Al Espíritu Santo lo llamamos «padre de los pobres», porque él solo puede actuar en un corazón humilde y sencillo, en los que tienen alma de pobres. Eso no significa que tengamos que despreciarnos o sentirnos inútiles. Solo significa que reconozcamos que lo necesitamos, que sin él no podemos nada, que nuestra debilidad necesita su fuerza.
Con él estamos seguros, llenos de confianza y arrojo. Pero al que tiene un corazón pobre no se le ocurriría enorgullecerse por eso, porque sabe bien que todo lo debe al auxilio del Espíritu Santo.
Él muestra su gloria en nosotros cuando de verdad reconocemos nuestra pequeñez y nuestras carencias, cuando no nos aferramos a nuestras riquezas, logros y capacidades, cuando descubrimos que no tenemos nada donde apoyarnos, porque todo es frágil y pasajero.
(Tomado de «Los cinco minutos del Espíritu Santo»)
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