miércoles, 19 de octubre de 2011

La camisa blanca



Daniel de 8 años, entró en su casa, después de clase, dando un portazo. Su padre, que se dirigía al salón, al verlo entrar, lo llamó para hablar. Daniel lo siguió desconfiado. Antes que su padre hablara algo, Daniel dijo irritado:
- Papi, tengo muchísima rabia. No puedo creer que Pedrito me haya hecho lo que hizo.

Su padre, un hombre sencillo pero sabio, escuchaba a su hijo mientras él seguía con su enfado.

- Pedrito me humilló delante de mis amigos. ¡Me gustaría que le pasase algo malo!

El padre escuchó callado mientras caminaba buscando una bolsa de carbón. Llevó la bolsa hasta el patio y le dijo a Daniel:

- Hijo, quiero hacerte una propuesta. Imaginemos que aquella camisa blanca que está en el tendedero es tu amigo Pedrito y que cada trozo de carbón es un pensamiento malo que tú le envías. Quiero que tires todo ese carbón en la camisa, hasta el último trozo y dentro de un rato vuelvo para ver como ha quedado.

Al niño le pareció un divertido juego, la camisa estaba colgada lejos y pocos trozos acertaban con la camisa blanca. El padre que estaba mirando, le preguntó:

- Hijo, ¿cómo estás ahora?
- Estoy cansado, pero feliz porque he acertado muchos trozos de carbón en la camisa.

El padre miró a su hijo, que no entendía la razón de aquél juego, y dijo:

- Ven, quiero que veas una cosa.

El hijo fue hasta la habitación y se miró en un gran espejo. ¡Que susto! Daniel sólo conseguía ver sus dientes y ojos. Su padre, entonces, le dijo:

- Has visto que la camisa casi no se ha ensuciado… pero fíjate en ti mismo. Las cosas malas que deseamos a los otros son como lo que te ha pasado a ti. Aunque consigamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos, los residuos de esos pensamientos malos se quedan siempre en nosotros mismos.

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