jueves, 28 de mayo de 2015

Sermones de San Bernardo.

SERMÓN VI CANTAR DE LOS CANTARES: LA SANTIDAD Y MAJESTAD DE DIOS SE MANIFIESTAN EN LA MISERICORDIA Y EL JUICIO




I.1.Para enlazar este sermón con el anterior, ¿recordáis como decíamos que el Espíritu soberano e iluminado no necesita ayuda ni los servicios de un cuerpo para cuanto él quiera o desea  que suceda? Reconozcamos en Dios sin vacilación alguna dos atributos: la inmortalidad y la incorporeidad. Sólo él transciende la universal naturaleza corporal de los espíritus, de modo que no recurre a cuerpo alguno para ninguna obra suya, pues le basta su querer espiritual cuanto decide ejecutar cuanto le plazca. Sólo esa majestad es la única que excluye todo instrumento corporal,  tanto para sí como para otros. Sus obras brotan inmediatamente de su omnipotente y decidida deliberación. Todo lo altivo se doblega ante ella, toda resistencia cede, pero sin intervención o ayuda de ningún otro ser corporal o espiritual. Sin lengua, enseña o o corrige; sin manos, da o recibe; sin pies, corre para socorrer a todo el que perece.
2.Así se comportaba a menudo con los Patriarcas de los primeros tiempos; los hombres recibían sus continuos beneficios, pero su bienfechor se ocultaba. Alcanzaba con vigor de extremo a extremo y gobernaba el universo con acierto, aunque los hombres no lo advertían. Gozaban de los bienes del Señor y desconocían al Señor de todo poder, porque todo lo dirige con infinita moderación. Por él existían, pero no estaban con él. Por él vivían, mas no para él. Por él podían conocer, pero no lo reconocieron a él, por vivir aturdidos, ingratos, insensatos. Por esto llegaron a no referir a su Autor sus propias vidas y su conocimiento, pues todo lo atribuían a la naturaleza o más neciamente aún al azar. Y se arrogaban muchas otras cosas a su propia habilidad o a su poder. ¡Cuánto usurpó para sí el espíritu seductor, cuantas cosas se atribuyeron al sol y a la luna, cuántas las adjudicaron a la tierra y al mar, cuántas se asignaron a los artefactos elaborados por los mortales! Hierbas, arbustos y las semillas más viles e insignificantes recibían el trato de dioses.
3.¡ay! A tal extremo llegó la degradación de los hombres, que cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba. Más Dios se compadeció de sus extravíos, se dignó salir del monte sombrío y tenebroso, y puso su tienda al sol. Ofreció carne a los  que saborean la carne, para que aprendieran a gustar el espíritu. Así, en la carne y a través de la carne realizó obras impropias de la carne, porque corresponden a Dios. Imponiéndose a la naturaleza y superando el acaso, demostró que el saber de este mundo es locura y dominó la tiranía de los demonios. Con lo cual dio a conocer claramente que él es el ser que creaba cuanto existía.
 Repito que en la carne y a través de la carne, hizo proezas manifiestas con su poder, reveló la salvación, padeció toda afrenta; y así evidenció que él poderosa pero invisiblemente lo creó todo, lo gobernaba sabiamente y lo cuidada con su bondad. Por fin anuncia la buena nueva a los ingratos, muestra sus signos a los incrédulos y ora por los que le crucifican. ¿No manifestaba así que él junto con su Padre hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos? Lo decía él mismo expresamente: Si yo no hago lo me me encarga mi Padre, no os fiéis de mi.
4.Miradle cómo abre su boca para enseñar a sus discípulos en el monte, el que silenciosamente instruye a los ángeles en el cielo. Miradle cómo el contacto de sus manos cura la lepra, desaparece la ceguera, cura la sordera, suelta la lengua a los mudos, saca de las aguas al que está a punto de perecer, y no hay duda de que es aquel mismo a quien mucho antes había dicho David: Abres tú la mano y sacias de favores a todo viviente. Abres tu mano y se sacian de bienes. Mirad cómo escucha postrada a sus pies la pecadora arrepentida: Tus pecados están perdonados. Así puede advertir que es en persona aquel de quien mucho tiempo atrás se había anunciado: Saldrá el diablo delante de sus pies.
 Y efectivamente, cuando se perdonan los pecados, el diablo sale arrojado del corazón del pecador. Por eso, cuando alguien se arrepiente se dice en general: Ahora es cuando comienza el juicio de este mundo, ahora va a ser echado fuera el jefe de este mundo. Porque Dios perdona el pecado a quien lo confiesa humildemente, y el diablo pierde su poderío en el corazón de esa persona de la que se había apoderado.
5.Finalmente, camina sobre las aguas con sus pies de carne, como ya lo había vaticinado el Salmista, antes de que se revistiera de la carne: Tú te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas. Es decir: tú pisas los corazones hinchados de los soberbios y reprimes los deseos libertinos de los carnales, porque santificas a los impíos y humillas a los soberbios. Y puesto que lo realiza invisiblemente, el carnal ignora quien lo hace. De ahí que continúe: Y no queda rostro de tus huellas. Por eso dice a su vez el Padre al Hijo: Siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies, esto es, someteré a tu arbitrio a cuantos te desprecian, bien que se resistan y permanezcan miserables, bien que lo acepten y sean dichosos. Esto lo hace el espíritu y no lo percibe la carne: El hombre animal no capta lo que es del Espíritu de Dios. Por eso fue menester que la pecadora se postrara corporalmente a sus pies y los besara con sus labios para recibir el perdón de los pecados. De esa manera conocieron hasta los carnales aquel cambio de la diestra del Altísimo, por el que maravillosa pero invisiblemente justifica al impío. 
6.Con todo, no puedo dejar de hablaros sobre los pies espirituales de Dios, que debe besar espiritualmente el arrepentido. Conozco vuestra curiosidad, ansiosa sobremanera de saberlo todo. Tampoco podemos pasar por alto a qué pies se refiera la Escritura cuando dice unas veces que está en pie: Adorémosle en el lugar donde se mantuvo en pie; o que anda: Habitaré y andaré con ellos; o que corre: Salta como gigante que se apresura corriendo su camino. Si el Apóstol creyó que la cabeza de Cristo guarda relación con su divinidad, pienso que también podemos considerar con propiedad que sus pies pertenecen a su humanidad: uno representa la misericordia y otro la justicia. 
 Dos palabras que conocéis muy bien y, si recordáis, ambas aparecen en muchos lugares de la Escritura. La carta a los Hebreos nos dice que Dios asumió el pie de la misericordia en la carne a la que se unió, al afirmar que Cristo fue probado en todo igual que nosotros. Excluido el pecado, para alcanzar misericordia. ¿Y el otro pie que representaba al juicio? ¿No dice claramente el mismo Dios y Hombre que ese juicio corresponde también a la naturaleza humana que asumió? El asegura que su Padre le ha dado autoridad para dictar sentencia, porque es el Hijo del hombre. 
7.Con estos dos pies armoniosamente juntos bajo la cabeza unitaria de la divinidad, se dejó ver en el mundo el invisible Emmanuel, nacido de mujer, sometido a la ley, y vivió entre los hombres. Con esos pies pasa ahora haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, pero espiritual e invisiblemente. Con ellos penetra también en los espíritus generosos purificándolos el que escruta los corazones y las almas de los fieles. Se me ocurre ahora si no serán esas las piernas del esposo, que con tantos elogios admira la esposa cuando las compara, si no me engaño, con unas columnas de mármol apoyadas en plintos de oro. Y lo hace con gran acierto: porque en la Sabiduría de Dios que se hizo carne, comparada con el oro, se encuentran la misericordia y la fidelidad. Por eso las sendas del Señor son misericordia y lealtad. 
8.¡Feliz el alma en la que el Señor Jesús fija de una vez estos dos pies! Por estas dos señales podéis discernir quien ha sido agraciado con ese don: el que lleva consigo la marca imborrable de sus divinas huellas, que son el temor y la esperanza. Esta representa la imagen de la misericordia y aquél la del juicio. Con razón aprecia el Señor a sus fieles que le temen y confían en su misericordia: porque el temor del Señor es el principio de la sabiduría y la esperanza su crecimiento; pero su consumación se la reserva el amor. 
 En esta perspectiva no son desdeñables los frutos de este primer beso que se recibe en los pies. Pero procura no privarte ni de lo uno ni de lo otro. Es decir, si ya sientes la compunción por el dolor de los pecados y por el temor del juicio, has impreso tus labios en las huellas de la fidelidad y del juicio. Y si moderas el dolor y el temor contemplando la bondad divina, con la esperanza de conseguir su indulgencia, ten por cierto que has besado también el pie de la misericordia. Por lo demás, no conviene besar únicamente un pie, porque el recuerdo del juicio por sí solo hunde en el abismo de la desesperación y la engañosa lisonja de la misericordia engendra una seguridad pésima. 
9.Alguna vez yo, que soy un desgraciado, he recibido también el don de sentarme a los pies del Señor Jesús y abrazar ora uno, ora otro con toda devoción, según se dignara admitírmelo su bondad. Pero cuando olvidaba su compasión y por el aguijón de la conciencia me detenía algo más en el juicio, enseguida me hundía en un miedo increíble; cercado entre horrores tenebrosos, sólo me atrevía a exclamar temblando de pavor: ¿Quién conoce la vehemencia de tu ira, quién ha sentido el peso de tu cólera?
 Y si me retiraba de ésta para asirme más fuertemente del pie de la misericordia, me sucedía lo contrario: me diluía en una negligente dejadez, hasta encontrarme frío en la oración, perezoso en mis quehaceres, más superficial para reírme, más imprudente para hablar y, en definitiva más inconstante en todo mi comportamiento exterior e interior. Así que aprendiendo de mi maestra la experiencia, te ensalzaré, Señor, no por tu juicio solo, ni por tu misericordia sola, sino a la vez por tu juicio y tu misericordia. Jamás olvidaré tus justísimos decretos; ambas serán mi canción en esta tierra extranjera, hasta que tu misericordia se remonte sobre el juicio, acallando la miseria. Y sólo mi gloria te dará gracias por siempre, libre de toda ansiedad.
RESUMEN
Dios es inmortalidad e incorporeidad. Excluye todo instrumento corporal. Por Él vivían nuestros antepasados pero no lo conocían. Se dedicaban a la idolatría. Apareció en carne para que lo conociéramos. Así expulsa a los demonios, santifica a los impíos y humilla a los soberbios. Como es invisible, el carnal ignora sus maravillas. El hombre animal no capta lo que es el espíritu de Dios. Simbolicamente podemos hablar de los pies espirituales de Dios. Con ellos pisa, anda y corre. Un pié representa la misericordia (con el fue probado igual que nosotros). El otro pié representa la justicia. Es la autoridad para dictar sentencia. Con esos pies hace el bien y cura a los oprimidos por el diablo de forma invisible. Son las piernas del esposo, sendas de misericordia y lealtad. Sus huellas son el temor (principio de la sabiduría) y la esperanza (crecimiento de la sabiduría). Su consumación es el amor. Conviene besar los dos pies para no dejarnos llevar por el temor o por la misericordia. Con el tiempo predominará la misericordia y daremos gracias a Dios por siempre y sin ansiedad.

SERMÓN V. SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES



CUATRO  CLASES DE ESPÍRITUS Y SUS RELACIONES CON EL CUERPO
1.Hay cuatro clases de espíritus. Sabéis cuáles son: el animal, el nuestro, el angélico y el que creó a los tres. Todos ellos necesitan un cuerpo o su semejanza para sí o para dirigirse a otro, o para ambas cosas. La única excepción corresponde a ese ser ante quien toda criatura, tanto corporal como espiritual, debe reconocer con toda justicia: Tú eres mi Dios, porque no necesitas mis bienes. El primero de estos espíritus necesita de tal manera del cuerpo que sin él no puede ni subsistir en modo alguno. Hasta tal punto, que en el instante mismo de su muerte deja de dar la vida al animal, y él mismo se extingue. En cambio, nosotros vivimos después de la extinción del cuerpo.  Pero ninguno de nosotros puede dirigirse ni llegar a la felicidad eterna sino a través del cuerpo. Así lo experimentó aquel que decía: Lo invisible de Dios resulta visible a través de sus obras. Pues no podemos conocer las obras creadas, lo visible y corporal de este mundo, sino gracias a los sentidos del cuerpo.
 Por tanto, esa criatura espiritual que somos nosotros necesita cuerpo; sin él es totalmente incapaz de llegar al único conocimiento que nos brinda la máxima felicidad. Y si ahora me objetasen que los niños bautizados que murieron sin haber conocido las realidades corporales, no pueden pasar  a la vida de los bienaventurados, respondería sencillamente que eso se lo concede la gracia, no la naturaleza. ¿Por qué me salen al paso con los milagros de Dios, si estoy hablando de las cosas naturales?
2.Y que los espíritus celestiales necesitan un cuerpo, nos lo certifica esta sentencia verdaderamente divina: ¿Qué son todos sino espíritus celestiales en servicio activo, que se envían en ayuda de los que han de heredar la salvación? ¿Y cómo podrán cumplir este servicio sin un cuerpo, sobre todo cuando actúan a favor de los que viven en el cuerpo? Además es exclusivo de los cuerpos desplazarse de un lugar a otro; y eso hacen con frecuencia los ángeles, según nos lo demuestra una conocida e indudable autoridad: así se aparecieron y conversaron con los Padres y comieron con ellos, lavándoles los pies. Así pues, los espíritus inferiores y los superiores necesitan sus propios cuerpos, mas no para servirse de ellos sino para servir a los demás.
3.Pero  el animal, por exigencias de su servidumbre, sólo puede prestar su servicio para las necesidades materiales y temporales; por eso su espíritu se diluye con el tiempo y muere con el cuerpo. Es que u criado tampoco permanece siempre en la casa, aunque por su digno servicio consiga un premio que dure para siempre, en atención a los frutos de su servicio temporal. El ángel, por su parte, sirve y anda solícito para cumplir sus deberes de caridad en la libertad de espíritu, volcándose con gozosa prontitud y mostrándose como servidor de los bienes futuros a los mortales, porque serán un día sus conciudadanos para siempre y coherederos de la felicidad celestial.
 Ambos necesitan de sus cuerpos: el animal, porque lo exige su mismo ser; el ángel, para ayudar al hombre por puro amor. Por lo demás, no veo de qué les puede servir para su eternidad. Porque el espíritu irracional, aunque por su cuerpo goce de un contenido sensible, ¿puede acaso utilizarlo para elevarse hasta las realidades espirituales de la inteligencia a través de las cosas sensibles que experimenta? En cambio, es cierto que se aprovechan del servicio corporal y temporal para conseguir esas realidades los que prescinden del uso de los bienes materiales para el goce de lo eterno, porque usan de este mundo como si no lo disfrutaran.
4.En cuanto al espíritu celestial, por la afinidad con Dios y por la vivacidad de su naturaleza, es capaz de comprender lo más sublime y penetrar en lo más íntimo sin concurso del cuerpo y sin percibir nada con los sentidos. ¿No lo entendía así el Apóstol cuando decía: Las perfecciones invisibles de Dios se han hecho visibles, añadiendo inmediatamente: para la criatura humana? Porque para la criatura celeste no era así.
 El espíritu oriundo de la tierra y envuelto en la carne, se esfuerza por avanzar gradual y lentamente por la contemplación de las criaturas. Pero el espíritu que habita en los cielos, por su natural sutiliza y sublimidad, lo consigue con toda facilidad y rapidez, sin contar para nada con el apoyo de los sentidos corporales, sin ser ayudado por el servicio de ningún miembro del cuerpo, sin informarse mediante la percepción de ser corporal de ninguna especie.
 ¿Qué necesidad tiene de escudriñar entre lo corporal las realidades espirituales el que lo ve todo en el libro de la vida y lo entiende sin equivocación posible? ¿Por qué fatigarse para trillar la paja, pisar el lagar o estrujar las olivas el que tiene de todo y nada le falta? ¿Quién mendigaría su sustento de casa en casa, si abundara el pan en la suya? ¿Quién se mataría por cavar un pozo y extraer las venas de agua de las entrañas de la tierra, si ya tiene un manantial del que fluyen profusamente las aguas más límpidas? Por tanto, ni el espíritu del animal ni el del ángel se valen del cuerpo para alcanzar los bienes que hacen feliz a la criatura espiritual. El primero, porque no los capta por su torpeza natural; el segundo, porque no lo necesita por la prerrogativa de su gloria más excelente.
5.En cuanto al espíritu del hombre, que ocupa un lugar como intermedio entre el supremo y el ínfimo, es evidente que necesita de tal manera un cuerpo, que sin él no puede ni realizarse a sí mismo, ni ayudar a los demás. Pues, por no mencionar los demás miembros de su cuerpo ni su finalidad, si careciera de lengua, ¿cómo podría instruir al que le escucha o atender sin oídos al que le enseña?
6.Por eso, sin el apoyo del cuerpo, ni el espíritu del animal puede cumplir los deberes de su condición servil, ni la criatura espiritual del cielo sus servicios de caridad, ni el alma racional se bastaría para mirar por su salvación y la del prójimo.
 Es, pues, evidente que todo espíritu creado necesita absolutamente la cooperación de un cuerpo: para el bien de otros, para el propio o para ambas cosas. ¿Y esos animales incómodos o inservibles para el hombre? Si no son provechosos, al menos recrean la vista del que los contempla; y así pueden ser más útiles para los corazones de quienes los ven que para los cuerpos de quienes los usan. Y aunque nocivos, e incluso peligrosos para la salud del hombre, de aluna manera cooperan para el bien de los que por designios de Dios han sido llamados. Si no los alimentan ni les sirven, al menos les impulsan a ejercitar la inteligencia y comprender mejor el plan universal –cosa muy digna de un ser dotado de razón- según el cual se puede contemplar fácilmente lo invisible a través de lo que él ha creado.
 Tampoco el diablo ni sus satélites, por su perversa intención, cejan un momento en su constante afán de hacer daño. Pero nunca lo consiguen frente a esos perfectos rivales suyos, aludidos en estas palabras: ¿Quién podrá haceros daño, si os dais con empeño a lo bueno? Todo lo contrario; aun a su pesar, ayudan muchísimo a los buenos a mantenerse en el bien.
7.En cuanto a los cuerpos de los ángeles, podemos preguntarnos si les corresponde por su misma naturaleza, como a los hombres, y si son cuerpos animados como los nuestros, aunque inmortales, lo cual aún no son los humanos. O si pueden transformar su cuerpo para adoptar la forma y la especie que ellos desean, cuando quieren aparecerse, materializándolos o sutilizándolos cuanto les guste, a pesar de que en realidad, debido a la sutilidad natural de su sustancia, son totalmente impalpables e invisibles. 
 Pero no me preguntéis si subsistiendo en una naturaleza simple y espiritual, toman un cuerpo cuando lo necesitan y, cumplida su misión lo devuelven para que se disuelva en la misma materia de la que lo tomaron. En este punto, parece que los Padres tuvieron distintas opiniones y yo no veo claro cuál de ella debería exponeros: confieso que no lo sé. Además, creo que saberlo tampoco importa demasiado para vuestro aprovechamiento.
8.Pero sí debéis saber que ningún espíritu creado puede acercarse inmediatamente al nuestro; de tal modo que necesita el concurso de algún instrumento corporal, suyo o nuestro, para interponerse o introducirse en nosotros. Aun cuando por su intervención podríamos saber más o ser mejores. Ningún ángel, ni alma alguna puede hacer esto conmigo, ni yo a ningún otro. Ni siquiera los ángeles entre sí.
 Reservemos, por tanto, esta prerrogativa al Espíritu supremo e ilimitado, el único que educa al ángel e instruye el hombre, sin necesidad de recurrir a nuestro oído para que le escuchemos, ni a su boca para hablarnos. Se infunde por sí mismo y por sí mismo se da a conocer. El es puro y sólo le conocen los limpios de corazón. Es el único que no necesita de nadie, el único que se basta a sí mismo y a todos con su omnipotente voluntad. 
9.Sin embargo, realiza maravillas innumerables por medio de las criaturas visibles y espirituales sometidas a él. Pero ordenándolo, no como n mendigo. Ahora, por ejemplo, se sirve de mi lengua para actuar en vosotros enseñándoos. Podía hacerlo por sí mismo, más fácilmente sin duda y con mayor ternura; pero es una consecuencia de su bondad, no de su indigencia. No lo hace para que le ayude, sino para que vuestro progreso sea para mí fuente de méritos. Y así debe sentirlo toda persona que haga el bien, para que no se envanezca por los bienes del Señor, sino que se gloríes en el Señor.
 Otros hacen el bien, pero a su pesar. Así, el hombre malvado o el ángel perverso; es claro que hacen el bien, mas no para ellos, pues ningún bien puede servirle para nada al que lo realiza contra su voluntad. Es cierto que sólo le confían un servicio; pero no concibo cómo podemos agradecer y alegrarnos por un bien recibido de tan pésimo administrador. Esta es la razón por la que concede bienes a los buenos valiéndose de los malos, pero no porque necesite de sus obras para hacer el bien.
10.¿Quién puede dudar que Dios necesita menos aún de los seres que carecen de razón o de sentidos? Pero cuando concurren también ellos para algo bueno, se hace palpable qe todos los seres le sirven y con toda razón puede decir: Mía es la tierra. Y puesto que sabe cuáles son los bienes que elige para obrar más oportunamente, busca no tanto la eficacia como la conveniencia , para servirse de las criaturas corporales. Demos, pues, por sentado que con frecuencia acude a la colaboración de las obras materiales para sus obras divinas.
 Así, por ejemplo, se vale de la lluvia para vitalizar las semillas, multiplicar las cosechas y sazonar los frutos. Y me pregunto: ¿para qué necesitaría tener un cuerpo material aquel a quien obedecen a su menor señal todos los seres sin diferencia alguna, los del cielo y los de la tierra? Si todos le pertenecen, no le serviría para nada. Termino; porque si pretendiese agotar todo lo que a este propósito se podría decir en este sermón, sería demasiado largo y cansaría a algunos. Por eso, dejaremos lo que resta para acabarlo en otra ocasión.
RESUMEN
Existen cuatro clases de espíritus. Necesitan el uso del cuerpo de manera muy distinta. El espíritu total que es Dios no necesita cuerpo ni para sí mismo ni para relacionarse con los demás seres. Dudas acerca de la necesidad y contingencia de determinados seres vivos y hechos materiales.

SERMÓN IV. COMENTARIOS SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES



El triple progreso, simbolizado en los tres besos

I.1. El sermón de ayer se centraba en una especie de triple progreso del alma, representado en los tres besos. ¿Lo recordáis? Hoy debo proseguirlo en la medida que Dios en su bondad se digne ayudar a los pobres. Hablamos, si recordáis, del beso que se recibe en los pies, en las manos y en la boca, correspondiendo cada beso a un estado distinto. Con el primero se consagran los comienzos de nuestra conversión; el segundo se concede a los que van avanzando en ella, y el tercero es una experiencia exclusiva para los perfectos que son muy pocos. Sólo con éste, que hemos mencionado en tercer lugar, comienza el pasaje de la Escritura que nos proponemos comentar. Y por esta razón añadimos los otros dos besos.
 Vosotros juzgaréis si merecía la pena hacerlo. Me extrañaría que no os hubiera ocurrido a vosotros mismos. Efectivamente, tuvo que pensar en otra clase de besos, que se diferencian del beso de la boca, el que dijo: ¡Que me bese con besos de su boca!Si bastaba con que hubiera dicho sencillamente: Que me bese, ¿por qué recurrió a una expresión inusitada y añadió: Con besos de su boca?¿No nos muestra así que el beso que solicitaba es el sumo, pero no el único? Porque entre nosotros siempre nos expresamos de otra manera: “Bésame”, o “dame un beso”. Nadie añade: “con tu boca”, o “con besos de tu boca”. Cuando vamos a besarnos, ¿no acercamos nuestra boca? Pero no nos lo pedimos mutuamente. Por ejemplo, el que nos narra aquel beso que el traidor dio al Señor, dice escuetamente: Y le besó. No añade “con su boca”, ni “con un beso de su boca”. De la misma manera lo decimos todos cuando escribimos o hablamos.
 Estas tres afecciones o progresos del alma sólo las conocen claramente quienes tienen experiencia, es decir, los que logran percibir el perdón de sus pecados, o la gracia de hacer el bien, o la presencia misma del que les ha perdonado y ayudado, aunque sólo sea con las limitaciones inherentes a nuestro frágil cuerpo. 
I.2. Ahora escuchad con más detalles la razón por la que he llamado besos al primero y al segundo. Como todos sabemos, el beso es signo de paz. Por tanto, si como dice la Escritura, son vuestras culpas las que crean separación entre vosotros y Dios, quitemos de en medio lo que nos separa y reinará la paz. En consecuencia, si por nuestra penitencia nos reconciliamos arrancando el pecado que nos enfrenta, ¿qué es el perdón que recibimos sino eso que hemos llamado un beso de paz? Ahora sólo podemos recibirlo en los pies; porque nuestra satisfacción debe ser humilde y modesta, para corregirnos de nuestra soberbia.
I.3. Y cuando nos movemos en ese ambiente tan agradable de la gracia que nos envuelve, para vivir más ordenadamente y mantener unas relaciones más dignas con Dios, podemos levantar ya la cabeza del polvo con mayor confianza y besar la mano del bienhechor, como es costumbre. Con una condición: no buscar nuestra gloria por el bien recibido, sino la del que nos lo ha dado, ni atribuirnos sus dones a nosotros, sino a él. Porque si vives orgulloso de ti mismo y no del Señor, serás acusado de besar tu mano y no la suya. Y eso, como dice el santo Job, es el mayor delito, pues equivale a negar a Dios. Por tanto, si como atestigua la Escritura, el que busca su propia gloria busca su mano, también es lícito afirmar que quien busca la gloria del Señor besa la mano de Dios. Lo mismo sucede en esta vida. Los siervos que han agraviado a sus señores, suelen besar sus pies cuando les piden perdón. Pero los pobres besan la mano de los ricos cuando reciben su limosna.
I.4. Ahora bien, Dios es espíritu y una sustancia simplicísima que carece de miembros corporales. Tal vez por eso alguien niegue haber recibido algo semejante y me exija que le muestre las manos y los pies del Señor, para probar lo que afirmo sobre el beso de los pies y las manos. ¿Y qué me respondería si yo le exigiese lo mismo sobre la boca de Dios, para demostrar que la Escritura se refiere a Dios cuando habla del beso de la boca? Porque o tienes pies y manos, o tampoco tiene boca. Y si tiene boca para educar a los hombres, también tiene manos para dar alimento a todo viviente, y pies para ponerlos sobre la tierra como su estrado, ante los cuales se postran los pecadores de la tierra, convertidos y humillados.
 Esto se lo aplicamos a Dios, fijándonos en los efectos, no en su naturaleza. Gracias a eso encontramos en Dios estímulos para arrepentirnos temerosamente y postrarnos con toda humildad; para servirle generosos, renovándonos con mayor firmeza; para contemplarle con gozo y descansar en los éxtasis. El que todo lo gobierna es todo para todos, aunque propiamente no es nada de eso. 
 Pues en sí mismo es una luz inaccesible y su paz supera todo razonar, su sabiduría no tiene medida; es incalculable su grandeza. Nadie puede verlo y quedar con vida. Pero no es un ser lejano para cada uno de nosotros, puesto que todos reciben de él el ser, y sin él todo se reduce a pura nada. Pásmate más aún: nada es tan presente ni tan incomprensible como él. ¿Hay alguien tan presente a toda criatura? Y, sin embargo, ¿hay alguien más incomprensible que el ser de todas las cosas? Yo diría que Dios es el Ser de todos los seres, no porque éstos sean lo que él es, sino porque es origen, camino y meta de todo ser. El es, por tanto, el ser y creador de todo lo creado, pero causal, no material. De esa manera su majestad se digna ser para todas sus criaturas lo que son: vida para todo viviente, luz para toda razón, fuerza para todo virtuoso, gloria para todo vencedor.
I.5. El que con su sola palabra creó todos los seres materiales y espirituales, no necesita instrumento corporal alguno para crearlos, gobernarlos, regirlos, moverlos, incrementarlos, renovarlos y consolidarnos. El alma humana necesita un cuerpo con sentidos corporales para expresarse mutuamente y subsistir. Pero no así el Omnipotente; le basta su voluntad a cuya disposición actúa sin más su eficiencia, lo mismo para crear como para organizar los seres a su beneplácito. Ejerce su poder sobre lo que quiere, cuanto quiere y sin valerse de la sumisión de los miembros corporales. ¿O crees que necesita de la cooperación de los sentidos para contemplar su propia creación? Nada absolutamente se le oculta ni puede huir de su luz, presente en todo lugar. Pero tampoco precisa recurrir a los sentidos para conocer cualquier cosa. No sólo conoce todo sin necesidad de cuerpo: también sin él se deja conocer por los limpios de corazón. Pero quizás sea mejor dejarlo para mañana, porque ya no lo permite la urgencia de acabar el sermón.
RESUMEN
Disertaciones sobre la naturaleza espiritual del beso recibido en los pies y en las manos. Sobre la naturaleza de Dios y cómo podemos considerarlo, simbolicamente, dotado de manos y pies. Meditación sobre el verdadero origen de nuestra existencia y el agradecimiento a Dios en contra de la vanidad propia, que constituye su negación.

SERMÓN III COMENTARIOS SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES: Aplicación espiritual del beso en los pies en las manos y en la boca

I.1. Hoy abrimos el libro de la experiencia. Volveos a vosotros mismos y que cada cual escuche en su interior lo que vamos a decir. Me gustaría saber si alguno de vosotros ha recibido el don de poder decir sintiéndolo de verdad: ¡Que me bese con besos de su boca! No todos pueden decir esto sintiéndolo de verdad. Sólo aquel que haya recibido, al menos una vez, de la boca de Cristo el beso espiritual, volverá a desear esa experiencia personal y la repetirá de buena gana. Yo tengo para mi que nadie puede saber qué es eso sino el que lo ha recibido. Es un maná escondido y sólo el que lo ha saboreado se queda todavía con hambre de más. Es una fuente sellada que no se abre al extraño. Sólo el que de ella beba quedará con sed para siempre.
 Escucha a uno que lo experimentó y mira cómo insiste:Devuélveme la alegría de tu Salvador. Que ni se le ocurra arrogárselo a un alma como la mía, cargada de pecados y esclavizada todavía por las propias pasiones, que no ha experimentado aún las delicias del espíritu, ignorante y absolutamente inexperta de los gozos más íntimos.
II.2. Pero a quien se halla en esta situación le mostraré su lugar junto al Salvador. No cometa la temeridad de acercarse a la boca de tan serenísimo Esposo. Póstrese conmigo tímidamente a los pies del severísimo Señor y temblando, con la mirada en el suelo no  en el cielo, como el publicano. Porque herido por ese insólito esplendor, se vería envuelto en la ceguera de una oscuridad mucho más impenetrable.
 Tú, quien quiera que seas, no consideres vil y despreciable el lugar donde la santa pecadora se despojó de sus pecados para revestirse de la santidad. Allí cambió su piel la mujer de Etiopía y recuperando una blancura nueva decía confiada y con razón a quienes la injuriaban: Tengo la tez morena, pero soy hermosa, muchachas de Jerusalén. ¿No te imaginas a qué medios recurrió o con qué méritos lo consiguió? Ya te lo digo yo en seguida.
 Lloró muy amargamente y exhaló profundos suspiros desde sus más íntimas entrañas. Agitada en su interior por sus beneficiosos sollozos, vomitó toda la hiel de su corazón. Acudió presurosa al médico celestial, porque su palabra corre veloz. ¿No es una bebida medicinal la Palabra de Dios? Sí que lo es; y eficaz, enérgica, que sondea el corazón y las entrañas: La Palabra de Dios es viva y enérgica, más tajante que una espada de dos filos; penetra hasta la unión de alma y espíritu, de órganos y médula; juzga sentimientos y pensamientos. A ejemplo de esta dichosa penitente, póstrate también tú, desdichada, y dejarás de serlo; póstrate también tú en tierra, ponte junto a sus pies, cúbrelos de besos, riégalos con tus lágrimas, no para lavarle a él, sino a ti misma. Así serás como oveja de un rebaño esquilado, recién salido del baño. No te arriesgues a levantar tu rostro abatido de vergüenza y tristeza, hasta que tú mismo escuches estas palabras: Se te han perdonado tus pecados. Ponte en pie, ponte en pie, hija de Sión cautiva, ponte en pie, sacúdete el polvo.
III.3. Recibido el primer beso a sus pies, no te apresures a incorporarte para recibir el beso de la boca. Gradualmente se te dará otro beso intermedio en la mano. Escucha por qué. Si Jesús me dice: Se te han perdonado muchos pecados, ¿de qué me sirve si no dejo de pecar? Me quité la túnica, pero ¿qué he adelantado si vuelvo a ponérmela? Me lavé los pies; pero si vuelvo a mancharlos, ¿de qué vale que los haya lavado? Manchado con toda clase de vicios, yacía en la charca fangosa; pero sin duda será peor volver a caer en ella. Y recuerdo que me dijo el que me devolvió la salud: Como ves, estás sano; marcha y no vuelvas a pecar, no sea que ocurra algo peor.
 Pero el que me provocó el deseo de arrepentirme, debe darme asimismo fuerza para moderarme; porque si vuelvo al desenfreno, mi final resultará peor que el principio. Por muy penitente que sea, desgraciado de mí, en cuanto retire de mí su mano; porque sin él nada puedo hacer. He dicho nada: ni arrepentirme, ni contenerme. Por eso escucho lo que aconseja el Sabio: No repitas las palabras de tu oración. Me horroriza que el Juez corte el árbol que no da buen fruto. Reconozco que no viviré feliz con mi primera gracia, por la cual me arrepiento de todos mis pecados, si además no recibo la segunda: dar buenos frutos de penitencia y no volver como perro al vómito.
 4. Todavía tendré que pedir y recibir todo esto, sin precipitarme por llegar a lo más sublime y sagrado. No quiero llegar de repente a la cumbre: quiero subir lentamente. En la medida que a Dios le repugna la desvergüenza del pecador, le encanta la timidez del penitente. Le ganarás mucho antes, si te contentas con lo que te han encomendado y no te importa lo que te sobrepasa. Desde los pies hasta la boca hay un paso largo y nada fácil; no es oportuno darlo. ¿Cómo te atreves cubierto de polvo, a acercarte a su sagrada boca? ¿Arrancado ayer del fango, te presentas hoy ante su glorioso rostro? Utiliza las manos para conseguirlo: te purificarán y te levantarán.
 ¿Cómo pueden levantarte? Dándote motivos para que te atrevas. ¿Cuáles? La belleza de la continencia y los frutos de una penitencia digna, como son las obras de la fe. Eso te alzará de la basura a la esperanza de poder atreverte a algo más sublime. Así, recibido ese don, besa ya su mano. Es decir: da la gloria a su nombre y no a ti mismo. Hazlo una y otra vez por los pecados perdonados y por las virtudes recibidas. De lo contrario, vete pensando la manera de esquivar estas duras palabras: Vamos a ver, ¿qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo como si nadie te lo hubiera dado?
III.5.Ya tienes, por fin, una doble experiencia del favor divino con estos dos besos: ahora no vacilarás en aspirar a lo más santo. Pues cuanto más crezcas en gracia, tanto más se dilatará tu confianza. Amarás más apasionadamente y llamarás más seguro a la puerta cuando añores lo que te falta: Porque al que llama se le abrirá.
 Espero que con estos sentimientos no se te niegue ya el beso más maravilloso de todos, porque es el supremo favor y la más sublime dulzura. Este es el camino: éste es el proceso. Primero caemos postrados a sus pies y lloramos lo que nosotros hemos hecho ante el Señor que nos hizo. Después buscamos la mano que nos levante y robustezca nuestras rodillas vacilantes. Por fin, cuando lo hemos conseguido a fuerza de oración y lágrimas, nos atrevemos ya quizá a levantar nuestra cabeza hasta su misma boca gloriosa, con pavor y temblor para contemplar, más aún, para besar alUngido del Señor, aliento de nuestra boca, al que nos unimos con el ósculo santo, para ser por su gracia un Espíritu con él.
6. A ti, Señor Jesús, a ti te dijo mi corazón: Te buscó mi rostro, tu rostro buscaré, Señor. Es decir, por la mañana me diste a conocer tu misericordia, cuando todavía postrado en el polvo besé tus huellas sagradas, y perdonaste mi desordenada vida. Después, al avanzar el día alegraste el alma de tu siervo, cuando al besar tu mano me concediste además la gracia de vivir rectamente. ¿Qué me queda ahora, Señor bueno, sino que te dignes consentir que bese tu boca, en la plenitud del mediodía y con el fuego del Espíritu, y así saciarme de gozo en tu presencia? Avísame tú, delicadeza y calma infinita, avísame donde pastoreas, donde recuestas tu ganado en la siesta.
 Hermanos, aquí estamos muy bien, pero nos reclama el afán de cada día. Me avisan que acaban de llegar algunos y ello me obliga más a interrumpir que a terminar este agradable sermón. Saldré, pues, a acogerlos, no sea que incumplamos los deberes de esa caridad que pregonamos. Así no tendremos que escuchar nosotros también: Ellos dicen, pero no hacen. Vosotros orad mientras tanto, para que el Señor acepte las palabras que pronuncie para vuestra edificación y para alabanza y gloria de su nombre.
RESUMEN
El primer beso que se recibe en los pies y es el humilde arrepentimiento. El segundo beso en las manos nos perdona y ayuda. El tercero, en la boca, es llegar a una vida contemplativa.

SERMÓN II DEL CANTAR DE LOS CANTARES




SERMÓN II DEL CANTAR DE LOS CANTARES
Los cuatro besos o etapas de la manifestación de Cristo.

I.1.Pienso muchísimo en el ardoroso deseo de los Padres, suspirando por la presencia carnal de Cristo, y siempre me invade la compunción y la confusión en mi interior. Ahora mismo apenas puedo contener las lágrimas. Y es que me avergüenza el enfriamiento e insensibilidad de estos tiempos miserables. Porque,  ¿quién de nosotros, ante la presencia de esta gracia, siente un gozo semejante al deseo con que se abrasaban sólo ante su promesa aquellos santos antecesores nuestros? Sí, son muchísimos los que se alegrarán en la próxima celebración de la Navidad. Pero, ¡ojalá fuese por su Nacimiento!
 Este grito: ¡Que me bese con los besos de su boca!, me evoca aquel deseo ardiente y el afecto de su devota expectación. Todo el que entonces podía ser espiritual, sentía intensamente en su corazón cuánta gracia se derramaba en aquellos labios. Por eso exclamaban como hablando con el deseo de su alma: ¡Que me bese con los besos de su boca! Y ansiaban con todo anhelo no verse defraudados de compartir tan gran embeleso.
I.2.Cada uno de aquellos santos se decía para sí: “¿Para qué oír tanta palabrería a los Profetas? Mejor que me bese con besos de su boca el más hermoso entre los hijos de los hombres. Ya no escucho más a Moisés: su boca y su lengua tartamudean. Los labios de Isaías son impuros. Jeremías no sabe hablar porque es un niño. Todos los Profetas son como mudos. No, no; que me hable ya él, el mismo a quien ellos anunciaban. ¡Que me bese él con los besos de su boca! No quiero que me hablen más sus intermediarios; son como nubarrón espeso. No. ¡Que me bese él con besos de su boca! Para que el hechizo de su presencia y las corrientes de agua de su admirable doctrina se me conviertan en fuente que salte hasta la vida eterna.
 Si él, al fin, ungido por el Padre con el óleo de la alegría entre todos sus compañeros, se dignase besarme con besos de su boca, ¿no derramaría sobre mí su gracia más copiosa? Su palabra viva y eficaz es para mí un beso de su boca. No es un simple contacto de los labios, que a veces interiormente es mera paz ficticia, sino la efusión del gozo más íntimo que penetra hasta los secretos más profundos. Pero sobre todo, es como una intercomunión maravillosa de identidad entre la luz suprema y el espíritu iluminado por ella. Pues el que se allega al Señor se hace un espíritu con él.
 Con razón se me retiran las visiones o los sueños; no deseo representaciones y hasta me desagradan las especies angélicas. Porque todo lo supera incomparablemente mi Jesús con su figura y su belleza. Por eso, de nadie más mendigaré que me bese con besos de su boca: ni de ángel, ni de persona alguna.
II.Tampoco pretendo que me bese él mismo con su boca. Esta dicha única y este privilegio singular queda reservado exclusivamente para la naturaleza humana que él asumió. Sencillamente me limito a pedirle que me bese con besos de su boca, como algo comúnmente concedido a los que pueden decir: Todos hemos recibido gracia tras gracia.
II.3.Mirad: en el primer caso la boca que besa es el Verbo que se encarna; quien recibe el beso, la carne asumida por el Verbo; y el beso que consuman el que besa y el besado, resulta  ser la persona compuesta por ambos: el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús. Por esta razón ningún san se atrevió a decir jamás: “que me bese con su boca”, sino unicamente con los besos de su boca.Reconocían esa prerrogativa como algo exclusivo de aquel a quien el Verbo besó apretadamente con un beso nunca interrumpido, al estrecharse con él corporalmente toda la plenitud de la divinidad.
 Feliz y desconcertante beso por su desconcertante concesión. Beso que es mucho más que la simple presión de los labios: es la misma unión de Dios con el hombre. Con el contacto de los labios se intenta expresar la mutua identificación de sentimientos. Pero con este otro beso, esa unión de las dos naturalezas asocia lo humano con lo divino, estableciendo la paz entre el cielo y la tierra. El es nuestra paz, que hizo con los dos uno. Por esta razón los santos del Antiguo Testamento anhelaban este beso; presentían que hallarían gozo y corona de alegría donde se esconden los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Ellos también deseaban recibir de su plenitud.
II.4.Veo claramente que os agrada cuanto os digo; pero debéis escuchar todavía otra interpretación.
III. No ignoraban aquellos santos que ya antes de la venida del Salvador, Dios acariciaba designios de paz sobre la mortal humanidad. Todos los designios sobre los hombres se los revelaba a sus siervos los Profetas, aunque muchas veces no lograron comprenderlo. La fe era algo excepcional sobre la tierra y la esperanza muy vacilante, incluso para los que aguardaban la redención de Israel. Quienes la presintieron, anunciaron que Cristo vendría en carne humana, y con él la paz. Así uno de ellos decía: El será nuestra paz, cuando venga a nuestra tierra. Es más: pregonaban que los hombres recuperarían por su mediación la gracia de Dios con toda seguridad, tal como a ellos se les había revelado. Juan, el Precursor del Señor, comprendió que la promesa se había cumplido en su tiempo y lo testificó así: La gracia y la fidelidad vinieron por Jesucristo. Todo el pueblo cristiano sabe ahora por experiencia que es verdad.
III.5.Por lo demás, profetizaban la paz, pero como se demoraba la llegada del que podía establecerla, vacilaba la fe del pueblo, pues no había quien lo liberase ni lo salvara. Los hombres se quejaban de esta tardanza, viendo que no aparecía el Príncipe de la paz, anunciado desde antiguo por boca de sus santos Profetas. No se fiaban de sus promesas e imploraban el signo de la reconciliación prometida, el beso; y como si se levantara alguien del pueblo gritaba así a los mensajeros de la paz: ¿Hasta cuándo vais a tenernos en vilo? Hace ya mucho tiempo que nos prometéis la paz y no llega; anunciáis alivio y sólo reina la turbación. Lo mismo dijeron muchas veces y de mil maneras los mensajeros a nuestros padres, y éstos a nosotros: Paz, paz, cuando no hay paz. Si Dios quiere convencerme, que me bese con besos de su boca. Esta señal de la paz será primicia de esa paz que promete repetidamente por sus mensajeros pero no la manifiesta. ¿Cómo puedo seguir fiándome de sus palabras? Es preferible que lo confirme con las obras. Que pruebe el Señor la veracidad de sus mensajeros –si realmente lo son- presentándose con ellos en persona como tantas veces lo han prometido. De lo contrario, serán totalmente inútiles. Envió a su siervo, le colocó su bordón, pero el niño aún no habla ni respira. Si es que no viene el Profeta mismo y me besa con besos de su boca, no me levantaré, no resucitaré, no me sacudiré el polvo, no respiraré esperanzas”.
III.6.Mas no lo olvidemos: el que se presenta a sí mismo como mediador nuestro ante Dios, es el Hijo de Dios y Dios verdadero. ¿Y qué es el hombre para que piense en él, qué es el hijo del hombre para que se cuide de él? ¿Con qué confianza puedo atreverme a ponerme en manos de tan soberana majestad? ¿De dónde puedo presumir yo, tierra y ceniza, que Dios se cuida de mí? Sólo sé que él ama a su Padre, pero no necesita de mí ni de mis bienes. Entonces, ¿qué prueba me queda para saber si es mi mediador? Si, como aseguráis, es verdad que Dios ha decretado el perdón, y piensa ser aún más complaciente, que haga ya la alianza de paz y grabe en mí un pacto perpetuo con el beso de su boca. Pero que no se anonade, que se humille, que se rebaje y me bese con besos de su boca, no sea que eche atrás de cuanto ha salido de sus labios. Hágase hombre, hágase hijo del hombre el Hijo de Dios y verdadero Dios, para intervenir como mediador neutral ante ambas partes, y ninguna de las dos sospechará de él. Con este beso de su boca quedaré tranquilo. Yo acepto seguro al Hijo como mediador ante Dios, pues lo reconozco válido también para mí. Nunca dudaré de él lo más mínimo: es hermano mío y carne mía. Confío que no podrá despreciarme, siendo hueso de mis huesos y carne de mi carne.
III.7.Así exigían desde antiguo con sus lamentos este sagrado beso, es decir, el misterio de la Encarnación, a medida que iba extinguiéndose la fe, cansada de tan larga y pesada expectación. También el pueblo infiel, cencido por el tedio, protestaba contra las promesas de Dios. No es invención mía. Vosotros también lo recordáis por las Escrituras. Son ciertamente suyas estas quejas y verdaderas protestas:Manda, vuelve a mandar; espera, vuelve a esperar; un poquito aquí, otro poquito allí. Suyas son también aquellas palabras en una oración traspasada de piedad: Da su paga a los que esperan en ti y así serán hallados veraces tus profetas. Y también: Renueva los deseos que expresaron en tu nombre los antiguos profetas. De aquí proceden aquellas promesas tan tiernas y consoladoras: El Señor vendrá sin tardar; aunque tarde, espérale, que ha de llegar sin retraso. Y en otro lugar leemos también: Ya está a punto de llegar su hora, sus días no tardarán. Y pone en boca del Mesías prometido: Yo derramaré sobre ella como un río la paz y como un torrente que todo lo inunda, la gloria de las naciones.Palabras que delatan claramente la fuerza conmovedora de los profetas y la desconfianza de los pueblos. Porque el pueblo protestaba por las vacilaciones de su fe y, según el oráculo de Isaías, los mensajeros de la paz lloraban amargamente.
 Cristo demoraba su venida y el género humano se sumía en la desesperación. Se consideraba menospreciado por su mortal fragilidad. Por eso los santos, plenamente seguros del espíritu que les poseía, deseaban que su generosidad fuera confirmada con la gracia corporal de Cristo, y pedían a gritos una garantía de paz como alivio de incrédulos y débiles, y así no desconfiaran de la gracia de la reconciliación con Dios tantas veces prometida.
IV. El mayor gozo le correspondió a Simeón, cuya vejez alcanzó todo su vigor por la plenitud de las misericordias. El gozaba con la esperanza de contemplar el signo deseado; lo vio y se llenó de alegría. Recibió el beso de la paz y se durmió en su regazo, profetizando que Jesús había nacido para ser signo de contradicción. Y así fue. En cuanto apareció la señal de paz tropezó con la oposición de los que odian la paz; porque sólo lleva la paz a los hombres de buena voluntad. A los malévoles se les trocó en piedra para tropezar y en roca para estrellarse. Por eso Herodes se sobresaltó y con él Jerusalén entera: Vino a su casa, pero los suyos no le recibieron.
 Dichosos aquellos pastores que velaban de noche, porque merecieron contemplar esta señal. Ya entonces se ocultaba a los sabios y entendidos y se manifestaba a la gente sencilla. También Herodes quiso verlo, pero no lo mereció por su mala voluntad. El signo de la pz era sólo para los hombres de buena fe. A Herodes y a sus secuaces unicamente se les dará a señal del profeta Jonás.
 Pero a los pastores les dijo el ángel: Os doy esta señal, a vosotros los sencillos, los sumisos, los que no pensáis en grandezas, los que veláis y meditáis la ley del Señor día y noche. Os doy esta señal. ¿Qué señal? Lo que prometían los mensajeros, lo que reclamaban los pueblos, lo que anunciaron los profetas, eso mismo acaba de consumarlo el Señor Jesús y os lo revela a vosotros. Es el signo en el que los incrédulos recibirán la fe, los temerosos la esperanza y los santos su seguridad. Os doy esta señal. ¿Señal de qué? De perdón, de gracia, de paz, de paz ilimitada. Os doy esta señal:Encontraréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
 En él está Dios reconciliando consigo al mundo. Morirá por vuestros pecados y resucitará para devolveros la justicia, y justificados por la fe quedaréis en paz con Dios. Hace años que el Profeta proponía al rey Ajab que pidiese esta señal de paz a su Dios y señor, en las profundidades de los abismos o arriba en lo más alto. Mas aquel rey impío se negó: él no creía que pudiese reconciliarse en la paz lo más sublime con lo más bajo; que al descender el Señor, fueran salvados los mismos infiernos con el beso santo para recibir el signo de la paz; y que los espíritus celestiales participasen de sus delicias eternas cuando regresara a los cielos.
IV.9. Pero hemos de concluir el sermón. Resumiendo brevemente todo lo que hemos dicho, ha quedado muy claro que este beso santo fue concedido al mundo por dos motivos: para devolver la fe a los débiles y colmar las aspiraciones de los santos. Y que en definitiva el beso como tal no es sino el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús y Dios, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

RESUMEN
Era grande el deseo con que los Padres suspiraban por Cristo, que es el primer beso. El único y singular beso del hombre es Cristo Jesús, que es el segundo beso. De esta forma el beso es como la unión del Verbo con la carne, de la búsqueda de Dios y de su encarnación,  dando lugar a Cristo.
Pero hay una segunda explicación. Ante una fe vacilante esperaban la llegada del Salvador en carne humana y que traería la paz. Pero no llegaba nunca y crecía la incertidumbre. Cansados de Profetas, esperaban “los besos de su boca”. El beso de su boca es la garantía de que Dios Todopoderoso se implica en la vida del hombre. El misterio de Cristo revelado es el tercer beso. Los santos pedían una garantía para aliviar a los incrédulos. El signo de su llegada fue muy humilde: un niño envuelto en pañales. En definitiva este beso fue concedido para devolver la fe a los débiles y colmar las aspiraciones de los santos. La presencia de Cristo mostrada en la carne es el cuarto beso.

CANTAR DE LOS CANTARES. SERMÓN I


SERMÓN I DEL CANTAR DE LOS CANTARES

Sobre el título del libro "Cantar de los Cantares"

I.DIVISIÓN DE LA DOCTRINA DE LOS TRES LIBROS DE SALOMÓN.  1.A vosotros, hermanos, deben exponerse otras cosas que a los mundanos, o al menos de distinta manera. A ellos debe ofrecerles leche y no comida, el que en su magisterio quiera atenerse al modelo del Apóstol. Pero también enseña con su ejemplo a presentar alimentos más sólidos para los espirituales, cuando dice: Hablamos no con el lenguaje del saber humano, sino con el que enseña el Espíritu, explicando temas espirituales a los hombres de espíritu. E igualmente: Con los perfectos exponemos un saber escondido, como pienso que ya sois vosotros sin duda. A no ser que os hayáis entregado en vano durante tanto tiempo a la búsqueda de las cosas espirituales, dominando vuestros sentidos y meditando día y noche la ley de Dios. Abrid la boca no para beber la leche, sino para masticar el pan. Salomón nos ofrece un pan magnífico y muy sabroso por cierto: me refiero al libro titulado el Cantar de los cantares. Si os place, pongámoslo sobre la mesa y partámoslo.
2.Si no me engaño, la gracia de Dios os ha enseñado suficientemente a conocer este mundo y despreciar su vacío mediante la palaba del Libro del Eclesiastés. ¿Y el Libro de los Proverbios? ¿No habéis hallado en él la doctrina necesaria para enmendar e informar vuestra vida y vuestras inclinaciones? Saboreados ya estos dos libros en los que habéis recibido el arca del amigo los panes prestados, acercaos también a tomar este tercer pan, el que mejor sabe.
Hay dos únicos vicios o al menos los más peligrosos que luchan contra el alma: el vano amor al mundo y el excesivo amor de sí mismo.  Estos dos libros combaten esa doble peste: uno cercena con el escardillo de la disciplina toda tendencia desordenada y todo exceso de la carne. El otro aclara agudamente con la luz de la razón el engañoso brillo de toda gloria mundana, diferenciándolo certeramente del oro de la verdad.
 Es decir, entre todos los afanes mundanos y deseos terrenos, opta por temer a Dios y seguir sus mandatos. Y con toda razón. Porque ese temor es el principio de la verdadera sabiduría; y esa fidelidad, su culminación. Al fin, sabido es que la sabiduría auténtica y consumada consiste en apartarse de todo mal y hacer el bien. Además, nadie puede evitar el mal adecuadamente sin el temor de Dios, ni obrar el bien sin observar los mandamientos.
 3.Superados, pues, estos dos vicios con la lectura de ambos libros, nos encontramos ya preparados para asistir a este diálogo sagrado y contemplativo que, por ser fruto de entrambos, sólo puede confiarse a espíritus y oídos muy limpios. 
II.QUIENE DEBEN DEDICARSE A LA LECTURA:  De no ser así, si antes no se ha enderezado la carne con el esfuerzo de la ascesis, sometiéndola al espíritu, ni se ha despreciado la ostentación opresiva del mundo, es indigno que el impuro se entrometa en esta lectura santa. Como la luz invade inútilmente los ojos ciegos o cerrados, así el hombre animalizado no percibe lo que compete al espíritu de Dios. Porque el Santo Espíritu de la disciplina rehuye el engaño de toda vida incontinente y nunca tendrá parte con la vaciedad del mundo, porque es el Espíritu de la verdad. ¿Podrán tener algo en común el saber que baja de lo alto y el saber de este mundo que es necedad a los ojos de Dios, o la tendencia a lo terreno, que significa rebeldía contra Dios? Pienso, por eso, que ya no tendrá motivos para murmurar el amigo que esté de paso entre nosotros, cuando haya tomado este tercer pan. 
4.Mas, ¿quien lo partirá? Está aquí el dueño de la casa: reconoced al Señor en el partir del pan. ¿Quién más a propósito? No seré yo quien caiga en la osadía de arrogármelo. Dirigíos hacia mí, sí, pero no lo esperéis de mi. Yo soy uno de los que esperan; mendigo como vosotros el pan para mi alma, el alimento de mi espíritu. Pobre e indigente, llamo a la puerta del que abre y nadie cierra, ante el profundísimo misterio de este diálogo. Los ojos de todos están auardando, Señor; los niños piden pan y nadie se los da. Lo esperan todo de tu bondad. Señor, piadoso, parte tu pan al hambriento, si te place, aunque sea con mis manos, pero con tu poder.
III.CUESTIONES SOBRE EL COMIENZO DEL CANTAR DE LOS CANTARES.  5.Indícanos, te suplico, ¿quién dice, a quién y quién se dice: Que me bese con besos de su boca? ¿Qué modelo de exordio es éste, tan sorprendente y repentino, propio más bien de un intermedio? Se expresa de tal manera que parece haber entablado previamente un diálogo con un personaje que pone en escena y que sin más pide un beso. Y si mendiga o exige que le bese ese que no sabemos quién es, ¿por qué pide expresamente que se lo dé con su propia boca, como si todos los que se besan no lo hiciesen con la boca o se valieran de la boca de otro y no de la suya?
 Pero tampoco dice: “Que me bese con su boca”, sino algo mucho más insinuante: Con el beso de su boca. Delicioso poema, que se inicia solicitando un beso. Así nos cautiva esta Escritura, sólo con su dulce semblante y nos provoca a que la leamos. Aunque nos cueste trabajo penetrar en sus secretos, con ellos consigue nuestro deleite y que no nos fatigue y que no nos fatigue la dificultad de profundizarlos, si ya nos hechiza con la misma suavidad del lenguaje. ¿A quién no le atraerá fuertemente la atención este prólogo sin prólogo y lo novedoso de este lenguaje en un libro tan antiguo? Concluyamos, pues, que se trata de una obra compuesta no por puro ingenio humano, sino por el arte del Espíritu Santo, de modo que resulta difícil comprenderla, pero es un placer analizarla. 
IV.SOBRE EL TÍTULO DEL LIBRO Y LA INTENSIDAD DE LOS CANTERES. 6.¿Y nos olvidaremos del título? De ninguna manera. No desperdiciemos ni un solo acento, pues se nos ha ordenado recoger los pedazos más insignificantes que han sobrado. El título dice así: Comienza el más bello Cantar de los cantares de Salomón. Lo primero que advertirás es el nombre propio de Pacífico, que eso significa Salomón. Muy oportuno para abrir un libro que comienza con esa señal de paz que es un beso. Observa también cómo los invitados a comprender esta escritura que así se inicia, son igualmente los espíritus pacificados: los que se mantienen libres de toda agitación viciosa y de preocupaciones turbulentas.
7.Por último, el título no dice solamente “Cantar” sino Cantar de los cantares. No lo tomes como una nimiedad. Porque yo he encontrado muchos cantares en la Escritura y no recuerdo a ninguno de ellos que se denomine así. Cantaron los israelitas un cantar al Señor por su liberación de la espada y del yugo del Faraón cuando por el doble prodigio del mar los rescató y los vengó portentosamente. Pero si no recuerdo mal, su canto no es designado como Cantar de los cantares. La Escritura lo registra así: Los israelitas cantaron este cántico al Señor. Cantó también Débora, cantó Judit y cantó la madre de Samuel; también cantaron algunos Profetas. Y ningún cántico se llamó Cantar de los cantares. 
 Por su parte, verás que, si no me equivoco, todos cantaron alguna gracia que recibieron para ellos o para los suyos; por ejemplo, el triunfo de una victoria, la liberación de un peligro, la concesión de algún beneficio deseado. Cantaron muchos, cada uno por motivos diferentes, para no ser ingratos ante los dones de Dios. Ya está escrito: Te bendecirá cuando le concedas beneficios. Pero este rey Salomón, único por su sabiduría, sublime por su gloria, espléndido por su riqueza, protegido con la paz, no necesitó recibir esos favores que le inspirasen su cantar. Ni la Escritura misma parece insinuarlo nunca. 
8.Inspirado divinamente cantó las glorias de Cristo y de la Iglesia, el don del amor divino y los misterios de las bodas eternas. Dejó además reflejados los anhelos del alma santa y su espíritu transportado compuso un epitalamio en versos amorosos, pero de carácter simbólico. En realidad, émulo de Moisés, escondía también el rostro, fulgurante como el suyo, porque a la sazón nadie podía contemplar esta gloria a cara descubierta. Yo creo que este poema nupcial se ha intitulado así por su singular excelencia. Con razón se llama expresamente Cantar de los cantares, como se llama Rey de reyes y Señor de señores al destinatario a quien se dirige.
V. CANTIGOS MORALES DE LOS QUE SE CONVIERTEN A DIOS. 9.Vosotros, por lo demás, si apeláis a vuestra experiencia, ¿no cantáis también al mismo Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas en vuestra fe que ha derrotado al mundo, sacándoos de la fosa fatal y de la charca fangosa? Asimismo, cuando afianzó vuestros pies sobre roca y aseguró vuestros pasos, es de creer que subiera a vuestra boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios, por la vida nueva que os concedió.
 Si os perdonó vuestros pecados al arrepentiros y os prometió además premiaros, ¿no exultáis de gozo con la esperanza de los bienes futuros, y cantáis entusiasmados en los caminos del Señor que su gloria es grande? Cuando alguno de vosotros ha hecho luz en algún paso difícil de la Escritura por su oscuridad, al saborear el alimento del pan celestial, ¿no se ha sentido inspirado a cantar un cántico de júbilo y alabanza en el bullicio de la fiesta? En fin, continuamente experimentáis en vosotros la necesidad de renovar cada día vuestros cantos por las victorias que os apuntáis a diario en vuestras batallas y esfuerzos, que nunca cejan para los que viven en Cristo, luchando contra la carne, el mundo y el diablo. Porque la vida del hombre sobre la tierra es una milicia.
 Cuantas veces se supera una prueba, se domina un vicio, se aleja un peligro inminente, se descubre el lazo del cazador, se cura de repente y totalmente una pasión vieja e inveterada, o por la gracia de Dios se consigue al fin una virtud afanosamente deseada y mil veces solicitada, ¿no resuena otras tantas, como dice el Profeta, la acción de gracias al son de instrumentos y se le bendice a Dios en sus dones por cada beneficio? De lo contrario, será juzgado como ingrato en el último día, todo el que no haya sido capaz de decir a Dios: Tus leyes eran mi canción en tierra extranjera. 
10.Me imagino que ya habéis descubierto en vosotros mismos eso que en el Salterio recibe el nombre de “Cánticos graduales” y no “Cantar de los cantares” pues a medida que avanzáis en la peregrinación que cada cual ha dispuesto en su corazón, entonáis cánticos en alabanza y gloria de quien os anima. De no ser así, yo no veo cómo podría cumplirse este verso del salmo:Escuchad: hay cánticos de victoria en las tiendas de los justos. O aquella recomendación preciosa y tan espiritual de Pablo: Expresaos entre vosotros con salmos y cánticos inspirados, cantando y tocando con toda el alma para el Señor.
VI. SINGULARIDAD DEL CÁNTICO NUPCIAL. 11.Pero hay un cántico que por su singular sublimidad y dulzura superajustificadamente a todos los que hemos mencionado y a cualquier otro: lo llamaría con todo derecho el “Cantar de los cantares”, porque viene a ser el fruto mismo de todos los demás. Se trata de un cantar que sólo puede enseñarlo la unción y sólo puede aprenderlo la experiencia. El que goce de esta experiencia lo identificará enseguida. El que no la tenga, que arda en deseos de poseerla, y no tanto para conocerla como para experimentarla.
 No es un sonido de la boca, sino un júbilo del corazón; no es una inflexión de los labios, sino una cascada de gozos; no es una armonía resultante de las voces, sino de las voluntades. No se escucha desde fuera, ni resuena en público. Sólo la escucha el que la canta y aquel a quien se dedica, es decir, el esposo y la esposa. Es simplemente un epitalamio, que canta los abrazos virginales entre los espíritus, la unidad de vidas, el afecto y el amor de la mutua identificación.
12.Finalmente, es incapaz de cantarlo o escucharlo un alma inmadura y aún neófita, recién convertida del mundo; es para un espíritu avanzado ya en su formación que, con la ayuda de Dios ha crecido en sus progresos hasta llegar a la edad perfecta, y por así decirlo, para poder desposarse.
 Y hablo de años no como decurso del tiempo; sino como acumulación de méritos. Así está a punto para las bodas celestiales con el esposo, tal como en su debido lugar lo expondremos con la dedicación que se merece.
 Ya hemos consumido el tiempo y urge que marchemos al trabajo manual, según lo exige nuestra pobreza y nuestro género de vida. Mañana proseguiremos en nombre del Señor con con lo que decíamos sobre el beso, porque el sermón de hoy lo ha ocupado el título del Cantar. 

RESUMEN: descripción del Cantar de los cantares. No es una plegaria para un logro sino un cántico espiritual para almas contemplativas después de superar otras fases, como el inicial temor de Dios. Como un ejemplo, no dice “Que me bese con su boca, sino Con el beso de su boca”.

BENEDICTO XVI SOBRE SAN BERNARDO DE CLARAVAL


CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 21 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto completo de la catequesis pronunciada hoy por el Papa Benedicto XVI, durante la Audiencia General a los peregrinos procedentes de todo el mundo, en la Plaza de San Pedro.
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Queridos hermanos y hermanas,

hoy quisiera hablar sobre san Bernardo de Claraval, llamado el “último de los Padres” de la Iglesia, porque en el siglo XII, una vez más, renovó e hizo presente la gran teología de los padres. No conocemos en detalle los años de su juventud; sabemos con todo que él nació en 1090 en Fontaines, en Francia, en una familia numerosa y discretamente acomodada. De jovencito, se prodigó en el estudio de las llamadas artes liberales – especialmente de la gramática, la retórica y la dialéctica – en la escuela de los Canónicos de la iglesia de Saint-Vorles, en Châtillon-sur-Seine, y maduró lentamente la decisión de entrar en la vida religiosa. En torno a los veinte años entró en Cîteaux (Císter, n.d.t.), una fundación monástica nueva, más ágil respecto de los antiguos y venerables monasterios de entonces y, al mismo tiempo, más rigurosa en la práctica de los consejos evangélicos. Algunos años más tarde, en 1115, Bernardo fue enviado por san Esteban Harding, tercer Abad del Císter, a fundar el monasterio de Claraval (Clairvaux). El joven abad, tenía sólo 25 años, pudo aquí afinar su propia concepción de la vida monástica, y empeñarse en traducirla en la práctica. Mirando la disciplina de otros monasterios, Bernardo reclamó con decisión la necesidad de una vida sobria y mesurada, tanto en la mesa como en la indumentaria y en los edificios monásticos, recomendando la sustentación y el cuidado de los pobres. Entretanto la comunidad de Claraval era cada vez en más numerosa, y multiplicaba sus fundaciones.

En esos mismos años, antes de 1130, Bernardo emprendió una vasta correspondencia con muchas personas, tanto importantes como de modestas condiciones sociales. A las muchas Cartas de este periodo hay que añadir los numerosos Sermones, como también Sentencias y Tratados. Siempre a esta época asciende la gran amistad de Bernardo con Guillermo, abad de Saint-Thierry, y con Guillermo de Champeaux, una de las figuras más importantes del siglo XII. Desde 1130 en adelante empezó a ocuparse de no pocos y graves cuestiones de la Santa Sede y de la Iglesia. Por este motivo tuvo que salir más a menudo de su monasterio, e incluso fuera de Francia. Fundó también algunos monasterios femeninos, y fue protagonista de un vivo epistolario con Pedro el Venerable, abad de Cluny, sobre el que hablé el pasado miércoles. Dirigió sobre todo sus escritos polémicos contra Abelardo, un gran pensador que inició una nueva forma de hacer teología, introduciendo sobre todo el método dialéctico-filosófico en la construcción del pensamiento teológico. Otro frente contra el que Bernardo luchó fue la herejía de los Cátaros, que despreciaban la materia y el cuerpo humano, despreciando, en consecuencia, al Creador. Él, en cambio, se sintió en el deber de defender a los judíos, condenando los cada vez más difundidos rebrotes de antisemitismo. Por este último aspecto de su acción apostólica, algunas decenas de años más tarde, Ephraim, rabino de Bonn, dedicó a Bernardo un vibrante homenaje. En ese mismo periodo el santo abad escribió sus obras más famosas, como los celebérrimos Sermones sobre el Cantar de los Cantares. En los últimos años de su vida – su muerte sobrevino en 1153 – Bernardo tuvo que limitar los viajes, aunque sin interrumpirlos del todo. Aprovechó para revisar definitivamente el conjunto de las Cartas, de los Sermones y de los Tratados. Merece mencionarse un libro bastante particular, que terminó precisamente en este periodo, en 1145, cuando un alumno suyo, Bernardo Pignatelli, fue elegido Papa con el nombre de Eugenio III. En esta circunstancia, Bernardo, en calidad de Padre espiritual, escribió a este hijo espiritual el texto De Consideratione, que contiene enseñanzas para poder ser un buen Papa. En este libro, que sigue siendo una lectura conveniente para los Papas de todos los tiempos, Bernardo no indica sólo como ser un buen Papa, sino que expresa también una profunda visión del misterio de la Iglesia y del misterio de Cristo, que se resuelve, al final, con la contemplación del misterio de Dios trino y uno: “”Debería proseguir aún la búsqueda de este Dios, que aún no ha sido bastante buscado”, escribe el santo abad “pero quizás se puede buscar y encontrar más fácilmente con la oración que con la discusión. Pongamos por tanto aquí término al libro, pero no a la búsqueda” (XIV, 32: PL 182, 808), a estar en camino hacia Dios.

Quisiera detenerme sólo en dos aspectos centrales de la rica doctrina de Bernardo: estos se refieren a Jesucristo y a María Santísima, su Madre. Su solicitud por la íntima y vital participación del cristiano en el amor de Dios en Jesucristo no trae orientaciones nuevas en el estatus científico de la teología. Pero, de forma más decidida que nunca, el abad de Claraval configura al teólogo con el contemplativo y el místico. Sólo Jesús – insiste Bernardo ante los complejos razonamientos dialécticos de su tiempo – solo Jesús es "miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón (mel in ore, in aure melos, in corde iubilum)". De aquí proviene el título, que se le atribuye por tradición, de Doctor mellifluus: su alabanza de Jesucristo “se derrama como la miel”. En las extenuantes batallas entre nominalistas y realistas – dos corrientes filosóficas de la época – el abad de Claraval no se cansa de repetir que sólo hay un nombre que cuenta, el de Jesús Nazareno. "Árido es todo alimento del alma", confiesa, "si no es rociado con este aceite; es insípido, si no se sazona con esta sal. Lo que escribes no tiene sabor para mí, si no leo en ello Jesús”. Y concluye: “Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús” (Sermones en Cantica Canticorum XV, 6: PL 183,847). Para Bernardo, de hecho, el verdadero conocimiento de Dios consiste en la experiencia personal, profunda, de Jesucristo y de su amor. Y esto, queridos hermanos y hermanas, vale para todo cristiano: la fe es ante todo encuentro personal íntimo con Jesús, es hacer experiencia de su cercanía, de su amistad, de su amor, y sólo así se aprende a conocerle cada vez más, a amarlo y seguirlo cada vez más. ¡Que esto pueda sucedernos a cada uno de nosotros!

En otro célebre sermón del domingo dentro de la octava de la Asunción, el santo abad describió en términos apasionados la íntima participación de María en el sacrificio redentor de su Hijo. “¡Oh santa Madre, - exclama - verdaderamente una espada ha traspasado tu alma!... Hasta tal punto la violencia del dolor ha traspasado tu alma, que con razón te podemos llamar más que mártir, porque en ti la participación en la pasión del Hijo superó con mucho en su intensidad los sufrimientos físicos del martirio” (14: PL 183,437-438). Bernardo no tiene dudas: "per Mariam ad Iesum", a través de María somos conducidos a Jesús. Él confirma con claridad la subordinación de María a Jesús, según los fundamentos de la mariología tradicional. Pero el cuerpo del Sermón documenta también el lugar privilegiado de la Virgen en la economía de la salvación, dada su particularísima participación como Madre (compassio) en el sacrificio del Hijo. No por casualidad, un siglo y medio después de la muerte de Bernardo, Dante Alighieri, en el último canto de la Divina Comedia, pondrá en los labios del Doctor melifluo la sublime oración a María: “Virgen Madre, hija de tu Hijo/ humilde y más alta criatura/ término fijo de eterno consejo,..." (Paraíso 33, vv. 1ss.).

Estas reflexiones, características de un enamorado de Jesús y de María como san Bernardo, provocan aún hoy de forma saludable no sólo a los teólogos, sino a todos los creyentes. A veces se pretende resolver las cuestiones fundamentales sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo, con las únicas fuerzas de la razón. San Bernardo, en cambio, sólidamente fundado en la Biblia y en los Padres de la Iglesia, nos recuerda que sin una profunda fe en Dios, alimentada por la oración y por la contemplación, por una relación íntima con el Señor, nuestras reflexiones sobre los misterios divinos corren el riesgo de ser un vano ejercicio intelectual, y pierden su credibilidad. La teología reenvía a la “ciencia de los santos”, a su intuición de los misterios del Dios vivo, a su sabiduría, don del Espíritu Santo, que son punto de referencia del pensamiento teológico. Junto a Bernardo de Claraval, también nosotros debemos reconocer que el hombre busca mejor y encuentra más fácilmente a Dios “con la oración que con la discusión”. Al final, la figura más verdadera del teólogo sigue siendo la del apóstol Juan, que apoyó su cabeza sobre el corazón del Maestro.

Quisiera concluir estas reflexiones sobre san Bernardo con las invocaciones a María, que leemos en su bella homilía: “En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres – dice – piensa en María, invoca a María. Que Ella no se aparte nunca de tus labios, que no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si tu la sigues, no puedes desviarte; si la rezas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te es propicia, llegarás a la meta...” (Hom. II super “Missus est”, 17: PL 183, 70-71).

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez]

SER CONCHA Y NO CANAL



SER CONCHA Y NO CANAL (Del Sermón 18 del Cantar de los Cantares)
Si eres sensato, preferirás ser concha y no canal; éste según recibe el agua la deja correr. La concha no: espera a llenarse y, sin menoscabo propio, rebosa lo que le sobra, consciente de que caerá la maldición sobre el que malgaste lo que le ha correspondido. No desprecies mi consejo y escucha a Salomón, más sabio que yo:El necio vacía de una vez todo su espíritu, pero el sensato guarda algo para más tarde. Hoy nos sobran canales en la Iglesia y tenemos poquísimas conchas. Parece ser tan grande la caridad de quienes vierten sobre nosotros las aguas del cielo, que prefieren derramarlas sin embeberse de ellas, dispuestos más a hablar que a escuchar, y a enseñar lo que no aprendieron. Se desviven por regir a los demás y no saben controlarse a sí mismos.
Yo creo que no se puede anteponer ningún otro criterio de servicio ante la salvación, sino el propuesto por el SabioApiádate de tu alma procurando agradar a Dios Si no tengo más que un poco de bálsamo para ungirme, ¿crees que debo dártelo y quedarme sin nada? Lo guardo para mí y no lo presto hasta que me lo mande el Profeta. Si me lo piden una y otra vez quienes me consideran mejor de lo que soy por mis apariencias o por lo que oyen de mí, les responderé:Por si acaso no hay bastante para todos, mejor será que os vayáis a comprarlo. Me replicarás:El amor no busca lo suyo ¿Sabes por qué? No busca lo suyo, sencillamente porque lo posee. ¿Quién busca lo que ya tiene? El amor siempre disfruta de lo que es suyo, es decir, posee y le sobra lo necesario para su propia salvación. Desea que le sobre para sí mismo, con el fin de que llegue para todos; guarda para sí todo lo que necesita, para que a nadie le falte. Si el amor no estuviera lleno no sería perfecto.
Por lo demás, hermano, tú que aún no tienes muy segura tu propia salvación, tú que aún no posees la caridad, o es tan flexible y frágil como caña sacudida por el viento, porque da fe a toda inspiración, zarandeada por cualquier ventolera de doctrina; tú que te entregas a una caridad tan sublime que sobrepasa la ley, amando a tu prójimo más que a ti mismo; mas por otra parte, la diluye cualquier favor, decae ante cualquier temor, la turba la tristeza, la contrae la avaricia y la dilata la ambición, la angustian las sospechas, la atormentan las injusticias, la consumen los afanes, la engríen los honores, la derriten las envidias. A ti que experimentas todo esto dentro de ti mismo, a ti te pregunto: ¿qué clase de locura te domina para ambicionar o admitir la dedicación a los demás?
Escucha más bien este consejo de la caridad cauta y precavida:No se trata de aliviar a otros pasando estrechez, sino como exigencia de la igualdad. No te pases en tu afán de ser justo.Basta que ames al prójimo como a ti mismo. Eso es lo que exige la igualdad. Dice David:Que se sacie mi alma como de enjundia y manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. Deseaba recibir primero y luego difundirlo; y no sólo recibir sino llenarse, para eructar de su plenitud y no espirar vaciedad. Cautamente, pues lo que para otros podría ser un alivio, para él sería un tormento; y desinteresadamente, imitando a aquel de cuya plenitud todos hemos recibido.
Aprende tú también a derramar sólo de tu plenitud; no pretendas dar más que el mismo Dios. La concha debe imitar al manantial, que no fluye por el arroyuelo, ni llega hasta el lago, hasta que no se colma de agua. No tiene por qué avergonzarse de no ser más profusa que la fuente. Al fin , el que es la Fuente viva, lleno en sí mismo y de sí mismo ¿no brota y fluye primero por lo más secreto de los cielos, para inundarlos con su bondad? Después, colmados los cielos más encumbrados y profundos, llega hasta la tierra, desbordándose para salvar a hombres y animales con su inapreciable misericordia. Primero llenó lo más inmediato, y rebosando toda su gran bondad apareció en la tierra, la regó y la enriqueció sin medida. Anda y haz tú lo mismo. Llénate previamente y luego tratarás de comunicarlo. El amor entrañable y prudente es siempre un manantial, no un torrente. Lo dice Salomón: Hijo mío, no lo dejes fluir.Y el Apóstol: Para no andar a la deriva, debemos conservar mejor lo que hemos escuchado.¿Es que eres tú más sabio que Salomón y más santo que Pablo? Porque yo tampoco puedo enriquecerme con lo tuyo, si estás tú agotado. Si contigo mismo eres malo, ¿con quien serás bueno? Si puedes, dame algo de lo que te sobre; de lo contrario, resérvatelo.
RESUMEN: procuremos realizarnos en nuestra vida espiritual y que lo que llega a los demás, de nosotros mismos, sea como el agua que se sale dal vaso; cada uno debe fomentar su propio espíritu. Lo que  de verdad somos  no es transmisible facilmente: no tratemos de construir canales para distribuir enseñanzas que todavía no hemos aplicado, en toda su intensidad, a nosotros mismos.

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