jueves, 29 de agosto de 2013

Espíritu

       

 


Dios creador
 
Para completar esta entrada conviene mirar también la voz Espíritu Santo.

En el Antiguo Testamento

En hebreo, la palabra rúaj designa en primer lugar el aire en movimiento: el soplo, el viento, por tanto un dinamismo, una fuerza. Designa también la respiración, el aliento: el signo más visible de la vida. Para los israelitas, este principio vital no es inmanente al hombre; le es dado por Dios durante su creación*: el Señor «sopló en su nariz un hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente» (Gn 2,7). En efecto, la rúaj designa también el «soplo de Dios», con las imágenes del viento y del soplo vital: «Si retiras tu soplo, expiran y vuelven al polvo. Envías tu espíritu, los creas, y renuevas la faz de la tierra» (Sal 104,29-30). Por otra parte, toda la creación es atribuida al poder de esta energía vivificante: «La palabra del Señor hizo los cielos, el aliento de su boca, todas sus estrellas» (Sal 33,6). El viento es una de las armas de Dios cuando combate a los egipcios para salvar a Israel (Ex 14,21).
La rúaj del Señor es ante todo una realidad religiosa; su acción sobre el hombre es experimentada como vivificante o creadora. Se manifiesta sobre todo por la fuerza comunicada a algunos individuos, que se vuelven capaces de llevar a cabo acciones excepcionales para liberar o para salvar al pueblo, especialmente los jueces (en particular Sansón: Jue 14,6.19; 15,14) Y los reyes (David: 1 Sam 16,13); éste será el caso del mesías, el rey ideal (Is 11,1-3). Moisés deseaba que todo el pueblo recibiera el Espíritu de Dios y se convirtiera en profeta* (Nm 11,29). El profeta Ezequiel habla frecuentemente del Espíritu de Dios que debe transformar el corazón de los creyentes (Ez 36,25-26; 37,5-10.14). Pero los demás profetas prefieren hablar de la fuerza interior que les anima, la Palabra* de Dios (Jr 20,9). Entre los sabios de los últimos siglos, la Sabiduría* de Dios es comparada a veces con su Espíritu: «¿Quién conocería tu designio, si tú no le dieras la sabiduría y enviaras tu santo espíritu desde los cielos?» (Sab 9,17).

En el Nuevo Testamento

Rúaj es traducido al griego por pneuma, y puede significar: el viento (Jn 3,8), el soplo, la respiración (Lc 23,46), la inteligencia (Mc 2,8) e incluso un fantasma (Lc 24,37). Se habla también de «espíritus impuros», que son los demonios, fuerzas diabólicas que Jesús combate (Mc 1,23.27). Pero la palabra designa sobre todo al Espíritu de Dios, «el Espíritu Santo»; es él quien conduce a Jesús (Mc 1,1) Y le lleva a actuar con poder, mientras que algunos le creen poseído por un espíritu impuro (Mc 3,28-30).
En los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu Santo es el gran actor de la expansión misionera; su venida es visible en los tres «Pentecostés»; en Jerusalén (Hch 2,4.19), en Samaría (Hch 8,17) Y en Cesarea, sobre Cornelio y otros paganos (Hch 10,44-47). Es Pablo quien mejor habla del Espíritu Santo como fundamento dinámico de la vida cristiana. Porque el Espíritu Santo ha resucitado a Jesús de entre los muertos, recrea y transforma a los bautizados (Rom 8,10-11); hace de ellos los miembros del «cuerpo de Cristo», concediéndole a cada uno sus carismas, sus dones (1 Cor 12,4-11).
En el evangelio de Juan, Jesús anuncia que enviará al Espíritu Santo como otro defensor o abogado, el « Paráclito», para continuar y desarrollar su obra (Jn 14,26); «el Espíritu de la verdad os iluminará para que podáis entender la verdad completa» (Jn 16,13). Una vez resucitado, Jesús «sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22).

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