningún otro pueblo, ni antes ni después. Muchos reyes quisieron verle y no lo vieron; y nosotros deseamos ver un solo día del Hijo del hombre y no lo alcanzamos.
9. Presentemos ahora publicamente a Martín, para que nos argulla de nuestro pecado. Es un hombre idéntico a nosotros, sensible y pasible como nosotros. No fue contemporáneo de las visiones de los patriarcas y profetas. Era simplemente un hombre, y no poseía la naturaleza divina. Pero creyó en aquel a quien no veía, y fue muy fecundo en frutos de obediencia y de todas las virtudes: dejó el suelo y subió al cielo; confió a la tierra lo que de ella había recibido y orientó su espíritu al Padre de los espíritus, al que sirvió fielmente como hijo adoptivo. No era un cuerpo celeste, ni un espíritu celeste;  era un animal racional y, además, mortal, hijo de la tierra y de otros hombres. En la tierra nació, en la tierra se educó, en la tierra actuó y se acrisoló, y en la tierra consumó su vida. Tampoco era patriarca ni profeta, de quienes dice el Evangelio que la Ley y los Profetas llegaron hasta Juan. Y mucho menos aún era Cristo, aunque, indudablemente, Cristo estaba en él por la fe.
10. Así pues, también ahora el Verbo está a tu alcance, en tus labios y en tu corazón, ni lo buscas con sinceridad de corazón. Este Verbo,  según el Apóstol y Moisés, es el Verbo de la fe. Por eso dice en otro momento el Apóstol: Jesucristo es el mismo hoy que ayer y por la eternidad. Su ayer abarca desde el comienzo del mundo hasta su ascensión; su hoy va desde la ascención hasta el fin del mundo, y su eternidad se refiere a después de la resurrección universal. Cristo no está ausente de nadie, Jesús está presente en todo; su gracia y su salvación llega a todos. Se manifestó a los patriarcas y profetas en visiones, a los apóstoles por su humanidad, a Martín por la fe y a los ángeles cara a cara. También ha prometido que verán su rostro todos los escogidos, pero no ahora sino en la eternidad. Los apóstoles están convencidos de que ya ha pasado el ayer y ha llegado nuestro hoy; por eso exclaman: Antes valorábamos a Cristo por las apariencias, ahora ya no. Con todo, parece que también ahora han quedado restos de la carne del Cordero para esta mañana nuestra. Intentemos quemarla, es decir, aceptemos esa carne, no con criterios humanos, sino espirituales.
11. No nos quejemos tampoco de que no se hayan concedido a nuestra época aquellas apariciones hechas a los Padres de la antigua Alianza o la presencia humana de que gozaron los Apóstoles. Si prestamos atención vemos que no nos falta una ni otra. Porque también nosotros tenemos la verdadera sustancia de su carne, aunque sea en el sacramento. Y no nos faltan tampoco el espíritu y las fuerzas de las revelaciones. Nuestro tiempo es un tiempo de gracia, y no carecemos de ninguna gracia. En una palabra: Nadie jamás ha visto ni ha oído, ni ha imaginado lo que Dios tiene preparado para los que le aman, pero nos lo ha revelado a nosotros por medio de su Espíritu. Y no te extrañe que se apareciera corporalmente a quienes esperaban su venida temporal. Nosotros esperamos algo más excelente: por eso necesitamos una gracia más eficaz y una revelación más digna.  
12. Como dijimos hace un momento Martín no era Cristo, pero tuvo en sí a Cristo; no gozó como los ángeles de la primacía de su majestad, ni como los Apóstoles de la vista de su humanidad, ni como otros santos a quienes habló en visiones. Tuvo en sí a Cristo como hoy lo tiene la Iglesia: por la fe y los sacramentos. De Juan se dice que no era la luz, sino una lámpara encendida y resplandeciente. Pero no quiero presentároslo como modelo, para que no me digáis: "Es el hombre más extraordinario, es más que profeta, e incluso es un mensajero de Dios Padre, como él mismo lo testifica: "Mira, yo te envío mi mensajero".
 Pues también Martín fue una lámpara encendida y luminosa.Imitémosle en lo que tiene de imitable y no en lo que tiene de admirable. Estás sentado a la mesa de un rico: mira bien lo que te ponen. No confundas los manjares con los platos en que te lo sirven. Toma aquéllos y deja éstos. Martín es muy rico en méritos, en milagros, en virtudes y en prodigios. Repito: Fíjate bien en lo que te ponen. Unas cosas son para que las admires, otras para que las imites. Sigue leyendo el texto sagrado: Como debes estar preparado, presta atención a lo que te presentan y en qué te lo presentan. 
 Martín resucitó tres muertos, el mismo número que leemos del Salvador. Dio vista a los ciegos, oído a los sordos, habla a los mudos, a los cojos les otorga la facultad de andar y a otros enfermos les da la salud. Esquivó los peligros con la fuerza divina, aplacó las llamas con el escudo de su cuerpo, aplastó la inmensa mole de un artefacto sacrílego con una gran columna que descendió del cielo, besó a un leproso y lo sanó, curó con aceite a una paralítica, venció a los demonios, vio a los ángeles y previó sucesos futuros. 
13. Todas estas maravillas y otras semejantes son las suntuosas bandejas de este hombre rico, repujadas de oro, recamadas de pedrería y labradas con un material y gusto insuperables. No intentes comerlas, sino admirarlas. Que nuestra antorcha brille como la suya, para que su luz te lleve a esa otra luz que todavía no eres capaz de contemplar en toda su pureza. Este no es la luz, sino un testigo de la luz; Dios te manifiesta ahora su gloria en su Santo, porque no puedes admirar directamente su gloria. 
 Mas no pienses que las lámparas de Martín están muy decoradas pero vacías. No es una virgen fatua y tiene reservas de aceite. Tiene vino en las garrafas, y sus bandejas están repletas de manjares, de comidas espirituales. Allí los pobres no sólo admiran extasiados, sino que comen hasta saciarse, y alaban al Señor que vivifica su espíritu. Porque los muertos, Señor no pueden alabarte. 
 Más para que esta alabanza admirativa sea armoniosa y alegre, es preciso que le imiten en su vida, y la insaciable curiosidad de contemplarlas aumente el apetito de poseerlas. Debemos, pues, mezclar el ardor y el resplandor de esta antorcha, como dos afectos complementarios: el uno nos hará apreciar más el otro, y la fusión de ambos multiplicará su encanto. Martín fue humilde y pobre de espíritu, como lo demuestran hasta la evidencia los frutos de la gracia divina en él. Porque es indudable que sólo a los muy humildes se da con tal abundancia. 
14. Espigaré unas cuantas muestras de su virtud. San Hilario conoció muy bien su gran pobreza de espíritu, cuando intentó conferirle el diaconado y no consiguió que lo aceptara. Ante la insistencia de ser indigno de ese ministerio le obligó a ser exorcista. Esto hubiera sido una falta de respeto, pero estaba seguro que martín se quedaba muy contento con el orden sagrado más humilde. Era pobre, vestía como un mendigo, no cuidaba su cabello, y su aspecto era poco agradable. Algunas malas personas objetaron todo esto en contra de él al ser elegido para obispo; pero él, como cuenta su historia, nunca cambió de actitud. Para decirlo brevemente, Martín fue tan pobre de espíritu que todos lo llamaban pobre y menudo. 
 Escuchemos lo que dice Sulpicio de su mansedumbre: "Mostraba tanta paciencia ante las injurias que, siendo sumo sacerdote, nunca castigó las ofensas que recibía de algunos pobres clérigos. Jamás los cambió de lugar por este motivo, ni les negó su amor. Todos recordáis muy bien su conducta con un tal Bricio; lo eligió para sucederle, le advirtió cuánto iba a sufrir ylo consagró por su fidelidad y mansedumbre. Y todo esto a pesar de que había oído la respuesta que Briscio había dado a un hombre que preguntaba por el santo: ¿Buscas a ese soñador? Míralo allá lejos; es un delirante que siempre está mirando al cielo.
 Este hombre de Dios, como despreciaba la tierra, clavaba sin cesar sus ojos en el cielo Comprendía, como dije antes, que para eso tenía un cuerpo recto y vertical. Estaba convencido que allí estaba su tesoro, que allí estaba Cristo sentado a la derecha del Padre, y que solamente allí alcanzaría lo que deseaba. No le preocupaba que le tuvieran por loco: su vivir era ya celestial, y sus ojos estaban unidos a su Cabeza. ¡Cuántas veces fluían de ellos lágrimas abundantes sobre sus mejillas, nacidas de su ardiente deseo de llorar los pecados de quienes le calumniaban!
15. Su inmensa sed de justicia brilla en todos sus actos, sobre todo en su afán por combatir la idolatría, destruir los templos, derribar los ídolos y arrasar los bosques sagrados. En alguna ocasión llegó hasta arriesgar su propia vida para arrancar la raíz de tales delitos. De su misericordia con los pobres, el mismo Salvador se sentía orgulloso ante los ángeles, enseñando la media capa que él le había dado.
¡Ojalá se digne ser con nosotros, miserables, tan compasivo ante el juez supremo, con quien vive en su santo tabernáculo, como lo fue con aquellos condenados a muerte y sentenciados a diversos tormentos, para quienes consiguió la libertad postrándose durante media noche a las puertas del juez terreno!¿No va a escucharle ahora el que entonces hizo el prodigio de que fuera escuchado?
 Tenemos otra señal de su pureza de corazón en la valentía con que rechazó las asechanzas del enemigo: "infame, nada de lo mío te pertenece; es el seno de Abrahán quien me acoge". Tuvo la dicha de consumir sus últimas energías en una obra de pacificación. Consciente del fin de su vida, visitó a unos clérigos enemistados: hizo que recuperaran la paz.
16. Sería interminable enumerar las persecuciones que sufrió por la justicia. Un día se presenta intrépido ante Juliano Augusto, en la ciudad de Vormes, y es tan constante ante el tormento que le infieren que lo llevan a la cárcel para enfrentarlo al día siguiente, totalmente desarmado, contra los salvajes. Otro día, cerca de los Alpes, se mantuvo completamente tranquilo mientras un ladrón le amenazaba con un hacha. Una vez le persiguió atrozmente en Milán el arriano Auxencio y colmándole de injurias, lo expulsó de la ciudad. En cierta ocasión, al impugnar valientemente la perfidia de los sacerdotes, fue torturado, azotado en público y obligado a marcharse de allí. Recordemos asimismo que mientras destruía un templo de ídolos, un pagano le acometió con una espada, y él le presentó su desnuda cerviz, pero al levantar aquél su mano para asestar el golpe, cayó muerto hacia atrás. O aquel otro que intentó herirle con un cuchillo, y de repente se le cayó el hierro de sus manos y desapareció.
 He aquí otros tantos motivos por los que merece ser cononado el que no derramó nunca su sangre, pero fue mártir tantas veces por los sentimientos de su rendida voluntad. Amigos míos, comed; bebed y embriagaos, carísimos. Esto es vivir, y esta es la vida de vuestro espíritu. El Evangelio no proclama dichosos a los que resucitan muertos, dan vista a los ciegos, sanan enfermos, limpian leprosos, curan paralíticos, arrojan demonios, predicen el futuro o brillan por sus milagros. Todo lo contrario: se lo aplica a los pobres de espíritu, a los mansos, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los pacíficos y a los que son perseguidos por causa de la justicia.
17. Perdonadme, hermanos No he mencionado su ejemplo de obediencia, y era el único tema que habíamos convenido resaltar en Martín. Es verdad que me he alegrado ya bastante, pero creo que nos vendrá bien detenernos un momento, porque nos hemos demorado mucho sin hablar de Martín.
 He aquí sus palabras: "Señor, si todavía soy necesario a tu pueblo, no rehúyo el trabajo: ¡hágase tu voluntad! ¡Qué alma tan santa! ¡Qué amor tan extraordinario! ¡Qué obediencia tan sin par! Has competido en noble lucha, has corrido hasta la meta, te has mantenido fiel. Sólo te falta recibir la merecida corona con la que te va a premiar hoy mismo el juez justo. Y, sin embargo, dices: "No rehuyo el trabajo. ¡Hágase tu voluntad!
 Ofreces a Isaac. En cuanto a ti depende degüellas a tu único hijo tan amado. Inmolas con toda devoción tu gozo incomparable, y estás dispuesto a arrostrar nuevos peligros, renovar combates, sufrir penalidades, aguantar desgracias, prolongar la prueba Y, sobre todo, aplazar esa felicidad infinita y la añorada compañía de los espíritus bienaventurados, volver de las mismas puertas del cielo a las calamidades de esta vida mortal y, lo que es totalmente inconcebible, seguir alejado de tu Cristo, si él así lo quiere.
 No hay duda que tiene mayor mérito el que está pronto a cualquier cosa antes de que se lo manden que quien intenta cumplir lo que le mandan. Vuestra obediencia, ángeles santos, es extraordinaria. Pero si me lo permitís, creo que ninguno de vosotros aceptaría una misión que le impidiera ver el rostro del Padre. También es imponderable, Pedro, tu gesto de dejarlo todo para seguir al Señor. Pero cuando le viste transfigurado en el monte, te oí decir: Señor, qué bien estamos aquí: hagamos tres tiendas. Es muy distinto de esto otro: "Si todavía soy necesario a tu pueblo, no rehúyo el trabajo". Tu corazón, Martín, está plenamente dispuesto a prolongar esta vida mortal o a morir y estar con Cristo.
18. Nada hay más envidiable que una muerte apacible. Y desear ver a Cristo con un anhelo tan vivo y ardiente, es signo de una gran perfección. Pero su actitud es mucho más perfecta: no temes morir y te abrasa el anhelo de estar con Cristo y sin embargo, tampoco rehúsas seguir viviendo y soportar una espera llena de fatigas. ¿Sería incapaz de aceptar cualquier otro mandato quien en una circunstancia como ésta sólo supo responder: "Hágase tu voluntad"?
 Hermanos, sea ésta nuestra participación en el banquete de hoy. Consideremos con la máxima atención la obediencia que se nos presenta en la mesa de este pobre, por no decir de este rico. Y sepamos que eso mismo se nos exige a nosotros y eso debemos preparar. Hasta el punto de poder decir: Estoy dispuesto y no tengo miedo a cumplir lo que me pidas. Y no sólo una vez o parcialmente, sino: Mi corazón está a punto. Decidido a todo y sin poner límites a tu voluntad. Tal vez deseo esto, por encima de todo y con toda mi alma. Pero tampoco rehúyo lo otro: Hágase siempre la voluntad de Dios. Ansío el descanso, pero no rehúyo el trabajo: ¡Cúmplase tu voluntad!
  
RESUMEN Y COMENTARIO
El hombre es carne y espíritu. La carne está sujeta por dos cabos que son su patria y su materia. Está sujeta al espíritu por otros dos cabos que son la sustancia y la forma. Los dos cabos que sujetan la materia son, en principio, más fuertes porque se les añade el pecado Sin embargo, el espíritu es superior cuando se añade la gracia. Gracias a la Gracia, la iniquidad se convierte en reparación y unión entre Dios y nosotros. Cristo destituyó a las falsas autoridades y reconcilió lo terrestre y lo celeste. Nos dió una esperanza, colocándonos en la tierra y no debajo de la tierra. Podemos vislumbrar lo celeste y sabemos que es mucho más perfecto y maravilloso que lo que nos rodea cada día, que también está dotado de gran hermosura. Cristo quiere que lo busquemos, olvidando las cosas terrenas que no valen nada. Esa búsqueda ¿indica también obediencia? Todos los seres celestes lo obedecen, aunque eso no es un mérito tan extraordinario, pues "ven continuamente al Padre". Lo obedecieron Abraham, los Apóstoles y otros muchos. Otros quisieron verle pero no lo consiguieron aunque fueran reyes dotados de inmenso poder. El mismo Cristo obedeció a su padre hasta llegar a un sufrimiento máximo. Martín no tuvo ningún privilegio. No fue ni siquiera contemporáneo de Cristo ni tampoco un profeta o un patriarca, pero actuó guiado por la fe. Sin embargo existió y existirá siempre, aunque sea con leves diferencias en la evolución del género humano. No podemos, ni debemos quejarnos, de que no se aparezca entre nosotros. Está presente espiritualmente, lo esta en los sacramentos y esperamos algo más que su estancia temporal entre nosotros. Su venida definitiva. Existe un cierto paralelismo entre San Martín y San Juan Bautista. Ambos son como lámparas encendidas y luminosas. San Martín realizó prodigios. Sin embargo, debemos diferenciar en él lo que es admirable de lo que es imitable. Dicho de otra forma: los manjares que se presentan en la mesa del rico, con las más variadas formas, de lo que podemos usar como alimento. San Martín cuidaba poco, o nada, su aspecto físico. No se consideró digno de ser diácono, por lo que se le ofreció el puesto de exorcista, que era de menor entidad.Toleraba con mansedumbre, y sin represalia alguna, las murmuraciones que algunos hacían sobre su aspecto, considerando que vivía como un loco. Combatió la idolatría, fue misericordioso con los pobres, obtuvo indulgencia para los condenados por la justicia terrenal y murió luchando por una obra de pacificación, recuperando la paz entre unos clérigos enemistados. Volviendo al símil de la comida, el Evangelio no proclama dichosos a los que hacen grandes milagros, sino a los pobres de espíritu que buscan y sufren por su sed de justicia. No debemos olvidar que San Martín es un ejemplo de obediencia, dispuesto a prolongar su vida terrena si ello tiene alguna utilidad, pero deseoso de unirse a Cristo. Nada hay como poder morir apaciblemente y con tranquilidad de conciencia, pero aún eso debemos postergarlo si nuestros servicios son necesarios para el bien de la humanidad en Cristo y por su mismo mandato y naturaleza.


  BIBLIOGRAFÍA:
-Sermones de San Bernardo, Abad de Claraval, de todo el año, de tiempo y de Santos traducidos al castellano por un monge cistercience, el P. Fr. Adriano de Huerta, Hijo del Monasterio de Osera y Confesor de Santa María la Real de Vileña. Editado en Burgos. Año de 1792.
-Obras Completas de San Bernardo. Edición Bilingüe. Edición preparada por los monjes cisterciences de España. Mariano Ballano. Segunda edición. Octubre del 2006.
Nota primera: Según la leyenda, cuando San Martín contaba 21 años, en un día de invierno, las tropas romanas entraban en Amiéns, ciudad de Francia. Encontró a un mendigo tiritando de frío. Le entregó la mitad de su capa. En la noche siguiente, Cristo se le apareció vestido con la media capa para agradecerle la ayuda prestada.
Nota segunda: Este sermón se refiere a la festividad de San Martín de Tours que tiene lugar el día 11 de Noviembre.

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