jueves, 27 de octubre de 2011

Dolor y egoísmo



Como seres humanos sabemos que la tentación es parte de a vida cotidiana. La lista de las diferentes clases de tentaciones sería larguísima de enumerar, por eso hoy quisiera reflexionar sobre una por demás dañina: el dolor.

Seguro que les sorprende esta afirmación, pero estoy convencido de que el dolor puede transformarse en una tentación. Somos conscientes de que toda vida tiene su cuota de sufrimiento. No existe la vida color de rosa. El peligro está en caer en la tentación que surge cuando padecemos algo doloroso.

Nos suele suceder que cuando nos llega una circunstancia o situación dolorosa (una enfermedad, la muerte de un ser querido, una desgracia, etc) todo el resto de nuestra vida se desdibuja. Es como si de un momento a otro no tuviésemos nada bueno, nada que nos de aliento, esperanza o consuelo. Rápidamente nos encerramos en nosotros mismos, renegando de nuestro mal, de todo y hasta de todos. Comenzamos a buscar culpables, porque la amargura así nos lo exige y nos vamos en contra de todos, hasta de Dios.

Caer en la trampa del egoísmo, de encerrarnos, no hace sino agrandar nuestro dolor. Nos parece que nadie más sufre en el mundo y que son muchos los que merecían padecer ese momento, menos nosotros.

Distinto fue el dolor de Cristo en la Cruz. Ahí clavado pensaba en ti y en mi, pedía al Padre que perdonara a sus verdugos, pensó en su Madre y en el discípulo amado. Sabía que su dolor tenía un objetivo: nuestra salvación.

No es mucho pedirnos que unamos a su dolor el nuestro. Haz la experiencia y verás que si unes tu dolor al de Jesús sentirás paz pues tendrá una razón de ser. Nosotros también podemos colaborar con Cristo en la redención del mundo.

Para vencer la tentación hay que aprovechar la oportunidad. Ya que no podemos escapar del dolor, por lo menos que no nos atrape el egoísmo. Hagamos del dolor una oportunidad para amar.
Hasta el Cielo.

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