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María Rosa de Jesús Pellesi, Beata |
Nació en Prignano sulla Secchia (Italia) el 11 de noviembre
de 1917. Era la última de nueve hermanos. Desde el
inicio, la vida le dio belleza, elegancia, buen humor, dulzura,
alegría y mucha paz. A los 17 años llegó también
el amor. Su existencia parecía haber tomado el camino de
la plena realización y de la felicidad. El binomio amor-felicidad
era el sueño que perseguía con todo su entusiasmo. Pero
Dios tenía otros planes.
Escuchó la voz del Señor, que
la invitaba a dejarlo todo para seguirlo. El 27 de
agosto de 1940 dejó su casa para entrar en el
convento de las Religiosas Franciscanas de San Onofrio en Rímini,
fundadas en 1885 por la madre Teresa de Jesús Crucificado
—en el siglo Faustina de los condes Zavagli—, que después,
por sugerencia de ella, se llamarían Franciscanas Misioneras de Cristo.
Al profesar tomó el nombre de María Rosa.
Emitió la
profesión temporal el 25 de septiembre de 1942. Se dedicó
a la enseñanza en la escuela Santa Ana, de Rímini,
y luego en la escuela parroquial Pro Patria, en Ferrara.
El 22 de julio de 1945 abrió una guardería en
Tamara, en Ferrara, pero menos de tres meses después se
tuvo que internar en la sección de enfermos de tuberculosis
en el hospital Santa Ana de Ferrara, iniciando así, a
los 27 años, una larguísima experiencia de dolor, que duraría
otros 27 años, hospitalizada y sufriendo numerosísimas intervenciones quirúrgicas.
Siempre
buscó hacer la voluntad de Dios y ser santa en
todas las circunstancias. En la escuela del Cristo crucificado aprendió
a sufrir y sobre todo a entregarse como ofrenda por
amor. En el hospital se comportó como el buen samaritano,
ayudando a los demás enfermos con su palabra, con su
sonrisa y con su sola presencia. Describiendo su experiencia hablaba
siempre de alegría, paz, serenidad, amor e incluso de felicidad.
El 16 de julio de 1946 se consagró a la
Virgen. Repitió la consagración el 8 de diciembre de 1961.
En marzo de 1947 tuvieron que operarla para eliminar las
adherencias de un neumotórax y se vio afectada por una
pleuritis con exudación. Desde entonces tuvieron que extraerle periódicamente líquido
de la pleura, que se convirtió en una "fuente inagotable".
Un solo médico registró más de mil de esas intervenciones
dolorosísimas (toracentesis). Durante una de ellas, el 28 de octubre
de 1955, se rompió la aguja y, dado que no
lograron extraérsela, llevó desde entonces clavada en su pecho esa
"lanza", como ella la llamaba, hasta su muerte.
En uno
de sus escritos afirma: "Me abandono totalmente en Jesús.
Me fío de él. Lo amo. Es un abandono vivido
en una oración continua y silenciosa.
A lo largo de
13 años llevó insertado, día y noche, el tubo de
drenaje.
Ante el agravamiento de su salud, el 31 de
agosto de 1947 anticipó la profesión perpetua. Hizo peregrinaciones a
Loreto en 1948, 1950 y 1957, y también una a
Lourdes en 1951.
El 5 de agosto de 1955 hizo
un voto de abandono a la voluntad de Dios.
El
15 de marzo de 1968, al agravarse el edema pulmonar
que sufría, recibió la unción de los enfermos.
Murió el
1 de diciembre de 1972, a la hora de las
Vísperas.
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