ABADESA
En
Città del Castello, de la Umbría, santa Verónica Giuliani, abadesa de
la Orden de las Clarisas Capuchinas, quien, dotada de singulares
carismas, participó corporal y espiritualmente de la pasión de Cristo,
siendo por ello encerrada y vigilada durante cincuenta días, dando
siempre pruebas de admirable paciencia y obediencia (1685).
Etimológicamente: Verónica = Aquella que es la verdadera imagen, es de origen griego y latino.
Mientras
vivió en casa Giuliani, con su familia, todos la llamaron con el nombre
de bautismo, Orsola (ltalianización de Ursula), Más tarde, entrada a
los diecisiete años en las capuchinas de clausura, tomará el nombre de
Verónica. Será una de las más grandes santas en el firmamento vivo de la
Iglesia, resplandeciendo en perfección cristiana, doctrina y carismas.
Su luz continúa iluminando el mundo.
Nació
el 27 de diciembre de 1660 en Mercatello, un pueblecito tranquilo junto
al cual corre límpido el Metauro en tierras de Pésaro. Nos hallamos en
las Marcas, Mercatello formaba parte entonces del Estado Pontificio.
La
vida de Verónica concluirá en el monasterio de las capuchinas de Cittá
di Castello, en la Umbria, el 9 de julio de 1727. Dos fechas y dos
lugares bien definidos y, podemos decir, angostos para encerrar la
excepcional experiencia de un alma singularmente privilegiada de Dios.
Padre y madre. Una encomienda
El
padre, Francisco, es alférez de la guarnición local. La madre,
Benedetta Mancini, es una mujer de casa, de profundos sentimientos
religiosos. De su unión nacen siete niñas, de las cuales dos no
sobreviven. Las cinco hijas quedan huérfanas de madre cuando ésta no
cuenta más de cuarenta años. Antes de morir, Benedetta las reúne en
torno a su cama y las encomienda a las cinco llagas del Señor. A Orsola,
pequeña de siete años, le tocó en suerte la llaga del costado. Será su
camino, por toda la vida, hasta el punto de fundirse con el Corazón de
su Esposo, Jesús.
Infancia de predilección
La pequeña Orsola, desde los primeros meses de vida, se comporta de un modo singular.
Los
ojos vivaces de la niña van en busca de las imágenes sagradas, que
adornan profusamente la casa Guillan. Ella misma explicará un día en su
diario: "Todavía no andaba, pero cuando veía las imágenes donde estaba
pintada la Virgen santísima con el Niño en brazos, yo me agitaba hasta
que me acercaban a ellas para poder darles un beso. Esto lo hice varias
veces. Una vez me pareció ver al Niño como criatura viviente que me
extendía la mano; y me acuerdo que me quedó tan al vivo este hecho que,
dondequiera que me llevaban, miraba por si podía ver a aquel niño".
Contaba
aún pocos meses cuando, el 12 de junio de 1661, día en que caía la
fiesta de la Santísima Trinidad, de improviso la pequeña Orsola se
deslizó de los brazos de su madre y se puso a caminar dirigiéndose hacia
un cuadro que representaba el misterio de la Trinidad divina.
Ante
una imagen de la Virgen con Jesús en brazos, Jesús y Orsola entablan
coloquios infantiles: ¡Yo soy tuya y tú eres todo para mí..." Y el
divino infante responde: - ¡Yo soy para ti y tú toda para mí!
"Me
parecía a veces que aquellas figuras no fueran pintadas como eran, sino
que, tanto la Madre como el Hijo, yo los veía presentes como criaturas
vivientes, tan hermosas que me consumía de ganas de abrazarlas y
besarlas".
"Yo soy la verdadera flor"
Todavía
una experiencia en su maravilloso mundo infantil, Refiere: "Paréceme
que, de tres o cuatro años, estando una mañana en el huerto entretenida
gustosamente en coger flores, me pareció ver visiblemente al niño Jesús
que cogía las flores conmigo; me fui hacia el divino Niño para tomarlo, y
me pareció que me decía:
- Yo soy la verdadera flor.
Y
desapareció. Todo esto me dejó cierta luz para no buscar ya más gusto
en las cosas momentáneas; me hallaba toda centrada en el divino Niño. Se
me había quedado tan fijo en la mente, que andaba como loca sin darme
cuenta de lo que hacía. Corría de un lado para otro por ver si lograba
encontrarlo. Y recuerdo que mi madre y mis hermanas trataban de
detenerme para que estuviese quieta y me decían:
- ¿ Qué te pasa?, ¿estás loca?
Yo
me reía y no decía nada; y sentía que no podía estar quieta. Me paraba y
luego volvía al huerto para ver si volvía. Todo mí pensamiento estaba
fijo en el niño Jesús.
Todos me llamaban "fuego"
Orsola
posee un carácter vivaz y ardoroso. La madre le decía: "Tú eres aquel
fuego que yo sentía en mis entrañas cuando aún estabas en mi vientre". Y
Verónica recuerda: "En casa todos me llamaban "Fuego",y precisa: "De
todos los daños que ocurrían en casa era yo la causa". Pero reconoce con
sinceridad: "Todos me querían mucho".
Llena
de vida y de creatividad, expresa la riqueza de sus sentimientos
religiosos en gestos concretos, casi plásticos, de los que transpiran
fuertes emociones.
Así será también de mayor.
ADOLESCENCIA - JUVENTUD EN CRISTO
El encuentro con Jesús Eucarístico: la primera Comunión
Cuando
el padre de Orsola se trasladó a Piacenza, en calidad de jefe de
aduanas del duque de Parma, fueron a vivir con él también sus hijas y,
de 1669 a 1672, permanecieron por tres años en aquella ciudad.
Orsola tenía entonces sólo nueve años. Su más grande deseo era recibir a Jesús en la santa Comunión.
El
Señor la atraía con gracias especiales. Ya de pequeña, cuando por
primera vez, hacia los dos años, su mamá la llevó a la iglesia para
tomar parte en la Misa, la niña había gozado de una extraordinaria
manifestación, que recuerda en estos términos: "Yo vi al niño Jesús y
traté de correr hacia el sacerdote, pero nuestra madre me detuvo".
Cada
vez que su madre o sus hermanas comulgaban, ella gustaba de ponerse
junto a ellas, y dice que le "parecían entonces más bellas de rostro".
Finalmente
el 2 de febrero de 1670 se acercó por vez primera al banquete
Eucarístico. Refiere: "Recuerdo que la noche antes no pude dormir ni un
momento. A cada instante pensaba que el Señor iba a venir a mí. Y
pensaba qué le iba a pedir cuando viniese, qué le iba a ofrecer. Hice el
propósito de hacerte -el don de toda mí misma; de pedirle su santo
amor, para amarle y para hacer su voluntad divina.
Cuando
fui a comulgar por primera vez, paréceme que en aquel momento quedé
fuera de mí. Paréceme recordar que, al tomar la sagrada Hostia, sentí un
calor tan grande que me encendió toda. Especialmente en el corazón
sentía como quemárseme y no volvía en mí misma ."
Un deseo
Desde
la edad de nueve años Orsola nutría un vivo deseo de consagrarse al
Señor. "A medida que crecía en edad, mayores ansias me venían de ser
religiosa. Lo decía, pero no había nadie que me creyera; todos me
llevaban la contraria. Sobre todo mi padre, el cual hasta lloraba y me
decía absolutamente que no quería; y, para quitarme de la cabeza
semejante pensamiento, con mucha frecuencia llevaba a otros señores a
casa y luego me llamaba en presencia de ellos; me prometía toda clase de
entretenimientos".
El
conflicto espiritual y psicológico entre la jovencita atraída por el
amor de Jesús y la resistencia provocada por la ternura del padre, que
no quería separarse de la hija, duró largo tiempo. Orsola no logró el
permiso paterno para entrar en el monasterio hasta los diecisiete años.
Destinada a Otro
Pero el corazón estaba ya entregado al Esposo divino.
Ella
misma refiere de aquella edad juvenil: "En la casa había un joven
pariente nuestro que me hacía mucho daño, si bien creo que provenía de
mi poca virtud y poca mortificación. La verdad es que no me dejaba vivir
en paz. Me llevaba al huerto a pasear con él mientras me hablaba de mil
cosas del mundo; me traía recados ora de uno ora de otro, y me iba
diciendo que estos tales querían casarse conmigo. Yo a veces le decía
muy enfadada:
¡Si
no te callas me marcho! Deja de traerme tales embajadas, porque yo no
conozco a ninguno y no quiero a ninguno. Mi esposo es Jesús: a El sólo
quiero, El es mío.
Algunas veces me traía un ramo de flores: yo no quería ni siquiera tocarlo y lo hacía tirar por la ventana".
LLAMAMIENTO ESPECIAL
En las Capuchinas
Vuelta
a Mercatello en 1672, Orsola ha sido con fiada por su padre, que sigue
en Piacenza, al tío Rasi. Las órdenes que éste ha recibido de él son
bien precisas: conceder la entrada en el convento a las hijas mayores,
pero hacer desistir absolutamente a la predilecta de su propósito de
vida consagrada.
La
jovencita, contrariada en su más viva aspiración, sufre aun físicamente
por esta causa y desmejora. La noticia llega al padre, el cual
finalmente da su beneplácito. Orsola salta de alegría y en breve tiempo
recobra el vigor.
Tres
monasterios de la zona habrían podido recibirla. Los lugares eran:
Mercatello, Sant´Angelo en Vado y Cittá di Castello. Este era de
clarisas capuchinas. De ellas se hablaba con veneración por su grande
austeridad. Y hacia ellas se sentía fuertemente atraída.
No
era fácil para ella hallar una ocasión para ir a Cittá di Castello y,
sobre todo, para ser recibida entre las hermanas de aquella comunidad.
Pero la providencia dispuso las cosas de modo que pudiese realizar aquel
viaje y que la autoridad eclesiástica fuese benévola con ella. En
efecto, mientras la joven Orsola conversaba en el monasterio de las
capuchinas, llegó monseñor Giuseppe Sebastiani, el santo obispo de la
ciudad, que quiso examinar a la candidata a la vida religiosa. Orsola
superó la prueba respondiendo con fe viva a cada una de las preguntas y,
con la ayuda del Señor, logró leer con facilidad - ante los ojos
maravillados del tío Ras - las páginas del breviario escrito en latín.
Arrodillada
ante el obispo, Orsola Giuliani pidió entonces con fervor la gracia de
entrar en las capuchinas. Tan ardorosa fue su petición, que el obispo se
sintió inspirado de conceder al punto el documento con el cual él mismo
invitaba a las monjas a acoger a la postulante.
La
joven fue inmediatamente a dar gracias a Jesús en la iglesita del
monasterio. Mientras esperaba allí a que la superiora la llamase, ya el
Señor la había arrebatado en éxtasis. Y hubo que aguardar a que
"recobrase los sentidos".
Recuerdos de Verónica
Vestida
con el pesado sayal color marrón de las capuchinas, se llamará con otro
nombre: ya no Orsola, sino Verónica. Un nombre programa: el de la mujer
que, durante la Pasión, conforta y enjuga el rostro de Jesús.
La suya será una vocación para la cruz, el camino por el cual había sido llamada desde la más tierna edad.
Sor Verónica recuerda que, desde niña, anhelaba imitar los padecimientos de los santos cuyas vidas oía leer en casa.
Para
imitar a los mártires, sometidos al tormento del fuego, una vez se le
ocurrió tomar brasas en sus tiernas manos. Refiere: "Una mano se me
abrasó toda y, si no me llegan a quitar el fuego, ya se asaba. En aquel
momento ni siquiera sentí el dolor de la quemazón, porque estaba fuera
de mí por el gozo. Pero luego sentí el dolor; los dedos se habían
contraído. Mis ojos lloraban, pero yo no me acuerdo haber derramado ni
una lágrima".
En
otra ocasión se las arreglará para que, en el momento que una de sus
hermanas va a cerrar la puerta de un cuarto, pueda quedar su manita
aplastada contra el marco: tal era su deseo de sufrir, para imitar en
esto a santa Rosa de Lima que, de niña, se había sometido a un tormento
semejante. Fue llamado al punto el médico, con grande disgusto de
Orsola, que hubiera querido soportarlo todo sin los gritos de las
hermanas espantadas y sin las curas necesarias.
A
la edad en que comúnmente se atribuye a los niños apenas el uso de la
razón, Jesús reserva para ella extraordinarias enseñanzas con visiones
particulares.
"Cuando
tenía unos siete años - escribe Verónica - me parece que por dos veces
vi al Señor todo llagado; me dijo que fuese devota de su Pasión y en
seguida desapareció. Esto sucedió por la Semana Santa. Me quedó todo tan
grabado que no me acuerdo haberlo olvidado nunca.
"La
segunda vez que se me apareció el Señor llagado de la misma manera me
dejó tan impresas en el corazón sus penas, que no pensaba yo en otra
cosa".
¡A la guerra, a la guerra!"
Era todavía una niña y ya el Señor la llamaba a grandes empresas: la imitación de Jesús paciente.
Un día, mientras estaba rezando ante una imagen sagrada, escuchó estas palabras: " ¡A la guerra, a la guerra!"
¿Invitación
parecida a la dirigida a santa Juana de Arco? La joven heroína de
Mercatello tomó a la letra - como san Francisco ante el Crucifijo que le
hablaba - las palabras escuchadas. El joven caballero de Asís se había
puesto a restaurar la iglesita de San Damián; Orsola, en cambio, quiso
aprender de un primo suyo el arte militar de la esgrima.
Mientras,
entre la admiración de sus entusiastas coetáneos, se adiestraba en el
manejo de las armas, le pareció ver al mismo Jesús que le decía: - No es
ésta la guerra que yo quiero de ti.
Quedó
de improviso como desarmada y vencida, en tanto que Jesús le abría el
corazón al significado, totalmente espiritual, de la lucha que le
esperaba.
MONJA -CAPUCHINA
En el gozo del Espíritu
¡A los diecisiete años en un convento! Monja de clausura en Cittá di Castello.
No
es posible describir la felicidad del todo espiritual que experimenta
una joven en esa edad en que el corazón vive la emoción del amor -,
cuando ha elegido solo a Jesús.
Quien
desee comprobar de cerca ese ardor, vaya a dialogar con una de esas
almas ardorosas que también hoy se encierran, jóvenes de veinte años, en
las capuchinas de Mercatello o de Cittá di Castello, donde vivió santa
Verónica, o en cualquier otro monasterio de su Orden.
Por vía de "comunicación" gozará de una de las maravillas más dulces del Espíritu. También ésta es comunión de los Santos.
¿Por qué?
¿Por qué monja. ¿Por qué entre las capuchinas? ¿Qué es lo que quería de ella el Señor?
La vida de cada uno de nosotros oculta un proyecto de Dios Padre, o mejor, de toda la santísima Trinidad.
El
encuentro con Dios está jalonado de etapas importantes. Para Orsola
Giuliani, el 28 de octubre de 1677, señala la fecha de la vestición del
hábito religioso. Desde ahora se llamará Verónica. En ese día le dio el
Señor una manifestación más clara de su amor. Oigamos de ella misma cómo
vivió aquella jornada y lo que le comunicó el Señor:
"La
primera vez que fui vestida de este santo hábito yo me hallaba un poco
desasosegada por la novedad. Cuando me vi entre estas paredes, mi
humanidad no acertaba a apaciguarse; pero por otra parte el espíritu
estaba todo contento. Todo me parecía poco por amor de Dios.
Al
cabo de una larga batalla entre la humanidad y el espíritu, me pareció
de pronto experimentar un no sé qué - no sé si fue recogimiento o rapto -
que me sacó de mis sentidos. Pero yo no podría decir qué es lo que fue.
En aquel mismo momento me parece que me vino la visión del Señor, el
cual me llevaba con El; y me parece que me tomó de la mano. Oía una
armonía de sonidos y cantos angélicos. De hecho me parecía hallarme en
el paraíso.
Me
acuerdo que veía tanta variedad de cosas; pero todas parecían delicias
de paraíso. Veía una multitud de santos y santas. Me parece haber visto
también a la santísima Virgen.
Recuerdo
que el Señor me hacía gran fiesta. Decía a todos: "Esta es ya nuestra".
Y luego, dirigiéndose a mí, me decía: "Dime, ¿qué es lo que quieres? ".
Yo le pedía como gracia el amarle; y El en el mismo momento me parecía
que me comunicaba su amor. Varias veces me preguntó qué es lo que más
deseaba.
Ahora
recuerdo que le pedí tres gracias. Una fue que me otorgase la gracia de
vivir como lo requería el estado que yo había abrazado, la segunda, que
yo no me separase jamás de su santo querer; la tercera, que me tuviese
siempre crucificada con El.
Me
prometió concederme todo. Y me dijo: "Yo te he elegido para grandes
cosas; pero te esperan grandes padecimientos por mi amor".
Programa
Al comienzo de la vida religiosa estaba, pues, trazado el programa para Verónica: padecer por amor.
El
sufrimiento marcará con señales profundas la vida de Verónica, en todo
tiempo. El Señor la llama a "completar en su carne lo que falta a la
Pasión de Cristo" en favor de toda la Iglesia. El Señor la purifica con
el sufrimiento, como el oro que se prueba con el fuego. Por ese camino
Jesús la asimila a sí hasta concederle la unión en el desposorio
místico.
Las pruebas
El sufrimiento rebosa, como un río siempre en crecida, en la vida de sor Verónica.
El
año del noviciado - el primero de vida religiosa - es una verdadera
prueba. El Señor permite que una compañera novicia la atormente
previniendo contra ella a la maestra, que es su guía espiritual.
Verónica siente con vehemencia la tentación de reaccionar contra la
compañera y contra la maestra. Toda la persona se le rebela. Afirma con
fuerza en una página del Diario: "Sentía que me estallaba el estomago
por la violencia" Y declarará todavía: "En mi interior ¡cómo me retorcía
para vencerme!
El asalto del enemigo
Otras pruebas venían directamente del espíritu del mal, de Satanás.
Había
experimentado va la reacción del demonio cuando, niña de apenas diez
años, decidió imitar la vida de los santos practicando algunas
penitencias. "Haciendo estas penitencias me parece que tuve varios
embates. Donde quiera que yo iba, de día y de noche, el tentador hacía
gran estrépito, como si quisiera tirar todo abajo".
La
lucha con el enemigo se prolongó en los años de 1a vida religiosa,
hasta tomar a veces aspectos dramáticos violentos. El enemigo tomó la
figura de monjas para acusarla, le produjo moraduras y heridas, se le
apareció en formas obscenas y tentadoras, tomando el aspecto de
monstruos horribles.
La
santa, fuerte con la gracia de Dios segura de la victoria, afirma:
"Estaba sin temor; más aún, me hacían reír sus extravagancias y sus
estupideces".
Aridez y abandono
El
ánimo se templa en la lucha. Pero existen para los santos pruebas
todavía más angustiosas: si es duro el deber pasar a través de la noche
de los sentidos, es mucho más terrible el paso por la noche del
espíritu. Es la purificación más íntima, que comprende la arrancadura y
el disgusto, la aridez espiritual y el abandono, esto es, la impresión
de estar separados de Dios.
Oigamos
- como de su misma voz - la experiencia de Verónica: "A veces, cuando
me hallaba con alguna aridez y, desolación y, no podía hallar al Señor, y
me venían las ansias de El, salía fuera de mi, corría ya a un lugar ya a
otro, lo llamaba bien fuerte, le daba toda clase de nombres magníficos,
repitiéndoselos muchas veces. Algunas veces me parecía sentirlo, pero
de un modo que no sé explicar. Sólo sé que entonces enloquecía más que
nunca, me sentía como abrasar, especialmente aquí, en la parte del
corazón. Me ponía paños mojados en agua fría, pero en seguida se
secaban.
Las
múltiples experiencias místicas la aproximaban cada vez más a la
intimidad del Señor. Por otra parte, cada vez que le eran retiradas
estas gracias particulares quedaba en una sed mayor de volver a las
delicias del Señor. Le parecía entonces que Dios la había olvidado,
incluso que la rechazaba, experimentaba un tormento tan grande que era
en realidad purificación de amor.
Así
se expresa en una carta: "Muchas veces me hallo con la mente tan
ofuscada, que no sé y no puedo hacer nada; me hallo toda revuelta; no
parece que haya ni Dios ni santos; no se encuentra apoyo alguno. Parece
que la pobre alma está en las manos del demonio, sin tener a dónde
dirigirse en medio de sus temores".
Refrigerio: la guía espiritual y la confesión
Los
santos son los que más se engolfan en el mar de la redención. Son
purificados continuamente en la sangre de Cristo y gozan de la
abundancia de sus gracias.
Verónica,
herida del rayo luminosisimo de la luz de Dios, siente continuamente la
necesidad de renovarse. Se humilla y recurre a la confesión con
frecuencia, hasta cuatro o cinco veces al día, anhelando ser "lavada con
la sangre de Cristo". Es la vía ascética y sacramental para llegar a la
unión perfecta con Dios.
El
mismo Jesús, después de haberla conducido a altísimas nietas y antes de
imprimirle las llagas, quiere que Verónica realice ante toda la corte
del cielo su confesión general. Escribe la santa del Viernes Santo de
1697: Tuve un recogimiento con la visión de Jesús resucitado con la
santísima Virgen y con todos los santos, como las otras veces. El Señor
me dijo que comenzase la confesión. Así lo hice. Y cuando hube dicho:
"Os he ofendido a Vos y me confieso a Vos, mi Dios", no podía hablar por
el dolor que me vino de las ofensas hechas a Dios. El Señor dijo a mi
ángel custodio que hablase él por mí. As, en persona mía, decía...
La
Virgen se puso delante, a los pies de su hijo, lo hizo todo en un
instante. Mientras ella rogaba por mi, me vino una luz y un conocimiento
sobre mi nada; esta luz me hacía penetrar conocer que todo aquello era
obra de Dios. Aquí me hacía ver con qué amor ama Ella las almas y, en
particular, las ingratas como la mía...
En
ese acto me vino una grande contrición de todas las ofensas hechas a
Dios y pedía de corazón perdón por ellas. Ofrecía mi sangre, mis penas y
dolores, en especial sus santísimas llagas; y, sentía un dolor íntimo
de cuanto había cometido en todo el tiempo de mi vida. El Señor me dijo:
-Yo te perdono, pero quiero fidelidad en adelante".
Verónica
camina con seguridad por el camino de Dios, principalmente por el que
pasa por el don de los sacramentos, ofrecidos a todos por la Iglesia y
dados a ella por los ministros del Señor. Así es como se siente segura y
constantemente renovada en el espíritu.
Impulsada
por sus directores espirituales a escribir su diario, afirma:
-Experimento un sentimiento íntimo y quisiera que el mismo confesor
penetrase todo mínimo pensamiento mío, no sólo como está en mí, sino
como está delante de Dios. Es tal el dolor que siento, que no sé cómo
logro proferir una sola palabra. Se me representa ese vice-Dios en la
tierra con tal sentimiento, que no puedo expresarlo con palabras.
En
la confesión halla paz y gozo, renacimiento aumento de amor divino: "En
el acto de darme la absolución el confesor, me pareció sentirme toda
renovada y, con tanta ligereza, que no parecía sino que me hubiera
quitado de encima una montaña de plomo. Experimenté también en el alma
que Dios le dio un tierno abrazo y comenzó, al mismo tiempo, a destilar
en ella su amor divino".
VERÓNICA Y LOS PECADORES
Dolor y expiación
Es
difícil hablar, sobre todo hoy, de las penitencias y del dolor en la
vida de santa Verónica. El tema del sufrimiento nos resulta duro, porque
supone, además de la experiencia de amor en quien lo vive, una
experiencia de fe no menos grande en quien recibe su mensaje. Y el
hedonismo, en que se halla sumergido el hombre de hoy, impide percibir
el fuerte lenguaje de la teología de la cruz.
Verónica
tiene una vocación peculiar en la Iglesia. EL Señor la escoge como
víctima por los pecadores. Y ella acepta colocarse como medianera
-mezzana -entre Dios y, sus hermanos que viven en el pecado.
Después
de haber comprendido el amor de Dios a las almas y después de haber
contemplado a Jesús llagado y crucificado, Verónica queda enriquecida
con una sensibilidad excepcional para inserirse en la obra de la
salvación en favor de todos sus hermanos. Quiere salvarlos y comprende
que el medio es la expiación medianera.
Quiere obstruir el infierno
Verónica
pide a Jesús los sufrimientos que E1 ha, padecido, los desea con una
sed de dolor superior a cuanto es accesible a la simple naturaleza.
Jesús
la asocia a los varios momentos de su Pasión. Una testigo, que la
observó en esos sufrimientos, declara: "La vi un día clavada en el aire
derramaba lágrimas de sangre que tenían el velo. Supe después de ella
que Dios era muy ofendido por los pecadores y que ella, en ese
arrobamiento, había visto la fealdad del pecado y de la ingratitud de
los pecadores.
La
Santa quiere impedir que tantas almas caigan en el infierno: "En aquel
momento me fue mostrado de nuevo el infierno abierto y parecía que
bajaban a él muchas almas, las cuales eran tan feas y negras que
infundía terror. Todas se precipitaban tina detrás de otra; Y, una vez
entradas en aquellos abismos, no se veía otra cosa que fuego y llamas".
Entonces Verónica se ofrece para contener la justicia divina: "Señor
mío, yo me ofrezco a estar aquí de puerta, para que ninguno entre aquí
ni os pierda a Vos. Al mismo tiempo me parecía extender los brazos
decir: Mientras esté o en esta puerta no entrará ninguno. ¡OH almas,
volved atrás! Dios mío, no os pido otra cosa que la salvación de los
pecadores. ¡Envíame más penas, más tormentos, más cruces.
El
Señor, para saciar su sed de padecimientos, le permitirá experimentar
las pertas del purgatorio y aun las del Infierno. La Virgen, que la
instruye y la sostiene, le habla así: "Hay muchos que no creen que haya
infierno, y yo te digo que tú misma, que has estado en él, no has
entendido nada de lo que es.
Verónica y la Pasión de Jesús
Quien
no hubiera sido introducido en la comprensión de los valores
cristianos, podría quedar desconcertado al leer el Diario de la Santa.
Sentiría tal vez la tentación de recurrir a explicaciones de naturaleza
patológica y de entrever formas de extraño masoquismo. Pero nos hallamos
en esferas mucho más elevadas, donde la naturaleza obedece a la sobre
naturaleza. Sólo la fe mas viva puede dar sus explicaciones.
Jesús
la atrae y la quiere del todo semejante a El. Verónica experimentará en
su carne la coronación de espinas, la flagelación, la crucifixión y la
muerte de Jesús. Le será atravesado el corazón por la lanza y le serán
impresas las llagas como señal definitiva de conformidad y de amor.
Recuerda
la impresión de las llagas. Era el 5 de abril de 1697: "En un instante
vi salir de sus llagas cinco rayos resplandecientes y vinieron a mí. Los
veía convertirse en pequeñas llamas. En cuatro de estas habla clavos y
en una la lanza, como de oro, toda rusiente, y me atravesó el corazón; y
los clavos perforaron las manos y los pies". Verónica puede repetir ya
con san Pablo: "He sido crucificada con Cristo".
Penitencias
Junto
con estos dones místicos, mediante los cuales es confirmada, en el
dolor, esposa crucificada de Cristo, Verónica añade sus ofrecimientos
espontáneos.
Para
tener una idea del empeño de penitencia que habla en su corazón habría
que visitar el monasterio de Citta di Castello en el que ella vivió. Los
instrumentos de penitencia hablan allí todavía de ella, de su amor a
Jesús y de su voluntad de conducir a El a los pecadores.
Para
seguir a Jesús por el camino del Calvario, Verónica se cargaba con una
pesada cruz y, por la noche, se movía bajo su peso extenuante por las
calles del huerto y dentro del monasterio. A veces cargaba un grueso
leño de roble.
Frecuentemente
realizaba sus "procesiones" cubierta con una "vestidura recamada": era
en realidad una túnica de penitencia a la que ella misma habla cosido
por dentro innumerables espinas durísimas. Se la ponla sobre la carne
viva y con la cruz sobre los hombros.
Muchas
veces usará tenazas rusientes para sellar con el dolor sus carnes y
grabará sobre su propio pecho el nombre de Jesús. Le agrada, además,
escribir con su sangre cartas de fidelidad y de amor a su Esposo divino.
Jesús sabe que puede fiarse de ella: su vida le pertenece. Le pedirá un
riguroso ayuno por tres anos y ella obtiene poder alimentarse en todo
ese tiempo de sólo pan y agua.
Estas son sólo algunas muestras de su desmesurada necesidad de padecer con Jesús.
El corazón como un sello
En
esta fase de purificación y de ofrenda vivirá hasta el 25 de diciembre
de 1698, cuando la Santa entra en otro período de su ascensión
espiritual: la del puro padecer. Desde esa fecha el Diario no contiene
ya descripciones de padecimientos externos asumidos por Verónica. Todo
resultará como interiorizado: el padecer estará reservado a las
facultades más íntimas del alma, como si fuera una purificación del
mismo dolor.
Pero
su corazón registrará todavía aventuras de sufrimiento y de amor divino
y quedará como sello de la autenticidad de tanto padecer. Tal como ella
lo había descrito - y aun dibujado - en el Diario, su corazón, en el
examen necroscópico llevado a cabo a raíz de su muerte, presentará
misteriosas figuraciones. Son las que reproducen los instrumentos de la
Pasión de Jesús: la cruz, la lanza, las tenazas, el martillo, los
clavos, los azotes, la columna de la flagelación, las siete espadas de
la Virgen y algunas letras que significan las virtudes. Su vida resumida
en el corazón.
Acontecimientos exteriores
Al
mismo tiempo que el Señor la conduce por el surco profundo del dolor y
del amor, se entrelazan en la vida religiosa de Verónica varios sucesos,
que sin embargo quedan en un segundo plano frente a su camino interior,
si bien muchas veces coinciden con las cruces que el Señor concede a su
esposa.
Verónica
será maestra de novicias varias veces. Pero ella misma deberá estar
sometida a otros y será guiada con firmeza y austeridad no comunes por
sacerdotes, confesores y obispos, que la pondrán a dura prueba. Su
propia superiora y el mismo Santo Oficio la harán pasar por repetidas y
prolongadas humillaciones: segregación por muchos días en la enfermería,
prohibición de ir al locutorio, exámenes y controles.
Sólo
el 7 de marzo de 1716 el Santo Oficio revoca para ella la prohibición
de ser elegida abadesa. Un mes después es elegida superiora por toda la
comunidad. Bajo su gobierno el Señor bendice la casa y la llena de
vocaciones. Se preocupará entonces de hacer construir una nueva ala del
monasterio y de aliviar la fatiga cotidiana de las monjas realizando una
conducción de tubos de plomo para hacer llegar el agua al interior de
la casa.
Pero
estos hechos se pierden ante la admirable aventura del espíritu. Su
vocación es otra: el amor a Dios para expiar el desamor de los hombres.
Al
término de su aventura espiritual llegará a pedir al Señor "no morir,
sino padecer", repitiendo, por lo que hace al sufrimiento un nuevo
estribillo: "más, más y más", segura de este camino: el del Amor
Redentor.
EL CAMINO ESPIRITUAL DE VERÓNICA
El Diario: mina del Espíritu
El
Diario, que Verónica nos ha dejado y en el que, por voluntad de sus
confesores y superiores, nos ha descrito sus variadas experiencias
místicas, está -compuesto por veintidós mil páginas manuscritas. Es una
riqueza espiritual inagotable para las almas ganosas de conocer el
camino de Dios.
Los
santos son como senderos luminosos en el firmamento de la Iglesia; a
través de ellos Dios nos indica cómo hemos de subir hasta El.
La
vida cristiana alcanza su vértice en la unión con Dios. El itinerario
místico, resultado de experiencias extraordinarias - a través de las
cuales pasó santa Verónica - coincide de hecho con el progreso en la
santidad a la cual todos estamos llamados. La perfección cristiana
consiste esencialmente en la experiencia del Amor divino. El crecimiento
del amor - aun el que deriva de particulares gracias de carácter
místico -, si conduce al progreso efectivo de las virtudes teologales y
morales, conduce a la meta común de la santidad.
Es
poco menos que imposible, tratándose de Verónica, compendiar la
experiencia riquísima sea de los hechos místicos vividos por ella, sea
del progreso en el itinerario de las virtudes realizado en una vida
espiritual de tanta intensidad, Sin embargo no podemos dejar de poner en
resalto las únicas esenciales, para poder captar la admirable
enseñanza, dada por Dios en beneficio nuestro por medio de ella.
La meta: llegar a ser esposa de Jesús
En
el lenguaje de la perfección cristiana se emplean las expresiones más
delicadas del amor humano para entender algo del amor divino.
El amor lleva al desposorio. Así ocurre con el alma. Verónica vive esta realidad espiritual del comienzo al fin de su vida.
Jesús
se enamora de esta criatura, la mira con afecto, la atrae a sí y la
quiere esposa suya. Se lo viene diciendo desde que tenía tres años. Con
ella entabla coloquios y correspondencia, para ella expresa invitaciones
y promesas, a ella va con visitas y dones.
La
Santa afirma refiriéndose al periodo de su adolescencia en la familia:
"Pocas veces salía de la oración sin que el Señor me dijese internamente
que había de ser su esposa". Ella misma, siendo tan joven, no intuía
todo lo que el Señor deseaba en seguida de ella, por lo cual le
respondía con ingenuidad: "Dios mío, habéis de tener paciencia, a su
tiempo tendréis todo. Entonces veréis que digo la verdad".
El
momento culminante para estas promesas de amor, en su tempranísima
edad, fue aquel en que recibió por primera vez la Eucaristía. Escribe:
"En la primera Comunión me parece que el Señor me hizo entender que yo
debía ser su esposa. Experimenté un no sé qué de particular; quedé como
fuera de mí, pero no entendí nada. Pensaba que en la Comunión sucedía
siempre así. Al recibir aquella santísima Hostia me pareció que entraba
en mi corazón un fuego. Me sentía quemar". El día de la primera
Comunión! Es el 2 de febrero de 1670. La pequeña tiene solo diez años,
pero siente que su amor a Jesús se debe expresar en una ofrenda total,
Es un lenguaje ya maduro y fuerte: "Señor, no tardéis más: ¡crucificadme
con Vos! ¡Dadme vuestras espinas, vuestros clavos: aquí tenéis mis
manos, mis pies y mi corazón! ¡Heridme, oh Señor! "
Del desposorio místico a la divinización
Todo
esto se realizará. Jesús la irá conduciendo, por experiencias
extraordinarias, hasta el desposorio místico, hasta la transformación y
la divinización. La ascensión estará modulada por fases espirituales que
los teólogos han llamado de unión suave, de unión árida y de unión
activa. Mientras tanto un raudal de dones y carismas se derrama sobre
ella en cada momento.
Un
mensaje importante para todos. El Señor parece decir, a través de la
experiencia espiritual de Verónica, que la vida de gracia es
"naturalmente" todo esto, si bien misteriosamente oculto en las almas de
sus fieles. Pero lo que causa maravilla es que en Verónica la realidad
divina es evidente, es manifiesta, casi sin velos.
Gracias, dones y carismas
Jesús
atrae a sí a Verónica y transforma, adapta y plasma su íntima
constitución interior: le da un "corazón amoroso" y un "corazón herido",
la hace arrimarse a su costado para darle a beber de la fuente de su
Corazón divino, le comunica un plan ascético de vida y la perfecciona
aun en el nombre: "Verónica de Jesús y de María".
Verónica
debe beber también el "cáliz amargo"; Jesús le clava cinco dardos en el
corazón junto con los instrumentos de la Pasión.
La
Virgen es intermediaria de tales gracias y la reconoce como
"discípula". Por intermedio de María santísima Verónica hace su
consagración a Jesús. Los tres corazones - de Jesús, de María y de
Verónica -se funden en uno.
En
un alternarse divino de purificación y de gracias la Santa ve añadirse
en su corazón otras sena les, como las llamas del Amor de Dios, el sello
"Fuente de gracias" y las letras VFO que corresponden a la virtudes de
la Voluntad de Dios, de la Fidelidad y de la Obediencia.
Verónica,
además, saboreará dos misterioso cálices: uno con la sangre de Cristo,
el otro con las lágrimas de María. Revivirá, por mandato de su confesor,
la Pasión de Jesús reproducida en cada uno de los tormentos.
Pero
el Señor la sostiene y la conforta. Nos place mencionar aquí también
alguna gracia especial con la que se siente confortada: la Virgen le
concede la ayuda constante de un segundo ángel de la guarda y la
consuela con una peregrinación - ¡en visión! - al santuario de la Santa
Casa de Loreto.
La
vida divina fluye en su alma. Se le concede la que Verónica llama "la
gracia de las tres gracias":unión, transformación y desposorio celeste.
Es una gracia que, desde 1714, recibe cada vez que se acerca a la
sagrada Comunión y diviniza cada vez más su espíritu.
Es ya la "Verónica de la voluntad de Dios. Hija y profesa de María santísima".
La Virgen María en la vida espiritual de santa Verónica
A
medida que Verónica avanza en el camino de la perfección, aumenta
también la presencia de la Madre de Dios hasta el punto de sustituir
casi la de Jesús. La Virgen santa la atrae a la propia vida, a fin de
que, identificada con ella, pueda conducirla a su divino Hijo y a la
adoración de la santísima Trinidad. Cada día con mayor frecuencia
Verónica se siente confirmada - y lo registra en su Diario - "hija del
Padre, esposa del Verbo y discípula del Espíritu Santo".
Se
puede hablar de un "camino mariano" de santa Verónica. Y es ésta tal
vez la tonalidad más destacada, mientras sube a las cimas de la
perfección. Esta presencia central de María santísima tuvo comienzo en
el año 1700, cuando la "querida Mamá" le ofrecía suave refugio en su
regazo acogedor: la sostenía en las pruebas y le prodigaba su guía
segura y su luminoso magisterio. Es introducida primero como "discípula"
y después como "novicia de María". Se funde con su corazón.
El
21 de noviembre de 1708 Verónica se ofrece con un solemne acto de
donación a María y se declara su "sierva". Esto equivale a la total
consagración mariana. A partir de aquel momento se desarrolla
rápidamente un proceso de Profunda identificación entre María y su hija
espiritual Verónica.
Desde 1715 las gracias de unión mística son experimentadas a través de la compenetración con el alma de María.
A
partir del 14 de agosto de 1720 Verónica comienza a escribir bajo el
dictado de la Virgen. María vive con ella el presente: es la verdadera
guía del monasterio. Le dice: "Hija, estate tranquila. Yo soy la
superiora y corre por mi cuenta el necesario sustento para ti y para tus
hermanas. Es mi oficio; tú no tienes que preocuparte de nada".
Y
Verónica va constatando cosas admirables. La «nueva superiora" la
sustituye hasta en el guiar el capítulo de las hermanas. Escribe la
Santa: "Cada viernes yo me postro a los pies de María santísima, le pido
que tenga a bien guiarme y enseñarme lo que tengo que decir a cada
hermana, y siempre experimento su ayuda especial. Paréceme que María
santísima está allí personalmente como superiora y que yo voy diciendo,
de parte suya, todo cuanto me dicta ella. Pero hoy ha sucedido algo
insólito: apenas comenzado el capítulo, me he encontrado fuera de los
sentidos, de modo sin embargo que nadie ha podido darse cuenta, porque
ha sido entre mí y Dios...
Al
terminar me he dado cuenta de que había hecho el capítulo. ¡Sea todo a
gloria de Dios y de María santísima! Ella ha dicho y hecho todo".
Identificada con María santísima
Las
paginas de Verónica que se refieren a los aspectos marianos de su vida
son de las más bellas y significativas por lo que hace al camino
espiritual de ella y de todo cristiano. Contienen doctrina y práctica
luminosa y se imponen a la atención de cualquiera que reconozca la
importancia de la consagración a la Virgen como medio de la más alta
perfección,
Escribe:
"Paréceme que, en ese momento, la santísima Virgen se ha transformado a
sí misma en mí; pero para hacer entender esto no hallo modo de
declararlo, ya que mi alma se ha hecho una misma cosa con María
santísima, del modo que yo experimento cuando recibo la gracia de la
transformación de Dios con el alma y del alma en Dios".
La
Virgen la llama afectuosamente "corazón de mi corazón" y, mediante
ella, adora a la santísima Trinidad. Nuevamente se inclina sobre los
pliegos del Diario y apunta: "Me ha venido el recogimiento con la visión
de María santísima. Me he comportado como suelo; y ella me ha hecho
hacer aquella adoración a la santísima Trinidad. Entonces han venido
tres rayos, con tres dardos, a este corazón. Me ha parecido que las tres
divinas Personas, en señal de amor, han confirmado lo que tantas veces
han tenido a bien hacerme comprender. María santísima me ha dicho: "El
Padre eterno te confirma por hija, el Verbo eterno por esposa suya, el
Espíritu Santo por discípula suya". Y, mientras tanto, los tres dardos
que estaban en el corazón han ido derechos al corazón de María santísima
y del corazón de María santísima ha venido uno a este corazón, el cual
lanzaba el mismo corazón al corazón de ella. Aquellos tres dardos luego
semejaban centellas, y ya volvían a este corazón ya al de la santísima
Virgen.
Aquí he experimentado un no sé qué de nuevo: me parecía que mi alma y este corazón eran una misma cosa con María santísima".
Por
medio de la Madre de Dios se le comunican gracias cada vez más
especiales. Se lo recuerda la misma Virgen: "Y de nuevo, en el momento
en que ha venido a ti el Dios sacramentado, el alma de mi alma
(Verónica) ha quedado identificada con la voluntad de Dios y mía, porque
en ese momento ha comenzado un modo de obediencia más exacta: es que yo
he hecho participar al alma de mi alma mi misma obediencia.
Así
es como la Virgen le comunica sus virtudes. Entre éstas resplandece la
pureza. "Mi corazón y mi alma hicieron sentir penetrantemente en el
corazón de mi corazón (Verónica) el valor de mi pureza. Hija, haz
aprecio de esta gracia, que es tan agradable a Dios. El alma sencilla y
pura atrae la mirada de Dios, El la llena de sus divinas gracias y
dones. Hija, la mirada divina santifica y vivifica a las almas inocentes
y puras". Así en todas las virtudes: "Te hice participar del mérito de
todas las virtudes que había ejercitado yo y con ellas te presenté a
Dios".
En
la cima se halla siempre la caridad, el amor. Sólo éste crea y renueva.
Y la Virgen le dice que le "renovó todo el corazón por medio de un rayo
de amor que te comunicó mi corazón". Por ese camino el alma de Verónica
viene a ser confirmada y "elegida
entre los elegidos", comenzando el "anticipado paraíso" para quedar unida siempre en el "Espíritu Santo Amor".
Un compendio de tantas gracias
Para
gozar con las maravillas que Dios obró en santa Verónica Giuliani,
leamos todavía una página de su Diario escrita en 1701. Verónica viviría
aún muchos años - moriría en 1727 -, ¡pero ya el Señor la había colmado
de tantas gracias!
"En
un instante se me dio luz clara sobre todas las gracias particulares
que Dios ha concedido a mi alma. Han sido tantas, tantas, que no me es
posible decir el número. Sólo diré lo que comprendí en particular. Me
hizo, comprender queme había renovado 500 veces el dolor del corazón y
me había renovado en él muchas veces la herida; que, al mismo tiempo, me
había concedido la gracia particular de darme el dolor de mis pecados,
añadiendo el conocimiento de mí misma y de las propias culpas y
haciéndome comprender toda clase de virtudes y el modo como había de
ejercitarlas; que me había concedido tantísimas luces y amaestramientos:
sería cosa de nunca acabar si quisiera referirlos todos.
Hízome
comprender también que había renovado 60 veces el desposorio con mi
alma; que me había hecho experimentar 33 veces, de manera especial, su
santísima Pasión y, comprender penas que sólo son conocidas de las almas
más queridas de El; que se me había hecho ver 20 , veces todo llagado y
ensangrentado, y que me pedía que siguiese su santa voluntad; pero yo
hacía todo lo opuesto. ¡OH Dios! ¡Qué confusión era la mía en ese
momento! No puedo con la pluma decir nada de lo que yo experimentaba
mientras me era manifestada cada cosa al detalle.
Tres
veces me había dado un tiernísimo abrazo desclavando su brazo de la
cruz y haciéndome llegar a su costado; 5 veces me había dado a gustar el
licor .que salía de su costado; 15 veces había lavado de modo especial
mi corazón en su preciosa sangre, que manaba en forma de rayo de su
costado y se dirigía a mi corazón; 12 veces me lo había sacado,
haciéndome la gracia de purificarlo y de quitar de él toda suciedad, la
podredumbre de las imperfecciones y los residuos de mis pecados; 9 veces
me había hecho acercar la boca a la llaga de su santísimo costado; 200
veces había dado tiernísimos abrazos a mi alma, de modo especial, sin
contar los demás que me da continua- y 100 heridas había hecho a mi
corazón de mente, modo secreto.
Basta
con lo dicho. No tiene número todo cuanto Dios ha obrado en esta alma
ingrata. Me hizo entender todas estas cosas en un momento; y, de un modo
que no sé referir, me renovó todo asignándome sus santos méritos, su
pasión, todas sus obras, en satisfacción por haber correspondido mal a
todas esas cosas. De nuevo me hizo saber que me había perdonado todas
mis culpas, pero que ahora debo ser toda suya. En ese momento me
concedió el dolor de mis pecados. En el acto de dolor volví en mí, más
muerta que viva. Me duró el dolor por poco tiempo y me sentía como
expirar. Me parece que todo esto que tuve después de la comunión, sobre
las gracias y los dones concedidos por Dios a mi alma, fue un nuevo
juicio; y por esto comprendí el número de cada uno más en particular y
su especie. ¡Sea todo a gloria de Dios! "
"El Amor se ha dejado hallar"
Acompañada
en el camino de la perfección por la presencia continua de la Virgen,
que la llama "corazón de mi corazón" y "alma de mi alma", Verónica
transcurre los últimos años de su vida en unión constante con Dios.
Declara ella misma: "Cuando Dios me concede las dos gracias de la unión y
de la transformación, éstas son las mismas que gozan las almas
bienaventuradas allá en el paraíso. Gozan de Dios en Dios; y es un
continuo convite de amor con amor".
Verónica
recibe el don de ser confirmada en la gracia santificante, por lo que
repite llena de gozo: " ¡Eternamente! ¡eternamente!". Puede afirmar: "El
amor ha vencido y el mismo amor ha quedado vencido".
Es
ya el paraíso. Pero es preciso dejar esta vida, es preciso poner punto
final. La Virgen, que en los últimos años le ha dictado el Diario, le
sugiere estas simpáticas palabras que ella transcribe fielmente; "Pon
punto". Es el 25 de marzo de 1727, fiesta de la Anunciación del Señor.
El
6 de junio, en el momento de la santa Comunión, Verónica sufre un
ataque de hemiplejia. Desde entonces transcurren treinta y tres días de
un triple purgatorio: dolores físicos, sufrimientos morales y
tentaciones diabólicas, como lo había predicho.
Al alba del 9 de julio, recibida la obediencia de su confesor para poder dejar este mundo, vuela al encuentro con Dios.
"
¡El Amor se ha dejado hallar! " Son sus últimas palabras dichas a sus
hermanas. Así terminó su padecer por amor y comenzó su paraíso.
La
Iglesia la declaró Beata en 1804 y Santa en 1839. Hoy quien ha tenido
la gracia de conocer de cerca a santa Verónica Giuliani - a través de la
lectura del Diario, de las Relaciones y de las Cartas - abriga la
esperanza de que en la Iglesia se le reconozca, además de la santidad,
ese magisterio espiritual que resuma de todos sus escritos y se halla
confirmado por una excepcional vida mística.
Verónica figura de hecho entre los grandes maestros de la perfección que iluminan y guían al pueblo cristiano.
SANTA VERONICA GIULIANI, RELIGIOSA - AÑO 1727 - JULIO
Verónica significa: Verdadera imagen (Vera= verdadera. Icon=imagen).
En julio de 1727 fue sepultada esta mujer que de pequeña daba muestras de llegar a ser cualquier otra cosa, menos una santa. Porque su temperamento era sumamente vivaz y fuerte, y sus bravatas ponían en desorden toda su casa. Pero la gracia de Dios obró en ella una transformación que nadie se imaginaba iría a suceder.
Hija de la prestigiosa familia Julianis, que ocupaba puestos de importancia, nació en Urbino (Italia), en 1660. De pequeñita era tremendamente inquieta y solamente su padre le tenía la suficiente paciencia para aguantarle. Era la menor de siete hermanas, y muy niña quedó huérfana de madre. Su defecto principal era el querer imponer sus ideas y caprichos a los demás. Y así un día invitó a sus hermanas a que la acompañaran a rezar el rosario, junto a un altarcito de la Virgen que ella se había fabricado, y como ellas no quisieron ir, arremetió a patadas contra las costuras que las otras estaban haciendo y telas y costuras rodaron por las escaleras abajo.
Un amiguito suyo quería ir a las fiestas del carnaval y ella tenía temor de que allá le sucediera algo malo para su alma. Como el otro insistía en asistir, le puso una trampa por el camino, y el otro se hirió una pierna y ya no pudo asistir a las tales peligrosas fiestas. Más tarde la joven se dará cuenta de que en estos casos es mejor proceder por las buenas y no a las malas.
Ya desde muy niña sentía una gran compasión por los pobres, y a los seis años regalaba su merienda a pobres mendigos y dejaba su abrigo de lana a pobrecitos que tiritaban de frío. Su padre daba suntuosos convites con muchos invitados y allí se repartían muchísimos dulces y confites. A ella le parecía que eso no era necesario poque los invitados tenían suficientes dulces en sus casas. Entonces se iba a escondidas a las mesas y sacaba y sacaba dulces y los echaba entre un talego, para repartirlos después entre los niños pobres. Sus hermanas se quedaban después aterradas de que los dulces de las mesas se hubieran acabado tan pronto.
Después de una de sus bravatas tremendas y desproporcionadas, le pareció que Nuestro Señor le decía cuando ella estaba rezando: "Tu corazón no parece de carne sino de acero". Esto la hizo cambiar totalmente en su trato con los demás.
Tenía una especialísima devoción a la Virgen Santísima y al Divino Niño Jesús y en su altarcito les rezaba día por día. Y una tarde, mientras les estaba hablando con todo fervor, le pareció que ambos le sonreían. Era una verdadera aprobación a los esfuerzos que ella estaba haciendo por volverse mejor. Desde ese día sintió un estusiasmo nunca antes tenido, respecto de la santidad.
A los 11 años descubre que la devoción que la va a llevar al fervor y a la santidad es la deJesús Crucificado. La de las 5 heridas de Jesús en la cruz. Desde entonces su meditación contínua es en la Pasión y Muerte de Jesús.
Entonces hace a Dios el voto o juramento de entrar de religiosa. Pero su padre que desea para ella un matrimonio con algún joven de alta condición social, le prohíbe entrar de religiosa. Y sucede luego que la joven a causa de la pena moral, empieza a enflaquecerse y a secarse de manera tan alarmante, que a su padre no le queda otro camino que permitirle su entrada al convento. Y así a los 17 años se fue de religiosa capuchina.
En el convento se dedicó a cumplir lo más exactamente los deberes de una buena religiosa, y a meditar en la Pasión y Muerte de Jesús, especialmente en sus cinco heridas de la cruz y en su corona de espinas.
Y cuando cumplió los 33 años, en 1693, empezaron a aparecer en su cuerpo las cinco heridas deJesús: en las manos, en los pies, en el costado y heridas en la cabeza como de una corona de espinas. Los médicos se esforzaron todo lo que pudieron para curarle esas heridas, pero por más curaciones que les hicieron, estas no cicatrizaron.
El Señor obispo llegó y durante tres días examinó las heridas de las manos y los pies y de la corona, en presencia de cuatro religiosas, y no pudo encontrar ninguna explicación natural a este fenómeno. Las heridas se agravaban el Viernes Santo.
A pesar de todas sus cualidades místicas, Verónica se dedicaba con gran éxito a las actividades normales de las religiosas, y así llegó a ser nombrada Maestra de novicias (y a sus novicias les aconsejaba que leyeran libros fáciles y sencillos) y más tarde, superiora del convento, y en este cargo se preocupó por mejorar el edificio y hacerlo más saludable y agradable. Lo que recibía de los ricos lo regalaba a los pobres. Y llegó hasta a redactar varias recetas de cocina.
Como su fama de santidad era muy grande, dos hermanas suyas que eran religiosas clarisas, le pidieron algún objeto suyo para emplearlo como reliquias. Ella como en chanza, fabricó una muñequita de trapo, muy parecida a su persona y la vistió de monjita capuchina, y se la envió. Más tarde, cuando muera, bastará tocar con esta muñequita algunos enfermos, y se curarán, por la intercesión de la santa.
Por orden de su confesor escribió su autobiografía, y por eso sabemos muchos datos curiosos de su vida.
Al cumplir sus Bodas de Oro de profesión religiosa, después de haber vivido cincuenta años como una fervorosa y santa capuchina, sintió que sus fuerzas le faltaban. Sufrió una apoplejía (o derrame cerebral) y murió el 9 de julio de 1727.
Santa Verónica, alcánzanos de Dios que también nosotros tengamos una gran devoción a la Santísima Pasión de Jesús, y que esta devoción nos lleve a la santidad. Queremos repetir aquellas jaculatorias tan queridas para ti: -Oh Jesús, por tus cinco heridas, te pido que cures las heridas dejmi alma. Oh Padre Celestial, por las heridas de Jesús, curad las heridas de nuestro espíritu. Amén.
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