jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo.

LA SANGRÍA

Hay dos motivos que aconsejan hacerse la sangría: la calidad y la cantidad de la sangre. Tan peligroso es tenerla excesivamente abundante como alterada.
 Yo veo en esto un método estupendo. La sangre de mi alma es la voluntad. Se dice que la sangre es el elemento más importante del cuerpo humano; y la vida del alma radica en la voluntad. Conviene, pues, debilitar la voluntad mala, que origina la enfermedad del espíritu. Y hablo de debilitarla, porque es imposible arrancarla o agostarla. Rásguese y ábrase la vena con el bisturí de la compunción, para que salga y se expulse, si no todo el atractivo del pecado, sí al menos el consentimiento.
 ¿Dudas acaso que el alma no tiene un excedente inútil de sangre muy valiosa? Escucha a un médico muy sabio, que ordena reducir hasta la misma sangre de la justicia: No quieras ser demasiado justo. Y el Apóstol insiste en lo mismo: No seas más sabio de lo conveniente, sino conserva cierta sobriedad. Y si la justicia y la sabiduría necesitan la sangría, ¿podremos perdonárselo a las otras venas? ¿Existe acaso otra sangre más útil? Y a pesar de ello, ni el justo en exceso ni la sabiduría embriagada merecen el nombre de justo o de sabiduría. Eso mismo acontece con la sangre en el cuerpo: cuando es excesiva, en vez de nutrirlo lo perjudica.
 En este sentido, si te complaces todavía en pecar, tienes sangre viciosa, y debes rebajarla lo antes posible. Si quieres hacer penitencia, castiga oportunamente tus miembros, ten a raya el cuerpo y júzgate a ti mismo para no caer en las manos del Dios vivo. Todo esto es muy sano, pero evitando los excesos. Pues también hay que reprimir el fervor inmoderado, para que no dañe el conjunto ni fomente la indiscreción.
RESUMEN
Debemos controlar nuestra voluntad para evitar caer en el pecado o en la soberbia de considerarnos, erroneamente, seres perfectos. Asimismo, el exceso de sabiduría, no orientado a Dios, es también un error que contamina nuestra sangre.

EL CÁNTICO DE EZEQUÍAS


EL CÁNTICO DE EZEQUÍAS
1. Los traidores y sanguinarios no cumplirán ni la mitad de sus años. Se estancarán en su decrepitud hasta la muerte, y esto porque no temen a Dios. Pero el que con el temor de Dios se inicia en la sabiduría, alcanza muy pronto la edad madura y grita atemorizado: Estoy a las puertas del infierno. El temor del infierno lo aleja del mal y comienza a consolarse en el bien, porque es preciso estar satisfechos de uno u otro modo. El consuelo que se siente con la esperanza de la salvación eterna es muy bueno. Quita los pecados que le separan de Dios, y la gracia divina la infunde nueva vida y entusiasmo. 
 A medida que progresa, es decir, que vive fervientemente unido a Cristo, le sobrevendrá sin remedio la persecución, como lo afirma la Escritura. Este gozo recién estrenado se convertirá en tristeza, y la dulzura que acaba de probar con la punta de los labios se transformará en amargura. Podrá decir: El júbilo de mi cítara se ha vuelto llanto, y mi canto una lamentación. Las lágrimas que derrama ahora por la dulzura que ha perdido, son mucho más amargas que aquellas otras de antes por el dolor de sus pecados. Y esta desolación se prolongará hasta que Dios se compadezca y vuelva a consolarle. Al recobrar la paz comprende que esta tentación no ha sido un abandono, sino una prueba. Una prueba que le ha servido de instrucción, no de destrucción. Lo dice la Escritura: Lo visitas por la mañana, y en seguida lo pones a prueba. Por eso, al tomar conciencia del fruto de la tentación, en vez de rehuirla la desea y dice:Escrútame y ponme a prueba. 
 Con estas continuas alternativas de las visitas de la gracia y las pruebas de la tentación va progresando en la escuela de la virtud. La visita de la gracia le impide desfallecer, y la tentación le aleja de la soberbia. Este ejercicio purifica su mirada interior, y surge de repente la luz. Desea ardientemente perderse en ella, pero el peso de su cuerpo se lo impide y, muy a pesar suyo, se repliega de nuevo hacia sí. Sin embargo, ha probado ya un poco de la bondad del señor, y vuelve a su casa con este buen sabor en el paladar de su corazón. En adelante ya no aspirará a recibir dones, sino al mismo dios en persona. Ésta es esa caridad que no busca sus propios intereses. Ella hace que el hijo no se preocupe de sus cosas, sino de amar a su Padre. el temor, al contrario, fuerza al siervo a buscar sus propias comodidades, y la esperanza impulsa al obrero a mayor salario. 
2. No hay duda de que Ezequías pasó por estos dos grados y lo advierte a los que vinieran detrás: En la mitad de mi vida me encuentro ya a las puertas del Abismo. Como si dijera: cuando dejé la imagen del hombre terrestre y quise comenzar a llevar la imagen del celeste, penetrado del temor de Dios, como dice la Escritura, grité: Estoy a las puertas del Abismo. Mas este temor no me llevó a la desesperación: reclamé el resto de mis años, para comenzar a vivir para mí, ya que hasta entonces había vivido contra mi. Y lo reclamé al que dijo: Sin mí no podéis hacer nada. Sin él no podía ni volver ni dirigirme hacia él, porque soy un aliento fugaz que no torna.
 Reclamé, pues, el resto de mis años. Lo recibí-jamás niega nada el que nos incita a buscar-y comprobé inmediatamente qué razón tenía el sabio al decir: Hijo, si te entregas al servicio del Señor, mantente temeroso y prepárate para la tentación.Acometido por las tentaciones y sin esperanza de alcanzar esa salvación que había acariciado, dije: Ya no veré más al señor en la tierra de los vivos, como había presumido en mi prosperidad.Porque cuando me sentía feliz dije: no vacilaré jamás. Sin reconocer que era tu voluntad y no mi capacidad la que me aseguraba el honor y la fuerza. Por eso escondiste tu rostro y quedé desconcertado, porque ya no podría ver al Señor dios, es decir, al Padre en la tierra de los vivos.
 Ni veré tampoco al hombre, esto es, al Hijo, de quien se dice:es un hombre y ¿quien lo conoce? Ni al que vive en la paz, o sea, el Espíritu Santo, de quien está escrito: ¿Sobre quién descansará mi Espíritu sino sobre el mando y el humilde?
3. Y añade: Me han arrancado y arrebatado mis hijos, es decir, las buenas obras que había comenzado a engendrar con espíritu de temor. Y pueden decir de nuestra alma: La madre de muchos hijos quedó baldía. Sí, me han arrancado y arrebatado toda esta santa descendencia, como a una tienda de pastores. La tenía prestada para un tiempo, no en propiedad perpetua. Por eso continúa: Mi vida ha sido cortada como por un tejedor, para que aprenda que los progresos de mi vida no dependen de mis fuerzas, sino de mi creador, como una tela en manos del tejedor. Estaba yo tramando mi vida, es decir, comenzando, y me cortan la trama: casi en un mismo instante me lo dio y me lo volvió a quitar.
 Es cierto que me faltaron las fuerzas, pero no me abandonaron, para que no se dijera que el que había comenzado aquello era incapaz de terminarlo. ¿Cabe aún más? Muy pronto experimenté que la fuerza se realiza en la debilidad, y puedo añadir: me vino muy bien la humillación. Me di cuenta de que me acabarías en un día y una noche, es decir, que me llevarías a la perfección. Mi perfección no se basa solamente en la mañana de tu visita o en la tarde de la prueba, sino en ambas. ¡Necio de mí, que sólo esperaba hasta el amanecer! David dice:Desde la vigilia de la aurora hasta la noche confíe Israel en el Señor. Y como era tan débil mi esperanza, me quebró los huesos como un león, es decir, desbarató toda la confianza que tenía en el futuro fiándome en el apoyo de la gracia. ¿Quién los quebró sino nuestro enemigo el diablo, que ruge como un león buscando a quien devorar? Humillado y bien probado ya con esta tortura, te ruego, señor, que me completes desde la mañana hasta la noche. Porque la mañana y la tarde hacen un solo día. 
4. Por eso he aprendido a bendecir al Señor en todo momento, por la mañana y por la tarde; y no como aquel que sólo te alaba cuando le haces el bien, ni como aquellos que creen por algún tiempo, pero en el momento de la prueba desertan. Yo repito con los santos: Si recibimos bienes de manos del Señor, ¿por qué no hemos de soportar los males? Por la mañana piaré como un polluelo de golondrina, y por la tarde gemiré como una paloma. Cuando me sonría la mañana de la gracia revolotearé y cantaré lleno de gratitud por la visita; y cuando caiga la tarde no me faltará el sacrificio vespertino, y a ejemplos de la paloma derramaré lágrimas de dolor. De este modo toda mi vida será para el Señor: al atardecer nos visita el llanto y por la mañana el júbilo. Tragaré la tristeza de la tarde, para saborear un gozoso amanecer. Tanto agrada a Dios el pecador arrepentido como el justo fervoroso. Y lo mismo le desagrada el justo ingrato como el pecador empedernido.
 Me explicaré con otras palabras: como el polluelo de la golondrina iré de aquí para allá ocupado en los oficios de Marta, dándome de buena gana a cuantos padecen necesidad. Y gemiré como una paloma, doliéndome de los obstáculos que encuebntro y de lo que me queda por hacer. 
 Esto es lo que haré por la mañana y por la tarde, es decir, primero una cosa y después otra. así lo dijo Labán en figura de ambas vidas: No es costumbre dar primero en matrimonio a las más jóvenes. Aunque podemos pasar indiferentemente de una a otra: Si duermo, digo: ¿cuándo me levantaré? Y en seguida espero la tarde. Cuando reposaba en la tarde de la contemplación, deseaba la mañana para ponerme en movimiento; y fatigado de las ocupaciones, suspiraba por la tarde para entregarse gustoso al ocio de la contemplación. 
5. También se podría interpretar el gorjeo del polluelo como símbolo de los que cantan salmos en la iglesia, y el arrullo de la paloma como los suspiros de la oración privada. Mas el verso que sigue nos hace preferir otra aplicación intermedia: Mis ojos, mirando al cielo, se consumen. Puede significar que su mirada se hace más sutil a fuerza de mirar al cielo y contemplar los misterios más sublimes y profundos. O también que están extenuados y con menos capacidad de penetración. Lo leemos también en los salmos: Mis ojos se consumen ansiando tus promesas. Cuando me acuerdo de dios gimo, y meditando me siento desfallecer. En cualquiera de los dos sentidos siempre se trata de la contemplación.
 Sin embargo, la segunda parece concordar mejor con lo que sigue: ¡Señor, padezco violencia¡ Es decir: no me aparto y alejo espontáneamente de la contemplación, sino a la fuerza; porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente pensativa. ¡Sal fiador por mi! Tú, mi creador, que conoces la condición de mi naturaleza. Y si se debe a mis pecados y malas costumbres, no a mi naturaleza, sal fiador por mí también en ese caso: clava mis pecados en la cruz y bórralos con tu sangre, para que nada impida mi contemplación. Mas,¿qué diré o qué me responderá, si es él quien lo hizo? ¿A qué otro puedo dirigirme, o quién saldrá fiador por mí, si es él, sólo él, quien me ha puesto esta dificultad, más aún, esta imposibilidad, con aquella sentencia: Comerás el pan con el sudor de tu frente?
6. Tal vez, en lugar de es él quien lo hizo, haya que leer soy yo quien lo hice. En ese caso se reprocha a sí mismo de haber querido culpar al Creador quejándose de la naturaleza, y todo se lo imputa a sí mismo y a sus pecados: ¿Qué diré o qué me responderá si soy yo quien lo hice? Es decir, lo que sufro lo merezco por mi pecado. Sólo puedo hacer una cosa: Repasaré ante ti todos mis años con amargura de mi alma. No soy digno de pensar en ti con dulzura. Haré lo único que me es posible: pensaré en mi mismo con amargura de mi alma. Habitas en una luz inaccesible, y no puedo fijar mucho tiempo el débil dardo de mi mente en el rayo de tu fulgor. Por eso, vuelvo deslumbrado a las tinieblas habituales y constantes de mi vida pasada. No para volcarme en ellas con un placer mortal, sino para castigarlas y repasarlas con amargura de mi alma. 
 Mejor hubiera sido, a ser posible, que yo hubiera revivido lo que antes viví mal. Pero ya es imposible; al menos repasaré ante ti todos mis años, con amargura de mi alma. Lo que no puedo hacer con mis obras lo haré con mi pensamiento. Los repasaré ante ti, porque contra ti sólo he pecado. Cuando yo me condene, tú me justificarás. Y al juzgarme triunfará tu misericordia. Ya lo he repasado muchas veces; pero como no he reparado aún bien todo lo que me puede servir de obstáculo, quiero repasar todo eso de nuevo con amargura de mi alma. Hasta extirparlo de tal modo que jamás vuelva a estorbarme. 
7. Y confío que este ejercicio me será provechoso. Si eso es vivir, más aún, porque eso es vivir, no en la carne sino en el espíritu, y en eso consiste la vida de mi espíritu: cuanto más insista en conocerme a mi y en contemplarte a ti, más me corregirás y más me darás. Me corrijo cuando me examino y me arrepiento; y recobro nueva vida cuando me elevo y te contemplo un poco. Me corriges haciéndome más transparente a mí mismo; y con tu presencia me renuevas la vida. Tu vida me es indispensable, porque en la paz hallo la más terrible amargura. 
 Al principio de mi conversión experimenté la fuerte amargura de mis pecados, y exclamé: Estoy a las puertas del infierno. A medida que avanzaba en la conversión,  el terror aumentaba mi amargura, y dije: Ya no veré más al Señor en la tierra de los vivos. Mas cuando la penitencia ha expiado los pecados y han cedido los temores que solían invadirme, tengo que soportar una paz empapada de la más cruel amargura por la ausencia de la contemplación. 
 Pero tú, Señor, además de perdonar mis pecados y de ayudarme a superar las tentaciones, me concedes también ahora el gozo de tu salvación. Eso dice el verso siguiente: Tú agarraste mi alma para que no pereciera bajo los ataques de los vicios y el furor de las tentaciones. Volviste a la espalda todos mis pecados, por tu infinita misericordia. 
8. ¡Estupendo! Porque el infierno no te ensalza, y estuve a punto de caer allí empujado por violentas tentaciones. De hecho, si elSeñor no me hubiera auxiliado, ya estaría yo en el infierno.Tampoco la muerte te glorifica, y yo fui su esclavo cuando estaba muerto por sus pecados. Ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa, es decir, los que han probado la dulzura de la contemplación y caen en la fosa de la desesperación. El destino de los que permanecen en el pecado, y no se convierten, es la muerte. La suerte de los que sucumben a las tentaciones después de haber recibido el perdón, es infierno. Y la fosa está reservada para los que han saboreado la contemplación y desesperan. Cuanto más alto se sube, más grave y desastrosa es la caída. 
 Es cierto, el infierno no te ensalza, o sea, los convertidos que sucumben a la tentación. Tampoco te glorifica la muerte, es decir, los que no se han convertido ni han confesado sus pecados, sino que se alegran de hacer el mal y se gozan en todo lo peor. El muerto prácticamente ya no existe, y es incapaz de hacer una confesión. Pero ni los que bajan a la fosa esperan en tu fidelidad: de las cumbres de contemplación de Dios se ha precipitado a la sima de una profunda incredulidad. Esto ocurre al dejarse invadir de una excesiva tristeza, después de experimentar tan inmensa alegría. 
 Los vivos, los vivos son quienes te dan gracias. Se puede vivir físicamente y estar espiritualmente muerto. Y se puede estar física y espiritualmente muerto. Ninguno de esos te ensalzará ni alabará. Los vivos, los vivos que te dan gracias, son los que tienen la vida física y espiritual. Esos te darán gracias, como yo ahora. Yo, por tu gracia, espero disfrutar de ambas vidas. Y sigue:
9. El padre enseñará a sus hijos tu verdad. La verdad no se revela al esclavo, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. Tampoco el asalariado merecerá contemplarla, porque sólo busca su propio interés. al hijo, en cambio, el padre le enseña su verdad y escucha su respuesta: Padre, no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. El esclavo conoce el poder de Dios, el asalariado la felicidad y el hijo la verdad. Esto no quiere decir que sean realidades distintas en Dios, en el cual se identifican el poder, la felicidad y la verdad. Pero la criatura conoce a su Creador de diversas maneras, según sean sus relaciones con él. Es santo con el santo y sagaz con el asturo. Escucha a tu propio Hijo: ¡Sálvame, Señor! ¿Por qué? ¿Teme abrasarse en el infierno o perder el premio? No; sólo desea tocar nuestras arpas todos nuestros días en la casa del Señor. No busco la salvación, dice, para escapar de las penas o reinar en el cielo. Lo que quiero es alabarte eternamente con aquellos de quienes se dice: Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre.
 El esclavo dice: Estoy a las puertas del infierno. El asalariado:Ya no veré más al Señor en la tierra de los vivos. Y el hijo:Tocaremos nuestras arpas todos nuestros días en la casa del Señor. O aquello otro que es igual: Abridme las puertas de la justicia, y entraré para dar gracias al Señor. El que teme ir a las puertas del infierno y el que desea ver a Dios para descansar, busca su propio provecho. En cambio, quien asnsía cantar himnos en la casa del Señor, no rehúye los peligros que le acechan ni busca ganancias, sino que le ama de verdad y sólo quiere alabarle durante toda su vida. Bien merece que se ensalce eternamente al que vive y reina por todos los siglos. Amén. 
RESUMEN
Tras el temor de Dios comienzan las tentaciones y la sensación de abandono. Debemos considerar todo ello como una prueba y una lucha en busca de la perfección. Estamos en manos de un tejedor y debemos confiar en él. Vivimos entre la acción y la contemplación. Podemos considerar como violencia a todo lo que nos aleja de la mente contemplativa. Debemos repasar todo lo que nos ha apartado de Dios y asimilar así la amargura de nuestra alma. Superados el alejamiento de Dios, rechazando las tentaciones, nos queda la penuria de vivir sin contemplación. También están los que han disfrutado de la contemplación pero caen en el abismo. Están física y espiritualmente muertos. Podemos amar a Dios como un esclavo, como un asalariado o como un hijo. Sólo esta opción, desinteresada, es lógica y aceptable para el espíritu. 

CUARESMA: SERMO QUARTUS


Sobre el verso cuarto: "Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás"
Capítulo 1
Al que con humildad reconoce los beneficios y los agradece devotamente, no sin razón se le prometen mayores gracias aún, pues con toda justicia se le pondrá al frente de mucho al que es fiel en lo poco. Y, por el contrario, el que es ingrato a los favores recibidos, se hace indigno de seguir recibiéndolos. Por eso, el Espíritu responde a esa devota acción de gracias diciendo y cumpliendo lo que promete: Te cubrirá con sus alas. Y en estas alas podemos conjeturar una doble promesa del Señor: para esta vida presente y también para la futura. Efectivamente, si sólo nos prometiera el reino, pero nos faltase el viático para la peregrinación, los hombres se quejarían seriamente y le replicarían diciéndole: Sí, nos has hecho una gran promesa, pero no nos has dado posibilidades de conseguirla. Precisamente por eso nos prometió la vida eterna después de la temporal, y al   mismo tiempo, que ya en esta vida nos daría cien veces más con toda su solícita piedad. Por tanto, ¿ hombre, qué excusa te queda? Y por cierto, recuerda que taparán la boca a los mentirosos.
¿Sabes cuál es la mayor tentación que puede sugerirte el enemigo? Que todavía te queda una larga vida. Pero, aunque te quedase mucho camino por andar, ¿qué te asusta? Si te dá un sólido alimento  hará que no desmayes? Claro que el ángel le presentó a Elías la comida más ordinaria que el hombre puede llevar a la boca: pan y agua. Sin embargo, sintió tal fuerza que pudo caminar durante cuarenta días sin pasar hambre ni fatiga alguna. ¿Quieres que los ángeles te sirvan esa comida? Seria extraño que no lo desearas.
Capítulo 2
Si la echas de menos y quieres que te la sirvan los ángeles; pero no con ambiciones de soberbia, sino humildemente, escucha lo que pone la Escritura en boca del Señor. Estaba tentándole el diablo para forzarle a que convirtiera las piedras en pan. Y se le opuso, diciendo: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Vencidas las tentaciones, le dejó el  diablo, y en seguida se acercaron unos ángeles y se pusieron a servirle. Haz tú lo mismo. Si quieres que te sirvan los ángeles, huye de los consuelos humanos y resiste a las tentaciones del diablo. Si deseas recrearte en la memoria de Dios, debes rehusar toda otra consolación. Si tienes hambre, el diablo te aconsejará que corras en busca de pan. Pero tú escucharás con más fuerza la voz del Señor, que te dice: No sólo de pan vive el hombre. Muchos son los deseos que te dispersan: comer, beber, vestir, dormir. Pero ¿vas a poner todo tu afán únicamente en atender a las necesidades de los sentidos, cuando todo puedes encontrarlo en la palabra de Dios? Esa palabra es como un maná que tiene mil sabores y el más agradable aroma. Es verdadero y perfecto descanso, suave y reconfortable, plácido y santo.
Capítulo 3
Esto en cuanto a la promesa para la vida presente. Pero ¿quién es capaz de explicar la promesa para la vida futura? Los justos esperan la alegría. Una alegría tan grande que todo cuanto se pueda desear en este mundo es incomparable con ella. ¿Qué será entonces la realidad misma de lo que esperamos? Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti que preparase tales cosas a los que te aman. Bajo sus alas conseguimos cuatro beneficios. A su cobijo nos escondemos, nos resguardamos de los azores y gavilanes que son los espíritus del mal; su agradable sombra nos alivia del sofocante calor del sol y por fin nos alimentamos y guarecemos. Esto  mismo  lo dice el Profeta en otro salmo: me esconderá en un rincón de su tienda el día del peligro. Es decir, mientras corren días malos y vivimos en tierra extranjera, dominada por el poder de los malvados, en la que no radica el reino de la paz ni reina en ella el Dios de la paz. Pues si reinase, ¿por qué pedir en la oración: venga a nosotros tu reino? Si algo bueno tenemos, hemos de esconderlo hasta que llegue, como el que encontró el tesoro del reino de los cielos y volvió a esconderlo. Por esa razón, nosotros nos escondemos, aún corporalmente, en los claustros y en los bosques.
Si queréis saber cuánto salimos ganando por escondemos así; os recordaría que, si cualquiera hiciese fuera la cuarta parte de lo que aquí hace, sería venerado como un santo o considerado como un ángel. Y, sin embargo, aquí, en la vida diaria, se le tacha y condena como negligente. ¿Os parece poca ganancia que no os tengan por santos hasta que lo seáis ? ¿O no teméis que quizá, por recibir aquí este premio despreciable, os nieguen la futura recompensa? Pero, además de escondernos a las miradas ajenas, es mucho más necesario esconderse, sobre todo ante sí mismo. Así lo afirma aquella sentencia del Señor: Cuando hayáis hecho todo lo que os mandan, decid: No somos más que unos hombres criados; hemos hecho todo lo que teníamos que hacer. ¡Ay de nosotros si no lo hubiéramos hecho! En esto precisamente consiste la virtud y de ello depende su máxima inmunidad: vivir con rectitud y piedad, pero poniendo la atención más en lo que todavía nos falta que en lo ya conseguido aparentemente, olvidando lo que queda atrás para lanzarte a lo que está delante. Este es aquel lugar secreto bajo las alas del Señor al que antes nos referíamos, semejante, quizá, a la sombra con que el Espíritu Santo cubrió a María para encubrir un misterio absolutamente incomprensible.
Capítulo 4
Este mismo Profeta dice también acerca de esta protección: cubres mi cabeza el día de la batalla. Igual que cuando la gallina ve llegar al gavilán: extiende sus alas para cobijar a sus polluelos bajo el asilo seguro de sus plumas. Lo mismo hace la inefable y suma piedad de nuestro Dios: como extendiéndose sobre nosotros, se dispone a dilatar su seno. Por eso dice el salmista un poco antes: tu eres mi refugio. Claramente vemos que debajo de esas alas encontramos sombra saludable y protección. Porque el sol material, de suyo, es bueno y muy necesario; pero su ardor, si no es atemperado, termina debilitando la cabeza y su resplandor deslumbra la vista. Pero no es culpa del sol, sino de nuestra debilidad. Por eso mismo se nos aconseja: no exageres tu honradez.
No porque la honradez sea mala. Es que como somos todavía débiles, hemos de asimilar los dones de la gracia para no caer en la hinchazón de la soberbia o en la indiscreción. ¿Por qué oramos y suplicamos incesantemente, y sin embargo, no podemos llegar a la abundancia de gracia que deseamos? ¿Pensáis que Dios se ha vuelto avaro o indigente, desvalido o inexorable? Imposible, de ninguna manera. Él conoce nuestra masa y los cobijará bajo sus alas. Más no por eso podemos dejar de orar. Aunque no nos colma hasta la saciedad, sí nos da lo suficiente para sustentarnos. Procura no quemarnos con su excesivo ardor, pero nos abriga como una madre con su calor. Este es el  cuarto beneficio que, según dijimos, nos brinda el Señor bajo sus alas: como a polluelos, nos mantiene con el calor de su cuerpo para que no perezcamos si salimos a la intemperie. Porque se enfriaría nuestro amor; ese amor que inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Bajo esas alas esperarás seguro, porque, al experimentar los dones que recibes, se reafirma la esperanza de los futuros. Amén.
RESUMEN
El Señor nos hace una doble promesa: la vida eterna y conseguir ya en esta vida cien veces más bienes espirituales. Más alimento que el sustento de los sentidos es la palabra de Dios. Bajo sus alas protectoras obtendremos cuatro beneficios. En primer lugar nos escondemos de los azores y gavilanes que son los espíritus del mal.  En segundo lugar su agradable sombra nos alivia del sofocante calor del sol. En tercero y cuarto lugar  nos alimentamos y guarecemos. Es bueno que no nos tengan por santos y que, refugiados en los conventos, nos protejamos de los demás y de nosotros mismos. Siempre debemos buscar mayores logros espirituales, huyendo de la soberbia y la indiscreción.

CUARESMA: SERMO TERTIUS

Sobre el tercer verso: "Porque él me librará de la red del  cazador y de toda palabra cruel".

Capítulo 1
Yo, sinceramente, hermanos, siento una gran compunción y compasión hacia mí mismo y tengo lástima de mi alma cuándo escucho estas palabras del salmo: Él me librará de la red del cazador. Porque ¿es que somos unas fieras? Sí; exactamente, lo somos. El hombre encumbrado en su dignidad no lo quiso entender; se puso al nivel de las bestias irracionales. Son verdaderas bestias los hombres, ovejas descarriadas sin pastor. ¿De qué te ensoberbeces, desgraciado? ¿De qué te jactas, sabihondo?¡Mira que verte reducido a un animal a quien tienden redes para cazarlo! ¿Y quiénes son estos cazadores? Unos cazadores perversos y malvados, astutos, crueles. Cazadores que no dejan oír sus bocinas para que no se les sienta, y así acribillan al inocente sin que resuene su voz. Son los jefes que dominan en estas tinieblas, astutos por su malicia y traidores por sus diabólicos engaños. Como venado ante el cazador. Eso es todo hombre para ellos, por muy sagaz que se crea. Solamente se exceptúan los que con el Apóstol conocen sus tretas, porque Dios les mostró su saber, concediéndoles descubrir los engaños de los espíritus malignos.
Por eso os recomiendo a vosotros, plantas tiernas de Dios, que aún carecéis de una fina sensibilidad para discernir el bien del mal: no procedáis según vuestro propio sentir, no os dejéis llevar de vuestro juicio propio, no sea que ese cazador astuto os engañe como a incautos e ignorantes. Porque a las bestias de la selva, que son fieras salvajes -me refiero a los hombres mundanizados-, les tiende sus lazos sin camuflaje alguno; sabe que caerán fácilmente en su red. Pero a vosotros, cervatillos asustadizos, que matáis las serpientes y vais tras las corrientes de agua viva, os coloca celadamente trampas mucho más sutiles y se vale de las más rebuscadas artimañas. Por eso os pido que os humilléis bajo la poderosa mano de Dios, vuestro pastor, y escuchéis a los que conocen mejor las mañas de esos cazadores, ya que se han formado por su experiencia propia y ajena y por su ascesis, ejercitada en repetidas pruebas a lo largo de los años.

Capítulo 2
Bien. Ya sabemos quiénes son los cazadores y quiénes los venados. Ahora veamos cuáles son sus redes. Pero no quiero deciros nada de mi propia cosecha, ni transmitíroslo sin plenas garantías de certeza. Que nos lo muestre el Apóstol; él conoce perfectamente la estrategia de los cazadores. Dínoslo, apóstol Pablo: ¿quién es esta red del diablo de la que se siente felizmente liberada el alma fiel? Los que quieren hacerse ricos en este mundo, caen en la tentación y en la trampa del diablo. Entonces, ¿son las riquezas mundanas la red del diablo? Desgraciadamente, conocemos a muy pocos que se feliciten de verse libres de esta red. Por el contrario, son muchos los que incluso se afligen, porque se creen poco aprisionados aún por las riquezas y además ponen todo su afán en verse envueltos y arrastrados por sus lazos. Pero vosotros lo habéis dejado todo y habéis seguido al Hijo del hombre, que no tiene dónde reclina su cabeza. Decid, pues, llenos de alegría: Porque él me libró de la red del cazador. Alabadle con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y dadle gracias desde lo más íntimo del corazón, diciendo: Porque él me libró de la red del cazador.
Y para que reconozcáis qué grande es este beneficio y sepáis bien los dones que Dios os ha dado, oíd cómo sigue el salmo: Y de toda palabra cruel. Escucha, hombre, por no decir bestia No temías la red, Teme al menos el martillo que aquí lo llama la palabra cruel. ¿Qué palabra es ésta sino la del infierno insaciable? Venga, venga; clávale ya la lanceta, despedázalo, mátalo en seguida, arráncale todo lo que lleva. Son las mismas palabras del Profeta: Desaparezca el impío y no vea la gloria de Dios. ¡Cómo gozan los cazadores al capturar la presa, gritando: ¡Fuera, fuera; clava la lanza, ponlo sobre las brasas, mételo en la caldera hirviente! Palabra cruel fue también la del pueblo judío, convertido en casa rebelde: Fuera, fuera; crucifícalo! Palabra horrible, nefasta, cruel. Sus dientes son lanzas y flechas; su lengua es puñal afilado. Tú, Señor, soportaste estas palabras crueles. ¿Por qué sino para librarnos de toda palabra cruel? Haz que por esta compasión tuya no lleguemos nosotros a sufrir lo que tú quisiste tolerar por nosotros. 

Capítulo 3
Cuando exhortamos a los hombres mundanos a que se conviertan por la penitencia, nos responden: Este modo de hablar es intolerable. Es la misma reacción que encontramos en el Evangelio. Estaba el Señor hablando de la penitencia, aunque figurativamente, porque se dirigía a los que aún no habían recibido el don de conocer el misterio del reino de Dios. Y cuando se oyeron aquellas palabras: Si no coméis la carne y no bebéis la sangre del Hijo del hombre, exclamaron: Este modo de hablar es intolerable. Y se echaron atrás. Pero comer su carne y beber su sangre, ¿no equivale a compartir sus padecimientos e imitar la vida que eligió para su existencia mortal? Esto es lo que significa ese purísimo sacramento del altar cuando comemos el cuerpo del Señor. Que así como, bajo la forma aparente de pan, entra dentro de nosotros, de la misma manera, con su testimonio de vida en este mundo, se instala por la fe en lo más íntimo de nosotros. Y, al entrar su santidad, se queda con nosotros el que por el Padre fue constituido como salvación para nosotros. Porque el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él.
Sin embargo, muchos siguen diciéndonos: este modo de hablar es intolerable. ¿Sí? ¿Que es intolerable este fugaz momento de tribulaciones, capaz de convertirse en prenda hará la gloria eterna, sublime sobremanera? ¿Llamas intolerable a la liberación de unos sufrimientos y torturas inimaginables que nunca se acaban, al precio de unos trabajos tan cortos y llevaderos? ¿Os parece intolerable que os digan: Haced penitencia Estáis equivocados. Porque llegará un día en que tengáis que escuchar algo más intolerable, mucho más cruel, mucho más nefasto: Id, malditos, al fuego eterno. Esto sí que deberíais tender y considerarlo insoportable. Entonces sabríais que el yugo del Señor es llevadero, y su carga ligera. Si aún sois incapaces de creer que es de por sí insoportable, al menos no ignoráis que, comparado con otros, es mucho más ligero.

Capítulo 4
Pero vosotros, hermanos míos, vosotros que sois como veloces pajarillos ante cuyos ojos lanzan en vano las redes, vosotros que habéis abandonado totalmente las riquezas de este mundo, ¿por qué vais a temer esa palabra cruel, si ya habéis sido liberados de la red? Feliz de ti, Idithum, bajo cuyo título se inscriben algunos salmos. Tú saltaste por encima de la red para huir muy lejos de la palabra cruel. Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno; porque tuve hambre, y no me disteis de comer.
¿A quién van dirigidas estas palabras sino a los que poseen bienes de este mundo? Gran regocijo sentirán vuestros corazones al oírlas, desbordados de alegría espiritual. ¿Acaso no valoráis mucho más vuestra pobreza que todos los tesoros del mundo? Efectivamente, la pobreza os libera de toda palabra cruel. ¿Cómo podría exigiros Dios lo que habéis abandonado por su amor? Y, por añadidura, con el trabajo de vuestras manos alimentáis y vestís al mismo Cristo en los pobres para que nada le falte. Dad, pues, gracias a Dios; vivid alegres, diciendo: porque él me libró de la red del cazador y de toda palabra cruel. Estad alegres, os lo repito; pero, de momento, seguid temiendo. Quiero que viváis alegres, pero no seguros; con la alegría que viene de Espíritu Santo, pero con temor y precavido contra la recaída.

Capítulo 5
Puede suceder que, físicamente, nos resistamos a la apostasía por puro respeto humano. Pero la propia tibieza nos llevará lentamente a la apostasía del corazón. Y, de hecho, bajo el hábito monástico puede esconderse un corazón mundano que se entrega apasionadamente a todo tipo de consuelo mundano. Porque no somos nosotros más santos que el Apóstol, y él temía condenarse a pesar de haber predicado a los demás. También nosotros deberemos temerlo mientras no se rompa la trampa del cazador cuando el alma abandone este cuerpo, pues el propio cuerpo es una trampa; y, como está escrito, mis ojos mismos me robaron el alma. Nunca, pues, podrá vivir seguro el hombre, llevando como lleva consigo su propia asechanza. Todo lo contrario; es mucho más seguro morar al amparo del Altísimo, y así sortear la emboscada.
RESUMEN: Compara San Bernardo la vida espiritual con la de los seres sintientes que viven sometidos al peligro del cazador y sus cacerías. En cierto aspecto somos como bestias, pero nos ha sido dado conocer el camino para abandonar tan inferior condición. Las principales trampas y acechanzas están en las cosas mundanas como el vivir para los bienes materiales. La pobreza evangélica es ya una forma de evitar caer en esas sutiles artimañas. Esa vida espiritual es, también, una defensa para defendernos de la sentencia cruel de una vida sin sentido. Sin embargo, mucho cuidado: podemos encontrarnos satisfechos, acaso felices, pero nunca seguros pues hasta debajo del hábito puede desarrollarse una vida enteramente mundana.

CUARESMA: SERMO SECUNDUS



Sobre el segundo verso: 
Dirá al Señor: "Refugio mío alcázar mío; Dios mío, confío en ti”

Capítulo 1
1.
El que habita al amparo del Altísimo dirá al Señor: refugio mío alcázar mío Dios mío confío en ti. Lo dirá en acción de gracias, alabando la misericordia del Señor, que nos presta una doble asistencia. Primero, porque todo el que habita bajo su amparo, por no haber llegado todavía al reino, siente con frecuencia la necesidad de huir y a veces cae. Insisto en que se impone la huida frente a la tentación que nos persigue, mientras sea este cuerpo nuestro domicilio. Si no huimos a toda prisa, a veces, como bien sabemos, nos empujan y derriban; pero el Señor nos sostiene. De suerte que él mismo nos acoge como refugio, y así, veloces, podemos evadirnos del que lanza a los indolentes piedras contaminadas de toda inmundicia y nos libramos de ser apedreados tan indignamente.

2.
En segundo lugar, porque es nuestro amparo incluso cuando caemos y no nos estrellamos, pues él mismo nos sostiene con su mano. Por eso, en cuanto advirtamos en el pensamiento la violencia de la tentación, huyamos inmediatamente hacia él pidámosle con humildad su auxilio. Si acaso nos quedamos preocupados, como a veces nos ocurre, por habernos demorado más de lo conveniente en recurrir a él, hagamos todo lo posible para que nos sostenga la mano del Señor. Todos hemos de caer mientras vivamos en este mundo. Pero unos se hacen daño y otros no: porque Dios los sostiene con su mano. ¿Cómo podremos discernir o para ser capaces de separar los cabritos de los corderos y los justos de los pecadores, a ejemplo del Señor? Pues también el justo cae siete veces.

Capítulo 2
1.
Esta es la diferencia entre unas caídas y otras: el justo es acogido por el Señor y se levanta con más fuerzas. Pero, cuando cae el pecador, no se apoya para levantarse, y vuelve a recaer o en la vergüenza perniciosa o en la insolencia. Porque pretende excusarse de lo que ha hecho, y este falso pudor le conduce más al pecado. O como ramera desfachatada, no teme ya a Dios ni respeta a nadie, e, igual que Sodoma, hace públicos sus pecados. El justo, en cambio, cae sobre las manos del Señor, y misteriosamente, el mismo pecado contribuye a su mayor santidad.
2.
Sabemos que con los que aman a Dios, él coopera en todo para su bien. ¿No redundan nuestras caídas en el bien, haciéndonos más humildes y cautos? ¿No es el Señor quien sostiene al que cae, si éste se apoya en la humildad? Empujaban, y empujaban para derribarme, dice el Profeta; pero no consiguieron nada, porque el Señor me ayudó. Por eso puede decirle el alma fiel: Tú eres mi refugio. Todos los seres pueden decirle: Tú eres mi Creador. Los animales pueden decirle: Tú eres mi Pastor. Y los hombres: Tú eres mi Redentor . Pera tú eres mi refugio solamente puede decírselo el que habita al amparo del Altísimo. Esta es la razón por la que añade: Dios mío. ¿Por qué no dice Dios nuestro? Porque es Dios de todos como creador, como redentor y por todos los demás beneficios que comparamos. Pero cada uno de los elegidos le posee en sus tentaciones como un ser personal. Hasta ese extremo está dispuesto a acoger al que cae y librarle al que huye. Como si dejara a todos los demás para librarle a él.

Capítulo 3

Estas consideraciones le ayudarán mucho a toda alma para creer que Dios es su refugio propio y su testigo más inmediato. ¿Es posible que uno se haga negligente, si nunca deja de mirar a un Dios que le está mirando? Si contempla a Dios tan vuelto hacia él, que no cesa de tener en cuenta a cada instante todo su comportamiento exterior e interior para penetrar y discernir todas sus acciones y hasta los más sutiles movimientos de su espíritu, ¿Cómo no va a considerar a Dios como algo suyo? No sin razón podrá decirle: Dios mío, confiaré en ti. Mira que no dice "confié" o "confío", sino confiaré en él. Este es mi deseo, éste mi propósito, ésta la intención de mi corazón. Esta es la esperanza que abrigo en mi corazón, y en ello he de mantenerme. Confiaré en él. No desesperaré; no esperaré en vano, porque maldito el que peca en la esperanza. Y, sobre todo, no menos maldito el que peca en la desesperación. Tampoco quiero ser de esos que no confían en el Señor: Yo confío en el Señor. Pero dímelo ya. ¿Con qué frutos, con qué recompensa, con qué beneficios esperas en él? El te librará de la red, del cazador, de toda palabra cruel. Mas, si os parece bien, dejemos esta red y esta palabra para otro día y para el sermón siguiente.

RESUMEN
Podemos considerar la vida espiritual como sucesivas caídas. El impío se excusa y se regocija en la propia caída. El que busca el camino de Dios siente su refugio. Lo hace de una forma personal y vuelve a renacer como si sólo a él lo ayudara. Ese refugio nos cobija y permite  mantener nuestra esperanza. 

SERMO PRIMUS DE LA CUARESMA



Sobre el primer verso: "El que habita al amparo del Altísimo, morará a la sombra del Todopoderoso"

Capítulo 1
1
Podremos deducir mejor quién es el que habita al amparo del Altísimo fijándonos en los que no se acogen a él. Entre ellos encontrarás tres clases de personas: las que no esperan nada de él, las que desesperan y las que esperan en vano. Efectivamente, no habita bajo el amparo del Altísimo el que no recurre a él para que le ayude, porque confía en su propio poder y en sus muchas riquezas. Se ha hecho sordo al consejo del Profeta: Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca. Solamente ansía los bienes materiales, por eso envidia a los malvados al verles prosperar; se aleja del socorro de Dios porque cree que no lo necesita para sus objetivos. Mas ¿para qué ocuparnos de los que no conviven con nosotros? Pues me temo, hermanos, que también entre nosotros pueda haber alguno que no habite al amparo del Altísimo, porque se fía de su poder y de sus muchas riquezas.
2
Es muy posible que alguien se tenga por muy fervoroso porque se entrega denodadamente a las vigilias, ayunos, trabajos y demás observancias, hasta llegar a creer que ha acumulado durante largos años muchos méritos. Y por fiarse de eso ha aflojado en el temor de Dios. Tal vez por su seguridad perniciosa se desvía insensiblemente hacia la ociosidad y las curiosidades: murmura, difama y juzga a los demás. Si realmente habitase al amparo del Altísimo, se fijaría sinceramente en si mismo y temería ofender a quien debería recurrir, reconociendo que todavía lo necesita mucho. Tanto más debería temer a Dios y ser más diligente cuanto mayores son los dones que de él ha recibido, pues todo lo que poseemos por él no podemos tenerlo o conservarlo sin él.
3
Porque suele suceder, y no lo decimos ni lo constatamos sin gran dolor, que algunos, al principio de su conversión, son muy timoratos y diligentes hasta que se inician, en cierto grado, en la vida monástica. Y precisamente cuando deberían ser mayores sus anhelos, según aquellas palabras: los que me comen quedarán con hambre de mí, empiezan a comportarse como si se dijeran: ¿para qué vamos a entregarle más, si ya tenemos lo que nos prometió? ¡Si supieras lo poco que posees todavía y qué pronto lo podrías perder, de no conservártelo el que te lo dio! Solamente estas dos razones deberían bastárnos para ser mucho más celosos y sumisos a Dios. Así no perteneceremos a ese tipo de personas que no habitan al amparo del Altísimo, porque piensan que no lo necesitan: son los que no esperan en el Señor.

                                                Capítulo 2
1
Hay otros que, además, desesperan. Obsesionados por su propia debilidad, desfallecen y se hunden en el desaliento de su espíritu. E instalados en sí mismos, dando siempre vueltas a sus fragilidades, se sienten impelidos a desahogarse caprichosamente de todas sus penas. Y es que, cuando vives en tensión, impera la imaginación. No habitan al amparo del Altísimo; ni siquiera le han conocido y son incapaces de reaccionar para pensar en él alguna vez.
2
Otros esperan en el Señor, pero inútilmente, se sienten tan seducidos por las caricias de su misericordia, que nunca se enmiendan de sus pecados. Semejante esperanza es totalmente vacía y engañosa; carece de amor. Contra ellos reacciona el Profeta: Maldito el que peca en la esperanza. Y otro dice: El Señor aprecia a los que le temen y esperan en su misericordia. Dice que esperan, pero expresamente antepone: los que le temen, ya que espera en vano el que aleja de sí la gracia despreciándola, porque así aniquila a la esperanza.

Capítulo 3
1
Ninguno de estos tres grupos habita al amparo del Altísimo. El primero, porque se instala en sus propios méritos; el segundo, en los sufrimientos, y el tercero, en los vicios. Este último se ha cobijado bajo la inmundicia; el segundo, en la ansiedad. El primero, en la temeraria necedad. ¿Habrá torpeza mayor que meterse a vivir en una casa apenas comenzada su edificación? ¿O piensas que has acabado la tuya? No. Cuando el hombre cree haber llegado a la meta, entonces empieza a caminar. El edificio levantado por los que se fían de sus méritos es peligroso, porque amenaza ruina, y será mejor apuntalarlo y consolidarlo que vivir en él. ¿No es frágil e insegura la vida presente? Todo cuanto de ella depende, corre necesariamente el mismo riesgo. ¿Y quién puede considerar sólido lo que se levanta sobre cimientos movedizos? Es peligroso pues, refugiarse bajo la esperanza de los méritos propios; peligroso, porque se desmorona.
2
Y los que, cavilando en sus propias debilidades, se deprimen bajo la desesperación, habitan en la ansiedad y en los tormentos interiores, como hemos dicho. Porque soportan un sufrimiento que los consume día y noche. Y encima se atormentan todavía más, angustiándose por lo que todavía no les ha sobrevenido. A cada día le bastan sus disgustos, pero ellos se hunden pensando en cosas que quizá nunca les van a suceder.
3
¿Puede imaginarse infierno más insostenible que semejante tortura? Oprimidos por estas ansiedades, tampoco se alimentan con el pan celestial. Estos son los que no habitan al amparo del Altísimo, porque han perdido la esperanza. Los primeros no le buscan, porque piensan que ellos no le necesitan para nada. Los últimos se alejan de él, porque desean el auxilio de Dios, pero de tal manera que no pueden conseguirlo. Sólo habitan al amparo del Altísimo los que desean alcanzarlo efectivamente, porque su único espanto es perderlo y no tienen otro deseo que les absorba y preocupe tanto. Precisamente en esto consiste la piedad y el verdadero culto a Dios. Es verdaderamente dichoso el que de tal manera habita al amparo del Altísimo, que morará bajo la protección del Dios del cielo. ¿Podrá hacerle daño criatura alguna que exista bajo el cielo a quien ese Dios del cielo quiere protegerlo y conservarlo? Debajo del cielo están los espíritus malignos, este perverso mundo presente y los bajos instintos opuestos al Espíritu.

Capítulo 4
1
Con gran acierto dice el salmo: Bajo la protección del Dios del cielo, pues el que merezca gozar de su protección puede excluir todo temor a cuanto existe bajo el cielo. Posiblemente, esta frase está subordinada al verso siguiente del salmo: El que habita al amparo del Altísimo morará bajo la protección del Dios del cielo. Dirá al Señor: "Refugio mío". En ese caso, las palabras morará bajo la protección del Dios del cielo podrían ser una consecuencia de la frase anterior: El que habita al amparo del Altísimo. E incluso al añadir esto, el texto está indicándonos que debemos buscar no sólo su amparo para obrar el bien, sino además su protección para librarnos del mal.
2
Pero fíjate que dice bajo la protección y no en la presencia. Es el ángel quien se goza en su presencia. ¡Ojalá yo pudiera morar bajo su protección! El es dichoso en su presencia. Yo me contento con vivir seguro bajo su protección! Del Dios del cielo, nos dice. Aunque no dudamos que Dios está en todas partes, en el cielo está y de tal manera que, si lo comparamos con su presencia en la tierra, ésta nos parece más bien una ausencia. Por eso decimos cuando oramos: Padre nuestro, que estás en los cielos.
3
También el alma está en todo el cuerpo, pero de una manera más noble y especial reside en la cabeza, donde se asientan todos los sentidos. En los restantes miembros actúa casi exclusivamente a través del tacto. Por eso parece como si no habitase en ellos, sino que más bien los gobierna. Si nos ponemos a pensar en la presencia que gozan los ángeles, podemos concluir que nosotros logramos precariamente en esta vida la protección de Dios de alguna manera y ni siquiera sabemos cómo llamarla. Pero, con todo, feliz el alma que llega a merecerla, porque dirá al Señor: "Tú eres mi refugio". Pero dejémoslo para el segundo sermón.

RESUMEN: no podemos gozar, en esta vida, de la presencia de Dios sino de su protección. Conseguirlo es una labor difícil. No debemos contentarnos con poco, creyendo que podemos habitar una casa que no está terminada. Hay tres grandes obstáculos: la prepotencia del que cree que no necesita a Dios (o se conforma con escasos méritos), la ansiedad del que no sabe resignarse y aquel otro que se refugia en todo tipo de vicios y hábitos inmundos.

CUARESMA: SOBRE EL AYUNO



Os ruego,  amantísimos, que recibáis con toda devoción el ayuno de la Cuaresma, pues no sólo es apreciable por la abstinencia, sino mucho más por su misterio. Porque si hasta ahora hemos ayunado devotamente, sin duda debemos ayunar con mas devoción en este santo tiempo. Y aunque se añade algo más al acostumbrado rigor de nuestra abstinencia ¿no sería cosa muy indigna, que fuera oneroso para nosotros, lo que toda la Iglesia con nosotros tolera? Hasta hora ayunábamos nosotros solos hasta la nona: ahora ayunarán hasta la tarde con nosotros juntamente todos, los Reyes, y los Príncipes, el Clero, y el Pueblo, los nobles, y los plebeyos, igualmente el pobre que el rico. Esto se ha dicho, Hermanos míos, para acaso alguno no sea turbado en el abatimiento y cobardía de su espíritu, y reciba el presente ayuno con poca devoción, acordándose quizá de haber tolerado con bastante dificultad el peso del anterior ayuno también. Porque nuestro enemigo, en cuanto puede, dirige todos sus conatos, a que nuestro holocausto pierda la gracia de la devoción, y así sea poco adepto a Dios, y nuestra conciencia se alegre menos en las cosas espirituales, y de este modo del poco ánimo en tolerar la mortificación corporal se engendre la pusilanimidad de la conciencia. No ignorando pues sus astucias, velemos, os ruego, con todo el cuidado contra él: y porque ama Dios el que da con alegría, y nuestra conciencia también es consolada con una confianza mayor, cuando ayunamos con una propia voluntad; a este fin, propongámonos a nosotros mismos cuidadosamente el ejemplo de toda la Iglesia.
2.Pero ¿qué necesito yo hacer mención de los que tenemos por compañeros en la observancia del ayuno, como si no tuviéramos en ella mucho más excelentes guías, o por decir mejor, consagradores de ella? ¿Con cuánta devoción debemos recibir lo que viene, como por derecho hereditario, del Santo Moises, a quien por una especial prerrogativa sobre todos los demás Profetas, hablaba el Señor cara a cara? ¿Con cuanto fervor debemos abrazar lo que hace apreciable por su ejemplo Elías, aquel hombre que en carro de fuego fue arrebatado al Cielo? Mira a cuantos millares de hombres desde aquel tiempo, la ley general de la muerte arrastró al sepulcro: sin embargo Elías conservándole Dios, se ha evadido en sus manos. Pero si hacen apreciable el presente ayuno Moises, y Elías, aunque grandes, con todo eso consiervos nuestros, ¿qué apreciable le debe hacer el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, que ayunó otros tantos días? ¿Quien es aquel, no digo, monje, sino cristiano, que recibe con poca devoción el ayuno, que le enseñó el mismo Cristo? Últimamente con tanta mayor devoción debemos seguir el ejemplo de Cristo en su ayuno, cuanto más ciertos estamos, de que no ayunó por si, si no por nosotros.
3.Ayunemos pues, carísimos, y ayunemos devotamente en este santo tiempo de la Cuaresma, de suerte que conozcamos, que nuestra Cuaresma no tiene solos cuarenta días. Nosotros tenemos que continuar la Cuaresma todos los días de nuestra vida miserable, pues es necesario, que en ella con el socorro de la divina gracia (de cuya virtud nos hablan los cuatro Evangelios) cumplamos los diez mandatos de la ley. Yerran los que juzgan, que bastan para hacer penitencia estos poqísimos días, siendo cierto, que todo el tiempo de esta vida no fue destinado, sino para hacer penitencia. Buscad al Señor, dice el Profeta no cuarenta días precisamente, sino mientras que puede ser hallado, invocadle mientras está próximo a vosotros. Pues ni entonces será tiempo de invocar al Señor, cuando a ninguno estará próximo, sino que respecto de unos estará presente, respecto de otros sobremanera remoto. Entretanto, en decirse que está próximo, se da a entender que todavía no le tenemos, pero que puede ser hallado, y tenido. ¿Quién te parece que estuvo próximo a aquel que cayó en manos de los ladrones? Sin duda el que hizo misericordia con él. Con que así porque todo este tiempo está próximo a la misericordia, buscad al Señor, carísimos, mientras que puede ser hallado, invocadle mientras está próximo a vosotros.

4.Con todo eso le debemos buscar con mayor fervor en la presente Cuaresma, pues no solamente es parte, sino también misteriosa representación de todo este tiempo. Por tanto si acaso en lo demás del tiempo se entibiaron de algún modo nuestros ejercicios, es razón, que se reenciendan ahora en el fervor del espíritu. Si sola la gula pecó, ayune ella sola, y será bastante. Más si pecaron los demás miembros, ¿por qué no han de ayunar ellos al mismo tiempo? Ayune pues el ojo que saqueó al alma, ayune el oído, ayune la lengua, ayune la mano, ayune también el alma misma. Ayunen los ojos de miradas curiosas, y de toda licencia, para que dichosamente humillados, si antes vagaban infelizmente en la culpa, estén ahora refrenados en la penitencia. Ayune el oído, que tenía una ansia desordenada de oír, de las fábulas, y rumores, de todo lo que sea ocioso, y no petenezca de algún modo a la salud del alma. Ayune la lengua de la detracción y murmuración, de las palabras vanas, inútiles y de risa: algunas veces también por el respeto de la gravedad del silencio, ayune aun de aquellas, que otro tiempo pudieran parecer necesarias. Ayune la mano de las señales ociosas, y de todas las obras, que no sean mandadas: pero ayune mucho más el alma misma de los vicios y pecados, y de la propia voluntad. Pues sin este ayuno todos los demás son reprobados por Dios, como está escrito: Porque en los días de vuestros ayunos se encuentra vuestra voluntad.

RESUMEN
Habla de los ayunos monásticos que se continuaban desde el día 14 de Septiembre hasta el principio de la Cuaresma. Lo que instituyó San Benito en su Regla, capítulo 41 fue que el ayuno cuaresmal durara hasta la tarde.
Pretende el enemigo quitar el mérito del ayuno de muchos modos.
Qué ejemplos tan grandes se nos ofrecen para el ayuno. Especialmente el de Cristo. Toda la vida debe emplearse en la penitencia. En la Cuaresma debe ser mayor nuestro fervor. A todos los sentidos le es necesario el ayuno. En realidad a toda nuestra alma.

CUARESMA: DE LA ORACIÓN Y DEL AYUNO


De la oración y del ayuno

Habiendo llegado el tiempo del ayuno quadragesimal que os amonesto, que recibáis con toda devoción, juzgo que será razón explicar de algún modo, igual sea el fruto del ayuno, y de qué manera convenga ayunar. En cuanto a lo primero, Hermanos mios, absteniéndonos por medio del ayuno de las cosas lícitas, alcanzamos perdón de las ilícitas, que habíamos cometido antes. ¿Y qué es esto, sino redimir con un breve ayuno el tormento de los ayunos eternos? Poque por el pecado merecimos el infierno, donde ningún manjar hay, ningún consuelo, término alguno: donde el Rico Avariento pide una sola gota de agua, y no hay quien se la dé. Dichoso pues, y saludable el ayuno, con el cual se redimen tales ayunos, y se excusan tales tormentos, puesto que por él se redimen los pecados, que los habían merecido. Mas no solo el ayuno alcanza perdón de la culpa, sino que también merece la gracia: no sólo borra los pecados pasados que cometimos, sino que preserva de los venideros, que podríamos cometer.
2.Diré también una cosa, que facilmene percibiréis, pues la habréis experimentado, si yo no me engaño, en vosotros mismos muchas veces. El ayuno da a la oración devoción, y confianza. Y mira cómo mutuamente se ayudan estas dos virtudes entre si, como está escrito: Si un hermano ayuda a su hermano, ambos recibirán consuelo. La oración alcanza virtud para ayunar, y el ayuno merece la gloria de orar. El ayuno esfuerza a la oración, y la oración santifica el ayuno y la presencia a Dios. ¿Qué nos aprovechará el ayuno, si se quedare en la tierra, lo que Dios no permitirá? Levántese pues a lo alto el ayuno, sirviéndose de la oración como de un ala; a esta añadamos otra, porque acaso una sola no será bastante. La oración del Justo, dice la Escritura, penetra los Cielos. Tenga pues nuestro ayuno, para que fácilmente penetre los Cielos, dos alas, que son la oración, y la justicia. ¿Qué es la justicia, sino una virtud que da a cada uno lo que es suyo? En tus acciones pues deberás, no solo atender a Dios, sino también a los demás; pues eres deudor de sus prelados, y de tus hermanos. Ni quiere Dios que estimemos en poco, a los que él mismo de ningún modo estima en poco. Porque, no sin causa dice el Apóstol: Tened cuidado de obrar lo bueno no solo delante de Dios, sino delante de los hombres también. Tal vez decías ante ti mismo: bástame a mi, que Dios apruebe lo que hago, ¿qué cuidado me da a mi del juicio humano? Pero está cierto,  que de ningún modo le agrada todo lo que hicieres con escándalo de tus hijos, y contra la voluntad de aquel, a quien debías obedecer como vicario suyo. Santificad, dice el ayuno, convocad la junta.¿Qué es convocar la junta? Conservar la unión, amar la paz, amar la unidad con sus hermanos. Aquel soberbio fariseo ayunó y santificó el ayuno, puesto que ayunó dos veces a la semana, y dio gracias a Dios: pero no convocó la junta, diciendo: Yo no soy como los demás hombres: y por eso estrivando solamente en un ala, no llegó al Cielo su ayuno. Vosotros, carísimos, lavad vuestras manos en la sangre del pecador, y procurad por todos los modos, que tenga vuestro ayuno dos alas, que son la santidad y la paz, sin las cuales nadie verá a Dios. Santificad el ayuno, de suerte que una intención pura, y la devota oración lo ofrezcan a la divina Majestad: Convocad la junta: de modo que vuestros ayunos se conformen, y ajusten a la unidad: Alabad al Señor en el tímpano y en el coro: para que sea concorde a la mortificación del cuerpo.
3.Mas habiendo hablado del ayuno y de la justicia, razón será que digamos algo acerca de la oración. Cuanto más eficaz es, si se hace como se debe, tanto más astutamente suele el enemigo impedirla. Algunas veces se pierde el fruto de la oración por el abatimiento del espíritu, y un temor inmoderado. Lo que sucede, cuando el hombre de tal suerte piensa en su propia indignidad, que no vuelve los ojos a la benignidad de Dios; ni acierta a considerar, que Un abismo llama y trae a otro abismo; esto es, el abismo luminoso al tenebroso, el abismo de la divina misericordia al abismo de nuestra miseria. Profundo es el corazón del hombre e inescrutable: pero aunque es grande mi iniquidad, Señor, mucho mayor es vuestra piedad. Por eso cuando mi alma es turbada en mi mismo, me acuerdo de la incertidumbre de vuestra misericordia, y en ella respiro, y cuando entrare en mis impotencias, no quiero acordarme solamente de vuestra justicia.
4.Así como hay peligro, si la oración es demasiado tímida, así por el contrario, no es menor, sino mayor el peligro, si acaso fuere temeraria. De los que oran así escucha lo que dice el Señor al Profeta: Clama, le dice, no ceses: haz resonar tu voz como una trompeta. Como una trompeta dice, porque con un espíritu vehemente deben ser reprendidos los temerarios. Me buscan a mi, los que todavia no se han hallado así mismos. Ni digo yo esto, para quitar la confianza a los pecadores de orar, sino que quiero, que oren como gente que ha abandonado la ley de su Dios, y no ha obrado según la justicia. Oren por el perdón de sus pecados, en un ánimo contrito y en espíritu de humildad, como aquel publicano, que decía: O Dios, sed propicio a mi pecador. Yo llamo temeridad, cuando el hombre, en cuya conciencia todavía reina el pecado o el vicio, se deja llevar de pensamientos remontados, y que exceden sus fuerzas, poco cuidadoso del peligro de su alma. El tercer peligro es, que la oración sea tibia y no proceda de un afecto fervoroso. La oración tímida no penetra los Cielos, porque el excesivo temor  la detiene, y hace que no solo no suba a lo alto, sino que ni pase adelante. La oración tibia en la misma subida desfallece, porque no tiene calor ni vigor para subir. La oración temeraria sube a lo alto, más luego resurge para abajo, porque halla quien la resiste, y no solo no alcanza gracia, sino que incurre en ofensa. Mas la oración fiel, humilde y fervorosa sin duda penetra los Cielos, de los cuales nunca volverá vacía.

RESUMEN
Fruto del ayuno y modos de ayunar. Unión del ayuno y de la oración. La oración y la justicia son las alas del ayuno. Entiende el Santo frecuentemente en la justicia la piedad y pureza de las costumbres, según lo manifiesta también la Escritura. Dos alas del ayuno son también la honestidad de vida y la paz. En tres defectos pueden incurrir los que oran:
 1.El demasiado temor
 2.La temeridad
 3. La tibieza
 Tres condiciones de la oración: debe ser fiel, humilde y fervorosa.

CUARESMA: UNGIR LA CABEZA Y LAVAR LA CARA



Hoy, amantísimos, entramos en el sagrado tiempo de Cuaresma, que es el tiempo de la milicia cristiana. No es particular en nosotros esta observancia; es general a todos cuantos en el seno de la iglesia profesan una misma fe. ¿Es muy común en todos los cristianos el ayuno de Cristo? ¿Siguen muchos miembros a su cabeza? Si hemos recibido de esta cabeza los bienes ¿Por qué no sufriremos también los males? ¿Queremos no sentir lo triste y participar de lo gustoso? Si así fuera daríamos prueba de que somos indignos de participar en cosa alguna de esta cabeza. Todo cuanto ella padece por nosotros lo hace. Si en la edificación de nuestra salud nos da pereza trabajar con Él, en qué otras cosas podremos mostrarnos coadjudtores suyos. No es cosa muy grande el que se ha de sentar en la mesa del Padre con Él mismo. El miembro debe padecer conjuntamente con la cabeza con la que también debe ser glorificado. Dichoso miembro el que se junta con esta cabeza y la sigue a cualquier parte que vaya. De otra suerte, si sucede acaso que sea cortado de ella y separado, será separado del punto de partida del espíritu de vida. Porque cualquier parte del cuerpo que no esté unido con la cabeza ¿cómo tendrá sentido que tenga vida? Así expuesta no faltará quien entre a ocuparla. Brotará por segunda vez la segunda cabeza en la que la mujer fuerte había quebrantado el espíritu de vida.
 Verá un monstruo horrible, con cuerpo de hombre pero cabeza de demonio. Aquella viperina cabeza no volverá sin siete espíritus peores que ella. ¿Cortado el cuerpo de Cristo, me incorporaré yo miserable a Satanás? Yo siempre os seguiré y no temeré ningún mal porque estáis conmigo. Vais primero por el angosto agujero de la pasión para dar ancha entrada a los miembros que os siguen. De esta cabeza nace el ungüento que se extiende hasta la orla del vestido para que hasta la más pequeña fimbria quede sin unción. De la cabeza nace la piedad y la misericordia. Según está escrito: Oh Dios, os ha ungido vuestro Dios con el aceite de la alegría de una manera que también la unge María y es una buena obra. El evangelio dice que cuando ayunéis unge tu cabeza y lava tu cara. El Espíritu Santo es la fragancia del ungüento espiritual. Ungió el Padre al Hijo de una manera más excelente que a todos los que participan de Él. Ungido, finalmente, nos lo envió a nosotros a quien lo mostró lleno de gracia y de misericordia. Al lugar de donde salen vuelven los ríos para volver a correr otra vez. El agua puede estancarse y hasta la recibida puede ser dañina. Cristo nos prohibe la tristeza que se afecta en el semblante delante de los hombres. La tristeza de los hipócritas no está en el corazón sino en el semblante, porque desfigura su rostro. Cuando ayunares unge tu cabeza y lava tu cara. Los hipócritas desfiguran su cara. Otros tipos de hipócritas ungen su cabeza para esparcir la fragancia de su propia fama. Delante de los ojos humanos no busques tu propia gloria sino la del Autor. Unos ayunan con vanidad y a estos les dice: lava tu cara. Otros lo hacen con impaciencia y resentimiento y a éstos le es necesario ungir la cabeza. El ayuno  es unción de la cabeza y el hambre del cuerpo refección del corazón. Unge tu cabeza para que no entre en ti la impaciencia o la murmuración y para que te llenes de tribulación, pero sin vanidad alguna. Que la cara esté limpia del aceite del pecador.
RESUMEN
El ayuno de Cristo debe movernos eficazmente a que ayunemos con gusto. Debemos unirnos a Cristo como los miembros a nuestra cabeza. El cristiano separado de Cristo se convierte en un monstruo. La caridad es bálsamo. Debemos buscar la unción de Cristo. La gratitud hace aumentar las gracias. Los que ayunan pueden incurrir en dos vicios: la vanagloria y la impaciencia. Para evitarlos es útil ungir nuestra cabeza y lavar nuestra cara. Esos actos tienen un sentido simbólico y también evitan la hipocresía de mostrar a los demás los efectos del ayuno. 

SALMO QUI HABITAT -SERMONES DE LA CUARESMA. PREFACIO

Salmo 91 Qui habitat

1 El que habita al abrigo del Altísimo, *
mora bajo la sombra del Omnipotente.

2 Dirá al Señor: "Refugio mío y castillo mío, *
mi Dios, en quien confío".

3 El te librará del lazo del cazador, *
de la peste destructora.

4 Con sus plumas te cubrirá,
y debajo de sus alas estarás seguro; *
escudo y adarga será su fidelidad.

5 No temerás espanto nocturno, *
ni saeta que vuele de día;

6 Ni pestilencia que acecha en la oscuridad, *
ni enfermedad que a mediodía desola.

7 Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra, *
mas a ti no te alcanzará.

8 Ciertamente con tus ojos mirarás, *
y verás la recompensa de los malvados;

9 Porque hiciste del Señor tu refugio, *
del Altísimo, tu habitación,

10 No te sobrevendrá mal alguno, *
ni plaga tocará tu morada.

11 Pues a sus ángeles mandará cerca de ti, *
que te guarden en todos tus caminos.

12 En las manos te llevarán, *
para que tu pie no tropiece en piedra.

13 Sobre el león y el áspid pisarás; *
hollarás al cachorro del león y a la serpiente.

14 "Por cuanto ha hecho pacto de amor conmigo,
yo lo libraré; *
lo protegeré, por cuanto ha conocido mi Nombre.

15 Me invocará, y yo le responderé; *
con él estaré en la angustia;
lo libraré, y le glorificaré.

16 Lo saciaré de largos días, *
y le mostraré mi salvación".


PREFACIO
Tengo muy en cuenta, hermanos, y no sin un gran sentimiento de conmiseración, vuestro esfuerzo cuaresmal. Me pregunto con qué consuelo podría aliviaros y se me ocurre mitigaros la penitencia corporal. Pero no os serviría para nada. Al contrario, podría perjudicaros mucho. Si se desperdicia un poco de simiente, siempre se cosecha menos. Y si por una compasión cruel rebajase vuestras mortificaciones, el premio de vuestra corona perdería sus mejores joyas. ¿Qué procede entonces? ¿Dónde encontraremos la flor de harina del profeta? Porque la olla sabe a veneno y estamos a la muerte todo el día por el rigor de los ayunos, el trabajo tan asiduo y las prolongadas vigilias. Todo esto unido al combate interior: la contrición del corazón Y las frecuentes tentaciones.
Mortificaos, sí,  pero  por aquel que murió por vosotros. Pues, si rebosan sobre nosotros los sufrimientos de Cristo, gracias a él rebosa, en proporción, nuestro ánimo. Por eso, él es la delicia de quien rehúsa hallar consuelo en otras cosas, ya que en las más amargas contradicciones podrá encontrar gran consolación. ¿O no es cierto  que vosotros sufrís por encima de la posibilidad humana, más allá de la capacidad natural y contra todo lo que puede el común de los mortales? Por tanto alguien tiene que llevar sobre sí todo ese peso; me refiero al que sostiene el universo entero con la Palabra de su poder.
Por esta razón, se vuelve contra el enemigo su propia espada, ya que las grandes tribulaciones con las que nos prueba se convierten en el mejor instrumento para vencer las tentaciones y en la señal más segura de la presencia divina. ¿Qué podemos temer, si está con nosotros el que sostiene el universo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. ¿Quién es el que aguanta la mole de la tierra? ¿En quién se apoya el universo? Suponiendo que exista otro que mantenga a los demás seres, él, ¿por quién subsiste? Unicamente la palabra de su poder lo sostiene todo. La palabra del Señor hizo el cielo y la tierra, y el aliento de su  boca, todos sus ejércitos.
RESUMEN
Desde el salmo 91, párrafo a párrafo, irá San Bernardo introduciéndonos en la Cuaresma. Serán meditaciones llenas de sacrificio orientado hacia nuestro Señor. No debemos mitigar nuestros ayunos y sacrificios durante la cuaresma, pues también los beneficios espirituales serían menores. Cristo sostiene el universo y las tribulaciones que sufrimos son un instrumento de la presencia divina.

SEPTUAGÉSIMA SERMÓN SEGUNDO


EN LA SEPTUAGÉSIMA

SERMÓN SEGUNDO

Sobre las palabras de la Escritura: infundió el Señor sueño en Adán

1.Infundió el Señor sueño en Adán. Infundiole también en si mismo, habiéndose hecho segundo Adán: pero hay una distancia acaso no pequeña. Porque Adán parece haber dormido por un rapto de contemplación; de modo que en aquel infundió el sueño la verdad. En este la caridad, siendo una y otra el Señor. Puesto que dice San Juan Evangelista: Dios es caridad; y el mismo Señor: yo soy camino, verdad y vida. Verdaderamente aún aquel que sólo tenga el nombre de cristiano, no dudará que el sueño de Cristo fue efecto de sola su caridad. El fue quien se recostó como el león, no siendo vencido sino vencedor. Poniendo su vida por su potestad, poniendo el sueño de la muerte por su propia voluntad. Pero ¿cual se ha de decir o creer que fue aquel sueño que Dios infundió a Adán; en el cual sin sentido de dolor enteramente le quitó una costilla para formar de su costado la mujer mientras él dormía? A mi me parece que estando él absorto en la contemplación de la eterna verdad y en el abismo de la sabiduría divina se durmieron los sentidos, lo cual principalmente de sus propias palabras se puede conjeturar. Volviendo en si, da a entender donde había ido, pues viniendo medio embriagado de la despensa de los vinos, y prorrumpiendo en aquel grande misterio que tanto explicó de Cristo y de su Iglesia el Apóstol dice así: Esto ahora es hueso de mis huesos; y también: Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se juntará a su mujer serán dos en una sola carne. ¿Te parece haberse dormido totalmente el que despertando prorrumpió en voz semejante y que no podía decir más bien: yo duermo y vela mi corazón?
2.Sin embargo yo quiero que se entienda esto que he dicho sin perjuicio de lo que a otro acaso le pareciere, especialmente si se encuentra otra cosa en la página de los santos. No pienso yo que fuese sueño común o semejante a los nuestros: que ni los infunde el rapto de la contemplación ni el afecto de conmiseración sino el defecto que proviene de nuestra enfermedad y flaqueza: que ni les causa la verdad ni la caridad, sino la necesidad. Un pesado yugo se halla sobre los hijos de Adán: pero no es un principio sobre Adán, sino ahora sobre sus hijos. ¿Qué cosa no es pesada para estos miserables, para los que aún el vivir es trabajo? ¿Para quienes también el uso mismo de los sentidos ( lo que pocos al parecer advierten y ninguno parece sentirlo absolutamente) es grave carga de modo que no se pudiera sostener, sino se aliviase con la alternativa del descanso? ¿Qué hay que no sea dolor y aflicción del espíritu de cuantas cosas hay debajo del sol, cuanto también es pesadísimo aquello mismo en que principalmente se deleitan que es la vegetación y sensación del cuerpo? La tristeza de su separación hace ver que dulce era para el alma la compañía del cuerpo, pues apenas por último puede apartarse, cuando la misma corrupción del cuerpo es ya intolerable. Por cierto, no el cuerpo absolutamente, sino el cuerpo que se corrompe oprime el alma. Para que sepas que el alma del primer hombre estuvo exenta de este gravamen, mientras que tuvo un cuerpo incorrupto. Dios le puso en libertad de suerte que colocado entre lo supremo y lo infinito se extendiese hacia aquello sin dificultad; penetrando aquello con la vivacidad y pureza de su entendimiento, y juzgando esto con la autoridad de superior, En fin, fueron traídos los animales a la presencia de Adán para que viese como los había de llamar: no fue él mismo llevado de curiosidad a verlos.
3.No está de la misma manera libre en nosotros la razón, sino que tiene por todas partes para combatir. Porque de tal forma la tienen cautiva las cosas íntimas en su viscosidad, y es repelida de las supremas como indigna de ellas, que ni de aquellas se puede arrancar sin dolor, ni puede ser admitida sin grandes gemidos o raras veces a éstas. Por una parte hacen fuerza las que quieren quitarme la vida, de modo que es preciso clamar:Infeliz hombre yo ¿quien me liberará del cuerpo de esta muerte?Por otra, antes que coma suspiro porque el Reino de los Cielos se toma por fuerza y los violentos le arrebatan. Con todo se debe mantener allí la unidad y aquí la división, así como Adán se durmió en la contemplación de las cosas supremas y distinguió los animales poniéndoles nombres. A este modo Abraham también en el sacrificio, según leemos, dividió no los volátiles sino los animales. Y Marta se turba atendiendo a muchas cosas, siendo necesaria una sola. Necesaria es, verdaderamente, una sola cosa y en gran manera es necesaria, porque esta es aquella excelentísima parte que no será quitada. Cesará la división cuando llegare la plenitud y participará toda la santa ciudad de Jerusalen de una misma cosa. Mientras tanto el espíritu de sabiduría no sólo es único sino de muchas maneras también: solidando lo anterior en la unidad, pero distinguiendo con juicio las cosas exteriores. De todos los creyentes te ponen ejemplo en la primitiva Iglesia cuando de todos los creyentes era uno solo el corazón y una sola el alma para que así no se partiesen los volátiles. Pero se repartirá a cada uno según su necesidad para que así se partiesen los animales. Hay también entre nosotros unidad de ánimo. Estén unidos nuestros corazones amansando una cosa, buscando una cosa, adhiriendo una cosa y sintiendo todos una misma cosa. De esta manera la exterior división evitará el peligro y no incurrirá en escándalo, pues aunque cada uno tenga su particular paciencia, su propio modo de pensar en disponer las cosas temporales, aunque igualmente se vea que algunos tienen diversos dones de gracias y que todos los miembros no tienen una misma operación; sin embargo la unidad interior y unanimidad juntará la multiplicidad y la apretará con la liga de la caridad y con el lazo de la paz.
RESUMEN
Dos géneros de sueño. Uno el primer hombre y otro en Cristo. El sueño de Adán fue por éxtasis de contemplación. El sueño de Cristo por caridad. Rapto estático de Adán. Estado de Adán antes del pecado. Miseria del hombre después de su caída. Cual es la unidad y cual la división que debemos buscar en esta vida. Elegante y viva moralidad. El espíritu de Dios es de muchos modos en sus efectos.

Nota: vivimos en un perpetuo sueño, muy diferente del sueño de Cristo para vencer a la muerte. El nuestro está lleno del engaño de los sentidos. Pero en ese sueño debemos vivir con caridad y buscar la unidad de todas las formas de vida y pensamiento, orientándolos de forma espiritual hacia Cristo.

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