jueves, 1 de agosto de 2013

Vivamos el Evangelio con Carlos de Foucauld

Hermano Carlos con el corazón y la cruz

 

El desierto

 
En la Biblia

Dios busca al hombre, el hombre busca a Dios .
"Dios, tú mi Dios, te busco, mi alma tiene sed de ti, por ti languidece mi carne, como tierra reseca, sedienta, sin agua." Sal 63/62.
"Voy a seducirla (la mujer = el pueblo, la persona humana), la conduciré al desierto y le hablare a su corazón." Os 2,16.
"Por la mañana, antes de comenzar el día, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar solitario, y allí oraba." Mc 1,35.
"Los discípulos dicen a Jesús: ¿adonde encontramos, en un desierto, suficiente pan para hartar a toda esta multitud?... Todos comieron hasta saciarse..." Mt 15,32 -39.
"No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Mt4,4.
"Tú , cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta, y ora a tu Padre que está allí en lo secreto." Mt 6, 5 - 14.
 

La llamada a la conversión
"Acuérdate de todo el camino que Yavé tu Dios te ha hecho andar durante 40 años en el desierto, para que te humilles, para probarle y conocer el fondo de tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos." Dt 8,2.
"Os llevaré al desierto de los pueblos, para pleitear allí con vosotros cara a cara... Como aroma que aplaca os aceptaré, cuando os haga salir de en medio de los pueblos... y sabréis que soy Yavé ." Ez 20, 35, 41 y 42.
"Jesús fue conducido al desierto por e! tíspíritu para ser tentado por el diablo." Mt4, 1- 11.
" Velad y orad para no entrar en tentación ." Mt 26, 41.
 
Lo que nos dice Carlos de Foucauld
Estar solo con solo Dios.
"En nuestra vida oculta y, sobre lodo, en nuestra vida pública... tomémonos tiempo de reposo, tiempo de soledad pasado en compañía de Jesús... Que estos retiros tengan (los) tres caracteres que Jesús indica. Que sean tiempos de descanso... tiempos de sosiego... Que sea un tiempo de soledad: mientras más estemos solos con Jesús, más lo gustaremos; el amor desea el cara a cara... Que este sea un tiempo de soledad en compañía de Jesús... ya mirándole sin decir nada (= contemplación), ya preguntándole (= meditación).'' (Meditación sobre Mt. 6, 30 - 32).
"Es necesario pasar por el desierto y allí permanecer para recibir la gracia de Dios; es allí donde nos vaciamos, se echa de sí todo lo que no es Dios y se vacía completamente esta pequeña casa de nuestra alma para dejar todo el espacio a Dios solo...
Es un tiempo de gracia, es un período por el cual toda alma que quiere dar frutos debe pasar necesariamente... La vida íntima con Dios, la conversión del alma a Dios en la fe, la esperanza y la caridad... No damos más que lo que tenemos; y es en la soledad, en esta vida, sólo con solo Dios,... donde Dios se da todo entero al que se da así todo entero a El... No temáis ser infieles a vuestras obligaciones para con las criaturas; es, por el contrario, el único medio que tenéis para poder servirlas eficazmente." (Carta al P. Jerónimo, 19 Mayo 1898. OS p. 765).
 

Dios está con nosotros en el desierto .
"El desierto no es más que un pasaje muy corto, un tiempo de purificación y de prueba, lleno de gracias... donde se recibe la ley de Dios. - - Dios está allí siempre con nosotros... Dios nos habla allí, Dios nos guía allí siempre." (Comentario al Sal 104/105).
 

Carlos de Foucauld hace hablar a Jesús:


"Yo he permitido al demonio tentarme, en el desierto, y esto por vosotros, por amor por vosotros, ... a fin de que veáis todos que la tentación no es pecado puesto que yo mismo soy tentado ... y para que veáis cómo se resiste a las tentaciones...
Un excelente medio de combatirlas es oponerles las palabras de la Santa Escritura, las cuales sacan de su origen una fuerza divina. Por esto es necesario conocer bien la Santa Escritura: Leedla ..." (Comentario Lc 4, 12}.
 
Para hacer revisión de vida en Fraternidad

¿Qué es para mi el desierto?
¿Cómo hago yo el desierto:
- tiempo de soledad
- tiempo de disponibilidad total a Dios? (vaciándose de las preocupaciones habituales).
¿Cómo practico la oración?
¿En qué mi oración cambia mi manera de vivir?
¿Cómo mi oración toma en cuenta mi vida y la de los otros?



Dejarnos alcanzar por Dios

ELEGIDOS DE ENTRE LA GENTE PARA SER FAMILIA DE JESÚS
Marcos, 3,7-35
Introducción:
 
Tanto vosotros como yo mismo hemos tenido la experiencia de la vocación, de la llamada a una vida diferente: hemos sentido cómo Dios nos llamaba en Cristo a un seguimiento más denso y más intenso. Como los novios que preparan sus nupcias tuvimos coraje de fiamos de él. Pero en nuestro caminar no han faltado dificultades externas e internas, ni las complicaciones.
Somos los discípulos de Jesús, atendiendo a la distinción que establece Marcos entre la gente que se muestra curiosa y asombrada, y aquellos que escuchan su Palabra y se deciden por Él. Optan por la felicidad que Él ofrece. El discípulo, la discípula, son elegidos, no para formar una elite, ni un club de "selectos", sino para formar una comunidad de vida con Jesús y para liberar a los seres humanos de las "fuerzas del mal".
Los discípulos encontramos resistencias y oposiciones internas y externas, y muchos de nosotros no llegamos a entender la felicidad nos ofrece de parte de Dios, porque oponemos la felicidad a sufrimientos; preferimos vivir en un mundo de fantasía, sin conflictos con la realidad, o bien, porque nos sentimos tan satisfechos que no queremos que nada cambie.
De aquí la necesidad de dejamos alcanzar por Dios y no olvidar que "el discípulo no es mayor que el Maestro". Si Cristo en el desierto pasó por la tentación, no podrá escapar de ella el profeta.
Por tanto, el contemplativo, como el profeta, se hacen en el desierto, lugar del encuentro con Dios y también lugar de la prueba, como le sucedió a Carlos de Foucauld.
 
1.- La dimensión profética en Carlos de Foucauld
A lo largo de los años ha habido múltiples interpretaciones sobre la figura y personalidad del Hermano Carlos. Su mensaje ha sido captado por muchos como una llamada al silencio, una espiritualidad del desierto o una forma de vida solitaria, eremítica, apenas sin riesgo, ni compromiso alguno. Otros vieron en él al "convertido" que pasa de una vida de placer a la ascesis más heroica. Tampoco ha faltado quien lo utilice para defender los valores tradicionales y los ideales nacionalistas, y para mantener la nostalgia de un "pasado idealizado". Otros, al contrario, no han visto en él más que al marginal contestatario de las instituciones, el soñador o innovador que se adelantó a su tiempo, o el hombre genial que supo comprenderlo todo antes que los demás, un hombre de vanguardia en la Iglesia. Su compromiso con el proceso colonial ha suscitado la admiración de un unos y el rechazo de otros. Se ha hecho de él un modelo de estrategia misionera de ocultamiento, o por el contrario, el partidario de una predicación urgente. Sin duda que a lo largo de sus escritos resulta fácil encontrar frases que justifiquen o legitimen las distintas percepciones de este hombre tan genial, si bien queda mucho por descubrir respecto a su figura, su vida y sus escritos, para devolverlo a la verdad concreta de sus relaciones con los hombres y mujeres de su tiempo con los que quiso hacer prójimo.
Son muchos los que se contentan con leer su vida, tomando de ella aquello con lo que están más en sintonía, o favorecen sus opciones y gustos personales, sin profundizar ni analizar sus comportamientos reales y las circunstancias concretas de su vida con los tuaregs. Pero hay una dimensión en la vida de este hombre de horizonte amplio y corazón contemplativo, silencioso y austero, de la cual apenas se habla, quizá porque en los tiempos que corren no está muy bien visto hablar de ello; es la dimensión profética.
Cuando hablamos de los profetas, incluso en el seno de la Iglesia, hacemos referencia a los profetas del Antiguo Testamento. ¡Cómo nos crece la boca hablando de ellos: Isaías, Jeremías, Elías... Juan el Bautista, ya en el Nuevo Testamento, parece que son hombres "para predicarlos", no para imitarlos.
Pues, hoy como ayer los profetas no son bien vistos, aunque en el rito del Bautismo se nos recuerde que somos consagrados "para que seamos sacerdotes, profetas y reyes". En el lenguaje ordinario se entiende por profeta aquel que predice el futuro en el nombre de Dios. En el lenguaje hebreo, profeta es alguien llamado por Dios, para que hable en su nombre ante los hombres.
2.- Elección del profeta
 
 
Nadie elige ser profeta. Es Dios el que llama, el que escoge. Esta llamada es escuchada por una persona dispuesta a escuchar, según revela el Libro de 1° de Samuel, 3,1-21. Todos los profetas del A. T. Coinciden en afirmar que fueron llamados por Dios en un momento clave, y que en ese momento clave Dios les llena por completo: Is. 6,1-9; Jer.1, 1-10; Fue una llamada personal y única ligada aun mensaje concreto a transmitir al pueblo de Israel
Una llamada que exige ser escuchada en silencio, pero que a veces necesita de alguien que ayude a descifrar el mensaje, para descubrir qué es lo que quiere Dios. Así se manifiesta en la Biblia. Así ocurrió también con Carlos de Foucauld. Pero no siempre resulta fácil actuar como profeta por razón de las dificultades y peligros tanto internos como externos, para llevar a cabo el proyecto de Dios.
Esta vocación no se comprende de una vez por todas, sino que exige comenzar de nuevo algunas veces, como le ocurrió al profeta Elías, y adaptarse a la exigencias de los tiempos. El profeta no es alguien que predice el futuro, sino que es alguien que inspira o transmite ideas a los demás. El profeta es un hombre enamorado de Dios que se deja dirigir por Él. El profeta es una persona que cuestiona porque es el mismo Dios quien le llama; su encuentro con Él es a la vez un encuentro con Dios. Es el profeta el que nos muestra nuestra manera de ser cristianos. Su forma de vivir exige una decisión por parte de quien se encuentra con él, igual que le ocurrió al profeta al encontrarse con Dios, y como les ocurrió a los que se encontraron con Juan el Bautista:
"Desde su encuentro con Dios a través del padre Huvelin, Carlos del Foucauld se adhiere a Dios con su voluntad y su corazón: "Desde que comprendí que Dios existe, no podía vivir más sin Él". Pero su inteligencia conserva aún secuelas de su viejo positivismo: "¿Cómo creer en los milagros de Jesucristo? ¿Por qué no profesar una vida religiosa alimentada a la vez por los Evangelios y el Corán?" Bastante más allá de las discusiones "intelectuales", el abbé Huvelín propone a Carlos el asiduo contacto directo con la persona de Jesús en el Evangelio, y el contacto más frecuente aún de Jesús vivo hoy en la Eucaristía, esto en una época en la que la lectura del Evangelio no estaba muy de moda, ni lo estaba mucho más la comunión frecuente. En el espíritu del abbé Huvelín, la frecuentación directa de Jesús debía traer consigo la conversión total de Carlos de Foucauld y llevar a la imitación de la humildad y de la mansedumbre de Jesús. esa imitación de Jesús "manso y humilde de corazón" se convertirá en la mayor preocupación del Hermano Carlos durante toda su vida, y la expresará más tarde en una fórmula densa de riquezas evangélicas y eucarísticas que ha de convertirse en su "nombre propio" y el de sus discípulos, que pone de manifiesto el matiz de su talante profético: "En la Eucaristía, Nuestro Señor lo da todo: se da a sí mismo entero: La Eucaristía es el Misterio del don; ahí debemos aprender a dar, a damos nosotros mismos, porque no hay don mientras UNO MISMO no SE da..." Nunca daréis tanto como te da Jesús, ni te abajarás hasta donde Él se abaja al venir a ti"
A este joven convertido, aún vacilante, y bastante imperfecto, Dios a través del abbé Huvelín, no le ofrece un cristianismo fácil. A este pagano de ayer, replegado en sí mismo y firme en su orgullo, no le propone un ideal cristiano que se conforme con "consagrar" sus cualidades y defectos naturales. Le propone, por el contrario, la verdad cristiana situada en los antípodas de su estructura íntima. Presenta a Jesús tal como es; es decir, todo lo contrario de lo que ha sido Carlos de Foucauld hasta entonces. Y el abbé Huvelín añade: "Nunca me hubiera atrevido a pedirle que practicara las virtudes de humildad, bondad y pureza, si la Sagrada Comunión no estuviera ahí para comunicárselas".
Este encuentro con Jesús en la Eucaristía y en el Evangelio le llevará más tarde a hacerse peregrino en el desierto. Allí, en soledad y en comunión, en vida dura y en ambiente de escucha, el desierto se manifestará una vez más como un don que transformará a Carlos de Foucauld en un profeta para nuestro tiempo, porque tanto el contemplativo como el profeta "se hacen" en el desierto, ya que el desierto es:
El lugar del encuentro con Dios, de la intimidad con Él. Es en el desierto donde tanto el pueblo de Israel como sus profetas tienen la oportunidad de experimentar las manifestaciones más palpables de Dios.
El lugar donde Israel se siente más pendiente de Dios. De Él depende en el alimento, en el poder encontrar agua para beber, en la orientación para no perderse en el camino. Solos en la inmensidad de las arenas sólo pueden contar con Dios.
Es en el desierto donde Israel experimenta de una manera más viva la bondad de Dios. Su misericordia, su amor, su ternura. Y es en el desierto donde Israel, junto con respuestas de fidelidad y de amor a Yaveh, adopta actitudes de pecado: desconfianza, falta de fe, olvidos, rebeldías, idolatrías.
Porque el desierto es también el lugar de la prueba. Dios quiere probar la sinceridad en el amor y la fidelidad de Israel. Y porque el desierto es también el lugar de la tentación y de la lucha, es el crisol de las fidelidades, y en nuestro caso concreto, el lugar donde se templa el talante profético del Hermano Carlos.
3.- El desierto y el hombre contemplativo
A veces tenemos miedo al desierto, a encontramos a solas con nosotros mismos y con el Señor, o tememos al desierto porque nos da miedo encontramos con su "silencio". Carlos de Foucauld no temió al desierto, lo amó. No sólo a la tierra, sino a los hombres que la habitaban, y en su amor a la tierra desértica y a los hombres, emprendió una silenciosa búsqueda, porque en el silencio percibió el deseo de una vida llena de sentido, de una vida con Dios. Lo que está ocurriendo en su interior, con la ayuda de sus consejeros espirituales, va predisponiendo su espíritu para dejarse llevar por Dios en el camino de la clarificación y purificación, llegando a aparecer en el algunos momentos como un hombre desorientado, cuando no equivocado, en un momento de la historia en el que el señuelo de la prisa, del éxito rápido y fácil chocaba con los planteamientos del Hermano Carlos, centrados en Jesús, el "Modelo Único", "el Señor de lo Imposible"
Desde el silencio y la soledad del desierto va emergiendo en Carlos de Foucauld el hombre contemplativo, profético, iluminado con la claridad de la presencia. Desde la contemplación se dispone a acoger y a asumir la realidad de la vida, porque el contemplativo es un hombre llamado a anunciar a los hermanos lo que experimenta y vive en su oración, e invita a todos los hombres a vivir reconciliados con la tierra, cercanos y solidarios con los hombres más allá de credos y de fronteras, especialmente con aquellos que sufren una experiencia de soledad y de cruz, de pobreza y marginación, de ignorancia y de injusticia.
Como auténtico orante, este hombre contemplativo, intuye que nunca se puede vivir al margen de la vida. Desentendido de los problemas de los hombres. El profeta, testigo del amor, de la misericordia y la compasión de Dios no se improvisa. No puede nacer de una oración que no sea cercana, solidaria, impregnada de misericordia.
Y este hombre solitario, aparece como un profeta, cercano y solidario, testigo de la misericordia, don de Dios, experimentado en la oración, anunciado y proclamado en la vida. Como profeta se siente y se sabe llamado por amor.  La exigencia irrenunciable de responder a la invitación de Dios es, en sí misma, una experiencia de Amor de Dios y la misericordia del Padre. "El amor consiste no en sentir que se ama, sino en querer amar: cuando se QUIERE AMAR por encima de todo, se ama por encima de todo", escribe en Beni - Abbes. Antes había escrito a su Obispo: "Por una parte, no estamos encargados de gobernar, pero por otra estamos encargados de amar al prójimo como a nosotros mismos, y, por tanto, de poner los medios necesarios para aliviar a los infortunados. Cuanto hacemos y cuanto negligentemente dejamos de hacer por ellos, lo hacemos o lo dejamos de hacer por Jesús. Por otra parte, no tenemos derecho a ser perros mudos y centinelas silenciosos; tenemos que gritar cuando vemos el mal y proclamar en voz alta lo que no está permitido: ¡desgraciados vosotros, hipócritas! De esta manera, con voz profética. Coloca a su obispo, no frente a su deber, sino frente al mismo Jesús.
La misericordia es así mismo compasión: saber compadecer en comunión interior con el dolor y con el misterio profundo de la vida de quien lo vive, es decir: vivir con alma (unánimemente), la vida, la alegría, el dolor, el camino. Y con todo ello la gratuidad, la donación y la entrega simple y por amor. Porque el amor de misericordia es un amor de gracia, que se recibe y entrega como "don". Por ello la cercanía y la solidaridad requiere un camino de superaciones como vemos a lo largo de la vida del Hermano Carlos.
4.- Aspecto del itinerario interior de su misericordia v talante profético.
Quiero señalar algunos aspectos concretos del itinerario interior de la misericordia, que se ponen de manifiesto a lo largo de su vida, después de su conversión, y que dan un toque especial a su talante profético:
La misericordia le impulsa a vivir en oración continua, y en la relación fraterna le proporciona la alegría pacificadora del amor sincero.
Asume la misericordia viviendo con alegría su entrega generosa. Pues, quien recibe el don de la entrega "alegra", no busca ni la gratitud, ni la benevolencia, y se maravilla sintiéndose renovado ante la gratuidad de Aquel que nos concede este don.
Este profeta contemplativo se esfuerza para no caer en la susceptibilidad, ni en la decepción... Se entrega con sencillez y olvido de sí mismo, convencido de que la perseverancia en la misericordia es la prolongación del amor de Cristo.
La misericordia le conduce a descubrir que depende del amor de Dios y también a experimentar que Dios es generoso en sus dones. En su contemplación experimenta que
Dios es misericordia, da la gracia y siembra el amor, por lo que opta por la profecía de la cercanía y la soledad misericordiosas, que le llevan a vivir abandonado al Absoluto de Dios, convencido de su designio de amor.
Apoyado totalmente en Jesús, abandonándose a en los brazos de Dios, muestra a las futuras comunidades un camino nuevo que andando el tiempo llevará a muchos a reconstruir en el mundo una imagen nueva de Cristo.
Haciéndonos ver la importancia del Evangelio y de Jesús, el "Modelo Único".  
Con su llamada a "gritar el Evangelio con nuestras vidas", no está diciendo que seamos fieles a nosotros mismos, porque Dios no quiere copias, sino testigos, que de manera sencilla anuncian el reino e invitan a otros a participar en su construcción.
 
LA FE EN EL SEÑOR DE LO IMPOSIBLE
Introducción
Al escoger el lema de este encuentro hemos tenido en cuenta algo que el   hermano Carlos experimentó con mucha fuerza:
Que las situaciones más duras de debilidad y de pobreza, en vez de llevarnos al fracaso, pueden ser, para nosotros, causa de fortaleza ya que, según expresión suya:
“Jesús es el Señor de lo imposible”
O dicho de otra manera nuestra fe en Jesús puede hacer:
-  que desaparezca de nuestra vida toda imposibilidad y
-  que las palabras inquietud o miedo no tengan ningún sentido para nosotros.
Lo cual significa poner en pie una dimensión fundamental de nuestra vida que es la esperanza.
Lo cual va en consonancia con este tiempo de Adviento que empezamos y con los tiempos difíciles en que nos ha tocado vivir.
 
1 – Notas definitorias
Características que diferencian a la esperanza de otros conceptos afines o próximos.
La esperanza es un deseo profundo de alcanzar algo mejor que lo que tenemos…Más que un deseo, es una convicción de que aquello que consideramos bueno y favorable se va a hacer realidad.
No tiene nada que ver pues, con un antojo, un capricho, una ilusión… o una pura fantasía.
Siempre se espera en algo bueno y favorable. Algo que es posible, pero a la vez, incierto. Precisamente esta nota diferencial de la incertidumbre es la que nos permite distinguir la esperanza del simple optimismo.
Hay muchas y diversas circunstancias en las que la gente dice estar esperanzada:
Por ejemplo, se oye decir cosas como estas:
- “tengo esperanza de que esta persona se fije en mi…”
- “tengo esperanza de conseguir ese puesto de trabajo…”
- “tengo esperanza de que no nos llueva este fin de semana…”
- “tengo esperanza de que gane mi equipo…o que me toque la lotería”
Sin duda, que algunas de estas cosas que espera la gente, aunque, para ellos tengan cierto grado de importancia, nos pueden parecer triviales y bastante irrelevantes.
Por eso tendríamos que distinguir, sobre todo, entre:
-  esperanza superficial que se centra en cosas irrelevantes y superfluas y
-  esperanza sustancial que se activa, en nosotros, en aquellas encrucijadas en las que están en juego las cuestiones, que en último término, más valoramos, aquellas que más hondamente nos importan ( ya sea a nivel personal como comunitario) y que nos sitúan en un estado de tensión y de profundo anhelo.
 
2 - ¿Es posible tener esperanza con la que está cayendo?
¿Se pueden generar formas de esperaza en medio de la injusticia y del sufrimiento?
La experiencia nos dice que si;  que a medida en que se van poniendo las cosas más feas y la realidad se va  presentando más cruda y doliente, va aumentando en nosotros esa “pasión del alma con que esperamos el bien ausente”, ese deseo profundo de alcanzar algo mejor que lo que tenemos.
De hecho, la confianza en poder alcanzar una situación mejor se ha mantenido siempre viva a lo largo del tiempo y de la historia, a pesar de los múltiples fracasos.
Por lo cual, podemos decir, ya de entrada, que la esperanza se suele mostrar con más fuerza precisamente en los tiempos de más adversidad.
Vamos a echar una mirada a nuestro mundo.
 
3 –Algunos datos de la cruda realidad del mundo
Sin duda que todos conocemos datos suficientes para hacernos una idea de la grave crisis que estamos viviendo.
Pero es curioso que siempre que hablamos de crisis nos estemos refiriendo a la crisis económica y sólo en la medida en que nos está afectando a nosotros…Sin acordarnos de la ingente multitud de seres humanos que no han conocido otra cosa en su vida mas que una permanente crisis. Son las víctimas de un sistema basado en la codicia que desprecia la vida y adora el dinero.
Sin embargo, aunque siempre aportemos datos económicos, a estas alturas, todo el mundo sabe que no se trata solo de una crisis económica.
Se trata de algo bastante más profundo. Se trata, de una crisis de valores…de una crisis de humanidad.
Se trata de un gran fracaso humano que es algo bastante más estremecedor que un mero fracaso económico.
En este sentido podemos concluir que, a nivel mundial, estamos situados como en una encrucijada donde tenemos que elegir entre dos caminos:
-   Por un lado está la dirección que hemos seguido hasta ahora y que nos ha llevado a la situación actual y que puede sumirnos, más de lo que estamos, en un escalofriante egoísmo global que nos va hundiendo a todos en la miseria: a unos (dos mil millones de seres humanos) en la miseria económica y a otros (todos los demás) en la miseria moral.
-   Y por otro lado está la dirección que nos pueda llevar a todos a crecer en humanidad y que consistiría en buscar caminos nuevos para organizar nuestra vida y nuestra sociedad que abran un horizonte de esperanza.
La historia se representa siempre como una posibilidad abierta:
     -  tanto hacia la destrucción
     -  como hacia la plenitud.
Todo depende finalmente de las libres decisiones, que la conducen y que la guían.
 
4 – Algunas datos sobre la situación que vive nuestra Iglesia
En la Iglesia de hoy observamos algunas actitudes que nos preocupan de una manera especial.
Destacamos tres:
-   una actitud autodefensiva ante la sociedad moderna.
Ante el hecho evidente de que la Iglesia va perdiendo influencia en al sociedad, no es difícil observar cómo van tomando cuerpo ciertas actitudes de nerviosismo y de miedo ante el mundo actual en el que solo somos capaces de ver a un gran adversario.
Esto provoca que, de manera casi inconsciente, muchos dirigentes eclesiásticos estén haciendo de la denuncia y de la condena todo un programa pastoral.
Lo cual está muy lejos de ese espíritu de misión, de encarnación y de pobreza que comunicó Jesús a sus seguidores cuando les envió a anunciar la buena noticia del Reino de Dios.
-   una actitud  restauracionista.
Una especie de deseo de volver al pasado y asegurar las cosas antes de que se nos caigan. Estamos corriendo el riesgo de hacer del cristianismo una religión del pasado, cada vez más anacrónica en sus actitudes, símbolos, lenguaje… y cada vez menos significativa para las futuras  generaciones. 
Lo cual está muy lejos del espíritu profético y creativo de Jesús que nos invita siempre a echar el vino nuevo en odres nuevos.
-  una pasividad generalizada.
La pasividad es la actitud mayoritaria de los cristianos que no han abandonado la Iglesia. Durante siglos se ha educado a la masa de los fieles para la sumisión, la docilidad, el silencio y la pasividad.  Lo cual nos incapacita para enfrentarnos a los tiempos nuevos y para ser lo suficientemente audaces para abrir caminos al Reino de Dios siguiendo los pasos de Jesús.
En el fondo de estas actitudes eclesiales se pone de manifiesto como el camino de la esperanza se empieza a alejar de su tiempo propio que es el futuro, y se va adentrando por otros caminos:
- el de la nostalgia del pasado (restauración)
- el de la complacencia del presente (pragmatismo).
De aquí la urgente necesidad que tenemos, hoy más que nunca, de abrir caminos a la  esperanza.
Digo “abrir caminos”… pero es cierto que la verdadera esperanza, se suele colar por cualquier rendija o por la gatera del portalón cerrado; la esperanza  aprovecha el mínimo resquicio en la situación desesperada y es capaz de abrir brecha en las grietas de la apatía y del conformismo o perforar el muro de la resignación y del desánimo.
La esperanza es muy cuca y es capaz de poner sus huevos en nuestros nidos más desvencijados.
 
5 – Hoy es tiempo de esperanza
La esperanza ha sido siempre, y debe seguir siendo, el motor de la vida y de la historia.
Pero la esperanza no va a nacer de discursos, de palabras o de estímulos.
Necesitamos construir unas nuevas bases que hagan posible la verdadera esperanza.
Y una esperanza realista, desde una perspectiva cristiana, solo se puede fundamentar en Jesucristo, el Señor de lo imposible.
Ciertamente que no sabemos cuando, ni como, ni por qué caminos actuará Dios para seguir impulsando su Reino.
Pero lo que no podemos hacer es mirar al futuro sólo desde nuestros cálculos y previsiones.
La Iglesia no puede disponer de su destino, ni puede fundamentar su porvenir en sí misma; nuestra esperanza está puesta solo en Dios porque solo Dios salva, y sólo El puede sacar adelante de una manera incansable, su proyecto de salvación en el mundo.
Dios seguirá haciendo realidad, dentro y fuera de la Iglesia, con nosotros o sin nosotros su plan de salvación.
Ni la secularización moderna, ni nuestra mediocridad van a bloquear su acción salvadora.
Dios es Dios… y esto no se nos puede olvidar.
     Y este Dios de Jesucristo es nuestro mayor potencial de esperanza.
 
6 – La fuente de nuestra esperanza
La fuerza más transformadora del cristianismo está en ser una propuesta de cambio de mentalidad para cualquiera que sienta la incertidumbre en su vida.
La alegría que da el saber que Dios ama este mundo apasionadamente y nos ama a cada uno de nosotros, es la verdadera fuente de nuestra esperanza. Desde ahí, hay un algo que nos da la certeza de que nada puede pasarle a quien cree en ese Dios de Jesús. Nadie se puede sentir alejado del amor de Dios, aunque se crea en las peores circunstancias. En el Evangelio hay constancia de esto:
Pobres, prostitutas, recaudadores, enfermos… y todos los que en tiempos    de Jesús se sentían  despreciados, impuros y culpables… recibieron de El las mayores pruebas de que Dios no les daba de lado.
Lo cual nos habla de un Dios que no abandonará nunca a nadie.
 
7 – Dios dirá la última palabra
Por eso, esperar en cristiano significa confiar en Dios como lo hizo Jesús.
Es tener la seguridad de que no hay nada que pueda perderse definitivamente. Conscientes de que todo está en manos de Dios, nos ponemos manos a la obra, como si todo dependiera de nosotros.
Jesús vivía con esta actitud; por eso se sentía libre de toda clase de miedos.
Lo expresaba al afirmar: “ No tengáis miedo a los que matan el cuerpo y no pueden hacer nada más” (Lc. 12, 4)
Este pasaje no deja de ser curioso. La fuerza de la esperanza de Jesús está en ese: “no pueden hacer más” ¡qué más se puede hacer después de haber muerto!
Pero Jesús no era un ingenuo sino que tenía una profunda convicción la de que nada ni nadie, ni siquiera la muerte, puede separar a un hombre de las manos de Dios.
La parálisis, el miedo, la incertidumbre…se superan por la fe en un Dios que dirá su última palabra, más allá de lo que muestran las evidencias de destrucción y de muerte. Esto es resucitar.
Lo cual no quiere decir que la esperanza cristiana se sitúe sólo en los límites de la existencia. La esperanza tiene una fuerza de anticipación y de todo lo bueno y todo lo bello que Dios quiere, para nosotros, la plenitud que alcanzaremos en el cielo… puede ser verdad aquí en la tierra.
Todos podemos sembrar el cielo en la tierra.
Jesús era especialista en esta apreciación. El veía como estaba brotando otro mundo positivo, el que otros no podían ver, y así se lo hacía notar a sus discípulos.
 
 8 Tanto las personas como las sociedades se definen por el contenido de sus esperanzas
La esperanza es algo tan importante que podemos decir que tanto las personas como las sociedades se definen por el contenido de sus esperanzas.
Por eso  se explica algo tan sorprendente como lo siguiente: en esta sociedad opulenta donde hay siempre algo que comer (a veces mucho), amigos que se interesan por nosotros y que nos llaman por nuestro nombre, libros, músicas, autobuses cómodos que nos trasladan de un sitio a otro y nos hacen cambiar de paisaje, grifos de agua corriente, interruptores eléctricos…sean más altos los índices de tristeza, desesperanza y de suicidio.
Y esto ¿por qué?
Pues porque, en el fondo, nuestra esperanza es totalmente superficial… porque seguimos buscando cosas superficiales y a veces superfluas que no tienen consistencia y que sólo nos pueden dar una falsa seguridad.
Y es que el dinero, el éxito, la imagen, la posición social… en realidad no son más que añadiduras que nada tienen que ver con la verdadera alegría, con el amor, con la libertad, con la belleza… y con el sentido de la vida.
Nuestra esperanza, en definitiva, con mucha frecuencia, no es una esperanza sustancial.
 
9 – Escenas de esperanza
Por eso, para adentrarnos en el núcleo de la verdadera esperanza vamos a analizar algunas situaciones de las muchas que se pueden plantear en nuestra vida:
- Todos estamos apuntados en alguna lista de espera…como este hombre que tiene que ser operado y lleva ya en lista de espera once meses…Once meses esperando…Y hoy le acaban de decir que tiene que seguir esperando cinco o seis meses más…¡Qué angustiosa es la espera!
 -  Todos hemos pasado largas horas en alguna sala de espera… como en las urgencias de un hospital (y eso que son urgencias) Para algunas personas su situación de vida se ha convertido en estar permanentemente en una sala de espera…como este joven al que me acerco y le pregunto:
-  ¿Qué haces?
-  ¡Esperando!
-  ¿Y qué esperas?
-  ¡Que me llamen!
-  ¿Y quién esperas que te llame?
-  Pues alguien… alguna persona de alguno de los 127 sitios, empresas, oficinas, centros de trabajo a los que he enviado mi curriculum…Cinco años esperando para acabar mi carrera. Y ahora ya llevo dos años esperando que me llamen, al menos para una entrevista.
La esperanza es lo último que se pierde…pero ¡qué larga es la espera!
-   Todos esperamos a alguien en el andén de cualquier estación…como esta mujer de 53 años que espera desde hace una hora el tren expreso que viene de Francia. Está nerviosa y está contenta a la vez. Está inquieta…De vez en cuando levanta la cabeza para mirar el gran reloj redondo que cuelga del techo del andén…Ahora acaban de anunciar los altavoces que, dentro de breves momentos el tren expreso procedente de Irún, hará su entrada por vía primera, andén primero. La mujer, casi toda de negro, espera abrazar pronto a su hija a la que no ve desde hace tres años… ¡Qué inquieta es la espera!
Partiendo de estas escenas nos podemos plantear algunas preguntas: ¿Qué elementos comunes se dan  en estas situaciones tan distintas?
¿Cómo se va mostrando a través de nuestras aspiraciones inmediatas, el contenido más profundo y mas sustancial de nuestra esperanza?
 
10  - ¿Qué esperamos? y ¿Qué podemos esperar?
Para dar respuesta a estas preguntas, quiero empezar diciendo que al hablar de auténtica esperanza sustancial no nos referimos sólo a la esperanza teologal que trasciende este mundo y que viene a decirnos que la muerte no tiene la última palabra, nos referimos, además, a toda legítima aspiración, y a toda esperanza humana.
Y aunque es verdad que estamos abordando el tema desde una óptica cristiana no queremos perdernos en disquisiciones teóricas, distinguiendo y separando la esperanza humana de la cristiana.
Queremos hacer nuestro, en este sentido, el comienzo del famoso Documento del Vaticano II “Gaudium et Spes”         
“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (n.º 1)
Esto es lo que pretendemos: que encuentren hoy, un eco especial en nuestro corazón las esperanzas de los más pobres y desamparados de la tierra:
- los oprimidos
- los excluidos
- los suprimidos…
porque todos esos “donnadie” son los lugares privilegiados para que surja la verdadera esperanza.
 
11  – La verdadera esperanza es patrimonio de las víctimas
Si la esperanza se nos ha dado para intentar caminar, es a los caminantes a quienes hay que dirigir la mirada, no a los instalados.
Sobre todo a los caminantes que han sido maltratados, a las víctimas apaleadas que sangran al borde de todos los caminos.
Es a ellas a quienes hay que preguntar: como esperan y como desesperan, en quien confían y a quien temen…
Y desde las victimas es desde donde se le ve el plumero a un modelo de sociedad, como la nuestra, sin alternativas que condena a muchos seres humanos a la pobreza y la exclusión… y más allá del cual solo se fomenta la pasividad, la inercia y la dominación.
La esperanza es para los desesperanzados;  para aquellos que la necesitan para vivir y en aquellas situaciones donde sólo ella puede dar razones para salir adelante.
Los instalados y los salvados no la necesitan.
Por eso mientras una ola de impotencia recorre las sociedades de la abundancia, la esperanza ha puesto su domicilio entre los empobrecidos de los “sures” y en los excluidos de los “nortes” de la tierra. O sea, en las víctimas del Sur y del Norte.
Por eso hoy los verdaderos creadores de esperanza  no son los defensores de la “modernidad” y del “progreso” sino los perdedores.
De este modo, la esperanza  acampa donde menos se la espera, en las periferias, en los gritos de las víctimas; es allí donde se vislumbra la realidad como esperanza; una esperanza que se oculta a los satisfechos y se desvela a los hundidos.
Así mismo, estos sujetos históricos de la esperanza serán los únicos capaces de universalizarla ( de abrir caminos de esperanza para todos) ya que si ellos, siendo víctimas, han podido esperar, nadie tiene ya razones para desesperar.
Si en el interior del holocausto nazi o en el Gólgota o en los terremotos centroamericanos… se esperó, nadie tiene razones para dejar de hacerlo. Si ellos tienen motivos de esperanza, todos podemos tenerlos.
En consecuencia, la esperanza de los últimos no es solo para ellos.
¿Por qué?
-   porque, desde ellos, se ven engañosas las propuestas de un modelo de sociedad sin alternativas.
-   Porque, desde ellos, se ven mentirosos los discursos actuales de los políticos, que solo sirven para justificar la injusticia.
-   y, sobre todo, porque desde ellos, se ve como la humanidad se ha quedado sin referentes para caminar. A pesar de lo cual, ellos están saliendo adelante sin imágenes establecidas ni guiones previos: no saben demasiado, pero saben lo suficiente para sobrevivir gracias a la fuerza y al dinamismo de su esperanza.
En estos escenarios en los que viven los más pobres, se camina sin referentes y sin imágenes porque allí la esperanza no está reñida con la oscuridad como postulaba aquella tradición bíblica, que prohibía hacer imágenes de la tierra prometida a la vez que impulsaba a caminar hacia ella.
Porque es precisamente en la quiebra de este mundo inhumano, donde se abre el futuro como promesa para todos.
Desde esta perspectiva, decía el Concilio Vaticano II:
“El porvenir está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar” (Gaudium et Spes n.º 31)
 
12 – La solidaridad, generadora de esperanza
Según esto, la solidaridad con los últimos y con los crucificados es, sin duda, el mayor generador de esperanza porque es lo que realmente universaliza la esperanza.
Y esta solidaridad podemos decir que se despliega en 6 potenciales:
- La indignación:
Todo lo que es injusto e inhumano nos hiere, nos ofende… y nos indigna. La indignación y la protesta es un ejercicio solidario porque parte de la convicción de que se necesita un mundo radicalmente distinto que garantice una vida digna para todos. No valen los remiendos El Mundo nuevo hay que formarlo desde el principio y desde su raíz.
Esta solidaridad como transgresión y como indignación supone una brecha abierta a la esperanza, sobre todo, para la conciencia cristiana.
Esto es lo que hace mantener la confianza en Dios en medio de las crisis históricas: cuanto más grave es la crisis del pueblo, con más fuerza se espera la salvación del Dios de lo imposible; de modo que ni los mayores escándalos de la historia pueden hacer sucumbir la esperanza.
- La justicia:
En los caminos desérticos y en las sendas oscuras producidas por la injusticia aparece el sentido de la esperanza como reclamo de una realidad más ajustada a la dignidad de los seres humanos.
La universalidad de la esperanza se alcanza a través del hambre y sed de justicia que es una forma histórica de solidaridad con las víctimas.
La expresión máxima de la esperanza cristiana es la resurrección de los muertos porque  expresa la justicia que hace Dios resucitando a su Hijo Jesús a quien este mundo ha asesinado injustamente.
De la misma manera la esperanza solidaria del cristiano espera la propia resurrección y la de todos los crucificados, como superación del escándalo histórico de la injusticia.
- La compasión:
La esperanza se ha dado para los desesperanzados, por lo cual nadie puede poseerla sólo para si mismo, sin perderla.
La razón de la esperanza es entregarla solidariamente en forma de compasión hacia el otro. Lo cual se pone de manifiesto:
-   cuando se acompaña al desahuciado,
-   cuando se consuela al derrotado,
-   cuando se genera ánimo para el deprimido,
-   cuando se defiende un derecho pisoteado…
Esta sensibilidad ante el sufrimiento de los demás nos obliga a mirarnos continuamente en los ojos de aquellos que sufren o están amenazados.
Quien busque al Dios de la esperanza o crea en el Señor de lo imposible verá que no puede dar rodeos y pasar de largo ante la desgracia de los demás, como insinúa la parábola del buen samaritano.
- La reciprocidad:
El dinamismo de la solidaridad, que genera esperanza, nace de la convicción de que dar es siempre recibir. Mientras el pobre (que cree no tener nada) pueda dar algo y el rico (que cree tenerlo todo) pueda recibir algo habrá esperanza para todos.
Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver cómo la gente echaba dinero para el tesoro; pasaban ricos y daban mucho, pero también se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Jesús entonces llamó a sus discípulos y les dijo: «Yo les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros. Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus recursos.» (Mc 12, 41-44)
La ayuda sin reciprocidad es un ejercicio de poder que no dignifica. La solidaridad, por el contrario, está siempre abierta a recibir del otro.
Las formas de esperar y desesperar que tienen los empobrecidos y excluidos pueden ser buena noticia para los satisfechos; porque ellos revelan a los pueblos de la abundancia que se puede vivir mejor y ser más humano y más feliz de otra manera (y  no según los criterios del egoísmo, el consumismo, el individualismo …)
- El ánimo:
Con la solidaridad, nace un potencial nuevo: el ánimo, que es como una energía que nos impulsa hacia arriba, hacia aquello que tiene valor.
El ánimo es la fuerza que nos empuja a superar la rutina de lo cotidiano.
Sin embargo el ánimo no está reñido con la oscuridad pues aunque caminemos en medio de dificultades y con una gran pobreza de medios, en vez de tirar la toalla, sentiremos una fuerza irresistible que nos empujará para seguir adelante.
- La celebración:
La celebración personal y comunitaria regenera tanto la solidaridad como la esperanza.
“Si calla el cantor calla la vida”
La fiesta  y la celebración no es para evadirnos de la realidad o de los problemas de la vida, sino para todo lo contrario.
La celebración nos tiene que servir para tomar conciencia de que si la esperanza nos anuncia un futuro sin males es para que nos comprometamos decididamente en transformar el presente.
 
13 – “Lugares” de aprendizaje y ejercicio de la esperanza cristiana
El papa Benedicto XVI en su encíclica “Spe Salvi” (“Salvados en esperanza”) en el n.º  32 dice que los “lugares” de aprendizaje de la esperanza cristiana son: 
- La oración:
Es el lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza. Es la mejor escuela de la esperanza.
“Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar -, El puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad…; el que reza nunca está solo”.
Pone, a continuación el ejemplo del cardenal Van Thuan que estuvo trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total… y la escucha de Dios y el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, esa esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad. (Su testimonio ha quedado recogido en el pequeño libro: “Oraciones de esperanza”)
San Agustín también ilustró de forma muy bella la relación íntima que existe entre la oración y la esperanza.
El define la oración como un ejercicio del deseo. El hombre ha nacido para Dios mismo, para ser colmado por El. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega; por eso tiene que ser ensanchado
 “Dios, retardando su don, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma, y ensanchándola, la hace capaz de su don”
Y utiliza una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento y preparación del corazón humano:
“Imagínate que Dios quiere llenarte de miel (símbolo de la ternura y la bondad de Dios); si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel?”
El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor.
La oración es pues, un proceso de purificación interior, que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso capaces también para los demás.
En la oración aprendemos:
- que es lo que verdaderamente podemos pedirle a Dios,
- que no podemos rezar contra el otro,
- que no podemos pedir cosas superficiales y banales…
Hay muchas pequeñas esperanzas equivocadas que nos alejan de Dios y de los demás.
Por eso la oración es la mejor escuela en la que tenemos que aprender a purificar nuestros deseos y nuestras esperanzas y a liberarnos de todas las mentiras ocultas con las que nos engañamos a nosotros mismos.
- El sufrimiento:
El sufrimiento forma parte de la existencia humana.
En la lucha contra el dolor físico se han hecho grandes progresos, aunque en las últimas décadas ha aumentado el sufrimiento de los inocentes y también las dolencias psíquicas.
Es cierto que debemos hacer todo lo posible por superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos.
Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptarlo y de madurar en él.
El sufrimiento y los tormentos pueden ser terribles y casi insoportables. Sin embargo tenemos testimonios de cómo puede surgir en medio de la oscuridad la estrella de la esperanza y cómo en medio del amenazante oleaje  se puede fondear con el ancla de la esperanza en la profundidad de Dios.
El sufrimiento, sin dejar de ser sufrimiento, se puede convertir, a pesar de todo en canto de alabanza.
En este contexto quisiera citar algunas frases del mártir vietnamita Pablo Be-Bao-Thin (+ 1857) en las que resalta esta transformación del sufrimiento mediante la fuerza de la esperanza:
“Yo Pablo, encarcelado por el nombre de Cristo, os quiero explicar las tribulaciones en que me veo sumergido cada día para que alabéis conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia.
Esta cárcel es un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos, cadenas de hierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias, peleas, maldiciones, angustias y tristeza… En medio de estos tormentos, que aterrorizarían a cualquiera, por la gracia de Dios, estoy lleno de gozo y alegría porque no estoy sólo sino que Cristo está conmigo…
Le pido a Dios que me siga dando su apoyo para que su fuerza se manifieste en mi debilidad…
Hermanos, os escribo todo esto para que se unan vuestra fe y la mía. En medio de esta tempestad echo el ancla hacia el misterio insondable  de Dios, esperanza viva de mi corazón”.
Realmente es una carta escrita desde “el infierno”  pero también en el peor de los infiernos puede brillar la luz de la esperanza.
La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre.
Sufrir con el otro, o sufrir por los otros… sufrir por amor, sufrir por la verdad, sufrir por la justicia… son elementos fundamentales de humanidad.
Pero una vez más surge la pregunta: ¿somos capaces de ello? ¿el otro es tan importante como para que, por él, yo me convierta en una persona que sufre? ¿es tan importante para mi la verdad como para compensar el sufrimiento? ¿es tan grande el amor que justifique el don de mi mismo?... En la historia de la humanidad, la fe cristiana ha tenido el mérito de responder  de una manera nueva y profunda a estas preguntas.
La fe cristiana nos ha enseñado que verdad, justicia y amor no son simplemente ideales, sino realidades de enorme densidad ya que Dios mismo es la Verdad, la Justicia y el Amor en persona… y que el hombre tiene un valor tan grande para Dios que El mismo se hizo hombre para poder com-padecer (compartir nuestra vida y nuestro dolor).
Por eso, en cada pena humana ha entrado el consuelo del amor de un Dios que se implica hasta el punto de jugarse la vida por acabar con el sufrimiento del mundo… y ahí es donde aparece y empieza a brillar la estrella de la esperanza.
Por eso necesitamos el testimonio de tantos hombres y mujeres que han abierto caminos y horizontes de esperanza.
Los necesitamos en las pequeñas alternativas de la vida cotidiana y en los momentos decisivos de nuestra existencia.
 

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