jueves, 13 de octubre de 2011

EL MAGNIFICAT




El Magnificat constituye la cima de la historia de Israel, en el momento en que, por la acción de Dios, alcanza su pleno sentido el cumplimiento de la antigua promesa hecha a Abrahán, en cuya persona estaba concentrada en el origen la vida del pueblo, del mismo modo que está concentrada al final en María. En ella se encarna la fe de Israel, interlocutor de la Alianza, su pura esperanza en Dios, por que en ella se haya en estado puro la pobreza y la humildad ("bajeza"). Y en ella, por tanto, esta fe es pura obediencia a la palabra de Dios. La virginidad de María es la superación escatológica del tema antiguo de la mujer "estéril" (Isabel, Ana, etc.) que da a luz por obra de la gracia de Dios. La fe y la esperanza de Israel deben concentrarse y personalizarse integramente, en el alma y en el cuerpo, pues ahí debe realizarse la promesa de Dios: en su morada corporal y espiritual en la hija de Sión. Jesús la mira. Y no ve a su madre, sino a la mujer. A la que es vida y dolor y amor. "Mujer, ahí tienes a tu hijo" ( Jn. 19, 26). "Si" de María a esta renuncia final. Tú no eres ya la madre de Jesús. Te es preciso renunciar a Jesús para que nazca el Cristo total. Él te dará una multitud de hijos. En ese momento, se convierte de nuevo en la madre de Cristo, del Cristo total. "Ahí tienes a tu madre" (Jn. 19, 27).

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