Sobre la Libertad que nos ha dado Dios para Confiar en El
1. ABRAHÁN, MODELO DE CONFIANZA EN DIOS
Si hay alguien que es modelo de confianza en Dios y que es capaz de confianza plena, entrega ilimitada, y que sobresale por sobre muchos en el Antiguo Testamento, es Abrahán, por eso también se le ha llamado el padre de la fe, y el padre de los creyentes. "Creyó en el Señor, y el Señor le consideró como un hombre justo" (Gn 15,6). La confianza en Dios lo lleva a esperar lo imposible, es decir, un hijo en su ancianidad (Gn 18,4). En efecto, es extraordinario como un hombre que ya está en la ancianidad, con la vitalidad reducida por los años, se transforma en vida en virtud de su confianza en Dios, El (Abrahán)| esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones según le había sido dicho: Así será tu posteridad. No vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor - tenía unos cien años - y el seno de Sara, igualmente estéril. Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido. (Romanos 4, 18-22). Abrahán, por encima de toda esperanza humana, en su ausencia de vacilación, en su persuasión firme de que Dios es capaz de realizar todo lo que ha prometido, de forma que Abrahán se convierte en el amigo de Dios. “Dichoso el hombre aquel que en el Señor pone su confianza” (Salmos 40,5)
Todo sería distinto en nosotros, si fuéramos capaces de depositar en Dios la misma confianza que abrigó en su vida nuestro padre de la fe. Y donde está la dificultad? Porque nos cuesta tanto confiar en Dios?
2. PARA CONFIAR, SE REQUIERE UNA CONDICIÓN DE HUMILDAD,
La confianza en Dios supera los límites y las impugnaciones de la razón humana, renunciando a contar con uno mismo. Cuando el hombre, a pesar de todo cuanto le pueda suceder, está consciente de su propia incapacidad, de la insuficiencia de cualquier garantía humana, incluso milagrosa -siempre abierta a seductoras explicaciones racionales-, duda de sí misma, entonces se abre a la intervención divina, para lo cual solo se requiere tener un corazón bien dispuesto y humilde. Modelo de esto, es el de María, que es proclamada "dichosa por haber creído que se cumplirían las cosas que había dicho el Señor..., que se ha fijado en la humilde condición de su esclava" (Lc 1,45 Lc 1,48).
Es así, como para confiar, hay que sentir de corazón que se tiene y se vive una condición de humildad, y por sobre todo no gloriarse en sí mismo; “a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor”. (1 Corintios 1, 31). Esta actitud permite recibir el don que el Padre hace de sí mismo al hombre en Jesucristo.
Pero en todas partes nos encontramos con personas autosuficientes que no sienten la necesidad de confiar en Dios. En efecto, cuando el hombre se siente muy seguro de sí mismo, en el sentido de que se razone y se cree autosuficiente, satisfecho de las obras que hace, se acepta en la propia grandeza, rechaza la sabiduría divina y prefiere vivir la sabiduría de este mundo, se está cerrando a la salvación que nos ha traído y explicado de Cristo a través de los Evangelios.
Es común ya en estos tiempos oír que la predicación del Evangelio, es una majadería y una tontería sin sentido, pero esto no es nada nuevo, San Pablo (Cfr.1Corintios 1,17-31), cuando se refiere al “Escandalo de la Cruz”, porque predicamos a un Cristo crucificado, se encontró con las mismas objeciones de los que no creían y no confiaban en su predicación, donde para los judíos era un escándalo y para el resto una estupidez, por tanto la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros - es fuerza de Dios. (1 Corintios (SBJ) 1, 18)
3. LA CONFIANZA QUE JESÚS PROPONE SUPERA LA INTELIGENCIA HUMANA.
La adhesión al amor absoluto sólo es posible a la confianza; creer es un acto libre, es un querer creer, como se deduce de los milagros. Es algo que provoca la confianza en Jesús, como en el caso del en aquel ciego de Jericó, mendigo que estaba sentado junto al camino que se pone a gritar, a pesar de los reproches de la gente y que al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! (Marcos 10, 46). Otro caso destacable, es la reflexión secreta de la mujer tímida y desconfiada, segura, sin embargo, de que podrá curarse por el sólo contacto con el manto de Jesús; “Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré”. (Marcos 5, 28). Sumemos también otros ejemplos tales como la petición de perdón, con sus gestos, de la pecadora poco preocupada del juicio de los presentes quien al saber que estaba comiendo Jesús en casa del fariseo, le llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. (Lucas 7, 37).
Son muchos los ejemplos que podemos observar donde se pone la total confianza en el Señor, y es admirable como algunos llegan a tener certeza del poder de Jesús sobre el mal, como la que nos muestra el oficial romano que tenía un criado enfermo y que expresa; “Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. (Lucas (SBJ) 7, 6-8).
Pero uno de los llamados a la confianza más importante que nos ha enseñado Jesús, es aquel recurso infalible a la fuerza de Dios que es la oración: " Por eso les digo: todo cuanto pidan en la oración, crean que ya lo han recibido y lo obtendrán”. (Marcos 11,24)
4. CREO SEÑOR, CONFIO EN TI
La confianza en el Señor, creer en él, nos hace una natural atracción, que se llega a convertir en adoración, un impulso hacia la persona de Jesús, que se convierte en fervor como aquel padre del ciego de nacimiento, al cual Jesús le abrió los ojos con barro y al volverse a encontrar con Jesús le respondió: “Creo, Señor” Y se postró de rodillas ante él. (Juan 9, 38). Jesús exige que nos fiemos de su persona a través de la aceptación de su testimonio. Y así es como nos dice; El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; y luego nos advierte; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios. (Juan 8, 45).
Mientras estuvo en Jerusalén, creyeron muchos en su nombre al ver las señales que realizaba. No obstante, Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos y no tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el hombre y las dificultades que hay para que le tengan confianza. (Juan 2,23). Por esa razón, Jesús nos va a preguntar siempre; ¿Crees esto?, como le preguntó a Marta el día que resucitó a Lázaro y donde ella le dice; “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo. (Juan 11, 27), y la respuesta de Jesús es una de las contestaciones más sorprendente de todo el Evangelio, y nos debe hacer reflexionar profundamente, “¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?” (Juan 11, 40).
Y si nos falta confianza en Jesús, no tengamos miedo en pedirla, como aquel que le trajo un hijo que tenía un espíritu mudo, y tímidamente le dice al Señor si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros, y entonces Jesús le dijo: “¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!” y a instante, gritó el padre del muchacho: “¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Marcos 9,23)
5. LA LIBERTAD DEL HOMBRE PARA CONFIAR EN DIOS
Somos absolutamente libres para depositar nuestra confianza en Dios, y solo si tenemos fe en El, podemos sentir como él se nos revela. No hay otro modo, creemos en Dios y entonces somos capaces para abandonarnos en sus manos de forma totalmente libre, prestándole la total aprobación del intelecto, de la voluntad y consintiendo libremente en la revelación que él nos hace. Solo mediante este abandono y confianza en Dios, es cuando podemos fundamentar en nosotros, en el corazón, en el alma y en la razón, la existencia en Dios mismo, apoyados por el misterio de su palabra y de su gracia.
Esta es la libertad que nos ha dado Dios, renunciar a vivir de la confianza en sí mismo, como en los demás hombres o en el mundo, para abandonarse absolutamente al Dios. Evidentemente, todo esto, que para muchos va a resultar muy discutible, va más allá del horizonte de la inteligencia humana y acepta como verdad absoluta la revelación de Dios en Cristo y se abandona a la gracia de Dios como garantía única de salvación. Todo esto implica una decisión que puede ser considerada como valerosa, porque superamos la tensión que nos pone el razonamiento, y preferimos la confianza y abandonarnos al Señor.
“En esto está la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que hayamos pedido”. (1 Juan 5, 14-15)
El Señor, nos alimente de Fe
Fuentes:
Biblia de Jerusalén
Diccionario Teológico Ravasi
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