jueves, 1 de agosto de 2013

Jesús enseña una nueva manera de orar

 
 
 
 
 
Todo hijo conversa con su padre. Jesús, por supuesto, hablaba con su Padre. Y como la visión que él tenía de Dios era nueva, su forma de orar tenía que ser también en cierto sentido nueva. La forma en que Jesús oró dependió en todo de su fe y de su experiencia de Dios. Así nos pasa a todos.
 
1. LA ORACIÓN DE JESÚS
 
Jesús y sus discípulos pertenecían a un pueblo que sabía orar. Su herencia litúrgica era muy rica. A pesar de ello, en tiempos de Jesús la oración en muchos casos se había vuelto bastante formularia y estaba dirigida a un Dios lejano, exigente y alejado de los problemas corrientes de la gente. En este mundo hace su entrada Jesús con una nueva manera de orar.
Veamos la oración de Jesús distinguiendo tres niveles: la oración litúrgica normal de todo judío piadoso, su oración personal en momentos de importancia y ciertas oraciones especiales que concentran lo más profundo de su vida.
a) La oración litúrgica ordinaria
Jesús tomaba parte normalmente en el culto sabático y oraba junto con la comunidad (Lc 4,16).
Por sus palabras se nota que conocía bien las Escrituras y las oraciones usadas en su época. En su predicación con frecuencia usaba frases inspiradas en ellas.
La oración de la mesa, antes y después de comer, parece cosa normal para él (Mt 14,19; 15,36; 26,26-27). Seguramente no hubo día en su vida en el que no observara los tres ratos de oración, según lo mandaban las costumbres piadosas de la época.
Varias veces le vemos participar en las romerías religiosas.
Sin duda alguna él participaba en la oración de su pueblo, pero, como vemos en el siguiente apartado, supo también denunciar y corregir todo tipo de falsificación de la oración.
b) La oración personal
Jesús no se contentó con la herencia litúrgica: su oración rompe los moldes de las costumbres piadosas de su época.
Toda la vida de Jesús se realiza en un clima de oración. Su vida pública comienza con una oración en el bautismo (Lc 3,21) y un largo retiro de oración en soledad (Mt 4,1-11). Y termina también con una oración (Mt 27,46; Mc 15,34; Lc 23,46).
Jesús aparece orando en los momentos de decisiones históricas importantes, como al elegir a los doce (Lc 6,12-13), al enseñar el padrenuestro (Lc 11,1), antes de curar al niño epiléptico (Mc 9,29). Ora por personas concretas, por Pedro (Lc 22,32), por los niños (Mc 10,16), por los verdugos (Lc 23,34).
A veces se retiraba de su actividad pública para dedicar largos ratos para conversar con su Padre. Para ello se le ve irse a un huerto apartado o a un descampado. Allá pasa horas enteras (Mc 1,35; 6,46; 14,32). E incluso noches enteras (Lc 6,12) "El acostumbraba retirarse a lugares despoblados para orar" (Lc 5,16).
Jesús no se apartaba de la costumbre ambiental solamente en lo referente a la frecuencia y a la longitud de sus ratos de oración. Las oraciones oficiales de su época se rezaban en hebreo, idioma que no entendía la gente sencilla. El rezaba en arameo, la lengua del pueblo, como nuestro guaraní. Ya vimos cómo se dirigía a Dios con la palabra familiar "Abbá". Y su oración típica, el padrenuestro, se la entrega a la comunidad en su lengua materna, el arameo. Con eso, Jesús saca a la oración del círculo exclusivo de la liturgia sagrada, y la pone en medio de la vida.
c) Oraciones en momentos decisivos
Pocas veces se nos habla en los Evangelios del contenido de la oración de Jesús. Pero hay dos casos especiales en los que nos vamos a fijar, la oración de acción de gracias y la oración del huerto, pues reflejan dos momentos importantes en su existencia.
En el capítulo IV ya hablamos de su oración de acción de gracias al Padre por haber revelado la Buena Nueva "a la gente sencilla" (Mt 11,25-26). Jesús termina diciendo: "Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien". Se trata de una oración expresada por Jesús en un momento decisivo de su actividad. Según las apreciaciones humanas, la predicación de Jesús estaba fracasando, ya que las personas influyentes de su país habían rechazado abiertamente su mensaje, y únicamente lo seguía un grupo de personas sin importancia. Y en estas circunstancias de fracaso humano, Jesús se regocija y da gracias porque el misterio del Padre ha sido entendido solamente por la gente sencilla, y los "sabios" en cambio siguen sin ver. Se ha hecho posible lo que parecía imposible: han comprendido sólo los que parecía que no podían entender. Así lo ha dispuesto la voluntad del Padre, bueno y clemente. Y al darse cuenta de ello, Jesús se alegra y da gracias, aceptando y alabando este designio del Padre, como algo inesperado y maravilloso.
La segunda oración a la que nos referimos es la del huerto:
"Adelantándose un poco, cayó a tierra, pidiendo que si fuera posible se alejara de él aquella hora. Decía: ¡Abbá! ¡Papá!, todo es posible para ti, aparta de mí este trago, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú" (Mc 14,36).
Es un momento serio de crisis, pues siente amenazado el sentido de la totalidad de su vida. Y en este momento decisivo, Jesús va a la oración. Así sucedió ya en las tentaciones del desierto (Lc 4,1-13), que no son otra cosa que un diálogo con el Padre sobre la esencia última de su misión y el modo de llevarla a cabo. Y vuelve a aparecer en la oración de Jesús en la cruz (Mt 27,46; Lc 23,46). Siempre que el sentido de su vida se ve amenazado, Jesús se pone en oración delante de su Padre.
La oración del huerto recoge la crisis de Jesús a lo largo de toda su vida. Jesús quisiera rehuir esa muerte que es consecuencia histórica de su vida. Pero por medio de la oración triunfa su decisión de ser fiel a la voluntad del Padre hasta las últimas consecuencias. A pesar de su intenso dolor sigue viva en él la confianza en su Abbá, en ese Padre que exige su muerte. En los momentos más difíciles de su vida Jesús busca la voluntad del Padre y confía en él, por más dura que sea su voluntad. Así como antes Jesús recogió en la oración la totalidad de su vida, expresada en un "gracias", ahora en una nueva crisis la recoge en un "hágase tu voluntad".
Resumiendo, podemos decir que la oración de Jesús es la expresión del "más" que va surgiendo en su propia historia. Ese "más" va apareciendo en la búsqueda de la voluntad de Dios, en la alegría de que llegue el Reino, en la aceptación fiel hasta el final de la voluntad de Dios y en la confianza incondicional hacia el Padre.
Para Jesús oración no es sin más "ponerse en contacto con Dios", sino ponerse ante un Dios bien determinado, que une íntimamente bondad y exigencia. Lo fundamental de su oración depende de quién era para él realmente el Padre. Ahí está lo más original de su oración.
El Dios de Jesús es un Dios de amor, y por ello el lugar central de la oración de Jesús es la praxis del amor; ahí él oye la voluntad de su Padre y la practica.
El contenido profundo de la oración de Jesús es muy simple: es mostrar la aceptación de la voluntad de Dios sobre el Reino y sobre su propia persona, y mostrar la alegría y el agradecimiento de que el Reino se extienda. Este contenido expresa la experiencia de sentido último de Jesús: que Dios se va haciendo presente en la historia a través del amor.
 
2. LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS SOBRE LA ORACIÓN
 
Al modelo ofrecido por él mismo, Jesús añade especiales instrucciones acerca de la oración.
Jesús invita a sus seguidores a orar con frecuencia, y en concreto les exhorta a que hagan oraciones de súplica: "Pidan y se les dará" (Mt 7,7). "Pidan y recibirán" (Jn 16,24). "Lo que pidan al Padre, alegando mi nombre, él se lo dará" (Jn 15,16;14,13).
Insiste Jesús, con comparaciones tajantes, que siempre el Padre del cielo "dará cosas buenas al que se las pida" (Mt 7,11). "Cualquier cosa que pidan en su oración crean que ya lo han recibido y lo obtendrán" (Mc 11,24).
El deseo del Padre Dios de ayudarnos es muy superior al de un padre terreno (Mt 7,8-10) o al de cualquier amigo (Lc 11,5-13).
Nuestra petición fundamental al Padre Dios sólo puede ser un: "Hágase tu voluntad" (Mt 6,10). Y esta voluntad ha de concentrarse en la vivencia de los valores del Reino.
Las cosas buenas que Dios promete son ante todo el Espíritu Santo (Lc 6,13). Es "la alegría completa" (Jn 16,24) de poder vivir siguiendo las huellas que él dejó en este mundo: "Quien cree en mí hará obras como las mías" (Jn 14,12). Para ello la única condición es la fe en él (Mt 17,19-21), fe que es capaz de remover todo obstáculo que impida su seguimiento.
Jesús, pues exhortó a sus discípulos a orar, pidiendo los dones del Reino, con la seguridad de ser siempre escuchados. Este tema en su predicación es sencillo y claro.
Pero hay un segundo tema, más difícil de entender vivencialmente, que es el de las enseñanzas de Jesús sobre cómo debe ser la oración. Con estas enseñanzas Jesús quiere alertarnos sobre los peligros y desviaciones de una oración mal entendida. Para ello pone Jesús como telón de fondo su denuncia contra ciertas formas de oración que se realizaban en su tiempo. Jesús las desenmascara porque cada una de ellas se apoya en una idea falsa sobre Dios. Veamos en concreto estas enseñanzas:
a) "Cuando recen, no sean palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso. No sean como ellos, que su Padre sabe lo que les hace falta antes que se lo pidan" (Mt 6,7-8).
Detrás de las oraciones largas y pesadas se halla la idea de que Dios sólo nos atiende si le acosamos con multitud de invocaciones y palabras, como si fuera alguien displicente y distraído, a quien no le interesan nuestros problemas. Pero el Padre de Jesús no es así. La fe en su amor nos libra de la necesidad de la palabrería, pues él sabe ya lo que nos hace falta y siempre está dispuesto a ayudarnos. De lo que se trata en la oración es de encontrar aquello que el Padre ya sabe. Eso es lo que hay que pedir que se nos vaya revelando y concediendo.
b) "Cuando recen, no hagan como los hipócritas, que son amigos de rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas, para exhibirse ante la gente. Con ello ya han cobrado su recompensa, se lo aseguro. Tú, en cambio, cuando quieras rezar, entra en tu cuarto, echa la llave y rézale a tu Padre que está escondido; y tu Padre, que mira escondido, te recompensará" (Mt 6,5-6).
La oración es una cosa demasiado seria para hacerla objeto de exhibición. Esta actitud que Jesús critica no es oración, pues lo único que buscan estos hipócritas es que la gente los vea; buscan tener buena fama presentándose ante los demás como gente piadosa, pero sin preocuparse de una actitud auténtica de sinceridad y conversión ante Dios. Pretenden manejar a Dios en provecho de una falsa reputación. Y Dios no es así; él no se presta a estos manejos. El escucha en la sinceridad de la soledad a todo el que derrama en su presencia la sencillez de su vida.
c) Un caso parecido, pero más grave, es el del fariseo que subió al templo a orar. En esta oración no sólo buscaba una buena fama; la oración, además, para él era motivo de orgullo y, por consiguiente, de desprecio hacia los que no eran tan buenos como él. Jesús dedica la parábola "a algunos que, pensando estar a bien con Dios, se sentían seguros de sí y despreciaban a los demás" (Lc 18,9). El fariseo lo único que busca es afirmarse en el buen concepto que él tiene de sí mismo; no le importa para nada lo que Dios pueda querer de él; ni siquiera siente necesidad de su ayuda. Jesús lo condena porque su Padre no es de los que fomentan falsos orgullos, ni autoengaños; menos aún, desprecios hacia nadie. En cambio alaba al publicano porque él sí se sentía pequeño ante Dios y sumamente necesitado de su ayuda.
d) "Cuidado con los letrados..., esos que se comen los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos" (Mc 12,38.40).
Si antes Jesús criticó la separación entre oración y vida, ahora alerta contra la falsa oración que sirve de pretexto para oprimir a alguien. El presupuesto de la condena es la opresión de las viudas, símbolo bíblico de todo desamparado y oprimido. La oración en estos casos se degenera convirtiéndola en mercancía, en mecanismo de opresión. Ello encierra una gravísima ofensa al Padre Dios, pues en su nombre se aplasta precisamente a los predilectos de Dios. La oración que debiera servir para acercarse y encontrar a Dios, se convierte en camino para alejarse y ofender a Dios. Y ofende gravemente a Dios porque en el fondo se cree que Dios es patrón cruel, opresor él también de los débiles. Esta concepción de Dios no podía menos que enojar seriamente el corazón sensible de Jesús. De ahí su dura reacción ante los mercaderes del templo, porque la casa de su Padre (Jn 2,16), que debiera ser "casa de oración", la habían convertido en "cueva de bandidos" (Mt 21,13).
e) "No basta andar diciéndome: ¡Señor, Señor! para entrar en el Reino de Dios; hay que poner por obra la voluntad de mi Padre del cielo" (Mt 7,21).
Jesús, siguiendo la línea de los grandes profetas, critica en este texto y en los versículos que siguen, la oración que no va acompañada de deseo sincero de cumplir la voluntad del Padre. Hay algunos que rezan, que hablan en nombre de Jesús, y hasta hacen "milagros", pero "practican la maldad", y por ello les dice Jesús que "nunca los ha conocido" (Mt 7,22-23). Son los "necios que edificaron su casa sobre arena" (Mt 7,26-27). Dios no es ningún tontito al que se pueda engañar con rezos. El sabe muy bien cuándo nuestra oración es sólo un tranquilizante de conciencia para no hacer nada, y cuándo la oración encierra un sincero deseo de llevar a la práctica la voluntad del Padre.
f) Terminemos estas enseñanzas de Jesús destacando una condición previa que él pone para que pueda ser escuchada por Dios una oración. Se trata del perdón de las ofensas. El estar dispuesto a perdonar a los hermanos es condición imprescindible para que nos escuche el Padre de todos. Toda oración supone la súplica del perdón de Dios; pero dice Jesús que Dios no perdona si uno mismo no está dispuesto a perdonar (Mc 11,25; Mt 6,14-15; 18,35).
El que ha pecado contra su hermano, antes de presentarse ante Dios, debe pedirle perdón al hermano (Mt 5,23-24). Jesús nos enseñó en el padrenuestro a reconocerlo así ante Dios (Mt 6,12). Y ordenó además que esta prontitud y buena voluntad para perdonar no ha de tener límites; debe llegar incluso al enemigo (Mt 5,44; Lc 6,28). Según Jesús, el camino hacia Dios pasa necesariamente por la reconciliación entre hermanos. Si no fuera así, estaríamos negando la paternidad universal de Dios.
 
3. ORIGINALIDAD DE LA ORACIÓN CRISTIANA
 
La fe que Jesús tenía en el Padre le llevaba a estar en constante comunicación con él, buscando siempre conocer y cumplir su voluntad. Ello lo hacía con una total familiaridad y confianza en él.
Esta actitud de Jesús es el modelo a seguir para todo el que tenga fe en él.
El cristianismo no se distingue de las otras religiones porque tenga un objeto distinto (los cristianos adoran a Cristo, mientras que los judíos adoran a Yavé, los musulmanes a Alá), sino porque se basa en una forma radicalmente nueva de encuentro con Dios.
El cristiano se define por su fe en Jesucristo. Fe que no es ante todo un sistema de verdades, ni un conjunto de prácticas religiosas con las que se intenta influir en la divinidad. La fe cristiana es la aceptación sin condiciones de Cristo Jesús como norma decisiva de la propia existencia. Cree en Cristo la persona que se decide seriamente a vivir la vida de Cristo. Creer es vivir y hacer el Evangelio de Cristo en el mundo de hoy y para los hombres de hoy. Sin evasiones, ni componendas. "El que quiera servirme, que me siga, y allí donde esté yo, estará también mi servidor" (Jn 12,26).
Ante este supuesto, podemos ya entender en qué está la originalidad de la oración cristiana, y las consecuencias que se derivan de ello respecto a la relación que debe haber entre oración y vida.
La experiencia de la oración cristiana se diferencia radicalmente de cualquier otra experiencia de oración por dos motivos fundamentales. En primer lugar porque no se trata solamente de una búsqueda natural del hombre hacia lo divino, sino de la revelación de que es el mismo Dios el que toma la iniciativa y busca relacionarse con nosotros. En segundo lugar, y ante todo, se trata de una relación personal con Jesucristo. No hay oración cristiana si no hay un trato directo con Cristo. La oración cristiana no se puede quedar sólo en una bella contemplación histórica o afectiva de una escena evangélica, o en una linda celebración litúrgica, ni siquiera en una meditación de las verdades cristianas.
La oración no es verdaderamente cristiana, sino cuando el cristiano sale de ella con una fe, una esperanza y una caridad más intensas, es decir, decidido a vivir más sinceramente como hijo de Dios, con Cristo Jesús. Este contacto con Jesús y esta decisión distingue a la oración cristiana de toda otra oración, pagana o de cualquier otra religión.
Respecto a la relación que debe haber entre oración cristiana y vida: nuestra oración de creyentes en Jesús se distingue de cualquier otra forma de experiencia religiosa porque es inseparable de nuestra actitud de servicio a los demás. Si no hay una orientación de toda la vida, sea como sea, hacia los demás, la oración cristiana es sencillamente imposible.
Esto no quiere decir que a Dios se le encuentre solamente en el prójimo, en los pobres, en el servicio incondicional a los demás. Esta es la consecuencia, el sello, de la auténtica oración cristiana. Pero la oración no es la caridad. Ella conserva siempre su carácter específico de vivencia directa e inmediata de diálogo ante el Señor Jesús en una cierta soledad. O sea, que la oración cristiana no es la vida, pero no puede entenderse separada de la vida. Las enseñanzas de Jesús de las que hablábamos en el apartado anterior dejan en su sitio este punto.
La oración cristiana siempre se dirige a Jesucristo, o a su Padre por medio de él y en su nombre (Jn 14,13-16). En ningún pasaje de la Biblia se encontrará ni un solo texto en el que el orador se dirija a alguien que no sea el Padre Dios o su Hijo Jesús. La oración tiene siempre una dimensión necesariamente vertical.
San Pablo hace una distinción importante, que ayuda a aclarar las tensiones que a veces tenemos entre oración y acción. El distingue entre Cristo, el Señor, y el cuerpo de Cristo (1 Cor 12,12.27; Rom 12,5, etc.). Cristo que es la cabeza del cuerpo, es distinto del cuerpo, aunque tiene una influencia decisiva sobre él (Col 1,18; 2,10.19; Ef 1,23; 4,15; 5,23).
Jesús no es una realidad difusa, más o menos diluida en los creyentes. El Señor conserva su personalidad, su distinción y su puesto distinto. Pues bien, la oración, o sea, esta actitud de adhesión personal no se dirige nunca al "Cuerpo", "que es la Iglesia" (Ef 1,23), por la que Pablo pide, se sacrifica y trabaja. Esto quiere decir que donación de servicio a los otros y oración no son la misma realidad. La oración conserva siempre su autonomía y su forma de ser bien definida; y no se la puede diluir confundiéndola, más o menos sutilmente, con los servicios que debe prestar todo cristiano.
Pero siendo distintos, oración y servicios, el único criterio válidamente definitivo para medir la autenticidad de nuestra oración es precisamente la actitud que tomamos ante los demás: "Si nos amamos mutuamente, Dios está con nosotros... y esta prueba tenemos de que estamos con él" (1Jn 4,12-13). "Como cristianos... lo que vale es una fe que se traduce en amor" (Gál 5,6). Esta es la norma para no engañarnos a la hora de valorar la autenticidad de nuestra oración. Si en realidad nos encontramos con Cristo, la Cabeza, necesariamente, como consecuencia lógica, nos encontramos con su "cuerpo": todo prójimo necesitado de nuestros servicios. Todo aprendizaje de verdadera oración cristiana ha de acabar descubriendo a Dios en el otro.
La verdadera oración de un cristiano lo lleva necesariamente hacia los demás. Pero no es posible el amor de hermanos al estilo de Jesús si no se da primero la experiencia del encuentro personal con Dios, el Padre. La existencia cristiana, que es existencia para los otros, se fragua solamente en la experiencia de Dios a través de Cristo Jesús. Esta es la expresión última más original de la oración cristiana.

Bibliografía
 
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