Es necesario pasar por el desierto y vivir en él para recibir la gracia de Dios; allí es donde nos vaciamos, donde arrojamos de nosotros todo cuanto no es Dios (...) Es un tiempo de gracia, un período por el cual necesariamente ha de pasar el alma que quiere producir frutos. Necesita ese silencio, ese recogimiento, ese olvido de todo lo creado, en medio de los cuales establece Dios su reino y por el cual forma en ella el espíritu interior. (Carlos de Foucauld)
Las tentaciones que se le presentaron al Jesús terreno aparecen en los evangelios esparcidas a lo largo de toda su vida. La opción entre la voluntad del Padre y otras ofertas, les debió resultar tan importante a los evangelistas, que unánimemente las reagruparon y las tipifican en el pasaje de las tentaciones del desierto. En el fondo se debate el mismo problema: el de la configuración paciente del mesianismo histórico de Jesús.
El sentido teológico de las tentaciones de Jesús viene iluminado en el texto evangélico en cuestión por las citas del Deuteronomio que aparecen en él y en las referencias al Éxodo. La reflexión sobre estos pasajes parece que nos permite afirmar que entre la filiación divina de Jesús y su tentación se da una relación proporcional a la que existió entre la elección de Israel y su tentación.
Pero la caída de Israel es sustituida en los Evangelios por la victoria de Jesús. A estas notas que ofrezco habrá que añadir la aplicación concreta a nuestra realidad (desierto) lugar de lucha y elecciones.
PRIMERA TENTACION: LA EVASION DE LA PROPIA RESPONSABILIDAD
“Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes" [Mt 4,3]
La tentación de Israel
1. Éxodo 16: el hambre y el maná. Israel ha logrado la libertad escapando de la esclavitud de Egipto y adentrándose en la dura realidad del desierto. Allí se encuentra con el hambre1, la sed2, las alimañas3, los salteadores4, las epidemias5, los motines6, en fin, el escenario del drama de la vida donde se hace preciso elegir y con lucha interior perseverar en nuestros principios.
La liberación de la esclavitud ha sido para los hebreos un paso de la precaria seguridad del pasado a la incertidumbre del presente7. Esta situación del pueblo - camino de la esclavitud a la libertad - es contemplada por el pueblo ya en el libro del Éxodo desde una perspectiva teológica en cuanto la liberación ha sido obra de Yahvé8.
Pero, ¿con qué fin? La prueba de la fe judía consiste a la sazón en la necesidad de optar por una de las dos alternativas de este dilema: o libertad con riesgo y confianza en Dios o esclavitud con el estómago medio-lleno en Egipto con las ollas de carne9, pescado, pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos que comían de balde10. El pueblo escoge la esclavitud, se enfrenta con Moisés y murmura en contra de Yahvé11.
2. Deuteronomio 8,3: la palabra divina que sustenta. El pueblo, a pesar de su falta de confianza en Yahvé, encuentra en la naturaleza (mejor: en Dios a través de la naturaleza) el alimento suficiente para sustentar su vida: el maná y las codornices12. Por otra parte, “lo que sale de la boca de Dios” también es su palabra, las “diez palabras” del Decálogo13. La cita que comentamos está en un contexto de exhortación al cumplimiento de la ley14 y, por tanto, lo que da vida a los israelitas es la voluntad de Dios expresada verbalmente en, según el texto bíblico, palabras que salen de su boca. El pan material, como aludirá el Evangelio15., se le dará por añadidura.
La tentación de Jesús: manipular a Dios en provecho propio en nombre de su filiación divina
Las dos primeras tentaciones arrancan de una apelación a la filiación divina de Jesús: “si tú eres Hijo de Dios”. Esta frase no parte de la duda sobre la filiación divina de Jesús (condicional), sino de un supuesto que no se discute (causal): puesto que eres (o te tienes por) Hijo de Dios. Para el tentador la condición de hijo de Dios le da derecho a recurrir al milagro para satisfacer la necesidad extrema de un hambre de cuarenta días. Si Jesús es de veras el Amado de Dios (Bautismo), podrá servirse de Él para salir de la dificultad. Es lo mismo que lo que pensaba Israel en el desierto cuando murmuraba de Yahvé.
La tentación está, pues, en el uso de Dios y de la relación privilegiada con Él, como medio para alterar la condición humana en beneficio propio, eludiendo de esta manera la tarea del hombre en el mundo. Dios es visto como el sustituto de la responsabilidad histórica del hombre, y la relación con Él como ventaja personal para la satisfacción de las necesidades terrenas.
La respuesta de Jesús: la filiación divina en la total fidelidad a la condición humana
Si el tentador apela a la condición divina para satisfacer el hambre, a Jesús le basta apelar a la condición humana. El hombre hambriento tiene derecho a comer. La respuesta de Jesús equivale a decir: la filiación divina no elimina nada de la condición humana. Y el hombre es tal que no vive sólo de pan sino de todo aquello que procede de Dios. Es evidente que hay que satisfacer el hambre pero sin esperar en los milagros para ello. Es obvio que hay que convertir los desiertos en pan pero no sólo a base de rogativas sino también con el esfuerzo humano. Dios está junto al ser humano siempre, cuando tiene pan y cuando no lo tiene.
Cuando en otro momento los sacerdotes pongan a Jesús en parecida tentación “si es Hijo de Dios que baje de la Cruz”16, Jesús no bajará; y no a pesar de ser Hijo de Dios, en su sentido propio y natural, sino precisamente por serlo. La fe de Jesús en Dios opera “una vuelta del revés de todo lo que el hombre religioso espera de Dios”17 o piensa de Él. Jesús no usó a Dios, ni su especial relación con Él, como un privilegio personal para aligerar o eludir la condición humana, sino que más bien verifica su relación con Dios en apurar y soportar hasta el fondo esa misma condición humana.
SEGUNDA TENTACION: EL ÉXITO DE LA MISIÓN APOSTÓLICA
“Si eres Hijo de Dios, tírate abajo porque está escrito: A sus ángeles te encomendará...” [Mt 4,6]
En la segunda tentación se pone en juego también una forma de concebir la filiación divina pero no en relación con la condición necesitada del hombre, sino en relación con la misión apostólica de Jesús. El Evangelio evoca, igual que en la tentación precedente, la situación de Israel en el desierto tal como alude el Deuteronomio.
La tentación de Israel
1. Éxodo 17,1-7: la sed y el agua de la roca. La situación histórica de Israel es igual a la anteriormente expuesta en la primera tentación. Las protestas se repiten18. La teología del pasaje está sintetizada en el v.7: “¿Está Dios con nosotros o no?”. En esta situación el pueblo cree tener ante Dios un doble derecho: en primer lugar, el de hacer depender su fe de demostraciones sensibles y, en segundo lugar, de determinar por su cuenta la naturaleza de los signos de la presencia divina. A esta referencia al Éxodo el tentador añade otra al Ps 91,11-12. El salmo se limita a afirmar la providencia (identificada aquí con los ángeles, mensajeros reales de Dios en sus designios) de Dios sobre los caminos del justo, pero no garantiza el éxito de cualquier acción como pudiera ser arrojarse desde el pináculo del Templo con fines propagandísticos.
2. Deuteronomio 6,16: prohibición de tentar a Dios. El pecado de Israel en esta ocasión consiste en rechazar la prueba de confianza en Dios a que es sometido y en someter a Dios a prueba. Sólo Dios es el que prueba o tienta al hombre, no para inducirle a pecado19 sino para que el propio hombre tome conciencia de lo que esconde su corazón, es decir, la ambigüedad de su fe. El hombre no tiene derecho a probar a Dios. El “se deja hallar de los que no le tientan, y se revela a los que no desconfían de El”20. También el Nuevo Testamento conoce esa incredulidad punible21.
El pecado aquí consiste más específicamente en la pretensión de que el fin justifica los medios. El fin de su fe en la providencia de Dios, justificaría para el pueblo creyente cualquier medio por temerario que fuera.
La tentación de Jesús: manipular a Dios en provecho ajeno en nombre de su misión divina.
Se trata en esta tentación de ofrecer en público una señal absolutamente decisiva para demostrar sensiblemente hasta qué punto estaba Dios con Jesús y hasta qué punto podía Jesús disponer de Dios para garantizar el éxito de su misión. Las esperanzas populares situaban la aparición del Mesías en el alero del Templo. Sorprende ver la cantidad de veces con que en su ministerio público Jesús tiene que escuchar la petición de una señal mesiánica aparatosa (cf. de parte de familiares22, discípulos23, fariseos24, sacerdotes25, el pueblo en general26). Es, por tanto, una tentación más sutil porque parece más desinteresada. No se busca el provecho propio, sino el ajeno; más aún, se busca el interés de Dios: que los demás crean en Él gracias a los signos que uno realiza.
La respuesta de Jesús: el cumplimiento de la misión apostólica en el riesgo de la fe y del servicio al hombre
Jesús responde contrariado a los que le piden señales27 y rechaza la espectacularidad escogiendo el camino del mesianismo oculto y anónimo. La opción por el “espectáculo” habría eliminado la oscuridad de la misión, haciendo imposible el grito de la cruz: “¡Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Entonces la predicación y la pretensión de Jesús ya no brotarían de la conciencia de la paternidad de Dios sobre la ordinaria condición humana sino de la experiencia de un trato de excepción acompañado de pruebas extraordinarias. Al suprimir la oscuridad se elimina también la fe de Jesús y su misión se movería en el ámbito de las pruebas evidentes. Las dificultades serían sólo de carácter material puesto que el éxito estaba asegurado.
También para los demás la consecuencia de la espectacularidad sería la eliminación de la fe. Una prueba sensible hubiera traído claridad y no oscuridad, necesidad y no libertad, en una palabra, evidencia pero no fe. La fe del pueblo no hubiera sido un obsequio voluntario, ni una decisión libre de seguimiento de Jesús sino una rendición sin condiciones a la evidencia positiva. Jesús escoge lo contrario. La comunidad pascual constató que el Jesús terreno había realizado su misión con la fe y el riesgo propios de todas las misiones de los hombres. De este modo su fe enmarca y funda la nuestra28.
TERCERA TENTACION: EL PODER
“Todo esto te daré si postrándote me adoras” [Mt 4,9]
La tentación de Israel
El precepto de dar culto (significado originario de “servir”) al Señor29 nos remite a las pruebas sufridas por el pueblo de Israel y a su caída en el pecado de idolatría. Nos preguntamos, ¿a qué tentación corresponde este pecado que la Escritura censura vehementemente?30.
Leamos con detenimiento dos textos.
1. Éxodo 32: el becerro de oro y la idolatría. Ex 32 pretende censurar los cultos idolátricos al toro. Entre Israel y el Valle del Nilo floreció en épocas predinásticas egipcias una deidad tauromorfa llamada Min, que los egipcios identificaban con su dios Amon. Entre los cananeos y los fenicios encontramos una deidad taurina que es Baal o Hadad31. Generalmente el toro en estas religiones era símbolo del sol en posesión de los rayos corniformes, y sus atributos principales eran la fuerza y la fecundidad. El relato de la idolatría de Israel en el desierto tendría como objeto recordar a los hebreos que su liberación de la esclavitud es obra del poder de Yahvé y la fecundidad/fertilidad son dones gratuitos de Dios pero no fruto de la influencia de dioses paganos32.
La prohibición de hacer imágenes de Dios es objeto de atención del segundo precepto del Decálogo33. Existen diversas razones para la prohibición si estudiamos con detenimiento el contexto histórico y teológico en que se producen que podemos resumir en un intento de evitar la contaminación paganizante de Israel con otros pueblos asunto que era censurado constantemente por los profetas que advierten al pueblo de los peligros idolátricos34 así como evitar el consiguiente politeísmo consecuencia de la adoración de múltiples imágenes preservando celosamente la trascendencia divina ya que Dios es el totalmente-otro y como consecuencia el deseo de visualizar a Dios en imágenes antropomorfas o zoomorfas es motivo de pecado35.
Asimismo se intenta evitar la evasión ritualista pues el encuentro con Dios se podía ver reducido a las imágenes olvidando que a Dios se le encuentra en la historia, como bien recuerda el exordio al Decálogo36, olvidando el protagonismo sin competencia de Yahvé que es celoso37. La gesta de la liberación de Egipto no puede ser compartida con ninguna otra imagen idolátrica aunque tenga ojos, boca, oídos, pies y manos38. A Dios debe Israel su pasado glorioso y sólo de Él depende su futuro39.
2. Éxodo 34,11-15; 23,24s: La entrada en la Tierra Prometida. Jesús recuerda la cita Dt 6,13 para vencer la tercera tentación. El paso del nomadismo al sedentarismo es momento crucial de tentación para el hebreo porque se corre el peligro de pactar con pueblos vecinos que imponen e importan cultos idolátricos. En esta situación Moisés recuerda al pueblo que la posesión de la tierra prometida es objeto de la promesa divina y no de pactos de poder ni de intervención de ídolos.
La tentación de Jesús: gozar de un estatuto social de riqueza y poder acorde con su alta dignidad
Implícitamente se puede deducir que la tentación última guarda relación con las precedentes, es decir, guarda relación con la filiación divina. Algunos salmos, en efecto, atribuyen al Mesías-Rey-Hijo de Dios el derecho a gozar de un estatuto social de poder y de riqueza de acuerdo con su dignidad40. La comunidad pospascual atribuye al Resucitado “todo poder en el cielo y en la tierra”41 y la cristología de las cartas a los Efesios y Colosenses coloca a Jesús sobre todo señorío y potestad42.
Esta repetición de todo es sin duda afín a la oferta del tentador: “todo esto te daré, todos los reinos del mundo y su gloría”43. Parece clara en esta tentación la vinculación de la condición divina con la riqueza, el poder y el brillo social. El dominio, y no el servicio, serían entonces el atributo que le correspondería a la divinidad de este mundo. La tentación no consiste propiamente en “postrarse ante Satán” sino en justificar el recurso al poder y a la gloria por parte de Aquél en quien los evangelistas reconocen en posesión de todo poder y gloria en el cielo y en la tierra. J. Jeremías afirma con evidente claridad conceptual que “la adoración a Satanás, en el monte desde el que se contemplaba todo el mundo, tiene indiscutiblemente como objeto la actuación de Jesús como caudillo político”44. González Faus añade que “El problema de esta tentación es, pues, de medios. Lo que ofrece el tentador es la anticipación de ese poder; y el sentido de esta anticipación no es «temporal» (tenerlo antes), sino «cualitativo» (tenerlo en este mundo, es decir, allí donde el hombre Jesús ha de realizar su misión y, por tanto, como medio para ella”45.
La respuesta de Jesús (Dt 6,13)
1. Sólo hay un Absoluto, Dios, acreedor de adoración. La cita destaca con énfasis la unicidad de la absolutez de Dios. Sólo Dios puede reclamar el derecho a la adoración por parte del hombre. El no admite competencias.
2. El deseo de poder ya es idolatría. Estar en posesión de riqueza, y del poder que ésta proporciona en este mundo, equivale a suplantar a Dios por uno mismo. La aceptación de ese poder es identificada por el evangelista como idolatría. La condición del tentador (“si postrado en tierra me adoras”), no es extrínseca (primero adórame a mí y luego te daré todas estas cosas), sino intrínseca al acto mismo de tener poder: poseer “todos estos reinos y sus potestades” ya es el acto de suprema idolatría.
3. Jesús en este mundo quiere ser como un hombre, no “como Dios”. Jesús al negarse a aceptar el poder no quiere suplantar a Dios en el mundo, no quiere ser “como Dios” si bien lo es -Él es el Hijo- sino que quiere asumir plenamente su humanidad.
4. El hombre nuevo debe ser fruto del amor, no del poder. La verdadera identidad humana está en la filiación divina, no en la posesión de poder. Intentar a toda costa tener riqueza, poder y gloria para la plena realización humana, es pactar con Satanás, el enemigo del hombre, y, por tanto, frustrar el intento. El hombre sólo se salva cuando acepta ser el destinatario del amor de Dios en la historia.
5. Dios en el mundo es amor, no poder. Si el hombre perfecto no puede ser fruto del poder, sino del amor, entonces es que el Dios revelado en Jesucristo no quiere ser poder en la historia, sino amor. El poder ya no es para Jesús el atributo característico de la divinidad en la historia sino la solidaridad con una humanidad despojada de poder.
ALGUNAS CONCLUSIONES
La actuación de Jesús en el desierto y su sometimiento a las tentaciones es normativa para sus seguidores al tiempo que nos invitan a hacer una opción constante y radical por Dios y por su imagen que es el ser humano. Bien sabemos que la mayor tentación es estar instalado en el pecado levantando altares a los ídolos de nuestro propio yo pero las tentaciones de Jesús son nuestras permanentes tentaciones que con leves matices se pueden resumir en tener, poder, subir.
Las opciones de Jesús ante la tentación nos presentan a un Dios que da sentido a las dificultades de la vida pero que no sirve para resolver todos los problemas ni resolver todos los enigmas; que es soberanamente libre ante el hombre, que no se somete a pruebas humanas, ni a sus medios de poder, tampoco a derechos o títulos; que es trascendente, es decir, incontrolable desde nuestro mundo por técnicas humanas e inefable para la inteligencia humana siendo toda imagen de Dios, incluso conceptual, insuficiente, parcial e inadecuada; que es pura gracia, don gratuito; presente en la vida. Dios de lo ordinario y no sólo de lo extraordinario; que es un Dios escondido, que no quiere salir del anonimato por medios extraordinarios, como el milagro o el poder sino que mantiene el ocultamiento de su inmanencia bajo las apariencias naturales.
Al mismo tiempo Jesús nos enseña en su lucha y victoria ante las tentaciones que el hombre sólo se salva cuando acepta ser el destinatario de ese Dios escondido que se revela en la historia. Por eso el hombre debe estar siempre en la presencia de Dios pero sin contar exclusivamente con él para la solución directa de sus problemas intramundanos; no debe ser presuntuoso delante de Dios; debe realizarse como hombre y como hijo de Dios en su condición de criatura y en la sumisión a los condicionamientos naturales; debe, en fin, afrontar sus responsabilidades históricas con creatividad.
En consecuencia, la opción de Jesús en sus tentaciones es la afirmación de la suprema dignidad de Dios y de la más alta dignidad del hombre: dignidad de Dios porque se acepta que es el Totalmente-Otro y, al mismo tiempo, su presencia universalmente presente y actuante en el mundo; dignidad del hombre, por cuanto no se concibe una intervención de Dios en nuestro mundo que elimine el riesgo de la libre responsabilidad humana.
“La adoración a Satanás, en el monte desde el que se contemplaba todo el mundo, tiene indiscutiblemente como objeto la actuación de Jesús como caudillo político” (J. JEREMÍAS)
“El problema de esta tentación es, pues, de medios. Lo que ofrece el tentador es la anticipación de ese poder; y el sentido de esta anticipación no es «temporal» (tenerlo antes), sino «cualitativo» (tenerlo en este mundo, es decir, allí donde el hombre Jesús ha de realizar su misión y, por tanto, como medio para ella”. (GONZÁLEZ FAUS)
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1. Ex 16,3.
2. Nm 20,2.
3. Dt 8,15.
4. Nm 14,39-45.
5. Nm 21,6.
6. Nm 16.
7. Ex 16,3; 17,3; Nm 14,3.29.32.37.43-45; 21,6.
8. Ex 15.
9. Ex 16,3.
10. Nm 11,5.
11. Ex 16,2s; 17,1-7; Nm 11,1-6; 12,1-10; 14,1-4; 20,3-5.13;..
12. Cf. WERNER KELLER, La Bíblia tenía razón, (Barcelona 1960,131s). Explicación natural de los fenómenos: las codornices caen en el desierto fatigadas por sus emigraciones primaverales desde África a Europa. El maná es la secreción del tamarisco (tamaria mannifera) por las picaduras nocturnas de una especie de cochinilla del territorio del Sinaí. De este maná gustan las hormigas que por la mañana lo devoran. La Biblia lo interpreta diciendo que “con el calor del sol se derretía” o que lo reservado para el día siguiente aparecía cubierto de gusanos (hormigas) [cf. Ex 16,20s]
13. Dt 5,5.22; 9,10; Ex 20,1; sobre todo Ex 34,28.
14. Dt 5,1.32; 6,1-3; 7,11; 8,1.11.
15. Mt 6,33.
16. Mt 27,40.
17. D. BONHOEFFER, Resistencia y sumisión, (Barcelona 1969, 211).
18. Ex 17,3.
19. Sant 1,13.
20. Sab 1,2.
21. 1 Cor 10,9.
22. Jn 7,3s.
23. Lc 9,54.
24. Mc 8,11; Mt 12,38.
25. Mc 15,32.
26. Lc 11,16; Jn 2,18;...
27. Mt 16,1-4; 17,14-18.
28. Heb 12,2.
29. Dt 6,13; cf. Ex 23,24; 20,5.
30. Ex 32,7-10.19-22.25-29.
31. Ex 23,20-26; 34,14-16.
32. Ex 23,25; Dt 7,14-16; 28. Cf. exhortación de Dt 6,10-13.
33. Ex 20,4; Lv 19,4; Dt 4,15-20.
34. Is 44,14-20; Jer 10,1-16.
35. Ex 32,1.
36. Ex 20,2; cf. 2 Sam 7,1-17.
37. Ex 20,5; 34,14; Dt 5,9; 6,15; 32, 16.21.
38. Ps 115,5-7.
39. Ex 34,12-16; 23.32s; 1 Sam 14,6; 17.47; 2 Sam 24,1-17; 1 Cro 21,1-17; Ps 20,8; 33,16s; 4,4.7; …
40. Ps 2.
41. Mt 28,18.
42. Ef 1,21; Col 1,16.
43. Mt 4,8s.
44. Teología del Nuevo Testamento, (Salamanca 1974, 91).
45. La Teología de cada día, (Salamanca 1976, 50s).
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