miércoles, 28 de agosto de 2013

Homilía Misa Exequias mi Padre Manuel.

 
 
Hoy mi Padre Manuel Robledo, quien en vida amo intensamente a Dios y me formó en una vida Cristiana y Católica, ha sido llamado a sus 89 años a vivir eternamente en la casa de Su Padre, mi Padre y padre de Todos. (Cáncer esofágico)  El, en sus últimos minutos de su vida terrenal, como hombre de fe y seguidor de las enseñanzas de Cristo, tenía la convicción de que la muerte no solamente no es el fin, sino que por el contrario es el principio de la verdadera vida, la vida eterna que nos prometió Jesucristo nuestro Señor.
¡Qué maravilla llegar a comprender que la muerte es el inicio de la verdadera vida y que todo esto no ha sido sino un ensayo, un camino, una invitación! Y a pesar de todo, la comunidad celebra la muerte con esperanza, mi papa, lucido hasta el último instante, contra toda evidencia, murió confiado, con una oración en su corazón: "En tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc.23:26)
"En el corazón de la muerte, nos queda el gozo de la esperanza en la resurrección, el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz. La muerte corporal será vencida."
Vivimos normalmente un determinado número de años, habiendo sufrido, como todo el mundo, algunas enfermedades pasajeras. Pero un buen día, descubrimos con pena que tenemos alguna enfermedad grave, y ese cuerpo tan fiel, tan duradero, tan útil, se nos empieza a desmoronar irremediablemente. Y después de muchos o pocos cuidados, en un plazo más o menos corto, morimos, es decir al final, de una manera u otra, todos moriremos. Nadie, absolutamente nadie, escapará de la muerte. Es la realidad más irrefutable del mundo. Desde que somos concebidos en el vientre de nuestra madre, somos por definición, mortales.
 
¿SABEMOS ALGO DEL MAS ALLA?
 
Desde que el hombre es hombre, ha tenido la intuición de que la vida, de alguna manera, no termina con la muerte. Es así, como el hombre siempre ha intentado de mil maneras, entrar en contacto con los difuntos. Diversas clases de espiritismo, apariciones, fantasmas, ánimas en pena, han sido un vano y supersticioso intento de trasponer los dinteles de la muerte y saber algo del más allá. ¡Cuántas teorías ha inventado el hombre! ¡Cuántos experimentos ha hecho! se difunden libros, novelas y revistas desde las más inocentes hasta las más terroríficas, en la televisión se muestran reportajes que pasan por la ciencia-ficción que aparentando solidez científica, no obstante, todo esto, hace que podamos descubrir cuanta  falsedad se expone sobre este tema.
La realidad es que nuestros esfuerzos por investigar lo que sucede después de la muerte son por demás frustrantes. Podemos decir que todo queda en especulaciones, algunas totalmente equivocadas o fraudulentas, que no explican nada ni consuelan a nadie. No sabemos prácticamente nada, por mucho que trate de buscarse un explicación, basado solo en hipótesis absurdas.
 
UNA LUZ EN LAS TINIEBLAS.
 
Sin embargo nuestro Padre Creador, quien de verdad nos ama intensamente y se preocupa de verdad por nosotros ahora y por la eternidad, profundo conocedor de nuestra naturaleza humana, no podía habernos dejado en completas tinieblas acerca de un asunto tan inquietante e importante como es la muerte y lo que sucede en el más allá. En su inmenso amor por la humanidad, nos envió a Su Hijo único, Nuestro Señor Jesucristo, como Luz del Mundo.
En Jesucristo Nuestro Señor todas las tinieblas quedan disipadas. Su infinita sabiduría nos ilumina hasta donde Él quiso que viéramos, por eso nos anunció: "Yo soy la Luz del Mundo. Quien me sigue no andará en tinieblas".
 
SOMOS INMORTALES.
 
Toda la Sagrada Escritura nos enseña, pero especialmente el Nuevo Testamento nos descubre el sentido de la vida y de la muerte y nos hace observar lo que Dios tiene preparado para nosotros en la eternidad que nos ha prometido Jesucristo, Nuestro Señor. Lo primero que debería asombrarnos es que Dios, el eterno por excelencia haya querido compartir nuestra naturaleza humana hasta el grado de sufrir El también la muerte. No obstante, Jesucristo no vino a suprimir la muerte sino a morir por nosotros. "Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil.2:8). El misterio de la Cruz nos enseña hasta qué punto el pecado es enemigo de la humanidad ya que se ensañó hasta en la humanidad santísima del Verbo Encarnado.
En su vida pública, el Señor Jesús se refirió de muchas maneras al momento de la muerte y su tremenda importancia. Cuando murió su amigo Lázaro, ante la profesión de fe de Marta, el Señor dijo: "Yo soy la Resurrección. El que cree en Mí, aunque muera vivirá. El que vive por la fe en Mí, no morirá para siempre" (Jn. l1:25)
Hay que tener en cuenta que cuando Jesucristo habla de la vida, en ocasiones se refiere explícitamente a la vida del cuerpo, que promete será restituida con la resurrección de la carne: "No se asombren de esto: llega la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán mi voz. Los que hicieron el bien, resucitarán para la vida; pero los que obraron el mal, resucitarán para la condenación" (Jn.5:29).
En otras ocasiones, en cambio, se está refiriendo a la Vida de la Gracia o sea a la participación de su propia Vida Divina que nos comunica por amor. Ejemplo de esto es el sublime discurso del "Pan de Vida "que San Juan nos transcribe en su capítulo sexto: "yo soy el Pan vivo bajado del Cielo; el que coma de este Pan, vivirá para siempre" (Jn.6:51). Y más adelante, en el versículo 54 nos hace esta maravillosa promesa: "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día".
 
MUERTE Y RESURRECCION.
 
Así, el cristiano sabe que la muerte no solamente no es el fin, y mi papa, lo tenia muy presente, y fue su gran enseñanza, que a pesar de muchas opiniones, por el contrario, la muerte es el principio de la verdadera vida, como el grano que muere para dar sus frutos. Para mi papa, la vida eterna, con convicción plena, le llenaba de gozo el corazón.
En cierta manera, desde que por los Sacramentos gozamos de la Vida Divina en esta tierra, estamos viviendo ya la vida eterna. Nuestro cuerpo tendrá que rendir su tributo a la madre tierra, de la cual salimos, pero la Vida Divina de la que ya gozamos, es por definición eterna como eterno es Dios.
Llevamos en nuestro cuerpo la sentencia de muerte debida al pecado, pero nuestra alma ya está en la eternidad y al final, hasta este cuerpo de pecado resucitará para la eternidad. San Pablo (Rom.8:11) lo expresa magníficamente:
Digan lo que digan, los cristianos iluminados por la fe, vemos la muerte con ojos muy distintos de los del mundo. Si sabemos lo que nos espera una vez transpuesto el umbral de la muerte, puede ésta llegar a hacerse deseable. El mismo San Pablo, enamorado del Señor, se queja "del cuerpo de pecado" pidiendo ser liberado ya de él. "Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia" (Fip.1:21) "Cuando se manifieste el que es nuestra vida, Cristo, ustedes también estarán en gloria y vendrán a la luz con El" (Col.3,4).
 
EL CIELO
 
Por desgracia somos tan carnales, tan terrenales, que nos aferramos a esta vida, eso es normal, porque después de todo, es lo único que conocemos, lo único que hemos experimentado.
Y por tanto, a partir del uso de la razón, aprendemos a discernir entre las cosas buenas de la vida y las malas, entre lo bello y lo feo, entre lo placentero y lo desagradable. Y trabajamos arduamente para obtener de la vida lo mejor para nosotros. Todos los afanes del hombre están motivados para acomodarnos en la tierra lo mejor que podamos.
No podemos negar que la vida puede ofrecernos cosas preciosas. Gozar de la belleza del mundo prodigioso, abrir los sentidos al cosmos entero, la inteligencia a los secretos que la materia encierra, aprender a amar y ser amados, crear obras de arte, terminar bien un trabajo, ver el fruto de nuestros afanes, tener lo que llamamos "satisfactores" por que precisamente satisfacen nuestros gustos, conocer otras culturas, leer un buen libro, etc...
No es fácil relativizar todo ello o restarle importancia. Nuestros parientes y amigos, nuestras posesiones, nuestros proyectos, nuestras aspiraciones e ilusiones, son todo lo que tenemos y por lo que hemos trabajado toda la vida. Nos hemos gastado en ello, invirtiendo todas nuestras fuerzas.
Y por ello, ni pensamos en la otra vida. Ni en el Cielo ni el Infierno. Ni el Cielo nos atrae, ni el Infierno nos asusta. Vivimos sumergidos en el tiempo, como si fuéramos inmortales. Por esa razón, cuando hablamos del Cielo o de Infierno, a muchos les llega hasta parecer ridículo. ¡Y sin embargo es, una cosa u otra, nuestro destino ineludible!, por los que en este instante les invito a reflexionar sobre esto.
Y ante lo efímero de los goces o sufrimientos de esta vida, San Pablo, incasable trabajador por Cristo,  nos recomienda en la carta a los Colosenses: 3:1-4, "Busquen las cosas de arriba, donde se encuentra Cristo; piensen en las cosas de arriba, no en las de la tierra"
 
El CAMINO Y LA META.
 
Mi papa, me enseño cosas tan importante, como el cumplir el deseo de Dios para todos los hombres, el lo hizo en vida, pasar por el mundo haciendo el bien, algo que nada cuesta y eso lo hacia el porque le encantaba comentar sobre las cosas de arriba y todo lo hacia para agradar a Dios, creo que esa es la razón por la que he visto en esto días de dolor, tanto cariño por mi papa, y la presencia de tantos amigos aquí hoy, me confirma, la admiración que había por el y por su fe.
Por otra parte, es posible decir que pensar "en las cosas de arriba" como nos aconseja el Apóstol San Pablo, va en pérdida del progreso de la humanidad y del desarrollo de todas las posibilidades del ser humano, pero el cristianismo no cae en esa posición. Los hechos lo  demuestran ampliamente al comprobar cómo en nuestro mundo cristiano, se han dado los más grandes pasos en el bienestar del ser humano y como muchos de los que trabajan por este bienestar, miran al Cielo y dan gracias a Dios.
Es así, como el peligro no esta en  evadirse, sino por el contrario en aferrarse en lo temporal, perdiendo de vista lo eterno, que es lo más importante. Por tanto, el auténtico seguidor de Jesucristo, al mismo tiempo que trabaja por hacer este mundo más habitable, no pierde de vista sin embargo, que esto no es sino el camino a la felicidad eterna y sin límites que Dios nos promete.
Vi por todos estos años, como mi papa pensaba y vivía con los pies bien asentados en la tierra, pero con el anhelo de obtener al fin de sus días terrenales, la corona de gloria eterna.
 
ENVEJECER ES MARAVILLOSO
 
El instinto de conservación y la falta de fe, nos hacen tener horror al envejecimiento irremediable. La edad no solamente nos hace poner en su justa medida las cosas temporales, sino que nos acercan más y más a Dios, nuestro último fin. Los ancianos llevan ventaja a los mas jóvenes, y con sus actitudes de vida lo van demostrando, dedican mucho mas tiempo a Dios, y se les va siendo cada vez mas necesario, mantener un dialogo amistoso con Su Padre, y es lo mismo que hacemos nosotros, cuando observamos que a nuestros padres ya les queda poco, queremos dialogar profundamente con ellos.
El gran San Pablo nos escribe: "Por eso no nos desanimamos. Al contrario, mientras nuestro exterior se va destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. La prueba ligera y que pronto pasa, nos prepara para la eternidad una riqueza de gloria tan grande que no se puede comparar. Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo invisible, ya que las cosas visibles duran un momento y las invisibles son para siempre." (II Cor.4:16-18)
Y no es que nos resignemos mansamente a lo inevitable. Es por el contrario la conciencia jubilosa de que estamos siendo llamados por Dios y se nos dilata el corazón por este llamado que se nos acerca. Esto es, las canas y arrugas son los signos de este gozoso llamado. Y las enfermedades y achaques nos dicen lo mismo: la meta está ya cerca. Pronto verás a Dios.
El gran San Ignacio de Antioquía, anciano y camino al martirio, avanza gozoso al encuentro con Dios y escribe a los romanos: "Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me habla y me dice:' Ven al Padre. No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los placeres de este mundo".
¡Qué maravilla llegar a comprender que la muerte es el inicio de la verdadera vida y que todo esto no ha sido sino un ensayo, un camino, una invitación!
 
LA LITURGIA DE LOS DIFUNTOS
 
"La muerte, es por tanto, un momento santo: el del amor perfecto, el de la entrega total, en el cual, con Cristo y en Cristo, podemos plenamente realizar la inocencia bautismal y volver a encontrar, más allá de los siglos, la vida del Paraíso" (Romano Guardini)
La mejor y más completa respuesta al problema de la muerte la encontramos en los escritos de San Pablo. Recordemos la, magnífica frase: "Al fin de los tiempos, la muerte quedará destruida para siempre, absorbida en la victoria" (I Cor.15:26).
Con el realismo que caracteriza a la Iglesia, toda la liturgia de Difuntos que celebramos hoy, ofrece a Dios sufragios por mi papa, sabiendo que todos, en mayor o menor grado, hemos ofendido a Dios, pero con la plena confianza en la infinita misericordia divina, que garantiza al final el goce de la bienaventuranza. Por ello el libro del Apocalipsis nos enseña: "Bienaventurados los que mueren en el Señor" (Ap.21:4).
Repetimos una y otra vez al orar por mi papa: "Dale Señor el descanso eterno y brille para él la Luz Perpetua". Descanso de las luchas y fatigas de esta vida; luz para siempre, sin sombras de muerte, sin tinieblas de angustias, dudas o ignorancias. La luz total de contemplar la gloria de Dios en todo su esplendor, en la consumación del amor perfecto y eterno.
"La Muerte es la compañera del amor, la que abre la puerta y nos permite llegar a Aquel que amamos". San Agustín
"La Vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo, la eternidad para poseerlo". San Alberto Hurtado
De la Oración Colecta de la Misa de Difuntos: "Dios, Padre Todopoderoso, apoyados en nuestra fe, que proclama la muerte y resurrección de tu Hijo, te pedimos que concedas a nuestro hermano Sergio Tomas, mi papa, que así como ha participado ya de la muerte de Cristo, llegue también a participar de la alegría de su gloriosa resurrección".
De la Oración sobre las Ofrendas: "Te ofrecemos, Señor, este sacrificio de reconciliación por nuestro hermano Sergio Tomas, mi papa, para que pueda encontrar como juez misericordioso a tu hijo Jesucristo, a quien por medio de la fe reconoció siempre como su Salvador".
Al Señor de la Vida Eterna, todo honor y gloria, Amen.
Manuel
14 de Agosto, Víspera de la Asunción de María, enterrado el día 15 día de la Asunción de la Santísima Virgen María. (Llovía a cantaros)
 
 
 

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