tengo a mi Jesús en el Sagrario y hoy lo tengo en mi alma, y mañana, contando con su misericordia, lo tendré también, nada ni nadie puede turbar la paz de mi corazón;
y si a pesar de mis deseos y peticiones, por la abundancia de mis dolores y flaquezas, lloro y me quejo, ardientemente te pido que cada lágrima de mis ojos, cada ¡ay! de mi boca, cada arruga de mi frente, cada gota de mi sudor, cada quejido silencioso de mi corazón, cada protesta, en fin, de mis incontables necesidades, sea esto sólo:
voz que te llame y señal de que te hecho de menos.
Compañero disfrazado de mi viaje de la Tierra al Cielo, que todo en mí, mis penas como mis alegrías, te estén siempre gritando:
¡Más Jesús! ¡Más Jesús!
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