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"Es casi imposible para el espíritu moderno captar el realismo y la objetividad con que los cristianos de estas épocas (s.VI) consideraban la participación litúrgica en los misterios de la salvación. La conmemoración y la representación mística de la historia sagrada eran, al mismo tiempo, la iniciación y el renacimiento de la criatura en una existencia eterna. En este plano el antiguo orden ya había desaparecido y el mundo eterno invadía e inundaba el mundo temporal, de modo que la creación volvía hacia su fuente espiritual y la humanidad se unía con las jerarquías angélicas en una acción espiritual común. Los aspectos teológicos y metafísicos de esta concepción de la liturgia alcanzaron pleno desarrollo durante un período en la Iglesia bizantina por obra de escritores como el Pseudo-Dionisio y san Máximo el Confesor. pero no existía verdadera diferencia entre Oriente y Occidente en esta materia, puesto que en los siglos VI y VII todas las tradiciones litúrgicas distintas participaban de un mismo espíritu litúrgico y de una misma theoria, que era la herencia común de la Cristiandad oriental y occidental.
Así en Occidente, después de la caída del Imperio, la Iglesia poseyó en la liturgia una rica tradición de cultura cristiana como sistema de culto, una estructura de pensamiento y un principio de vida. Y a pesar de la decadencia general de la cultura esta tradición siguió desarrollándose espontáneamente y produciendo frutos distintos de acuerdo a la complicada evolución de los varios ritos occidentales. Así las ricas liturgias, tan llenas de colorido, de la España visigótica y de la Galia morovingia; así la tradición de la Italia septentrional, representada por el rito ambrosiano, y finalmente, la antigua y conservadora tradición romana, que desde tiempos de san Gregorio Magno, ejerció una influencia reguladora de largo alcance en todas las iglesias occidentales.
La conservación y desarrollo de esa tradición litúrgica fue una de las principales preocupaciones de la Iglesia en la "Edad oscura" que siguió a la conquista bárbara, pues ésta fue la vía por la que se conservo la vitalidad y la continuidad de la vida interior de la Cristiandad, simiente del nuevo orden. Pero esto requirió una concentración de energía religiosa e intelectual que no podía encontrarse en la cultura moribunda de la antigua ciudad ni en la tradición de escuelas representadas por literatos como Venancio Fortunato o Enodio.
Resolvió el problema el nacimiento de una nueva institución que llegó a ser guardiana de la tradición litúrgica y órgano social de una nueva cultura cristiana. Cuando sobre Europa occidental la oscuridad se hizo más espesa, los monasterios, más que las ciudades, conservaron la tradición de la cultura latina y los ideales de la vida cristiana. Los monjes fueron apóstoles de Occidente y los fundadores de la cultura medieval.
(CH.DAWSON,
Los orígenes religiosos de la cultura occidental: la Iglesia y los bárbaros, en
Religion and the Rise of Western Culture)
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