LAS PROPIEDADES DE LOS DIENTES
1.El Espíritu Santo, esa fuente de donde mana el río del Cantar de los Cantares, creo que nos ofrece grandes misterios en esos dientes de que allí se habla. Porque son muy distintos de aquellos otros de quienes se dice: Dios les romperá sus dientes en la boca. Ni como el mismo Señor dijo a un santo varón: El terror invade sus dientes. No, estos dientes son más blancos que la leche. Son los de la esposa, de cuya belleza se enamoró el Altísimo, y que está limpia de toda mancha y arruga. Es toda blanca, pero sus dientes son blanquísimos y la ensalza con una comparación nueva y extraña: Tus dientes son un rebaño de ovejas esquiladas.
¿Qué existe de digno, por favor, en esta metáfora para que creamos que ha descendido de los arcanos celestes? Algo muy grande y que debemos aceptarlo con toda la capacidad de nuestro espíritu. Es el Espíritu quien habla, y ni una tilde de sus palabras está vacía de sentido. No hay duda de que en estos dientes se esconde algo, y si lo descubrimos hallaremos el secreto de un conocimiento más sagrado.
2. Los dientes son blancos y fuertes. No tienen carne y carecen de piel. No soportan nada extraño entre ellos. Su dolor es superior a cualquier otro. Están cerrados por los labios para no ser vistos, pues es indecoroso que se vean a no ser en la risa. Mastican el alimento para todo el cuerpo y no perciben ningún sabor. No se gastan facilmente, están muy bien ordenados: unos arriba y otros abajo; se mueven sólo los de abajo y no los de arriba.
Yo creo que estos dientes simbolizan los hombres entregados a la profesión monástica, que eligen un camino más breve y una vida más segura, y dentro del cuerpo blanco de la Iglesia aparecen mucho más blancos. ¿Se puede imaginar algo más límpido que esos hombres que evitan hasta la menor huella de impureza, y lloran los pecados que han cometido de pensamiento y de obra? ¿Y qué más fuerte que aquellos para quienes la tribulación es un consuelo, el desprecio es su orgullo y la pobreza su riqueza? Son unos hombres sin carne, pues viven en la carne, pero olvidados de ella, y se guían por el consejo del Apóstol: Vosotros no estáis sujetos a los bajos instintos, sino al Espíritu. Tampoco tienen piel, porque viven al margen del encanto y tensión de las realidades mundanas, y reposan tranquilos y en paz.
No toleran nada extraño entre ellos, porque se les hace intolerable el menor obstáculo de unos con otros o en la conciencia de cualquiera de ellos. De ahí esa oportuna importunidad con que me molestáis tan frecuentemente, y la mayoría de las veces sin necesidad, y el mucho tiempo que le dedicáis. Su dolor no es comparable a ningún otro, pues la murmuración y disensión dentro de una comunidad es la cosa más horrorosa y detestable. Están cerrados con los labios para que no se vean: también nosotros nos ocultamos tras estos muros materiales y evitamos las miradas y el acceso de la gente del mundo. Y por otra parte es indecoroso enseñarlos, a no ser en el momento de reírse: y no hay nada tan desagradable como un monje metido en palacios y ciudades, excepto cuando le obliga a ello esa virtud que cubre un sinfín de pecados, es decir, la risa de la caridad, que es siempre alegre.
Los dientes mastican el alimento para todo el cuerpo; y estos hombres tienen la misión de orar por todo el cuerpo de la Iglesia, tanto por los vivos como por los muertos. A pesar de ello no perciben ningún sabor, esto es, no se apropian a sí mismos gloria alguna, sino que dicen con el Profeta: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. No se desgastan facilmente, y es que cuanto más ancianos más fervientes son, y a medida que se acercan a la palma más veloces corren.
Están muy bien ordenados. Si aquí no reina el orden, dónde buscarlo? Todo está regulado con número, peso y medida: la comida y bebida, las vigilias y el sueño, el trabajo y el descanso, la actividad y el ocio. Unos están arriba y otros abajo; también entre nosotros hay superiores y súbditos, y los primeros están unidos a los otros que estos últimos están acorde con aquellos. Los de abajo se mueven y jamás los de arriba, porque los súbditos pueden sentir cierta inquietud, mas los superiores deben conservar siempre en calma el espíritu.
Dice que son como un rebaño de ovejas esquiladas. ¡Qué bien está la comparación de los monjes con las ovejas esquiladas! Porque están realmente esquilados al no tener propios ni sus corazones, ni sus cuerpos ni los bienes del mundo. Y estas ovejas están recién salidas del baño. El baño es el bautismo, del que sale quien tiende a la cumbre de una vida más perfecta, y desciende el que se entrega a una vida deshonesta. Cada oveja tiene mellizos, porque engendran con su palabra y su ejemplo. Y entre ella no hay estériles porque nadie es infecundo.
RESUMEN
Compara San Bernardo la vida religiosa a la pulcritud y desnudez de los dientes, que cumplen perfectamente su cometido. Igualmente a las ovejas que no son estériles ni infecundas.
EL ESPÍRITU SANTO ACTÚA EN NOSOTROS DE CUATRO MANERAS
1. Cristo nos ofrece una doble realidad: por una parte, lo que no logramos conocer, como su generación divina, de la cual se dice: ¿Quién puede explicar su nacimiento? Y por otra parte, todo lo que podemos conocer de sus obras divinas. Y lo mismo nos sucede con el Espíritu Santo: nuestros sentidos no perciben cómo procedel del Padre y del Hijo siendo igual y coeterno al Padre y al Hijo. En cambio, nos resulta evidente porque él nos ha enseñado cómo actúa su gracia en nosotros.
Las obras del Espíritu Santo tienen un doble enfoque: unas son para nuestro bien y otras para el del prójimo. Lo que hace para nosotros mismos es, en primer lugar, fomentar la compunción borrando nuestros pecados; en segundo lugar suscita el fervor, ungiendo y sanando las heridas; en tercer lugar nos da capacidad de conocer, y con ese pan nos sustenta y robustece; y en cuarto lugar nos embriaga de vino, aumentando todos estos dones e infundiendo el amor.
Otros carismas, como la sabiduría, la ciencia, el consejo, etcétera, nos los concede para bien del prójimo. Por eso el Apóstol, al hablar de los diversos dones, no dice solamente:Este recibe del Espíritu la sabiduría, y aquel la ciencia; sino que añade: palabras de sabiduría, palabras de ciencia, y así indica que estos dones se conceden para los otros, es decir, para edificar a los demás.
2. En estas obras es preciso evitar dos peligros: compartir con el prójimo lo que se nos da para nosotros, y reservarnos lo que se nos concede para los demás. Pues si nos apropiamos lo que recibimos para bien de los demás, faltamos a la caridad y se nos dice: ¿Para qué valen la sabiduría escondida y el tesoro oculto?Y si damos a conocer a los hombres los dones que recibimos de Dios en vez de agradecérsele a él en lo íntimo del corazón, perdemos la humildad y merecemos aquel reproche: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido?
En ambos casos nos ponemos en peligro: en el primero perdemos la humildad y en el segundo la caridad. ¿Y es preciso salvarse sin humildad y sin caridad?
En consecuencia, el orden adecuado de nuestro progreso es éste: aprovecharnos en primer lugar de esos dones como la compunción y otros semejantes; y la la gracia del Espíritu Santo suscita otros, como la sabiduría o la ciencia, procuremos compartirlos con el prójimo. De esta manera, si nos reservamos lo que nos conviene a nosotros y repartimos generosamente entre todos lo que se nos da para bien del prójimo, alcanzaremos ese don del Espíritu Santo que llamamos descreción de espíritus.
RESUMEN
El Espíritu Santo nos da unos dones para nosotros y otros para los demás.
Para nosotros nos otorga, en primer lugar, fomentar la compunción borrando nuestros pecados; en segundo lugar suscita el fervor, ungiendo y sanando las heridas; en tercer lugar nos da capacidad de conocer, y con ese pan nos sustenta y robustece; y en cuarto lugar nos embriaga de vino, aumentando todos estos dones e infundiendo el amor.
Otros carismas, como la sabiduría, la ciencia, el consejo, etcétera, nos los concede para bien del prójimo.
En estas obras es preciso evitar dos peligros: compartir con el prójimo lo que se nos da para nosotros, y reservarnos lo que se nos concede para los demás. De no ser así faltaremos a la humildad y a la caridad. En cualquier caso procuraremos empezar por utilizar los dones que, generosamente, nos da para nosotros mismos.
SERMÓN A LOS ABADES
Noé, Daniel y Job cruzan el mar de tres modos distintos: en barca, por un puente y a nado.
Todos sabemos que hay tres clases de hombres que alcanzan la libertad cruzando, cada uno de un modo distinto, este mar inmenso, símbolo de esta vida llena de molestias y oleajes. Son Noé, Daniel y Job. El primero lo cruza en una nave, el segundo por un puente y el tercero nadando. Estos tres hombres representan tres estados de vida en la Iglesia: Noé dirigía el arca para no morir durante el diluvio. En él reconozco sin vacilar la misión de los que gobiernan la Iglesia. Daniel es el varón de deseos, entregado a la abstinencia y castidad: el prototipo de los que se consagran exclusivamente a Dios en la penitencia y continencia. Job administra sabiamente las riquezas del mundo en la vida matrimonial, representa al pueblo cristiano que posee honestamente los bienes terrenos.
Trataremos del primero y del segundo, porque tenemos aquí presentes a nuestros venerables hermanos y coabades que pertenecen a la jerarquía, y también se hallan algunos monjes, que viven en la condición de penitentes. Nosotros los abades no podemos olvidar que también pertenecemos a ese estado, a no ser que -Dios no lo permita-por los privilegios de nuestro ministerio olvidemos nuestra profesión.
No me entretengo en el tercero, es decir, los que viven en el matrimonio, porque apenas nos atañe a nosotros. Estos atraviesan el océano a nado, lanzados a una aventura llena de fatigas y peligros; y a una travesía inmensamente grande y desprovista de caminos. Es un viaje muy arduo, como lo vemos por tantos como lloramos por perdidos, y los muy pocos que llegan a la meta. Ciertamente, es muy difícil, sobre todo en estos tiempos invadidos de maldad, sortear las tormentas de los vicios y los abismos del pecado entre el oleaje del mundo.
El estado de los continentes lo cruza por un puente que es, como todos comprendemos, el camino más corto, fácil y seguro. Omito las alabanzas y me limito a indicar los peligros, que es mucho mejor y más provechoso.
Queridos hermanos: habéis tomado un camino muy reco y más seguro que el del matrimonio; pero no está plenamente garantizado. Os asechan tres peligros: compararos con otros, mirar hacia atrás o intentar detenerse y plantarse en medio del puente. Ese puente es tan estrecho que no permite hacer eso. El camino que lleva a la vida es muy angosto. Contra el primer peligro, oremos cada uno de nosotros como el Profeta, para que no nos domine el orgullo, porque ahí fracasan los malhechores. El que echa mano al arado y después mira atrás, resbalará muy pronto y se hundirá en el océano. El que se para, aunque no abandone la Orden, y finja deseos de seguir adelante, acabará siendo derribado y arroyado por los que vienen detrás. El sendero es muy estrecho, y ese tal es un estorbo para los que quieren caminar y avanzar. Discuen continuamente con él, le reprenden, no soportan su flogedad y tibieza; le aguijonean y empujan, por así decirlo, con sus manos; y una de dos: o se decide a caminar o se pierde sin remedio.
Por eso no nos conviene retardar el paso, y mucho menos aún fijarnos en los otros o compararnos con ellos. Corramos humildemente y avancemos sin cesar, no sea que perdamos de vista al que salió como un héroe a recorrer su camino. Si somos sensatos, procuraremos mirarle sin cesar, atraídos por su fragancia, y el camino se nos hará más ligero y agradable.
A pesar de ello los decididos a correr no encuentran demasiado estrecho este puente. Está formado de tres buenos troncos de madera, apoyándose bien en ellos no hay peligro de resbalar. Son a mortificación corporal, la pobreza de bienes de este mundo y la humilde obediencia. Ya sabemos que, es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.Y que los que quieren enriquecerse en esta vida, caen en la tentación y en el lazo del diablo. Además, el que se apartó de Dios por la desobediencia puede volver a Él por el camino recto y seguro de la obediencia. Estas tres cosas deben estar muy ensanbladas. Porque la penitencia corporal vacila envuelta en riquezas y si le falta la obediencia, puede caer fácilmente en la indiscreción. Una pobreza rodeada de placeres y egoismo es pura ilusión. Una obediencia cubierta de riquezas y regalos no es sólida ni merece recompensa.
Pero si las practicas con un sabio equilibrio logragrás evitar los tres peligros de este mar: los bajos apetitos, los ojos insaciables y la arrogancia del dinero. Insiso en que deben practicarse con mucho equilibrio; es decir: la penitencia esté libre del mal humor, la pobreza sin ansias de poseer y la obediencia limpia de propia voluntad. Recordemos aquellos murmuradores que perecieron mordidos por las serpientes; y que los que quieren hacerse ricos -no dice los que son ricos, sino los que pretenden ser-, caen en el lazo del diablo.
Y qué diremos de aquel -Dios no lo permita- que desprecia las riquezas y busca los halagos de la pobreza con la misma pasión o mucho más afán con que los mundanos apetecen las riquezas. ¿Qué diferencia existe en desear una cosa u otra si el afecto está desordenado? Incluso parece más lógico hacer objeto de nuestro deseo aquello que atrae a la mayoría. Por eso, todo el que intenta conseguir directa o indirectamente, que su padre espiritual le mande lo que el quiere, se engaña a sí mismo si presume de ser obediente. En este caso no es él quien obedece al superior, sino el superior a él.
Pero recodemos aquel consejo del Salvador: la medida que uséis la usarán con vosotros. Por eso el que da a manos llenas merece que le devuelvan una medida generosa, colmada, remecida y rebosante. Cierto, para la salvación basta llevar con paciencia las molesias corporales; pero lo ideal es abrazarse gustosamente a ellas con fervor de espíritu. También podemos contentarnos con no buscar lo superfluo e incluso no murmurar cuando nos falta lo necesario; pero es mucho más perfecto alegrarse y hacer todo lo posible para que el prójimo tenga lo necesario, aunque nosotros sintamos la penuria. Y también está permitido, sin poner en peligro la salvación, intentar que el superior te mande lo que tu deseas, con tal que actúes con paciencia y lealtad; pero lo superas con creces si huyes de todo cuanto alaga a la propia voluntad, siempre que ésto lo permita una conciencia recta.
Los prelados son sin duda alguna, los que se internan en naves por el mar, comerciando por las aguas inmensas. No están condicionados por la estrechez del puente ni las fatigas del nadar, sino que pueden bogar en todas direcciones y acudir en ayuda de quien los necesite. Pueden dirigir a los que avanzan por el puente o nadando, orientar a los adelantados, prever y evitar los escollos, espolear a los tibios y animar a los débiles. Tan pronto suben al cielo como bajan al abismo, porque unas veces tratan cosas muy espirituales y otras juzgan acciones horribles e infernales.
¿Y habrá alguna nave capaz de resistir un oleaje tan embravecido y no zozobrar en medio de tantos peligros? Sí, el amor es fuerte como la muerte y la pasión es tan cruel como el abismo. Por eso se nos dice a renglón seguido que las aguas torrenciales no podrán apagar el amor. Los superiores necesitan esta nave, construida con esas tres paredes laterales que tienen todos los barcos, y que en frase de Pablo son el amor que brota de un corazón limpio, de una conciencia honrada y de una fe sentida. La pureza del corazón del prelado consiste en querer servir más que residir. En el desempeño de su cargo no busque su interés ni los honores del mundo, o cosa parecida, sino agradar a Dios y salvar almar.
Además de esta intención pura necesita también una vida intachable; de este modo se convierte en modelo de su grey, porque enseña más con sus obras que con sus palabras, y según la regla de nuestro Maestro, cuando indique a sus discípulos que es nocivo, muéstreles con su conducta que no deben hacerlo. En caso contrario, el hermano aquien reprende podría murmurar y decir: Médico, cúrate a ti mismo. Dar pie para ello sería el desprestigio del sperior y un daño enorme para los súbditos.
Y al hablar así yo no presumo de haber evitado siempre esto. Lo hago porque la Verdad nos recuerda con insistencia a mí y a todos que el superior debe ser irreprensible, y capaz siempre de responder como el Señor a quienes le injurian: ¿Quién de vosotros puede acusarme de algo? Nosotros no podemos liberarnos totalmente del pecado en esta vida miserable; pero lo que el maestro reprenda en sus discípulos debe evitarlo con suma diligencia.
En consecuencia, sus pensamientos más íntimos vayan acordes con sus costumbres. No aparezca humilde en su porte exterior y sea altivo en s corazón, presumiendo de sabiduría, virtud o santidad. Esto sería una fe fingida, porue no confía exclusivamente en la misericordia del Señor con una actitud humilde.
Fijaos qué bien concuerdan con estas tres cualidades -pureza de corazón, conciencia honrada y fe sentida- aquellas otras palabras del mismo Apóstol: A mí me importa muy poco que me exijáis cuentas vosotros o un tribunal humano, etc. Ni siquiera yo me las pido, sigue diciendo, porque la conciencia no me reprocha de que busco mis intereses, sino los de Jesucristo.
Tampoco me importa nada que vosotros me tengáis como hombre de conciencia honesta y vida intachable. Quien me pide cuentas es el Señor. Con lo cual afirma que sólo en él pone su confianza, y que se humilla ante la mano poderosa de Dios. Dime ahora si podemos comparar todo esto con aquella triple pregunta de Jesús a Pedro, y si no se reduce prácticamente a ¿me amas?, ¿me amas? En realidad se trata de un amor que le brota de un corazón limpio, de una conciencia honrada y de una fe sentida. Con razón se exige amor al que va en la barca, para convertirlo en pescador de hombres.
El estado de los continentes lo cruza por un puente que es, como todos comprendemos, el camino más corto, fácil y seguro. Omito las alabanzas y me limito a indicar los peligros, que es mucho mejor y más provechoso.
Queridos hermanos: habéis tomado un camino muy reco y más seguro que el del matrimonio; pero no está plenamente garantizado. Os asechan tres peligros: compararos con otros, mirar hacia atrás o intentar detenerse y plantarse en medio del puente. Ese puente es tan estrecho que no permite hacer eso. El camino que lleva a la vida es muy angosto. Contra el primer peligro, oremos cada uno de nosotros como el Profeta, para que no nos domine el orgullo, porque ahí fracasan los malhechores. El que echa mano al arado y después mira atrás, resbalará muy pronto y se hundirá en el océano. El que se para, aunque no abandone la Orden, y finja deseos de seguir adelante, acabará siendo derribado y arroyado por los que vienen detrás. El sendero es muy estrecho, y ese tal es un estorbo para los que quieren caminar y avanzar. Discuen continuamente con él, le reprenden, no soportan su flogedad y tibieza; le aguijonean y empujan, por así decirlo, con sus manos; y una de dos: o se decide a caminar o se pierde sin remedio.
Por eso no nos conviene retardar el paso, y mucho menos aún fijarnos en los otros o compararnos con ellos. Corramos humildemente y avancemos sin cesar, no sea que perdamos de vista al que salió como un héroe a recorrer su camino. Si somos sensatos, procuraremos mirarle sin cesar, atraídos por su fragancia, y el camino se nos hará más ligero y agradable.
A pesar de ello los decididos a correr no encuentran demasiado estrecho este puente. Está formado de tres buenos troncos de madera, apoyándose bien en ellos no hay peligro de resbalar. Son a mortificación corporal, la pobreza de bienes de este mundo y la humilde obediencia. Ya sabemos que, es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.Y que los que quieren enriquecerse en esta vida, caen en la tentación y en el lazo del diablo. Además, el que se apartó de Dios por la desobediencia puede volver a Él por el camino recto y seguro de la obediencia. Estas tres cosas deben estar muy ensanbladas. Porque la penitencia corporal vacila envuelta en riquezas y si le falta la obediencia, puede caer fácilmente en la indiscreción. Una pobreza rodeada de placeres y egoismo es pura ilusión. Una obediencia cubierta de riquezas y regalos no es sólida ni merece recompensa.
Pero si las practicas con un sabio equilibrio logragrás evitar los tres peligros de este mar: los bajos apetitos, los ojos insaciables y la arrogancia del dinero. Insiso en que deben practicarse con mucho equilibrio; es decir: la penitencia esté libre del mal humor, la pobreza sin ansias de poseer y la obediencia limpia de propia voluntad. Recordemos aquellos murmuradores que perecieron mordidos por las serpientes; y que los que quieren hacerse ricos -no dice los que son ricos, sino los que pretenden ser-, caen en el lazo del diablo.
Y qué diremos de aquel -Dios no lo permita- que desprecia las riquezas y busca los halagos de la pobreza con la misma pasión o mucho más afán con que los mundanos apetecen las riquezas. ¿Qué diferencia existe en desear una cosa u otra si el afecto está desordenado? Incluso parece más lógico hacer objeto de nuestro deseo aquello que atrae a la mayoría. Por eso, todo el que intenta conseguir directa o indirectamente, que su padre espiritual le mande lo que el quiere, se engaña a sí mismo si presume de ser obediente. En este caso no es él quien obedece al superior, sino el superior a él.
Pero recodemos aquel consejo del Salvador: la medida que uséis la usarán con vosotros. Por eso el que da a manos llenas merece que le devuelvan una medida generosa, colmada, remecida y rebosante. Cierto, para la salvación basta llevar con paciencia las molesias corporales; pero lo ideal es abrazarse gustosamente a ellas con fervor de espíritu. También podemos contentarnos con no buscar lo superfluo e incluso no murmurar cuando nos falta lo necesario; pero es mucho más perfecto alegrarse y hacer todo lo posible para que el prójimo tenga lo necesario, aunque nosotros sintamos la penuria. Y también está permitido, sin poner en peligro la salvación, intentar que el superior te mande lo que tu deseas, con tal que actúes con paciencia y lealtad; pero lo superas con creces si huyes de todo cuanto alaga a la propia voluntad, siempre que ésto lo permita una conciencia recta.
Los prelados son sin duda alguna, los que se internan en naves por el mar, comerciando por las aguas inmensas. No están condicionados por la estrechez del puente ni las fatigas del nadar, sino que pueden bogar en todas direcciones y acudir en ayuda de quien los necesite. Pueden dirigir a los que avanzan por el puente o nadando, orientar a los adelantados, prever y evitar los escollos, espolear a los tibios y animar a los débiles. Tan pronto suben al cielo como bajan al abismo, porque unas veces tratan cosas muy espirituales y otras juzgan acciones horribles e infernales.
¿Y habrá alguna nave capaz de resistir un oleaje tan embravecido y no zozobrar en medio de tantos peligros? Sí, el amor es fuerte como la muerte y la pasión es tan cruel como el abismo. Por eso se nos dice a renglón seguido que las aguas torrenciales no podrán apagar el amor. Los superiores necesitan esta nave, construida con esas tres paredes laterales que tienen todos los barcos, y que en frase de Pablo son el amor que brota de un corazón limpio, de una conciencia honrada y de una fe sentida. La pureza del corazón del prelado consiste en querer servir más que residir. En el desempeño de su cargo no busque su interés ni los honores del mundo, o cosa parecida, sino agradar a Dios y salvar almar.
Además de esta intención pura necesita también una vida intachable; de este modo se convierte en modelo de su grey, porque enseña más con sus obras que con sus palabras, y según la regla de nuestro Maestro, cuando indique a sus discípulos que es nocivo, muéstreles con su conducta que no deben hacerlo. En caso contrario, el hermano aquien reprende podría murmurar y decir: Médico, cúrate a ti mismo. Dar pie para ello sería el desprestigio del sperior y un daño enorme para los súbditos.
Y al hablar así yo no presumo de haber evitado siempre esto. Lo hago porque la Verdad nos recuerda con insistencia a mí y a todos que el superior debe ser irreprensible, y capaz siempre de responder como el Señor a quienes le injurian: ¿Quién de vosotros puede acusarme de algo? Nosotros no podemos liberarnos totalmente del pecado en esta vida miserable; pero lo que el maestro reprenda en sus discípulos debe evitarlo con suma diligencia.
En consecuencia, sus pensamientos más íntimos vayan acordes con sus costumbres. No aparezca humilde en su porte exterior y sea altivo en s corazón, presumiendo de sabiduría, virtud o santidad. Esto sería una fe fingida, porue no confía exclusivamente en la misericordia del Señor con una actitud humilde.
Fijaos qué bien concuerdan con estas tres cualidades -pureza de corazón, conciencia honrada y fe sentida- aquellas otras palabras del mismo Apóstol: A mí me importa muy poco que me exijáis cuentas vosotros o un tribunal humano, etc. Ni siquiera yo me las pido, sigue diciendo, porque la conciencia no me reprocha de que busco mis intereses, sino los de Jesucristo.
Tampoco me importa nada que vosotros me tengáis como hombre de conciencia honesta y vida intachable. Quien me pide cuentas es el Señor. Con lo cual afirma que sólo en él pone su confianza, y que se humilla ante la mano poderosa de Dios. Dime ahora si podemos comparar todo esto con aquella triple pregunta de Jesús a Pedro, y si no se reduce prácticamente a ¿me amas?, ¿me amas? En realidad se trata de un amor que le brota de un corazón limpio, de una conciencia honrada y de una fe sentida. Con razón se exige amor al que va en la barca, para convertirlo en pescador de hombres.
RESUMEN
Hay tres formas de atravesar el inmenso mar de la vida: en un arca como Noé (aquí situamos a los que toman las grandes decisiones), por un puente como Daniel (situamos aquí a los dedicados a la vida clerical y monástica) o a nado como Job, que es la forma más difícil, llena de vicisitudes, propia de los que viven en el matrimonio y en los acontecimientos que ocurren cada día. Hablaremos de las dos primeras porque nos encontramos ante gente dedicada a la vida monástica.
Lo más cómodo es atravesar el puente, pero no podemos ni deternernos, ni mirar atrás ni compararnos con os otros. Será necesario atravesarlo con prisas.
Ese puente tiene tres bases que son la pobreza de bienes materiales, la obediencia y la mortificación corporal. Los factores forman un todo sin lo cual el puente cedería.
Hay tres amenazas que son los bajos apetitos, los ojos insaciables y la arrogancia del dinero, aunque es más peligroso perseguir su posesión que poseerlo. Incluso tener la pobreza manifiesa como objetivo es una forma de presunción.
Es importante soportar las molestias de la salud corporal, evitar la murmuración y buscar la colaboración con nuestros superiores de una manera leal.
Los prelados son los que navegan y enseñan el camino a los que atraviesan puentes y nadan. Deben actuar con corazón puro y su conducta ser un ejemplo para todos.
Que su aspecto exterior sea el reflejo de la belleza interior y que vivan en el amor de Cristo.
Hay tres formas de atravesar el inmenso mar de la vida: en un arca como Noé (aquí situamos a los que toman las grandes decisiones), por un puente como Daniel (situamos aquí a los dedicados a la vida clerical y monástica) o a nado como Job, que es la forma más difícil, llena de vicisitudes, propia de los que viven en el matrimonio y en los acontecimientos que ocurren cada día. Hablaremos de las dos primeras porque nos encontramos ante gente dedicada a la vida monástica.
Lo más cómodo es atravesar el puente, pero no podemos ni deternernos, ni mirar atrás ni compararnos con os otros. Será necesario atravesarlo con prisas.
Ese puente tiene tres bases que son la pobreza de bienes materiales, la obediencia y la mortificación corporal. Los factores forman un todo sin lo cual el puente cedería.
Hay tres amenazas que son los bajos apetitos, los ojos insaciables y la arrogancia del dinero, aunque es más peligroso perseguir su posesión que poseerlo. Incluso tener la pobreza manifiesa como objetivo es una forma de presunción.
Es importante soportar las molestias de la salud corporal, evitar la murmuración y buscar la colaboración con nuestros superiores de una manera leal.
Los prelados son los que navegan y enseñan el camino a los que atraviesan puentes y nadan. Deben actuar con corazón puro y su conducta ser un ejemplo para todos.
Que su aspecto exterior sea el reflejo de la belleza interior y que vivan en el amor de Cristo.
DIFERENCIA ENTRE LA CRIATURA Y EL CREADOR
1. Todo lo has dispuesto con peso, número y medida. Con esta frase se indica en qué se diferencia la esencia divina. Las criaturas han sido hechas con peso, número y medida; y el Creador carece en absoluto de todo eso.
El peso se refiere al valor del objeto, y su valor depende de la hermosura o utilidad del mismo. De este modo se valora cada cosa. En consecuencia, la criatura está hecha con peso porque puede compararse con otras del mismo género, y resultar superior, inferior o igual. El peso de cada cosa es aquello en que puede ser valorada.
La medida, en cambio, hace referencia al lugar y al tiempo. Y si únicamente aceptamos el lugar como realidad material, la medida de las realidades inmateriales no se efectuará en función del lugar, sino del tiempo. De hecho, el alma no puede ocupar un espacio material, y el cuerpo tampoco parece ser el lugar del alma. ¿Va a estar encerrada en el cuerpo la que vivivica lo exterior y lo interior? Lo mismo se halla en la epidermis que en las más ocultas entrañas.
2. Sin embargo, por el afecto carnal y su contacto continuo con lo material, el alma puede equivocarse y pensar sólo en lo material. Donde está su tesoro allí tiene su corazón, y sólo saborea lo que ama. Encorvada y en cierto modo empapada de afectos terrenos, es incapaz de ver su propio rostro. Hundida en el fango, no se ve a sí misma y cree que su rostro es aquella cara cubierta de barro. La realidad es muy distinta: el alma tiene otras medidas en relación con el lugar. En realidad, el lugar de cada cosa depende de los límites de su sustancia. Ahora bien, la sustancia del alma consiste en su razón, su memoria, su reflexión, su juicio y otras facultades semejantes, que poseen sus límites bien definidos. Así pues, todos los espíritus, a excepción del divino, están hechos con medida, ya que su inteligencia, memoria y demás facultades son limitadas.
Y a la vez, todo ha sido hecho con número, bien porque constan de diversas partes -como las materiales-bien por su diversidad o mutabilidad, como las inmateriales. El único en quien no cabe peso, número o medida es Dios. Es único y no tiene nadie semejante a quien compararse. Es único y desborda toda estimación; es eterno e inmenso, es indivisible y absolutamente invariable.
RESUMEN
Todas las criaturas tienen peso, número y medida. Las realidades inmateriales pueden carecer de estas cualidades pero están sujetas al tiempo. En cambio Dios no tiene peso, número, medida ni tiempo.
EL BESO DEL ESPÍRITU SANTO
1. Que me bese con el beso de su boca. La boca del Padre es el Hijo, pues al Hijo lo conoce sólo el Padre, y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar. Pero todos los que reciben esta revelación sobre el Padre o el Hijo, es obra del Espíritu Santo. Por eso, cuando Pedro dijo al Señor: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, él le respondió: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!-que significa hijo de la paloma-, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo.
Lo confirma también el Apóstol. Viene diciendo que ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado lo que Dios ha preparado para los que le aman. Y añade: Pero Dios nos lo ha revelado por medio de su Espíritu. Según esto, parece que la esposa tiene la gracia del Espíritu Santo, y de eso modo comprende que el Hijo es igual al Padre. Pues no dice: "Que me bese con su boca" con lo cual se referiría al beso único del Padre, inaccesible a toda criatura por ser imposible igualarse al Padre. Sino que dice: Con el beso de tu boca. Sabemos que el beso es común al que lo da y lo recibe. Por eso, si el Padre y el Hijo se besan mutuamente, ese ósculo es, sin lugar a dudas, es Espíritu Santo.
2. Ese beso ansía la esposa al exclamar: Que me bese con el beso de su boca. Y ese es el beso que ha recibido, como lo atestigua Pablo: Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones es Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba, Padre! Ese beso prometía también el Salvador al exhortar a sus discípulos a cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu bueno a los que se lo pidan?
Al estamparte ese beso, el Verbo esposo concede al alma racional el conocimiento de Dios y el amor de la virtud, y los dos labios que le besan son la virtud y la sabiduría de Dios. Sí, la sabiduría otorga conocimiento y el amor es fruto de la virtud. El alma, por su parte, también posee dos labios para besar a su esposo: son el entendimiento y la voluntad. La inteligencia capta la sabiduría y la voluntad la virtud. Si es únicamente la inteligencia quien percibe el conocimiento de la sabiduría, y la voluntad carece del amor a la virtud, el beso no es perfecto; y al contrario, si la voluntad recibe el amor y la inteligencia está vacía de conocimiento, el beso tampoco es perfecto. Unicamente es total y perfecto cuando la sabiduría ilumina la inteligencia y la virtud impulsa la voluntad.
RESUMEN
El Espíritu Santo es el beso que une al Padre y al Hijo. Los creyentes no podemos captar el contacto físico sino el beso, independiente como algo etéreo. Para captar ese beso hace falta entendimiento y voluntad. La carencia de uno de estos dos labios hará que el beso se incompleto e imperfecto.
SOBRE LA PASCUA Y LAS MUJERES
1. ¿Qué significa el gesto de esas tres piadosas mujeres que, al morir Jesús, compraron aromas para embalsamar el cuerpo que reposaba en el sepulcro? ¿Qué ejemplo nos porponen a imitar? Porque, como afirma San Gregorio, lo que ellas hacen es signo de otra cosa a realizarse en la santa Iglesia..
Así pues, cuando veamos a Cristo muerto, esto es, cuando sintamos que la fe en Cristo está muerta en el corazón de un hermano, apresurémonos a comprar aromas y ungir a ese muerto. Esas tres mujeres simbolizan tres facultades nuestras, capaces de adquirir sus propios ungüentos. ¿Cuáles son? El alma, la mano y la lengua.
Todo comprador da y recibe algo: pierde lo que da para poseer lo que recibe. Aquí, el alma da la moneda de la propia voluntad y adquiere el sentimiento de la compasión, el celo de la justicia y el discernimiento para aconsejar. La mano, por su parte, ofrece la obediencia y compra la continencia carnal, la paciencia en la tribulación y la perseverancia en el obrar. Y finalmente, la lengua preenta la moneda de la confesión y recibe la mesura en el corregir, la facilidad para exhortar y la eficacia para persuadir.
2. Preparados ya estos aromas, se acercan juntas al monumento y se preguntan: ¿Quién nos correrá la losa de la entrada del sepulcro? Esta losa puede ser la tristeza excesiva, la pereza o la dureza; mientras obstruye el acceso del corazón, impide que el alma, la mano y la lengua puedan embalsamar el cadáver. Pero la Escritura dice: Tu oído sintió la buena disposición de su corazón. Y las tres observan que la piedra está removida, entran en el sepulcro y oyen que ha resucidado ese muerto que querían ungir. ¿Quién les indica y les dice eso? Un ángel, testigo de la resurrección. Cuando Cristo resucita en una persona, su rostro es más radiante, su aspecto más sereno, su palabra más delicada, su porte más modesto y su espíritu mucho más dispuesto para cualquier obra buena. ¿No es todo esto un radiante mensajero de la resurrección interior?
Los demás acontecimientos y palabras sobre la resurrección de Cristo -como el sudario que encontraron o la promesa que le verían en Galilea- y otros detalles del texto evangélico, pueden ser interpretados también en este sentido tropológico. Pues lo que ocurrió históricamente en la Cabeza, debemos creer que también se realiza moralmente en su cuerpo.
RESUMEN
Cuando la fe de un hermano languidece, precisa de tres ungüentos: el alma, la mano y la lengua.
-El alma da la moneda de la propia voluntad y adquiere:
1.El sentimiento de la compasión
2.El celo de la justicia
3.El discernimiento para aconsejar.
-La mano ofrece la obediencia y adquiere:
1.La continencia carnal.
2.La paciencia en la tribulación
3.La perseverancia en el obrar.
-La lengua presenta la moneda de la confesión y recibe:
1. La mesura en el corregir
2. La facilidad para exhortar
3. La eficacia para persuadir.
La losa que impide aplicar los ungüentos es la tristeza excesiva, la pereza y la dureza.
Pero Cristo resucita y mueve la losa gracias a la RESURRECCIÓN INTERIOR, que hará su rostro mucho más radiante.
EL LUGAR SUPERIOR E INFERIOR DEL ALMA
1. El alma racional tiene dos lugares: el inferior que ella gobierna, y el superior en el cual descansa. El lugar inferior que gobierna es el cuerpo. Y el superior donde descansa es Dios. A ambos se les puede aplicar lo que dice la Escritura: Si el espíritu que manda se enfurece contra ti, tú no dejes tu puesto. No dejes de regir el inferior, ni de reposar en el superior.
Pero lo que acabo de decir es propio de los incipientes e imperfectos, a los cuales dice el Apóstol: Hablo en términos humanos, por lo flojos que sois: igual que antes cedisteis vuestro cuerpo como esclavo a la inmortalidad y al desorden, para el desorden total, cededlo ahora a la honradez, para vuestra consagración.
El alma debe realizar tres funciones en el cuerpo: darle vida, hacerlo sensible y regirlo. Si pierde la vida o se perturban sus sentidos, el alma no es condenada. En cambio, si sucumbe víctima de la tentación, eso sí que se le imputa como pecado. Por eso se le advierte que, cuando se subleve contra ella el espíritu, no abandone su puesto; es decir, cuando se acerque la tentación no ofrezca su cuerpo como instrumento para la injusticia.
2. Fijémonos, sin embargo, en la expresión: Si el espíritu que manda se enfurece contra ti. El espíritu malo no puede hacernos nada si no se lo mandan o permiten. En consecuencia, aunque su voluntad siempre es mala, su poder siempre es justo. Pues si la mala voluntad depende de él, la facultad de obrar le viene sólo de Dios. Y esa voluntad se la modera siempre el Señor, para que por la malicia de su voluntad no castigue él por encima de lo que merecen los culpables.
Esto es lo que podemos decir sobre el lugar inferior. El lugar superior podemos entenderlo así: no abandone jamás la paz espiritual que halla en Dios cuando le ataca el diablo; aunque le tiente por todas partes, permanezca firme en Dios, con tranquilidad y perseverancia. Esta interpretación se aplica a los perfectos, que pueden decir con Elías: Vive el Señor, Dios de Israel, en cuya presencia estoy. O aquello del apóstol Juan:Nuestra vida en este mundo es como la suya. Repito que esta interpretación se aplica a los perfectos, los cuales con su vida han comenzado ya a imitar la existencia propia de la eternidad.
RESUMEN
San Bernardo hace aquí una distinción entre el alma y el espíritu. El alma gobierna todas las funciones del ser humano, mientras que el espíritu nos inclina hacia el bien o hacia el mal. Así nos dice:
El alma racional gobierna sobre el cuerpo y descansa en Dios. El alma debe realizar tres funciones en el cuerpo: darle vida, hacerlo sensible y regirlo. Nunca debe ofrecer nuestro cuerpo como instrumento para la injusticia, aunque el espíritu se encuentre agitado y lleno de tentaciones. Igualmente debe descansar siempre en Dios con tranquilidad y perseverancia.
¡CUIDADO CON LOS APLAUSOS HUMANOS!
Si encuentras miel como lo justo, no sea que te hartes y la vomites. Podemos traducir con mucha propiedad la palabra miel por el halago de los aplausos humanos. Y con toda razón se nos recomienda no abstenernos completamente de este alimento, sino de tomarla con exceso. Porque a veces nos resulta provechoso recibir alabanzas humanas, esto es, cuando actuamos por amor fraterno y el bien de los demás, pues de este modo nos resulta más llevadero. Manteniendo esta sobriedad, no peligra el uso moderado de esta miel. Todo lo que pasa de ahí es malo y pernicioso.
Efectivamente, come demasiada miel quien se vuelva a ella con ansiedad y se hincha, se ceba y satura de los halagos y gloria mundana. El Profeta santo pide al Señor que le libre de ello, expresando este favor humano no con la metáfora de la miel, sino con otra muy semejante, la del aceite. Que el ungüento del impío no perfume mi cabeza.
¿Quieres saber cuándo vomita este desenfrenado devorador de miel lo que ha comido hasta saciarse y sin moderación? Cuando oiga que otro cualquiera recibe alabanzas, él se retorcerá de envidia; y entonces esos aplausos que tragaba sin otra finalidad que la de regodearse en la lisonja humana, los vomitará con una angustia semejante al horrendo placer con que los devoró. El espíritu que se entrega a la vanidad y que se hincha de arrogancia, sólo ve desprecios en las alabanzas que reciben los demás.
RESUMEN
Las alabanzas (la miel) no son negativas pues nos estimulan en nuestra labor. La señal de que no son adecuadas, es cuando las alabanzas que reciben los demás nos produce envidia. Esa sensación hace de la ingesta, y del rechazo de la alabanza ajena, algo parecido al vómito.
LA GUARDA DEL CORAZÓN
1. Guarda con todo cuidado tu corazón, porque de él brota la vida. La vida brota del corazón por estos dos cauces: por una parte, con el corazón se cree y se obtiene la justificación, el justo vive de la fe, el corazón puro ve a Dios, es decir, lo conoce, pues la vida eterna consiste en reconocerte a ti como único. Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo. Y por otra parte, Cristo nuestra vida, que habita ahora por la fe en nuestros corazones, aparecerá glorioso y nosotros con él; y el que ahora está oculto en el corazón pasará como del corazón a todo el cuerpo, cuando transforme la bajeza de nuestro ser reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo. Otro Apóstol lo confirma así: Ahora ya somos hijos de Dios, aunque todavía no se ve lo que vamos a ser.
2. Pero conviene examinar por qué se dice: Guarda con todo cuidado tu corazón. La gente del mundo suele decir: "Quien conserva su cuerpo se asegura un buen castillo". Nosotros decimos lo contrario: "Quien cuida su cuerpo conserva un vulgar estercolero". Así piensa el Apóstol: Quien cultiva la carne, cosechará corrupción; el que cultiva el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.
Esto significa que debemos cultivar y proteger ante todo el campamento del alma, porque de él procede la vida eterna. Pero este campamento está colocado en campo enemigo y lo atacan por todos los flancos. Por eso hay que defenderlo con todo cuidado, esto es, con la máxima vigilancia y por todas partes, abajo y arriba, por delante y por detrás, a derecha e izquierda.
Por abajo le ataca la concupiscencia carnal y hace la guerra al alma, pues la carne tiene deseos opuestos al espíritu. Por arriba le amenaza el juicio de Dios: Es horroroso caer en las manos del Dios vivo. Por detrás acecha el placer mortal, que exhala el recuerdo de los pecados pasados; y por delante el asalto de las tentaciones. A la izquierda está la inquietud de los hermanos arrogantes y murmuradores, y a la derecha el fervor y devoción de los hermanos obedientes. Aquí nos ataca de dos maneras: por envidia a sus buenas obras, o por emulación a su gracia particular.
3. Vigile, pues, contra la carne una fuerte disciplina. Contra el juicio de Dios, el juicio de la propia confesión; y esto de dos maneras diversas: públicamente para los pecados públicos y en secreto para las faltas ocultas. Nos lo confirma el Apóstol: Si nos juzgáramos debidamente nosotros, no nos juzgarían. Contra el placer que suscita el recuerdo de los pecados pasados, la lectura frecuente. A la insistencia de las tentaciones, la insistencia en una oración suplicante. Contra la agitación de los hermanos, la paciencia y la compasión. Frente al fervor de los hermanos sumisos, la complacencia y la discreción. La complacencia elimina la envidia, y la discreción templa los excesos de la emulación.
RESUMEN
Del corazón brotan las emociones y la vida. En el futuro las emociones allí contenidas se dispersarán por todo el cuerpo.
Nuestro corazón es atacado por todos los frentes:
-Por debajo ataca la concupiscencia carnal. Nos defenderemos con una fuerte disciplina.
-Por arriba el juicio de Dios. Nos defenderemos con la propia confesión. Pública contra los pecados públicos. Oculta contra los pecados escondidos.
-Por detrás el placer de los recuerdos de los pecados pasados. Nos defenderemos con la lectura frecuente.
-Por delante el asalto de las tentaciones. Nos defenderemos con la oración suplicante.
-A la izquierda la inquietud de los hermanos arrogantes y murmuradores. Nos defenderemos con paciencia y compasión.
-A la derecha el fervor y devoción de los hermanos obedientes. Esto nos produce envidia y emulación de su gracia. Nos defenderemos con la complacencia que elimina la envidia y con la discreción que templa los excesos de emulación.
LA CAÍDA DEL ÁRBOL O LA MUERTE DEL HOMBRE
Caíga al sur o hacia el norte, el árbol queda donde ha caído. El calor y suavidad del sur suele tener en la Sagrada Escrituna buenos augurios; en cambio, del norte vienen todas las desgracias. Y en otro lugar se nos dice que uno veía hombres y le parecían árboles.
Cuando la muerte corta el árbol, donde cae allí queda. Dios te juzgará donde te encuentre. Y allí quedará de manera invariable e irrevocable. En consecuencia, mire bien el árbol antes de caer hacia dónde se inclina, porque una vez caído no volverá a levantarse, ni siquiera a cambiar de postura. Y para saber hacia dónde caerá el árbol, fíjate en las ramas. No lo dudes; de la parte donde tenga más ramas sea más frondoso, de aquella caerá al cortarlo. Nuestras ramas son nuestros deseos, con los cuales nos abrimos al sur si son espirituales, o al norte si son carnales. El cuerpo, que está en el medio, nos indica cuáles son los más desarrollados: los que le inclinan hacia su lado.
Nuestro cuerpo se halla entre el espíritu al que quiere servir los deseos carnales que atacan al alma, o el poder de las tinieblas; se parece a un jumento codiciado por un ladrón y por su amo. Por más que amenace o aceche el ladrón, si no logra llevarse el jumento, el pobre campesino vence al ladrón mejor armado. Lo mismo ocurre en nuestro caso; que el enemigo se enfurezca cuanto quiera y se ensañena placer los malos deseos. Si el alma sigue en posesión de su cuerpo es indudable que sale victoriosa si, como dice el Apóstol, ha logrado que el pecado no reine en nuestro cuerpo mortal. lo confirma en otro lugar: Igual que antes cedisteis vuestro cuerpo como esclavo a la inmoralidad y al desorden, para el desorden total, cededlo ahora a la honradez, para vuestra consagración.
RESUMEN
Nuestra vida es como un árbol que un día se partirá y se inclinará, sin remedio, hacia un lado o a otro. La dirección de las ramas adelanta ya hacia dónde caerá el árbol. Si logramos que el pecado no anide en nuestro cuerpo mortal (el árbol) podremos resistir todos los embites.
SERMÓN XIX: CÓMO AMAN A CRISTO CADA UNO DE LOS ÓRDENES ANGÉLICOS
SERMÓN XIX SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES:CÓMO AMAN A CRISTO CADA UNO DE LOS ÓRDENES ANGÉLICOS.
I. CON QUE COHERENCIA SE DICE: POR ESO SE ENAMORAN DE TI LAS DONCELLAS.
II. RAZÓN POR LA QUE CADA UNO DE LOS ÓRDENES ANGÉLICOS AMAN A CRISTO EL SEÑOR.
III. POR QUÉ LE AMAN TAMBIÉN LAS DONCELLAS; Y AMONESTACIÓN A LOS NOVICIOS QUE NO SE ACOMODAN A LA VIDA COMÚN
I. 1. La esposa pronuncia aún palabras amorosas, prosigue cantando las alabanzas del esposo y desafía su gracia, demostrándole que los dones ya recibidos no han quedado estériles en ella. Escucha lo que a continuación le dice: Por eso se enamoran de ti las doncellas. Como si dijera: "No en vano, esposo mío, se vacío tu nombre de su perfume, derramándose sobre mis pechos; pues por eso se han enamorado de ti las doncellas". ¿Por qué? Por la fragancia de tu nombre, por el perfume con que has ungido los pechos. Eso ha despertado su amor al esposo, por eso se han enamorado.
En cuanto recibió la esposa la infusión de esa gracia, inmediatamente percibieron su fragancia las que antes eran incapaces de vivir lejos de su madre; y embelesadas por su dulzura, exclaman: El amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. La esposa, encomiando la entrega de estas doncellas dice: "Ahí tienes, esposo mío, el fruto de la efusión de tu nombre; eso es lo que les ha cautivado. Cuando te has derramado, han percibido lo que no podían apreciar cuando estaba intacto; por eso se enamoraron de ti". Esta efusión hizo a tu nombre cautivador y por lo mismo amable, mas sólo para las doncellas. Las más maduras gozan de él en su integridad y no necesitan que se derramen.
II. 2. La criatura angélica, por la penetración irrefutable de su espíritu, contempla el vasto abismo de los designios de Dios, y feliz con el inefable deleite de su suprema equidad, encuentra su gloria en ejecutarlos y manifestarlos mediante su ministerio: por eso ama justamente a Cristo el Señor. ¿Qué son todos sino espíritus en servicio activo, que se envían en ayuda de los que han de heredar la salvación?Así los arcángeles -para atribuirles lo que les diferencia de los simples ángeles- creo que gozan maravillosamente, porque son acogidos a una mayor intimidad para participar de los designios de la divina Sabiduría, y los ejecutan con máxima discreción en su lugar y a su debido tiempo. Por esta razón ellos también aman a Cristo el Señor.
Los otros bienaventurados -llamados Virtudes, quizá porque escudriñan con gozosa curiosidad las causas eternamente ocultas del poder y de los prodigios de Dios, admirando su divina disposición, y muestran libremente cuando quieren signos maravillosos con todos los elementos del mundo-, no sin razón viven inflamados en el amor del Señor todopoderoso y de Cristo, poder e Dios. No en vano la máxima dulzura y gracia es contemplar en la Sabiduría misma los misterios secretos y recónditos de la verdad. Para ellos no es menor motivo e honor y gloria, que haya quedado la creación en sus manos, para que los efectos e las causas ocultas a los hombres, se contemplen y admiren en el Verbo de Dios.
3. Por su parte, los espíritus denominados Potestades, se extasían contemplando y ensalzando el divino poder de nuestro Crucificado, que abarca de extremo a extremo todas las cosas. Han recibido además el poder de arrojar y domeñar la astucia de los demonios, enemigos de los hombres, en beneficio de los herederos de la salvación. ¿No es ésta una razón más que justa para amar al Señor Jesús?
Sobre ellos están los Principados, que contemplan a Cristo desde más hondas profundidades, descubren claramente que es principio de todo, engendrado antes que toda criatura; por ello reciben tal primacía que su poder se extiende sobre toda la tierra. Ocupan, por así decirlo, la cumbre más elevada de la creación y desde allí pueden cambiar a su arbitrio los reinos y principados, y toda clase de dignidades; y según los méritos de cada uno relegar a los últimos puestos a quienes ocupaban los primeros, o subir a los primeros puestos a quienes eran los últimos, derribando del trono a los poderosos para exaltar a los humildes. Aquí encontramos el motivo de su amor.
Pero también le aman las Dominaciones. ¿Por qué? Llevadas de una encomiable presunción, se ven impelidas a indagar con la mayor sutileza y profundidad en el dominio sublime e insuperable de Cristo, que invade con su poder y su presencia a toda creación, desde lo más sublime hasta lo más ínfimo. Un poder que subyuga el curso del tiempo a sus justísimos designios, e igualmente la dirección de los cuerpos y las tendencias de los espíritus, guardando entre todos la más bella armonía. Y hace esto con tal atención y vigilancia que ningún ser puede eludir jamás su debida finalidad en una sola letra, como se dice, o en un solo punto; y con un comportamiento tan natural que su conducta nunca se conturba por preocupación alguna.
Contemplan al Señor de toda la creación gobernándola con tal tranquilidad, que se extasían en la más absorta y dulce admiración. Arrebatados serenamente por la inmensa profundidad de la claridad divina, se abisman en el fondo más oculto de este asombroso equilibrio, con el que gozan de tal paz, y serenidad que, por respeto a su soberanía, todos los demás espíritus le sirven como si fuesen verdaderos ministros de estas verdaderas Dominaciones.
4. Dios tiene su sede sobre los Tronos. Pienso que estos espíritus, más que todos los enumerados, tienen motivos más justos y numerosos para amar. Si entrases en el palacio de cualquier rey humano, ¿no verías que entre todas las sillas, escaños y sedes sobresale más elevado el trono real? No es necesario preguntar dónde suele sentarse el rey; en seguida se descubre su sede, más encumbrada, más artística que todas las restantes. Con esta misma facilidad percibirás que, por un derroche de magnificencia, estos espíritus se destacan sobre los otros, porque la majestad divina los eligió para sentarse sobre ellos; pero se lo deben a su especial admirable condescendencia.
Ese mismo amor y atracción es compartido por los seres angélicos que colaboran en la labor de la redención, y salvación, de la humanidad, al mismo tiempo que son conocedores de secretos para nosotros intangibles e impensables.
Las potestades pueden con la astucia de los demonios. Los principados pueden cambiar la organización de los diversos reinos. Las dominaciones controlan y contemplan todo lo creado. Querubines y Serafines atesoran otras grandes virtudes.
En todo el orden angélico predomina la obediencia. El Señor Jesucristo, en su niñez, dió muestras de obediencia. Debemos considerar a la obediencia como una joya espiritual y uno de los mayores sacrificios.
Los otros bienaventurados -llamados Virtudes, quizá porque escudriñan con gozosa curiosidad las causas eternamente ocultas del poder y de los prodigios de Dios, admirando su divina disposición, y muestran libremente cuando quieren signos maravillosos con todos los elementos del mundo-, no sin razón viven inflamados en el amor del Señor todopoderoso y de Cristo, poder e Dios. No en vano la máxima dulzura y gracia es contemplar en la Sabiduría misma los misterios secretos y recónditos de la verdad. Para ellos no es menor motivo e honor y gloria, que haya quedado la creación en sus manos, para que los efectos e las causas ocultas a los hombres, se contemplen y admiren en el Verbo de Dios.
3. Por su parte, los espíritus denominados Potestades, se extasían contemplando y ensalzando el divino poder de nuestro Crucificado, que abarca de extremo a extremo todas las cosas. Han recibido además el poder de arrojar y domeñar la astucia de los demonios, enemigos de los hombres, en beneficio de los herederos de la salvación. ¿No es ésta una razón más que justa para amar al Señor Jesús?
Sobre ellos están los Principados, que contemplan a Cristo desde más hondas profundidades, descubren claramente que es principio de todo, engendrado antes que toda criatura; por ello reciben tal primacía que su poder se extiende sobre toda la tierra. Ocupan, por así decirlo, la cumbre más elevada de la creación y desde allí pueden cambiar a su arbitrio los reinos y principados, y toda clase de dignidades; y según los méritos de cada uno relegar a los últimos puestos a quienes ocupaban los primeros, o subir a los primeros puestos a quienes eran los últimos, derribando del trono a los poderosos para exaltar a los humildes. Aquí encontramos el motivo de su amor.
Pero también le aman las Dominaciones. ¿Por qué? Llevadas de una encomiable presunción, se ven impelidas a indagar con la mayor sutileza y profundidad en el dominio sublime e insuperable de Cristo, que invade con su poder y su presencia a toda creación, desde lo más sublime hasta lo más ínfimo. Un poder que subyuga el curso del tiempo a sus justísimos designios, e igualmente la dirección de los cuerpos y las tendencias de los espíritus, guardando entre todos la más bella armonía. Y hace esto con tal atención y vigilancia que ningún ser puede eludir jamás su debida finalidad en una sola letra, como se dice, o en un solo punto; y con un comportamiento tan natural que su conducta nunca se conturba por preocupación alguna.
Contemplan al Señor de toda la creación gobernándola con tal tranquilidad, que se extasían en la más absorta y dulce admiración. Arrebatados serenamente por la inmensa profundidad de la claridad divina, se abisman en el fondo más oculto de este asombroso equilibrio, con el que gozan de tal paz, y serenidad que, por respeto a su soberanía, todos los demás espíritus le sirven como si fuesen verdaderos ministros de estas verdaderas Dominaciones.
4. Dios tiene su sede sobre los Tronos. Pienso que estos espíritus, más que todos los enumerados, tienen motivos más justos y numerosos para amar. Si entrases en el palacio de cualquier rey humano, ¿no verías que entre todas las sillas, escaños y sedes sobresale más elevado el trono real? No es necesario preguntar dónde suele sentarse el rey; en seguida se descubre su sede, más encumbrada, más artística que todas las restantes. Con esta misma facilidad percibirás que, por un derroche de magnificencia, estos espíritus se destacan sobre los otros, porque la majestad divina los eligió para sentarse sobre ellos; pero se lo deben a su especial admirable condescendencia.
Si una sede es siempre símbolo de magisterio, creo que el único maestro que tenemos en el cielo y en la tierra, Cristo, sabiduría de Dios, abarca a todos los seres por su pureza, pero muy especialmente ilustra a éstos con su presencia. Ellos forman su sede por excelencia y desde ella comunica su sabiduría, como en solemne audiencia, al ángel y al hombre. Aquí conocen los Ángeles los mensajes divinos, y los Arcángeles los designios de Dios. Aquí aprenden todos los demás, Potestades, Principados o Dominaciones cómo deben cumplir su ministerio, cómo pueden sentirse orgullosos de su dignidad, y por encima de todo no abusar del poder recibido, refiriéndolo a su propia voluntad o a su propia gloria.
5. Pero ese gran ejército de los llamados Querubines, si atendemos a lo que significa su nombre, nada han recibido, ni indirectamente, de los restantes espíritus. El Señor Jesús en persona se digna introducirlos en toda la plenitud de la verdad, revelándoles profusamente todos los tesoros del saber y del conocer escondidos en Dios. E igualmente los que llevan el nombre de Serafines. También los atrajo hacia sí el mismo Dios Amor, los absorbió y los arrojó a la entraña ardiente de su santo amor. Se diría que forman un solo espíritu con Dios, como el fuego cuando inflama al aire le comunica todo su calor y lo reviste de su color: más que aire abrasado parece fuego.
Los Querubines y Serafines, pues, gozan inefablemente contemplando a Dios: los primeros, su ciencia sin media; y los segundos, su amor inextinguible. Su respectiva supremacía sobre los demás es la razón de su nombre: Querubín significa plenitud de cienci Mua, y Serafín abrasador y abrasado.
6. Por tanto, los Ángeles aman a Dios por la suma equidad de sus juicios: los Arcángeles, por la soberana sabiduría de sus designios; las Virtudes, por la bondad de sus signos, mediante los cuales se digna atraer a la fe a los incrédulos; las Potestades le aman por la fuerza de su justísimo poder, con el cual acostumbra a rechazar y evitar a los buenos la crueldad de los malvados; los Principados, por la primordial vitalidad con que da el ser y el principio vital a toda criatura, superior o inferior, espiritual o corporal, alcanzando con vigor de extremo a extremo; las Dominaciones, por su serenísima voluntad con que lo ordena todo como ser poderoso, disponiéndolo amablemente con mayor fuerza, si cabe, conforme a s inmensa bondad e imperturbable serenidad. Le aman los Tronos por la liberalidad con que muestra su sabiduría comunicándose a sí mismo sin envidia, y por la unción con que instruye gratuitamente en todas las cosas. Por su parte, le aman los Querubines porque el Señor es un Dios que sabe, y conociendo lo que cada ser necesita para su salvación, distribuye discreta y oportunamente sus dones a quienes se lo piden con veneración. Y le aman los Serafines porque es amor y conociendo lo que cada ser necesita para su salvación, distribuye discreta y oportunamente sus dones a quienes se lo piden con veneración. Y le aman los Serafines porque es amor y no odia a ninguna de sus criaturas, pues quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad.
III. 7. Todos ellos, pues, le aman en la medida en que lo conocen. Pero como las doncellas le comprenden menos, también perciben menos y son incapaces de llegar a tanta sublimidad; por eso, siendo aún niñas en Cristo, serán alimentadas con leche y manteca. Tendrán que acercarse a los pechos de la esposa para amarle. Ella lleva bálsamo derramado y su aroma las incita a gustar y sentir qué bueno es el Señor. Y cuando advierten que arden de amor, se vuelve al esposo para decirle: Tu nombre es como bálsamo fragante; por eso te quieren tanto las doncellas. ¿Qué significa “tanto”? Mucho, con apasionamiento, con ardor.
Esto os afecta quizá indirectamente a vosotros que acabáis de llegar al monasterio. Porque este lenguaje espiritual desaprueba vuestra vehemencia menos discreta, incluso vuestra obstinada intransigencia, que muchas veces intento reprimir. Os empeñáis en no contentaros con la vida común. No os bastan los ayunos señalados pr la regla, ni las solemnes vigilias, ni la observancia regular. Os parece excesivo el vestio y el alimento que os damos; preferís la singularidad a lo común. Si os confiasteis un día a nuestra solicitud, por qué volvéis a gobernaros a vosotros mismos?
Tomáis de nuevo consejo no de mí, sino de vuestra propia voluntad, por la que tantas veces ofendisteis a Dios, según lo atestiguan vuestras conciencias. Ella os enseña a no ser indulgentes con vuestra naturaleza, a no doblegaros ante la sensatez, a prescindir del consejo y del ejemplo de los mayores, a no obedecerme a mí. ¿Es que ignoráis que obedecer vale más que un sacrificio? ¿No habéis leído en vuestra regla que aquello que se realiza sin el beneplácito o el consentimiento del padre espiritual será condenado como presunción y vanagloria e indigno de recompensa? ¿Tampoco habéis viso en el Evangelio el modelo de obediencia que el Niño Jesús propuso a los niños santos? Cuando se quedó en Jerusalén y respondió a sus padres que debía estar en la casa de su Padre, viendo que ellos no se lo consentían, no desdeñó seguirlos a Nazaret, el Maestro a sus discípulos, Dios a unos hombres, el Verbo y la Sabiduría de Dios a un artesano y a una mujer. ¿Añade algo más el sagrado relato? Sí: que siguió bajo su autoridad. ¿Hasta cuándo os vais a tener por sabios? Dios se entrega y se somete a unos seres mortales ¿y vosotros seguís aún por vuestros caminos? Habéis recibido el buen espíritu, pero no os servís bien de él.
Temo que en s lugar acojáis a otro que os haga caer bajo apariencias de bien, y después de haber comenzado siguiendo al espíritu, terminéis en la carne. ¿No sabéis que el espíritu de Satanás se disfraza de mensajero de luz? Dios es Sabiduría, y quiere que le amemos con dulzura y sabiduría. Por eso dice el Apóstol: Ofrecedle un culto auténtico. De lo contrario, se burlará fácilmente de vuestro celo el espíritu el error, si despreciáis la prudencia. Ese astuto enemigo no conoce otro procedimiento más eficaz para arrancar del corazón el amor, sino conseguir, si puede, que vivamos sin prudencia y sin discernimiento. Por eso pienso ofreceros algunas consideraciones que deben tener en cuenta los que aman a Dios. Pero como este sermón está pidiendo su terminación, intentaré exponerlas mañana, si Dios me da vida y tiempo para prepararlo, como ahora he tenido para hablaros. Además, tras el descanso nocturno nos hallaremos más despejados; y sobre todo, después de la oración –así lo esperamos-nos reuniremos con más interés para escuchar el sermón sobre el amor. Con la ayuda del Señor Jesús, Cristo, a quien sea el honor y la gloria por siempre eternamente. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO
La gracia derramada de nuestro Señor, vertida sobre el género humano, hace que nos acerquemos a la majestad del Santo Nombre y busquemos la unión mística con Cristo.Ese mismo amor y atracción es compartido por los seres angélicos que colaboran en la labor de la redención, y salvación, de la humanidad, al mismo tiempo que son conocedores de secretos para nosotros intangibles e impensables.
Las potestades pueden con la astucia de los demonios. Los principados pueden cambiar la organización de los diversos reinos. Las dominaciones controlan y contemplan todo lo creado. Querubines y Serafines atesoran otras grandes virtudes.
En todo el orden angélico predomina la obediencia. El Señor Jesucristo, en su niñez, dió muestras de obediencia. Debemos considerar a la obediencia como una joya espiritual y uno de los mayores sacrificios.
OCTAVA DE LA ASUNCIÓN
SOBRE LAS DOCE PRERROGATIVAS DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, SEGÚN LAS PALABRAS DEL APOCALIPSIS: «UN PORTENTO GRANDE APARECIÓ EN EL CIELO: UNA MUJER ESTABA CUBIERTA CON EL SOL Y LA LUNA A SUS PIES Y EN SU CABEZA TENÍA UNA CORONA DE DOCE ESTRELLAS»
1. Muchísimo daño, amadísimos, nos causaron un varón y una mujer; pero, gracias a Dios, igualmente por un varón y una mujer se restaura todo. Y no sin grande aumento de gracias. Porque no fué el don como había sido el delito, sino que excede a la estimación del daño la grandeza del beneficio. Así, el prudentísimo y clementísinio Artífice no quebrantó lo que estaba hendido, sino que lo rehizo más útilmente por todos modos, es a saber, formando un nuevo Adán del viejo y transfundiendo a Eva en María. Y, ciertamente, podía bastar Cristo, pues aun ahora toda nuestra suficiencia es de El, pero no era bueno para nosotros que estuviese el hombre solo. Mucho más conveniente era que asistiese a nuestra reparación uno y otro sexo, no habiendo faltado para nuestra corrupción ni el uno ni el otro. Fiel y poderoso mediador de Dios y de los hombres es el hombre Cristo Jesús, pero respetan en él los hombres una divina majestad. Parece estar la humanidad absorbida en la divinidad, no porque se haya mudado la substancia, sino porque sus afectos están divinizados. No se canta de El sola la misericordia, sino que también se le canta igualmente la justicia, porque aunque aprendió, por lo que padeció, la compasión, y vino a ser misericordioso, con todo eso tiene la potestad de juez al mismo tiempo. En fin, nuestro Dios es un fuego que consume. ¿Qué mucho tema el pecador llegarse a El, no sea que, al modo que se derrite la cera a la presencia del fuego, así perezca él a la presencia de Dios?
2. Así, pues, ya no parecerá estar de más la mujer bendita entre todas las mujeres, pues se ve claramente el papel que desempeña en la obra de nuestra reconciliación, porque necesitamos un mediador cerca de este Mediador y nadie puede desempeñar tan provechosamente este oficio como María. ¡Mediadora demasiado cruel fué Eva, por quien la serpiente antigua infundió en el varón mismo el pestífero veneno! ¡Pero fiel es Maria, que propinó el antídoto de la salud a los varones y a las mujeres! Aquélla fué instrumento de la seducción, ésta de la propiciación; aquélla sugirió la prevaricación, ésta introdujo la redención. ¿Qué recela llegar a María la fragilidad humana? Nada hay en ella austero, nada terrible; todo es suave, ofreciendo a todos leche y lana. Revuelve con cuidado toda la serie de la evangélica historia, y si acaso algo de dureza o de reprensión desabrida, si aun la señal de alguna indignación, aunque leve, se encuentre en María, tenla en adelante por sospechosa y recela el llegarte a ella. Pero si más bien (como es así en la verdad) encuentras las cosas que pertenecen a ella llenas de piedad y de misericordia, llenas de mansedumbre y de gracia, da las gracias a aquel Señor que con una benignísima misericordia proveyó para ti tal mediadora que nada puede haber en ella que infunda temor. Ella se hizo toda para todos; a los sabios y a los ignorantes, con una copiosísima caridad, se hizo deudora. A todos abre el seno de la misericordia, para que todos reciban de su plenitud: redención el cautivo, curación el enfermo, consuelo el afligido, el pecador perdón, el justo gracia, el ángel alegría; en fin, toda la Trinídad gloria, y la misma persona del Hijo recibe de ella la substancia de la carne humana, a fin de que no haya quien se esconda de su calor.
3. ¿No juzgas, pues, que esta misma es aquella mujer vestida del sol? Porque, aunque la misma serie de la visión profética demuestre que se debe entender de la presente Iglesia, esto mismo seguramente parece que se puede atribuir sin inconvenente a María. Sin duda ella es la que se vistió como de otro sol. Porque, así como aquél nace indiferentemente sobre los buenos y los malos, así también esta Señora no examina los méritos antecedentes, sino que se presenta inexorable para todos, para todos clementísima, y se apiada de las necesidades de todos con un amplísimo afecto. Todo defecto está debajo de ella y supera todo lo que hay en nosotros la fragilidad y corrupción, con una sublimidad excelentísima en que excede y sobrepasa las demás criaturas, de modo que con razón se dice que la luna está debajo de sus pies. De otra suerte, no parecería que decíamos una cosa muy grande si dijéramos que esta luna estaba debajo de los pies de quien es ¡lícito dudar que fue ensalzada sobre todos los coros de los ángeles, sobre los querubines también y los serafines. Suele designarse en la una no sólo el defecto de la corrupción, sino la necedad del entendimiento y algunas veces la Iglesia del tiempo presente; aquello, ciertamente, por su mutabilidad, la Iglesia por el esplendor que recibe de otra parte. Mas una y otra luna (por decirlo así) congruentísimamente están debajo de los pies de María, pero de diferente modo, puesto que el necio se muda como la luna y el sabio permanece como el sol. En el sol, el calor y el esplendor son estables, mientras que en la luna hay solamente el esplendor, y aun éste es mudable e incierto, pues nunca permanece en el mismo estado. Con razón, pues, se nos representa a María vestida del sol, por cuanto penetró el abismo profundísimo de la divina sabiduría más allá de lo que se pueda creer, de suerte que, en cuanto lo permite la condición de simple criatura, sin llegar a la unión personal, parece estar sumergida totalmente en aquella inaccesible luz, en aquel fuego que purificó los labios del profeta Isaías, y en el cual se abrasan los serafines. Así que de muy diferente modo mereció María no sólo ser rozada ligeramerte por el sol divino, sino más bien ser cubierta con él por todas partes, ser bañada alrededor y COMO encerrada en el mismo fuego. Candidísimo es, a la verdad, pero y también calidísimo el vestido de esta mujer, de quien todas las cosas se ven tan excelentemente iluminadas, que no es lícito sospechar en ella nada, no digo tenebroso, pero ni oscuro en algún modo siquiera o menos lúcido, ni tampoco algo que sea tibio o no lleno de fervor.
4. Igualmente, toda necedad está muy debajo de sus pies, para que por todos modos no se cuente María en el número de las mujeres necias ni en el coro de las vírgenes fatuas. Antes bien, aquel único necio y príncipe de toda la necedad que, mudado verdaderamente como la luna, perdió la sabiduría en su hermosura, conculcado y quebrantado bajo los pies de María, padece una miserable esclavitud. Sin duda, ella es aquella mujer prometida otro tiempo por Dios para quebrantar la cabeza de la serpiente antigua con el pie de la virtud, a cuyo calcaño puso asechanzas en muchos ardides de su astucia, pero en vano, puesto que ella sola quebrantó toda la herética perversidad. Uno decía que no había concebido a Cristo de la substancia de su carne; otro silbaba que no había dado a luz al niño, sino que le había hallado; otro blasfemaba que, a lo menos, después del parto, había sido conocida de varón; otro, no sufriendo que la llamasen Madre de Dios, reprendía impiísimamente aquel nombre grande, Theocotos, que significa la que díó a luz a Dios. Pero fueron quebrantados los que ponían asechanzas, fueron conculcados los engañadores, fueron confutados los usurpadores y la llaman bienaventurada todas las generaciones. Finalmente, luego que dió a luz, puso asechanzas el dragón por medio de Herodes, para apoderarse del Hijo que nacía y devorarle, porque había enemistades entre la generación de la mujer y la del dragón.
5. Mas ya, si parece que más bien se debe entender la Iglesia en el nombre de luna, por cuanto no resplandece de suyo, sino que aquel Señor que dice: Sin mí nada podéis hacer, tendremos entonces evidentemente expresada aquí aquella mediadora de quien poco ha os he hablado. Apareció una mujer, dice San Juan, vestida del sol, y la luna debajo de sus pies . Abracemos las plantas de María, hermanos míos, y postrémonos con devotísimas súplicas a aquellos pies bienaventurados. Retengámosla y no la dejemos partir hasta que nos bendiga, porque es poderosa. Ciertamente, el vellocino colocado entre el rocío y la era, y la mujer entre el sol y la luna, nos muestran a María, colocada entre Cristo y la Iglesia. Pero acaso no os admira tanto el vellocino saturado de rocío como la mujer vestida del sol, porque si bien es grande la conexión entre la mujer y el sol con que está vestida, todavía resulta más sorprendente la adherencia que hay entre ambos. Porque ¿cómo en medio de aquel ardor tan vehemente pudo subsistir una naturaleza tan frágil? Justamente te admiras, Moisés santo, y deseas ver más de cerca esa estupenda maravilla; mas para conseguirlo debes quitarte el calzado y despojarte enteramente de toda clase de pensamientos carnales. Iré a ver, dice, esta gran maravilla . Gran maravilla, ciertamente, una zarza ardiendo sin quemarse, gran portento una mujer que queda ilesa estando cubierta con el sol. No es de la naturaleza de la zarza el que esté cubierta por todas partes de llamas y permanezca con todo eso sin quemarse; no es poder de mujer el sostener un sol que la cubre. No es de virtud humana, pero ni de la angélica seguramente. Es necesaria otra más sublime. El Espíritu Santo, dice, sobrevendrá en ti. Y como si respondiese ella: Dios es espíritu y nuestro Dios es un fuego que consume. La virtud, dice, no la mía, no la tuya, sino la del Altísimo, te hará sombra. No es maravilla, pues, que debajo de tal sombra sostenga también una mujer vestido tal.
6. Una mujer, dice, cubierta con el sol. Sin duda cubierta de luz como de un vestido. No lo percibe acaso el carnal: sin duda es cosa espiritual, necedad le parece. No parecía así al Apóstol, quien decía: Vestíos del Señor Jesucristo. ¡Cuán familiar de El fuiste hecha, Señora! ¡Cuán próxima, más bien, cuán íntima mereciste ser hecha! ¡ Cuánta gracia hallaste en Dios !En ti está y tú en El; a El le vistes y eres vestida por El. Le vistes con la substancia de la carne y El te viste con la gloria de la majestad suya. Vistes al sol de una nube y eres vestida tú misma de un sol. Porque una cosa nueva hizo Dios sobre la tierra, y fué que una mujer rodease a un varón, que no es otro que Cristo, de quien se dice: He ahí un varón; Oriente es su nombre; una cosa nueva hizo también en el cielo, y fué que apareciese una mujer cubierta con el sol. Finalmente, ella le coronó y mereció también ser coronada por El. Salid, hijas de Sión, y ved al rey Salomón con la diadema con que le coronó su Madre. Pero esto es para otro tiempo. Entre tanto, entrad, más bien, y ved a la reina en la diadema con que la coronó su Hijo.
7. En su cabeza, dice, tenía una corona de doce estrellas. Digna, sin duda, de ser coronada con estrellas aquella cuya cabeza, brillando mucho más lucidamente que ellas, más bien las adornará que será por ellas adornada. ¿Qué mucho que coronen los astros a quien viste el sol? Como en los días de primavera, dice, la rodeaban las flores de los rosales y las azucenas de los valles. Sin duda la mano izquierda del Esposo está puesta bajo de su cabeza y ya su diestra la abraza. ¿Quién apreciará estas piedras? ¿Quién dará nombre a estas estrellas con que está fabricada la diadema real de María? Sobre la capacidad del hombre es dar idea de esta corona y explicar su composición. Con todo eso, nosotros, según nuestra cortedad, absteniéndonos del peligroso examen de los secretos, podremos acaso sin inconveniente entender en estas doce estrellas doce prerrogativas de gracias con que María singularmente está adornada. Porque se encuentran en María prerrogativas del cielo, prerrogativas del cuerpo y prerrogativas del corazón; y si este ternario se multiplica por cuatro, tenernos quizá las doce estrellas con que la real diadema de María resplandece sobre todos. Para mí brilla un singular resplandor, primero, en la generación de María; segundo, en la salutación del ángel; tercero, en la venida del Espíritu Santo sobre ella; cuarto, en la indecible concepción del Hijo de Dios. Así, en estas mismas cosas también resplandece un soberano honor, por haber sido ella la primiceria de la virginidad , por haber sido fecunda sin corrupción, por haber estado encinta sin opresión, por haber dado a luz sin dolor. No menos también con un especial resplandor brillan en María la mansedumbre del pudor, la devoción de la humildad, de magnanimidad de la fe, el martirio del corazón. Cuidado vuestro será mirar con mayor diligencia cada una de estas cosas. Nosotros habremos satisfecho, al parecer, si podemos indicarlas brevemente.
8. ¿Qué es, pues, lo que brilla, comparable con las estrellas, en la generación de María? Sin duda el ser nacida de reyes, el ser de sangre de Abraharn., el ser de la generosa prosapia de David. Si esto parece poco, añade que se sabe fue concedida por el cielo a aquella generación por el privilegio singular de santidad, que mucho antes fue prometida por Dios a estos mismos Padres, que fue prefigurada con misteriosos prodigios, que fue preanunciada con oráculos proféticos. Porque a esta misma señalaba anticipadamente la vara sacerdotal cuando floreció sin raíz, a ésta el vellocino de Gedeón cuándo en medio de la era seca se humedeció, a ésta la puerta oriental en la visión de Ezequiel, la cual para ninguno estuvo patente jamás. Esta era, en fin, la que Isaías, más claramente que todos, ya la prometía como vara que había de nacer de la raíz de Jesé, ya, más manifíestamente, como virgen que había de dar a luz. Con razón se escribe que este prodigio grande había aparecido en el cielo, pues se sabe haber sido prometido tanto antes por el cielo. El Señor dice: El mismo os dará un prodigio. Ved que concebirá una virgen. Grande prodigio dio, a la verdad, porque también es grande el que le dio. ¿En qué vista no reverbera con la mayor vehemencia el brillo resplandeciente de esta prerrogativa? Ya, en haber sido saludada por el ángel tan reverente y obsequiosamente, que podía parecer que la miraba ya ensalzada con el solio real sobre todos los órdenes de los escuadrones celestiales y que casi iba a adorar a una mujer el que solía hasta entonces ser adorado gustosamente por los hombres, se nos recomienda el excelentísimo mérito de nuestra Virgen y su gracia singular.
9. No menos resplandece aquel nuevo modo de concepción, por el cual, no en la iniquidad, como las demás mujeres, sino sobreviniendo el Espíritu Santo, solo María concibió la santificación. Pero el haber engendrado ella al verdadero Dios y verdadero Hijo de Dios, para que uno mismo fuese Hijo de Dios y de los hombres y uno absolutamente, Dios y hombre, naciese de María, abismo es de luz; ni diré fácilmente que aun la vista del ángel no se ofusque a la vehemencia de este resplandor. En lo demás, evidentemente, se ilustra la virginidad por la novedad del mismo propósito de la virginidad por la novedad del mismo propósito, puesto que, elevándose en la libertad de espíritu sobre los decretos de la ley de Moisés, ofreció a Dios con voto la inmaculada santidad de cuerpo y de espíritu juntamente. Prueba la inviolable firmeza de su propósito el haber respondido tan firmemente al ángel que la prometía un hijo: ¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón? Acaso por eso se turbó en sus palabras y pensaba qué salutación sería ésta, porque había oído que la llamaban bendita entre las mujeres la que siempre deseaba ser bendita entre las vírgenes. Y desde aquel punto, ciertamente, pensaba qué salutación sería ésta, porque ya parecía ser sospechosa. Mas luego que en la promesa de un hijo aparecía el peligro manifiesto de la virginidad, ya no pudo disimular más ni dejar de decir: ¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón? Por tanto, con razón mereció aquella bendición y no perdió ésta, para que así sea mucha más gloriosa la virginidad por la fecundidad y la fecundidad por la virginidad y parezcan ilustrarse mutuamente estos dos astros con sus rayos. Pues el ser virgen cosa grande es, pero ser virgen madre, por todos modos es mucho más. Con razón también sola ella no sintió aquel molestísimo tedio con que todas las mujeres embarazadas son afligidas, pues ella sola concibió sin libidinoso deleite. Por lo cual, en el mismo principio de la concepción, cuando principalmente son afligidas miserablemente las demás mujeres, María con toda presteza sube a las montañas para asistir a Isabel. Subió también a Belén, estando ya cercano el parto, llevando aquel preciosísimo depósito, llevando aquel peso dulce, llevando a quien la llevaba. Así también, en el mismo parto, de cuánto esplendor es el haber dado a luz con un gozo nuevo la nueva prole, siendo sola ella entre las mujeres ajena de la común maldición y del dolor de las que dan a luz. Si el precio de las cosas se ha de juzgar por lo raro de ellas, nada se puede hallar más raro que éstas. Puesto que en todas ellas ni se vio tener primera semejante ni segunda. De todo esto, si fielmente lo miramos, sin duda concebiremos admiración; pero también veneración, devoción y consolación.
10. Mas lo que todavía resta considerar pide imitación. No es para nosotros el ser antes del nacimiento prometidos prodigiosamente de tantos y tan varios modos ni el ser preanunciados desde el cielo, ni tampoco el ser honrados por el arcángel Gabriel con los obsequios de tan nueva salutación. Mucho menos nos comunican las otras dos cosas a nosotros; ciertamente su secreto es para sí. Porque sola ella es de quien se dice: Lo que en ella ha nacido es del Espíritu Santo. Sola ella es a quien se dice: Lo santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios . Sean ofrecidas al Rey las vírgenes, pero después de ella, porque ella sola reserva para sí la primacía. Mucho más, ella sola concibió al hijo sin corrupción, le llevó sin opresión, le dió a luz sin dolor. Así, nada de esto se exige de nosotros, pero, ciertamente, se exige algo. Porque por ventura, si también nos falta a nosotros la mansedumbre del pudor, la humildad del corazón, la magnanimidad de la fe, la compasión del ánimo, ¿excusará nuestra negligencia la singularidad de estos dones? Agraciada piedra en la diadema, estrella resplandeciente en la cabeza es el rubor en el semblante del hombre vergonzoso. ¿Piensa acaso alguno que careció de esta gracia la que fue llena de gracias? Vergonzosa fue María. Del Evangelio lo probamos. Porque ¿en dónde se ve que fuese alguna vez locuaz, en dónde se ve que fuese presuntuosa? Solicitando hablar al hijo se estaba afuera, ni con la autoridad que tenía de madre interrumpió el sermón o se entró por la habitación en que el hijo estaba hablando. En toda la serie, finalmente, de los cuatro Evangelios (si bien me acuerdo) no se oye hablar a María sino cuatro veces. La primera al ángel, pero cuando ya una y dos veces la había él hablado; la segunda a Isabel, cuando la voz de su salutación hizo saltar de gozo a Juan en el vientre; y, alabando ,entonces Isabel a María, cuidó ella más bien de alabar al Señor; la tercera al Hijo, cuando era ya de doce años, porque ella misma y su padre le habían buscado llenos de dolor; la cuarta, en las bodas, al Hijo y a los ministros. Y estas palabras, sin duda, fueron índice ciertísimo de su congénita mansedumbre y vergüenza virginal. Puesto que, reputando suyo el empacho de otros, no pudo sufrir, no pudo disimular que les faltase vino. A la verdad, luego que fue increpada por el Hijo, como mansa y humilde de corazón, no respondió, mas ni con todo eso desesperó, avisando a los ministros que hiciesen lo que El les dijese.
11. Y después de haber nacido Jesús en la cueva de Belén, ¿acaso no leemos que vinieron los pastores y encontraron la primera de todos a María? Hallaron, dice el evangelista, a María y a José, y al infante puesto en el pesebre. También los Magos, si hacemos memoria, no, sin María su Madre encontraron al Niño, y cuando ella introdujo en el templo del Señor al Señor del templo, muchas cosas ciertamente oyó a Simeón, así relativas a Jesús como a sí misma, pero, como siempre, mostrose tarda en hablar y solícita en escuchar. María conservaba todas estas palabras, ponderándolas en su corazón; y en todas estas circunstancias no profieren sus labios una sola palabra acerca del sublime misterio de la encarnación del Señor. ¡Ay de nosotros, que parece tenemos el espíritu en las narices! ¡Ay de nosotros, que echamos afuera todo nuestro espíritu, y que, según aquello del cómico, llenos de hendiduras nos derramamos por todas partes! ¡Cuántas veces oyó María a su Hijo, no sólo hablando a las turbas en parábolas, sino descubriendo aparte a sus discípulos el misterio del reino de Dios! ¡Viole haciendo prodigios, viole pendiente de la cruz, viole expirando, viole cuando resucitó, viole, en fin, ascendiendo a los cielos! Y en todas estas circunstancias, ¿cuántas veces se menciona haber sido oída la voz de esta pudorosísima Virgen, cuántas el arrullo de esta castísima y mansísima tórtola? Ultimamente leemos en los Actos de los Apóstoles que los discípulos, volviendo del monte Olivete, perseveraban unánimemente en la oración. ¿Quiénes? Hallándose presente allí María, parece obvio que debía ser nombrada la primera, puesto que era superior a todos, así por la prerrogativa de su divina maternidad como por el privilegio de su santidad. Pedro y Andrés, dice, Santiago y Juan, y los demás que se siguen. Todos los cuales perseveraban juntos en oración con las mujeres, y con María, la madre de Jesús. Pues ¿qué?, ¿se portaba acaso María como la última de las mujeres, para que se la pusiese en el postrer lugar? Cuando los discípulos, sobre los cuales aún no había bajado el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado, suscitaron entre sí la contienda acerca de la primacía en el reino de Cristo, obraron guiados por miras humanas; todo al revés lo hizo María, pues siendo la mayor de todos y en todo, se humilló en todo y más que todos. Con razón, pues, fue constituida la primera de todos, la que siendo en realidad la más excelsa escogía para sí el último lugar. Con razón fue hecha Señora de todos la que se portaba como sierva de todos. Con razón, en fin, fue ensalzada sobre todos los coros de los ángeles la que con inefable mansedumbre se abatía a sí misma debajo de las viudas y penitentes, y aun debajo de aquella de quien habían sido lanzados siete demonios. Os ruego, hijos amados, que imitéis esta virtud; si amáis a María, si anheláis agradarla, imitad su modestia. NADA DICE TAN BIEN AL HOMBRE, nada es tan conveniente al cristiano y nada es tan decente al monje en especial.
12. Y sin duda que bastante claramente se deja ver en la Virgen, por esta misma mansedumbre, la virtud de la humildad con la mayor brillantez. Verdaderamente, compañeras son la mansedumbre y la humildad, confederadas más íntimamente en aquel Señor que decía: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Porque así como la altivez es madre de la presunción así la verdadera mansedumbre no procede sino de la verdadera humildad. Mas ni sólo en el silencio de María se recomienda su humildad, sitio que resuena todavía más elocuentemente en sus palabras. Había oído: Lo santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios, y no responde otra cosa sino que es la sierva de El. De aquí llega la visita a Isabel, y al punto se le revela a ésta por el espíritu la singular gloria de la Virgen. Finalmente, admiraba la persona de quien venía, diciendo: ¿De dónde a mí esto, que venga a mi casa la madre de mi Señor? Ensalzaba también la voz de quien la saludaba, añadiendo: Luego que sonó la voz de tu salutación en mis oídos saltó de gozo el infante en mi vientre. Y alababa la fe de quien había creído diciendo: Bienaventurada tú que has creído, porque en tí serán cumplidas las cosas que por el Señor se te han dicho. Grandes elogios, sin duda, pero también su devota humildad, no queriendo retener nada para sí, más bien lo atribuye todo a aquel Señor cuyos beneficios se alababan en ella. Tú, dice, engrandeces a la Madre del Señor, pero mi alma engrandece al Señor. Dices que a mi voz saltó de gozo el párvulo, pero mí espíritu se llenó de gozo en Dios, que es mi salud, y éI mismo también, como amigo del Esposo, se llena de gozo a la voz del Esposo. Bienaventurada me llamas porque he creído, pero la causa de mi fe y de mi dicha es haberme mirado la piedad suprema, a fin de que por eso me llamen bienaventurada las naciones todas, porque se dignó Dios mirar a esta su sierva pequeña y humilde.
13. Sin embargo, ¿creéis acaso, hermanos, que Santa Isabel errase en lo que, iluminada por el Espíritu Santo, hablaba? De ningún modo. Bienaventurada ciertamente era aquella a quien miró Dios, y bienaventurada la que creyó, porque su fe fue el fruto sublime que produjo en ella la vista de Dios. Pues por un inefable artificio del Espíritu Santo, a tanta humildad se juntó tanta magnanimidad en lo íntimo del corazón virginal de María, para que (como dijimos antes de la integridad y fecundidad) se volvieran igualmente estas dos estrellas más claras por la mutua correspondencia, porque ni su profunda humildad disminuyó su magnanimidad ni su excelsa magnanimidad amenguó su humildad, sino que, siendo en su estimación tan humilde, era no menos magnánima en la creencia de la promesa, de suerte que aunque no se reputaba a sí misma otra cosa que una pequeña sierva, de ningún modo dudaba que había sido escogida para este incomprensible misterio, para este comercio admirable, para este sacramento inescrutable, y creía firmemente que había de ser luego verdadera madre del que es Dios y hombre. Tales son los efectos que en los corazones de los escogidos causa la excelencia de la divina gracia, de forma que ni la humildad los hace pusilánimes ni la magnanimidad arrogantes, sino que estas dos virtudes más bien se ayudan mutuamente, para que no sólo ninguna altivez se introduzca por la magnanimidad, sino que por ella principalmente crezca la humildad; con esto se vuelven ellos mucho más timoratos y agradecidos al dador de todas las gracias y al propio tiempo evitan que tenga entrada alguna en su alma la pusilanimidad con ocasión de la humildad, porque cuanto menos suele presumir cada uno de su propia virtud, aún en las cosas mínimas, tanto más en cualesquiera cosas grandes confía en la virtud divina.
14. El martirio de la Virgen ciertamente (que entre las estrellas de su diadema, si os acordáis, nombramos la duodécima) está expresado así en la profecía de Simeón como en la historia de la pasión del Señor. Está puesto éste, dice Simeón al párvulo Jesús, como blanco, al que contradecirán, y a tu misima alma (decía a María) traspasará la espada. Verdaderamente, ¡oh madre bienaventurada!, traspasó tu alma la espada. Ni pudiera ella penetrar el cuerpo de tu hijo sin traspasarla. Y, ciertamente, después que expiró aquel tu Jesús (de todos, sin duda,pero especialmente tuyo) no tocó su alma la lanza cruel que abrió (no perdonándole aun muerto, a quien ya no podía dañar) su costado, pero traspasó seguramente la tuya. Su alma ya no estaba allí, pero la tuya, ciertamente, no se podía de allí arrancar. Tu alma, pues, traspasó la fuerza del dolor, para que no sin razón te prediquemos más que mártir, habiendo sido en ti mayor el afecto de compasión que pudiera ser el sentido de la pasión corporal.
15. ¿Acaso no fue para ti más que espada aquella palabra que traspasaba en la realidad el alma que llegaba hasta la división del alma y del espíritu: Mujer, mira tu, hijo?. iOh trueque! Te entregan a Juan en lugar de Jesús, el siervo en lugar del Señor, el discípulo en lugar del Maestro, el hijo del Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, un hombre puro en lugar del Dios verdadero. ¿Cómo no traspasaría tu afectuosísima alma el oír esto, cuando quiebra nuestros pechos, aunque de piedra, aunque de hierro, solo la memoria de ello? No os admiréis, hermanos, de que sea llamada María mártir en el alma. Admírese el que no se acuerde haber oído a Pablo contar entre los mayores crímenes de los gentiles el haber vivido sin tener afecto. Lejos estuvo esto de las entrañas de María, lejos esté también de sus humildes siervos. Mas acaso dirá alguno: ¿Por ventura no supo anticipadamente que su Hijo había de morir? Sin duda alguna. ¿Por ventura no esperaba que luego había de resucitar? Con la mayor confianza. Y a pesar de esto, ¿se dolió de verle crucificado? Y en gran manera. Por lo demás, ¿quién eres tú, hermano, o qué sabiduría es la tuya, que admiras más a María compaciente que al Hijo de María paciente? El pudo morir en el cuerpo, ¿y María no pudo morir juntamente en el corazón? Realizó aquello una caridad superior a toda otra caridad; también hizo esto una caridad que después de aquélla no tuvo par ni semejante. Y ahora, ¡oh Madre de misericordia!, postrada humildemente a tus pies, como la luna, te ruega la Iglesia con devotísimas súplicas que, pues estás constituída mediadora entre ella y el Sol de justicia, por aquel sincerísimo afecto de tu alma le alcances la gracia de que en tu luz llegue a ver la luz de ese resplandeciente Sol, que te amó verdaderamente más que a todas las demás criaturas y te adornó con las más preciosas galas de la gloria, poniendo en tu cabeza la corona de hermosura. Llena estás de gracia, llena del celestial rocío, sustentada por el amado y rebosando en delicias. Alimenta hoy, Señora, a tus pobres; los mismos cachorrillos también coman de las migajas que caen de la mesa de su Señor; no sólo al criado de Abrahám, sino también a sus camellos dales de beber de tu copiosa cántara de agua, porque tú eres verdaderamente aquella doncella anticipadamente elegida y preparada para desposarse con el Hijo del Altísimo, el cual es sobre todas cosas Dios bendito por los siglos de los siglos.
RESUMEN
En definitiva, la redención del ser humano es más importante, su componente espiritual es más importante que la caída. En esta redención son, igualmente, importantes, la justicia y la misericordia.
María es el fuego ardiente de la redención. Es la redención que se nos ofrece con lana y miel. Es la intermediaria entre Cristo y su Iglesia. Pero la Iglesia está a sus pies en forma de luna. Asimismo la luna significa que todo esplendor humano nada vale, pues está debajo de María. De nada valen las vírgenes fatuas. María es el sol y sobre ella resplandecen doce estrellas. Está dotada de doce grandes virtudes que pueden resumirse en que brilla con un singular resplandor, en su propia generación, en la salutación del ángel, en la venida del Espíritu Santo y en la Concepción del Hijo de Dios. Es ejemplo de humildad, pues siendo su papel tan preponderante es nombrada pocas veces en los mismos evangelios.
RESUMEN
En definitiva, la redención del ser humano es más importante, su componente espiritual es más importante que la caída. En esta redención son, igualmente, importantes, la justicia y la misericordia.
María es el fuego ardiente de la redención. Es la redención que se nos ofrece con lana y miel. Es la intermediaria entre Cristo y su Iglesia. Pero la Iglesia está a sus pies en forma de luna. Asimismo la luna significa que todo esplendor humano nada vale, pues está debajo de María. De nada valen las vírgenes fatuas. María es el sol y sobre ella resplandecen doce estrellas. Está dotada de doce grandes virtudes que pueden resumirse en que brilla con un singular resplandor, en su propia generación, en la salutación del ángel, en la venida del Espíritu Santo y en la Concepción del Hijo de Dios. Es ejemplo de humildad, pues siendo su papel tan preponderante es nombrada pocas veces en los mismos evangelios.
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