viernes, 23 de agosto de 2013

Junípero Serra, Beato


Presbítero, 28 de agosto
 
Junípero Serra, Beato
Junípero Serra, Beato

Apóstol de California

Martirologio Romano: En Monterrey, en California, beato Junípero (Miguel) Serra, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que pasó por muchas dificultades y pesares predicando el Evangelio entre las tribus todavía paganas de aquella región, en su propia lengua, y defendió con gran valentía los derechos de los pobres y de los humildes (1784).

Fecha de beatificación: Juan Pablo II lo beatificó solemnemente en Roma, el 25 de septiembre de 1988.

Nacido en Petra (Mallorca) el 24 de noviembre de 1713, Miguel José fue hijo de Antonio Serra y Margarita Ferrer, agricultores. Después de la enseñanza primaria en los Franciscanos de Petra, Miguel marchó a Palma, la Capital, e ingresó en los Frailes Menores en 1730, tomando el nombre de Junípero en honor de uno de los primeros seguidores de San Francisco. Ordenado de sacerdote en 1737, Serra fue destinado a enseñar filosofía. Entre sus alumnos hubo dos que fueron sus últimos colaboradores en el Nuevo Mundo, Francisco Palou y Juan Crespí. Tras doctorarse en Teología en la Universidad del Beato Ramón Llull en 1742, Serra continuó enseñando filosofía y teología y adquirió gran fama como predicador.

En 1749, en unión de Palou, partió para el Colegio de San Fernando, en la Ciudad de México. Temiendo comunicar a sus padres su próxima partida, Serra pidió a un fraile compañero suyo que les informara sobre el particular. «Yo quisiera poder infundirles la gran alegría que llena mi corazón», decía. «Si yo pudiera hacer esto, seguro que ellos me instarían a seguir adelante y no retroceder nunca». Les pedía que comprendieran su vocación misionera y prometía recordarlos en la oración.

Poco después de su llegada a México, Serra sufrió la picadura de un insecto que le produjo la hinchazón de un pie y una úlcera en la pierna de la que le resultó una cojera para el resto de su vida. Tras unos meses en el Colegio de San Fernando, Serra fue destinado a las misiones de Sierra Gorda al nordeste de la ciudad de México. Allí trabajó durante ocho años, tres de ellos como presidente de las misiones. Llamado a la Ciudad de México, fue maestro de novicios durante nueve años y continuó su predicación en las zonas alrededor de la capital. En 1767 los jesuitas fueron expulsados de México y sus misiones de la Baja California fueron encomendadas al Colegio de San Fernando. Serra fue nombrado presidente de esas misiones, cuya cabecera estaba en la Misión de Loreto.

En 1769, la Corona de España decidió colonizar la Alta California (hoy Estado de California en los EE.UU.). Serra fue nombrado nuevamente presidente; supervisó la fundación de las nueve misiones: San Diego (1769), San Carlos Borromeo (1770), San Antonio de Padua (1771), San Gabriel Arcángel (1771), San Luis Obispo (1772), San Francisco de Asís (1776), San Juan de Capistrano (1776). Santa Clara de Asís (1777) y San Buenaventura (1782).

En 1773 Junípero fue a la Ciudad de México para entrevistarse con el Virrey Bucarelli y tratar de resolver los problemas que habían surgido entre los misioneros y los representantes del Rey en California. La Representación de Serra (1773) ha sido llamada «Carta de los Derechos» de los indios; una parte decretaba que «el gobierno, el control y la educación de los indios bautizados pertenecerían exclusivamente a los misioneros». Durante esta visita a la Ciudad de México Serra escribió a su sobrino, el Padre Miguel Ribot Serra diciéndole: «En California está mi vida y allí, si Dios quiere, espero morir».

Ni siquiera el martirio del Padre Luis Jaime en la Misión de San Diego (1775) apagó el deseo de Serra de añadir nuevas misiones a la cadena de las ya existentes a lo largo de la costa de California. En todas estas misiones, Junípero y los frailes enseñaron a los indios métodos de cultivo más eficaces y el modo de domesticar a los animales necesarios para la alimentación y el transporte. Cuando fue capturado el indio que dirigía a los rebeldes en la Misión de San Diego, Serra escribió al Virrey, pidiéndole que perdonara la vida del indio. Los que fueron capturados, fueron eventualmente perdonados. En la misma carta al Virrey, Serra pedía que «en el caso de que los indios, tanto paganos como cristianos, quisieran matarme, deberían ser perdonados». Serra explicaba: «Debe darse a entender al asesino, después de un moderado castigo, que ha sido perdonado y así cumpliremos la ley cristiana que nos manda perdonar las injurias y no buscar la muerte del pecador, sino su salvación eterna».

Serra pasó los últimos años de su vida ocupado en las tareas de la administración, la necesidad de escribir muchas cartas a las otras misiones y a la Iglesia y a los oficiales del gobierno en la Ciudad de México, y con el ansia de fundar las misiones necesarias. Sin embargo, trabajó con gran fe y tenacidad, aunque le iban faltando las fuerzas. Los indios le pusieron de apodo «el viejo», porque tenía 56 años cuando llegó a la Alta California, pero Serra trabajó constantemente hasta su muerte el 28 de agosto de 1784 en la Misión de San Carlos Borromeo, que había sido su cuartel general y se convirtió en el lugar de su descanso definitivo. Los indios y los soldados lloraron la muerte de Serra y lo llamaban «Bendito Padre». Muchos se llevaban un trozo de su hábito como recuerdo; otros tocaban medallas y rosarios a su cuerpo.

Poco tiempo después de la muerte de Serra, el Guardián del Colegio de San Fernando escribía al Provincial de los Franciscanos en Mallorca: «Murió como un justo, en tales circunstancias que todos los que estaban presentes derramaban tiernas lágrimas y pensaban que su bendita alma subió inmediatamente al cielo a recibir la recompensa de su intensa e ininterrumpida labor de 34 años, sostenido por nuestro amado Jesús, al que siempre tenía en su mente, sufriendo aquellos inexplicables tormentos por nuestra redención. Fue tan grande la caridad que manifestaba, que causaba admiración no sólo en la gente ordinaria, sino también en personas de alta posición, proclamando todos que ese hombre era un santo y sus obras las de un apóstol».

El 14 de septiembre de 1987, el Papa Juan Pablo II tuvo un encuentro con los Indios nativos americanos en Fénix, Arizona, durante el cual alabó los esfuerzos de Serra para proteger a los indios contra la explotación. Tres días más tarde el Papa visitó la tumba de Serra en la Misión de S. Carlos Borromeo y recordó la Representación de Serra en 1773 en favor de los indios de California. Juan Pablo II dijo que Serra y sus misioneros compartían la convicción de que «el Evangelio es un asunto de vida y de salvación. Ellos estimaban que al ofrecer a Jesucristo a la gente, estaban haciendo algo de un valor, importancia y dignidad inmensos». Esta convicción los sostenía «frente a cualquier vicisitud, desazón y oposición».

El mismo Juan Pablo II beatificó solemnemente en Roma a Fray Junípero el 25 de septiembre de 1988.

En los Estados Unidos se lo festeja el 1 de julio, el resto del mundo lo recuerda el 28 de agosto



Beato Junípero Serra, religioso presbítero
fecha: 28 de agosto
n.: 1713 - †: 1784 - país: U.S.A.
otras formas del nombre: Miquel Josep Serra i Ferrer
canonización: B: Juan Pablo II 25 sep 1988
hagiografía: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.
En Monterrey, en el territorio de California, beato Junípero (Miguel) Serra, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que pasó por muchas dificultades y sufrimientos predicando el Evangelio en su propia lengua a las tribus todavía paganas de aquella región, y defendió con gran valentía los derechos de los pobres y los humildes.

Miguel José Serra nació el 24 de noviembre de 1713 en Petra de Mallorca, hijo de humildes agricultores pero ardientes en la fe cristiana. Después de frecuentar el convento local de San Bernardino se trasladó a Palma para completar los estudios y comenzar el noviciado en la Orden de los Hermanos Menores. Consagrado sacerdote en 1737, asumió el nombre de uno de los primeros compañeros de san Francisco, Fray Junípero, para revivir en sí el primitivo espíritu franciscano.

Obtenido el doctorado, de 1744 a 1749 fue profesor de teología en la Universidad Luliana de Palma. Su ardor apostólico sin embargo lo empujaba a ir más allá de los confines no sólo de su isla sino del continente europeo; en efecto, su mente y su corazón estaban cada día más atraídos por el nuevo mundo. En 1749, a la edad de 36 años, se embarcó en Cádiz hacia Veracruz, de donde, al término de un extenuante viaje de 500 kilómetros a través de territorios infestados de malaria, llegó a ciudad de México.

Los principales sectores de su evangelización fueron la Sierra Gorda, México Central y California. La Sierra Gorda estaba habitada por indios a quienes Junípero amó de corazón, con sentimientos paternales, apreciando sus dotes y tratando de corregir sus defectos. Fue enorme el trabajo realizado por él en su formación cristiana y en su promoción humana y social. Misionero itinerante en México central, recorrió más de 10.000 kilómetros antes de ser nombrado responsable de la misión de California.

Desde este momento Junípero será el protagonista de la evangelización de California. Aun hoy este fraile, a quien los Norteamericanos colocaron entre los padres de la patria, asombra por su dinamismo, sus capacidades organizativas, la tenacidad en la ejecución de sus programas, sus dotes de gobierno, su habilidad como interlocutor aun en un clima de fuertes tensiones. En realidad no hizo otra cosa que seguir la más auténtica tradición franciscana de vida evangélica. Para él era espontáneo el practicar el misterio de la cruz sobre todo en los sufrimientos que debió soportar en los viajes incesantes por las tierras de California.

Entre 1769 y 1782 Junípero fundó nueve misiones explorando toda la región y fundando ciudades que hoy son grandes y famosas: Los Angeles, San Francisco, San Antonio, San Bernardino, San Diego, Santa Clara y muchas otras fueron fundadas por los franciscanos. Al término de una existencia toda ella gastada al servicio de los débiles y de los indefensos, el padre Junípero moría el 28 de agosto de 1784, con 71 años. «Ahora, a descansar», fueron sus últimas palabras. Se recostó en el pobre lecho sin quitarse el hábito franciscano y se durmió serenamente.

La ciudad de San Francisco lo declaró ciudadano honorario, California su fundador. La estatua del humilde fraile misionero figura en el Panteón de los Estados Unidos al lado de la de Jorge Washington, su primer presidente. Fue beatificado por SS. Juan Pablo II el 25 de septiembre de 1988.
 

No hay comentarios: