Liturgia de la Palabra, XI Domingo del Tiempo Ordinario
“Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco, demuestra poco amor”. (Lc 7,47)
Todas las lecturas de la Liturgia de la Palabra que nos trae este XI Domingo del Tiempo Ordinario, son una invitación a estar contentos, ya que nos traen un mensaje de alegría, porque tenemos un Dios que nos perdona y de liberación porque el confesar nuestros pecado nos libera.
Porque somos conscientes que nuestras faltas ofenden a Dios, por pequeñas o grandes que estas sean, el amor que sentimos por Dios, nos oprime el pecho, nos atormenta, y nos hace caminar cabizbajo y desalentado, pero si hemos sido perdonados, nos llega la gran alegría de sentirnos liberados del pecado y podemos caminar en paz.
Y frente a nuestras debilidades de cada día, la Liturgia de la Palabra de hoy nos propone reflexionar la gran misericordia de Dios, y nos invita además a recapacitar sobre las muchas veces que no hemos sido capaces de practicar la misericordia con nuestros hermanos, creyéndonos muchas veces que tenemos la autoridad para sancionar al que ha caído en falta y lo peor, creer que se ha juzgado bien.
El amor misericordioso de Dios, es una noticia que se debe llevar a todo el mundo, porque el Señor desea que todos se salven. Dios busca por todas partes al pecador como el Pastor a una oveja perdida, y cuando el hombre se siente disminuido por sus imperfecciones, faltas y tropiezos, la misericordia de Dios le agranda en el momento mismo que se reconoce débil y pecador y ha confesado sus pecados. Lo maravilloso, es que este reconocerse débil y pecador, le permite llevar a cabo un encuentro entre el amor de Dios que perdona y el sollozo del hombre, que estalla en una expresión de alegría al sentirse que nos es rechazado por Dios, todo lo contrario, siente que su fe le ha salvado, y puede caminar alegremente en paz.
Estas son las enseñanzas que se recogen de la Liturgia de la Palabra de hoy, donde la Primera Lectura, tomada de 2 Sam 12, 7-10. 13, en la cual el autor pone en evidencia el gran pecado de David, nada menos que haber organizado la muerte de Urías para tomar como mujer a su esposa Betsabé, representa todas las conductas que hoy se difunden en la sociedad, tales como buscar hundir a otro, promover desprestigios, envidias, traiciones, engaños, infidelidades, y muchas otras actitudes de violencias. Sin embargo, en el caso de David, observamos cómo este rey, a pesar de su gran falta, es considerado como un personaje admirable y santo del Antiguo Testamento, en efecto, David, es predilecto de Dios, colmado de beneficios. En síntesis, podemos definirlo como “el santo-pecador”, en cuanto que alterna momentos de gran elevación espiritual, con miserias, culpas, bajezas.
Pero que es lo que a David lo hace realmente santo? La respuesta a esta pregunta la comprendemos en su actitud, el, aun siendo Rey y teniendo autoridad sobre su pueblo, sabe que tiene que reconocer sus faltas y que debe alejarse de la situación de pecado mediante dos impulsos que corrigen y vencen sus pecados: la humildad y la inmensa confianza en Dios. Estas dos condiciones se establecen mutuamente, en cuanto que nadie puede abrirse a la confianza en Dios si no es humilde, y nadie puede ser humilde si no encuentra en el mismo Dios su apoyo, su justificación, su refugio. Por estas dos virtudes, David sabe huir de la situación del pecado que lo oprime, consiguiendo levantarse firmemente de las pasiones que lo alteran, para volver a Dios, a la misericordia de Dios en la cual confía totalmente.
Como respuesta a la primera lectura, el salmo Sal 31, gira en torno a la felicidad del pecador que ha logrado la amistad con Dios por la confesión y reconocimiento de sus pecados y nos invita a expresar que es ¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez!
La segunda lectura, Gál 2, 16. 19-21, nos invita a estar alegres de que Cristo viva en nosotros. En efecto, es lo que nos lo recuerda también San Pablo, afirmando que la fe nace del descubrimiento de que en Cristo somos amados sin medida y la prueba es que el mismo Jesús se ha ofrecido por nosotros. Así ha demostrado su amor, un amor que de tal manera nos atrae, que podemos decir como el Apóstol, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”, y “que me amó y se entregó por mí”, es como una exclamación agradecida del Apóstol al dador de esa nueva “vida,” exclamación que han continuado repitiendo los cristianos de todos los tiempos y que comentaba así San Agustín: “Si Cristo se entregó por mí, ello significa que yo era pecador y que la Ley no me había podido justificar”
Finalmente, el relato del Evangelio de hoy, Lc 7, 36 - 8, 3, nos reafirma no sólo la alegría del perdón en una pobre mujer pecadora que se acerca con humildad y amor al Señor, sino que, más aún, se demuestra el amor misericordioso de un gesto de compasión, caridad y perdón que sólo Dios puede dar. En efecto, este relato evangélico de la pecadora, pone en evidencia un gesto de amor inmenso, al que le sigue un gran acto de misericordia. La pecadora esta consiente que es objeto del desprecio público, pero no por eso siente miedo se enfrentar a la gente y de entrar a la casa del fariseo en la que se encuentra Jesús.
“Tus pecados te son perdonados”, y ella ahora puede irse con una alegría que nadie le puede arrebatar, con una fe dada por el mismo Señor, y la actitud de ella frente a Jesús, sólo puede darse por la fe grande que ella tiene, el mismo Jesús se lo dice “Tu fe te ha salvado, vete en paz”. Es una fe que ha encendido en su corazón un impulso irresistible de amor, de reconocimiento, de devoción y de gozo, donde la pecadora ha descubierto que, en Jesús, Dios nos ofrece a todos los que verdaderamente se arrepienten y cambian de vida, el perdón de los pecados.
La pecadora descubrió en el contacto sencillo y humilde con Jesús, el amor de Dios por los que llegan hasta él en una actitud contrita, y esto le es suficiente para poder comenzar una vida nueva, completamente renovada por el amor. Todo esto es fruto de la fe, de la certeza de haber recibido el perdón de los propios pecados y de la conciencia de que el sincero arrepentimiento había sido acogido por el Señor, que había visto en la profundidad de su corazón un corazón penitente.
En síntesis, las lecturas de la Liturgia de este domingo, nos indican la situación en que nos encontramos todos los creyentes por medio de la confianza que tenemos en el perdón de nuestros pecados, y la actitud que debemos tener, de ser hombres sencillos y humildes para reconocer ante Dios nuestras faltas. En Cristo Jesús, Dios nos ofrece el perdón total de nuestros pecados, otros motivos para estar alegres, esta es la novedad insólita de la historia humana, el misterio conmovedor de la infinita generosidad de Dios, donde todos somos pecadores y el único camino para la salvación es el de la fe, porque ella conduce al arrepentimiento y el arrepentimiento al amor.
Que alegría más intensa oír del Señor, “Tus pecados te son perdonados”, “Tu fe te ha salvado, vete en paz”,
El Señor les Bendiga
Fuentes:
PRIMERA LECTURA 2 Sam 12, 7-10. 13
SALMO Sal 31, 1-2. 5. 7. 11
SEGUNDA LECTURA Gál 2, 16. 19-21
EVANGELIO Lc 7, 36 - 8, 3
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