miércoles, 11 de julio de 2012

Regla de San Benito




Regla de San Benito



La Regla de San Benito.
La regla benedictina es una regla monástica que Benito de Nursia escribió a principios del siglo VI destinada a los monjes. Cuando le destinaron al norte de Italia como abad de un grupo de monjes, éstos no aceptaron la Regla y además hubo entre ellos un conato de conspiración para envenenarle. Benito se trasladó entonces al monte Cassino, al noroeste de Nápoles, donde fundó el monasterio que sería conocido más tarde como Montecassino. Allí le siguieron algunos jóvenes, formando una comunidad que acató y siguió la Regla, conocida por las generaciones futuras como Regula Sancti Benedicti, de 73 capítulos, algunos añadidos y modificados después por sus seguidores. Esta regla benedictina será acogida por la mayoría de los monasterios fundados durante la Edad Media.
El principal mandato es el ora et labora, con una especial atención a la regulación del horario. Se tuvo muy en cuenta el aprovechamiento de la luz solar según las distintas estaciones del año, para conseguir un equilibrio entre el trabajo (generalmente trabajo agrario), la meditación, la oración y el sueño. Se ocupó San Benito de las cuestiones domésticas, los hábitos, la comida, bebida, etc. Una de las críticas que tuvo esta regla al principio fue la "falta de austeridad" pues no se refería en ningún capítulo al ascetismo puro sino que se imponían una serie de horas al trabajo, al estudio y a la lectura religiosa, además de la oración.
La regla daba autoridad de patriarca al abad del monasterio que al mismo tiempo tenía la obligación de consultar con el resto de la comunidad los temas más importantes. Los discípulos de Benito se encargaron de difundir la Regla por toda Europa y durante siglos (hasta la adopción de la regla de San Agustín por los premostratenses en el siglo XII y los dominicos en el siglo XIII), fue la única ordenanza a seguir por los distintos monasterios que se fueron fundando.
Siguiendo los preceptos, el hábito benedictino debía estar formado por una túnica y un escapulario, cubiertas ambas piezas por una capa con capucha. No se dice el color que deban llevar dichas prendas, aunque se cree que seguramente serían de la coloración de la lana sin teñir, que era lo más fácil en los primeros tiempos. Después, el color negro fue el predominante hasta que llegó la reforma de los cistercienses, que volvieron a adoptar el blanco; de ahí la diferencia que se hace entre monjes negros y monjes blancos, ambos descendientes y seguidores de la orden benedictina.
Carlomagno en el siglo VIII encargó una copia e invitó a seguir esta regla a todos los monasterios de su imperio. Dio orden de que los monjes se aprendiesen de memoria todos los capítulos para estar siempre listos a recitar cualquiera de ellos cuando así se lo demandasen.

De la Santa Regla


Benito de Nursia en un detalle de un fresco de Fra Angelico en el Convento de San Marcos en Florencia.


La Regula Monachorum de San Benito


"No quiero que ignores que entre tantos milagros con que ilustró al mundo este Varón de Dios, brilló también magníficamente por su doctrina; pues escribió una Regla para Monjes, notable por su discreción y rica de doctrina. Si alguno quiere conocer más detenidamente sus costumbre y su vida, hallará en esta institución de la Regla todas las acciones del Maestro; porque este Varón santo, jamás pudo enseñar otra cosa que lo que él vivió." San Gregorio Magno, Diálogos, II, 36
La Regla de San Benito es tal vez uno de los documentos que más influencia han tenido en la vida de los hombres y las mujeres de la Edad Media Occidental. San Benito (c. 480-543) compuso la Regla al parecer al final de su vida, posiblemente a pedido de los monjes de Monte Casino que salían a fundar nuevas comunidades monásticas. Es dificil precisar con exactitud las fuentes monásticas de la Regla benedictina, pero indudablemente acusa influencias de las reglas de Pacomio, Basilio, Casiano y posiblemente de San Agustín. La relación entre esta regla y la contemporánea Regla del Maestro es un tema todavía discutido por los especialistas. La Regla de mano de su gran difusor, el Papa Gregorio y luego de la corte corolingea, terminará por convertirse en la regla por excelencia del monacato occidental.

I. El Monasterio y el Camino monástico
  1. Clases de monjes
  2. Cómo debe ser el Abad
  3. Consejo de hermanos
  4. Las buenas obras
  5. La obediencia
  6. El silencio
  7. La humildad
II. La Liturgia monástica
  1. Oficios nocturnos
  2. Salmos nocturnos
  3. Alabanza nocturna
  4. Vigilias dominicales
  5. Oficio de Laudes
  6. Laudes feriales
  7. Vigilias de los santos
  8. El aleluya
  9. Oficios durante el día
  10. Salmos diurnos
  11. Orden de los salmos
  12. El modo de salmodiar
  13. Reverencia en la oración
III. Organización de la Comunidad
  1. Decanos del monasterio
  2. Descanso nocturno
  3. Excomunión por faltas
  4. Alcance de la excomunión
  5. Faltas más graves
  6. Separar excomulgados
  7. Cuidar excomulgados
  8. Si no se corrigen
  9. Recibidos de nuevo
  10. Corrección de los niños
  11. Mayordomo del monasterio
  12. Herramientas y bienes
  13. La desapropiación
  14. Recibir lo necesario
  15. Los semaneros de cocina
  16. Los hermanos enfermos
  17. Los ancianos y los niños
    1. El lector semanal
    2. La medida de la comida
    3. La medida de la bebida
    4. La hora de las comidas
    5. El silencio nocturno
    6. Los que llegan tarde
    7. Las satisfacciones
    8. Las equivocaciones
    9. Otras faltas
    10. Anuncio de la oración
    11. El trabajo manual
    12. Observancia Cuaresma
    13. Los que van lejos
    14. Los que no van lejos
    15. Oratorio del monasterio
    IV. El Monasterio hacia afuera
    1. Recepción huéspedes
    2. Cartas y regalos
    3. Vestido y calzado
    4. La mesa del Abad
    5. Artesanos del monasterio
    V. Renovacón de la Comunidad
    1. Nuevos hermanos
    2. Hijos de nobles o pobres
    3. Candidatos sacerdotes
    4. Monjes peregrinos
    5. Los monjes sacerdotes
    6. Orden de la comunidad
    7. La elección del Abad
    8. El Prior del monasterio
    9. Porteros del monasterio
    VI. Observaciones complementarias
    1. Los que van de viaje
    2. Obediencia en imposibles
    3. No defender a otro
    4. No golpear a otro
    5. Obediencia mutua
    6. El buen celo
    Conclusión
    1. Esta mínima Regla

Reforma cisterciense

Con el monje Roberto de Molesmes llegó la gran reforma de los monasterios benedictinos cluniacenses cuyas costumbres se habían relajado bastante. Los nuevos monjes llamados cistercienses volvieron a la verdadera regla de San Benito, añadiendo más disposiciones en la Carta de la Caridad, escrita por el monje inglés Esteban Harding, obra maestra de la prosa latina. En esta ampliación se volvía a prohibir el lujo y se recomendaba la alabanza a Dios, la lectura de las Sagradas Escrituras y el trabajo físico.

Enlaces externos

Bibliografía

Benito de Nursia (2006). Regla de los monjes. Francisco Javier Molina de la Torre (trad.). Salamanca: Sígueme. ISBN 8430115935.
REGLA DE SAN BENITO Y VIDA MONASTICA EN OCCIDENTE
INTRODUCCION
A partir de la caída del Imperio, la Iglesia de Roma se transformó, según mi punto de vista, en la institución más importante del medioevo debido a su estrecha vinculación con el poder civil, su creciente poderío económico y la monopolización de la cultura. Esto último se vio reflejado en la proliferación de monasterios en Europa Occidental, cuya vida giraba en torno a la meditación y el trabajo manual, además de la sujeción a una determinada regla y a determinados votos.
De acuerdo con sus superiores, los monasterios obedecían a reglamentos muy diversos. Unos se preocupaban más de la meditación, otros del apostolado, otros del trabajo agrícola, pero en general, todos los monjes eran piadosos fieles que buscaban un camino de renunciamiento sin haber recibido los grados u órdenes que distinguen a los componentes del clero.
En el siglo VI San Benito de Nursia fundó la orden benedictina y el monasterio de Montecassino, cerca de Nápoles bajo la norma ora et labora: Reza y trabaja.
Sin embargo, según las fuentes estudiadas complementariamente, el monacato no puede considerarse oriental ni occidental, simplemente es “una manifestación espontánea de la vida de la Iglesia, una expresión necesaria de la vitalidad Cristiana, es un fruto del evangelio”.
El secreto del fenómeno monástico es la oración, el monaquismo se refugia en la oración sin distracción, desinteresada y de contemplación. Para esto el Cristiano prefiere renunciar, desterrarse y salir del mundo2.
A continuación se presenta una breve síntesis de los orígenes, importancia y la trascendencia de la vida monacal en el Occidente, con algunos comentarios y reflexiones personales.

RAICES DEL MONACATO OCCIDENTAL Y
LA CONTRIBUCIÓN DE SAN BENITO.

Las raíces de la vida monástica en occidente están dadas por el eremitismo y el cenobitismo, fenómenos que, se cree, tiene su origen en oriente, el primero con San Antonio y Simón el estilista; y el segundo con Pacomio, es decir, comenzó también por su versión anacoreta, además de otras razones como la inseguridad que se vivía en el Imperio, las invasiones bárbaras, la crisis que , por lo mismo, se vivía en Roma. Fenómenos que hicieron que ciertos individuos pusieran su fe en Dios y no en los hombres, razón por la cual prefirieron la vida en soledad, en cuevas o lugares inaccesibles, donde podían rezar y así sentirse más cerca de Dios. Sin embargo, la capacidad de estos hombres en la sanación de enfermedades, la taumaturgia, les dieron fama y seguidores, por ello, el eremitismo le dio paso al cenobitismo, la vida en comunidad, así fue como el monacato de occidente fue cenobítico.
Su organización recordaba ciertamente a comunidades orientales que seguían reglas de Martín de Tours y de Juan Casiano, quien al establecerse en Marsella da a conocer las ventajas de la vida cenobítica y los peligros de la vida de ermitaños. Así fue como se fue expandiendo este ideal de vida en comunidad. Algunos de los países que compartieron esta idea fueron: España, Francia y más fuertemente en Irlanda, a partir de la acción evangelizadora de San Patricio y de la fundación de monasterios cuyos fundamentos eran su severo ascetismo, la gran cantidad de monjes, sus deseos de cultura y la capacidad para evangelizar.
En occidente, el fundador de los monasterios fue San Benito. El padre del Monacato Occidental y Padre de Europa3 nació hacia el año 480 en Nursia o sus alrededores cuando el fin del Imperio ya era un hecho, provenía de familia no noble pero sí acomodada. Fue enviado a estudiar a Roma., y durante sus estudios comenzó a sentir una gran repulsión por las ligeras costumbres de la vida romana, por ello se retiro a una gruta casi inaccesible para renunciar a las riquezas y placeres mundanos, allí comenzó sus jornadas de oración y reflexión. San Benito permaneció en esta especie de sepultura hasta que fue descubierto por unos pastores, lo que causó que miles de personas se acercaran a escuchar sus enseñanzas.4
Después de distintos avatares del destino que debió soportar San Benito, finalmente encontró un lugar apto para construir un convento: Montecassino, cerca de Nápoles. La vida dentro de este convento estaba sometida a una rigurosa regla dictada por San Benito, cimentada en tres votos fundamentales : pobreza, castidad y obediencia absoluta al abad o abadesa. Los monjes estaban obligados a trabajar constantemente ya que San Benito sostenía que “la ociosidad es el enemigo del alma”, sin embargo, el trabajo arduo, producto de un ascetismo severo no podía sustentarse en los conventos: En su regla San Benito manifiesta que la meta a conseguir es la “ dominación del cuerpo a través del alma”, pero no a partir de la mortificación del cuerpo, sino basada en el dominio de sí mismo5.
A continuación presento un pequeño extracto sintético de la Regla de San Benito:

“El ocio es el enemigo del alma, por eso , los monjes debemos dedicarnos a determinadas horas al trabajo manual y otras a la lectura de los libros sagrados6... Desde la Pascua hasta Octubre, los monjes, desde la primera hora que se levanten, hasta casi la cuarta, trabajarán en lo que sea necesario. Desde la hora cuarta y sexta que se ocupen de la lectura. Después de la hora sexta y después de levantarse de la mesa, que descansen en su lecho completamente en silencio... Si las exigencias o la pobreza del lugar lo exigieran, los monjes se preocuparan de cultivar los frutos de la tierra con sus propias manos”7

IMPORTANCIA Y TRASCENDENCIA.

He considerado estos dos puntos en conjunto porque pienso que ambos están estrechamente ligados, ya que la importancia que tuvo la Regla de San Benito se traduce en la trascendencia que ha tenido para la vida en Occidente a partir del siglo VI y con más fuerza después de la orden de Carlomagno en cuanto a la utilización de la Regla en todos los monasterios de su imperio. Ciertamente este es uno más de los intentos unificadores del emperador respecto a sus territorios.
Los monasterios fueron el lugar de retiro de quienes querían huir del “mundanal ruido”, de los que buscaban el arrepentimiento y el perdón por los pecados cometidos, e incluso de quienes huían para evadir a los cobradores de impuestos. Sin embargo, la importancia de la vida monacal en occidente, se dio precisamente por la vía que san Benito no esperaba: el realizar servicios a la sociedad. Recordemos que San Benito sólo quiso proporcionar, a través de los monasterios, un lugar de retiro, y a través de su Regla, la regulación de la vida que habría de llevarse al interior de éstos, como forma única y exclusiva de alcanzar la vida eterna en conformidad al respeto de los mandamientos tanto de Dios como de la Regla.
No obstante, entre los aportes importantes de la Regla y por consiguiente, de la vida monacal consideramos los siguientes:8
  • Culturales, a través de la fundación de escuelas y de la función de los monjes escribanos.
  • Económicos, ya que como manifesté anteriormente, la existencia de huertos era con fines de subsistencia, mas a partir de las donaciones recibidas los conventos se convirtieron en grandes Estados Señoriales donde el abad era el señor de los campesinos dependientes (campesinos que se convirtieron en eruditos respecto al tratamiento de tierras).
  • Religiosos, el oficio divino se hizo imprescindible en un constante estado de guerra y belicosidad, y por último
  • Políticos, ya que el talento de los monjes fue aprovechado por los monarcas, al incorporarlos dentro del gobierno como escribanos, cancilleres, etc.
Es en este punto, donde la importancia y la trascendencia de la vida monástica y de la Regla, se topan hasta hacerse un solo concepto. Ciertamente, la importancia señala una visión universal. De algo que es común a todos y la trascendencia denota una visión futurista. Y a partir de esto es que mis consideraciones son las que siguen:
El aporte cultural, sin duda, es la acción más importante y, por ende, la de mayor trascendencia dentro de la gestión de la vida monástica, y lo digo desde mi punto de vista de historiador: los monjes escribanos “salvaron” fuentes de la antigüedad copiándolas pacientemente a la luz de una pequeña ventana, de otro modo no hubiésemos tenido acceso a ellas. Debo agregar además que dentro de los conventos se conservaron las tradiciones de pureza, honradez y elevación moral del mundo clásico, claramente sin conventos estarían perdidas. Recordemos que siempre se ha caracterizado la Edad Media como un período de oscuridad y analfabetismo, tal vez no todo el mundo sabía leer o escribir, pero sin duda los pocos que supieron hacerlo, calaron muy hondo en la historia, no sólo porque se dedicaron con tesón a realizar sus tareas, sino porque niegan la idea de oscuridad cultural a la que nos tienen tan acostumbrados ciertos historiadores. Es claro que la cultura era más religiosa, por así plantearlo, pero era la Iglesia quien se había convertido en la Institución más poderosa después de la caída del Imperio Romano, por lo cual no puede criticarse que los hombres hayan puesto su vida a disposición de Dios.
La Regla de San Benito, fue, como ya se ha señalado, la idea rectora de la vida religiosa en occidente y además de eso, significó la unión de un imperio en torno a una misma regulación; la vida eterna o más simple, la comunión con Dios era accesible a partir de la obediencia a la Santa Regla, he aquí el teocentrismo en su máxima expresión: La iglesia uniendo bajo su manto protector a un solo imperio, en un convulsionado mundo de pestes, invasiones y calamidades bélicas; y el hombre acudiendo a ella como niño que busca la protección de su madre.
A pesar de esto no puedo dejar de expresar mi desacuerdo con la severidad impuesta por San Benito, tal vez esto se deba a la época en la que vivimos, es claro que la perspectiva es otra, no obstante , no pude dejar de sorprenderme por aquellos mandatos que prohibían reír, que obligaban a andar con la vista baja o los castigos a los que eran sometidos los niños. Considero que la comunión con Dios puede alcanzarse sin necesidad de limitar tanto el comportamiento humano, la espontaneidad, mas no la indiscreción, es bastante apreciada por el Señor... En fin, tal vez San Benito se sintió tan profundamente impactado por la ligereza de costumbres que vio durante su vida en el mundo, que no encontró otra solución que presentar una Regla que rigiera si no todos, la mayoría de los comportamientos humanos, de modo tal que el pecado o los errores significaran castigos rígidos, para evitar la repetición de éstos. No hay que olvidar que “lo punitivo” muchas veces da más resultados que las apelaciones a la buena voluntad.
En el fondo, San Benito sigue teniendo la razón...
Su Regla, con casi 1500 años de antigüedad sigue siendo leída, estudiada, y lo que es más importante, practicada.

Historia General de la Edad Media, Tomo I, García de Cortázar, página 21.
2 Son estos principios los que orientan el nacimiento del monacato, es decir, son sus raíces. Este punto se tratará a continuación.
3 Pío XII lo proclamó como tal el 18 de septiembre de 1947, por otra parte Pablo VI lo declaró Patrón Principal de Europa en Montecassino el 24 de Octubre de 1964. Ambos nombramientos nos manifiestan la gran importancia que se le ha adjudicado a San Benito como real creador de la vida monacal de Occidente. No deja de sorprender que aún en el siglo XX, le sea reconocida su gestión, lo que ciertamente nos dice que a pesar que San Benito sólo quiso crear un lugar de meditación y acercamiento a Dios, terminó por crear un estilo de vida que perdura hasta nuestros días.
4 Sin duda San Benito también fue víctima de las “persecuciones” de discípulos y curiosos que se sentían atraídos por las experiencias y enseñanzas de alguien que había preferido huir del mundo. Según mi punto de vista, este hecho no hace más que afirmar que la constante persecución a la que fueron sometidos los eremitas, fue una de las razones principales para el surgimiento de la vida en comunidad: el cenobitismo. Que a su vez dio origen a la vida conventual.
5 Mis consideraciones respecto a este punto son básicamente dos: la primera es que el concepto de “mortificación del cuerpo” es más bien moderno, esto por cuanto actualmente la Iglesia Católica prohibe este tipo de manifestaciones de religiosidad extrema porque atentan contra el cuerpo del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. La pregunta que surge de esto es si San Benito pensaba de igual forma. Mi punto de vista es que si, ya que la comunión con Dios se alcanzaba mediante la oración y la reflexión que se realizaba en los conventos, cuyas pautas encontramos en la Regla. Por otra parte, considero que este mismo concepto debía aplicarse respecto al castigo de los niños por las faltas cometidas, ya el azotarlos también constituye una mortificación del cuerpo, además veo cierta contraposición en el sentido del castigo como “vara de disciplina” y la compasión que proclama San Benito para los ancianos y los niños.
6 En estas líneas se expresa la base de la Regla de San Benito como forma de vida : ora et labora
7 Este punto es muy importante ya que como veremos más adelante, el cultivo en los conventos, los convirtió en verdaderas “granjas”
8 Estos aportes son más bien en un contexto histórico inmediato, el real aporte lo podemos ver incluso hasta nuestros días.

La Regla de San Benito

Prólogo



ESCUCHA, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un padre piadoso, y cúmplelo verdaderamente. 2. Así volverás por el trabajo de la obediencia, a Aquel de quien te habías alejado por la desidia de la desobediencia. 3. Mi palabra se dirige ahora a ti, quienquiera que seas, que renuncias a tus propias voluntades y tomas las preclaras y fortísimas armas de la obediencia, para militar por Cristo Señor, verdadero Rey.
4. Ante todo pídele con una oración muy constante que lleve a su término toda obra buena que comiences, 5. para que Aquel que se dignó contarnos en el número de sus hijos, no tenga nunca que entristecerse por nuestras malas acciones. 6. En todo tiempo, pues, debemos obedecerle con los bienes suyos que Él depositó en nosotros, de tal modo que nunca, como padre airado, desherede a sus hijos, 7. ni como señor temible, irritado por nuestras maldades, entregue a la pena eterna, como a pésimos siervos, a los que no quisieron seguirle a la gloria.
8. Levantémonos, pues, de una vez, ya que la Escritura nos exhorta y nos dice: "Ya es hora de levantarnos del sueño". 9. Abramos los ojos a la luz divina, y oigamos con oído atento lo que diariamente nos amonesta la voz de Dios que clama diciendo: 10. "Si oyeren hoy su voz, no endurezcan sus corazones". 11. Y otra vez: "El que tenga oídos para oír, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias". 12. ¿Y qué dice? "Vengan, hijos, escúchenme, yo les enseñaré el temor del Señor". 13. "Corran mientras tienen la luz de la vida, para que no los sorprendan las tinieblas de la muerte".
14. Y el Señor, que busca su obrero entre la muchedumbre del pueblo al que dirige este llamado, dice de nuevo: 15. "¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?". 16. Si tú, al oírlo, respondes "Yo", Dios te dice: 17. "Si quieres poseer la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal, y que tus labios no hablen con falsedad. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela". 18. Y si hacen esto, pondré mis ojos sobre ustedes, y mis oídos oirán sus preces, y antes de que me invoquen les diré: "Aquí estoy". 19. ¿Qué cosa más dulce para nosotros, carísimos hermanos, que esta voz del Señor que nos invita? 20. Vean cómo el Señor nos muestra piadosamente el camino de la vida.
21. Ciñamos, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, y sigamos sus caminos guiados por el Evangelio, para merecer ver en su reino a Aquel que nos llamó.
22. Si queremos habitar en la morada de su reino, puesto que no se llega allí sino corriendo con obras buenas, 23. preguntemos al Señor con el Profeta diciéndole: "Señor, ¿quién habitará en tu morada, o quién descansará en tu monte santo?". 24. Hecha esta pregunta, hermanos, oigamos al Señor que nos responde y nos muestra el camino de esta morada 25. diciendo: "El que anda sin pecado y practica la justicia; 26. el que dice la verdad en su corazón y no tiene dolo en su lengua; 27. el que no hizo mal a su prójimo ni admitió que se lo afrentara". 28. El que apartó de la mirada de su corazón al maligno diablo tentador y a la misma tentación, y lo aniquiló, y tomó sus nacientes pensamientos y los estrelló contra Cristo. 29. Estos son los que temen al Señor y no se engríen de su buena observancia, antes bien, juzgan que aun lo bueno que ellos tienen, no es obra suya sino del Señor, 30. y engrandecen al Señor que obra en ellos, diciendo con el Profeta: "No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria". 31. Del mismo modo que el Apóstol Pablo, que tampoco se atribuía nada de su predicación, y decía: "Por la gracia de Dios soy lo que soy". 32. Y otra vez el mismo: "El que se gloría, gloríese en el Señor". 33. Por eso dice también el Señor en el Evangelio: "Al que oye estas mis palabras y las practica, lo compararé con un hombre prudente que edificó su casa sobre piedra; 34 vinieron los ríos, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa, pero no se cayó, porque estaba fundada sobre piedra".
35. Después de decir esto, el Señor espera que respondamos diariamente con obras a sus santos consejos. 36. Por eso, para corregirnos de nuestros males, se nos dan de plazo los días de esta vida. 37. El Apóstol, en efecto, dice: "¿No sabes que la paciencia de Dios te invita al arrepentimiento?" . 38. Pues el piadoso Señor dice: "No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva".
39. Cuando le preguntamos al Señor, hermanos, sobre quién moraría en su casa, oímos lo que hay que hacer para habitar en ella, a condición de cumplir el deber del morador. 40. Por tanto, preparemos nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar bajo la santa obediencia de los preceptos, 41. y roguemos al Señor que nos conceda la ayuda de su gracia, para cumplir lo que nuestra naturaleza no puede. 42.Y si queremos evitar las penas del infierno y llegar a la vida eterna, 43. mientras haya tiempo, y estemos en este cuerpo, y podamos cumplir todas estas cosas a la luz de esta vida, 44. corramos y practiquemos ahora lo que nos aprovechará eternamente.
45. Vamos, pues, a instituir una escuela del servicio divino, 46. y al hacerlo, esperamos no establecer nada que sea áspero o penoso. 47. Pero si, por una razón de equidad, para corregir los vicios o para conservar la caridad, se dispone algo más estricto, 48. no huyas enseguida aterrado del camino de la salvación, porque éste no se puede emprender sino por un comienzo estrecho. 49. Mas cuando progresamos en la vida monástica y en la fe, se dilata nuestro corazón, y corremos con inefable dulzura de caridad por el camino de los mandamientos de Dios. 50. De este modo, no apartándonos nunca de su magisterio, y perseverando en su doctrina en el monasterio hasta la muerte, participemos de los sufrimientos de Cristo por la paciencia, a fin de merecer también acompañarlo en su reino. Amén.

I. El Monasterio y el Camino monástico


CAPITULO I
LAS CLASES DE MONJES

1. Es sabido que hay cuatro clases de monjes. 2. La primera es la de los cenobitas, esto es, la de aquellos que viven en un monasterio y que militan bajo una regla y un abad. 3. La segunda clase es la de los anacoretas o ermitaños, quienes, no en el fervor novicio de la vida religiosa, sino después de una larga probación en el monasterio. 4. aprendieron a pelear contra el diablo, enseñados por la ayuda de muchos. 5. Bien adiestrados en las filas de sus hermanos para la lucha solitaria del desierto, se sienten ya seguros sin el consuelo de otros, y son capaces de luchar con sólo su mano y su brazo, y con el auxilio de Dios, contra los vicios de la carne y de los pensamientos.
6. La tercera, es una pésima clase de monjes: la de los sarabaítas. Éstos no han sido probados como oro en el crisol por regla alguna en el magisterio de la experiencia, sino que, blandos como plomo, 7. guardan en sus obras fidelidad al mundo, y mienten a Dios con su tonsura. 8. Viven de dos en dos o de tres en tres, o también solos, sin pastor, reunidos, no en los apriscos del Señor sino en los suyos propios. Su ley es la satisfacción de sus gustos: 9. llaman santo a lo que se les ocurre o eligen, y consideran ilícito lo que no les gusta.
10. La cuarta clase de monjes es la de los giróvagos, que se pasan la vida viviendo en diferentes provincias, hospedándose tres o cuatro días en distintos monasterios. 11. Siempre vagabundos, nunca permanecen estables. Son esclavos de sus deseos y de los placeres de la gula, y peores en todo que los sarabaítas.
12. De la misérrima vida de todos éstos, es mejor callar que hablar. 13. Dejándolos, pues, de lado, vamos a organizar, con la ayuda del Señor, el fortísimo linaje de los cenobitas.



CAPITULO II
COMO DEBE SER EL ABAD

1. Un abad digno de presidir un monasterio debe acordarse siempre de cómo se lo llama, y llenar con obras el nombre de superior. 2. Se cree, en efecto, que hace las veces de Cristo en el monasterio, puesto que se lo llama con ese nombre, 3. según lo que dice el Apóstol: "Recibieron el espíritu de adopción de hijos, por el cual clamamos: Abba, Padre". 4. Por lo tanto, el abad no debe enseñar, establecer o mandar nada que se aparte del precepto del Señor, 5. sino que su mandato y su doctrina deben difundir el fermento de la justicia divina en las almas de los discípulos. 6. Recuerde siempre el abad que se le pedirá cuenta en el tremendo juicio de Dios de estas dos cosas: de su doctrina, y de la obediencia de sus discípulos. 7. Y sepa el abad que el pastor será el culpable del detrimento que el Padre de familias encuentre en sus ovejas. 8. Pero si usa toda su diligencia de pastor con el rebaño inquieto y desobediente, y emplea todos sus cuidados para corregir su mal comportamiento, 9. este pastor será absuelto en el juicio del Señor, y podrá decir con el Profeta: "No escondí tu justicia en mi corazón; manifesté tu verdad y tu salvación, pero ellos, desdeñándome, me despreciaron". 10. Y entonces, por fin, la muerte misma sea el castigo de las ovejas desobedientes encomendadas a su cuidado.
11. Por tanto, cuando alguien recibe el nombre de abad, debe gobernar a sus discípulos con doble doctrina, 12. esto es, debe enseñar todo lo bueno y lo santo más con obras que con palabras. A los discípulos capaces proponga con palabras los mandatos del Señor, pero a los duros de corazón y a los más simples muestre con sus obras los preceptos divinos. 13. Y cuanto enseñe a sus discípulos que es malo, declare con su modo de obrar que no se debe hacer, no sea que predicando a los demás sea él hallado réprobo, 14. y que si peca, Dios le diga: "¿Por qué predicas tú mis preceptos y tomas en tu boca mi alianza? pues tú odias la disciplina y echaste mis palabras a tus espaldas" y 15. "Tú, que veías una paja en el ojo de tu hermano ¿no viste una viga en el tuyo?".
16. No haga distinción de personas en el monasterio. 17. No ame a uno más que a otro, sino al que hallare mejor por sus buenas obras o por la obediencia. 18. No anteponga el hombre libre al que viene a la religión de la condición servil, a no ser que exista otra causa razonable. 19. Si el abad cree justamente que ésta existe, hágalo así, cualquiera fuere su rango. De lo contrario, que cada uno ocupe su lugar, 20. porque tanto el siervo como el libre, todos somos uno en Cristo, y servimos bajo un único Señor en una misma milicia, porque no hay acepción de personas ante Dios. 21. Él nos prefiere solamente si nos ve mejores que otros en las buenas obras y en la humildad. 22. Sea, pues, igual su caridad para con todos, y tenga con todos una única actitud según los méritos de cada uno.
23. El abad debe, pues, guardar siempre en su enseñanza, aquella norma del Apóstol que dice: "Reprende, exhorta, amonesta", 24. es decir, que debe actuar según las circunstancias, ya sea con severidad o con dulzura, mostrando rigor de maestro o afecto de padre piadoso. 25. Debe, pues, reprender más duramente a los indisciplinados e inquietos, pero a los obedientes, mansos y pacientes, debe exhortarlos para que progresen; y le advertimos que amoneste y castigue a los negligentes y a los arrogantes.
26. No disimule los pecados de los transgresores, sino que, cuando empiecen a brotar, córtelos de raíz en cuanto pueda, acordándose de la desgracia de Helí, sacerdote de Silo. 27. A los mejores y más capaces corríjalos de palabra una o dos veces; pero a los malos, a los duros, 28. a los soberbios y a los desobedientes reprímalos en el comienzo del pecado con azotes y otro castigo corporal, sabiendo que está escrito: "Al necio no se lo corrige con palabras", 29. y también: "Pega a tu hijo con la vara, y librarás su alma de la muerte".
30. El abad debe acordarse siempre de lo que es, debe recordar el nombre que lleva, y saber que a quien más se le confía, más se le exige. 31. Y sepa qué difícil y ardua es la tarea que toma: regir almas y servir los temperamentos de muchos, pues con unos debe emplear halagos, reprensiones con otros, y con otros consejos. 32. Deberá conformarse y adaptarse a todos según su condición e inteligencia, de modo que no sólo no padezca detrimento la grey que le ha sido confiada, sino que él pueda alegrarse con el crecimiento del buen rebaño.
33. Ante todo no se preocupe de las cosas pasajeras, terrenas y caducas, de tal modo que descuide o no dé importancia a la salud de las almas encomendadas a él. 34. Piense siempre que recibió el gobierno de almas de las que ha de dar cuenta. 35. Y para que no se excuse en la escasez de recursos, acuérdese de que está escrito: "Busquen el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura", 36. y también: "Nada falta a los que le temen".
37. Sepa que quien recibe almas para gobernar, debe prepararse para dar cuenta de ellas. 38. Tenga por seguro que, en el día del juicio, ha de dar cuenta al Señor de tantas almas como hermanos haya tenido confiados a su cuidado, además, por cierto, de su propia alma. 39. Y así, temiendo siempre la cuenta que va a rendir como pastor de las ovejas a él confiadas, al cuidar de las cuentas ajenas, se vuelve cuidadoso de la suya propia, 40. y al corregir a los otros con sus exhortaciones, él mismo se corrige de sus vicios.

CAPITULO III
CONVOCACION DE LOS HERMANOS A CONSEJO

1. Siempre que en el monasterio haya que tratar asuntos de importancia, convoque el abad a toda la comunidad, y exponga él mismo de qué se ha de tratar. 2. Oiga el consejo de los hermanos, reflexione consigo mismo, y haga lo que juzgue más útil. 3. Hemos dicho que todos sean llamados a consejo porque muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor. 4. Los hermanos den su consejo con toda sumisión y humildad, y no se atrevan a defender con insolencia su opinión. 5. La decisión dependa del parecer del abad, y todos obedecerán lo que él juzgue ser más oportuno. 6. Pero así como conviene que los discípulos obedezcan al maestro, así corresponde que éste disponga todo con probidad y justicia.
7. Todos sigan, pues, la Regla como maestra en todas las cosas, y nadie se aparte temerariamente de ella. 8. Nadie siga en el monasterio la voluntad de su propio corazón. 9. Ninguno se atreva a discutir con su abad atrevidamente, o fuera del monasterio. 10. Pero si alguno se atreve, quede sujeto a la disciplina regular. 11. Mas el mismo abad haga todo con temor de Dios y observando la Regla, sabiendo que ha de dar cuenta, sin duda alguna, de todos sus juicios a Dios, justísimo juez.
12. Pero si las cosas que han de tratarse para utilidad del monasterio son de menor importancia, tome consejo solamente de los ancianos, 13. según está escrito: "Hazlo todo con consejo, y después de hecho no te arrepentirás".

CAPITULO IV
LOS INSTRUMENTOS DE LAS BUENAS OBRAS

1. Primero, amar al Señor Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas;
2. después, al prójimo como a sí mismo.
3. Luego, no matar;
4. no cometer adulterio,
5. no hurtar,
6. no codiciar,
7. no levantar falso testimonio,
8. honrar a todos los hombres,
9. no hacer a otro lo que uno no quiere para sí.
10. Negarse a sí mismo para seguir a Cristo.
11. Castigar el cuerpo,
12. no entregarse a los deleites,
13. amar el ayuno.
14. Alegrar a los pobres,
15. vestir al desnudo,
16. visitar al enfermo,
17. sepultar al muerto.
18. Socorrer al atribulado,
19. consolar al afligido.
20. Hacerse extraño al proceder del mundo,
21. no anteponer nada al amor de Cristo.
22. No ceder a la ira,
23. no guardar rencor.
24. No tener dolo en el corazón,
25. no dar paz falsa.
26. No abandonar la caridad.
27. No jurar, no sea que acaso perjure,
28. decir la verdad con el corazón y con la boca.
29. No devolver mal por mal.
30. No hacer injurias, sino soportar pacientemente las que le hicieren.
31. Amar a los enemigos.
32. No maldecir a los que lo maldicen, sino más bien bendecirlos.
33. Sufrir persecución por la justicia.
34. No ser soberbio,
35. ni aficionado al vino,
36. ni glotón
37. ni dormilón,
38. ni perezoso,
39. ni murmurador,
40. ni detractor.
41. Poner su esperanza en Dios.
42. Cuando viere en sí algo bueno, atribúyalo a Dios, no a sí mismo;
43. en cambio, sepa que el mal siempre lo ha hecho él, e impúteselo a sí mismo.
44. Temer el día del juicio,
45. sentir terror del infierno,
46. desear la vida eterna con la mayor avidez espiritual,
47. tener la muerte presente ante los ojos cada día.
48. Velar a toda hora sobre las acciones de su vida,
49. saber de cierto que, en todo lugar, Dios lo está mirando.
50. Estrellar inmediatamente contra Cristo los malos pensamientos que vienen a su corazón, y manifestarlos al anciano espiritual,
51. guardar su boca de conversación mala o perversa,
52. no amar hablar mucho,
53. no hablar palabras vanas o que mueven a risa,
54. no amar la risa excesiva o destemplada.
55. Oír con gusto las lecturas santas,
56. darse frecuentemente a la oración,
57. confesar diariamente a Dios en la oración, con lágrimas y gemidos, las culpas pasadas,
58. enmendarse en adelante de esas mismas faltas.
59. No ceder a los deseos de la carne,
60. odiar la propia voluntad,
61. obedecer en todo los preceptos del abad, aun cuando él - lo que no suceda - obre de otro modo, acordándose de aquel precepto del Señor: "Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen".
62. No querer ser llamado santo antes de serlo, sino serlo primero para que lo digan con verdad.
63. Poner por obra diariamente los preceptos de Dios,
64. amar la castidad,
65. no odiar a nadie,
66. no tener celos,
67. no tener envidia,
68. no amar la contienda,
69. huir la vanagloria.
70. Venerar a los ancianos,
71. amar a los más jóvenes.
72. Orar por los enemigos en el amor de Cristo;
73. reconciliarse antes de la puesta del sol con quien se haya tenido alguna discordia.
74. Y no desesperar nunca de la misericordia de Dios. 75. Estos son los instrumentos del arte espiritual. 76. Si los usamos día y noche, sin cesar, y los devolvemos el día del juicio, el Señor nos recompensará con aquel premio que Él mismo prometió: 77. "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó al corazón del hombre lo que Dios ha preparado a los que lo aman". 78. El taller, empero, donde debemos practicar con diligencia todas estas cosas, es el recinto del monasterio y la estabilidad en la comunidad.
CAPITULO V
LA OBEDIENCIA
1. El primer grado de humildad es una obediencia sin demora. 2. Esta es la que conviene a aquellos que nada estiman tanto como a Cristo. 3. Ya sea en razón del santo servicio que han profesado, o por el temor del infierno, o por la gloria de la vida eterna, 4. en cuanto el superior les manda algo, sin admitir dilación alguna, lo realizan como si Dios se lo mandara. 5. El Señor dice de éstos: "En cuanto me oyó, me obedeció". 6. Y dice también a los que enseñan: "El que a ustedes oye, a mí me oye". 7. Estos tales, dejan al momento sus cosas, abandonan la propia voluntad, 8. desocupan sus manos y dejan sin terminar lo que estaban haciendo, y obedeciendo a pie juntillas, ponen por obra la voz del que manda. 9. Y así, en un instante, con la celeridad que da el temor de Dios, se realizan como juntamente y con prontitud ambas cosas: el mandato del maestro y la ejecución del discípulo. 10. Es que el amor los incita a avanzar hacia la vida eterna. 11. Por eso toman el camino estrecho del que habla el Señor cuando dice: "Angosto es el camino que conduce a la vida". 12. Y así, no viven a su capricho ni obedecen a sus propios deseos y gustos, sino que andan bajo el juicio e imperio de otro, viven en los monasterios, y desean que los gobierne un abad. 13. Sin duda estos tales practican aquella sentencia del Señor que dice: "No vine a hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me envió". 14. Pero esta misma obediencia será entonces agradable a Dios y dulce a los hombres, si la orden se ejecuta sin vacilación, sin tardanza, sin tibieza, sin murmuración o sin negarse a obedecer, 15. porque la obediencia que se rinde a los mayores, a Dios se rinde. Él efectivamente dijo: "El que a ustedes oye, a mí me oye". 16. Y los discípulos deben prestarla de buen grado porque "Dios ama al que da con alegría". 17. Pero si el discípulo obedece con disgusto y murmura, no solamente con la boca sino también con el corazón, 18. aunque cumpla lo mandado, su obediencia no será ya agradable a Dios que ve el corazón del que murmura. 19. Obrando así no consigue gracia alguna, sino que incurre en la pena de los murmuradores, si no satisface y se enmienda.



CAPITULO VI
EL SILENCIO

1. Hagamos lo que dice el Profeta: "Yo dije: guardaré mis caminos para no pecar con mi lengua; puse un freno a mi boca, enmudecí, me humillé y me abstuve de hablar aun cosas buenas". 2. El Profeta nos muestra aquí que si a veces se deben omitir hasta conversaciones buenas por amor al silencio, con cuanta mayor razón se deben evitar las palabras malas por la pena del pecado. 3. Por tanto, dada la importancia del silencio, rara vez se dé permiso a los discípulos perfectos para hablar aun de cosas buenas, santas y edificantes, 4. porque está escrito: "Si hablas mucho no evitarás el pecado", 5. y en otra parte: "La muerte y la vida están en poder de la lengua". 6. Pues hablar y enseñar le corresponde al maestro, pero callar y escuchar le toca al discípulo.
7. Por eso, cuando haya que pedir algo al superior, pídase con toda humildad y respetuosa sumisión. 8. En cuanto a las bromas, las palabras ociosas y todo lo que haga reír, lo condenamos a una eterna clausura en todo lugar, y no permitimos que el discípulo abra su boca para tales expresiones.



CAPITULO VII
LA HUMILDAD

1. Clama, hermanos, la divina Escritura diciéndonos: "Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". 2. Al decir esto nos muestra que toda exaltación es una forma de soberbia. 3. El Profeta indica que se guarda de ella diciendo: "Señor, ni mi corazón fue ambicioso ni mis ojos altaneros; no anduve buscando grandezas ni maravillas superiores a mí." 4. Pero ¿qué sucederá? "Si no he tenido sentimientos humildes, y si mi alma se ha envanecido, Tú tratarás mi alma como a un niño que es apartado del pecho de su madre". 5. Por eso, hermanos, si queremos alcanzar la cumbre de la más alta humildad, si queremos llegar rápidamente a aquella exaltación celestial a la que se sube por la humildad de la vida presente, 6. tenemos que levantar con nuestros actos ascendentes la escala que se le apareció en sueños a Jacob, en la cual veía ángeles que subían y bajaban. 7. Sin duda alguna, aquel bajar y subir no significa otra cosa sino que por la exaltación se baja y por la humildad se sube. 8. Ahora bien, la escala misma así levantada es nuestra vida en el mundo, a la que el Señor levanta hasta el cielo cuando el corazón se humilla. 9. Decimos, en efecto, que los dos lados de esta escala son nuestro cuerpo y nuestra alma, y en esos dos lados la vocación divina ha puesto los diversos escalones de humildad y de disciplina por los que debemos subir.
10. Así, pues, el primer grado de humildad consiste en que uno tenga siempre delante de los ojos el temor de Dios, y nunca lo olvide. 11. Recuerde, pues, continuamente todo lo que Dios ha mandado, y medite sin cesar en su alma cómo el infierno abrasa, a causa de sus pecados, a aquellos que desprecian a Dios, y cómo la vida eterna está preparada para los que temen a Dios. 12. Guárdese a toda hora de pecados y vicios, esto es, los de los pensamientos, de la lengua, de las manos, de los pies y de la voluntad propia, y apresúrese a cortar los deseos de la carne. 13. Piense el hombre que Dios lo mira siempre desde el cielo, y que en todo lugar, la mirada de la divinidad ve sus obras, y que a toda hora los ángeles se las anuncian.
14. Esto es lo que nos muestra el Profeta cuando declara que Dios está siempre presente a nuestros pensamientos diciendo: "Dios escudriña los corazones y los riñones". 15. Y también: "El Señor conoce los pensamientos de los hombres",16. y dice de nuevo: "Conociste de lejos mis pensamientos". 17. Y: "El pensamiento del hombre te será manifiesto". 18. Y para que el hermano virtuoso esté en guardia contra sus pensamientos perversos, diga siempre en su corazón: "Solamente seré puro en tu presencia si me mantuviere alerta contra mi iniquidad".
19. En cuanto a la voluntad propia, la Escritura nos prohíbe hacerla cuando dice: "Apártate de tus voluntades". 20. Además pedimos a Dios en la Oración que se haga en nosotros su voluntad. 21. Justamente, pues, se nos enseña a no hacer nuestra voluntad cuidándonos de lo que la Escritura nos advierte: "Hay caminos que parecen rectos a los hombres, pero su término se hunde en lo profundo del infierno", 22. y temiendo también, lo que se dice de los negligentes: "Se han corrompido y se han hecho abominables en sus deseos".
23. En cuanto a los deseos de la carne, creamos que Dios está siempre presente, pues el Profeta dice al Señor: "Ante ti están todos mis deseos".
24. Debemos, pues, cuidarnos del mal deseo, porque la muerte está apostada a la entrada del deleite. 25. Por eso la Escritura nos da este precepto: "No vayas en pos de tus concupiscencias".
26. Luego, si "los ojos del Señor vigilan a buenos y malos", 27. y "el Señor mira siempre desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay alguno inteligente y que busque a Dios", 28. y si los ángeles que nos están asignados, anuncian día y noche nuestras obras al Señor, 29. hay que estar atentos, hermanos, en todo tiempo, como dice el Profeta en el salmo, no sea que Dios nos mire en algún momento y vea que nos hemos inclinado al mal y nos hemos hecho inútiles, 30. y perdonándonos en esta vida, porque es piadoso y espera que nos convirtamos, nos diga en la vida futura: "Esto hiciste y callé".
31. El segundo grado de humildad consiste en que uno no ame su propia voluntad, ni se complazca en hacer sus gustos, 32. sino que imite con hechos al Señor que dice: "No vine a hacer mi voluntad sino la de Aquel que me envió". 33. Dice también la Escritura: "La voluntad tiene su pena, y la necesidad engendra la corona." 34. El tercer grado de humildad consiste en que uno, por amor de Dios, se someta al superior en cualquier obediencia, imitando al Señor de quien dice el Apóstol: "Se hizo obediente hasta la muerte".
35. El cuarto grado de humildad consiste en que, en la misma obediencia, así se impongan cosas duras y molestas o se reciba cualquier injuria, uno se abrace con la paciencia y calle en su interior, 36. y soportándolo todo, no se canse ni desista, pues dice la Escritura: "El que perseverare hasta el fin se salvará", 37. y también: "Confórtese tu corazón y soporta al Señor". 38. Y para mostrar que el fiel debe sufrir por el Señor todas las cosas, aun las más adversas, dice en la persona de los que sufren: "Por ti soportamos la muerte cada día; nos consideran como ovejas de matadero". 39. Pero seguros de la recompensa divina que esperan, prosiguen gozosos diciendo: "Pero en todo esto triunfamos por Aquel que nos amó". 40. La Escritura dice también en otro lugar: "Nos probaste, ¡oh Dios! nos purificaste con el fuego como se purifica la plata; nos hiciste caer en el lazo; acumulaste tribulaciones sobre nuestra espalda". 41. Y para mostrar que debemos estar bajo un superior prosigue diciendo: "Pusiste hombres sobre nuestras cabezas". 42. En las adversidades e injurias cumplen con paciencia el precepto del Señor, y a quien les golpea una mejilla, le ofrecen la otra; a quien les quita la túnica le dejan el manto, y si los obligan a andar una milla, van dos; 43. con el apóstol Pablo soportan a los falsos hermanos, y bendicen a los que los maldicen.
44. El quinto grado de humildad consiste en que uno no le oculte a su abad todos los malos pensamientos que llegan a su corazón y las malas acciones cometidas en secreto, sino que los confiese humildemente. 45. La Escritura nos exhorta a hacer esto diciendo: "Revela al Señor tu camino y espera en Él". 46. Y también dice: "Confiesen al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia". 47. Y otra vez el Profeta: "Te manifesté mi delito y no oculté mi injusticia. 48. Dije: confesaré mis culpas al Señor contra mí mismo, y Tú perdonaste la impiedad de mi corazón".
49. El sexto grado de humildad consiste en que el monje esté contento con todo lo que es vil y despreciable, y que juzgándose obrero malo e indigno para todo lo que se le mande, 50. se diga a sí mismo con el Profeta: "Fui reducido a la nada y nada supe; yo era como un jumento en tu presencia, pero siempre estaré contigo".
51. El séptimo grado de humildad consiste en que uno no sólo diga con la lengua que es el inferior y el más vil de todos, sino que también lo crea con el más profundo sentimiento del corazón, 52. humillándose y diciendo con el Profeta: "Soy un gusano y no un hombre, oprobio de los hombres y desecho de la plebe. 53. He sido ensalzado y luego humillado y confundido". 54. Y también: "Es bueno para mí que me hayas humillado, para que aprenda tus mandamientos".
55. El octavo grado de humildad consiste en que el monje no haga nada sino lo que la Regla del monasterio o el ejemplo de los mayores le indica que debe hacer.
56. El noveno grado de humildad consiste en que el monje no permita a su lengua que hable. Guarde, pues, silencio y no hable hasta ser preguntado, 57. porque la Escritura enseña que "en el mucho hablar no se evita el pecado". 58. y que "el hombre que mucho habla no anda rectamente en la tierra".
59. El décimo grado de humildad consiste en que uno no se ría fácil y prontamente, porque está escrito: "El necio en la risa levanta su voz".
60. El undécimo grado de humildad consiste en que el monje, cuando hable, lo haga con dulzura y sin reír, con humildad y con gravedad, diciendo pocas y juiciosas palabras, y sin levantar la voz, 61. pues está escrito: "Se reconoce al sabio por sus pocas palabras".
62. El duodécimo grado de humildad consiste en que el monje no sólo tenga humildad en su corazón, sino que la demuestre siempre a cuantos lo vean aun con su propio cuerpo, 63. es decir, que en la Obra de Dios, en el oratorio, en el monasterio, en el huerto, en el camino, en el campo, o en cualquier lugar, ya esté sentado o andando o parado, esté siempre con la cabeza inclinada y la mirada fija en tierra, 64. y creyéndose en todo momento reo por sus pecados, se vea ya en el tremendo juicio. 65. Y diga siempre en su corazón lo que decía aquel publicano del Evangelio con los ojos fijos en la tierra: "Señor, no soy digno yo, pecador, de levantar mis ojos al cielo". 66. Y también con el Profeta: "He sido profundamente encorvado y humillado".
67. Cuando el monje haya subido estos grados de humildad, llegará pronto a aquel amor de Dios que "siendo perfecto excluye todo temor", 68. en virtud del cual lo que antes observaba no sin temor, empezará a cumplirlo como naturalmente, como por costumbre, 69. y no ya por temor del infierno sino por amor a Cristo, por el mismo hábito bueno y por el atractivo de las virtudes. 70. Todo lo cual el Señor se dignará manifestar por el Espíritu Santo en su obrero, cuando ya esté limpio de vicios y pecados.

SAN BENITO DE NURSIA



SAN BENITO DE NURSIA es el gran padre del monaquismo occidental. Murió hacia el 547; había nacido en Nursia, y después de recibir una buena educación en Roma, comenzó a hacer vida de anacoreta, asentándose pronto en las cercanías de Subiaco y fundando doce monasterios; allí redactó, entre el 523 y el 526, su Regla de los monasterios; luego, a causa de unas intrigas, abandonó Subiaco y fundó el monasterio de Montecasino.
La obra que nos ha legado es la que se conoce como Regla de San Benito, en la que se funden armónicamente las tradiciones del monacato occidental anterior (las de San Agustín, Juan Casiano, el monasterio de Leríns, San Martín de Tours) con las del oriental (las de San Antonio, Pacomio, San Basilio el Grande). En ella se subraya que la comunidad monástica ha de crear un ambiente de oración y de trabajo, manual e intelectual, que ha de practicar el monje; para ello, éste ha de prometer la estabilidad en el monasterio, la conversión de las costumbres y la obediencia al abad. Esta Regla está en la base del esplendoroso desarrollo medieval del monaquismo.

La Santa Regla
Del trabajo manual cotidiano:
La ociosidad es enemiga del alma; por eso en determinados tiempos deben los monjes ocuparse en el trabajo manual y a ciertas horas en la lección divina.
Razón por la cual, juzgamos deber ordenar ambos tiempos con arreglo a este plan: desde Pascua hasta el 14 de septiembre, por la mañana, saliendo de prima, trabajarán en lo que fuere necesario hasta cerca de la hora cuarta. Mas desde la hora cuarta hasta la sexta aproximadamente, dedíquense a la lectura. Después de sexta, en levantándose de la mesa, descansarán en sus lechos con sumo silencio, y si quizá alguno quiere leer, lea para sí, de suerte que no moleste a otro. Dígase la nona más temprano, mediada la hora octava, y vuelvan a trabajar hasta vísperas en lo que fuere menester. Pero si las condiciones del lugar o la pobreza exigiesen que se ocupen en recolectar por sí mismos las mieses, no se contristen, pues entonces son verdaderamente monjes cuando viven del trabajo de sus manos, como nuestros Padres y los Apóstoles.
Mas hágase todo con moderación en atención a los débiles.
Pero desde el 14 de septiembre hasta principio de Cuaresma se aplicarán los monjes a la lectura hasta el final de la segunda hora; entonces récese tercia y luego trabajen todos hasta nona en la tarea que se les hubiere encomendado. Al oír la primera señal de esta hora, abandone cada uno su respectivo trabajo y estén prontos para cuando se haga la segunda señal. Después de la refección se ocuparán en sus lecturas o en los salmos.
Mas en los días de Cuaresma dedíquense a la lectura desde por la mañana hasta finalizar la hora tercera, y después trabajen en lo que se les mandare hasta la hora décima completa. En estos días de Cuaresma reciban todos su correspondiente libro de la biblioteca, que deberán leer por orden y enteramente: estos libros dense al principio de Cuaresma. Ante todo desígnense uno o dos ancianos que circulen por el monasterio a las horas en que los monjes se consagran a la lectura, y observen si acaso se halla algún monje perezoso que en lugar de atender a la lección, se entrega al ocio y bagatelas, y no sólo no aprovecha para sí, sino que disipa a los demás. Si alguien fuese sorprendido en semejante falta —lo que ojalá no suceda—, repréndasele primera y segunda vez y, de no enmendarse, aplíquesele el castigo regular de suerte que los demás teman. Y que ningún monje se junte con otro a horas intempestivas.
Asimismo, el domingo conságrense todos a la lectura, salvo los que tuvieren asignadas incumbencias particulares. Mas si hubiese alguno tan negligente y apático que no quiera o no pueda meditar o leer, séale impuesta alguna labor para que no esté ocioso. A los monjes enfermos o delicados encomiéndeseles una ocupación u oficio tal, que ni estén ociosos, ni el peso del trabajo les oprima y se vean precisados a abandon.lo. Tenga el abad consideración a la flaqueza de los tales.


Regla de San Benito ES.doc







No hay comentarios: