(Continuación)
Desde el mismo prólogo la regla benedictina
hace referencia a la oración como un ejercicio necesario para aquel que quiere
cumplir la voluntad divina y llevar a término la obra que Dios ha empezado en
él. El texto habla de instantissima oratione. El calificativo de "intensísima",
atributo común en la lengua de la Iglesia, hace referencia tanto al grado como
al tiempo. San Benito pide para aquel que quiera seguir el camino de perfección
por él trazado, una oración fervorosa y perseverante. Esta, supera las fuerzas
de la naturaleza y hace necesaria la ayuda de la gracia. Con la obediencia, la
gracia es el presupuesto imprescindible para avanzar por el camino que conduce a
Dios. De esta manera, el autor expresa la conjunción de la gracia y la ascésis,
de la gracia divina y de la libertad humana, de ser fiel o infiel a la misma.
Esta oración es uno de los "instrumentos de las buenas obras" (Quae sunt
instrumenta bonorum operum), título del cuarto capítulo de la Regla,
verdadero catálogo de máximas morales que el autor desarrolla posteriormente en
forma muy diversa.
La importancia que San Benito da a la oración
se ve reflejada al ocupar una séptima parte de la Regla a organizar la "obra de
Dios", es decir, el Oficio Divino. En un principio esta hacía referencia a toda
la vida espiritual del monje. Luego su significado se fue limitando hasta
denotar tan solo la vida de oración organizada en torno a la lectura de la
Biblia, la salmodia y la plegaria silenciosa. Los capítulos dedicados al Oficio
empiezan bruscamente después de los aquellos referidos a la doctrina ascética.
Sin entrar en los muchos detalles con los que San Benito organiza el oficio,
diremos que hay tres principios: 1) el rezar el salterio íntegro una vez a la
semana (si así no lo hacen "mostraran una gran dejadez en el servicio a que
están dedicados") 2) haciendo una ingeniosa exégesis del Salmo 118 argumenta que
todos los días deben celebrarse siete oficios ademas de las vigilias 3) la
recitación de doce salmos en las vigilias nocturnas, antigua tradíción monástica
trasmitida a Occidente por Casiano en sus Instituciones. Lejos de ser una
oración simplemente vocal o litúrgica, hay que resaltar la técnica muy
meditativa de estos oficios comunes y el hecho de que después de cada salmo se
tenía un rato de oración silenciosa. Muchas veces los salmos en vez de ser una
plegaria en sí, ofrecia materia para la oración silenciosa que le seguía. Así,
salmodia y oración silenciosa son dos aspectos de un mismo movimiento del alma
hacia Dios. Pero además, para todo el monacato primitivo, toda la vida del
monje, sin exclusión, era "obra de Dios". Toda la ascésis del monje, toda su
vida moral entera, es concebida estrechamente ligada a su oración.
El capítulo diecinueve de la Regla enseña la
actitud interior que tiene que tener quien reza. La primera recomendación hace
referencia al temor. Este es entendido como una actitud de reverencia única, en
grado sumo, debida solamente a Dios. La segunda es la de la sabiduria. La
tercera es que nuestro pensamiento concuerde con nuestra boca.
Una muestra de que para San Benito, la oración
litúrgica y la oración personal eran dos aspectos de una misma realidad, lo
manifiesta el capítulo veinte donde indistintamente parece hacer recomendaciones
tanto para una como para otra. Es de subrayar lo importante. La súplica debe ser
humilde y con el más puro abandono. Breve y pura, y sin embargo, no debe estar
cerrada a las mociones del Espíritu ya que el autor deja abierta la posibilidad
de que se alargue por "una especial efusión que nos inspire la gracia divina"
(20,5).
Como bien señala G.Colombás, la referencia a la
"oración pura" seguramente fue tomado por San Benito de la escuela espiritual de
Casiano y Evagrio Póntico. En ese caso "oración pura" es un término más bien
técnico, que se identifica con la "contemplación de Dios y por una caridad
ardiente como fuego" y con lo que en la escuela carmelitana se llamara
"contemplación mística".
Cierto, no hay en la Regla nada parecido a un
método o técnica de oración. A pesar de la falta total de referencias explícitas
a la Biblia, estas instrucciones de San Benito reflejan la doctrina de Jesús,
cuando habla de la oración del fariseo y del públicano o cuando dice que para
orar debemos entrar en nuestra habitación y hablar al Padre o cuando enseña a
los discipulos el Padrenuestro, etc.
Junto a la oración litúrgica y personal había
otras dos actividades propias del monacato y que son contempladas en la Regla.
La "lectio divina" y la "meditatio". La lectio es citada por San Benito como
ocupación entre oficio y oficio a fin de evitar la ociosidad (48,1). En sentido
propio era la lectura de la Escritura, pero también abarcaba la lectura de los
Padres de la Iglesia y de los maestros espirituales. En teoría, la lectio
era una lectura apacible, reposada, rumiada, saboreada. Se trataba de buscar un
contacto vivo con la Palabra de Dios y de gozar de ese contacto.
La lectio tenía en la meditatio
un sustitutivo para uso de los monjes analfabetos y un complemento para los que
sabian leer. No se debiera establecer una relación directa entre la
meditatio antigua y la meditación actual. La palabra meditatio
viene del griego meletán, que usado por escritores espirituales indica
una práctica eminentemente monástica que tuvo una especie de preludio en las
escuelas filosóficas griegas. Para el monacato antiguo, consistía sobre todo en
repetir oralmente textos bíblicos aprendidos de memoria o el hecho de
aprenderlos a base de repetirlos. Tampoco aquí debemos hacer un rápido paralelo
con nuestra experiencia actual. Para los antiguos era un ejercicio en el que
intervenia todo el hombre, el cuerpo al repetir el texto, la memoria al
retenerlo, la inteligencia que trataba de penetrar en su significado, la
voluntad que se proponía llevar a la práctica lo aprendido.
La meditatio se convirtió en un elemento
destacado de la vida monástico, recomendado por grandes padre del monacato como
Casiano. Los monjes pacomianos, por ejemplo, la realizaban al ir al trabajo y
mientras trabajaban. Fue esta, la forma de oración mas generalizada en el
monacato antiguo, y no sólo seguía en vigor en tiempo de San Benito, sino que se
mantuvo con gran relevancia durante la Edad Media.
Ahora bien, mas allá de estas determinaciones
precisas y de la práctica cultural, la Regla refleja la práctica habitual de la
oración que debe impregnar toda la jornada y todos los ambitos de la vida del
monje. Asi San Benito insistirá en la necesidad de orar por aquellos que deben
empezar el trabajo semanal en la cocina, con los huéspedes que son alojados en
el monasterio, por aquellos que piden su admisión en la comunidad, los que deben
iniciar un viaje, etc. En realidad no hay un solo aspecto de la vida humana que
no deba ser impregnado por la oración. Este es el modo de cumplir la exhortación
del Apóstol de orar incesantemente
No hay comentarios:
Publicar un comentario