miércoles, 7 de agosto de 2013

ALGUNAS PALABRAS DE JESÚS EN EL SERMÓN DE LA MONTAÑA

 

 
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Sin lugar a dudas, el corazón del Sermón de la Montaña son las Bienaventuranzas, en las que Jesús nos invita a vivir nuestra vida teniendo siempre en el centro de nuestros pensamientos y de nuestras acciones a Dios, nuestro Padre; un Dios que nos ama infinitamente y que ante todo nos pide obrar siempre con sinceridad, dando el primer lugar a lo que nos hace más semejantes a Él, porque en ello está nuestra verdadera felicidad.
 
«Bienaventurados los pobres de espíritu… Bienaventurados los mansos… Bienaventurados los que lloran… Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia… Bienaventurados los misericordiosos…
Bienaventurados los limpios de corazón… Bienaventurados los que trabajan por la paz… Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia…
Bienaventurados serán cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes” (Mateo 5, 3- 13)
Para ser verdaderamente felices no necesitamos más bienes materiales que los estrictamente indispensables para mantener nuestra vida con dignidad y decoro. La verdadera felicidad viene de Dios y lleva a Dios. La verdadera felicidad tiene como base la sencillez, la humildad y la limpieza de corazón, y es enriquecida por la misericordia que es reflejo del amor de Dios. Sus frutos son la paz y la justicia.
“Ustedes son la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de unMANO Y VELA
 
monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mateo 5, 14-16)
Quienes somos cristianos, seguidores de Jesús, tenemos la misión e vivir de tal manera que nuestras acciones y nuestras palabras no sean motivo de escándalo para nadie, sino que, al contrario, estimulen a todos a hacer siempre el bien.
“Han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo les digo: no resistan al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda” (Mateo 5,38-42).
La antigua Ley del Talión, queda superada por la Ley del Amor, que no tiene límites.
“Han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo les digo: Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persigan, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si aman a los que los aman, ¿qué recompensa van a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludan más que a vuestros hermanos, ¿qué hacen de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Ustedes, pues, sean perfectos como es perfecto su Padre que está en los cielos” (Mateo 5, 43-48)
Nuestro amor no puede excluir a nadie, como no excluye a nadie el amor de Dios.
“Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero” (Mateo 6, 24).
MANOS ABIERTAS EN ORACIÓN
 
Entregar el corazón a Dios y mantenernos fieles a esa entrega, es nuestro único y verdadero programa de vida. Los bienes materiales son apetecibles sólo en la medida en que nos permiten alcanzar nuestro objetivo.
«No juzguen, para que no sean juzgados. Porque con el juicio con que juzguen serán juzgados, y con la medida con que midan se les medirá” (Mateo 7, 1-2)
A nosotros no nos corresponde juzgar sobre la bondad o maldad de las acciones y comportamientos de los demás. Es una tarea que sólo compete a Dios, porque él es el único que conoce el corazón de las personas.
“Todo cuanto quieran que les hagan los hombres, háganselo también ustedes a ellos” (Mateo 7, 12)
La regla de oro es comportarnos siempre como queremos que los demás se comporten con nosotros; amar como queremos que nos amen, ayudar como queremos que nos ayuden, respetar como queremos que nos respeten. No hay ninguna exclusión.
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Es muy importante leer una y otra vez, con el corazón abierto y bien dispuesto, el Sermón de la Montaña y confrontar nuestra vida con él. Nos dará la pauta para cambiar lo que tenemos que cambiar, de modo que cada día seamos mejores hijos de Dios, y mejores discípulos de Jesús, nuestro Maestro y Modelo, y también, participar activamente en la construcción del Reino de Dios en la tierra, para bien de toda la humanidad.

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